NO HAY BURLAS CON LAS MUJERES

Antonio Mira de Amescua

El texto presentado aquí, NO HAY BURLAS CON LAS MUJERES, está basado en la edición príncipe en QUINTA PARTE DE COMEDIAS ESCOGIDAS DE LOS MEJORES INGENIOS DE ESPAÑA (Madrid: Pablo de Val, 1654) con el apoyo de la esmerada edición de John Lihani (tesina de M.A., The Ohio State University, 1950). La edición presente fue preparada por Vern G. Williamsen in 1987.


Personajes que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Salen don LOPE y Don JACINTO
LOPE: Ni a mi amor ni a mi lealtad debes tan cauto retiro, cuando en tu semblante miro indicios de novedad; que no es amigo perfeto quien de su amigo recela con ardid y con cautela el alma de algún secreto. Esta tristeza me admira, pues si a la pena te dejas los labios callan las quejas y el corazón las suspira. ¿Tienes amor? JACINTO: No es amor esta congoja que siento. LOPE: Pues, ¿qué tienes? JACINTO: Un tormento que me toca en el honor. Por eso, de mi cuidado no te doy parte; que ha sido malo para referido y bueno para callado. Y tanto más el pesar, y la congoja, atormenta, cuanto es forzoso que sienta sin poderse declarar; que en alma de dolor llena, por más que su mal se aumente, no es pena la que se siente, la que no se dice es pena. LOPE: No sé que de tanto amor como profesamos crea que haya recato, aunque sea en las materias de honor. Pues, si un alma habemos sido, en un alma es vano intento, dejándola el sentimiento, querer quitarla el sentido. Hoy, si bien se considera, me parece más süave una pena que se sabe que una pena que se espera, porque viene a padecer, quien su mal ha conocido, la pena sola que ha sido y no cuantas pueden ser. Y así juzgo más agravio, y más causa a mis enojos, que lo que dicen tus ojos me esté negando tu labio. JACINTO: Tanto, don Lope, me aprieta tu razón y tu amistad que fiaré de tu lealtad toda mi pena secreta. Ya sabes, don Lope, amigo, que de Madrid partí a Flandes trocando ocios de la corte por estruendos militares. Llegué contento a Bruselas, besé la mano al Infante, --bizarra envidia de Adonis, fuerte emulación de Marte-- que correrán sus hazañas escritas por las edades con las plumas de la Fama en limpio bronce y diamante, sin que borran las memorias de sus hechos inmortales la envidia para ofenderle ni el tiempo para olvidarle. Señalóme en la campaña los gloriosos estandartes en que militamos juntos los dos, y en que profesaste conmigo tanta amistad que eran las dos voluntades un solo gusto, una vida, un aliento y una sangre; porque un alma nos regía dividida en dos mitades, y nos juntaba una estrella con unión inseparable. Allí vivimos tres años tan sin conocer pesares entre las balas y picas, entre las trompas y el parche, que sólo era nuestra guerra el descanso de las paces, y nuestro divertimiento los ejercicios marciales, cuando me vinieron nuevas de la muerte de mi padre y fue forzoso que a España me partiese y te dejase para acudir brevemente a negocios importantes de mi herencia y dar estado a Arminda mi hermana, al áspid, a la muerte que me ahoga y el veneno que me trae sin vida; que es gran desdicha que a un bien nacido no baste guardar el honor en sí, siendo malo de guardarse, sino que leyes injustas le obliguen a conservarle en una hermosura libre, en un depósito frágil, en una hermana, cristal que se empaña al primer aire. Llegué a Madrid. Recibióme con apacible semblante mezclando risas y llanto, alegrías y pesares de mi gustosa venida y memorias de su padre; que aun en los más duros pechos es forzoso, al acordarse sentimientos que se fundan en causas tan naturales, humedecerse los ojos y el corazón ablandarse. Vivíamos de esta suerte no hermanos ya sino amantes; que crece mucho el amor con el lazo de la sangre, cuando en la serenidad se levantan huracanes de recelos a mi honor, borrascas que me combaten, peligros que me amenazan con furiosas tempestades, que en los golfos