NI CALLARLO NI DECIRLO

Antonio Hurtado de Mendoza


El texto presentado aquí está basado en un manuscrito temprano y único de NI CALLARLO NI DECIRLO y fue preparado con el apoyo de la esmerada edición crítica de Eric W. Vogt publicada por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez en 1992. La base textual de esta edición es el manuscrito único de la obra preparado en el siglo XVII (Códice 3481, de la colección Barberini, de la Biblioteca Vaticana). Se encontrarán allí valiosos comentarios y notas. Esta edición electrónica fue preparada por Vern G. Williamsen en el año 1995 bajo otros criterios.


Personas que hablan en ella:

PRIMERA JORNADA


Salga DON JUAN DE AYALA, pensativo y paseándose por el tablado, y
GONZALO, su criado, detrás de él, mirando del mismo modo.  Y
después de haber dado una vuelta al tablado y dicho la primera copla,
tírele de la capa y diga las demás. 
 
GONZALO:       (¿Hay suspensión más extraña?  [Aparte]
            ¿Hay amor tan enfadoso?
            Ea, embisto; que es forzoso 
            que se empiece la maraña).
               ¡Ah señor!  ¡Qué embelesado              
            se está sin oír ni hablar! 
            ¡El diablo puede esperar
            lo que se dice un callado!
               Si es que hacer por lo entendido                            
            del divertirte gran precio,              
            si quieres ser menos necio,
            ¡sé necio, y no divertido!
               ¿Hay embeleso, hay espanto 
            de amor igual?  Luego vi
            que es estar menos en sí              
            el estar consigo tanto.                        
 
JUAN:          Este hermoso, este grande, este escondido
            afecto de mi amor, que retirado
            yace en el hondo mar de mi cuidado,
            y en la ardiente región de mi  
               ¿cuándo en voz se verá, cuándo en gemido
            de lazos de silencio desatado,
            o siempre en mis memorias obstinado, 
            cuándo podré acordarme algún olvido?
               Recato es no morir.  Ninguno acierte  
            en mi estrago, la causa al alma asida,
            la mano celestial, el dueño altivo.
               Quitaré la costumbre de la muerte
            y hecho sepulcro de mi propia vida,                       
            polvo de amor seré, quedando vivo.     
 
GONZALO:       ¿Sonetico? Los condeno.          
            ¡Pardiós!, que quiero decillo
            si el soteno y tabardillo
            salen mal del catorceno.
               ¡Cuál diablos la dama es,         
            que de un hombre honrado amada
            modestamente, se enfada 
            de una injuria tan cortés!
               (¡Díjelo pulídamente!)     [Aparte]
            Sea esa fembra en buen hora.          
            Si del solar del aurora,
            de todo el sol descendiente,
               tu nobleza, aunque no iguala
            tu presunción, ¿qué se humilla?
            ¿No fue tu agüelo en Castilla,         
            Don Pedro López de Ayala?
               ¡Qué suspenso está, y qué mudo! 
            (¡Vive Dios, que me he vengado!   [Aparte]
            ¡Que a un divertido menguado                                   
            dalle con lo linajudo!)                
JUAN:          Un dolor me ha de matar,
            hermoso, esquivo y severo;
            que si no sano, me muero,
            y muero por no sanar.
               ¡Cielos!  ¿Por qué ha de ser mengua         
            el que yo diga mi amor?
            ¡Oh, qué recio habla un dolor
            en lo mudo de una lengua!
               Si mudamente he de amar
            a lo que en tanto sentir,                    
            mi pena puede decir
            "estrecho viene el callar". 
               (¡Ay, Elvira de Aragón!   [Aparte]
            ¡Y qué bien en tu hermosura,
            acertando mi locura,                            
            desatina mi razón!
               Tan alto empeño me fío,
            que en tu gloriosa beldad
            cuanto es mayor vanidad
            es mayor acierto mío).                 
               ¿Dónde consuelo y disculpa
            hallará mi amor?  Jamás, 
            si a aquello en que acierto más,
            vengo a tener mayor culpa.  
               Si mi pena, si mi llanto,          
            si mi amor, que no le entienden,
            aún en mi silencio ofenden,
            no puedo más que amar tanto.
GONZALO:       No se vio amor tan callado, 
            ni tan escondida llama                 
            que no la entienda la dama
            o la sepa su crïado.
               Soy criado noble en efecto
            de gran punto y ley entera,
            que si tu lacayo fuera,                
            me rogara tu secreto.
