AMOR NO TEME PELIGROS
(La firmeza en la hermosura)
(Sin peligros no hay fineza)

Tirso de Molina (Gabriel Téllez)

El texto base de AMOR NO TEME PELIGROS se encuentra en el manuscrito, fechado 1635, que se encuentra en la Biblioteca Vaticana (Barberini Latini, Códice 3.493). En éste se le atribuye a Pedro Calderón, pero el texto es el de LA FIRMEZA EN LA HERMOSURA, que siempre se ha publicado como obra de Tirso de Molina. La obra se conoce también con otro título, citado como secundario en el manuscrito, SIN PELIGROS NO HAY FINEZA, y fue presentado con este título el en palacio del Pardo en 1633. El texto presentado aquí fue transcrito desde el manuscrito por Vern Williamsen en el año 1978 and luego fue editado por Harold G. Jones, con el apoyo de los textos publicados en Doze comedias nuevas de diferentes autores, las mejores que hasta aora han salido, Parte XXXXXVII (Valencia: Juan Sansoni, 1646) y las sueltas encontradas en la Biblioteca Nacional en Madrid y en la biblioteca del Museo Británico en Londres. Para un estudio más completo de los problemas editoriales, el de la atribución de la obra a Tirso, y el de la cronología, tanto como la relación del texto presente al de otra comedia cuya historia textual es parecida, véase el artículo de Harold G. Jones and Vern G. Williamsen, "Dos refundiciones tirsianas: `Amor no teme peligro' y `Los balcones de Madrid'," publicado en ESTUDIOS, 132-35 (1981), pp. 133-55.


Personas que hablan en ella:

PRIMER ACTO


Salen doña ELENA Coronel, con manto, ENGRACIA, sin él, y don JUAN de Urrea
JUAN: No has de ir, por vida mía. ELENA: ¿Vida y tuya? Toma, Engracia, allá este manto.
Quítaselo
JUAN: ¡Qué gracia! ¡Qué primor! ¡Qué cortesía! ELENA: Sólo en tu vida se fía mi esperanza, y en su esfera sus alivios considera; que para mí no hay más mal que el recelarte mortal, porque eterno te quisiera. Si a sospechas te provoco, no, mi don Juan, suelto el manto; mas vida que estimo tanto no la jures por tan poco. JUAN: Con tantas finezas loco, aunque las adoro y precio, mis méritos menosprecio; porque llego a conocer, mi bien, que no puede ser tan dichoso quien no es necio. Vete, señora, a la mano, favores con tiento tasa, ¿qué sol que al nacer abrasa ponerse quiere temprano? Lloraré después en vano si no prosigues empeños de tantos primores dueños; que amor que empieza en favores, soberbio con los mayores no se halla con los pequeños. Querer bien por elección y no por razón de estado --que aunque este nombre le han dado no sé que haya en él razón-- nunca va en diminución; y asi agora que niño es, en los extremos que ves, don Juan mío, te parece que mucho te favorece. Juzga tú, ¿qué hará después? Como rapaz me desvela y, en fe de recién nacido, cobarde sale del nido, bisoño en amarte vuela. Haz cuenta que va a la escuela y que empieza a deletrear el abecé del amar; porque, en llegando a crecer, si agora aprende a querer, presto enseñará a adorar. JUAN: La hermosura y discreción reina pueden coronarte; mas, condesa, en esta parte no ha acertado tu elección. Si amaras con proporción lograras tus pensamientos; pero recela escarmientos mi mucha desigualdad: fénix tú de la beldad y yo sin merecimientos. ¿Qué has visto en mí que te obligue a tan prodigioso amor? Noble nací; mas valor, a quien la dicha no sigue, en vez de ayudar, persigue. Mi padre fue el más valido de un rey poco agradecido; y bien sabes tú, señora, que esto de "fue y no es agora" es desaire aborrecido. Don Pedro el cuarto, --el crüel, le ha intitulado Aragón, mas no yo, que este blasón no es en los vasallos fiel,-- don Pedro, pues, cifró en él de su favor el exceso; pero imitó en su suceso a los más que se le igualan; que los privados resbalan oprimidos con el peso. Quitóle vida y estados; que la Fortuna y los reyes siguen unas mismas leyes con sabios y con privados. Heredé solos cuidados que a mi desdicha añadieron lisonjeros que subieron por mi padre a la privanza y, después, en mi mudanza aun pésame no me dieron. Don Jaime, conde de Urgel, conmigo solo propicio me recibió en su servicio, librando mi suerte en él. Digno es que ciña el laurel de Roma su heroica frente, del rey cercano pariente y los dos ínclitos nietos del cuarto Alfonso, respetos con que a su sombra me aliente. Este