LA DISCORDIA EN LOS CASADOS

Lope de Vega

Texto basado en la edición de LA DISCORDIA EN LOS CASADOS aparecida en el segundo tomo de la Obras publicado por la Real Academia Española en 1916. Fue editado en forma electrónica por DeLys Ostlund en 1999 en el curso de sus investigaciones. Este texto luego fue re-editado y pasado al HTML por Vern G. Williamsen.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen ALBERTO y LEONIDO
ALBERTO: Casaráse la Duquesa, Leonido, como es razón, que pese o no pese a Otón. LEONIDO: Todos dicen que le pesa, y está a impedirlo dispuesto. ALBERTO: ¿De qué le puede pesar a un hombre particular desinteresado en esto? LEONIDO: El se debe de entender. ALBERTO: Pues entenderáse mal; porque si ha de ser su igual, el rey de Frisia ha de ser. Esto conviene a su Estado y a nosotros un señor de real sangre y valor, y tan gallardo soldado, que no ha de salir Otón con desatinos tan grandes, si Alemania, Francia y Flandes ayudan su pretensión. LEONIDO: No pienso yo que camina por darla a otro rey, pues creo que a diferente deseo los pensamientos inclina. Y es tan feo y desigual, que a decirle no me atrevo. ALBERTO: La ambición, Leonido, es cebo dulce, engañoso y mortal. ¿Qué quiere en Cleves Otón? LEONIDO: Ser duque. ALBERTO: Ni aun lo imagines. LEONIDO: Pues, ¿a qué blancos o fines mirará su pretensión, si tiene un hijo mancebo, de la Duquesa galán? ALBERTO: Si ellos de concierto están, yo cumpliré lo que debo al duque muerto y a mí con aventurar la vida.
Salen la Duquesa ELENA y OTAVIA, dama
ELENA: De vuestro engaño advertida al desengaño salí. ¿Qué modo de hablar es ése, Leonido, en mis propios ojos? LEONIDO: Tu daño y nuestros enojos, de que es razón que nos pese. ¿Al rey de Frisia es razón que se anteponga un vasallo y que después de llamallo su venida impida Otón? ¿Qué respuesta se ha de dar a un rey soldado y mancebo? ELENA: Para mí, Leonido, es nuevo que Otón me quiera casar. Y si más lejos lo mira como en Francia, juzga mal. LEONIDO: Sujeto más desigual murmuran; pero es mentira y odio que tienen a Otón de verle tan poderoso, que él es hombre generoso y envidias civiles son. Tú eres prudente y altiva; tu padre es muerto; esta tierra teme ocasiones de guerra, que en dueño vasallo estriba. Admite al rey, y harás cosa digna de tu nombre claro; que debajo de su amparo quedas segura y dichosa. Vuelve los ojos a ver cuántos daños al honor nacieron de un loco amor y un gobierno de mujer. Yo he dicho más que pensaba: a mi lealtad lo perdona. La condición, la persona del rey todo el mundo alaba. Él está cerca: yo voy, señora, a besar su mano.
Vase
ALBERTO: Ya parece intento vano, si en el mismo engaño estoy, despedir, duquesa, un rey. Tus grandes, con justo acuerdo de un voto prudente y cuerdo, siguiendo la antigua ley, guardada por la memoria de tiempo inmortal en Cleves, a quien dar crédito debes para conservar la gloria de tus heroicos pasados, un rey te dan por marido. Si algún vasallo atrevido quiere alterar tus estados con desigual ambición, no me tendrás de tu parte mientras Amor no te aparte de los consejos de Otón. Al rey de Frisia te han dado por marido; ése obedezco por señor, y así le ofrezco mi espada, deudos y Estado. Esto es seguir lo que es justo. Yo voy a besar su mano.
Vase
ELENA: ¿Qué es esto? OTAVIA: Que algún villano quiere intentar tu disgusto, pensando en esta ocasión descomponer tu quietud. ELENA: Creo lo de la virtud y de la lealtad de Otón; mas cuanto mi casamiento se va dilatando, Otavia, tanto el vulgo necio agravia su honor y mi pensamiento. Muriendo el duque me dijo que por padre me dejaba a Otón. OTAVIA: ¡Bien seguro estaba de la ambición de su hijo! Pero suspende, señora, la plática. ELENA: ¿Viene?
