EL CABALLERO DE OLMEDO

Lope de Vega

Texto basado en varios impresos tempranos y modernos de EL CABALLERO DE OLMEDO. Fue preparado por Vern Williamsen en esta forma electrónica en el año 1995.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Sale don ALONSO
ALONSO: Amor, no te llame amor el que no te corresponde, pues que no hay materia adonde no imprima forma el favor. Naturaleza, en rigor, conservó tantas edades correspondiendo amistades; que no hay animal perfeto si no asiste a su conceto la unión de dos voluntades. De los espíritus vivos de unos ojos procedió este amor, que me encendió con fuegos tan excesivos. No me miraron altivos, antes, con dulce mudanza, me dieron tal confïanza, que, con poca diferencia, pensando correspondencia, engendra amor esperanza. Ojos, si ha quedado en vos de la vista el mismo efeto, amor vivirá perfeto, pues fue engendrado de dos; pero si tú, ciego dios, diversas flechas tomaste, no te alabes que alcanzaste la victoria que perdiste si de mí solo naciste, pues imperfeto quedaste.
Salen TELLO, criado, y FABIA
FABIA: ¿A mí, forastero? TELLO: A ti. FABIA: Debe pensar que yo soy perro de muestra. TELLO: No. FABIA: ¿Tiene alguna achaque? TELLO: Sí. FABIA: ¿Qué enfermedad tiene? TELLO: Amor. FABIA: Amor, ¿de quién? TELLO: Allí está, y él, Fabia, te informará de lo que quiere mejor. FABIA: Dios guarde tal gentileza. ALONSO: Tello, ¿es la madre? TELLO: La propia. ALONSO: ¡Oh, Fabia! ¡Oh, retrato! ¡Oh, copia de cuanto naturaleza puso en ingenio mortal! ¡Oh, peregrino doctor, y para enfermos de amor Hipócrates celestial! Dame a besar la mano, honor de las tocas, gloria del monjil. FABIA: La nueva historia de tu amor cubriera en vano vergüenza o respeto mío; que ya en tus caricias veo tu enfermedad. ALONSO: Un deseo es dueño de mi albedrío. FABIA: El pulso de los amantes es el rostro. Aojado estás. ¿Qué has visto? ALONSO: Un ángel. FABIA: ¿Qué más? ALONSO: Dos imposibles bastantes, Fabia, a quitarme el sentido; que es dejarla de querer y que ella me quiera. FABIA: Ayer te vi en la feria perdido tras una cierta doncella, que en forma de labradora encubría el ser señora, no el ser tan hermosa y bella; que pienso que doña Inés es de Medina la flor. ALONSO: Acertaste con mi amor; esa labradora es fuego que me abrasa y arde. FABIA: Alto has picado. ALONSO: Es deseo de su honor. FABIA: Así lo creo. ALONSO: Escucha, así Dios te guarde. Por la tarde salió Inés a la feria de Medina, tan hermosa que la gente pensaba que amanecía; rizado el cabello en lazos, que quiso encubrir la liga, porque mal caerán las almas si ven las redes tendidas. Los ojos, a lo valiente, iban perdonando vidas, aunque dicen los que deja que es dichoso a quien la quita. Las manos haciendo tretas, que como juego de esgrima tiene tanta gracia en ellas, que señala las heridas. Las valonas esquinadas en manos de nieve viva; que muñecas de papel se han de poner en esquinas. Con la caja de la boca allegaba infantería, porque sin ser capitán, hizo gente por la villa. Los corales y las perlas dejó Inés, porque sabía que las llevaban mejores los dientes y las mejillas. Sobre un manteo francés una verdemar basquiña, porque tenga en otra lengua de su secreto la cifra. No pensaron las chinelas llevar de cuantos la miran los ojos en los listones, las almas en las virillas. No se vio florido almendro como toda parecía; que del color natural son las mejores pastillas. Invisible fue con ella el amor, muerto de risa de ver, como pescador, los simples peces que