es todo mi caudal, bellísima Elena mía: yo el crepúsculo, tú el día; tu sangre de estirpe real, condesa de Belrosal, tu renombre Coronel, tan generosa por él que hizo el valor que te abona de tu "Coronel" corona digna del sacro laurel. Mide agora, hermoso dueño, mis prendas con las que tienes. Verás cuán grade me vienes. Despreciarásme pequeño. Pesaráte del empeño que en mi amor te descamina. Estimarásme divina y enseñará mi escarmiento; que todo lo que es violento por sí mismo se arrüina. ELENA: Lección nueva al Amor das. Sabré por ella a lo menos que quien se presume menos es digno de amarse más. Ocasionándome vas a creer, cuando atropellas tus prendas, que por tenellas enajenadas te humillas, o que das en deslucillas por no deshacerte de ellas. Disminuye calidades, que ponderando las mías con esas hipocresías a mi fuego fuego añades. Soberbias tus humildades, temiendo mi ingratitud, me enseñan en tu inquietud que a pesar de ese artificio, ni toda soberbia es vicio ni toda humildad virtud. Si es tu sangre casi real, bien ves, por más que te abajes, que, cuando no me aventajes, en nobleza eres mi igual. ¿De la hacienda haces caudal, don Juan mío? Compre y venda Amor vil, y ponga tienda; que el noble que a reinar viene ni Consejo de Indias tiene ni vio al Consejo de Hacienda. Sirve al infante de Urgel, digno de mayor corona, y pues tus prendas abona, déjame que aprenda de él, no de don Pedro el crüel, la noble satisfacción de la discreta afición con que su pecho te fía; o, pues que culpas la mía, culpa también su elección. JUAN: Tu entendimiento es de suerte que la victoria he de darte. Vivo, amores, de adorarte; fuerza es que tiemble el perderte. No por eso has de ofenderte, que todo desconfïado duda del dichoso estado en que le encumbra el favor, y con celos nunca Amor fue bien acondicionado. Pacífico siglo goza Aragón por la blandura de nuestro rey, que procura cortejar a Zaragoza. Sigue la nobleza moza su apacible inclinación, que de las musas patrón entre ejercicios diversos se deleita con los versos y ampara su profesión. Una comedia que ha escrito el primero rey don Juan, en los conceptos galán y en el asunto erudito. Sazona hoy el apetito del gusto, que en las sentencias, consonancias y cadencias se alegra de la poesía; que el alma es toda harmonía, y búscanla sus potencias. Seis títulos y señores la representan; tres damas de la reina encienden llamas en laberintos de amores; el Buen Retiro --entre flores con que al Ebro el cristal bebe-- da el teatro en que se atreve hurtar a Plauto y Terencio aplausos con que al silencio admiraciones renueve. Perder por mí fiestas tales será fineza indiscreta pues, siendo rey el poeta, traza y versos serán reales; tu vista aumente sus sales, aunque has de dar ocasión a que pierda su sazón porque, ¿quién ha de tener, si una vez te llega a ver, en la comedia atención? ELENA: ¿Para qué siembras enojos que broten después agravios, si me permiten tus labios lo que me niegan tus ojos? Don Juan, de ruegos tan flojos conjeturar mi amor puede que tu temor me concede lo mismo que te desmaya, y que el perdirme que vaya es rogarme que me quede.
Sale BUÑOL
BUÑOL: Más ha que por ti pregunta el conde infante de una hora. Quien siriviendo se enamora, contrarios extremos junta. Quiere que en la quinta amena la comedia de palacio goces, ¡y tú, muy despacio, París ciego de esta Elena, brujuleas regodeos del dios "Enrédalo todo." Vamos, que es tarde. JUAN: ¿De modo, amores, que tus deseos he de estoarbar? En fin, ¿quieres que sin ti, condesa mía, salga la comedia fría? ¡No es justo! Ven. ELENA: Mas, ¡cuál eres! Anda, don Juan, que yo sé lo que el quedarme te agrada. JUAN: Después de representada, la comedia te traeré. Leerás su traza discreta y advertirásla mejor. BUÑOL: No le haces mucho favor con eso al dicho poeta, porque muchos aplaudidas con víctores y palmadas asombran representadas que salen güeras leídas. Comedia hay que como dama se adorna, pule y afeita, que en el tablado deleita y es una sierpe en la cama. ELENA: No vas fuera de camino, que yo en algunas impresas he visto faltas como ésas pero el ingenio es divino del dueño de ésta. JUAN: Mi bien, ¿sola, en efecto, y sin mí? ELENA: ¿Mientras que contemplo en ti? No lo está quien quiere bien.