Salen OTÓN y PINABELO, su hijo. Los dos hablan aparte
OTAVIA: Sí. OTÓN: Otavia sola está aquí. PINABELO: Bien puedes hablarla agora. OTÓN: Las nuevas te vengo a dar de que el rey viene y se acerca. ELENA: ¿Qué dicen de verle cerca? OTÓN: Que tú le has hecho llamar. ELENA: No te pregunto si yo le he llamado, pues si él viene alguna licencia tiene, y quien pudo se la dió. Lo que se dice pregunto de venir el rey aquí. OTÓN: Que viene a casarse. ELENA: ¿Ansí? OTÓN: Y yo lo sé en este punto, de que formo justo agravio, pues sin Otón no es razón que te hayas casado. ELENA: Otón, tú eres hombre viejo y sabio: ya conoces las mujeres. Con serlo, es opinión mía que la más cuerda en un día tiene diez mil pareceres. A mí, con esta disculpa no tienes de qué culparme. OTÓN: Debo, Señora, quejarme, si ya el quejarme no es culpa, del agravio que me has hecho. ELENA: No estoy yo casada, Otón, sino puesta en la ocasión. OTÓN: Agora me has satisfecho. No diré yo que has negado. ELENA: ¿Qué sacas de esta razón? OTÓN: Que mujer y en la ocasión, haz cuenta que te has casado. ¡Y cuán mejor te estuviera casarte en tu tierra! ELENA: ¿Aquí? Pues, ¿quién se igualara a mí ni a decirlo se atreviera? OTÓN: ¿Quién? Yo, que tu sangre soy. ELENA: Es de muy lejos. OTÓN: No es, y más si el espejo ves en que imitándome estoy. ¿No pudiera Pinabelo, mi hijo, ser tu marido? ¿No es, como el rey, bien nacido y en quien deposita el cielo las virtudes que se ven? ¿No era mejor que un extraño que, por interés y engaño, te escribe y te quiere bien? ¿No era mejor que tuvieras un esclavo, y no marido? ELENA: Calla, Otón, que vas perdido; ni pienso que hablas de veras. El dueño que he de tener no ha de ser menos que yo, que nunca se sujetó a su inferior la mujer. No quiero esclavo rendido, como a tu hijo has pintado, sino a quien pueda mi estado llamar señor; yo, marido. Si bien se ha de gobernar la mujer ha de tener, no quien sepa obedecer, sino quien sepa mandar. Si con dueños de valor somos terribles, quien tiene dueño que a mandarle viene ¿cómo guardará su honor? La cabeza es el marido; subir a lugar tan alto los pies era dar un salto muy loco y desvanecido. Mi cabeza más grandeza requiere, y pies no me des, porque nunca de los pies se hizo buena cabeza.
Vanse ELENA y OTAVIA
OTÓN: ¿Qué te parece? PINABELO: Que ha sido justo que así te haya hablado, que este desprecio ha causado la sombra de su marido. En virtud de que ya viene porque tú te descuidaste a la humildad que mostraste este atrevimiento tiene. ¿Acuerdas cuando casada con el rey de Frisia está y que por la posta ya anticipa su embajada, y te admiras que se atreva al respeto de tus canas? OTÓN: De mis esperanzas vanas no quise intentar la prueba. Tarde hablé ya; mejor fuera, Pinabelo, haber callado. Un pecho determinado ¿qué respetos considera? Envidias nuestras han sido las que han tratado en sujeto que tenga tan breve efeto el dar a Elena marido. Pero venga en tan mal punto como yo se lo deseo, que de mi venganza creo que todo le viene junto. O me ha de costar la vida o no han de vivir en paz. PINABELO: No hay cosa más pertinaz que una esperanza perdida. ¿De qué sirve que sustentes lo que no puede durar? OTÓN: Los dos se podrán casar... PINABELO: Pues, ¿qué te queda que intentes? OTÓN: Eso déjamelo a mí, que si un año se gozaren, ni a la sucesión llegaren que pensé tener de ti, yo quedaré sin honor y sin vida quedaré.