pican. Unos le ofrecieron sartas, y otros arracadas ricas; pero en oídos de áspid no hay arracadas que sirvan. Cuál da a su garganta hermosa el collar de perlas finas; pero como toda es perla, poco las perlas estima; yo, haciendo lengua los ojos, solamente le ofrecía a cada cabello un alma, a cada paso una vida. Mirándome sin hablarme, parece que me decía, "No os vais, don Alonso, a Olmedo, quedaos agora en Medina." Creí me esperanza, Fabia; salió esta mañana a misa, ya con galas de señora, no labradora fingida. Si has oído que el marfil del unicornio santigua las aguas, así el cristal de un dedo puso en la pila. Llegó mi amor basilisco, y salió del agua misma templado el veneno ardiente que procedió de su vista. Miró a su hermana, y entrambas se encontraron en la risa, acompañando mi amor su hermosura y mi porfía. En una capilla entraron; yo, que siguiéndolas iba, entré imaginando bodas. ¡Tanto quien ama imagina! Vime sentenciado a muerte, porque el amor me decía, "Mañana mueres, pues hoy te meten en la capilla." En ella estuve turbado; ya el guante se me caía, ya el rosario, que los ojos a Inés iban y venías. No me pagó mal. Sospecho que bien conoció que había amor y nobleza en mí; que quien no piensa no mira, y mirar sin pensar, Fabia, es de ignorantes, y implica contradicción que en un ángel faltase ciencia divina. Con este engaño, es efecto, le dije a mi amor que escriba este papel; que si quieres ser dichosa y atrevida hasta ponerle en sus manos, para que mi fe consiga esperanzas de casarme, tan en esto amor me inclina, el premio será un esclavo con una cadena rica, encomienda de esas tocas, de mal casadas envidia. FABIA: Yo te he escuchado. ALONSO: ¿Y qué sientas? FABIA: Que a gran peligro te pones. TELLO: Excusa, Fabia, razones, si no es que por dicha intentes como diestro cirujano, hacer la herida mortal. FABIA: Tello, con industria igual pondré el papel en su mano, aunque me cueste la vida, sin interés, porque entiendas que, donde hay tan altas prendas, sola yo fuera atrevida. Muestra el papel. (Que primero Aparte lo tengo de aderezar.) ALONSO: ¿Con qué te podré pagar la vida, el alma que espero, Fabia, de esas santas manos? TELLO: ¿Santas? ALONSO: ¿Pues, no, si han de hacer milagros? TELLO: De Lucifer. FABIA: Todos los medios humanos tengo de intentar por ti, porque el darme esa cadena no es cosa que me da pena, con confïada nací. TELLO: ¿Qué te dice el memorial? ALONSO: Ven, Fabia, ven, madre honrada, porque sepas mi posada. FABIA: Tello... TELLO: Fabia... FABIA: No hables mal; que tengo cierta morena de extremado talle y cara. TELLO: Contigo me contentara si me dieras la cadena.
Vanse. Salen doña INÉS y doña LEONOR
INÉS: Y todos dicen, Leonor que nace de las estrellas. LEONOR: De manera que sin ellas ¿no hubiera en el mundo amor? INÉS: Dime tú; si don Rodrigo ha que me sirve dos años, y su talle y sus engaños son nieve helada conmigo, y en el instante que vi este galán forastero, me dijo el alma, "Éste quiero." Y yo lo dije, "Sea ansí." ¿Quién concierta y desconcierta este amor y desamor? LEONOR: Tira como ciego Amor, yerra mucho, y poco acierta. Demás, que negar no puedo, aunque es de Fernando amigo tu aborrecido Rodrigo, por quien obligada quedo a intercederte por él, que el forastero es galán. INÉS: Sus ojos causa me dan para ponerlos en él, pues pienso que en ellos vi el cuidado que me dio, para que mirase yo con el que también le di. Pero ya se habrá partido. LEONOR: No le miro yo de suerte que pueda vivir sin verte.