Vanse los dos [don JUAN y BUÑOL], y sale ENGRACIA
ENGRACIA: Doña Jusepa de Luna a nuestras puertas se apea. ELENA: Querrá que con ella vea esta fiesta ya importuna para mí; mas no es fineza darle a don Juan pesadumbre.
Sale doña JUSEPA
JUSEPA: La amistad vuelta en costumbre es otra naturaleza. Ha tanto, condesa mía, que las dos la profesamos, que si a esta fiesta no vamos juntas, suceder podría que me pareciese mal sin merecerlo su autor. ELENA: Débote en ese favor, marquesa, todo el caudal que no tengo, y más agora, que un estorbo que no digo no me consiente ir contigo. Permíteme tu deudora, hasta que en otra ocasión me dé el gusto más espacio. JUSEPA: Luego, ¿no has de ir a palacio? ELENA: En yendo daré ocasión a irremediables enojos. Juramentada me dejan celos que de mí se quejan que no la han de ver mis ojos, y el cumplirlo es tan preciso como lo es el respirar. JUSEPA: Mil cosas que maliciar, condesa, me da tu aviso. ¿Qué sería si una traza nos quitase, doña Elena, fiestas que el Amor ordena y la sospecha embaraza? ¿Sírvete el conde de Urgel? ELENA: Logrando en ti su cuidado ese miedo es excusado. No fuera yo amiga fiel si, sabiendo que le quieres, te le enajenara yo. JUSEPA: Poco en respetos miró la amistad en las mujeres, ni que lo tema te espante, porque el conde me ha pedido con afecto encarecido y con recelos de amante que, si su quietud deseo, pierda esta fiesta por él; que está celoso el de Urgel del rey. ELENA: Tan hermoso empleo como el de tu amor, ¿qué mucho que del mismo sol te guarde? Mas si el conde hiciera alarde de servirme, como escucho a tus sospechas, ¿quién duda que en no ir allá te empeñaba, porque si me declaraba su pasión, hasta aquí muda, deseoso de obligarme, no diese a celos lugar, a costa de tu pesar? Y así no había de privarme de una fiesta majestad a quererme el conde bien. JUSEPA: Amiga, los celos ven más que la seguridad. Esto por malicia pase. ELENA: Pues agora, ¿adónde vas? JUSEPA: Puede otro precepto más, y dudo, si le quebrase, esperanzas en vislumbres que el pecho obligado esconde. ELENA: ¿Mudable tú? JUSEPA: Fuélo el conde, e imito yo sus costumbres. Ruégame don Juan de Urrea con todo encarecimiento que en este entretenimiento asista, porque desea saber a cuál de los dos obedecen mis cuidados en gustos tan encontrados. ELENA: ¿Qué dices? ¡Válgame Dios! ¿Don Juan te pretende a ti? ¿Don Juan al conde compite? JUSEPA: Pocas lealtades permite Amor, ciego frenesí. ELENA: ¿Qué maravillas no harán tus divinas perfecciones? En efecto, ¿te dispones a atropellar por don Juan con el conde? JUSEPA: De manera que, sin que pierda con él, cumpla yo con el de Urgel y con don Juan que me espera. ELENA: Si es tu ingenio para tanto, mucho tus trazas le deben. JUSEPA: Como a esas cosas se atreven los disimulos de un manto. Pero en efecto, ¿no admites, condesa, el venir conmigo? ELENA: Ya mi imposible te digo. JUSEPA: En las finezas compites con tu hermosura. Las dos no somos de un parecer; pero, pues sin ti he de ver la comedia, amiga, adiós.
Vase
ELENA: No sé como mi pasión ha diisimulado tanto. Engracia, vuélveme el manto. ¿Disfrazada la traición con halagos y caricias? Pero sí, que deslealtades, cuando afectan humildades, nunca vienen sin malicias.
Poniéndose las dos los mantos
De los encarecimientos con que su amor ponderó pudiera, a ser cuerda yo, conocer sus fingimientos y saber cuán engañoso en mi alabanza le escucho; que amor que encarece mucho cerca está de mentiroso. Registrarán mis enojos verdades que lloren luego; que, puesto que Amor es ciego, los Celos son todos ojos. Cubre el rostro y ven conmigo. ENGRACIA: Esperando el coche está. ELENA: Más presto que él llegará, Engracia, el temor que sigo, que lleva alas en los pies. No quiero que por el coche saquen quién soy esta noche, dando qué decir después. ENGRACIA: Pues, ¿qué intentas? ELENA: Que sin verme desgracias pueda mirar; que me muero por hallar lo que hallado ha de perderme.
