ACTO SEGUNDO


Salen TELLO y don ALONSO
ALONSO: Tengo el morir por mejor, Tello, que vivir sin ver TELLO: Temo que se ha de saber este tu secreto amor; que con tanto ir y venir de Olmedo a Medina, creo que a los dos da tu deseo que sentir, y aun que decir. ALONSO: ¿Cómo puedo yo dejar de ver a Inés, si la adoro? TELLO: Guardándole más decoro en el venir y el hablar; que en ser a tercero día, pienso que te dan, señor, tercianas de amor. ALONSO: Mi amor ni está ocioso, ni ese enfría. Siempre abrasa, y no permite que esfuerce naturaleza un instante su flaqueza, porque jamás se remite. Mas bien se ve que es león amor; su fuerza, tirana; pues que con esta cuartana se amansa mi corazón. Es esta ausencia una calma de amor, porque si estuviera adonde siempre a Inés viera, fuera salamandra el alma. TELLO: ¿No te cansa y te amohina tanto entrar, tanto partir? ALONSO: Pues yo, ¿qué hago en venir, Tello, de Olmedo a Medina? Leandro pasaba un mar todas las noches, por ver si le podía beber para poderse templar; pues si entre Olmedo y Medina no hay, Tello, un mar, ¿qué me debe Inés? TELLO: A otro mar se atreve quien al peligro camina en que Leandro se vio, pues a don Rodrigo veo tan cierto de tu deseo como puedo estarlo yo; que como yo no sabía cuya aquella capa fue un día que la saqué... ALONSO: ¡Gran necedad! TELLO: ...como mía, me preguntó, "Diga, hidalgo, ¿quién esta capa le dio?. porque la conozco yo." Respondí, "Si os sirve en algo, daréla a un crïado vuestro." Con esto, descolorido, dijo, "Habíale perdido de noche un lacayo nuestro; pero mejor empleada está en vos. Guardadla bien." Y fuése a medio desdén, puesta la mano en la espada. Sabe que te sirvo, y sabe que la perdió con los dos. Advierte, señor, por Dios, que toda esta gente es grave, y que están en su lugar, donde todo gallo canta. Sin esto, también me espanta ver este amor comenzar por tantas hechicerías, y que cercos y conjuros no son remedios seguros si honestamente porfías. Fui con ella, que no fuera, a sacar de un ahorcado una muela; puse a un lado, como Arlequín, la escalera. Subió Fabia, quedé al pie, y díjome el salteador; "Sube, Tello, sin temor, o si no, yo bajaré." ¡San Pablo! Allí me caí. Tan sin alma vine al suelo, que fue milagro del cielo el poder volver en mí. Bajó, desperté turbado y de mirarme afligido, porque, sin haber llovido estaba todo mojado. ALONSO: Tello, un verdadero amor en ningún peligro advierte. Quiso mi contraria suerte que hubiese competidor, y que trate, enamorado, casarse con doña Inés; pues, ¿qué he de hacer, si me ves celoso y desesperado? No creo en hechicerías, que todas son vanidades; quien concierta voluntades son méritos y porfías. Inés me quiere, yo adoro a Inés, yo vivo en Inés; todo lo que Inés no es desprecio, aborrezco, ignoro. Inés es mi bien; yo soy esclavo de Inés; no puedo vivir sin Inés; de Olmedo a Medina vengo y voy. porque Inés mi dueña es para vivir o morir. TELLO: Sólo te falta decir, "Un poco te quiero Inés." ¡Plega a Dios que por bien sea! ALONSO: Llama, que es hora. TELLO: Ya voy.
Llama en casa de don PEDRO. ANA y doña INÉS, dentro de la casa
ALONSO: ¿Quién es? TELLO: ¡Tan presto! Yo soy. ¿Está en casa Melibea? Que viene Calisto aquí. ANA: Aguarda un poco Sempronio. TELLO: ¿Si haré falso testimonio? INÉS: ¿Él mismo? ANA: Señora, sí.
