EL GALLARDO ESPAÑOL

Miguel de Cervantes

Texto basado en la edición príncipe, EL GALLARDO ESPAÑOL en OCHO COMEDIAS Y OCHO ENTREMESES NUEVOS NUNCA REPRESENTADOS, COMPUESTAS POR MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA (Madrid: Viuda de Alonso Martín, 1615). Fue editado en forma electrónica por Vern G. Williamsen en 1997.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Salen ARLAXA, mora, y ALIMUZEL, moro
ARLAXA: Es el caso, Alimuzel, que, a no traerme el cristiano, te será el Amor tirano, y yo te seré crüel. Quiérole preso y rendido, aunque sano y sin cautela. ALIMUZEL: ¿Posible es que te desvela deseo tan mal nacido? Conténtate que le mate, si no pudiere rendille; que detener al herille el brazo, será dislate. Partiréme a Orán al punto, y desafiaré al cristiano, y haré por traerle sano, pues no le quieres difunto. Pero, si acaso el rigor de la cólera me incita y su muerte solicita, ¿tengo de perder tu amor? ¿Está tan puesto en razón Marte, desnuda la espada, que la tenga nivelada al peso de tu afición? ARLAXA: Alimuzel, yo confieso que tienes razón en parte; que, en las hazañas de Marte, hay muy pocas sin exceso, el cual se suele templar con la cordura y valor. Yo he puesto precio en mi amor: mira si le puedes dar. Quiero ver la bizarría deste que con miedo nombro, deste espanto, deste asombro de toda la Berbería; deste Fernando valiente, ensalzador de su crisma y coco de la morisma, que nombrar su nombre siente; deste Atlante de su España, su nuevo Cid, su Bernardo, su don Manuel el gallardo por una y otra hazaña. Quiero de cerca miralle, pero rendido a mis pies. ALIMUZEL: Haz cuenta que ya lo ves, puesto que dé en ayudalle todo el cielo. ARLAXA: Pues, ¿qué esperas? ALIMUZEL: Espero a ver si te burlas; aunque para mí tus burlas siempre han sido puras veras. Comedido, como amante, soy, y sólo sé decirte que el deseo de servirte me hacer ser arrogante. Puedes de mí prometerte imposibles sobrehumanos, mil prisioneros cristianos que vengan a obedecerte. ARLAXA: Tráeme solamente al fuerte don Fernando Saavedra, que con él veré que medra y se mejora mi suerte; y aun la tuya, pues te doy palabra que he de ser tuya, como el hecho se concluya a mi gusto. ALIMUZEL: Quizá hoy oirán los muros de Orán mi voz en el desafío, y aun de los cielos confío, que luz y vida nos dan, que han de acudir a mi intento con suceso venturoso. ARLAXA: Parte, Alimuzel famoso. ALIMUZEL: Fuerzas de tu mandamiento me llevan tan alentado, que acabaré con valor el imposible mayor que se hubiere imaginado. ARLAXA: Ve en paz, que de aquesta guerra la vitoria te adivino.
[Vase] ARLAXA
ALIMUZEL: ¡Queda en paz, rostro divino, ángel que mora en la tierra, bizarra sobre los hombres que a guerra a Marte provoca[n], a quien de excelencias tocan mil títulos y renombres; en estremo poderosa de dar tormento y placer, yelo que nos hace arder en viva llama amorosa! Que[da] en paz, que, sin tu sol, ya camino en noche escura; resucite mi ventura la muerte deste español. Mas, ¡ay, que no he de matalle, sino prendelle y no más! ¿Quién tal deseo jamás vio, ni pudo imaginalle?
[Vase] ALIMUZEL. Salen Don ALONSO de Córdoba, conde de Alcaudete, general de Orán; Don FERNANDO de Saavedra; GUZMÁN, capitán; FRATÍN, ingeniero
FRATÍN: Hase de alzar, señor, esta cortina a peso de aquel cubo, que responde a éste que descubre la marina. De la silla esta parte no se esconde; mas, ¿qué aprovecha, si no está en defensa, ni Almarza a nuestro intento corresponde? D. ALONSO: El cerco es cierto, y más cierta la ofensa, si ya no son cortinas y muralla de vuestros brazos la virtud inmensa. Donde el deseo de la fama se halla, las defensas se estiman en un cero, y a campo abierto salta a la batalla. Venga, pues, la morisma, que yo espero en Dios y en vuestras manos vencedoras que volverá el león manso cordero. Los Argos, centinelas veladoras, miren al mar y miren a la tierra en las del día y las nocturnas horas. No hay disculpa al descuido que en la guerra se hace, por pequeño que parezca, que pierde mucho quien en poco yerra; y si aviniere que el cabello ofrezca la ligera ocasión, ha de tomarse, antes que a espaldas vueltas desparezca: que, en la guerra, el perderse o el ganarse suele estar en un punto, que, si pasa, vendrá el de estar quejoso y no vengarse. En su pajiza, pobre y débil casa se defiende el pastor del sol ardiente que el campo agosta y la montaña abrasa. Quiero inferir que puede ser valiente detrás de un muro un corazón medroso, cuando a sus lados que le animan siente.