Vanse y salen el CONDE y don JUAN, como de noche
CONDE: Confiésote que tiene el rey buen gusto, y que es este recreo de príncipes empleo, porque a cifrarse en la comedia viene cuanto entretenimiento deleitoso es alivio del noble e ingenioso. JUAN: De ti, señor, se ampare Apolo defenido. CONDE: Dichoso hubiera sido aunque el rey en su abono se declare, a celebrar su fama. Doña Jusepa, pues con ser su llama de las de Amor amiga, las musas, que aborrece, desobliga. No he podido con ella que vea la comedia, y te confieso --ya sabes que en sus ojos vivo preso-- que, por no hallarse en ella, para mí ha de faltarla la sazón que tuviera con mirarla.
Llégase doña ELENA de medio ojo al CONDE, y apártale de don JUAN
ELENA: Vuestra alteza sea servido de escucharme dos palabras que le han de importar no poco. CONDE: Decid; que no hay importancia que para mí pueda serlo como el servir a las damas. Pero abreviad, si es posible, que advertirá el rey mi falta si no asisto en su comedia. ELENA: Vos pensáis que queda en casa la belleza que os hechiza, y en prueba de que os engaña, disimulada y cubierta es oyente de la farsa porque cierto amigo vuestro que os compite se lo manda. CONDE: ¿Qué decís? ELENA: Lo que es sin duda. CONDE: ¿Y quién es el que maltrata obligaciones de amigo, fiscal vos de su fe falsa. ELENA: Eso adivinadla vos y registrad circunstancias de afectos, cuidados, señas, entre los que os acompañan; que en fe de que Amor es ciego, creyendo que todos andan de la suerte que él, sin vista, pocas veces se recata. CONDE: Algo os duele a vos, señora, este recelo. ELENA: Me abrasa la vida su ingratitud, el corazón sus mudanzas. CONDE: Fïadme, pues, su noticia, que, volviendo por mi causa, de camino haré la vuestra, ya que a los dos nos agravia. ELENA: No lo he yo de poner todo. Lo que os he advertido basta para que estudiéis atento quién de los que os sirven anda esta noche en la comedia diligenciando tapadas; que acciones inadvertidas son lenguas que mudas hablan. CONDE: Pues, no habéis vos de exmimiros siendo parte interesada de tan precisa advertencia. ELENA: ¡Ay, conde infante! Que es tanta la fuerza de mis congojas que, para certificarlas en fe del mal que han de hacerme desvelándose mis ansias, aunque me pese, es sin duda que será en mi vigilancia un lince cada sentido, un Argos casa pestaña.
Llora. Saca un lienzo descubierta la mano y si descubrir el rostro, enjuga los ojos
CONDE: ¡Qué caros compráis, señora, esos celos, pues os sacan prendas del alma a los ojos. (¡Ay, mano hermosa! Tornadla Aparte al guante, que es mi homicida, y no dando yo la causa a las perlas que vertéis, no es bien que, por enjugarlas, mientras sus niñas socorre ne tiranice a mí el alma. Helada ha casi su nieve las no agradecidas llamas que encendió las que os desvela, y con celos es extraña novedad que Amor se entibie. Pero tales circunstancias tiene esa mano hechicera que hiela al tiempo que abrasa.)
Sale un PAJE
PAJE: Ya se han sentado los reyes.
Vase
CONDE: Entrad, señora. (Si iguala el talle a la discreción, y a la mano, Amor, la cara, a sus celos tengo envidia y, aunque ofendido, feriara con el desleal amigo por ésta a Jusepa ingrata.)
Éntranse los dos
JUAN: ¡Notable facilidad! ¡Válgame Dios! ¡Qué contrarias son juventud y firmeza del poder y la inconstancia! Confiesa el conde que adora a doña Jusepa, y cuantas aventuras se le ofrecen le llevan tras sí.
Sale BUÑOL
BUÑOL: ¿Qué aguardas? ¿De qué son los soliloquios hermitaños? JUAN: Comparaba con el del conde mi amor: tan difíciles mis llamas de ofender la prenda mía como las suyas livianas, pues cuantas mira apetece. BUÑOL: ¿Qué quieres? El conde baila al son que doña Jusepa le tañe, pues no se cansa, por enjaularte en su amor, de ponernos añagazas. JUAN: ¡Qué inútiles diligencias! BUÑOL: Eres la lealtad de España, pero veamos las fiestas. JUAN: ¿Qué fiestas, necio? ¿Pagara finezas de Elena ansí? Prívase ella por mi causa de verlas, siendo mujer, y cuando se queda en casa por no ocasionar mis celos, ¿tendré yo gusto en gozarlas? Sólo es objeto mi Elena de mis deleites. No pasa mi aplicación de su vista. Sin vida estoy cuando falta, sordo cuando no le escucho, ciego vivo sin mirarla, cadáver soy si se ausenta. BUÑOL: Perfúmate, pues se aparta; que olerás a cuerpo muerto si estás sin ella sin alma. Válgaos por ponderadores los desatinos que ensartan, los hipérboles que tejen, las locuras que encaraman. Ellos son topos y linces, corren cojos, mudos hablan, penasn glorias, lloran risas, mueren soles, nacen albas, cristal viven, mármol sienten, candor tocan, muerden nácar, besan jazmines con uñas y adoran bostezos de ámbar. JUAN: No murmures lo que ignoras, pero entretanto que gasta la comedia el tiempo en burlas, las veras que me regalan vamos a ver. Sepa Elena que sabe mi amor pagarla primores del mismo estilo que los suyos. BUÑOL: ¿No es hazaña provechosa, si en ti sueña, a las doce despertarla? Déjala amar a cierraojos. JUAN: No duerme quien teme y ama, pues quedando recelosa de que sin ella en la farsa bellas advenedizas solicitan mi mudanza, mal dormirá mi condesa. BUÑOL: Mal o bien, si no es fantasma, celos y sueños a sorbos, ya suspiran, ya descansan.