Abrase la puerta y entran don ALONSO y TELLO en casa de don PEDRO
INÉS: ¡Señor mío! ALONSO: Bella Inés, esto es venir a vivir. TELLO: Agora no hay que decir, "Yo te lo diré después." INÉS: ¡Tello, amigo! TELLO: ¡Reina mía! INÉS: Nunca, Alonso de mis ojos, por haberme dado enojos esta ignorante porfía de don Rodrigo esta tarde he estimado que me vieses. [. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ..] ALONSO: Aunque fuerza de obediencia te hiciese tomar estado no he de estar desengañado hasta escuchar la sentencia. Bien el alma me decía, y a Tello se lo contaba cuando el caballo sacaba, y el sol los que aguarda el día, que de alguna novedad procedía mi tristeza, viniendo a ver tu belleza, pues me dices que es verdad. ¡Ay de mí si ha sido ansí! INÉS: No lo creas, porque yo diré a todo el mundo no, después que te dije sí. Tú solo dueño has de ser de mi libertad y vida; no hay fuerza que el ser impida, don Alonso, tu mujer. Bajaba al jardín ayer, y como por don Fernando me voy de Leonor guardando, a las fuentes, a las flores estuve diciendo amores, y estuve también llorando. "Flores y aguas, les decía, dichosa vida gozáis, pues aunque noche pasáis, veis vuestro sol cada día." Pensé que me respondía la lengua de una azucena --¡qué engaños amor ordena!-- "Si el sol que adorando estás viene de noche, que es más, Inés, ¿de qué tienes pena?" TELLO: Así dijo a un ciego un griego que le contó mil disgustos, "Pues tiene la noche gustos, para qué te quejas, ciego?" INÉS: Como mariposa llego a estas horas, deseosa de tu luz... no mariposa, fénix ya, pues de una suerte me da vida y me da muerte llama tan dulce y hermosa. ALONSO: ¡Bien haya el coral, amén, de cuyas hojas de rosas, palabras tan amorosas salen a buscar mi bien! Y advierte que yo también, cuando con Tello no puedo, mis celos, mi amor, mi miedo digo en tu ausencia a la flores. TELLO: Yo le vi decir amores a los rábanos de Olmedo; que un amante suele hablar con las piedras, con el viento. ALONSO: No puede mi pensamiento ni estar solo ni callar; contigo, Inés, ha de estar, contigo hablar y sentir. ¡Oh, quién supiera decir lo que te digo en ausencia! Pero estando en tu presencia aun se me olvida el vivir. Por el camino le cuento tus gracias a Tello, Inés, y celebramos después tu divino entendimiento. Tal gloria en tu nombre siento, que una mujer recibí de tu nombre, porque ansí, llamándola todo el día, pienso, Inés, señora mía, que te estoy llamando a ti. TELLO: Pues advierte, Inés discreta, de los dos tan nuevo efeto, que a él le has hecho discreto, y a mí me has hecho poeta. Oye una glosa a un estribo que compuso don Alonso a manera de responso, si los hay en muerto vivo. "En el valle a Inés le dejé riendo. Si la ves, Andrés, dile cuál me ves por ella muriendo." INÉS: ¿Don Alonso la compuso? TELLO: Que es buena, jurarte puedo, para poeta de Olmedo. Escucha. ALONSO: Amor lo dispuso. TELLO: Andrés, después que las bellas plantas de Inés goza el valle, tanto florece con ellas que quiso el cielo trocalle por sus flores sus estrellas. Ya el valle es cielo, después que su primavera es, pues verá el cielo en el suelo quien vio, pues, Inés es cielo, "en el valle a Inés." Con miedo y respeto estampo el pie donde el suyo huella. Que ya Medina del Campo no quiere aurora más bella para florecer su campo. Yo la vi de amor huyendo, cuanto miraba matando, su mismo desdén venciendo y aunque me partí llorando, "la dejé riendo." Dile, Andrés, que ya me veo muerto por volverla a ver, aunque cuando llegues, creo que no será menester; que me habrá muerto el deseo. No tendrás que hacer después que a sus manos vengativas llegues, si una vez la ves, ni aun es posible que vivas "si la ves, Andrés." Pero si matarte olvida por no hacer caso de ti, dile a mi hermosa homicida que por qué se mata en mí, pues que sabe que es mi vida. Dile, "Crüel, no le des muerte si vengada estás, y te ha de pesar después." Y pues no me has de ver más, "dile cuál me ves." Verdad es que se dilata el morir, pues con mirar vuelve a dar vida la ingrata, y así se cansa en matar, pues da vida a cuantos mata; pero muriendo o viviendo, no me pienso arrepentir de estarla amando y sirviendo; que no hay bien como vivir "por ella muriendo." INÉS: Si es tuya, notablemente te has alargado en mentir por don Alonso. ALONSO: Es decir, que mi amor en versos miente. Pues, señora, ¿qué poesía llegará a significar mi amor? INÉS: ¡Mi padre! ALONSO: ¿Ha de entrar? INÉS: Escondéos. ALONSO: ¿Dónde?