de la honra zozobra toda la nave. LOPE: (¡Cielos! ¿Qué es esto? ¿Si acaso Aparte don Jacinto entiende o sabe que a Arminda, su hermana, adoro, y que con su fuego arde en gustoso sacrificio sobre sus limpios altares mi corazón amoroso, mi pecho siempre constante?) JACINTO: En sus dos ojos leía alguna viveza fácil, algún cuidado que nunca sabe bien disimularse, sin que el recelo y cautela pudiese bien informarme de esta llama que sentía, de este incendio tan cobarde que por más que le malicio pude menos apurarle. Hasta que advirtiendo atento con más cuidadoso examen he visto que don García... (No sé cómo declararme Aparte sin que las voces del labio el rostro en colores pague...) LOPE: ¿Qué dices? JACINTO: Que don García de Meneses por la calle alrededor de mi casa y aun en mis propios umbrales, como loca mariposa la llama ronda agradable, la luz festeja apacible, la antorcha mira süave, dando tornos al peligro en que llegará a quemarse, si mis recelos apuro y si a luz mi verdad sale; porque a uno y otro alevoso, a uno y otro loco amante, seré rayo que consuma, seré veneno que acabe, seré relámpago ardiente, seré furia, seré áspid, seré flecha que derribe, y seré incendio que abrase. Quédate con Dios, don Lope, que yo quiero, vigilante, en la fuerza de mi honor asistir atento alcaide.
Vase don JACINTO
LOPE: ¿Qué es esto que escuché? ¡Cielos! ¿Son sueños o son verdades, son engaños del sentido o son desengaños? Males, ¿Para qué venís tan juntos si no pretendéis matarme, si no queréis consumirme con tan rigurosos lances? ¿Arminda ingrata me ofende? ¿Y don García es su amante? Su hermano mismo lo dice; yo lo escucho, y él lo sabe. ¿A dos engañas a un tiempo ¡Oh, mal hayan las beldades que buscan a su belleza un apoyo en cada amante! ¡Y mal haya la hermosura que nació para ser fácil! ¡Mal haya quien su amor pone en bellezas tan mudables; que más que el fuego ligeras, que más que el aire inconstantes, que más que el agua engañosas vencen agua, fuego y aire! ¿Estas son tantas caricias? ¿Estos son tan agradables favores como me dijo aquel basilisco ángel? ¿Estos seis meses de amor en que escuché voces tales, promesas de fe tan pura, ternuras de amor tan grandes, mentiras tan aparentes, tan gustosas falsedades, que a pesar de mis desvelos pudieron asegurarme? Pero yo haré, bella ingrata, que tantas ofensas pagues, que tantos engaños sientas, que tus mentiras se aclaren, que tus memorias se borren, que se admiren mis verdades, que se sosieguen mis penas, si es que pueden sosegarse. Y sepa el mundo que he sido el más desdichado amante que en las memorias del tiempo han escrito sus anales, para que los hombres todos en mi amor se desengañen que no hay fe correspondida, y que no hay lealtad constante.
Vase. Salen ARMINDA, dama, con un papel en la mano y LUCÍA, criada
ARMINDA: ¿Qué intenta don García con tan loca porfía, pues los atrevimientos desbaratan y no ayudan sus intentos? Que pensar ser amado a pura diligencia del cuidado, si la estrella no inclina, es violentar la parte más divina que en nuestros pechos generosos mora. Si a don Lope gallardo mi alma adora, si un alma a los dos rige, y un aliento, si somos una vida, un sentimiento, ¿cómo quiere atrevido dejar vida faltándole el sentido? ¿Y cómo sus razones podrán dejar un alma sin acciones? LUCÍA: Señora, no te ofende quien su amor puro descubrir pretende; que cuando no se mire bien querido, es halago a la pena ser oído, y ninguno en sus males se condena a negarse el alivio de su pena; pues cuando sus intentos no adelante, se alienta con que sepan que es amante. ARMINDA: Antes de tus razones bien infiero que no es amante fino y verdadero el que por el alivio que desea pone a riesgo el honor que galantea; pues de su mismo estilo cierto arguyo que atropella mi gusto por el suyo y viene a ser delito venderme por fineza su apetito. Este papel arrojo, que excusado, estuviera el ser necio y porfïado.