Entra un SOLDADO
SOLDADO: Señor, con ademán bravo y airoso, picando un alazán, un moro viene y a la ciudad se acerca presuroso. Bien es verdad que a veces se detiene y mira a todas partes, recatado, como quien miedo y osadía tiene. Adarga blanca trae, y alfanje al lado, lanza con bandereta de seguro, y el bonete con plumas adornado. Puedes, si gustas, verle desde el muro. D. ALONSO: Bien de aquí se descubre; ya le veo. Si es embajada, yo le doy seguro. D. FERNANDO: Antes es desafío, a lo que creo.
[Sale] ALIMUZEL, a caballo, con lanza y adarga
ALIMUZEL: Escuchadme, los de Orán, caballeros y soldados, que firmáis con nuestra sangre vuestros hechos señalados. Alimuzel soy, un moro de aquellos que son llamados galanes de Melïona, tan valientes como hidalgos. No me trae aquí Mahoma a averiguar en el campo si su secta es buena o mala, que él tiene deso cuidado. Tráeme otro dios más brioso, que es tan soberbio y tan manso, que ya parece cordero, y ya león irritado. Y este dios, que así me impele, es de una mora vasallo, que es reina de la hermosura, de quien soy humilde esclavo. No quiero decir que hiendo, que destrozo, parto o rajo; que animoso, y no arrogante, es el buen enamorado. Amo, en fin, y he dicho mucho en sólo decir que amo, para daros a entender que puedo estimarme en algo. Pero, sea yo quien fuere, basta que me muestro armado ante estos soberbios muros, de tantos buenos guardados; que si no es señal de loco, será indicio de que he dado palabra que he de cumplilla o quedar muerto en el campo. Y así, a ti te desafío, don Fernando el fuerte, el bravo, tan infamia de los moros cuanto prez de los cristianos. Bien se verá en lo que he dicho que, aunque haya otros Fernandos, es aquel de Saavedra a quien a batalla llamo. Tu fama, que no se encierra en límites, ha llegado a los oídos de Arlaxa, de la belleza milagro. Quiere verte; mas no muerto, sino preso, y hame dado el asumpto de prenderte: mira si es pequeño el cargo. Yo prometí de hacello, porque el que está enamorado, los más arduos imposibles facilita y hace llano. Y, para darte ocasión de que salgas mano a mano a verte conmigo agora, destas cosas te hago cargo: que peleas desde lejos, que el arcabuz es tu amparo, que en comunidad aguijas y a solas te vas de espacio; que eres Ulises nocturno, no Telamón al sol claro; que nunca mides tu espada con otra, a fuer de hidalgo. Si no sales, verdad digo; si sales, quedará llano, ya vencido o vencedor, que tu fama no habla en vano. Aquí, junto a Canastel, solo te estaré esperando hasta que mañana el sol llegue al Poniente su carro. Del que fuere vencedor ha de ser el otro esclavo: premio rico y premio honesto. Ven, que espero, don Fernando.
Vase [ALIMUZEL]
D. ALONSO: Don Fernando, ¿qué os parece? D. FERNANDO: Que es el moro comedido y valiente, y que merece ser de Amor favorecido en el trance que se ofrece. D. ALONSO: Luego, ¿pensáis de salir? D. FERNANDO: Bien se puede esto inferir de su demanda y mi celo, pues ya se sabe que suelo a lo que es honra acudir. Déme vuestra señoría licencia, que es bien que salga antes que se pase el día. D. ALONSO: No es posible que ahora os valga vuestra noble valentía. No quiero que allá salgáis, porque hallaréis, si miráis a la soldadesca ley, que obligado a vuestro rey mucho más que a vos estáis. En la guerra, usanza es vieja, y aun ley casi principal a toda razón aneja, que por causa general la particular se deja. Porque no es suyo el soldado que está en presidio encerrado sino de aquél que le encierra, y no ha de hacer otra guerra sino a la que se ha obligado. En ningún modo sois vuestro, sino del rey, y en su nombre sois mío, según lo muestro; y yo no aventuro un hombre que es de la guerra maestro por la simple niñería de una amorosa porfía; don Fernando, esto es verdad. D. FERNANDO: ¡De extraña reguridad usa vuestra señoría conmigo! ¿Qué dirá el moro? D. ALONSO: Diga lo que él más quisiere; que yo guardo aquí el decoro que la guerra pide y quiere; y della ninguno ignoro. D. FERNANDO: Respóndasele, a lo menos, y sepa que por tus buenos respetos allá no salgo. GUZMÁN: No os tendrá por esto el galgo, señor don Fernando, en menos. D. ALONSO: Lleve el capitán Guzmán la respuesta. GUZMÁN: Sí haré, y, ¡voto a tal!, si me dan licencia, que yo le dé al morico ganapán tal rato, que quede frío de amor con el desafío. D. ALONSO: Respondedle cortésmente con el término prudente que de vuestro ingenio fío.