Sale ANA, criada
ANA: Aquí, señora, ha venido la Fabia... o la Fabiana. INÉS: ¿Pues quién es esa mujer? ANA: Una que suele vender para las mejillas grana, y para la cara nieve. INÉS: ¿Quieres tú que entre, Leonor? LEONOR: En casas de tanto honor no sé yo cómo se atreve; que no tiene buena fama; mas, ¿quién no desea ver? IN&Eacue;S: Ana, llama esa mujer. ANA: Fabia, mi señora os llama.
Vase. Sale FABIA, con una canastilla
FABIA: (¡Y cómo si yo sabía Aparte que me habías de llamar!) ¡Ay! Dios os deje gozar tanta gracia y bizarría, tanta hermosura y donaire; que cada día que os veo con tanta gala y aseo, y pisar de tan buen aire, os echo mil bendiciones; y me acuerdo como agora de aquella ilustre señora que con tantas perfecciones fue la fénix de Medina, fue el ejemplo de lealtad. ¡Qué generosa piedad de eterna memoria digna! ¡Qué de pobres la lloramos! ¿A quién no hizo mil bienes? INÉS: Dinos, madre, a lo que vienes. FABIA: ¡Qué de huérfanas quedamos por su muerte malograda! La flor de las Catalinas hoy la lloran mis vecinas; no la tienen olvidada. Y a mí, ¿qué bien no me hacía? ¡Qué en agraz se la llevó la muerte! No se logró. Aun cincuenta no tenía. INÉS: No llores, madre, no llores. FABIA: No me puedo consolar cuando le veo llevar a la muerte las mejores, y que yo me quedo acá. Vuestro padre, Dios le guarde, ¿está en casa? LEONOR: Fue esta tarde al campo. FABIA: Tarde vendrá. Si va a deciros verdades, mozas sois, vieja soy yo... Más de una vez me fïó don Pedro sus mocedades; pero teniendo respeto a la que pudre, yo hacía, como quien se lo debía, mi obligación. En efeto, de diez mozas, no le daba cinco. INÉS: ¡Que virtud! FABIA: No es poco, que era vuestro padre un loco; cuanto veía, tanto amaba. Si sois de su condición, no admiro de que no estéis enamoradas. ¿No hacéis, niñas, alguna oración para casaros? INÉS: No, Fabia. Eso siempre será presto. FABIA: Padre que se duerme en esto, mucho a sí mismo se agravia. La fruta fresca, hijas mías, es gran cosa, y no aguardar a que la venga a arrugar la brevedad de los días. Cuantas cosas imagino, dos solas, en mi opinión, son buenas, viejas. LEONOR: ¿Y son? FABIA: Hija, el amigo y el vino. ¿Veisme aquí? Pues yo os prometo que fue tiempo en que tenía mi hermosura y bizarría más de algún galán sujeto. ¿Quién no alababa mi brío? ¡Dichoso a quien yo miraba! Pues, ¿qué seda no arrastraba? ¡Qué gasto, qué plato el mío! Andaba en palmas, en andas. Pues, ¡ay Dios!, si yo quería, ¿qué regalos no tenía de esta gente de hopalandas? Pasó aquella primavera, no entra un hombre por mi casa; que como el tiempo se pasa, pasa la hermosura. INÉS: Espera. ¿Qué es lo que traes aquí? FABIA: Niñerías que vender para comer, por no hacer cosas malas. LEONOR: Hazlo ansí, madre, y Dios te ayudará. FABIA: Hija, mi rosario y misa: esto cuando estoy de prisa, que si no... INÉS: Vuélvete acá. ¿Qué es esto? FABIA: Papeles son de alcanfor y solimán. Aquí secretos están de gran consideración para nuestra enfermedad ordinaria. LEONOR: Y esto, ¿qué es? FABIA: No lo mires, aunque estés con tanta curiosidad. LEONOR: ¿Qué es, por tu vida? FABIA: Una moza, se quiere, niñas, casar; mas acertóla a engañar un hombre de Zaragoza. Hase encomendado a mí... Soy piadosa... y en fin es limosna, porque después vivan en paz. INÉS: ¿Qué hay aquí? FABIA: Polvos de dientes, jabones de manos, pastillas, cosas curiosas y provechosas. INÉS: ¿Y esto? FABIA: Algunas oraciones. ¡Qué no me deben a mí las ánimas! INÉS: Un papel hay aquí. FABIA: Diste con él cual si fuera para ti. Suéltale. No le has de ver, bellaquilla, curiosilla. INÉS: Deja, madre... FABIA: Hay en la villa cierto galán bachiller que quiere bien una dama; prométeme una cadena porque le dé yo, con pena de su honor, recato y fama. Aunque es para casamiento, no me atrevo. Haz una cosa por mí, doña Inés hermosa, que es discreto pensamiento. Respóndeme a este papel, y diré que me la ha dado su dama. INÉS: Bien lo has pensado si pescas, Fabia, con él la cadena prometida. Yo quiero hacerte este bien. FABIA: Tantos los cielos te den, que un siglo alarguen tu vida. Lee el papel. INÉS: Allá dentro, y te traeré respuesta.