Ellos se entran, y sale don PEDRO
PEDRO: Inés mía, ¡agora por recoger! ¿Cómo no te has acostado? INÉS: Rezando, señor, he estado, por lo que dijiste ayer, rogando a Dios que me incline a lo que fuere mejor. PEDRO: Cuando para ti mi amor imposible imagine, no pudiera hallar un hombre como don Rodrigo, Inés. INÉS: Ansí dicen todos que es de su buena fama el nombre; y habiéndome de casar, ninguno en Medina hubiera, ni en Castilla, que pudiera sus méritos igualar. PEDRO: ¿Cómo habiendo de casarte? INÉS: Señor, hasta ser forzoso decir que ya tengo esposo, no he querido disgustarte. PEDRO: ¡Esposo! ¿Qué novedad es ésta, Inés? INÉS: Para ti será novedad; que en mí siempre fue mi voluntad. Y ya, que estoy declarada, hazme mañana cortar un hábito, para dar fin a esta gala excusada; que así quiero andar, señor, mientras me enseñan latín. Leonor te queda, que al fin te dará nieto Leonor. Y por mi madre te ruego que en esto no me repliques, sino que medios apliques e mi elección y sosiego. Haz buscar una mujer de buena y santa opinión, que me dé alguna lición de lo que tengo de ser, y un maestro de cantar, que de latín sea también. PEDRO: ¿Eres tú quien habla, o quién? INÉS: Esto es hacer, no es hablar. PEDRO: Por una parte, mi pecho se enternece de escucharte, Inés, y por otra parte, de duro mármol le has hecho. En tu verdad edad mi vida esperaba sucesión; pero si esto es vocación, no quiera Dios que lo impida. Haz tu gusto, aunque tu celo en esto no intenta el mío; que ya sé que el albedrío no presta obediencia al cielo. Pero porque suele ser nuestro pensamiento humano tan vez inconstante y vano, y en condición de mujer, que es fácil de persuadir, tan poca firmeza alcanza, que hay de mujer a mudanza lo que de hacer a decir, mudar las galas no es justo, pues no pueden estorbar a leer latín o cantar, ni a cuanto fuere tu gusto. Viste alegre y cortesana; que no quiero que Medina, si hoy te admirare divina, mañana te burle humana. Yo haré buscar la mujer y quien te enseñe latín, pues a mejor padre, en fin, es más justo obedecer. Y con esto, adiós te queda; que para no darte enojos, van a esconderse mis ojos adonde llorarte pueda.