Vanse Don ALONSO y FRATÍN
GUZMÁN: ¿Queréis que, en vez de respuesta, os le dé una mano tal, que se concluya la fiesta? D. FERNANDO: Que me estará a mí muy mal eso, es cosa manifiesta. Sólo a mí me desafía, y gran mengua me sería que otro por mí pelease. Mas si el moro me esperase allí siquiera otro día, yo le saldré a responder, a pesar de todo el mundo que lo quiera defender. GUZMÁN: ¿En qué os fundáis? D. FERNANDO: Yo me fundo en esto que pienso hacer: el lunes soy yo de ronda, y, cuando la noche esconda la luz con su manto escuro, arrojaréme del muro a la cava. GUZMÁN: Está muy honda y podríais peligrar. D. FERNANDO: Póneme en los pies el brío mil alas para volar. Todo aquesto de vos fío. GUZMÁN: Ya sabéis que sé callar. Dejadme salir primero, porque de mi industria espero que saldréis bien deste hecho. D. FERNANDO: Sois amigo de provecho. GUZMÁN: Sí, porque soy verdadero.
Vanse, y salen ALIMUZEL y CEBRIÁN, su criado, que en arábigo quiere decir `lacayo o mozo de caballos'
ALIMUZEL: Átale allí, Cebrián, al tronco de aquella palma; repose el fuerte alazán mientras reposa mi alma los cuidados que le dan. Aquí a solas daré al llanto las riendas, o al pensar santo en las memorias de Arlaxa, en tanto que al campo baja aquél que se estima en tanto.
Baja la cabeza CEBRIÁN y vase
¡Venturoso tú, cristiano, que puedes a tus despojos añadir el más que humano, que es querer verte los ojos del cielo que adoro en vano! Y más que pena recibo desto que en el alma escribo con celoso desconcierto: que a mí me quieren ver muerto y a ti te quieren ver vivo. Pero yo no haré locura semejante; que, si venzo, o por fuerza o por ventura, daré a mis glorias comienzo, dándote aquí sepultura. Mas, si te hago morir, ¿cómo podré yo cumplir lo que Arlaxa me ha mandado? ¡Oh triste y dudoso estado, insufrible de sufrir! Parleras aves, que al viento esparcís quejas de amor, ¿qué haré en el mal que siento? ¿Daré la rienda al rigor, o al cortés comedimiento? Mas démosla al sueño agora; perdonadme, hermosa mora, si aplico sin tu licencia este alivio a la dolencia que en mi alma triste mora.
Échase a dormir, y sale al instante NACOR, moro, con un turbante verde
[NACOR]: Mahoma, ya que el Amor en mis dichas no consiente, muéstrame tú tu favor: mira que soy tu pariente, el infelice Nacor. Jarife soy de tu casta, y no me respeta el asta de Amor que blande en mi pecho, un blanco a sus tiros hecho, do todas sus flechas gasta. Y más, y no sé qué es esto, que, con ser enamorado, soy de tan bajo supuesto, que no hay conejo acosado más cobarde ni más presto. Desto será buen testigo el ver aquí mi enemigo dormido, y no osar tocalle, deseando de matalle por venganza y por castigo. Que esté celoso y con miedo, por Alá, que es cosa nueva. ¿Llegaré, o estarme he quedo? ¿Cortaré en segura prueba este gordïano enredo? Que si éste quito delante, podrá ser que vuelva amante el pecho de Arlaxa ingrato. Muérome porque no mato; oso y tiemblo en un instante.
[Sale] el capitán GUZMÁN, con espada y rodela
GUZMÁN: ¿Eres tú el desafiador de don Fernando, por dicha? NACOR: No tengo yo ese valor; que el corazón con desdicha es morada del temor. Aquél es que está allí echado; moro tan afortunado, que Arlaxa le manda y mira. GUZMÁN: Paréceme que suspira. NACOR: Sí hará, que está enamorado. GUZMÁN: ¡Alimuzel! ALIMUZEL: ¿Quién me llama? GUZMÁN: Mal acudirás, durmiendo, al servicio de tu dama. ALIMUZEL: En el sueño va adquiriendo fuerzas la amorosa llama, porque en él se representan visiones que me atormentan, obligaciones que guarde, miedos que me hacen cobarde y celos que más me alientan. Mirándote estoy, y veo cuán propio es de la mujer tener estraño deseo. Cosas hay en ti que ver, no que admirar. GUZMÁN: Yo lo creo; pero, ¿por qué dices eso? ALIMUZEL: Don Fernando, yo confieso que tu buen talle y buen brío llega y se aventaja al mío, pero no en muy grande exceso; y si no es por el gran nombre que entre la morisma tienes de ser en las armas hombre, ninguna cosa contienes que enamores ni que asombre; y yo no sé por qué Arlaxa tanto se angustia y trabaja por verte, y vivo, que es más. GUZMÁN: Engañado, moro, estás: tu vano discurso ataja, que yo no soy don Fernando. ALIMUZEL: Pues, ¿quién eres? GUZMÁN: Un su amigo y embajador. ALIMUZEL: Dime cuándo espera verse conmigo, porque le estoy aguardando. GUZMÁN: Has de saber, moro diestro, que el sabio general nuestro que salga no le consiente. ALIMUZEL: Pues, ¿por qué? GUZMÁN: Porque es prudente y en la guerra gran maestro. Teme el cerco que se espera, y no quiere aventurar en empresa tan ligera una espada que en cortar es entre muchas primera. Pero dice don Fernando que le estés aquí aguardando hasta el lunes, que él te jura salir en la noche escura, aunque rompa cualquier bando. Si aquesto no te contenta, y quieres probar la suerte con menos daño y afrenta, tu brazo gallardo y fuerte con éste, que es flaco, tienta, y a tu mora llevarás, si me vences, quizá más que en llevar a don Fernando. ALIMUZEL: No estoy en eso pensando; muy descaminado vas. No eres tú por quien me envía Arlaxa, y, aunque te prenda, no saldré con mi porfía. Haz que don Fernando entienda que le aguardaré ese día que pide, y si le venciere, y entonces tu gusto fuere probarme en el marcial juego, mi voluntad hará luego lo que la tuya quisiere; que ya sabes que no es dado dejar la empresa primera por la segunda al soldado. GUZMÁN: Es verdad. ALIMUZEL: Desa manera bien quedaré desculpado. GUZMÁN: Dices muy bien. ALIMUZEL: Sí, bien digo. Vuélvete, y dile a tu amigo que le espero y que no tarde. GUZMÁN: Tu Mahoma, Alí, te guarde. ALIMUZEL: Tu Cristo vaya contigo.