               (Quiero de esta fantasía    [Aparte]
            divertille si me atrevo).
            ¿Sabes, di, lo que hay de nuevo?
JUAN:       ¿Hay alguna dicha mía?                  
GONZALO:       Oh, ¡qué vulgares engaños!
            ¨Sabes que el rey, que Dios guarde,
            sale en público esta tarde?
JUAN:       Salga, y viva muchos años.
GONZALO:       Hay famosas competencias;         
            que al rey privado no dan
            hasta agora.
JUAN:                      Así estarán
            ociosas las reverencias.
GONZALO:       También entras en la dicha;        
            que en decir el pueblo ha dado,        
            que tú has de ser el privado.
JUAN:       ¡Aún me falta esa desdicha!
GONZALO:       ¡Por Dios, que miento; oh, traidora
            lisonjera!  Mas, ¿qué espero?;                          
            que por si lo fuere, quiero                          
            ayudalle desde agora.
               El rey sale.  Poco a poco
            te introduce con primor                                           
            entre todos.
JUAN:                     Hay amor                
            por callar, ¡mas no estoy loco!                                
      
Sale el REY con mucho acompañamiento [LUPERCIO y un CORTESANO entre ellos], y DON JUAN y su criado se introducen entre todos, y DON BLASCO DE ALAGON viene de viejo.
LUPERCIO: Hoy es el primero día que verse Alfonso ha dejado después que el reino ha heredado. ¡Mil siglos su bizarría logre y su ingenio!, que en él, con juicio siempre despierto, cada paso es un acierto, cada ación es un laurel. Hoy se espera la elección que ha de hacer de camarero mayor. CORTESANO: ¿Y en quién? LUPERCIO: Yo la espero en don Blasco de Alagón. Todo el pueblo así lo siente; pero hay otros que alcanzallo esperan. CORTESANO: El esperallo se merece fácilmente. REY: Don Blasco. LUPERCIO: A don Blasco llama. Su camarero mayor le nombra. REY: Vuestro valor, que ocupa entera la fama, tantos años ha servido, que en su casa retirado podrá vivir descansado. BLASCO: Mil veces, señor, te pido la mano, que hoy haces ley de príncipe justo y manso, que hacer merced de descanso, no lo ha podido otro rey. LUPERCIO: Con muy baratas mercedes empieza el rey. BLASCO: Ha premiado mis servicios. CORTESANO: Él te ha dado lo que tú tomar te puedes. BLASCO: Sabio el rey empieza a ser, que no al que importuno sea le ha de dar lo que desea, sino lo que ha menester. Yo estoy contento. REY: El señor de Urrea... BLASCO: De honralle trata el rey. REY: ...de Aranda y Morata él, y él de Illueca y Gotor son Condes. BLASCO: Justa merced. GONZALO: ¿Dos condes? ¡De dos en dos van las señorías! ¡Dios nos tenga de su merced! JUAN: Los reyes que honras no dan, ¿en qué reinan? ¡Qué altamente ha hecho agora más de veinte en Castilla el rey don Juan! CORTESANO: Por los ausentes empieza. BLASCO: Del rey, con justa alabanza, cuánto más lejos alcanza es más grande la grandeza. LUPERCIO: Del fuego y del sol jamás pierde un buen rey la costumbre que al m s cercano a su lumbre enciende y calienta más. Poco el rey me satisface. Cortesanos de primor no han de culpar lo peor sino aquello que se hace. GONZALO: ¿Cuándo sale este embozado? REY: Don Juan de Ayala. JUAN: ¿Señor? REY: Mi camarero mayor sois ya. GONZALO: Doyme a mesurado, y hablar quiere al rey mi amigo. JUAN: ¡Tente, loco! ¡Tente, acaba! GONZALO: Ansí, ansí. No me acordaba que el rey ha de hablar conmigo. CORTESANO: Bien muestra el rey en el modo que nació en Castilla, pues más que a tanto aragonés precia a un castellano. BLASCO: En todo muestra el rey que es sabio y justo; que el serville en la corona todos, pero en la persona, los que fueren de su gusto. REY: A honrarte públicamente sólo salí. JUAN: De tu vida, siglos veas. REY: Tu lucida, noble pobreza decente a elegirte me ha obligado; que un caballero que ha sido en la miseria sufrido, será en el poder templado. No [abuses] edad ninguna; que gran sangre conservada en limpieza y vida honrada es grande en cualquier fortuna. Queda y oye de la gente el aplauso entremetido; que ha poco que eres valido y sabrá él que te miente. Vase [el REY] LUPERCIO: ¡Qué elección! ¿A un forastero no le das el parabién? BLASCO: ¿Harélo cuando le den lo que él merece y yo espero? CORTESANO: El viejo nos calla en vano la envidia que no se ignora. BLASCO: Adulad poco, que agora para engañalle es temprano. Vase [DON BLASCO] LUPERCIO: Todo el reino, (y los demás),[Aparte] sea holgado, y muy justamente, de la elección excelente que el rey ha hecho. JUAN: Jamás la esperes y será acertada, si es que en serviros lo ha sido. CORTESANO: También él nos ha mentido. No nos queda a deber nada. LUPERCIO: Don Blasco --y los dos testigos-- consentimiento molesto ha mostrado. JUAN: No, es muy presto para tener enemigos. Don Blasco es hombre real. CORTESANO: Fuése y no dio parabién. JUAN: Aún no le [he] hecho ningún bien para que me quiera mal. LUPERCIO: No dio fuego. CORTESANO: No fue acierto Acompañalde. LUPERCIO: Vusía, venga. JUAN: Es injusta porfía. CORTESANO: Todavía está indispuesto. Vanse los cortesanos GONZALO: Deja que te sirva el plato de señoría, o al viento de tanto vanillo hambriento se las demos de barato; y aún no será gran licencia el ponerte otra demanda, que en la boca se me anda como diente la excelencia. El mudo secreto, achaque de amor, el silencio y queja de los motes se lo deja al pulido badulaque. Habla, y nada ya te asombre: Todo es temporalidad que busca toda beldad. La conveniencia y no el hombre, gran señor... JUAN: ¡Quita, enfados[o]! GONZALO: ¡Qué terribles asperezas temprano a tener empiezas! ¡Necedades de dichoso! Ya que eres valido aquí, sólo a pedirte me obligo, que seas bueno contigo, mas no cuerdo contra mí. JUAN: Déjame solo. GONZALO: En efecto, soledad y lengua muda en todo. él quiere, sin duda, privar también en secreto. Vase [GONZALO] JUAN: Agora sí, que he llegado a lo más de mis desdichas; que hube menester las dichas para ser más desdichado. O nunca me hubiera hallado la Fortuna a ser espanto de nuevo tormento y llanto o nunca valido fuera, porque menester no hubiera callar más que callar tanto. Pudiera ser que algún día mi desesperado amor, con el ardiente furor dijera la pena mía. Pero si esta lozanía se atreviese --¡ay dueño hermoso!-- mi amor me dirá quejoso que decillo aún mi semblante, más que locura de amante es licencia de dichoso. Ya teme, ya, mi locura que mi amor querrá violento, tener el atrevimiento de una insolente ventura. En tan gloriosa hermosura, líneas soberanas toco; mas en vano mi amor loco, ni a mirarse ha de atrever, porque sabré yo tener dichas que presuman poco. Ya no hay esperanza alguna de hablar, que, pues mi dolor no osó decille mi amor, no ha de osallo mi fortuna; [¡tan desdichada e importuna!]. Segura, señora, estás; ya Elvira, no oirás jamás esta pena con quien lucho; que es bien, si amor callo mucho, que el respeto calle más.
