ACTO SEGUNDO


Salen doña ELENA y ENGRACIA
ENGRACIA: Ya te he dicho de la suerte que la noche del festín a las puertas del jardín se quedó por no ofenderte, pareciéndole delito ver la comedia sin ti, sin osar pasar de allí, ELENA: ¡Ay, Engracia! Que aunque admito finezas que me acareces sólo porque tú las dices, temo lances infelices que me asombran cuantas veces mis desdichas considero. Partióse el rey a Cerdeña y el conde, que se despeña tras su apetito ligero, quedó por gobernador o virrey de esta corona. Si éste, pues, porque blasona que le enloquece mi amor, a don Juan mandó prender, y para desdicha mía guarnece de tiranía los presidios del poder, ¿resistirále mi amante? ¿Qué amenaza, qué promesa, porque admita a al marquesa por esposa, el conde infante ha perdonado? ¿Hay firmeza en el más valiente amor que, coronado el rigor, amenace la cabeza del súbdito en tal fortuna y ose resistir constante? Don Juan es pobre, el infante con la marquesa de Luna le ofrece benigna estrella. Pídele ésta, enamorada. Yo, Engracia, soy desdichada, mi contraria rica y bella, don Juan solo y perseguido, el infante casi rey, la necesidad sin ley interesable el olvido. Contra tantos, ¿qué podrán resistencias del más fuerte? No dudes, pues, de mi muerte en dejándome don Juan. Luego mejor es morir y acabar con mis temores. ENGRACIA: Entretanto que eso ignores, el esperar y sufrir es de ánimos generosos; cuanto y más que no sé yo si por tu causa olvidó los extremos amorosos el conde de la marquesa. ¿Qué? ¿Te esté mal un amante en la calidad infante, con quien tu casa interesa esperanzas cuyo fin te haga reina de Aragón? No tiene el rey sucesión. Solamente don Martín su hermano, si éste muriese sin hijos, es quien le hereda; y luego el conde en quien queda esta corona. Si fuese tan propicia tu fortuna que pasase tu beldad de condesa a majestad, y la marquesa de Luna que agora temes en vano, envidiándote después, se te postrase a los pies y te bese la mano, ¿culparás tu elección? ELENA: Ten, que por verme resinar llevas traza de matar toda una generación. El rey, --déle Dios mil vidas-- es mozo y recién casado, sin que admita mi cuidado esperanzas homicidas.
Sale don JUAN
JUAN: Para que me des albricias, para excusarte congojas, para alegrarte esperanzas y para borrar memorias, he feriado de mi alcaide con dádivas y lisonjas permisiones de tu vista solamente por media hora. Volveréme dentro de ella; que dejé mi fe fiadora y, aunque la juzgas fallida, quien la conoce la abona. ¡Ah, Elena! A ser yo agorero temiera el ver que te nombras como la que, por mudable, llevó tragedias a Troya. No en vano advierten presagios que las estrellas apropian los nombres a las costumbres, porque tal vez se conforman. Excusara yo desdichas a advertir mi afición loca; que fuera asombro ser firme siendo Elena y siendo hermosa. Deslumbróme mi ignorancia; que Amor que ciego se engolfa, como no admite discursos, aunque es dios, peca de idiota; mas no en todo me condenes, pues si te acuerdas, no ignoras cuán atento a mis peligros dudó el alma recelosa desigualdades de prendas, que siendo tan ventajosas en ti, acobardaron llamas que a incendios crecen agora. Riquezas que te autorizan, hermosura con que asombras, discreción con que suspendes, y calidad que blasonas debieran privilegiarte de inclinaciones remotas, ni durables por violentas, ni lícitas por impropias. Yo, en todo tan semejanza de mi padre que me estorban sus heredadas desdichas esperanzas aun en sombra, ¿qué intentaba en pretenderte? O tú, ¿por qué, burladora, si a tu empleo me alentabas, a tus desprecios me arrojas? Digna de imperios naciste, ya pisas casi coronas, un infante te apetece, con él tus afectos logras. Virrey Aragón le adula; quítale dos letras solas al "Virrey", gozarás, reina, majestades a mi costa; que para desocuparte quien me persigue y