Vase, y salgan don ALONSO y TELLO
INÉS: Pésame de haberte dado disgusto. ALONSO: A mí no me pesa, por el que me ha dado el ver que nuestra muerte conciertas. ¡Ay, Inés! ¿Adónde hallaste en tal desdicha, en tal pena, tan breve remedio? INÉS: Amor en los peligros enseña una luz por donde el alma posibles remedio vea. ALONSO: Éste, ¿es remedio posible? INÉS: Como yo agora le tenga para que este don Rodrigo no llegue al fin que desea bien sabes que breves males la dilación los remedia; que no dejan esperanza si no hay segunda sentencia. TELLO: Dice bien, señor; que en tanto que doña Inés cante y lea, podéis dar orden los dos para que os valga la Iglesia. Sin esto, desconfïado don Rodrigo, no hará fuerza a don Pedro en la palabra, pues no tendrá por ofensa que le deje doña Inés por quien dice que le deja. También es linda ocasión para que yo vaya en venga con libertad a esta casa. ALONSO: ¡Libertad! ¿De qué manera? TELLO: Pues ha de leer latín, ¿no será fácil que pueda ser yo quien venga a enseñarla? Y verás, ¡con qué destreza le enseño a leer tus cartas! ALONSO: ¡Qué bien me remedio piensas! TELLO: Y aún pienso que podrá Fabia servirte en forma de dueña, siendo al santa mujer que con su falsa apariencia venga a enseñarla. INÉS: Bien dices; Fabia será mi maestra de virtudes y costumbres. TELLO: ¡Y qué tales serán ellas! ALONSO: Mi bien, yo temo que el día, que es amor dulce materia para no sentir las horas, que por los amantes vuelan, nos halle tan descuidados, que al salir de aquí me vean, o que sea fuerza quedarme. ¡Ay Dios! ¿Qué dichosa fuerza! Medina a la Cruz de Mayo hace sus mayores fiestas. Yo tengo que prevenir, que, como sabes, se acercan; que, fuera de que en la plaza quiero que galán me veas, de Valladolid me escriben que el rey don Juan viene a verlas; que en los montes de Toledo le pide que se entretenga el condestable estos días, porque en ellos convalezca, y de camino, señora, que honre esta villa le ruega; y así, es razón que le sirva la nobleza de esta tierra. Guárdete el cielo, mi bien. INÉS: Espera; que a abrir la puerta es forzoso que yo vaya. ALONSO: ¡Ay, luz! ¡Ay, aurora necia, de todo amante envidiosa! TELLO: Ya no aguardéis que amanezca. ALONSO: ¿Cómo? TELLO: Porque ya es de día. ALONSO: Bien dices, si a Inés me muestras. Pero, ¿cómo puede ser, Tello, cuando el sol se acuesta? TELLO: Tú vas despacio, él aprisa; apostaré que te quedas.
Vanse. Salen don RODRIGO y don FERNANDO
RODRIGO: Muchas veces había reparado, don Fernando, en aqueste caballero, del corazón solícito avisado. El talle, el grave rostro, lo severo, celoso me obligaban a miralle. FERNANDO: Efetos son de amante verdadero; que en viendo otra persona de buen talle, tiene temor que si le ve su dama, será posible o fuerza codicialle. RODRIGO: Bien es verdad que él tiene tanta fama, que por más que en Medina se encubría, el mismo aplauso popular le aclama. Vi, como os dije, aquel mancebo un día que la capa perdida en la pendencia contra el valor de mi opinión traía. Hice secretamente diligencia después de hablarle, y satisfecho quedo, que tiene esta amistad correspondencia. Su dueño es don Alonso, aquel de Olmedo, alanceador galán y cortesano, de quien hombres y toros tienen miedo. Pues si éste sirve a Inés, ¿qué intento en vano? O cómo quiero yo, si ya le adora, que Inés me mire con semblante humano? FERNANDO: ¿Por fuerza ha de quererle? RODRIGO: Él la enamora, y merece, Fernando, que le quiera. ¿Qué he de pensar, si me aborrece agora? FERNANDO: Son celos, don Rodrigo, una quimera que se forma de envidia, viento y sombra, con que lo incierto imaginado altera, una fantasma que de noche asombra, un pensamiento que a locura inclina, y una mentira que verdad se nombra. RODRIGO: Pues, ¿cómo tantas veces a Medina viene y va don Alonso? ¿Y a qué efeto es cédula de noche en una esquina? Yo me quiero casar; vos sois discreto; ¿qué consejo me dais, si no es matalle? FERNANDO: Yo hago diferente mi conceto; que ¿cómo puede doña Inés amalle, si nunca os quiso a vos? RODRIGO: Porque es respuesta que tiene mayor dicha y mejor talle. FERNANDO: Mas porque doña Inés es tan honesta, que aun la ofendéis con nombre de marido. RODRIGO: Yo he de matar a quien vivir me cuesta en su desgracia, porque tanto olvido no puede proceder de honesto intento. Perdí la capa y perderé el sentido. FERNANDO: Antes, dejarla a don Alonso, siento que ha sido como echársela en los ojos. Ejecutad, Rodrigo, el casamiento, llévese don Alonso los despojos y la victoria vos. RODRIGO: Mortal desmayo cubre mi amor de celos y de enojos. FERNANDO: Salid galán para la Cruz de Mayo, que yo saldré con vos; pues el rey viene, las sillas piden el castaño y bayo. Menos aflige el mal que se entretiene. RODRIGO: Si viene don Alonso, ya Medina ¿qué competencia con Olmedo tiene? FERNANDO: ¿Qué loco estáis! RODRIGO: Amor me desatina.