Vase
PINABELO: Y yo, entre tanto, ¿qué haré, lleno de envidia y de amor? Que aunque mi padre prometa la venganza que procura, ¿qué importa a mi desventura si la duquesa le aceta? Que llegue la ejecución es lo que debo sentir, que no he menester vivir si toma el rey posesión. El estorbar que se casen es lo que me causa pena; que, una vez robada Elena, mas que mil Troyas se abrasen.
Salen el REY de Frisia y AURELIO, ROSELO y ENRICO, caballeros galanes, de plumas y bandas, botas y espuelas
REY: ¡Bravas postas! AURELIO: No has corrido mejores caballos. REY: Creo que he venido en mi deseo, con tanta furia he venido. Aquí es forzoso parar, aunque mi deseo no, porque adelante pasó luego que me vió llegar. ROSELO: No porque faltan caballos paramos en esta aldea, mas porque más dulce sea tu presencia a tus vasallos. Que es bien que sepan que vienes, porque el esperar el bien suele aumentarle también. REY: Ni amor ni cuidado tienes, ¡pesi a tal!, Roselo amigo: ¿qué rienda, aunque sea de honor, cuando va corriendo Amor tendrá su furia? ROSELO: No digo que dilates la jornada; pero que sepan que llegas. No digan, señor, que ruegas. REY: Amor no repara en nada. A Elena vi, disfrazado, con aquel luto que hacía sombra al más hermoso día, eclipse al sol más dorado. Si la muerte da tal fruto entonces tuve por cierto que fuera bien ser el muerto por ser causa de aquel luto. Aunque luego me resiste de perderla con morir, el ver que es mejor vivir por gozar de quien le viste. ¿No has visto el sol, que la cara por algún nublado asoma, que lo negro el torno toma claridad de su luz clara? ¿No has visto una imagen bella que el ébano en la moldura hace mayor su blancura y que resplandece en ella? ¿No has visto un diamante fino que en el oro brilla y salta cuando de negro se esmalta con su resplandor divino? ¿No has visto luna menguante salir tarde a esclarecer la noche, o irse a poner, Venus hermosa, al Levante? ¿No has visto perla oriental en negro abalorio puesta o en lazos de saya honesta puntas de blanco cristal? Pues tal la duquesa hermosa con el luto parecía: imagen, diamante, día, sol, luna y perla preciosa. ENRICO: ¿Verla una vez, gran señor, de seso te tiene ajeno? REY: Sí, porque es la del veneno la condición del amor. Hay venenos dilatados que dan un mes de sosiego, y otros hay que matan luego sin poder ser reparados. Amor suele dar un mes y un año de dilación y, a veces, alma y razón pone en un punto a los pies. Yo estoy tal, que no encarezco lo que siento, porque sé que sin morir no podré.