Arroja el papel sobre un bufete
Don Lope es mi amor todo y llégole a querer yo de tal modo que si mayores prendas encontrara, que no las puede haber es cosa clara. Sólo por estimar su amor constante las burlara más firme que el diamante, y con lealtad no poca venciera las durezas de la roca. LUCÍA: ¿Tanto le amas, señora? ARMINDA: Lucía, de tal como me enamora su trato, sus respetos y su agrado, que sólo vivo de lo que le he amado, y esto de tal manera que, a no amarle tan fina, me muriera; pues si es verdad sabida que el amor es el alma de la vida, tengo por cosa clara que a no amarle la vida me faltara y para más tormento, sólo quedara vida al sentimiento. LUCÍA Bien lo has encarecido. ARMINDA: Pues, aún no mide el labio lo sentido; que en mi amor fuera mengua caber en los espacios de la lengua. Y así a decirlo todo no se atreve, que es para tanto amor cárcel muy breve. LUCÍA: ¡Tu hermano viene! Ese papel recoge. ARMINDA: ¡Ay, Dios, si podré ya! LUCÍA: Él te le coge, con que somos perdidas.
Va a coger el papel del bufete y entra don JACINTO
JACINTO: ¡Qué turbadas están y qué rendidas a nuevos sustos! ¡Oh, rigor tirano! Dime, Arminda, ¿qué tienes en la mano? ARMINDA: Hermano, don Jacinto, señor... era... JACINTO: Acaba de decirlo. LUCÍA: (¿Qué quimera Aparte podrá inventar que no se aclara luego?) JACINTO: Enseña este papel.
Quítaselo de la mano
ARMINDA: Oye, te ruego. JACINTO: Dámele o, ¡vive el cielo!... ARMINDA: (El corazón se me ha trocado en hielo; Aparte que a la desdicha mía hubo de dar principio don García). JACINTO: ¿Tú papeles? Infame, ¿Tú papeles que son testigos fieles de mi deshonra y de mi pena? Ingrata, tú borras cuanto honor en blanca plata, cuanto en cristal nevado tienes de tus mayores heredado. ¡Vive Dios, inhumana, mi homicida, que has de pagar la culpa con la vida! ARMINDA: Ya no es tiempo, don Jacinto, que al escuchar mi deshonra venza el ardor que me alienta el silencio que me ahoga. Ya no es tiempo de excusar la defensa que es tan propia por no ocasionar en ti la pena que es tan forzosa. Corrida estoy que presumas que se olvida mi memoria de tantos nobles respetos, de acciones tan decorosas, de tanta sangre heredada, de nobleza tan notoria como en Peraltas y Silvas es bien que se reconozca. Murió tu padre y el mío y quedando yo tan sola en una edad floreciente, que en la ocasión más forzosa, el desmán menos atento, fui bronce, fui dura roca, fui peñasco y fui diamante a toda amante lisonja, corriendo tan sin ofensa por la fama escrupulosa que no advirtió en mi pureza la menos culpable nota. Viniste de Flandes tú, y rendida a tu custodia, en tu semblante miraba de mis acciones las copias. No amé lo que tú no amabas. Adoraba lo que adoras. (Bien dije, pues que don Lope, Aparte su amigo, es toda mi gloria). Nunca oíste de mis labios, nunca escuchaste en mi boca razón que no descubriese indiscutible concordia, ademán que desdijese de mi sangre generosa ni acción que no se rindiese a tus obediencias prontas hasta que de don García la dulce pasión zozobra la necia serenidad que nuestros afectos logran. Vióme y amóme tan fino que con apariencias locas, cuando más pierde mi agrado, piensa que más le soborna. Advertíle que templase de su incendio las congojas porque no fuesen ofensas las que juzgaba lisonjas, pues él se cansaba en vano y yo advertida a mi honra burlaría sus ardides con una constancia heroica. Las astucias que ha intentado no las repetiré agora; basta que en ese papel, leyéndole, las conozcas. Pues, se remitió este pliego como que de Zaragoza le envïaba nuestro primo por orden de otra persona. Y como ya cada día para celebrar sus bodas a don Diego y doña Laura los esperamos por horas, me persuadí era verdad, siendo malicia engañosa hasta que viendo la firma reconocí la ponzoña. Y por no darte pesar le fui a esconder; que no todas las ocasiones es bien que las sepa quien las nota. Si