Vase GUZMÁN
Nacor, ¿qué es esto? ¿A qué vienes? NACOR: A ver cómo en esta empresa tan peligrosa te avienes; y por Alá que me pesa de ver que en punto la tienes, que el de tu muerte está a punto. ALIMUZEL: ¿En qué modo? NACOR: En que barrunto que, si de noche peleas, sobre ti no es mucho veas todo un ejército junto. Esto de no estar en mano de don Fernando el salir, tenlo por ligero y vano; que se suele prevenir con astucias el cristiano. De noche quieren cogerte, porque al matarte o prenderte, aun el sol no sea testigo. No creas a tu enemigo; Alí, procura volverte, que bien disculpado irás con Arlaxa, pues has hecho lo que es posible, y aun más. ALIMUZEL: Consejos de sabio pecho son, Nacor, los que me das; pero no puedo admitillos, ni menos con gusto oíllos; que tiene el Amor echados a mis oídos, candados; a los pies y alma, grillos. NACOR: Para mejor ocasión te guarda, porque es cordura prevenir a la intención del que a su salvo procura su gloria y tu perdición. Ven, que a Arlaxa daré cuenta de modo que diga y sienta que eres vencedor osado, pues si no sale el llamado, en sí se queda la afrenta. Cuanto más, que, cuando venga el cerco desta ciudad, que ya no hay quien le detenga, podrás, a tu voluntad, hacer lo que más convenga; que entonces saldrá el cristiano, si es arrogante y lozano, al campo abierto, sin duda. ALIMUZEL: Bien es, Nacor, que yo acuda a tu consejo, que es sano. Ven y vamos, pues podré, en este cerco que dices, cumplir lo que aquí falté; mas mira que me autorices con Arlaxa. NACOR: Sí haré. (Sentirá Arlaxa la mengua Aparte que tanto al cristiano amengua, haciéndole della alarde; vos quedaréis por cobarde, o mal me andará la lengua).
Vanse. Salen Don ALONSO de Córdoba, general de Orán, conde de Alcaudete, y su hermano, Don MARTÍN de Córdoba, y Don FERNANDO de Saavedra
D. ALONSO: Señor don Martín, conviene que vuesa merced acuda a Mazalquivir, que tiene necesidad de la ayuda que vuestro esfuerzo contiene; que allí acudirá primero el enemigo ligero. Mas, que venzáis no lo dudo; que el cobarde está desnudo, aunque se vista de acero. En su muchedumbre estriba aquesta mora canalla, que así se nos muestra esquiva; mas, cuando defensa halla, se humilla, prostra y derriba. Sus gustos, sus algazaras, si bien en ello reparas, son el canto del medroso; calla el león animoso entre las balas y jaras. D. MARTÍN: Por mi caudillo y mi hermano te obedezco, y haré cuanto fuere, señor, en mi mano; que ni de gritos me espanto, ni de tumulto pagano. Dame, señor, municiones, que en el trance que me pones pienso, si no faltan ellas, poner sobre las estrellas los españoles blasones.
