EL TEJEDOR DE SEGOVIA

Juan Ruiz de Alarcón

Texto basado en la edición príncipe en PARTE SEGUNDA DE LAS COMEDIAS DE DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN (Barcelona, 1634). Fue preparado por Vern Williamsen y luego pasado a su forma electrónica en 1998.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen el CONDE, don JUAN, FINEO y CRIADOS, de noche
FINEO: Ésta que miras, señor, es la casa. CONDE: ¡Humilde choza para hermosura que goza los despojos de mi amor! FINEO: Tú, pues a honrarla te inclinas, engrandeces su humildad y su fortuna. CONDE: Llamad. FINEO: ¿En efeto determinas entrarla a ver? CONDE: Sí, Fineo. No sufre más dilación esta amorosa pasión en que se abrasa el deseo. FINEO: Mira a lo que te dispones, siendo tu padre el privado del rey; que con más cuidado notan todos tus acciones. CONDE: Consejos me das perdidos, cuando estoy de amor tan ciego, que si el alma toca a fuego, sólo tratan los sentidos de librarse de la llama, que en Etna convierte el pecho, sin atender al provecho, a la razón ni la fama. Bien sé el lugar de que gozo y a lo que obliga esa ley; mas cuando esto sepa el rey, también sabe que soy mozo. A mi padre sólo toca el gobierno; y siendo así, pues no soy ministro, en mí no es tan culpable y tan loca esta acción, que estando ciego, por no dar qué murmurar, me obligue a no procurar el remedio a tanto fuego. FINEO: ¿De una vista te cegó? CONDE: Tanto, que a no estar presente en la audiencia tanta gente cuando ella a mi padre habló, hiciera allí mi locura estos excesos que ves, y arrodillado a sus pies adorara su hermosura. Mucho hice, pues allí tuve en prisión mi deseo. En confïanza, Fineo, de tu cuidado y de ti, mandéte que la siguieras; hicístelo, hasme informado que aumenta su libre estado el número a las solteras. Siendo así, ni han de tener por desigual este exceso, ni se recela por eso mi privanza y mi poder. FINEO: Sí; mas pudieras, señor, pues que no es mujer de suerte, hacer que ella fuese a verte. CONDE: ¡Qué poco sabes de amor! Mira, en comenzando a amar, a estimar también se empieza; y al estimar la belleza se sigue el desconfïar. En esta casa, Fineo un alcázar miro ya; la mujer que dentro está es ya reina en mi deseo. Apenas empecé a amar, cuando comencé a tener por humilde mi poder, por imposible alcanzar. Mira si podré, Fineo, mostrar desprecio en llamarla, pues aun viniendo a buscarla pisa medroso el deseo. Llama. FINEO: Obedecerte quiero.
Da golpes en la puerta
CONDE: Eso, Fíneo, es servir; que el crïado ha de advertir; mas no ha de ser consejero.
Sale TEODORA, a una ventana
TEODORA: ¿Quién es? CONDE: Un hombre que tiene, bella Teodora, que hablarte. TEODORA: ¿De qué parte? CONDE: De mi parte. TEODORA: Y, ¿quién sois? CONDE: No me conviene decirlo a voces, Teodora; abrid la puerta, y veréis quién soy. TEODORA: Perdonar podéis; porque es imposible agora.
Quítase de la ventana
FINEO: Oye. ¡Ventanas y oídos cerró de una vez! CONDE: Fineo, o he de lograr mi deseo, o de perder los sentidos. FINEO: Pues, señor, mal se concierta estar loco y ser prudente. Entremos por fuerza. CONDE: Tente; que pienso que abren la puerta. FINEO: Un hombre sin capa es el que sale. CONDE: Pues, Fineo, examinarle deseo. FINEO: El temor o el interés le harán decir la verdad.
Sale CHICHÓN, sin capa y con un jarro
FINEO: Hidalgo... CHICHÓN: (¡Triste de mí! Aparte La justicia estaba aquí.) ¿Quién es? FINEO: Quien puede. Llegad. CONDE: ¿Adónde vas? CHICHÓN: Yo, señor, voy por vino, como ves, para mi amo. CONDE: ¿Quién es? CHICHÓN: Pedro Alonso, un tejedor, de quien yo soy aprendiz. CONDE: ¿Es galán de esa mujer? CHICHÓN: O lo es o lo quiere ser. CONDE: (¡Hay hombre más infeliz!) Aparte Di tu nombre. CHICHÓN: Yo me llamo Chichón. CONDE: Vete en hora buena. CHICHÓN: (Pienso que ha de hacer la cena Aparte hoy mal provecho a mi amo.)
Vase CHICHÓN
FINEO: ¿Qué determinas, señor? CONDE: Que llames, fingiendo ser este mozo, entrar y hacer que se vaya el tejedor, y aun darle la muerte. FINEO: ¡Oh, cielos! Mira... CONDE: A furia me provoco. Si de amor estaba loco, ¿qué será de amor y celos? Un hombre bajo, ¿ha de hacer competencia a mi afición? FINEO: Por esa misma razón has de mudar parecer; que dice cierto entendido que no puede querer bien a la mujer, si también no le enamora el marido. Considera un tejedor muy barbado, que está agora gozando de tu Teodora, y perderás el amor. CONDE: Considera tú un abismo en que peno ardiente y ciego, y verás cómo mi fuego se aumenta con eso mismo. Llama. Acaba ya; que el pecho se abrasa en loco furor. FINEO: ¡Oh, duro imperio de amor!
Llama. Sale TEODORA, a la ventana
TEODORA: ¿Quién es? FINEO: Chichón.
Quítase TEODORA de la ventana
Esto es hecho. CONDE: El rostro tendré cubierto. Tú lo puedes disponer sin que me dé a conocer.