el ser amada es delito, siendo inevitable cosa, y si el galantear la abeja la majestad de las rosas, susurrando diligente su desvanecida pompa y festejando su aseo grano a grano y hoja a hoja, es ofensa a su pureza, esa espada cortadora, ese acero de dos filos o este puñal duro, toma y atravesando mi pecho rasga, hiere, rompe, corte mi corazón atrevido, bañándose en sangre roja para que pague culpada vileza tan alevosa, delito tan indecente, desenvoltura tan rota, agravio tan mal nacido, culpa tan ignominiosa; que estimo más que la vida los decoros de la honra. JACINTO: Ni a tus razones me rindo, ni a tu voz artificiosa, hasta que de tantas dudas el nudo difícil rompa. Yo apuraré la verdad esta noche, y en ti propia o sentirás el castigo o lograrás la victoria; que ningún amante sigue una pasión amorosa si le burlan con desprecios el golpe de sus lisonjas. Y, ¡vive el cielo!, si hallo en tu honor la menor nota, en tu opinión leve mancha con que mi sangre desdoras que has de pagar con la sangre que te dio vida alevosa, atrevimiento tan fácil y facilidad tan loca.
Vase don JACINTO
ARMINDA: Lucía, esto es hecho. Mi desdicha me tiene helado el pecho, desmayado el aliento, muerta la vida y vivo el sentimiento. No hay qué esperar, Lucía. Mi hermano va a saber de don García con alguna violencia la mentira o verdad de mi inocencia. Y en negocio que está tan peligroso, el seguir lo seguro es lo forzoso porque puede, irritado, mentir algún favor que no ha logrado. LUCÍA: Pues, ¿Qué quieres mandarme? ARMINDA: Un papel a don Lope has de llevarme, que me importa la vida. LUCÍA: Siempre de mí serás obedecida. ARMINDA: Él es noble y me adora. LUCÍA: Pues, ¿qué intentas, señora? ARMINDA: El tiempo sólo te diría el efeto; que por agora impórtame el secreto. LUCÍA: Pues, no nos detengamos; que perdemos el tiempo. ARMINDA: Lucía, vamos; que en ocasión que es ya tan importuna conviene echar el pecho a la fortuna.
Vanse. Salen don LOPE, de camino, y MOSCÓN, lacayo
LOPE: ¿Están los cofres lïados y todo dispuesto? MOSCÓN: Sí, señor. LOPE: Pues [ya], Moscón, di que los lleven los crïados al arriero al momento; que importa la diligencia. MOSCÓN: Señor, ¿quién tendrá paciencia para no contarte un cuento? Hubo un cura en un lugar y cuando estaba en la cama, porque no le viese el ama, procurábase cerrar. El ama, que era despierta y de humor particular para poder acechar, hizo un barreno en la puerta; y viéndole que elegante unos versos escribía y las uñas se mordía por hallar un consonante sin descubrirle a reloj, la horma de su zapato dio una voz muy sin recato, diciéndole boj y ¡oj! Consulta al ama, que puedes según el lance que vi valerte mejor de mí que dar por esas paredes. Si reventándote veo, y callando la ocasión, aplica el cuento. LOPE: Moscón, tu astuto consejo creo. Pero no puedo decir mi pena, que es de tal suerte que o me acabará la muerte o de aquí me he de partir. ¡No más, Madrid, no más, fiero golfo de engaños incierto, vil laberinto encubierto! A mi patria volver quiero para poder descansar de tan indigno cuidado. MOSCÓN: Señor, ¿sabes qué he pensado? LOPE: ¿Qué? MOSCÓN: Que te vas a casar. Porque tan apresurada partida con tan secretas prevenciones de maletas y cuentas con la posada, tal suspirar y sentir, tal suspenderte y temer quien se casa lo ha de hacer, pues ve que se va a morir. Porque una mujer celosa con una cara de arpía, una suegra y una tía, una cuñada envidiosa, cuando riñen un "¡Mal haya el que con él me juntó!", capote si se enojó, el hacer que se desmaya, el no quererse acostar, perpetua ceño y disgusto, al marido más robusto es fuerza que ha de matar. Y según lo que yo siento, si es que tengo de decillo, más tomara un tabardillo que admitiera un casamiento. Vete, señor, que yo quiero con don Jacinto quedar antes que ir allá a llorar hecho tu sepulturero. Pero aquí viene Lucía que es mi gusto y es mi amor.