Vanse. Salen don PEDRO, doña INÉS [vestida en hábito], y doña LEONOR
PEDRO: No porfíes. INÉS: No podrás mi propósito vencer. PEDRO: Hija, ¿qué quieres hacer, que tal veneno me das? Tiempo te queda... INÉS: Señor, ¿que importa el hábito pardo si para siempre le aguardo? LEONOR: Necia estás. INÉS: Calla, Leonor. LEONOR: Por lo menos estas fiestas has de ver con galas. INÉS: Mira que quien por otras suspira, ya no tiene el gusto en éstas. Galas celestiales son las que ya mi vida espera. PEDRO: ¿No basta que yo lo quiera? INES: Obedecerte es razón.
Sale FABIA, con rosario y báculo y antojos
FABIA: Paz sea en aquesta casa. PEDRO: Y venga con vos. FABIA: ¿Quién es la señora doña Inés, que con el Señor se casa? ¿Quién es aquella que ya tiene su esposo elegida, y como a prenda querida esos impulsos le da? PEDRO: Madre honrada, ésta que ves, y yo su padre. FABIA: Que sea muchos años, y ella vea el dueño que vos no veis. Aunque en el Señor espero que os ha de obligar piadoso a que aceptéis tal esposo, que es muy noble caballero. PEDRO: ¡Y cómo, madre, si lo es! FABIA: Sabiendo que anda a buscar quien venga a morigerar los verdes años de Inés, quien la guíe, quien la muestre las sémitas del Señor, y al camino del amor como a principianta adiestre, hice oración en verdad, y tal impulso me dio, que vengo a ofrecerme yo para esta necesidad, aunque soy gran pecadora. PEDRO: ¿Ésta es la mujer, Inés, que has menester? INÉS: Ésta es la que he menester agora. Madre, abrázame. FABIA: Quedito, que el cilicio me hace mal. PEDRO: No he visto humildad igual. LEONOR: En el rostro trae escrito lo que tiene el corazón. FABIA: ¡Oh, qué gracia! ¡Oh, qué belleza! Alcance tu gentileza mi deseo y bendición. ¿Tienes oratorio? INÉS: Madre, comienzo a ser buena agora. FABIA: Como yo soy pecadora, estoy temiendo a tu padre. PEDRO: No le pienso yo estorbar tan divina pecadora. FABIA: En vano, infernal dragón, la pensabas devorar. No ha de casarse en Medina; monasterio tiene Olmedo; Domine, si tanto puedo, ad juvandum me festina. PEDRO: Un ángel es la mujer.
TELLO, de gorrón, [habla dentro]
TELLO: Si con sus hijas está, yo sé que agradecerá que yo me venga a ofrecer.
Sale [TELLO]
El maestro que buscáis está aquí, señor don Pedro, para latín y otras cosas, que dirán después su efecto. Que buscáis un estudiante en la iglesia me dijeron, porque ya de esta señora se sabe el honesto intento. Aquí he venido a serviros, puesto que soy forastero, si valgo para enseñarla. PEDRO: Ya creo y tengo por cierto, viendo que todo se junta, que fue voluntad del cielo. En casa puede quedarse la madre, y este mancebo venir a darte lición. Concertadlo, mientras vuelvo, las dos..