[Sale] UNO con una petición
UNO: Señor, dame licencia que te lea aquesta petición. D. ALONSO: Lee en buen hora. UNO: Doña Isabel de Avellaneda, en nombre de todas las mujeres desta tierra, dice que llegó ayer a su noticia que, por temor del cerco que se espera, quieres que quede la cuidad vacía de gente inútil, enviando a España las mujeres, los viejos y los niños: resolución prudente, aunque medrosa. Y apelan desto a ti, de ti, diciendo que ellas se ofrecen de acudir al muro, ya con tierra o fajina, o ya con lienzos bañados en vinagre, con que limpien el sudor de los fieros combatientes que asistan al rigor de los asaltos; que tomarán la sangre a los heridos; que las más pequeñuelas harán hilas, dando la mano al lienzo y voz al cielo; con tiernas virginales rogativas, pidiendo a Dios misericordia, en tanto que los robustos brazos de sus padres defiendan sus murallas y sus vidas; que los niños darán de buena gana para enviar a España con los viejos, pues no pueden servir de cosa alguna; mas ellas, que por útiles se tienen, no irán de ningún modo, porque piensan, por Dios, y por su ley y por su patria, morir sirviendo a Dios, y en la muerte, cuando el hado les fuere inexorable, dar el último vale a sus maridos, o ya cerrar los ojos a sus padres con tristes y cristianos sentimientos. En fin, serán, señor, de más provecho que daño, por lo cual te ruegan todas que revoques, señor, lo que ordenaste, en cuanto toca a las mujeres sólo, que en ello harás a Dios servicio grande, merced a ellas y favor inmenso. Esto la petición, señor, contiene. D. ALONSO: Nunca tal me pasó por pensamiento; nunca tanto el temor se ha apoderado de mí, que hiciese prevención tan triste. Por respuesta llevad que yo agradezco y admito su gallardo ofrecimiento, y que de su valor tendrá la fama cuidado de escribirle y de grabarle en láminas de bronce, porque viva siglos eternos. Y esto les respondo, y andad con Dios. UNO: Por cierto que han mostrado de espartanas valor, de argivas brío.
[Sale] el capitán GUZMÁN
D. ALONSO: Pues, capitán Guzmán, ¿qué dice el moro? GUZMÁN: Ya se fue malcontento.
[Hablan don FERNANDO y el capitán GUZMÁN aparte]
D. FERNANDO: (¿Es ido cierto? GUZMÁN: Aguardándote está, porque es valiente y discreto además en lo que muestra). D. FERNANDO: (Saldré, sin duda). GUZMÁN: (No sé si lo aciertas, que está muy cerca el cerco). D. FERNANDO: (Si le venzo, presto me volveré; si soy vencido, poca falta haré, pues poco valgo). D. ALONSO: ¡Bravo parece el moro! GUZMÁN: Bravo, cierto, y muy enamorado y comedido.
[Sale] a esta sazón BUITRAGO, un soldado, con la espada sin vaina, oleada con un orillo, tiros de soga; finalmente, muy malparado. Trae una tablilla con demanda de las ánimas de purgatorio, y pide para ellas. Y esto de pedir para las ánimas es cuento verdadero, que yo lo vi, y la razón porque pedía se dice adelante
BUITRAGO: Denme para las ánimas, señores, pues saben que me importa. D. ALONSO: ¡Oh buen Buitrago! ¿Cuánto ha caído hoy? BUITRAGO: Hasta tres cuartos. D. MARTÍN: ¿Dellos, qué habéis comprado? BUITRAGO: Casi nada: una asadura sola y cien sardinas. D. MARTÍN: Harto habrá para hoy. BUITRAGO: ¡Por Santo Nuflo, que apenas hay para que masque un diente! D. MARTÍN: Comeréis hoy conmigo. BUITRAGO: Dese modo, habrá para almorzar en lo comprado. D. MARTÍN: ¿Y la ración? BUITRAGO: ¿Qué? ¿La ración? Ya asiste a un lado del estómago, y no ocupa cuanto una casa de ajedrez pequeña. D. FERNANDO: ¡Gran comedor! GUZMÁN: Tan grande, que le ha dado el conde esta demanda porque pueda sustentarse con ella. BUITRAGO: ¿Qué aprovecha? Que, como saben todos que no hay ánima a quien haga decir sólo un responso, si me dan medio cuarto, es por milagro; y así, pienso pedir para mi cuerpo, y no para las ánimas. D. MARTÍN: Sería gran discreción. BUITRAGO: ¡Oh, pese a mi linaje!, ¿No sabe todo el mundo que, si como por seis, que suelo pelear por siete? ¡Cuerpo de Dios conmigo! Denme ripio suficiente a la boca, y denme moros a las manos a pares y a millares: verán quién es Buitrago y si merece comer por diez, pues que pelea por veinte. D. ALONSO: Tiene razón Buitrago; mas agora, si llega el cerco, mostrará sus bríos, y haré yo que le den siete raciones con tal que cese la demanda. BUITRAGO: Cese, que entonces no habrá lengua, y habrá manos; no hay pedir, sino dar; no hay sacar almas, del purgatorio entonces, sino espiches, para meter en el infierno muchas de la mora canalla que se espera.
[Sale] un PAJECILLO [y] diga
[PAJECILLO]: ¡Daca el alma, Buitrago, daca el alma! BUITRAGO: ¡Hijo de puta, y puto; y miente, y calle! ¿No sabe el cornudillo, sea quien fuere, que, aunque tenga cien cuerpos y cien almas para dar por mi rey, no daré una si me la piden dese modo infame? D. MARTÍN: Otra vez, Cereceda. PAJECILLO: ¡Daca el alma! BUITRAGO: ¡Por vida de...! D. ALONSO: Buitrago, con paciencia: no la deis vos, por más que os la demanden. BUITRAGO: ¡Que tenga atrevimiento un pajecillo de pedirme a mí el alma! ¡Voto a Cristo, que, a no estar aquí el conde, don hediondo, que os sacara la vuestra a puntillazos, aunque me lo impidiera el mismo diablo por prenda suya! D. ALONSO: No haya más, Buitrago; guardad vuestra alma, y dadnos vuestras manos, que serán menester, yo os lo prometo. BUITRAGO: Denme para las ánimas agora, que todo se andará. D. MARTÍN: Tomad. BUITAGO: ¡Oh invicto don Martín, generoso! Por mi diestra, que he de ser tu soldado, si, por dicha, vas a Mazalquivir, como se ha dicho. D. MARTÍN: Seréis mi camarada y compañero. BUITRAGO: ¡Vive Dios, que eres bravo caballero!