Sale ENGRACIA cubierta el rostro
ENGRACIA: La multitud de la gente que entró de tropel fue tanta que nos desencadernó. No está don Juan en la sala. Buscarále la condesa y si de la fiesta falta, creyéndole en otros gustos, tragedias nos amenazan, que pagaré yo por todos. Esperaréla a que salga, pues ha de ser por aquí. Quiera el cielo que no caiga sobre mí este torbellino, porque siempre las crïadas hemos de llevar a cuestas los disgustos de las amas. Las congojas del calor me están asando la cara.
Descubre la cara
Perdióseme el abanillo. ¡Jesús! Quiero desahogarla; que aquí y de noche, no luego han de dar conmigo. JUAN: ¡Engracia! ¡Válgame el cielo! ¿Aquí y sola? BUÑOL: ¿Al primer tapón zurrapas? JUAN: Pues, ¿dónde bueno? ¿A quién buscas? ¿Con quién vienes? ¿A qué causa, si entraste a ver la comedia la dejas medio empezada? ¡Ah, Engracia! Las turbaciones, siempre que los labios callan, hacen lengua las mejillas por donde las culpas hablan. Lengua es también de vergüenza y sus colores palabras, que por escrito atestiguan verdades que la acobardan. Las que tu semblante muestra a tu pesar me declaran que fueron en tu señora de más valor las instancias de quien aquí la condujo que las mías. ¡Qué ordinaria es la elocuencia ingeniosa cuando Amor fingiendo encanta! ¡Qué de finezas me dijo! ¡Qué ufano las escuchaba mi crédulo amor y pecho! ¡Qué fácilmente se engaña la sencillez generosa! A ser yo cuerdo, dudara de verdades que peligran cuando son muy ponderadas. ¿No he merecido en efecto que una fiesta perdonara por excusar mis temores? Quien en lo pequeño falta, ¿qué hiciera, Engracia, a pedirla dificultades más arduas? ¿Qué preceptos temió Elena? ¿Quién es el dueño que manda más que yo en su voluntad? Dímelo. Ansí satisfaga, eternamente dichosas, el cielo tus esperanzas. ENGRACIA: Señor don Juan, deteneos. Mirad que ciego os arrastran por extraños descaminos los desaires que os abrasan. Por lo menos, de más fondo es la amante fe que os guarda mi señora, pues si duda no da crédito arrojada. Avisáronla, no ha una hora, que obligasteis a una dama a que, viniendo encubierta, os diese lugar de hablarla. No lo creyó, mas temiólo, que el recelar en quien ama es fineza, y grosería culpar en duda mudanzas. Ordenóme que os siguiese, dióme un caballero entrada, discurrí todo el salón buscándoos la vigilancia de mi solícita agencia que fue, os certifico, tanta que hasta el vestüario mismo registré disimulada. Presumí, como no os veía, que la comedia os feriaba en otra parte ocasiones con la belleza indiciada, y que, fingiendo sospechas, obligasteis a que en casa se quedase mi señora, porque en ésta no os echaran menos amantes desvelos que buscan lo que les daña. Sacásteisme mentirosa, pues donde no os busco os hallan inocente mis quimeras, si bien en razón fundadas. De modo que a un tiempo mismo, desvelando a quien os ama, os quita a vos la paciencia; mas háceos esta ventaja, don Juan, mi cuerda señora, que si teme no amenaza, si duda no certifica, si fiscaliza no agravia. JUAN: Si eso es así, Engracia mía, en albricias de ser falsas mis sospechas, las perdono. ¿Que está mi condesa en casa? ¿Que a ser mi escolta te envía? ¿Que si firme amor realzan celos que le hacen perfecto? ENGRACIA: ¿Con tanto rigor la tratan que han de valerme estas nuevas más de dos joyas o galas? JUAN: Lucirán, si en nombre mío, con ésta las acompañas.