A TELLO
¿De dónde es, galán? TELLO: Señor, soy calahorreño. PEDRO: ¿Su nombre? TELLO: Martín Pelaez. PEDRO: Del Cid debe de ser deudo. ¿Dónde estudió? TELLO: En la Coruña, y soy por ella maestro. PEDRO: ¿Ordenóse? TELLO: Sí, señor, de vísperas. PEDRO: Luego vengo.
Vase
TELLO: ¿Eres Fabia? FABIA: ¿No lo ves? LEONOR: ¿Y tú Tello? INÉS: ¡Amigo Tello! LEONOR: ¿Hay mayor bellaquería? INÉS: ¿Qué hay de don Alonso? TELLO: ¿Puedo fïar de Leonor? INÉS: Bien puedes. LEONOR: Agraviara Inés mi pecho y mi amor, si me tuviera su pensamiento encubierto. TELLO: Señora, para servirte está don Alonso bueno, para las fiestas de mayo, tan cerca ya, previniendo galas, caballos, jaeces, lanza y rejones; que pienso que ya le tiemblan los toros. Una adarga habemos hecho, si se conciertan las cañas, como de mi raro ingenio. Allá le verás, en fin. INÉS: ¿No me ha escrito? TELLO: Soy un necio. Ésta, señora es la carta. INÉS: Bésola de porte y leo.
Don PEDRO [habla dentro]
PEDRO: Pues por el coche, si está malo el alazán.
Sale
¿Qué es esto?
[Tello habla] aparte a doña INÉS
TELLO: (¡Tu padre! Haz que lees, y yo haré que latín te enseño.) Dominus... INÉS: Dominus... TELLO: Diga. INÉS: ¿Cómo más? TELLO: Dominus meus. INÉS: Dominus meus. TELLO: Ansí, poco a poco irá leyendo. PEDRO: ¿Tan presto tomas lición? INÉS: Tengo notable deseo. PEDRO: Basta; que a decir, Inés, me envía el ayuntamiento que salga a las fiestas yo. INÉS: Muy discretamente han hecho, pues viene a la fiesta el rey. PEDRO: Pues sea con un concierto que has de verlas con Leonor. INÉS: Madre, dígame si puedo verlas sin pecar. FABIA: ¿Pues no? No escrupulices en eso como algunos tan mirlados, que piensan, de circunspectos, que en todo ofenden a Dios, y olvidados de que fueron hijos de otros como todos, cualquiera entretenimiento que los trabajos olvide tienen por notable exceso. Y aunque es justo moderarlos, doy licencia, por lo menos para estas fiestas, por ser jugatoribus paternos. PEDRO: Pues vamos; que quiero dar dineros a tu maestro, y a la madre para un manto. FABIA: A todas cubra el del cielo, y vos, Leonor, ¿no seréis como vuestra hermana presto? LEONOR: Sí, madre, porque es muy justo que tome tan santo ejemplo.