Vanse, y sale[n] ARLAXA y OROPESA, su cautivo
ARLAXA: ¡Mucho tarda Alimuzel! Cristiano, no sé qué sea. OROPESA: Fuiste, señora, con él otra segunda Medea, famosa por ser crüel. A una empresa le enviaste que parece que mostraste que te era en odio su vida. ARLAXA: Yo fui parte en su partida, tú el todo, pues la causaste. Las alabanzas estrañas que aplicaste a aquel Fernando, contándome sus hazañas, se me fueron estampando en medio de las entrañas; y de allí nació un deseo no lascivo, torpe o feo, aunque vano por curioso, de ver a un hombre famoso más de los que siempre veo. Más que discreta, curiosa, ordené que Alimuzel fuese a la empresa dudosa; no por mostrarme con él ingrata ni rigurosa. Y muéstrame su tardanza que me engañó la esperanza, y que es premio merecido del deseo mal nacido tenelle quien no le alcanza. Yo tengo un alma bizarra y varonil, de tal suerte, que gusto del que desgarra y más allá de la muerte tira atrevido la barra. Huélgome de ver a un hombre de tal valor y tal nombre, que con los dientes tarace, con las manos despedace y con los ojos asombre. OROPESA: Pues si viene Alimuzel, y a don Fernando trae preso, no verás, señora, en él ninguna cosa en exceso de las que te he dicho dél. Tendrásme por hablador, y será más el valor de Alimuzel conocido, pues la fama del vencido se pasa en el vencedor. Pero si acaso da el cielo a don Fernando vitoria, cierto está tu desconsuelo, pues su fama en tu memoria alzará más alto el vuelo, y de no poderle ver, vendrá el deseo a crecer de velle. ARLAXA: Tienes razón: parienta es la confusión del discurso de mujer.
[Salen] ALIMUZEL y NACOR
ALIMUZEL: Dadle la mano, señora, o los pies a aqueste esclavo, que con el alma os adora. ARLAXA: ¿Cómo en corazón tan bravo tanta humildad, señor, mora? Alzaos, no estéis dese modo. ALIMUZEL: A tu gusto me acomodo. ARLAXA: ¿Sois vencido, o vencedor? ALIMUZEL: Todo lo dirá Nacor, que se halló presente a todo. NACOR: No quiso el desafïado acudir al desafío, aunque bien se ha disculpado. ARLAXA: ¿ése es soldado de brío, tan temido y alabado? ¿Cómo pudo dar disculpa buena de tan fea culpa? NACOR: Su general le detuvo, que él ninguna culpa tuvo, aunque Alimuzel le culpa; que él saliera al campo abierto, a esperarle un día más, según quedó en el concierto. ALIMUZEL: Nacor, endiablado estás; no sé cómo no te he muerto. NACOR: Mal haces de amenazarme, ni, soberbio, ocasión darme para que contigo rife, pues sabes que soy jarife, y que pecas en tocarme. ARLAXA: Paso, mi señor valiente, que entiendo deste contraste, sin que ninguno le cuente, que ni él salió, ni esperaste. NACOR: Es así. ALIMUZEL: ¡Un jarife miente! ¡Por Alá, que es gran maldad! NACOR: ¿No se muestra la verdad en que te vienes sin él? ALIMUZEL: ¿Pude yo verme con él, encerrado en la ciudad? ¿No sabes lo que pasó, y la embajada que trajo quien por él me respondió? NACOR: Sé que a esperar se redujo el trance, y más no sé yo. ALIMUZEL: ¿Por consejo no me diste que me volviese? NACOR: Hiciste mal; yo bien, porque pensaba que a un cobarde aconsejaba. ALIMUZEL: ¡El diablo se me reviste! ¡Incita a hacerte pedazos! NACOR: Jarife soy; no me toques con los dientes ni los brazos, ni a que te dé me provoques duros y fuertes abrazos; que ya sabes que Mahoma por suya la causa toma del jarife, y le defiende, y al soberbio que le ofende a sus pies le humilla y doma.