te adora engaños que me vendiste, me notifica que escoja o el cuchillo mi garganta o esta noche por esposa a la marquesa de la Luna. ¡Proposición rigurosa! Pues "mar" que empieza en "marquesa" y "Luna," inconstancias toda, ¿qué han de dar lunas y mares si no son mudanzas y olas? Muera yo, Elena, mil veces, qyue por ti mil serán pocas; mas porque doña Jusepa, que ingrato a su amor me nombra, no se queje de mí, dila que la coyunda amorosa del tálamo pide un alma de sus potencias señora, y que no es dueño la mía de sí, porque me la robas ingratitudes mudables que tu inconstancia pregonan. Que si tú me la volvieras, pudiera ser que en dichosas correspondencias pagara finezas que Amor retorna. Mas, pues me parto a morir, finge siquiera que lloras pérdidas de un amor firme; seránme tus penas glorias con que, aliviado, fenezca, pues disminuyan congojas lágrimas del enemigo si la compasión las brota. Pero no llores, condesa, que si entre le jazmín y rosa de tus mejillas te atreves a finezas tan costosas, podrá ser me resucites; pues un alma en cada aljófar, tras la noche de mi muerte, me dará vida tu aurora. Y si mil veces me matas y otras tantas me revocas de la quietud del sepulcro, será piedad rigurosa para que viva, matarme. La parca el estambre rompa; que mis desdichas persiggue y tus venturas te estorban. Goza, ingrata, al conde infante y plegue a Dios si le gozas, que Aragón con su diadema te ofrezca sus barras rojas; que yo, si en el otro mundo se tiene de éste memoria, y Amor al alma acompaña, te prevendré protectoras la Fortuna y las estrellas porque tu dicha dispongan, tus esperanzas alegren, y fertilicen tus bodas. El alma, Elena, te dejo. Trátala bien, que fue forma de un corazón en que estuvo idolatrada tu copia. Y adiós, que queda en rehenes mi palabra, y más importa morir que vivr quien deja su fama por sucesora.
Quiérese ir
ELENA: Espera, mi bien, y advierte que aunque airado te retiras, que no ofenden con mentiras los que están, cual tú, a la muerte. Una fortuna, una suerte una sospecha, un error, una desdicha, un temor, nos ocasionan los cielos. Precipitáronse celos; celos cegaron mi amor. ¿Pero, para qué te digo verdades de mi inocencia si el tiempo, todo experiencia, de mi fe ha de ser testigo? Mientras el hado enemigo gasta todo su rigor, ¿no será, don Juan, mejor buscar remedios que basten para que no nos contrasten ni el peligro ni el temor? Dasme el sí de esposo y dueño
Déle la mano
y del modo que las palmas anudándonos las lamas, haces de la tuya empeño. JUAN: ¡Ay, dulce prenda! Pequeño mi mérito a tal favor. Ya moriré sin temor viviendo tú siempre en mí. En la brevedad de un sí te ofrezco un eterno amor. ELENA: Pues ya corre por mi cuenta la integridad de tu fama; no la abrasará la llama de quien profanarla intenta. Por la tuya, esposo, asienta mi honor. Velando sobre él tú cuidadoso, yo fiel, conservémosle de suerte; que aunque se oponga la muerte, no nos le eclipse el de Urgel. Y vuélvete; desempeña en la prisión tu palabra. Diamantes mi fe te labra. Quien piensa ablandarlos sueña. Medios la industria me enseña con que, antes que la belleza del sol trueque la tristeza de la noche en alegría, si logro la industria mía exageres mi firmeza. JUAN: En manos de tu consejo queda, Elena, nuestro honor. ¡Qué receloso mi amor se aparta cuando te dejo! ELENA: La honestidad es mi espejo. JUAN: Sí, pero los de cristal defiéndense, esposa, mal. ELENA: A más riesgos, más cuidado, porque en lo más delicado se desvela el que es leal. JUAN: ¿Si te persiguen? ELENA: Sufrir. JUAN: ¿Si te combaten? ELENA: Vencer. JUAN: ¿Si te prenden? ELENA: Padecer. JUAN: ¿Si te apremian? ELENA: Resistir. JUAN: ¿Si te violentan? ELENA: Morir. JUAN: Pues en la fortuna extrema, mi bien, si dura su tema, sufrir, padecer, penar; que en la honra, hasta triunfar no hay peligros que Amor tema.