Vase
LEONOR: (¡Que buena invención!) Aparte FABIA: (Apresta, Aparte fiero habitador del centro, fuego accidental que abrase el pecho de esta doncella.)
Salen don RODRIGO y don FERNANDO
RODRIGO: Hasta casarme con ella, será forzoso que pase por estos inconvenientes. FERNANDO: Mucho ha de sufrir quien ama. RODRIGO: Aquí tenéis vuestra dama. FABIA: (¡Oh necios impertinentes! Aparte ¿Quién os ha traído aquí?) RODRIGO: Pero, ¡en lugar de la mía aquella sombra! FABIA: Sería gran limosna para mí; que tengo necesidad. LEONOR: Yo haré que os pague mi hermana. FERNANDO: Si habéis tomado, señora, o por ventura os agrada algo de lo que hay aquí, si bien serán cosas bajas la que aquí puede traer esta venerable anciana, pues no serán ricas joyas para ofreceros la paga, mandadme que os sirva yo. LEONOR: No habemos comprado nada; que es esta buena mujer quien suele lavar en casa la ropa. RODRIGO: ¿Qué hace don Pedro? LEONOR: Fue al campo; pero ya tarda. RODRIGO: Mi señora, doña Inés... LEONOR: Aquí estaba... Pienso que anda despachando esta mujer. RODRIGO: (Si me vio por la ventana Aparte ¿quién duda que huyó por mí? ¿Tanto de ver se recata quien más servirla desea?) FERNANDO: Ya sale.
Salga doña INÉS con un papel en la mano. [LEONOR le habla a ella]
LEONOR: Mira que aguarda por la cuenta de la ropa, Fabia. INÉS: Aquí la traigo, hermana. Tomad, y haced que ese mozo la lleve. FABIA: ¡Dichosa el agua que ha de lavar, doña Inés, las reliquias de la holanda que tales cristales cubre!
[Finja que lee]
Seis camisas, diez toalla, cuatro tablas de manteles, dos cosidos de almohadas, seis camisas del señor, ocho sábanas. Mas basta; que todo vendrá más limpio que los ojos de la cara. RODRIGO: Amiga, ¿queréis feriarme ese papel, y la paga fïad de mí, por tener de aquellas manos ingratas letra siquiera en las mías? FABIA: ¡En verdad que negociara muy bien si os diera el papel! Adiós hijas de mi alma.
Vase
RODRIGO: Esta memoria aquí había de quedar, que no llevarla. LEONOR: Llévala y vuélvela, a efeto de saber si algo le falta. INÉS: Mi padre ha venido ya. Vuesas mercedes se vayan o le visiten; que siente que nos hablen, aunque calla. RODRIGO: Para sufrir el desdén que me trata de esta suerte, pido al Amor y a la Muerte que algún remedio me den. Al Amor, porque tan bien puede templar tu rigor con hacerme algún favor; a la Muerte, porque acabe mi vida; pero no sabe la Muerte, ni quiere Amor. Entre la vida y la muerte no sé qué medio tener, pues Amor no ha de querer que con tu favor acierte; y siendo fuerza quererte, quiere el Amor que te pida que seas tú mi homicida. Mata, ingrata, a quien te adora; serás mi muerte, señora, pues no quieres ser mi vida. Cuanto vive de amor nace, y se sustenta; de amor, cuanto muere. Es un rigor que nuestras vidas deshace. Si al amor no satisface mi pena, ni la hay tan fuerte con que la muerte me acierte, debo de ser inmortal, pues no me hacen bien ni mal ni la vida ni la muerte.