Vase [DON JUAN y] salgan DOÑA ELVIRA de Aragón y DOÑA ALDONZA de Urrea
ALDONZA: Aunque mis voces no escuchas, lo he de saber. ¿Qué te espantas?, que son tus tristezas tantas, que aun te sobran para muchas. ¿Qué sientes, prima? ¿Qué tienes que en amistades iguales ni el dolor niega los males ni el gusto calla los bienes? ¡Ea, no me niegues, no, tu mal! No estés mesurada, mas, si no me dices nada, dirételo todo yo. Aunque sé que no es en vano, bella Elvira de Aragón, tu tristeza en la prisión del conde de Urgel, tu hermano, novedad agora siento en la suerte del dolor, que hace misterio mayor el modo que el sentimiento. Allí le enseñó tu llanto, y aquí tu dolor le encubres; y aunque menos se descubre, dice más callarle tanto. Penas, suspiras y enojos tan sufridos, tan discretos, que para estar más secretos, aun callan hasta en los ojos. No es pena vulgar, Elvira, que en silencios que hacen fe, lo que se esconde se ve aun más que lo que se mira. ELVIRA: ¿Qué busca tanto aparato de palabras? ¡Raro intento! Lo que calla un sentimiento preguntárselo a un recato. Si es que tu piedad pretende saber y que yo lo diga esta callada fatiga, ésa es caridad que ofende. Querer informarse de ella, intentar averigualla, no más de porque se calla, bien merece no sabella. Si está tu dolor atento al mío, y sentirle quiere, conque sientas el que fuere, no hay que saber el que siento. Deja; no preguntes nada (que esta pena al alma asida Aparte yo la sufriera entendida, y no puedo imaginada) de mi mal, no entiendo el modo, porque es la melancolía molestia bachillería. No está en nada, y piensa en todo. Yo misma me ignoro aquí. Déjame sola un momento que el mal que piensas que siento, le quiero saber de mí. ALDONZA: Elvira, negando una, das mil respuestas ociosas, que me has dicho muchas cosas para no decir ninguna. Sola te dejo; que yo tu accidente no la dudo; que el amor puede estar mudo, mas lo enmudecido, no. Vase [ALDONZA] ELVIRA: Agora, corazón mío, s¢lo con vos hablar quiero en mal tan fiero; que a mí propia aun no me fío la desdicha de que muero: Ver entre suerte tan dura el nombre de Urgel perdido y ofendido, el alma dejo segura, y entero dejo el sentido; pero el mal que agora siento en tempestuosa avenida, llevaba asida la memoria, el pensamiento, el sentido, el alma y vida. Yo adoro a un hombre, ¡qué injusto! --por no más que su opinión. ¡Ay corazón! ¡Mucha razón tendrá el gusto, mas ninguna la razón! ¡Ay, dulce pena escondida! ¨Yo, loca? ¨Yo enamorada? ¿Yo, agraviada? ¿Yo, en certezas de perdida y en dudas de ser amada? ¡Cielos, dejad que me asombre [a£n mi virtud recatada] [en ser callada]! Que aun no le bastará a un hombre [verme amada o humillada]. ¿Yo, querer, ¡ay, cielo esquivo!, a don Juan, cuando no espero en lo que quiero ni aprovechar lo que vivo, ni aprovechar lo que muero? ¡Qué desdicha! ¡Qué rigor! Que no sólo en el desdén de querer bien debo callar el amor, sino en la culpa también. En pasión tan lisonjera, bien sufriera en cuanto siente a mi accidente, que decirse no pudiera, si pudiera ser decente. Que este amor, en que crüel, el respeto me perdí, no sólo aquí debo callársele a él, sino escondelle de mí. ¡Baste, baste, que yo muera! ¡Vengue, vengue en mí, enemiga, suerte fïera a lo fácil que le quiera, lo imposible que lo diga! Sea el silencio fïel a cuánto siento y no digo; y sea el castigo que ya que muero por él, que todo muera conmigo. Sale un CRIADO CRIADO: Señora, alegre y contento tu tío... ¿No estás en tí, ni en lo que digo? ELVIRA: ¡Ay de mí! Sólo estoy en lo que siento. Que espera... Llegue mi tío. Sale DON BLASCO BLASCO: Sobrina mía, señora, nunca alegre como agora, ni con tanto gusto mío, he llegado a verte. Dame los brazos. ELVIRA: Tío y se¤or: ¿Hate hecho el rey el favor que esperaban? BLASCO: No se llame favor sólo, "merced" sí, que me manda retirar a mi casa a descansar y a despedirme de tí. Vengo con nueva alegría, pues, cuánto --aunque al sol lo iguale-- puede dar un rey, no vale sólo el descanso de un día. ELVIRA: ¿Esa merced te ha hecho a tí? BLASCO: ¿Qué mayor, si a darme viene lo que él