éntranse por diferentes puertas. Salen doña JUSEPA y el CONDE
JUSEPA: Mudéme porque os mudasteis, señor conde; que hasta en esto imitándoos las costumbres, me debéis el pareceros. Dejáisme por la condesa y así por don Juan os dejo. De celos éste me abrasa si aquélla os mata de celos. Iguales en las pasiones, una fortuna corremos, un imposible seguimos, una desdicha tememos. Sólo nos diferenciamos en que vuestro amor, ni cuerdo, ni cortés, ni generoso --perdonadme, que no puedo dejar de decir verdades-- con el apetito ciego, con el poder arrojado, con la privanza soberbio, tirano os volvéis de amante y, atropellando los medios que la esperanza consiguen os valéis de los violentos. Tan leal os ha servido don Juan que sus pensamientos, con ser átomos del alma, no han desmandado deseos que merezcan reprimirse, pues con saber de los vuestros cuán inconstantes se mudan, sólo por haberlos puesto de burlas en mí, han bastado a que me pague en despegos finezas que de algún modo disminuyen mi respeto. Dejóme por no dejaros, perdióme por no perderos; solicitáisle a su dama, tenéisle por ella preso, y amenazáisle la vida. ¡Hazaña digna por cierto de un infante, de un virrey, de un señor que, agradeciendo tal lealtad, tales servicios, libra a la crueldad los premios, las venganzas al verdugo, y su garganta al acero! Conde infante, yo le adoro, envidio, lloro, enloquezco, de imposible amor me abraso, estoy perdida de celos. Pero aunque menospreciada de su ingratitud me quejo y a la condesa persigo, no presumáis que pretendo torcer con las amenazas la voluntad que apetezco, ni que a costa de su vida se venguen mis pensamientos. Aborrézcame don Juan y viva, mientras padezco, siglos, para mí de agravios, como él se deleite en ellos; que si en su conservación mis esperanzas aliento, ¿cómo podré sustentarlas, yo sin alma y don Juan muerto? No, conde, no haréis tal cosa; que es don Juan en este reino veneración de los mozos, admiración de los viejos, el triunfo de las hazañas, la escuela de los discretos, la envidia de los Narcisos, el sol de los caballeros. Tiene parientes ilustres, tiene la condesa deudos, tiene espíritus amantes, y yo también, conde, tengo resolución generosa, armas, vasallos y esfuerzo para poner, por librarle, mi vida y estado a riesgo. CONDE: ¡Venturoso en sus desgracias es don Juan, si alcanzó extremos en la condesa y en vos semejantes! ¡Oh, si el cielo de mi fortuna y la suya hiciera un lucido trueco, dándole yo mis estados, dándome él merecimientos de tanta experiencia dignos! Sazonara yo con ellos pobreza y persecuciones y no duplicara celos. Pero aunque culpáis mi enojo, añadiéndome los vuestros, no penséis que, destemplado, porque le envidio me vengo. Quitóle vida y privanza a su padre el rey don Pedro porque, parcial del navarro se carteaba en secreto con él, en ofensa suya, y a no descubrirse intentos de su fallida lealtad, alborotara estos reinos. Don Juan Jiménez, su hijo, es justamente heredero de su sangre y sus acciones. Enseñaros cifras puedo que al segundo don Enrique de Castilla remitieron, y a don Sancho, el de Navarra, don Juan y otros. Mas, ¿qué es esto?
Sale un ALCAIDE
ALCAIDE: Vuestra alteza, gran señor, advierta que la condesa de Belrosal atraviesa solicitudes de amor contra la fe y la lealtad que vuestra alteza me fía. Corriendo por cuenta mía la guarda y seguridad de don Juan, no han de torcerme promesas de este papel.