Sale LUCÍA con manto y un papel
LUCÍA: Arminda hermosa, señor, con este papel me envía para que luego al momento le respondas, porque importa. LOPE: Enseña. MOSCÓN: La nema corta con grande divertimiento.
Hablan a un lado del tablado MOSCÓN y LUCÍA. Apártase al otro don LOPE y lee el papel
LOPE: "Señor y dueño mío: Don Jacinto. mi hermano, no sin duda ha sospechado nuestro amor; porque anda de manera grosero conmigo y consigo despechado, que temo alguna violencia. Y así para asegurar mi vida y vuestros intentos del casamiento, importa que esta noche a las nueve partamos a Segovia, vuestra patria; que allá lo dispondremos todo. Yo llevaré mis joyas y os guardaré en la Casa del Campo. Vuestra esposa, Arminda." (Notable desembarazo, Aparte pero ocasión venturosa para una venganza airosa). LUCÍA: ¿Qué dices? LOPE: Que es corto el plazo, pero que sin falta haré cuanto me manda. LUCÍA: Pues voy. Adiós.
Vase LUCÍA
LOPE: Mis agravios hoy, y su engaño vengaré. Ven, Moscón. MOSCÓN: Mi amo contrito, Lucía tan presurosa, él suspenso, ella fogosa, jornada con papelito... Algún gran daño imagino, sin duda, que hay cosa nueva. No iré a Segovia aunque llueva Dios sobre mí paño fino.
Vanse. Salen don DIEGO, don PEDRO y LAURA, dama, todos de camino
DIEGO: Éste es el sitio ameno de tanta fama como pompa lleno, que esta verde espesura esperanzas promete a mi ventura, si es que verde esperanza no encuentra el desengaño en la mudanza; que el primer aire helado desnuda de su pompa el verde prado, y con breves congojas burla el copete rizo de sus hojas. Estos coposos álamos, señora, que a recibir las luces del aurora parece que se empinan, cuando sus lentos pasos adivinan; jaulas son verdes de canoras aves, en que cantan süaves con acorde armonía desde que nace hasta que muere el día. Y esta fuente sonora en perlas paga perlas del aurora. Esto, que a breve espacio reducido cifra del campo todo lo florido, y es del galán abril pompa templada, la venta es de Viveros celebrada, que en olmos, flores, yerbas, aves, fuentes os ofrece a los ojos sus ardientes lisonjas amorosas, cuando en vuestras mejillas halla rosas, y en vuestro bello labio de los claveles un hermoso agravio, cuando en la frente y manos ve nevadas jazmines y azucenas tan mezcladas que entre el desvelo no distingue apenas cual es jazmín y cual es azucenas. Descansad aquí un poco si cansada venís o disgustada de algún cuidado. LAURA: No hay divertimiento a tan largo camino. (Y al tormento Aparte de una pena que ocupa el alma toda con las memorias solas de una boda). PEDRO: ¿Qué tienes, Laura? Di, que tal tristeza, tal suspensión sin alma, sin viveza, al mirar, al sentir, en las razones tan muertas las acciones el color tan mudado, arguya en tu semblante algún cuidado y yo no le adivino. LAURA: Es, señor, el cansancio del camino. DIEGO: Ea, que breve es ya nuestra jornada, y en Madrid de mis primos hospedada, regalada y servida, cobrarás el aliento y yo la vida. LAURA: ¡Ay, Dios! PEDRO: Laura, ¿suspiras? DIEGO: (El pecho se me abrasa). Aparte PEDRO: (Yo ardo en iras). Aparte ¿Qué sientes? Que imagino... LAURA: Señor, es el cansancio del camino. PEDRO: (Disimular me importa). Aparte DIEGO: (Yo recelo Aparte que vive Laura con algún desvelo porque cuantos indicios ha mostrado son argumentos claros del cuidado que ocupa su sentido). PEDRO: ¿Ha el crïado partido a avisar a tus primos que llegamos? DIEGO: Ya les avisó que esta noche vamos, porque estén prevenidos. LAURA: (¡Que así robe un cuidado los sentidos Aparte y que dos veces solas que tapada hablé a aquel hombre, yendo a su posada sin decirme su nombre ni quién era, me pueda atormentar de esta manera! ¡Oh, influjo celestial de amor aleve