Vanse los dos
INÉS: ¡Qué de necedades juntas! LEONOR: ¿No fue la tuya menor? INÉS: ¿Cuándo fue discreto amor si del papel me preguntas? LEONOR: ¿Amor te obliga a escribir sin saber a quién? INÉS: Sospecho que es invención que se ha hecho para probarme a rendir de parte del forastero. LEONOR: Yo también lo imaginé. INÉS: Si fue ansí, discreto fue. Leerle unos versos quiero. "Yo vi la más hermosa labradora, en la famosa feria de Medina, que ha visto el sol adonde más se inclina desde la risa de la blanca aurora. Una chinela de color, que dora de una columna hermosa y cristalina la breve basa, fue la ardiente mina que vuela el alma a la región que adora. Que una chinela fue victoriosa, siendo los ojos del amor enojos, confesé por hazaña milagrosa. Pero díjele dando los despojos: `Si matas con los pies, Inés hermosa, ¿qué dejas para el fuego de tus ojos?'" LEONOR: Este galán, doña Inés, te quiere para danzar. INÉS: Quiere en los pies comenzar, y pedir manos después. LEONOR: ¿Que respondiste? INÉS: Que fuese esta noche por la reja del huerto. LEONOR: ¿Quién te aconseja, o qué desatino es ése? INÉS: No es para hablarle. LEONOR: Pues, ¿qué? INÉS: Ven conmigo y lo sabrás. LEONOR: Necia y atrevida estás. INÉS: ¿Cuándo el amor no lo fue? LEONOR: Huír de amor cuando empieza. INÉS: Nadie del primero huye, porque dicen que le influye la misma naturaleza.
Vanse. Salen don ALONSO, TELLO y FABIA
FABIA: Cuatro mil palos me han dado. TELLO: ¡Lindamente negociaste! FABIA: Si tú llevaras los medios... ALONSO: Ello ha sido disparate que yo me atreviese al cielo. TELLO: Y que Fabia fuese el ángel que al infierno de los palos cayese por levantarte. FABIA: ¡Ay, pobre Fabia! TELLO: ¿Quién fueron los crüeles sacristanes del facistol de tu espalda? FABIA: Dos lacayos y tres pajes. Allá he dejado las tocas y el monjil hecho seis partes. ALONSO: Eso, madre, no importara, si a tu rostro venerable no se hubieran atrevido. ¡Oh, qué necio fui en fïarme de aquellos ojos traidores, de aquellos falsos diamantes, niñas que me hicieron señas para engañarme y matarme! Yo tengo justo castigo. Toma este bolsillo, madre... y ensilla, Tello; que a Olmedo nos hemos de ir esta tarde. TELLO: ¿Cómo, si anochece ya? ALONSO: Pues, ¿qué? ¿Quieres que me mate? FABIA: No te aflijas, moscatel, ten ánimo; que aquí trae Fabia tu remedio. Toma. ALONSO: ¿Papel? FABIA: ¡Papel! ALONSO: No me engañes. FABIA: Digo que es suyo, en respuesta de tu amoroso romance. ALONSO: Hinca, Tello, la rodilla. TELLO: Sin leer no me lo mandes; que aun temo que hay palos dentro, pues en mondadientes caben.