Dásele y léele para sí el CONDE
Pídeme que huya con él y promete enriquecerme si le saco de Aragón y en Navarra le aseguro. Pero yo sólo procuro cumplir con la obligación de la lealtad que es mi espejo. CONDE: ¡Disculpad, marquesa, agora a vuestra competidora! Decid que llevarme dejo de pasiones y venganzas. Ved si don Juan me sacó verdadero. JUSEPA: (Ya sé yo Aparte lo que pueden acechanzas que buscan contra su vida alguna disculpa honesta.) ALCAIDE: Doña Elena está dispuesta también para la partida. CONDE: Según lo que escribe aquí, hüir intenta con él. JUSEPA: Aunque puede ese papel ser fingido, haced por mí, señor infante, una cosa. Podrá ser si la alentáis que el efecto consigáis de vuestra pena amorosa. ¿No decís, alcaide, vos que la condesa os escribe que esta noche se apercibe para salir con los dos huyendo de esta corona a Navarra? CONDE: Ansí lo afirma esta letra y esta firma. JUSEPA: Pues, si la dicha sazona mis industrias, no dudéis del fin que Amor nos promete. Dé a don Juan ese billete el alcaide, y vos haréis depositar la condesa, sacándola de su casa; pues, en fe de lo que pasa, podéis retirarla presa. Estaré yo en su lugar, vendrá don Juan, todo amor, reconocido a favor tan digno de celebrar. Persuadiréle amorosa que, deudor de mi cuidado, yo la libertad le he dado, pues su dama, temerosa de culpas que la atribuyen, sin saberse a dónde, huyó. En los nobles bien sé yo lo que obligan y concluyen beneficios y finezas. Siéndolo, pues, don Juan tanto, ni descortés a mi llanto, ni mármol a mis ternezas, ha de dejar de pagarlas. Mas, cuando no lo consiga, y leal a mi enemiga perseverá en despreciarlas, viniendo en su busca vos, riguroso e indignado por la prisión que ha quebrado, y hallándonos a los dos solos y juntos, diré que mi firme voluntad se arriesgó a su libertad y que él, pagando la fe de mi amor, se ofrece a darme palabra y mano de esposo. Imploraréos generoso, y vos, cortés, al postrarme a vuestros pies, ya templado, diréis que a mi intercesión confirmáis con el perdón la palabra que me ha dado. ¿Tendrá don Juan en tan poco su fama, mi voluntad, su vida, su libertad que, por doña Elena loco, riesgos a riesgos añada al poder indignaciones, a mis quejas sinrazones, y que no le persüada tanto amor, peligro tanto? No, conde, no lo creáis. De este modo aseguráis la salida de este encanto; porque cuando don Juan niegue que el sí me ofreció de esposo, no será dificultoso hacer que el alcaide alegue haberse hallado presente a nuestro honesto contrato. Aborrecerále ingrato la condesa, y si es prudente, por sólo vengarse de él, admitirá vuestro amor. CONDE: Aunque pudiera el rigor valerse de este papel, y atajar con su castigo estorbos a mi esperanza, venza por vos mi templanza. Seréis vos misma testigo de que ofendido y celoso perdono. Vaya, Beltrán, a la prisión por don Juan. Persüádale ingenioso a que, en fe de ser hechura de la condesa, que está esperándole, pondrá su lealtad en aventura. Déle el papel que le ha escrito;
Vuévesele
y en su casa vos, marquesa, sazonad cuerda esta empresa mientras yo la deposito, y ayude Amor mis quimeras dando a mis penas salida. JUSEPA: (Don Juan, libre yo tu vida, Aparte y más que nunca me quieras.)
Vanse y salen ENGRACIA y BUÑOL, como preso
ENGRACIA: Vengo a verte en las desgracias de tu prisión cada día y, ¿hablasme ansí?