que puedes tanto en término tan breve! No puedo yo negar, yo no lo niego, que es muy galán don Diego, que me agasaja y que me obliga amante, que es discreto y galante, pero mi estrella, que es porción divina, a lo que vi una vez siempre me inclina, y por más que me obliga y que me ruega, a sus finezas y a su amor me niega). PEDRO: Vamos, que se hace tarde. LAURA: Vamos, señor. DIEGO: (El pecho todo me arde Aparte con tan nuevo recelo, que ver a Laura en suspensión de hielo, suspirar siempre, siempre divertida, melancólica, triste y afligida, el semblante lloroso, me trae de Zaragoza cuidadoso; y aunque la adoro tanto, aunque la quiero, velar sobre el honor es lo primero). PEDRO: Vamos, señor don Diego. DIEGO: Vamos, que el corazón se abrasa en fuego.
Vanse. Salen don LOPE, de camino, ARMINDA, de color, con manto y un cofrecillo con joyas
ARMINDA: Gracias a Dios, mi don Lope, que llegaste; que el temor me tenía tan mortal, tan turbada el corazón, tan desvelado el discurso y tan suspensa la voz que cada sombra era un susto, cada ruido una aflicción, cada inquietud de esas ramas, que al aparato del sol, siendo defensa del Prado, con frondoso pabellón, era un ahogo a mi pecho, una congoja, un dolor que acusaba en mi pureza tan nueva resolución. Toma estas joyas y estima la fineza de mi amor más leal, más generosa que de mi pecho crïó, que presumió de mí misma la misma imaginación; pues atropello constante en los fueros del honor las apariencias por ti, pero las verdades no; que no me estimara tuya faltando a mi obligación. De esposo, señor, me diste la palabra, y quiero hoy guardar para ti la vida, pues desde aquí tuya soy. Vamos a tu patria ya, antes que de mi hermano el rigor nuestros intentos estorbe, y estorbe nuestra afición. ¿Qué te detienes, mi bien? ¿Qué te suspendes, señor? Que de tu mudo silencio triste y admirada estoy. LOPE: Ingrata y crüel Arminda, esta muda suspensión, este debido silencio, este advertido furor, tus engaños, tus mentiras, tu cautela ocasionó, para hallar en tu venganza lo que mi pena no halló. Ya vivo desengañado de que es el más fino amor en la injuria de los tiempos como la nube que al sol, a quien debió generoso levantarla de vapor, hasta formar en el aire una bellísima unión, un cuerpo tan transparente, que con hermoso arrebol, luz a luz y rayo a rayo, su pompa vana doró; y después ingratamente estorba su resplandor hasta sus luces, e intenta hacer vana oposición al planeta que en los cielos es el antorcha mayor, a quien la nieve y el oro de su aparato debió. Así lisonjas, halagos, fe, diligencias, amor, ansias y finezas mías tu injusto trato burló. De Flandes vine a Madrid. ¡Oh, nunca, pluguiera a Dios, hubiera visto sus calles, hubiera mirado yo en tu belleza, en tus ojos, en tu engañoso favor, hechizo tan apacible, veneno de tal sazón que apeteciéndole el alma toda el alma me robó, entrando por los sentidos a asaltarme el corazón! Por ti me quedé en Madrid y por ti se me olvidó de mi patria y de mis padres aquel natural amor. Obligóte mi fineza y vivíamos los dos como la concha y la perla, como en el ramo la flor, como el diamante y el oro en inseparable unión, como supiste mil veces del alma que te adoró. En este engaño vivía cuando me desengañó tu mismo hermano que amabas --aún no, no acierta el dolor a declarar de confuso que penas del corazón mejor las dice el silencio que las pronuncia la voz-- que amabas a don García de Meneses, que burló tantas esperanzas mías su dichosa posesión. Hoy te ha cogido un papel, y un papel me escribes hoy en que dices que por mí sufres el necio rigor de tu hermano; que te saque de tan injusta opresión, porque temes que tu vida peligre en su falso error.