para sí no tiene? ELVIRA: ¨Y el despedirte de mí, el retirarte a tu estado? BLASCO: De la corte no saldré, que lo que importa es que esté el ánimo retirado: que de la ambición sedienta de palacio y su congoja, él que de nada se enoja, huye más que él que se aumenta. ELVIRA: Cuando el oficio mayor te debe el rey, ¿te retira? ¡Qué indigno príncipe! BLASCO: Elvira, él le ha empleado mejor; que justamente ha elegido a un caballero excelente, tan bizarro, tan valiente, tan cortés, tan entendido, que en opinión generosa nadie en el reino le iguala. ELVIRA: ¿Y quién es? BLASCO: Don Juan de Ayala. ELVIRA: ¡Ay de mí! BLASCO: ¡Que cierta cosa sentir como aragonesa que un forastero haya sido a todos el preferido! Pésame de que te pesa. ELVIRA: ¿Y es muy grande su privanza? (¡Oh, nunca llegara a ella!) Aparte BLASCO: Tanto, que el rey cumple en ella con su gloriosa esperanza. ELVIRA: Tío, los esfuerzos deja que traes con dudosa furia, si muy desnuda la injuria, muy envainada la queja. ¿Faltaba un aragonés que ese puesto mereciese? ¿Qué importa que don Juan fuese bizarro, noble y cortés para... BLASCO: Sobrina, ¡eso no! Las damas culpar el traje, el chiste, el garbo, el lenguaje; mas las acciones, ¡ni aun yo! Don Juan en todo es perfeto y en culpar lo que hace un rey, si no parte de la ley, peligra todo el respeto. Adiós, Elvira. ELVIRA: Él te guarde. BLASCO: ¡Qué fina es mi sobrina! Porque mi ofensa imagina, le cansa el don Juan. Vase DON BLASCO ELVIRA: ¡Cobarde! Corazón, volved atrás, y si mi amor en mi llanto por mí le callases tanto, por don Juan calla el de más. No me embarazo, ¡Jamás! Conque don Juan mayor sea; pero sí, conque se vea que por serlo ha de atendelle, y atreviéndome a querelle no me atrevo a que él lo crea. ¡Don Juan valido, y yo amante! Corazón, callad agora mejor, y seldo en buen hora todo, si no es negociante. No os vea atento un instante, quien fino siempre os miró. ¡Muera cien mil veces yo, parezca mi amor locura, pena, rabia y desventura; pero conveniencia, no! Cuánto se padece y siente en un amor ostinado, dé pasos de desdichado, pero no de pretendiente; no puede amar altamente la hermosura generosa, que a todo vive imperiosa. Presuman pues, las más bellas, que están bajas las estrellas a la razón de una hermosa. Si ha de amar bizarro un gusto, más digno es de un gran cuidado mostrarse desatinado, que no que piensen que es justo. Al amor más que lo injusto una advertencia le culpa. [No es desatinada culpa] del alma un noble destino; de amar en el desatino solamente se disculpa. Voluntad, más ciego el ñudo, ¡morid, callad!; que a mi amor, si no pudiera mi honor, el mismo le hiciera mudo. La fe que tenerse pudo, ¡ya cielos!; no es para dicha. No piense la nueva dicha de don Juan que es engañalle: que puede haber para amalle más razón que mi desdicha. Sale DON JUAN JUAN: Si antes decir mi tormento lo llamo yo osadía; ya piensa la suerte mía que es pensallo atrevimiento; que han resuelto mis enojos en tan felices agravios, que pasen también los labios todo el silencio a los ojos. Retírese DON JUAN como que está medroso (Pero, ¿qué veo?) [Aparte] ELVIRA: (¿Qué miro?) [Aparte] JUAN: (Ojos, no habéis de atreveros!) [Aparte] ELVIRA: (¡Qué principios tan severos!) [Aparte] JUAN: (¡Qué sequedad!) [Aparte] ELVIRA: (¡Qué retiro!) [Aparte] JUAN: (¡Qué altivez tan merecida!) [Aparte] ELVIRA: (¡Qué encogimiento tan vano!) [Aparte] JUAN: (¡Qué ceño tan soberano!) [Aparte] ELVIRA: (¡Qué gracia tan presumida!) [Aparte] JUAN: (¡Qué desdén tan celestial!) [Aparte] ELVIRA: (¡Qué asustado está, y qué huyendo! [Aparte] Sin duda que está temiendo que he de dalle un memorial. Aún con la vista despide. Si un desatinado amor le fuera a hacer un favor, pensara que se le pide). JUAN: (Aun es diligencia osada; [Aparte] que vella mi amor procure). ELVIRA: El ministro se asegure que no le han de hablar en nada. JUAN: (Mi temor aún dificulta [Aparte] que en presencia suya espere). ELVIRA: Gran cosa, el hombre no quiere dejarse ver sin consulta. Hace DON JUAN reverencia con los ojos muy bajos JUAN: Parece grande ignorancia el no