Vanse. Sale el REY don Juan, con acompañamiento, y el CONDESTABLE
REY: No me traigáis al partir negocios que despachar. CONDESTABLE: Contienen sólo firmar; no has de ocuparte en oír. REY: Decid con mucha presteza. CONDESTABLE: ¿Han de entrar? REY: Agora no. CONDESTABLE: Su santidad concedió lo que pidió vuestra alteza por Alcántara, señor. REY: Que mudase le pedí el hábito porque ansí pienso que estará mejor. CONDESTABLE: Era aquel traje muy feo. REY: Cruz verde pueden traer. Mucho debo agradecer al pontífice el deseo que de nuestro aumento muestra, con que irán siempre adelante estas cosas del infante en cuanto es de parte nuestra. CONDESTABLE: Éstas son dos provisiones, y entrambas notables son. REY: ¿Qué contienen? CONDESTABLE: La razón de diferencia que pones entre los moros y hebreos que en Castilla han de vivir. REY: Quiero con esto cumplir, Condestable, los deseos de fray Vicente Ferrer, que lo ha deseado tanto. CONDESTABLE: Es un hombre docto y santo. REY: Resolví con él ayer que en cualquiera reino mío donde mezclados están, a manera de gabán traiga un tabardo el judío con una señal en él, y un verde capuz el moro. Tenga el cristiano el decoro que es justo; apártese dél; que con esto tendrán miedo los que su nobleza infaman. CONDESTABLE: A don Alonso, que llaman "el caballero de Olmedo." hace vuestra alteza aquí merced de un hábito. REY: Es hombre de notable fama y nombre. En esta villa le vi cuando se casó mi hermana. CONDESTABLE: Pues pienso que determina, por servirte, ir a Medina a las fiestas de mañana. REY: Decidle que fama emprenda en el arte militar, porque yo le pienso honrar con la primera encomienda.
Vanse. Sale don ALONSO
ALONSO: ¡Ay, riguroso estado, ausencia mi enemiga, que dividiendo el alma, puedes dejar la vida! ¡Cuán bien por tus efetos te llaman muerte viva, pues das vida al deseo, y matas a la vista! ¡Oh, cuán piadosa fueras, si al partir de Medina la vida me quitaras como el alma me quitas! En ti, Medina, vive aquella Inés divina, que es honra de la corte y gloria de la villa. Sus alabanzas cantan las aguas fugitivas, las aves que la escuchan, las flores que la imitan. Es tan bella, que tiene envidia de sí misma, pudiendo estar segura que el mismo sol la envidia, pues no la ve más vella por su dorada cinta, ni cuando viene a España, ni cuando va a las Indias. Yo merecí quererla. ¡Dichosa mi osadía! Que es merecer sus penas calificar mis dichas. Cuando pudiera verla, adorarla y servirla, la fuerza del secreto de tanto bien me priva. Cuando mi amor no fuera de fe tan pura y limpia, las perlas de sus ojos mi muerte solicitan. Llorando por mi ausencia Inés quedó aquel día, que sus lágrimas fueron de sus palabras firma. Bien sabe aquella noche que pudiera ser mía. Cobarde amor, ¿qué aguardas, cuando respetos miras? ¡Ay, Dios, qué gran desdicha, partir el alma y dividir la vida!
Sale TELLO
TELLO: ¿Merezco ser bien llegado? ALONSO: No sé si diga que sí; que me has tenido sin mí con lo mucho que has tardado. TELLO: Si por tu remedio ha sido, ¿en qué me puedes culpar? ALONSO: ¿Quién me puede remediar, si no es a quien yo le pido? ¿No me escribe Inés? TELLO: Aquí te traigo cartas de Inés. ALONSO: Pues hablarásme después en lo que has hecho por mí.
Lea
"Señor mío, después que os partistes no he vivido; que sois tan cruel, que aun no me dejáis vida cuando os vais." TELLO: ¿No lees más? ALONSO: No. TELLO: ¿Por qué? ALONSO: Porque manjar tan süave de una vez no se me acabe. Hablemos de Inés. TELLO: Llegué con media sotana y guantes; que parecía de aquellos que hacen en solos los cuellos ostentación de estudiantes. Encajé salutación, verbosa filatería, dando a la bachillería dos piensos de discreción; y volviendo el rostro, vi a Fabia... ALONSO: Espera, que leo otro poco; que el deseo me tiene fuera de mí.
Lea
"Todo lo que dejastes ordenado se hizo; sólo no se hizo que viviese yo sin vos, porque no lo dejastes ordenado." TELLO: ¿Es aquí contemplación? ALONSO: Dime cómo hizo Fabia lo que dice Inés. TELLO: Tan sabia y con tanta discreción, melindre e hipocresía, que me dieron que temer algunos que suelo ver cabizbajo todo el día. De hoy más quedaré advertido de lo que se ha de creer de una hipócrita mujer y un ermitaño fingido. Pues si me vieras a mí con el semblante mirlado, dijeras que era traslado de un reverendo alfaquí. Creyóme el viejo, aunque en él se ve de un Catón retrato. ALONSO: Espera; que ha mucho rato que no he mirado el papel.