BUÑOL llorando
BUÑOL: Engracia mía, no está el tiempo para gracias. ENGRACIA: ¿Lloras? BUÑOL: Lloro, que el de Urgel, por ser de don Juan crïado, dicen que me ha recetado las gárgaras de un cordel. Lloro la fortuna ingrata del amor que te he tenido, pues me juzgué tu marido y te he de dejar intacta. Lloro las temeridades de don Juan, que siempre necias, en apreturas tan recias repara en puntualidades. Consiéntele que visite esta noche, por media hora, el alcaide a tu señora, con tal que le necesite su fe y palabra a tornarse a la prisión, dentro de ella. Sale alegre y suelto a vella, y cuando pudo escaparse del verdugo y el cuchillo, se vuelve, cumplido el plazo, a fïar la nuez de un lazo y morir de garrotillo. Si él entonces se escurriera y, aunque preso, me dejara, yo después las afufara y perro muerto les diera. ¿No pudiéramos los dos burlar al conde señero? ENGRACIA: Romper su fe un caballero es infamia. BUÑOL: Bien, por Dios. ENGRACIA: Pues el noble y bien nacido que al valor coronas labra, si no apoya en su palabra el crédito apetecido, ¿qué honra podrá sacar su reputación a plaza? BUÑOL: ¡Gentil honra o calabaza! Sacándole a ajusticiar, ¿para qué diablos será en el mundo la honra buena? Ésta deleites condena, ésta pesadumbres da, ésta emborracha ofendidos, amotina bandoleros, empobrece caballeros, y desatina maridos. ¡No estuviera a cargo mío el mundo! ENGRACIA: Buen lance echara. BUÑOL: Honrilla, yo os desterrara de todo mi señorío... Aunque bien considerado, ¿dónde podremos hallar honras ya que desterrar, si en los huesos la han dejado sin topar con ningún hombre? Pues honra y trato sencillo con dignidades de anillo que no tienen más que el nombre. ENGRACIA: ¿Sátiras y sentenciado? BUÑOL: Pues, ¿quién verdades advierte como quien está a la muerte? ¿Sabes lo que he imaginado? Que la honra, la lealtad, el valor, la valentía, la virtud, la cortesía, la fineza, la amistad se han vuelto representantes. ENGRACIA: ¿Qué dices? BUÑOL: Verdades digo. Y si no, busca un amigo y hallarásle en consonantes; que en el tablado remedia riesgos dignos de admirarlos; que ya no es posible hallarlos si no vas a la comedia. Busca una mujer constante, pintarátela el poeta. Busca una hermosa discreta, verás la representante. Busca un capitán valiente, y saldrá del vestuario, un Roldán, un Belisario, admiración de la gente. Busca un padre a quien desvela una hija descüidada, saldrá, desnuda la espada, y en otra mano la vela examinando rincones y registrando tapices. Busca, aunque no satirices, lleno de imaginaciones, a un marido cuidadoso de su casa y de su honor, saldrá al tablado, el color pálido, atento, dudoso, adocenando conceptos que suspendan al teatro, levantándose a las cuatro y en soliloquios secretos su venganza [a] disponer, y después que la fabrique, arrojar todo un tabique sobre su pobre mujer. Todo esto se representa, pero ya no se ejercita. El pesar la salud quita. Ya dan todos en la cuenta y, excusando impertinencias ni discretas ni seguras, la amistad ande en pinturas y el honor en apariencias. ENGRACIA: Dejémonos de malicias que intolerable te han hecho, y ensanchando agora el pecho, mándame muchas albricias. BUÑOL: Mándote quince raciones que a cinco cuartos y un pan razonable pella harán. Mas, ¿de qué me las propones? ENGRACIA: De que tu señor, su dama, tú y yo esta noche salimos de Zaragoza, y hüimos.
Sale un CARCELERO
CARCELERO: Buñol, el alcaide os llama y en casa de la condesa os espera con don Juan. BUÑOL: ¿Cómo? CARCELERO: Quedo, que os oirán los presos y se interesa el perdernos o el ganarnos en salir sin que nos sientan. Con el alcaide irse intentan, y él se ofrece a acompañarnos hasta fuera de Aragón. Soy su pariente y le sigo. BUÑOL: Retrátome, pues, y digo que hay honra, que hay compasión aun hasta en los carceleros. Yo hablé por boca de ganso. Vamos, y pisemos manso. Noche, no nos saques güeros.