[Salen] dos MOROS y traen cautivo a Don FERNANDO, en cuerpo y sin espada
ALIMUZEL: ¿Qué es aquesto? PRIMER[O]: A este cristiano cautivó tu escuadra ayer junto a Orán. D. FERNANDO: ¡Miente el villano! Yo me entregué, sin poner pies a huir ni a espada mano. Si no quisiera entregarme, no pudieran cautivarme tres escuadras, ni aun trecientas. ALIMUZEL: Estás cautivo y revientas de bravo. D. FERNANDO: Puedo alabarme. ARLAXA: ¿Quién eres? D. FERNANDO: Soy un soldado que me he venido a entregar a vuestra prisión de grado, por no poder tolerar ser valiente y mal pagado. ARLAXA: Luego, ¿quieres ser cautivo? D. FERNANDO: De serlo gusto recibo; dadme patrón que me mande. ARLAXA: ¡Qué disparate tan grande! D. FERNANDO: Yo de disparates vivo. OROPESA: Éste es don Fernando, cierto, el que yo tanto alabé, y ni viene preso o muerto, ni cómo viene no sé, ni atino su desconcierto. El callar será acertado, hasta hablalle en apartado, que me admira su venida. ALIMUZEL: ¿Seréis, Arlaxa, servida de que os sirva este soldado? Que si ayer fue el primer día que salió de Orán, dirá si hice lo que debía; que yo entiendo que sabrá mi valor o cobardía. Dime: ¿oíste un desafío que hizo un moro vacío de ventura y de fe lleno? D. FERNANDO: Y fue tenido por bueno, bien crïado y de gran brío. El retado no salió, que lo estorbó el general por cierta ley que halló; pero después, por su mal, que vino al campo sé yo, pensando de hallar allí al valeroso Alí, porque salimos los dos: él a combatir con vos, yo para venir aquí, que ya os conozco en el talle. ALIMUZEL: Pues esto es verdad, señora, bien será que Nacor calle. OROPESA: ¡Oh! Si llegase la hora en que pudiese hablalle, ¡qué de cosas le diría! [NACOR]: ¿No se ve tu cobardía, si el cristiano salió a verte, y tú quisiste volverte sin esperar más de un día? ALIMUZEL: Si tú no hicieras alarde de tu ingenio caviloso, yo volviera nunca o tarde. NACOR: Consejos de religioso presto los toma el cobarde. ALIMUZEL: Arlaxa, yo volveré, y a tu presencia traeré, o muerto o preso, al cristiano. NACOR: Ya tu vuelta será en vano. ARLAXA: No le quiero, déjale; que, pues a la voz primera no saltó de la muralla y empuñó la espada fiera, la fama que en él se halla no debe ser verdadera; y así, ya no quiero velle, aunque, si puedes traelle sin tu daño, darme has gusto. D. FERNANDO: Es don Fernando robusto y habrá qué hacer en prendelle. Conózcole como a mí, y sé que es de condición que sabrá volver por sí, y aun buscará la ocasión para responder a Alí. ARLAXA: ¿Es valiente? D. FERNANDO: Como yo. ARLAXA: ¿De buen rostro? D. FERNANDO: Aqueso no, porque me parece mucho. ALIMUZEL: ¡Todo esto con rabia escucho! ARLAXA: ¿Tiene amor? D. FERNANDO: Ya le dejó. ARLAXA: ¿Luego túvole? D. FERNANDO: Sí creo. ARLAXA: ¿Será mudable? D. FERNANDO: No es fuerza que sea eterno un deseo. ARLAXA: ¿Tiene brío? D. FERNANDO: Y tiene fuerza. ARLAXA: ¿Es galán? D. FERNANDO: De buen aseo. ARLAXA: ¿Raja y hiende? D. FERNANDO: Tronca y parte. ARLAXA: ¿Es diestro? D. FERNANDO: Como otro Marte. ARLAXA: ¿Atrevido? D. FERNANDO: Es un león. ARLAXA: (Partes todas éstas son, Aparte cristiano, para adorar[t]e, a ser moro). ALIMUZEL: Calla, Arlaxa, pues tienes aquí delante quien por tu gusto trabaja. ARLAXA: Gusto yo de un arrogante que bravea, hiende y raja. que te doy mi fe y mi mano, si le traes, de ser tu esposa. D. FERNANDO: Tú le mandas una cosa donde ha de sudar en vano. NACOR: ¡Soberbios sois los cristianos! D. FERNANDO: Eslo, al menos, quien se alaba. ALIMUZEL: Aquí hay quien con ufano[s] bríos quitará la clava a Hércules de las manos; ....................[ -aba] aquí hay quien, a pesar de quien lo quiera estorbar, Arlaxa, hará lo que mandas. D. FERNANDO: A veces se mandan mandas que nunca se piensan dar, y a las veces las promete quien no las quiere cumplir ni puede. NACOR: ¿Quién te mete a ti en eso? D. FERNANDO: Sé decir que en parte a mí me compete; que es don Fermando mi amigo, y soy cierto y buen testigo del mucho valor que encierra. ALIMUZEL: Traen los casos de la guerra diversos fines consigo. El valiente y fanfarrón tal vez se ha visto vencido del flaco de corazón; que Alá da ayuda al partido que defiende la razón. D. FERNANDO: Pues, ¿qué razón lleva en éste Alí? OROPESA: Tú harás que te cueste la vida tu lengua necia. ALIMUZEL: Si al que ama el Amor precia, su santo favor me preste; que, sin razón y con él, a don Fernando el valiente vencerá el flaco Muzel. ARLAXA: ¡Qué plática impertinente! ALIMUZEL: ¡Qué corazón tan crüel! ARLAXA: Quede el cristiano conmigo; Alá vaya, Alí, contigo y con Nacor. NACOR: Él te guarde. ARLAXA: Volvedme a ver esta tarde.