Salen PEROL, CELIA, AURORA, SIRALBO, y otros villanos y villanas y MÚSICOS que traen un baile al REY
PEROL: Digo que a hablarle me ofrezco, aunque fuera el rey Herodes, cuantisimaaacute;s que él mos avisa que es rey de bayeta o frisa. CELIA: ¡Pardiez!, como tú le apodes con tu donaire, Perol, que esto bien sabes hacello, que no es mucho que por ello te mande poner al sol. PEROL: ¿Traéis estudiada bien la danza? AURORA: Si, por ventura, no nos turba la luz pura que en el rey los ojos ven. Son los reyes y el valor de sus partes siempre hermosas imágenes milagrosas que a solas causan temor. SIRALBO: Bien dice Aurora, y yo digo que quien al rey ha de hablar primero lo ha de estudiar, so pena de su castigo. PEROL: La misma razón os ciega, y de que se huelga hay fama cualquier rey y cualquier dama que se turbe el que los ruega. Los dichos de vuestra danza es lo que habéis de hestoriar. CELIA: ¿Mas que te manda azotar en el revés de la panza? PEROL: Mande o no mande, yo voy. REY: ¿Quién son éstos? AURORA: Los villanos de esta aldea. REY: Cortesanos son para mí desde hoy. Basta ser de la duquesa. ROSELO: Una danza te han traído. REY: Alegres me han recibido. ROSELO: Es agüero. REY: No me pesa. PEROL: Sabiendo mueso lugar que es mueso rey su mercé entró en concejo, a la fe para alegrarle al pasar. Después de una buena bota hubo deferentes votos, y aun algunos alborotos, que el vino presto alborota, sobre qué fiesta se haría. Que le jugasen la chueca los mozos, Sancho Babieca, emberriñado, decía. Una soíza de moros, dijo el cura, y Juan Redondo le replicó muy orondo que le corriésemos toros. Blas de Pocasangre dijo que danza de espadas fuese y que el lugar la vistiese, porque es danante su hijo. Porfió Sancho de Cos que a su mercé presentasen el mayor puerco que hallasen, que hay hartos, gracias a Dios. "Baile ha de ser," dijo Bras, aunque tien barbas tan pocas, "todo de viejas sin tocas, que es baile de Satanás." Pero Juan Gil replicaba, y aun apostaba su buey, que se espantaría el rey si sin tocas las miraba. Mas dijo Antón de las Viñas que saliesen afeitadas, que sin tocas y enrubiadas pensaría que eran niñas. Sobre esto hubo tanta voz, que quedó determinado enviarle un ganso asado en una artesa de arroz. Mas, enojándose el Cura, una danza se estudió de estos zagales, que yo presento a su catadura. Oiga los dichos, que son de un hombre asaz sabio y cuerdo, Y si no diere atención lanzada de moro izquierdo le rebane el corazón. REY: Vos habéis muy bien propuesto la fiesta de este lugar. PEROL: ¿Comenzarán a danzar? REY: Sí. PEROL: Pues, tocad, Pero Cesto.
Los MÚSICOS canten así, y dos villanas o tres bailan con otros tantos villanos
MÚSICOS: "Salen los albores del sole del día; huyen las estrellas; la noche se iba; esmalta las flores blanca argentería; lágrimas del alba como prata fina. Júntanse las aves en las fuentes fridas; canciones que cantan el rey las oía.
Baile
Si te casas, zagala del prado, con los ojos del alma le mira, porque a veces las buenas caras encubren la alevosía."
Párense, y represente así CELIA
CELIA: Oíd los que estáis presentes: la Paz soy del casamiento. Al rey, que viene a casarse, parabién a darle vengo. Goce mi paz muchos años, como lo espero del cielo, con próspera sucesión que dure siglos eternos.
Bailen
MÚSICOS: "Bendiciones le daban al novio las zagalas de su pueblo; él será, si le alcanzan todas, el más dichoso del suelo."
Diga así un PASTOR
PASTOR: Advierte, Paz, que yo soy la Envidia del casamiento, porque de su posesión y mi desdicha la tengo. Lo que gana me fatiga, desháceme lo que pierdo, porque es mi definición pesarme del bien ajeno. SIRALBO: Contigo voy, que yo soy del casamiento los Celos. CELIA: Pues ¿tú vienes a estas bodas? SIRALBO: Sí, Paz, a estorbarte vengo. AURORA: Pues, quedo, que también soy la Discordia, y hacer pienso más daño que todos juntos. CELIA: Salido habéis del infierno, rompido habéis las prisiones, Envidia, Discordia y Celos; pero entre tales casados sacaréis poco provecho. PASTOR: Yo haré que pueda mi envidia turbar la paz de su reino. AURORA: Y yo haré con mi discordia su amor aborrecimiento. SIRALBO: Y mis celos, ¿dormirán? no sabe el mundo mi fuego, si no soy de los casados, de su Troya son incendio. CELIA: No alcanzaréis a esta Elena, pues con mi paz la defiendo, que yo, con estos listones, pondré en prisión vuestros cuellos, y así, atados con sus lazos, haré que este casamiento, aunque os pese por los ojos, dure en su paz y sosiego.