Vanse. Salen el ALCAIDE y don JUAN
ALCAIDE: Por la condesa he puesto la vida, hacienda y honra al manifiesto peligro del rigor del conde infante, en fe que la condesa me ha crïado. El sueño su familia ha descuidado; apresurar la fuga es importante antes que vuelva el día. Aquí os aguarda a escuras, que no fía de la luz el secreto que pide tanto aprieto. Entrad callado y disponed prudente la salida de tanto inconveniente; que yo, entre tanto, prevendré caballos, y fuera la ciudad haré llevallos, dando la vuelta luego. JUAN: El apetito, Amor, del conde ciego me obliga por mi honor a tanta ausencia. Favoreced, estrella, mi inocencia; sed mi segura guía; que el hüir su rigor no es cobardía.
Sale doña JUSEPA
JUSEPA: (Hablar a don Juan siento. Aparte Buscad, enamorado pensamiento, entre las protectoras tinieblas de mi engaño encubridoras, razones persuasivas, de suerte en mi favor ponderativas que imaginando soy su doña Elena. Airosa salga yo de tanta pena.) JUAN: Hermoso dueño mío, ¿sois vos la que acreedora del alma que os adora, a pesar del celoso desvarío de un poderoso ciego atropelláis estados y sosiego? JUSEPA: Bajad la voz, don Juan, que cohechados domésticos crïados, puesto que estén durmiendo, estorbarán sazones que pretendo, y no ponderéis tanto el ver que a acompañaros me apercibo, pues si es vuestro el aliento con que vivo, y faltándome vos, mortal mi llanto, si un alma nos anima, un yugo nos conforma, un espíritu solo nos informa y una suerte envidiosa nos lastima, cuando, cobarde, ausente os permitiera y el temor en mi patria me dejara, de mí misma homicida ingrata fuera, el cuchillo yo misma me afilara. Y así, si amante os sigo, a mí misma me obligo, a mí me satisfago, yo me debo a mí misma, yo me pago. Mas, dueño de mis ojos, si la prudencia prevenida impide con tiempo los enojos, y con las ondas el marinero mide, --cuando conspira el mar todo amenazas-- la altura, el fondo tanteando brazas, reconociendo arenas, los linos amainando a las antenas por excusar al náufrago navío del banco, del escollo, del bajío, desidchas prevengamos, prudentes reparemos en el bien que adquirimos, con que huyamos, o en el mal a que el ánimo exponemos. No hagamos incurables sucesos, aunque fieros, remediables. Prendióte la impaciencia del riguroso infante por competir con él, por ser mi amante, dorando su violencia con imputarte insultos entre el navarro y tu inocencia ocultos. Huyendo, pues, daremos ocasiones a las malicias que el furor derrama. Peligrará tu fama, y tú, que tan celoso siempre de ella por sólo defendella, la vida has despreciado, ¿querrás vivir sin honra y desterrado? Consúltate a ti mismo, y templa celos. Contradecir los cielos cuyas disposiciones no te permiten mío, es ciego desvarío. Navegas agua arriba si te opones a lo que el hado ordena. La marquesa de Luna mejorará tu suerte y tu fortuna. No te merece, ¡ay, triste!, doña Elena. Paga, aunque muera yo, su fe constante, despósate con ella. Obligarás al ofendido infante, desmentirás a tu enemiga estrella, no correrá tu fama peligros afrentosos; y si temes, bien mío, que la llama de mis afectos, en tu amor dichosos puesto que malogrados, en el infante ocupe mis cuidados, primero que consiga su aborrecible intento, será sólido el viento, la noche del planeta cuarto amiga, retrocediendo para nuevos daños el cielo, el sol, los ríos, y los años. JUAN: Tan lejos de creer que hablas de veras, tan fuera de pensar que te has mudado escucho tus quimeras, que a sueño los oídos persüado, y mientras no te veo y la voz disimulas, o que te finges la que no eres creo o que, engañosa, mi temor adulas o que, si desmentiste el natural liviano en las mujeres, trocando lo que fuiste por lo que eres, por lo que eres desprecias lo que fuiste; porque prodigio fuera que en ti perseverara constancia que venciera, firmeza que triunfara, y amor impersuasible, que mujer y firmeza no es posible. Aun no ha pasado una hora que al consagrado nudo tu mano aduladora necesitarme pudo, ¡y tan presto, inconstante, desenlazarla intentas! Olvidárasme amante. Llorara yo rigores y no afrentas; pero piadosa ingrata hubieras sido si agravios no aña dieras a tu olvido. JUSEPA: (¿Crüel luego a mis males, Aparte de la condesa esposo, añadiste imposibles conjugales? ¡Ah, cielos riguroso! ¿De qué sirven industrias, trazas, medios que en vano Amor me advierte, si después de la muerte salen desesperados los remedios?) Sacad luces, crïados. Alumbren mis quimeras resplandores, pues ya desengañados ardides de mi amor, quieren rigores quitarme en su venganza aun el frágil favor de la esperanza.