hace[r] cortesía; pues sufre esta cercanía tan infinita distancia. ELVIRA: ¡Qué forzada reverencia sin mirar! (Velle no quiero; [Aparte] que aquí, de este caballero, ni aun los ojos dan audiencia). Vase [DOÑA ELVIRA] JUAN: ¡Que huyendo va! Si la vio mi amor severa y altiva, ingrata, crüel y esquiva. Aun más la esperaba yo. ¡Cielos! Sale GONZALO muy aprisa GONZALO: ¡Oh amo! Temerario, esquivo, crudo y severo ni sufrirme consejero ni quererme secretario; ya sé quién es la metressa. Y albricias le pediré de este amor, y que se ve tantico de ser condesa. Del rey al mismo aposento me he zampado, que me place que lo entremetido face necedad, más no escarmiento. Si intentare algún menguado despejarme, le diré que no hay para qué, porque yo me soy muy despejado. Mas quedo, que me hace gente la reverencia cuitada; que en palacio --y esto es nada-- hasta con los pies se miente. Quiero ministrarme ya y al negociante. Va muy mesurado y topa con su amo y túrbase mucho. JUAN: ¿Hasta aquí te has entrado? ¿Estás en tí? GONZALO: Y aun iba a entrar más allá. JUAN: Donde está el rey, muy despacio te entremetes. GONZALO: ¡Menos guerra! Que he sido chisme en mi tierra y puedo entrar en palacio; que se me debe por ley hallarme en todo y entrar y salir y aconsejar cara a cara, a todo el rey. Esto es lo que siempre ha sido y otro casi tú; soy yo, y si tu crïado no, válgame lo entremetido. JUAN: ¡Gonzalo! GONZALO: ¿Todo te enfada? JUAN: ¡Escondéos hasta en el nombre! Gonzalo, ved que soy hombre que a mí no me sufro nada. ¡Yo insolente para vos? ¡yo, que aún nunca lo he de ser para mí? GONZALO: No es menester: Yo basto para los dos. JUAN: No hay burlas. Si tenéis brío de mi crïado, tan presto en lo encogido y modesto podréis parecerlo mío. Mi norte es el que os enseño si en él y esta religión queréis seguirme. Éstos son los pasos de vuestro dueño. GONZALO: ¡Cuerpo de Dios! Con el norte y su observancia importuna [seré guía lacayuna] y cartujo de la corte. Pesia con tanto preceto Lo honrado es harto pesado; no le añades lo discreto. De tus crïados, en fin, creyeron mis esperanzas, que para tus confïanzas escogieras el más ruín; y por Dios, que es caso recio que sólo me haya tocado de tus penas lo cuitado y de tus dichas lo necio. Yo no me meto contigo y harto, ¡pesie a Bercebú!, harás en ser bueno tú sin que lo acabes conmigo. Ya que la suerte me toca, malvado me deja ser, que por mí no ha de perder su pedacito de loca; que cosas pendiendo están de que yo sea bueno o malo. JUAN: Lo dicho, dicho, Gonzalo. GONZALO: Lo dicho, dicho, don Juan. Vase [GONZALO y] sale el REY REY: Don Juan, muy gran soledad me has hecho, y quiere mi amor que aún primero que favor que lo creas voluntad. Cuanta gracia un criado alcanza de su rey, duda ha de ser mientras no se llega a ver amistad y confïanza. Estos dos muros tendrás que te defiendan de cuantos riesgos te pongo, que en tantos, el más bueno tendrá más. Preceptos no quiero darte ni confundirte en sus nombres, que es de contentar [a] los hombres largo y difícil el arte; pero tomad de memoria éste sólo. Atento estad, que se arma en esta verdad vuestro crédito y mi gloria: Gobernar consiste en modo unir pueblo, rey y Dios, nada por vos, y con vos y conmigo sello todo. Échale el REY los brazos y DON JUAN se arrodilla. JUAN: Que te bese los pies deja; que si un príncipe enriquece cuando premia y favorece mucho más cuando aconseja. En el acierto no arguyo y obedecerte prometo; que se acredita el preceto más que en ser bueno, en ser tuyo. Ya que a tu gracia he llegado, señor, preguntarte quiero, ¿por qué a tan gran caballero y vasallo tan honrado como a don Blasco le dejas sin premio, y sufrirte puedes que a vista de otras mercedes den justas voces sus quejas? Que aunque ninguna le he oído, a tu grandeza conviene que le quites la que tiene y pagues las que ha tenido. REY: Dadme esos brazos y advierte que a don Blasco de Alagón le dejé con atención de hacer merced. JUAN: ¿De qué suerte? REY: Como resuelto tenía de eligirte por valido, guardar para ti he querido, más que para gloria mía esta ación, viendo en sus