[Vanse] todos, sino Don FERNANDO y OROPESA
OROPESA: ¡Hola, soldado! ¿A quién digo? ¿Qué noramala, señor, os ha traído a este puesto tan contrario a vuestro honor? D. FERNANDO: En buena te diré presto de mi fortuna el rigor: No quiso el general mío que saliese al desafío que me hizo aqueste moro. Yo, por guardar el decoro que corresponde a mi brío, me descolgué por el muro, y, cuando pensé hallar lo que aun agora procuro, un escuadrón vino a dar conmigo, estando seguro. Era la noche cerrada, y, como vi defraudada mi esperanza tan del todo, con el tiempo me acomodo. Mentí; rendiles la espada; díjeles que mi intención era venir a ponerme de grado en su sujeción, y que quisiesen traerme a reconocer patrón. Dijéronme que este Alí era su señor, y así, vine sin fuerza y forzado. De todo cuenta te he dado; no hay más que saber de mí. Calla mi nombre, que veo que aquesta mora hermosa tiene de verme deseo. OROPESA: De tu fama valerosa que está enamorada creo. No te des a conocer, que deseos de mujer se mudan a cada paso. D. FERNANDO: Vuelve Muzel; habla paso. OROPESA: No sé qué pueda querer.
[Sale] ALIMUZEL
ALIMUZEL: Oropesa, escucha y calla, y guárdame aquel secreto que en tu discreción se halla, que a tu bondad le prometo con la mía de premialla. Yo te daré libertad, y a ti, si tu voluntad fuere de volverte a Orán, mis designios te darán honrosa comodidad. Sólo os pido, en cambio desto, que me descubráis un modo tan honroso y tan compuesto que en las partes y en el todo eche de hidalguía el resto, el cual me vaya mostrando en qué parte, cómo o cuándo, ya en el campo o estacada, pueda yo medir mi espada con la del bravo Fernando. Quizá está en su vencimiento, como Arlaxa significa, de mi bien el cumplimiento, si ya mi esperanza rica no la empobrece su intento; que debe de ser doblado, pues de lo que me ha mandado todo se puede temer, y no hay bien que venga a ser seguro en el desdichado. D. FERNANDO: Yo te daré a tu enemigo a toda tu voluntad, como estoy aquí contigo, sin usar de deslealtad, que nunca albergó conmigo. ALIMUZEL: No es enemigo el cristiano; contrario, sí; que el lozano deseo de Arlaxa bella presta para esta querella la voz, el intento y mano. D. FERNANDO: Presto te pondré con él, y fía aquesto de mí, comedido Alimuzel; y aun pienso hacer por ti lo que un amigo fiel, porque la ley que divide nuestra amistad no me impide de mostrar hidalgo el pecho; antes, con lo que es bien hecho se acomoda, ajusta y mide. Ve en paz, que yo pensaré el tiempo que más convenga para hacer lo que haré. ALIMUZEL: Mahoma sobre ti venga, y lo que puede te dé.
Vase [ALIMUZEL]
D. FERNANDO: ¡Gentil carga! OROPESA: Y gentil presa. D. FERNANDO: ¿Pesa mucho? OROPESA: Poco pesa, que está en fuego convertida. D. FERNANDO: Mira que importa [a] la vida tener secreto, Oropesa.
Vanse, y salen riñendo el capitán GUZMÁN con el alférez ROBLEDO
GUZMÁN: Señor alférez Robledo, póngase luego entredicho a esa plática. ROBLEDO: No puedo; que, lo que sin miedo he dicho, no lo desdigo por miedo. O él se fue a renegar, o hizo mal en dejar su presidio en tiempos tales. GUZMÁN De los hombres principales no se debe así hablar. El renegar no es posible, y si en ello os afirmáis, mentís.
Meten mano
ROBLEDO: ¡Oh trance terrible! GUZMÁN Agora sí que os halláis en más dudoso imposible si queréis satisfaceros.
[Sale don ALONSO, el conde de Alcaudete y Don MARTÍN de Córdoba, acompañados
D. ALONSO: ¡Paso! ¡Teneos, caballeros! ¿Por qué ha sido la pendencia? Guzmán ¡Más agudo es de conciencia este hidalgo que de aceros! Ha afirmado que se es ido a renegar don Fernando, y, ¡vive Dios!, que ha mentido, y mentirá cada y cuando lo diga D. ALONSO: ¡Descomedido! Llévenle luego a una torre. GUZMÁN: Ni me afrenta ni me corre este agravio, porque nace de la justicia que hace al que su amigo socorre. D. ALONSO: Vaya el alférez, también, y mientras que el cerco pasa hagan treguas. ROBLEDO: Hazme un bien: que sea la torre mi casa. D. MARTÍN: Sí, porque juntos no estén.
Llevan al alférez, [ROBLEDO]
UNO: Señor, la guarda ha descubierto agora un bajel por la banda de Poniente. D. MARTÍN: ¿Qué vela trae? UNO: Entiendo que latina. D. ALONSO: Vamos a recebirle a la marina.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

El gallardo español, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002