Con tres listones de color los enlace, y baile así con ellos
MÚSICOS: "Quien sujeta con su cordura la Discordia, la Envidia y los Celos, gozará por largos años su dichoso casamiento." REY: No pensé que labradores sabían cosas morales. PEROL: Hay acá muchos zagales que tratan cosas mayores. REY: ¿Quién esta danza compuso? que le quiero yo premiar. PEROL: Vive fuera del lugar por no vivir con el uso. Es hombre que por no ver un hablador asentado; en el hacer licenciado y en el decir bachiller, vive dos leguas de aquí, y sólo viene a comprar mordazas para callar, que diz que le comple así. REY: Pues, ¿no sabremos su nombre? PEROL: Ya el nombre se le perdió. REY: Llamalde, que quiero yo conocer y hablar ese hombre. PEROL: No querrá venir, señor, que más quiere, por callar, andar fuera del lugar que dentro por hablador. ROSELO: Los caballos han llegado. REY: Llevadme esta fiesta allá. PEROL: Zagales, el rey se va. CELIA: ¿Qué os dió? PEROL: Esperanza me ha dado, y diz que a la corte vamos, con la danza del aldea porque la reina la vea. CELIA: Pardiez, que erremos no hagamos. PEROL: Porque no han de danzar otros y danzas menos discretas. CELIA: Hay allá muchos poetas y se reirán de nosotros. AURORA: Mira que tu ingenio ofendes. PEROL: Antes no quiero creer que haya quien pueda temer gozques, poetas y duendes. CELIA: Causas me animan secretas. AURORA: Yo lo tengo por muy llano. PEROL: Más temo yo un cortesano que setecientos poetas.
Vanse todos, y salgan OTÓN y PINABELO
OTÓN: A mí no me parece tan seguro, por ser fuerte remedio, Pinabelo. PINABELO: Los que han de ser para tan graves males, ¿cómo podrán curarlos sin ser fuertes? Duélete de la sangre que engendraste, porque si goza el rey a la duquesa, no tienes hijo que amanezca vivo. OTÓN: Yo quiero hacer tu gusto. PINABELO: Y yo procuro remedio a nuestra vida el más seguro. OTÓN: Cuéntame, pues, el modo de esta muerte. PINABELO: Yo lo tengo trazado de esta suerte. Fabricaré en la plaza de palacio un arco insigne que en madera y lienzo imita la pintura al bronce y mármol, engañando la vista desde lejos. Levántanse en cuadrados pedestales seis columnas hermosas, de a cincuenta pies desde el zoco de la basa a lo alto de la cornisa, atando el arquitrabe, triso y triglifo el orden, que se arrima a los extremos de las dos paredes por donde se entra en la famosa plaza. Encima de los claros de los arcos, en unos vanos forma de ventanas, se ven varios retratos de los duques que gobernaron la dichosa Cleves. Tras el orden que digo se levanta otro con no menor gracia y belleza adonde se relievan seis pilastras con sus ventanas a nivel, que tienen los reyes felicísimos de Frisia, todos con sus laureles y epigramas. En medio está la singular Elena, de quien el alma de tu hijo es Troya, y a su lado ¡ay de mí!, como su esposo, el rey Albano con doradas armas, y entre los pies, por bélicos despojos, cabezas turcas y pendones varios de lisonjeros más que de contrarios. Aquí Leonido tiene tres mil hombres que, cubiertos de plumas y de galas, han de hacer salva al rey al tiempo que entre los arcabuces juntos disparando, en que el remedio de mi vida estriba, para que muera entonces y yo viva. OTÓN: Pues ¿cómo piensas tan seguramente quitar la vida a Albano? PINABELO: Si en la salva, entre el humo confuso de la pólvora, vuela una bala que le apunta al pecho, ¿quién podrá conocer al que lo ha hecho? OTÓN: Bien dices; no será la vez primera que se hayan muerto ilustres capitanes que la Fortuna perdono en la guerra y en la paz de la salva hallo la envidia lugar para rendir su gloria al suelo. PINABELO: En esto vengo yo determinado OTÓN: Advierte que te pongas donde seas visto de todos. PINABELO: Éstas son las cajas con que Leonido sale a recibirle. OTÓN: ¿Y de quién te has fïado? PINABELO: De un crïado que entre ellos viene en forma de soldado.