Sale don GARCÍA, de noche
GARCÍA: (Éste es el sitio apacible Aparte que a su duelo señaló don Jacinto de Peralta, receloso de su honor. Ésta es la Casa del Campo donde me desafïó por su papel, y así quiero darle aquí satisfacción o vencer su atrevimiento). ARMINDA: ¿Por qué, infeliz, sucedió tanto tropel de pesares, tan inhumano dolor? ¡Cielos, amparad mis penas! LOPE: Sin duda el papel erró la crïada y don García imaginó que era yo. GARCÍA: (Hacia aquel lado he oído Aparte una voz que me nombró. quiero ver si es don Jacinto... mas parece que son dos). LOPE: Ve, ingrata, a que tus caricias le lisonjeen, tu amor le engañe y tu fe le ofenda, como también me ofendió; que desengañado, tarde la vuelta a mi patria doy; y quítateme delante que temo, ¡sí, vive Dios!, que turbe la bizarría lo enconado del dolor, y atravesarte este pecho que alevoso se atrevió a mi verdad, a mi fe, a mi constancia, a mi amor, a mi lealtad, a mi vida, a mi tan ciega pasión. Quédate, ingrata, que en ese bruto prevenido voy a dar vida en desengaños al que de engaños murió. Y sea la última prenda que tu trato mereció, sellar mi mano en el rostro que adoraba el corazón.
Dale un bofetón, y vase don LOPE
ARMINDA: Escucha, ingrato amante, infame caballero, que sin oír mis voces partes peinando el viento en este alazán, hijo del céfiro ligero. Escucha mis razones y retírate luego. GARCÍA: (Ésta es la voz de Arminda. Aparte ¿Qué escucho? ¡Santo cielo! ¿Qué novedad me asombra? ¿Qué nuevo riesgo encuentro?) ¡Aguarda, vil, que ofendes de una mujer el pecho, y tomaré venganza de tus atrevimientos! ARMINDA: (A mayores desdichas Aparte sin duda me prevengo; pues éste es don García). GARCÍA: Seguirle es vano intento, porque el caballo vuela con paso tan ligero que más que por la arena pisa veloz el viento. Para servirte, Arminda, y ampararte me ofrezco; pero advierte, señora, que va el riesgo creciendo porque en aqueste sitio a don Jacinto espero que viene por tu causa, celoso y desatento, a combatir conmigo; y es manifiesto riesgo si te encuentra a mi lado. ARMINDA: Pues, don García, ¿qué haremos? GARCÍA: Tarde a lo que presumo tomamos el consejo, porque él viene ya allí. ARMINDA: ¿Hay más desdichas, cielos? O quitadme la vida o advertidme el remedio, que es más pena vivir para tantos tormentos.
Sale don JACINTO, de noche
JACINTO: ¿Es acaso don García? GARCÍA: Aquí esperándote he estado. JACINTO: ¿Pero cómo acompañado de mujer? GARCÍA: La cortesía y el lance fue tan forzoso, que por dama y por mujer la hubo de defender de un caballero alevoso, que atrevido y indiscreto con celos y sin amor, guïado de su furor, quiso perderla el respeto. Y así de tu gala fío que atento a aquesta razón para mejor ocasión guardarás el desafío. Pues, indecente sería, habiendo lance mejor, por descubrir el valor, faltar a la bizarría. JACINTO: Este partido no admito; antes ampararla escojo, porque reñir sin enojo hace doblado el delito. Y cuando en el campo estamos no es razón aventurar, pudiéndola yo guardar al lance que deseamos. Pues, si tú a mí me vencieres, con la misma obligación mirando por su opinión obrarás como quien eres. GARCÍA: Pues, con tan noble partido, alto al duelo; mas primero saber cierto de ti quiero qué ocasión te haya movido; porque si ha sido mi intento el galantear a tu hermana y escribirla, es cosa llana que miraba a casamiento. Y así, que ni te ofendí ni tu honor quedó manchado; pues tan honesto cuidado no pudo ser culpa en mí, ni a Arminda, es cosa llana, pues la amaba a su pesar. JACINTO: Las bodas se han de tratar conmigo, no con mi hermana. Y así de tu loco intento vengo llano a presumir, que fue agravio el escribir y el servir atrevimiento. GARCÍA: Pues, informen las espadas. JACINTO: Presto verás mi razón.