Dale una sortija
ENGRACIA: Recíbola por ser vuestra; y adiós, porque amor que aguarda o desengaños o alivios juzga eternidades largas las dilaciones más breves. JUAN: Obligarásme, si callas malicias de mis sospechas, infinito. ENGRACIA: Sosegarla pretendo yo, no afligirla. BUÑOL: Hablaste tan eleganta, Engracia, en tu legacía que me vas cayendo "en gracia."
Vase ella [ENGRACIA], y sale doña JUSEPA cubierto el rostro
JUSEPA: ¡Qué poco, señor don Juan, os preciáis de adulador, cuando del rey el favor los que en su comedia están afectan! ¿Y vos, ingrato, por bellezas de acarreo que os diviertan el deseo perdéis tan gustoso rato? ¿Cómo verla no queréis, y a sus umbrales estáis? Cuanto más os acercáis, más a su dueño ofendéis; que el escuchar celebrarla es premio del escribirla, pero el no querer oírla es peor que el murmurarla. Poco el amor os abrasa de la belleza que, ausente, empeñandoos obediente, se queda por vos en casa, pues en pago de las veras que en sus afectos lográis, el gusto vulgarizáis con damas aventureras. Pero podréis disculparos diciendo que, aunque es hermosa, la pretendéis para esposa y queréis ejercitaros en manüales favores; que damas de poca estima con somo espadas de esgrima en que se ensayan amores. Si ella en mi pecho estuviera, sin hacer tanta confianza, temiendo vuestra mudanza, disimulada viniera, dándome crédito a mí, a ver lo que en vos tenía. Pero, don Juan, ¿qué sería si esto hubiese sido ansí? Dígolo porque he advertido a los pies de cierto conde no sé qué manto que esconde, con melindre divertido, que por deslumbrar enojos en el tal conde ocupaba los oídos que le daba y en vuestra busca los ojos. JUAN: ¿Quién seréis vos, mi señora, que, fiscal de mis costumbres, dais corteses pesadumbres y obligáis murmuradora? Decidle, que estoy en calma, y mientras me examináis, palabras que al vuelo echáis me van traspasando el alma. Mucho sabéis de mis cosas, pero podré aseguraros que habéis venido a engañaros con sospechas maliciosas, porque por el mismo caso, que por cumplir mi deseo deja mi dama el recreo presente. Suspendió el paso cual veis a su misma puerta sin verle; que para mí, no estando esa dama aquí, no hay cosa que me divierta. Pero, ¿qué manto, qué conde, qué prenda a sus pies es ésa? JUSEPA: Espíritus de condesa manifiesta lo que esconde, y lo bien que os obedece. Si os importa conocella, el conde sale con ella. Ved qué alabanzas merece.
Sale doña ELENA cubierta y el CONDE
ELENA: No desdore vuestra alteza generosas cortesías que le debe mi recato, ni conocerme permita. CONDE: No queráis tampoco vos, prodigioso y bello enigma de quien por fe os idolatra, que ésta os adore sin vista. Yo vi una mano de nieve con llamas de suerte activas que, incencio de mis potencias, helándolas son ceniza. Yo vi en la fiesta esta noche cuantas veces socorría congojas el leve avaro de ese sol que se me eclipsa, a pesar del envidioso manto que su luz me priva, átomo de avaras glorias, instantes breves de dichas, peregrinos mis deseos como el que a escuras camina, que apenas rayos, abortos del relámpago divisa cuando a su luz instantánea cierra la nube cortinas y por minutos de cielos le vende penas prolijas. Amanézcame ya esa alba, aliente flores su risa, crepúsculos desembuchen, púrpuras su oriente vista, sosieguen dudas misterios, salga el sol, descifre el día, --no a ruegos--dificultades entre esperanzas ambiguas. Dadme licencia que os vea. ELENA: ¡Ay, infante! ¡Y qué distintas pasiones nos desconforman y mi quietud martirizan!
Señalando a don JUAN que sigue hablando con doña JUSEPA
Aquel hombre, conde infante, aquel hombre, que entre indignas ingratitudes desmiente la fe con que se acredita, es quien, perjuro a finezas, desdeal os desestima, descompuesto se os opone, tirano mi enojo incita. Perdonadme, que impaciencias, la vez que se precipitan, ni saben guardar respetos ni advierten en cortesías.