Lee
ALONSO: "Cuidados de saber si sois quien presumo, y deseando que lo seáis, os suplico que vais esta noche a la reja del jardín de esta casa, donde hallaréis atado el listón verde de las chinelas, y ponéoslo mañana en el sombrero para que os conozca." FABIA: ¿Qué te dice? ALONSO: Que no puedo pagarte ni encarecerte tanto bien. TELLO: De esta suerte no hay que ensillar para Olmedo. ¿Oyen, señores rocines? Sosiéguense, que en Medina nos quedamos. ALONSO: La vecina noche, en los últimos fines con que va expirando el día, pone los helado pies. Para la reja de Inés aun importa bizarría; que podrá ser que el amor la llevase a ver tomar la cinta. Voyme a mudar.
Vase
TELLO: Y yo a dar a mi señor, Fabia, con licencia tuya, aderezo de sereno. FABIA: Detente. TELLO: Eso fuera bueno a ser la condición suya para vestirse sin mí. FABIA: Pues bien le puedes dejar, porque me has de acompañar. TELLO: ¿A ti, Fabia? FABIA: A mí. TELLO: ¿Yo? FABIA: Sí; que importa a la brevedad de este amor. TELLO: ¿Qué es lo que quieres? FABIA: Con los hombres, las mujeres llevamos seguridad. Una muela he menester del salteador que ahorcaron ayer. TELLO: Pues, ¿no le enterraron? FABIA: No. TELLO: Pues, ¿qué quieres hacer? FABIA: Ir por ella, y que conmigo vayas solo a acompañarme. TELLO: Yo sabré muy bien guardarme de ir a esos pasos contigo. ¿Tienes seso? FABIA: Pues, gallina, adonde voy yo, ¿no irás? TELLO: Tú, Fabia, enseñada estás a hablar al diablo. FABIA: Camina. TELLO: Mándame a diez hombres juntos temerario acuchillar, y no me mandes tratar en materia de difuntos. FABIA: Si no vas, tengo de hacer que él propio venga a buscarte. TELLO: ¿Que tengo de acompañarte? ¿Eres demonio o mujer? FABIA: Ven, llevarás la escalera; que no entiendes de estos casos. TELLO: Quien sube por tales pasos, Fabia, el mismo fin espera.
Vanse. Salen don RODRIGO y don FERNANDO, en hábito de noche
FERNANDO: ¿De qué sirve inútilmente venir a ver esa casa? RODRIGO: Consuélase entre estas rejas, don Fernando, mi esperanza. Tal vez sus hierros guarnece cristal de sus manos blancas; donde las pone de día, pongo yo de noche el alma; que cuanto más doña Inés con sus desdenes me mata, tanto más me enciende el pecho, así su nieve me abrasa. ¡Oh rejas, enternecidas de mi llanto, quién pensara que un ángel endureciera quien vuestros hierros ablanda! ¡Oíd! ¿Qué es lo que está aquí? FERNANDO: En ellos mismos atada está una cinta o listón. RODRIGO: Sin duda las almas atan a estos hierros, por castigo de los que su amor declaran. FERNANDO: Favor fue de mi Leonor. Tal vez por aquí me habla. RODRIGO: Que no lo será de Inés dice mi desconfïanza; pero en duda de que es suyo, porque sus manos ingratas pudieron ponerle acaso, basta que la fe me valga. Dadme el listón. FERNANDO: No es razón, si acaso Leonor pensaba saber mi cuidado ansí, y no me le ve mañana. RODRIGO: Un remedio se me ofrece. FERNANDO: ¿Cómo? RODRIGO: Partirle. FERNANDO: ¿A qué causa? RODRIGO: A que las dos le vean, y sabrán con esta traza que habemos venido juntos.