Salen con cajas y banderas, SOLDADOS con arcabuces y LEONIDO, capitán, detrás
LEONIDO: Vayan, señores soldados, con aqueste advertimiento prevenidos y enseñados. SOLDADO: A solo un recibimiento nos hacen venir cargados. OTRO: Lleve el diablo la bandera y quien seguirla quisiera. SOLDADO: Propia guerra de mujer. OTRO: Si casarse lo ha de ser, no poca batalla espera. SOLDADO: Arcabuces ha querido. OTRO: Téngolo por mal agüero para el señor su marido. SOLDADO: Si es rüido lo primero, no le faltará rüido. PINABELO: Escucha, Fabio. FABIO: Aquí estoy con el cuidado que sabes. LEONIDO: Marchen con buen orden hoy, lindos cuerpos, pasos graves. SOLDADO: Sed llevo. OTRO: Muriendo voy. SOLDADO: Yo llevo aquí de lo fino con un güeso de tocino. OTRO: Esos portafrascos haz, que los frascos de la paz han de ser frascos de vino.
Vanse marchando con las cajas, y quede allí FABIO con PINABELO y OTÓN
FABIO: Córrome de que me avises, habiéndome el cielo hecho con más astucias que a Ulises. Yo haré blanco de su pecho entre las doradas lises. La bala echaré secreta a este rayo, que la meta por el alma que le mandes. Será cometa, que grandes nunca mueren sin cometa. PINABELO: Ten cuenta, Fabio, que estés donde ninguno te vea; que al arcabuz plomo des; la bala esconde, no sea nuestra desdicha después. FABIO: Al echarla, es cosa clara, que no han de ver lo que tomo; del arcabuz no fïara si, cuando le echara el plomo, la boca no le tapara, y aunque después ha de hablar, no será voz que se entienda. PINABELO: Advierte que has de apuntar de suerte que a nadie ofenda. FABIO: Déjame, señor, marchar, y está seguro de mí. PINABELO: ¡Oh padre, si la duquesa queda del rey libre ansí! OTÓN: Segura llevas la empresa. PINABELO: ¡Mueran mis celos aquí! Ni sea mía ni ajena. OTÓN: Bien puedes por él decir que esta salva le condena. PINABELO: De amores quiero morir y no de celos de Elena.
Suenen atabales y música. Salen LEONIDO, ALBERTO, AURELIO, ENRICO, ROSELO y todos los que puedan acompañar, y detrás el REY de Frisia y la duquesa ELENA, muy gallardos
REY: Estoy muy agradecido a la fiesta y alegría que Cleves muestra en el día que a tanta dicha he venido, porque en los recibimientos suelen mostrarse las almas. ELENA: Cortos laureles y palmas a tantos merecimientos. Con el arco de Trajano os quisiera recibir. REY: Su laurel puede rendir la palma de vuestra mano; y si aquésta recibí, aunque no la he merecido, el arco es de amor, que ha sido por donde entré cuando os vi. No quiero yo más despojos que darle envidiosas quejas, ni más arcos que las cejas de vuestros hermosos ojos. Eran los arcos triunfales, señora, para premiar los que por tierra o por mar vencían empresas tales. Y así mayor le he tenido que le puedo merecer, pues no vengo de vencer si vengo de vos vencido.
Descúbrase la cortina y véase una portada y encima los retratos del REY y de la duquesa ELENA
¡Oh, hermosa arquitectura! Pero a tal extremo viene si el último cuerpo tiene de vuestra rara hermosura. Este arco no es del suelo; no a reyes, al sol reciba, que, con el ángel de arriba, puede ser arco del cielo. Pasaban, siendo vencidos, por un yugo los romanos sus contrarios, si a las manos los entregaban rendidos. Yo, rendido a la victoria vuestra, pasaré dichoso por un yugo tan hermoso, que da a los vencidos gloria, y aprobara mi verdad vuestro mismo pensamiento, pues yugo de casamiento sujeta la voluntad. ELENA: Cuanto más mostráis rendido ese pecho generoso, tanto entráis más victorioso y de más laurel ceñido. Entrad el arco, que ya os dice aquella inscripción que tomáis la posesión de quien hasta el alma os da. REY: ¿Qué gente es ésta? ELENA: Alemanes que se rinden a esos pies. REY: ¿Y estas voces? ELENA: Salva es que os hacen los capitanes.