Desenvainan y riñen
ARMINDA: (¡Qué ocupen un corazón Aparte congojas tan desusadas! Pues, si en pena tan crecida el contrario es vencedor, sin hermano y sin honor quedo; y si él vence, sin vida; porque hallándome culpada que asisto a su lado aquí, fuerza es que prosiga en mí las violencias de su espada. Pero, pues no hallo ninguna salida en lance tan fiero, sea el remedio postrero fïarme de la fortuna).
Va retirando hasta la puerta Don JACINTO a Don GARCÍA y allí dice
GARCÍA: La espada se me ha quebrado y estoy herido. JACINTO: Pues, quiero más perdonar caballero que vencer afortunado; pero ha de ser, don García, esto con tan condición que acuerdes a tu afición lo que usó mi cortesía. En tu caballo te pon, que yo cumpliré advertido cuanto tengo prometido a esta dama en la ocasión. GARCÍA: Más estimo que la vida estos respetos. Yo estoy mal herido, y así voy a mi casa. JACINTO: Bien servida, señora, de una mi hermana estaréis, y de mí, y todo, hasta que hallemos el modo a vuestros males mañana. Venid, que tanto callar en lance tan apretado descubre vuestro cuidado y explica vuestro pesar. ARMINDA (En la congoja mayor Aparte que le puede suceder a una infelice mujer me ha puesto mi loco amor; pero a una desdicha cierta que no se puede excusar suele la fortuna hallar lo que el discurso no acierta).
Vanse. Salen MOSCÓN, lacayo, y LUCÍA
LUCÍA: ¿Hay más notable cuidado? MOSCÓN: ¿Qué te apura, qué te abrasa? LUCÍA: Pues, Moscón, si no está en casa don Jacinto y han llegado tantos huéspedes, ¿no quieres que me congoje? MOSCÓN: Es razón que tenéis el corazón como pulgas las mujeres. LUCÍA: Búscale, por vida mía; que me estoy pudriendo. MOSCÓN: Voy.
Vase
LUCÍA: Parece que andamos hoy con las penas a porfía. De casa Arminda ha salido con recato y con desvelo, y yo tengo mi recelo que don Lope se ha ido, porque, según adivino penas, enojos y amor, vestida ella de color y él vestido de camino, ofendida de su hermano por el negro del papel, ella resuelta, él crüel, ella amante, y él tirano, la consecuencia está llana.
Entran don JACINTO y ARMINDA, cubierta con el manto
JACINTO: Lucía. LUCÍA: Habías de llegar; porque se acaban de apear los novios. JACINTO: Pues, a mi hermana lleva esta dama tapada por esa puerta secreta, que la agasaje discreta y la guarde recatada; que voy a cumplir agora esta nueva obligación.
Vase don JACINTO y descúbrese ARMINDA quitando el manto
ARMINDA: Ya vencimos, corazón. Toma este manto. LUCÍA: ¡Señora! ARMINDA: Abre de prisa esa puerta, que también a recibir los novios quiero salir sin que mi ausencia se advierta; que después te he de contar, libre ya de mi cuidado, el lance más apretado que se pudo imaginar. LUCÍA: Entra, que admirada estoy. ARMINDA: Más lo estarás cuando diga el aprieto y la fatiga de que me he escapado hoy.

FIN DE LA JORNADA PRIMERA

No hay burlas con las mujeres, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002