Apártase de él y vase llegando a don JUAN sin descubrirse
CONDE: (Aquél, ¿no es don Juan de Urrea? Aparte Luego, si como me avisa, disfrazada esta ponzoña, contra su lealtad conspira y osa hacerme competencia. La dama que solicita es la marquesa inconstante. ¡Ah, sospechas homicidas! Duplicado habéis mis celos, y con ellos se duplican aquí ocultos los pesares, allí claras las malicias. Celos de doña Jusepa justas venganzas me intiman, y celos de quien no veo mi esperanza desatinan. Satisfagámoslos todos, aunque si bien se averiguan, los unos son desengaños pero los otros envidias.) JUSEPA: Don Juan, estimad extremos de quien por vos no hace estima de blasones coronados que mis imperios humillan. Mudanzas piden mudanzas, que en quien agravios castiga no hay venganza más airosa que olvidar a quien olvida. Y, porque llega el infante, adiós.
Apártase y llégase a doña ELENA y dícele
¡Ay, condesa amiga! ¡Qué de ello don Juan de debe! ¡Qué bien empeños desquita! Adorándole, me adora. No hay conde que le compita. No hay rey que se le compare. Loco queda, voy perdida.
Vase. Descubierta [ELENA] a don JUAN
ELENA: En mitad de mis enojos les debo tanto a mis iras, desconocido don Juan, que templada aunque ofendida, vengo sólo a preguntaros...
Habla aparte [y responde a sí mismo el CONDE]
CONDE: (Corrió a la imagen divina del sol estorbos molestos Amor, ciega monarquía, ¡Válgame su luz hermosa! ¿No es la que mis celos miran doña Elena, en quien la fama, para enmienda de la antigua, tanta clausura blasona, tanto recato nos pinta, tanto retiro encarece, tanto desdén nos intima? Pues, ¿cómo sola y de noche créditos desautoriza y, arriesgando honestidades, en don Juan desvelos libra? Pero, ¿cuándo en las bellezas no se valió la mentira de artificios exteriores que uno sienten y otro avisan? Nunca, si bien siempre hermosa, como agora que me hechiza; nunca, aunque siempre discreta, como esta noche entendida. Mas son los celos antojos que con una fuerza misma, haciendo las cosas grandes, encarecen lo que envidian. No la merece don Juan Su amor a Jusepa elija; mas no duplicando ofensas que a mi nuevo hechizo sirvan. Venid, celosos cuidados, desbaratemos la dicha.)
Sale un PAJE
PAJE: Conde infante, el rey os llama.
Vase
CONDE: (Llamas, llamándome, atiza, que con lo imposible crecen. ¡Ah, cielos! ¡Que en tan precisa ocasión el rey me estorbe.)
Llégase a don JUAN; ELENA vuelve a cubrirse
Don Juan, esa dama es cifra de todas mis esperanzas ni negadas ni admitidas. Débola mudos agrados esta noche aunque no vista --que no he sido tan dichoso-- por lo menos advertida a pasiones consultadas. Si mi respeto os obliga, entre tanto que al rey veo, detenedla y divertidla, que presto daré la vuelta. Mirad que me va la vida en esto, y que si se ausenta, la vuestra, don Juan, peligra.
Vase y descúbrese ELENA
JUAN: Vuelve a preguntarme agora, para que inocencias finjas, ¿qué tantas almas me alientan? O, ¿cómo está dividida, si el ser a una sola debo, en bellezas tan distintas, la que tu firmeza agravia, la que mi lealtad derriba? Encaréceme primores de la fe que desperdicias en empleos mal pagados que al escarmiento retiras. Disimula falsedades. Di que veniste a esta quinta a manifiestas traiciones, que mi fe desacreditan. ¿Podrás, mudable, podrás, cuando desmienta mi vista, negar razones al alma que el conde tu amante firma? ¿Qué usuras son las que logra tu engaño a la hipocresía? ¿Qué traiciones sin provecho nunca Amor las quimeriza? ¿Qué interesas en burlarme? O, ¿por qué a mi amor te dignas si me despeñan mudanzas cuando engaños me subliman? ¿Qué sacas de mis tormentos? ¿Qué medras porque perdida mi crédula libertad la despeñen tus caricias? Mira, ingrata, si salieron mis sospechas profecías, falsedades tus finezas, certidumbres mis desdichas. Porque a esta fiesta faltases, atravesando mi vida, pensé obligarte con ella. ¡Qué primorosa! ¡Qué fina! Disimulando cautelas dijiste, por encubrirlas, "¿Vida y tuya? Toma, Engracia, allá este manto." ¡Ah, fallidas confïanzas en mujeres! ¡Cuando más se hiperbolizan, más lejos de las verdades, más cerca de las malicias! ¡Qué necio yo al escucharte! "Sólo en tu vida se cifra mi esperanza, y en su esfera todos mis gustos estriban." Ponderaba tus ficciones