Disparen dentro algunos arcabuces a un tiempo y alborótese el REY
REY: ¡Traición hay en vuestra casa! ELENA: ¿Traición? REY: O celos de vos. Bala es ésta ¡vive Dios! que por el rostro me pasa. OTÓN: ¿Bala aquí? Ni aun lo presumas. ELENA: Bisoños arcabuceros. REY: ¿Cómo que no, caballeros, si me ha cortado las plumas? AURORA: Bien dice su alteza, y digo que en su retrato paró. PINABELO: Si bala alguno tiró, Descuido fué, no enemigo. ROSELO: Descuido o no, desde aquí se ve bien la batería. ELENA: Descuido, señor, sería. REY: Digo que lo creo ansí; pero con descuidos tales no se burlen los traidores, que permite el cielo errores para castigos iguales. Yo he venido en confïanza de vuestra virtud, Duquesa. ELENA: Que de mi tengáis, me pesa, Albano, desconfïanza. Si yo mataros quisiera, ¿para qué con este engaño? OTÓN: Algún bisoño o extraño, mezclado en alguna hilera, al retrato tiraría y por las plumas pasó la bala con que pensó hacer una bizarría. No hay, señor, de qué temáis; no os llaman para mataros, sino sólo para daros la posesión que gozáis, y por muchos años sea. ¡Viva el rey! TODOS: ¡Mil años viva! ELENA: No hay hombre que no reciba contento, su alteza crea. REY: Llevar tal ángel al lado de la bala me guardó. ELENA: Y si el que está arriba no, fué porque estaba pintado. REY: Yo pienso que envidias son. ELENA: Y yo, que no os matarán, que vais donde no podrán. REY: ¿Adónde? ELENA: En mi corazón. REY: A vuestra defensa apelo de este engaño y de esta ofensa, porque con esa defensa diré que me guarda el cielo.
Vanse todos, y queden OTÓN y PINABELO
OTÓN: Erró el tiro. PINABELO: Erró mi dicha, que mis dichas nunca aciertan, porque siempre se conciertan mi esperanza y mi desdicha. Y no menos dicha alcanza, ni a mejor fortuna viene, quien tan concertadas tiene la desdicha y la esperanza. Entra, acompaña los reyes, no te echen menos, señor. OTÓN: Son las del paterno amor fuertes, aunque injustas, leyes. Él a tu gusto me guía, mejor dijera me fuerza; mas cuanto tu amor me esfuerza, mi suerte me desconfía. Ten paciencia que de Elena goce Menalao agora, aunque el alma que la adora viva en tan celosa pena, que serás Paris troyano o me costará la vida.
Vase OTÓN
PINABELO: ¡Ay, esperanza perdida! ¿Qué seguís al viento en vano si queda en la posesión de mi bien Albano agora y ella dice que le adora? ¿Qué os esforzáis, corazón? ¡Desmayad y no esperéis, que no hay cosa de más daño que sustentar un engaño como el que vos pretendéis! Los que están de engaños llenos viven más atormentados, porque los desengañados son los que padecen menos.