Salen BUÑOL y ENGRACIA con luz
BUÑOL: Engracia, ¡voces y a escuras! Soplonizado nos han. JUAN: ¡Marquesa! JUSEPA: Ingrato don Juan, ya que mi vida aventuras con la desesperación del hallarte enajenado, ya que imposibilitado das a mi muerte ocasión, no la des a la venganza; que esta noche, si resistes a tu enemigo, entre tristes obsequian de mi esperanza te han de acabar. Esto es cierto. Sal de tan confuso abismo, redímete tú a ti mismo, viv[o] ingrato y no fiel muerto. Triunfe de mí mi enemiga, y pues no medre quimeras, suplan tus burlas mis veras. Permite que al conde diga que a las coyundas unidos del tálamo soy tu esposa. Dame la mano engañosa, estudia afectos fingidos que al conde puedan templar, para que huyendo de aquí, aunque, ingrato, te perdí, los dos os podáis librar, que mientras que al conde aplaques, yo estorbos allanaré. Yo, don Juan, trazas daré para que a tu esposa saques. Testigos tienes aquí cuando la mano me des que atestiguarán después la verdad. ¿Qué importa un "sí" cuando dice el alma un "no" que ha de costarme la vida" O júzgame mi homicida o libre la tuya yo. JUAN: Marquesa, aun ansí rehuso ofender mi esposa bella. BUÑOL: ¡Cuerpo de Cristo con ella! ¡Miren qué marido al uso! Que may muchos que por mudar ropa limpia en todas partes se desposan cada martes. Sé marido titular pues no nos cuesta dinero. ENGRACIA: Señor, ¿por qué desestimas remedios con que redimas, burlando al conde severo, tu vida y la de tu esposa? Testigos somos los dos de este engaño. BUÑOL: ¡Aquí de Dios! Esto de morir, ¿es cosa de sorber huevos? Acaba. Mira que el infante llega. JUAN: Desesperado es quien niega la fe que tu amor alaba. A seguirte estoy dispuesto; seráte de hoy más, señora, mi vida eterna deudora del empleo en que la has puesto. ¡Oh, quién dos almas tuviera para pagar con la una de la marquesa de Luna la piedad más verdadera que a historias dieron motivo! JUSEPA: No hay favor que satisfaga, don Juan, como el que sin paga no está atenido al recibo.
Salen el ALCAIDE y doña ELENA
ALCAIDE: De suerte os ama el infante que, aunque indignado, os permite vuestra casa. Solicite brevemente vuestro amante la jornada prevenida, que yo, como os ofrecí, cumpliré la fe que os di aunque aventure la vida.