y aquellas filosofías de "No jures por tan poco vida en quien vive la mía." ¡Qué mal te salió la traza de la mentirosa espía que, porque me asegurase, vino como tú fingida a ponderarme obediencias de tu fe y que, por lucirlas, despreciando obligaciones no pagaste cortesías. Disimulábate en casa, cuando en ésta a las festivas demonstraciones atenta, porque infantes se te rindan, áspid, a sus pies, negabas lo mismo que apetecías porque cenase deseos lo difícil de tu vista. Ya consiguó diligencias, ya a tu cara sacrifica llamas de amor inmortales, si antes que te viese tibias. ¿Qué más medras? Ya te adora. ¿Qué más triunfos? Ya le humillas. ¿Qué más lauros? Ya te tiembla. ¿Qué más penas? Ya me olvidas. Si el abecé de tu amor, que no ha mucho encarecías, te sirvió hasta aquí de escuela, ya pasa de él. Ejercita facultades de más tomo. Muden tus finezas, niñas. ¡Estudios! Sube a mayores. Postra altezas. Vuela arriba, pero no tan a mi costa; que por sacar tus mentiras airosas de mis agravios, culpas a mi fe. ¿Apercibas que obligan hoy mi impaciencia? ELENA: ¡Ah, desleal! Homicida de esperanzas en ti secas, ¿dobleces tuyas me aplicas? Lisonjero me persuades a que a las fiestas no asista. Por celebrar sin pensiones las que tu traición fabrica, ¿e insultos tuyos me cargas? ¡Ah, cielo! ¡Ah, luces divinas! ¿Cómo consentís que sombras vuestra claridad persigan? ¡Qué seguro te juzgabas cuando en casa me creías, obediente a los preceptos de tu lengua fementida, diligenciando favores de esa leve Luna rica con resplandores que hurtados propiedades al sol quitan! ¡Qué leal para el infante! A estimaciones le obligas cuando, de prendas que adora, privado tuyo le privas! Advertieras, a ser cuerdo, que son los celos justicia que con el hurto en las manos coge engaños que registra. No es la Luna en quien te empleas lo que a la tierra vecina, puesto que [...] monstruo, virreina del sol, le imita. Luna sí, de espejo frágil, que con las acciones mismas que su cristal lisonjean, adula a cuantos la miran. Vióse en ella amante el conde, amante también se pinta. Tu amor en ella retratas. El propio es fuerza te finja si tan perdido por ella estás como ella me afirma. ¿Qué mucho, siendo tu espejo, que vaya por ti perdida? Perdéos, mudables, entrambos, mientras que mi amor consiga ganancias que le mejoren; que yo, para proseguirlas con esmaltes de una alteza, pretendo desde este día sublimar la fe que estaba en tu constancia abatida. Al infante he de querer. JUAN: Ya le quieres; no me digas sino que le has de olvidar, que en ti con la misma prisa que se abrasan tus efectos, las mudanzas los entibian. Mas, porque mejor los logres, yo buscaré medicinas en tu ausencia poderosas contra el fuego que me hechiza. Yo mudable, tu liviana, alejaré mi noticia de suerte de las memorias de mi patria que no impidan ambiciones de tu empleo. Yo, dicurriendo provincias que Aragón, que España ignora, que más la aspereza enrisca, huyendo Circes que encantan, esfinges que precipitan, sirenas que lisonjean, Medeas que desatinan en los desiertos alegre[s] donde las fieras habitan, donde los áspides moran y basiliscos anidan, más seguro en su veneno que en tus aleves caricias, que en tus dobladas ficciones, que en tus finezas de alquimia. Te vengaré con vengarme de mis esperanzas mismas, necias por mal empleadas, báarbaras por presumidas. No aguarden verme tus ojos, no nuevas que, compasivas, tarde tus lágrimas muevan para llorar mis desdichas; que no lo son, aunque maten, las que, cuerdas fugitivas, de tus engaños me ausentan, de tus traiciones me libran. Pues cuando me rediman, serán de mi nafragio alegre calma.
Vase [don JUAN]
ELENA: ¡Tenedle, cielos, que me lleva el alma!
Sale el CONDE, [con escuderos]
CONDE: ¿Qué es esto? ELENA: ¡Ay, hado fiero! Que se ausenta don Juan, que sin él muero, que sin remedio lloro. Infante, que me deja, que le adoro, Id tras él. Detenelde. CONDE: (¡Ah, rabiosas envidias! ¡Ah, rebelde Aparte pasión!)
A los ESCUDEROS
Llevadle preso. (¡Dóblarme agravios y quitarme el seso!) Aparte
Vase [el CONDE]
ELENA: Préndanle, conde, pues nos ha ofendido; que más le quiero preso que perdido.

FIN DEL ACTO PRIMERO

Amor no teme peligros, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002