Dividen el listón. Salen don ALONSO y TELLO, de noche
FERNANDO: Gente por la calle pasa. TELLO: Llega de presto a la reja; mira que Fabia me aguarda para un negocio que tiene de grandísima importancia. ALONSO: ¿Negocio Fabia esta noche contigo? TELLO: Es cosa muy alta. ALONSO: ¿Cómo? TELLO: Yo llevo escalera, y ella... ALONSO: ¿Qué lleva? TELLO: Tenazas. ALONSO: Pues, ¿qué habéis de hacer? TELLO: Sacar una dama de su casa. ALONSO: Mira lo que haces, Tello; no entres adonde no salgas. TELLO: No es nada, por vida tuya. ALONSO: Una doncella, ¿no es nada? TELLO: Es la muela del ladrón que ahorcaron ayer. ALONSO: Repara en que acompañan la reja dos hombre. TELLO: ¿Si están de guarda? ALONSO: ¡Qué buen listón! TELLO: Ella quiso castigarte. ALONSO: ¿No buscara, si fui atrevido, otro estilo? Pues advierta que se engaña. Mal conoce a don Alonso, que por excelencia llaman "el caballero de Olmedo." ¡Vive Dios, que he de mostrarla a castigar de otra suerte a quien la sirve! TELLO: No hagas algún disparate. ALONSO: Hidalgos, en las rejas de esa casa nadie se arrima. RODRIGO: ¿Qué es esto? FERNANDO: Ni en el talle ni en el habla conozco este hombre. RODRIGO: ¿Quién es el que con tanta arrogancia se atreve a hablar? ALONSO: El que tiene por lengua, hidalgos, la espada. RODRIGO: Pues hallará quien castigue su locura temeraria. TELLO: Cierra, señor; que no son muelas que a difuntos sacan.
Retírenlos
ALONSO: No los sigas. Bueno está. TELLO: Aquí se quedó una capa. ALONSO: Cógela y ven por aquí; que hay luces en las ventanas.
Vanse. Salen doña LEONOR, y doña INÉS
INÉS: Apenas la blanca aurora, Leonor, el pie de marfil puso en las flores de abril, que pinta, esmalta y colora, cuando a mirar el listón salí, de amor desvelada, y con la mano turbada di sosiego al corazón. En fin, él no estaba allí. LEONOR: Cuidado tuvo el galán. INÉS: No tendrá los que me dan sus pensamientos a mí. LEONOR: Tú, que fuiste el mismo hielo, ¡en tan breve tiempo estás de esa suerte! INÉS: No sé más de que me castiga el cielo. O es venganza o es victoria de amor en mi condición. Parece que el corazón se me abrasa en su memoria. Un punto solo no puedo apartarla dél. ¿Qué haré?
Sale don RODRIGO, con el listón verde en el sombrero
RODRIGO: (Nunca, amor, imaginé Aparte que te sujetara el miedo. Animo para vivir; que aquí está Inés.) Al señor don Pedro busco. INÉS: Es error tan de mañana acudir; que no estará levantado. RODRIGO: Es un negocio importante.
[Doña INÉS y doña LEONOR hablan aparte]
INÉS: (No he visto tan necio amante. LEONOR: Siempre es discreto lo amado, y necio lo aborrecido.) RODRIGO: (¿Que de ninguna manera Aparte puedo agradar una fiera ni dar memoria a su olvido?) INÉS: (¡Ay, Leonor! No sin razón viene don Rodrigo aquí, si yo misma le escribí que fuese por el listón. LEONOR: Fabia este engaño te ha hecho. INÉS: Presto romperé el papel; que quiero vengarme en él de haber dormido en mi pecho.)
Salen don PEDRO, su padre, y don FERNANDO con el listón verde en el sombrero
FERNANDO: Hame puesto por tercero para tratarlo con vos. PEDRO: Pues hablaremos los dos en el concierto primero. FERNANDO: Aquí está; que siempre amor es reloj anticipado. PEDRO: Habrále Inés concertado con la llave del favor. FERNANDO: De lo contrario, se agravia. PEDRO: Señor, don Rodrigo... RODRIGO: Aquí vengo a que os sirváis de mí.