quejas, que son con términos sabios, aciertos, y desagravios todos los que me aconsejas; que en el pueblo es bien que andes tan acreditado y cuerdo, que vean que por tu acuerdo premio servicios tan grandes. JUAN: Por don Blasco y más por mí te beso la mano. REY: En todo te encargo don Juan, el modo y atiéndame agora. JUAN: Di. REY: Don Juan, las fortunas grandes y los pocos años vemos que entre licencias peligran y zozobran en si mesmos. Yo, de todo recatado con prevención cuerda he puesto prisiones a mis sentidos, y leyes a mis deseos. Mas para andar de buen aire la gorra y el pensamiento, corteses, nobles cuidados son almas de ociosos cuerpos. Mientras atado no vivo a los ilustres preceptos del matrimonio, y se miran en ocio sus lazos bellos, pensemos un generoso, bizarro divertimiento que merezca mis cuidados (más míos los más secretos). [Aparte] En Zaragoza discurre por sus lucidos sujetos, en quién más belleza sea lo hermoso, que no lo nuevo. Refieres las que conoces; que un galante forastero es natural de sí mismo, y todo es patria a un discreto. No hay cosa que no te fíe; que no saben andar lejos lo sazonado del gusto de lo sabio en el consejo. JUAN: Señor, los príncipes grandes, que al mundo tienen atento, primero que con la ley, gobiernan con el ejemplo. Mozo y por casar no admiro lo que piensas; mas te ruego que en templada bizarría que sea gala y no empeño. Y seguro que tus pasos no han de salir de modestos, y que es ocio y no peligro, mis obediencias te ofrezco. REY: Yo voy seguro en mí mismo. Empieza don Juan; que el celo basta que adviertas, y en todo lo más templado es más bueno. JUAN: Doña Violante de Luna es muy hermosa. REY: Y lo creo porque la celebran todos. JUAN: Y es del mismo lucimiento doña Blanca de Bolea. REY: De su atinado despejo publica mucho la fama. JUAN: También tiene igual conceto de doña Inés de la Nuza. REY: Dices bien, que oigo lo mesmo. JUAN: Doña Beatriz de Pomar es muy bizarra, y no es menos doña Isabel de Gurrea. REY: Son las dos muchos extremos. JUAN: Doña Vicencia de Funes tiene nombre en todo el reino y doña Ángela de Heredia tiene el mismo. REY: Aún es pequeño a sus méritos el nombre. JUAN: La que más celebra el pueblo es doña Leonor de Hijar. REY: Y la sangre ayuda a ello. JUAN: Si te parecen bien todas, muy embarazado temo tu gusto. REY: Pues, no lo temas; que nunca muchas hicieron gran batería en un alma; que la guerra y el estruendo sola es una; que una sola hace, don Juan, todo el miedo. Ninguna de las que has dicho es la que busco. Mas debo, generoso, altivo y grave, como rey y caballero, lucillas y honrallas todas que han de estar, y ansí lo ofrezco: una sola en el cuidado, y todas en el respeto. Mas advierte que he advertido que en el alarde que has hecho de tanto escuadrón hermoso, olvidaste lo más bello. JUAN: ¿Quién señor? REY: A doña Elvira de Aragón. JUAN: ¡Ay, santos cielos señor! Deje de nombralla por dos cosas. REY: Dilas presto. JUAN: Porque es doña Elvira hermana del conde. REY: No hables en ello; que a la hermosura no pasa la ira, y de aquel mancebo castigó mi padre tantos desvanecidos intentos. Di la otra causa. JUAN: Es la otra, perdóneme si te ofendo: que vive en palacio Elvira, y está en el mismo aposento de tus hermanas, Alfonso. ¡Gran sagrado en cualquier tiempo! REY: Dices bien; mas considera que el decoro con que pienso amar, y el recato sólo vive en palacio; y te advierto: que si esto ha de ser cuidado, no sufriera menor dueño l alma, ni el albedrío menos soberano incendio. JUAN: Decí[d], que es elección tuya; es sólo encarecimiento de tu grandeza; mas dime, si a amalla estabas resuel[t]o, ¿para qué tan vulgarmente te informabas? REY: Ya te entiendo. Pensé que nombrando a Elvira la primera, con tu acierto, mayor fuera el mío. Escucha hasta para los defectos como para las virtudes: siempre el mayor consejero es el mejor, porque honrado sabrá, prevenido y cuerdo, encubrillo como culpa y apartallo como riesgo; y puesta en un hombre bajo una confidencia, haciendo ostentación de ella misma y aun granjería soberbio, ni asiste a la confïanza ni él