Sale FABIO, soldado
FABIO: Luego que pude salir del escuadrón vine a verte. PINABELO: Errando hallaste mi muerte. Nunca yo acierto a vivir. FABIO: Pues, ¿puédesme tú culpar si las plumas le pasé? Que su movimiento fué el que le pudo guardar. PINABELO: ¿Cómo en el retrato has dado? Si no fué desdicha mía. FABIO: Porque de un tiro quería matar lo vivo y pintado. PINABELO: Como mi esperanza es pluma que anda, Fabio, por el viento, y porque mi pensamiento volar más bajo presuma, cortaste pluma y no vida, y así mi esperanza queda sin alas, porque no pueda subir más del viento asida. No es codicia de reinar, como mi padre ha pensado, sino amor desatinado, el que me puede obligar. Casado el rey con Elena, hizo fin mi pretensión. FABIO: Que no faltará ocasión, y por ventura más buena. Ten ánimo, que es bajeza el rendirse a la Fortuna. PINABELO: Si hubiere ocasión alguna, de tu valor y nobleza y de tu lealtad, ¡oh, Fabio! haré justa confïanza. FABIO: Pues no pierdas la esperanza de satisfacer tu agravio. PINABELO: ¿Cómo la puedo tener en mi pena tan extraña, si en mujeres siempre engaña y es la esperanza mujer?
Vanse todos y entren el REY, ALBERTO, ROSELA, LEONIDO y OTÓN, cablleros, y la reina ELENA
ELENA: Justo es que vos hagáis, pues ya son vuestros vasallos, mercedes de lo que es vuestro. REY: Todos son vuestros crïados los que yo traigo conmigo, y así vos podéis honrarlos con el premio que merecen, por lo que saben amaros.. ELENA: Sólo yo puedo, señor, daros mi pecho y mi estado. Dueño os hago de mi pecho y de Cleves dueño os hago. REY: Yo os hago reina de Frisia, aunque esto no es obligaros, si dejáis por mí otros reinos y otros estados más altos. ELENA: Tenga Aurelio, pues le amáis, si yo a pedíroslo valgo, oficio de camarero, y Enrico, de secretario. REY: Sea, de esa suerte, Alberto, pues vos mostráis estimarlo, mi mayordomo mayor. ELENA: Roselo, como soldado, tendrá la guarda a su cuenta. REY: Y Leonido en mi palacio, la tenencia y alcaidía. ELENA: Dios os guarde muchos años. OTÓN: No pienso yo que sirvieron a tus padres mis pasados, Reina de Frisia, tan mal, cuando en la paz gobernaron. Y en las guerras que tuvieron con propios y con extraños, esta sangre que me dieron tantas veces derramaron, ni tengo tan poca tuya que merezca olvido tanto, ni verme en tanto desprecio que me dejes olvidado donde has honrado otros hombres, que algunos de ellos se honraron de servir... Pero no quiero, si los honras, deshonrarlos. Basta decir que este día mis canas que te han crïado, y que tu padre mandó que las respetases tanto, baña el agua de los ojos que miran tantos agravios. Que si yo, por ser viejo, ni a paces ni a guerras valgo, hijo tengo que conoces que sabe regir un campo y hablar sabe en un consejo de soldados o letrados. REY: ¿Quién es este caballero? ELENA: Otón, señor, de mis claros padres, como pienso, deudo, y de los buenos vasallos que esta corona ha tenido. REY: Otón, yo no soy culpado en la queja que tenéis; que no os conozco es muy llano, con que disculpado quedo. OTÓN: Aunque yo hubiera tirado la bala del arcabuz que ha pasado tu retrato, como alguno que está aquí, no me hubiera despreciado la reina con más cautela. ALBERTO: Habla, Otón, con más recato, que ningún hombre hay aquí que trate al rey con engaño si no tiene sangre tuya. OTÓN: ¿Yo al rey? REY: Caballeros, paso, que éste es día de ganar las voluntades a entrambos, y no de hacer, con agüeros, casamientos desdichados. Dense las manos. ALBERTO: Señor, yo soy su amigo. OTÓN: Los pasos que he dado por tu servicio no merecen este pago. REY: Almirante de la mar hago a Otón. OTÓN: Tú me has honrado cuando quien llamarme puede padre me ha olvidado tanto. REY: Vamos, señora. ELENA: Yo voy triste de ver que os han dado los de mi casa este enojo. REY: Hoy hacéis el tiempo claro, como cuando sale el sol de resplandor coronado después de la tempestad. ELENA: De vuestra luz son los rayos. OTÓN: No importa que agora os deis en amor y paz las manos; presto veréis lo que puede la discordia en los casados.
Vanse con su orden

FIN DEL PRIMER ACTO

La discordia en los casados, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002