Lea
"Daos prisa a venir, para que sepáis cómo quedo cuando os partís, y cómo estoy cuando volvéis." TELLO: ¿Hay otra estación aquí? ALONSO: En fin, ¡tú hallaste lugar para entrar y para hablar? TELLO: Estudiaba Inés en ti; que eras el latín, señor, y la lición que aprendía. ALONSO: Leonor, ¿qué hacía? TELLO: Tenía envidia de tanto amor, porque se daba a entender que de ser amado eres digno; que muchas mujeres quieren porque ven querer. Que en siendo un hombre querido de alguna con grande afeto, piensan que hay algún secreto en aquel hombre escondido. Y engáñanse, porque son correspondencias de estrellas. ALONSO: Perdonadme, manos bellas, que leo el postrer renglón.
Lea
"Dicen que viene el rey a Medina, y dicen verdad, pues habéis de venir vos, que sois rey mío." Acabóse el papel. TELLO: Todo en el mundo se acaba. ALONSO: Poco dura el bien. TELLO: En fin, le has leído por jornadas. ALONSO: Espera, que aquí a la margen vienen dos o tres palabras.
Lea
"Poneos esa banda al cuello, ¡Ay, si yo fuera la banda!" TELLO: ¡Bien dicho, por Dios, y entrar con doña Inés en la plaza! ALONSO: ¿Dónde está la banda, Tello? TELLO: A mí no me han dado nada. ALONSO: ¿Cómo no? TELLO: Pues, ¿qué me has dado? ALONSO: Ya te entiendo; luego saca a tu elección un vestido. TELLO: Ésta es la banda. ALONSO: Extremada. TELLO: Tales manos la bordaron. ALONSO: Demos orden que me parta. Pero, ¿ay, Tello! TELLO: ¿Qué tenemos? ALONSO: De decirte me olvidaba unos sueños que he tenido. TELLO: ¿Agora en sueños reparas? ALONSO: No los creo, claro está; pero dan pena. TELLO: Eso basta. ALONSO: No falta quien llama a algunos revelaciones del alma. TELLO: ¿Qué te puede suceder en una cosa tan llana como quererte casar? ALONSO: Hoy, tello, al salir el alba, con la inquietud de la noche, me levanté de la cama, abrí la ventana aprisa, y mirando flores y aguas que adornan nuestro jardín, sobre una verde retama veo ponerse un jilguero, cuyas esmaltadas alas con lo amarillo añadían flores a las verdes ramas. Y estando al aire trinando de la pequeña garganta con naturales pasajes las quejas enamoradas, sale un azor de un almendro, adonde escondido estaba, y como eran en los dos tan desiguales las armas, tiñó de sangre las flores, plumas al aire derrama. Al triste chillido, Tello, débiles ecos del aura respondieron, y, no lejos, lamentando su desgracia, su esposa, que en un jazmín la tragedia viendo estaba. Yo, midiendo con los sueños estos avisos del alma, apenas puedo alentarme; que con saber que son falsas todas estas cosas, tengo tan perdida la esperanza, que no me aliento a vivir. TELLO: Mal a doña Inés le pagas aquella heroica firmeza con que atrevida contrasta los golpes de la fortuna. Ven a Medina, y no hagas caso de sueños ni agüeros, cosas a la fe contrarias. Lleva el ánimo que sueles, caballos, lanzas y galas, mata de envidia los hombres, mata de amores las damas. Doña Inés ha de ser tuya a pesar de cuantos tratan dividiros a los dos. ALONSO: Bien dices. Inés me aguarda; vamos a Medina alegres. Las penas anticipadas dicen que matan dos veces, y a mí sola Inés me mata, no como pena, que es gloria. TELLO: Tú me verás en la plaza hincar de rodillas toros delante de sus ventanas.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

El caballero de Olmedo, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002