se cabe en el secreto. Tú mismo has de ser, tú mismo, por cuya mano este intento seguro ha de gobernarse; que no puede hacer misterio que tú y Elvira habléis juntos; que estando su hermano preso te ha de hablar, y fío de tí, que gustoso, a[l]tivo y diestro, sabrás referir mis partes, sabrás pintar mis afectos, decir mis estimaciones, y ostentar mis pensamientos. JUAN: Señor, no puedo. REY: ¿Qué dices? JUAN: Digo, señor, que no puedo. Enójase el REY REY: ¿Cómo no puedes? ¡Qué extraña respuesta! ¡Dime al momento!: ¿Por qué razón? ¿Por qué causa? ¡Dílo al punto! ¡Dilo luego! ¡Di al instante! ¡Di mil veces por qué! JUAN: Porque yo la quiero. A prisa y claro lo digo, y mil veces no lo niego. REY: ¿Tú la quieres? JUAN: Yo la adoro. REY: Luego, ¿con ese pretexto callaste el nombre entre tantos y con honrosos rodeos? JUAN: No, señor. REY: Pues, ¿qué disculpa puedes dar? JUAN: Que fuera necio en proponer lo que amaba a un rey ni a un hombre; y queriendo fïallo tú de mi mano, fuera traidor con efecto si la verdad te callara; que no hay peligro tan fiero, ni tan desdichado trance, ni tan infeliz suceso porque yo a mi rey mintiera; que heredé de mis agüelos ser leal sin esperanzas y decir verdad sin miedos. REY: ¿Y en qué estado, don Juan, tienes tu amor? JUAN: En el más perfecto y más seguro. REY: ¿Seguro? JUAN: Y tanto que este deseo no le sabe doña Elvira. REY: ¿Tu amor no sabe? JUAN: Ni debo, con haber tiempo tan largo que a tan dulces penas muero. Una diligencia sola, ni a la voz ni al sentimiento... REY: Si un amor cortés, don Juan, es agravio lisonjero, ¿por qué le has callado [a] Elvira? JUAN: Porque un pobre y de honor lleno, si pudiera, aun se negara a las noticias del cielo; que si bien lo altivo y noble de un alma en los mismos senos de la miseria tremola, generosos ardimientos en una vida oprimida de su grave [e] indigno peso, luces que el valor descubre, se llaman atrevimientos. REY: Si por desvalido y pobre callaste ya, ya muy presto estarás en declararte, pues en mi gracia, el primero te hallas. JUAN: No, no lo digas; que en nada he pensado menos; que si antes hice animoso valor, gentileza esfuerzo de callar, agora, agora escondido, mudo y ciego hacer intento, callando, religión del rendimiento, clausura de la memoria y obstinación del silencio. Sin amor tan puro y firme, decille no merecieron almas, vidas, penas, glorias, males, gemidos, tormentos, ansias, finezas, verdades, suspiros y amores tiernos, ¿cómo ha de atreverse? ¿Cómo a decillo el falso viento de una dicha, el rumor vano de una ventura, el deshacello de una suerte? Que soy hombre de tan presumido aliento que sólo entrara en las dichas para hallarlas tan modesto, que a mis pies triunfaran todas; y agora en el duro encuentro de tu amor en mi amor loco para callarle muriendo. A ser posible, a ser fácil entre uno y otro respeto, faltar al que un rey me pone, sobrara el que a Elvira tengo. REY: Si estás resuelto a callarlo, poco harás por mi, y hoy llego, don Juan, a fïarte más que mi corona, pues, dejo en tus manos toda el alma. Mira por ella, advirtiendo que mi atención, tú, y Elvira, todo está junto en mi pecho. JUAN: Antes que nada te ofrezca... ...te pregunto... REY: Ya lo espero... JUAN: ...¿qué obligación a su rey tiene un vasallo? REY: Aunque exceso es preguntar lo que sabes, vuelve otra vez a sabello: Es obligación serville con la verdad, con el celo, con el amor, con el gusto, con la fe, con el consejo, con la hacienda, y con la vida. JUAN: Pero no hay ley, ni hay preceto ni hay justicia, ni hay costumbre, ni hay lisonja, ni hay ejemplo que diga que con el alma. REY: Las delgadezas dejemos: Que el alma del gusto es alma que se queda con el cuerpo. Esto quiero yo, esto mando, esto digo, esto resuelvo, y esto ha de ser. JUAN: ¿Que, en fin, quieres que yo sea? REY: Ha de ser esto. JUAN: Si ha de ser, sea, y yo muera: que ya... que ya... por lo menos, no podrá ser con el alma, que aun hasta el alma me ha muerto.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

Ni callarlo ni decirla, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002