Vase
ELENA: (No alcanzo, confuso cielos Aparte el fin de mi suerte escasa. Sacóme el conde de casa culpándome sus recelos, ¿y restitúyeme agora, cortés y amante? ¡Ay de mí! Algún engaño hay aquí que en su ofensa el alma ignora. Pero, ¿no es aquél don Juan? ¿La marquesa, no es aquélla? ¿Libre en mi casa y con ella? Ya mis sospechas se van convirtiendo certidumbres.) JUSEPA: ¿De qué sirve encarecerme los que confiesas deberme para aumentar pesadumbres? No excedas de agradecido; que si es mi vida la tuya, cuando te la restituya, suficiente paga ha sido el permitirme llamar, del modo que hemos trazado, tu esposa. ELENA: (¿Cómo? ¡Ay, cuidado! Aparte ¿Esto venís a escuchar? ¿De doña Jusepa esposo don Juan, y que él lo confiesa? ¿Su vida de la marquesa deudora? Amor engañoso, no me permitáis más viva. Salga el alma por los labios. Ponzoña son los agravios. A su pena se aperciba quien los engendra en mi pecho. Muera y mate mi dolor.)
Salen el ALCAIDE, el CONDE y otros
ALCAIDE: Éste es don Juan, gran señor. CONDE: No lograrás satisfecho, ingrato, desconocido a tu lealtad, a tu ley, a tu patria, y a tu rey, y al favor que me has debido, la fuga con que confirmas delitos que disfrazaste, y de tu padre heredaste. Tus papeles y tus firmas disculparán la aspereza con que el rigor te amenaza. Mañana verá en la plaza este corte tu cabeza. JUSEPA: Corta primero la mía, si en tanta severidad pierde el blasón la piedad que en ti mi esperanza fía. Don Juan, gran señor, se ofrece, si tu indignación mitigo, a desposarse conmigo. Lo que la envidia encarece desmentirá de este modo. No salga con su interés la malicia. En estos pies consiste mi amparo todo. CONDE: Alzad, señora, del suelo. Discreto don Juan ha andado en valerse del sagrado que en vos imita al del cielo. Daos las manos, que yo doy por ellas su libertad. Vuélvale vuestra beldad a mi gracia; que desde hoy agravios pongo en olvido. JUAN: Si tanta suerte intereso por esta mano que beso, feliz mi desdicha ha sido. En ella mi suerte fía mi seguridad.
Vala a dar la mano y apartándosela doña ELENA dice
ELENA: ¡Traidor! ¡Y tu dios, mi fe, mi amor! JUAN: ¡Esposa del alma mía! ¿Vos presente y yo inconstante? ¿Yo cobarde y vos leal? Perdone el riesgo mortal que tiene el temor delante. Perdone el severo infante, la marquesa compasiva, la Fortuna ejecutiva, las plebeyas opiniones, las piadosas persuasiones, que sin vos quieren que viva. Que, puesto que la clemencia de la marquesa me nombra su esposo, no más que en sombra, su consorte en la apariencia; sombra en vuestra presencia se atreve a desposeeros de los derechos primeros que el tálamo pudo daros ni aun en sombra ha de agraviaros, ni en apariencia ofenderos. Conde, en esta hermosa mano
Dásela
dos almas enlaza Amor cuyo nudo es el honor, cuyo imperio es soberano. Desatarle será en vano mientras conformes y unidas sus coyundas no dividas. Si a Alejandro has de imitar, y el romper es desatar, rompe el lazo a nuestras vidas. Pero si el rey te encomienda su imperio, y toda tu acción consiste en la obligación de que por ti se defienda, reino es mi honor. No pretenda ningún tirano usuparle; que sabrá mi fe guardarle y mi valor defenderle. ¡Perderme por no perderle, y morir por conservarle!
Saca la espada y llévase a la CONDESA
CONDE: ¡Id tras ellos! ¡Deteneldos! ¡Que un hombre se atreva a tanto!
Vase
JUSEPA: Encubridlos, cielo santo. Noche oscura, defendeldos. BUÑOL: ¡Ah, azadas toscas! ¡Oh, bieldos! ¡Oh, tasajos labradores! Seguros de estos temores, ¿quién fuera vuestro gañán? JUSEPA: Líbrese, cielos, don Juan y mátenme sus rigores.

FIN DEL SEGUNDO ACTO

Amor no teme peligros, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002