Hablan bajo don PEDRO y los dos galanes. [Doña INÉS y doña LEONOR hablan aparte]
INÉS: (Todo fue enredo de Fabia. LEONOR: ¿Cómo? INÉS: ¿No ves que también trae el listón don Fernando? LEONOR: Si en los dos le estoy mirando, entrambos te quieren bien. INÉS: Sólo falta que me pidas celos, cuando estoy sin mí. LEONOR: ¿Qué quieren tratar aquí? INÉS: ¿Ya la palabras olvidas que dijo mi padre ayer en materia de casarme? LEONOR: Luego bien puede olvidarme Fernando, si él viene a ser. INÉS: Antes presumo que son entrambos los que han querido casarse, pues han partido entre los dos el listón.) PEDRO: Ésta es materia que quiere secreto y espacio. Entremos donde mejor la tratemos. RODRIGO: Como yo ser vuestro espere, no tengo más que tratar. PEDRO: Aunque os quiero enamorado de Inés, para el nuevo estado, quien soy os ha de obligar.
Vanse los tres [hombres]
INÉS: ¡Qué vana fue mi esperanza! ¡Qué loco mi pensamiento! ¡Yo papel a don Rodrigo! ¿Y tú de Fernando celos! ¡Oh forastero enemigo! ¡Oh Fabia embustera!
Sale FABIA
FABIA: Quedo; que lo está escuchando Fabia. INÉS: Pues, ¿cómo, enemiga, has hecho un enredo semejante? FABIA: Antes fue tuyo el enredo, si en aquel papel escribes que fuese aquel caballero por un listón de esperanza a las rejas de tu huerto, y el ella pones dos hombres que le maten, aunque pienso que a no se haber retirado pagaran su loco intento. INÉS: ¡Ay, Fabia! Ya que contigo llego a declarar mi pecho, ya que a mi padre, a mi estado y a mi honor pierdo el respeto, dime, ¿es verdad lo que dices? Que siendo ansí, los que fueron a la reja le tomaron, y por favor se le han puesto. De suerte estoy, madre mía, que no puedo hallar sosiego si no es pensando en quien sabes. FABIA: (¡Oh, qué bravo efecto hicieron Aparte los hechizos y conjuros! La victoria me prometo.) No te desconsueles, hija; vuelve en ti, que tendrás presto estado con el mejor y más noble caballero que agora tiene Castilla; porque será por lo menos el que por único llaman "el caballero de Olmedo." Don Alonso en un feria te vio, labradora Venus, haciendo las cejas arco y flechas los ojos bellos. Disculpa tuvo en seguirte, porque dicen los discretos que consiste la hermosura en ojos y entendimiento. En fin, en las verdes cintas de tus pies llevastes presos los suyos; que ya el amor no prende por los cabellos. Él te sirve, tú le estimas; él te adora, tú le has muerto; él te escribe, tú respondes; ¿quién culpa amor tan honesto? Para él tienen sus padres, porque es único heredero, diez mil ducados de renta; y aunque es tan mozo, son viejos. Déjate amar y servir del más noble, del más cuerdo caballero de Castilla, lindo talle, lindo ingenio. El rey en Valladolid grandes mercedes le ha hecho, porque él solo honró las fiestas de su real casamiento, Cuchilladas y lanzadas dio en los toros como un Héctor; treinta precios dio a las damas en sortijas y torneos. Armado parece Aquiles mirando de Troya el cerco; con galas parece Adonis... ¡Mejor fin le den los cielos! Vivirás bien empleada en un marido discreto. ¡Desdichada de la dama que tiene marido necio! INÉS: ¡Ay, madre! Vuélvesme loca. Pero, ¡triste!, ¿cómo puedo ser suya, si a don Rodrigo me da mi padre don Pedro? Él y don Fernando están tratando mi casamiento. FABIA: Los dos haréis nulidad la sentencia de ese pleito. INÉS: Está don Rodrigo allí. FABIA: Esto no te cause miedo, pues es parte y no jüez. INÉS: Leonor, ¡no me das consejo? LEONOR: ¿Y estás tú para tomarle? INÉS: No sé; pero no tratemos en público de estas cosas. FABIA: Déjame a mí tu suceso. Don Alonso ha de ser tuyo; que serás dichosa espero con hombre que es en Castilla "la gala de Medina, la flor de Olmedo."

FIN DEL PRIMER ACTO

El caballero de Olmedo, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002