Rebózase
FINEO: Es cordura. Ya han abierto. CONDE: Entremos, pues.
Sale TEODORA con un candil, y don FERNANDO en cuerpo, con espada y broquel, a lo valiente
TEODORA: ¡Ay de mi! ¿Quién es? FINEO: No os alborotéis; que amigos son los que veis. FERNANDO: Y, ¿qué pretenden aqui, caballeros, a tal hora, teniendo dueño esta casa? CONDE: (Ya la cólera me abrasa.) Aparte FINEO: Que dejéis sola a Teodora. FERNANDO: Por Dios, hidalgos, que vienen de mí muy mal informados. Adviertan, si son honrados, la poca razón que tienen; pues aunque me hubiera hallado acaso aquí, me obligara, teniendo barba en la cara y ciñendo espada al lado, la ley del mundo a no hacer semejante cobardía. Pues si esta mujer es mía, y si mi esposa ha de ser, ¿cómo la puedo dejar sin morir primero yo? FINEO: Y quien también se empeñó, comenzándolo a intentar, ¿cómo con su obligación, desistiendo agora de ello, cumplirá? FERNANDO: Rindiendo el cuello al yugo de la razón, pues es la hazaña mayor vencerse a sí. CONDE: (¿Que te pones Aparte a argumentos y razones, cuando estoy loco de amor? Hazle al punto resolver a que se vaya, sin dar a más réplicas lugar. FINEO: Pedro Alonso, esto ha de ser. FERNANDO: No ha de ser. FINEO: Sólo pudiera responder así un señor, mas no un bajo tejedor. FERNANDO: Y solamente pudiera lo que aquí habéis intentado tan contra razón y ley, quien fuera un tirano rey o muy gran desvergonzado. FINEO: ¡Villano...! TEODORA: (¡Triste de mi!) Aparte ¡Tened, por Dios! ¡Escuchad! FERNANDO: ¡Vive Dios!... CONDE: (Mi autoridad Aparte es ya menester aqui.) ¡Pedro Alonso, deteneos, que estoy aquí yo!
Descúbrese
FERNANDO: ¿Es el conde? CONDE: El conde soy. FERNANDO: ¿Corresponde a los heroicos trofeos de vuestra sangre esta hazaña? CONDE: ¡Basta, atrevido! ¿Qué es esto? ¿A mí me habláis descompuesto? ¿Qué confïanza os engaña? ¡Idos al punto! FERNANDO: ¡Señor! CONDE: ¡Idos, villano! ¡Acabad! FERNANDO: ¡Tratadme bien, y mirad que soy, aunque tejedor, tan bueno... CONDE: ¡Qué atrevimiento! ¿Eso me decís a mí?
Dale un bofetón
¡Matadle! TEODORA: ¡Ay, cielo! FERNANDO: ¡Hasta aquí ha llegado el sufrimiento!
Sacan las espadas
TEODORA: ¿Hay mujer más desdichada? CONDE: ¡Muera!
Acuchíllanse
FERNANDO: Presto habéis de ver que no gobierna el poder, sino el corazón, la espada.
Retíralos a todos y va tras ellos
CRIADO: Muerto soy! Dentro TEODORA: ¡Triste! ¿Qué haré?
Sale CHICHÓN, con el jarro
CHICHÓN: Teodora, ¿qué confusión y ruido es éste? TEODORA: Chichón, mi desdicha sola fue la que ha podido causarlo. Llévame al punto de aquí; que hay gran mal. CHICHÓN: Luego lo vi; mas no pude remediarlo. ¿Adónde te he de llevar? TEODORA: A casa de algún amigo, donde el rigor y el castigo del conde pueda evitar. CHICHÓN: No sé adónde, porque es cosa de gran peligro poner la moza en otro poder. Y el verte a ti tan hermosa me da mil desconfïanzas; que estando a solas contigo, no hay amigo para amigo, las cañas se vuelven lanzas; mas embajador me llamo. TEODORA: Bien dices. CHICHÓN: Allí segura, la desdicha o la ventura aguardarás de mi amo. TEODORA: Vamos. CHICHÓN: ¡Bien hayan, amén, los primeros inventores de casas de embajadores para bellacos de bien!
Vanse TEODORA y CHICHÓN. Salen GARCERÁN, preso, y don JUAN
JUAN: Digo que, a mi parecer, la verdadera ocasión que os tiene en esta prisión no es la que os, dan a entender; causa tiene superior, y para encubrirla, dan al agravio, Garcerán, que os hacen, esta color. GARCERÁN: ¡Ay de mí, que bien lo entiendo! Bien sé, triste, que Clariana es la causa soberana del mal que estoy padeciendo. Bien sé que en tenerme aquí es el intento matarme; porque siendo quien soy, darme la cárcel pública a mí por prisión, no se me esconde que es rigor, furia y venganza. JUAN: De su padre la privanza da tanta soberbia al conde, que sus celosos enojos quiere vengar como agravios. GARCERÁN: Hallé hechizos en los labios, hallé encantos en los ojos de aquella aldeana bella, injuria del sol; robóme el alma, don Juan; hallóme el conde hablando con ella; sus celos y su afición disimuló; mas al punto le vi, en el color difunto de la cara, el corazón; y quiere dar fin aquí a sus celos con mi vida, bien lograda, si perdida, bella Clariana, por ti. JUAN: Garcerán, esa fineza es de caballero andante. Lo preciso y lo importante es mirar por la cabeza. GARCERÁN: ¿Cómo? JUAN: Buscando algún modo con que esta borrasca, huyendo, evitéis; que al fin, viviendo se vence y se alcanza todo.
Don FERNANDO, por otra parte, con grillos, y con ganfiones en los pulgares; GARCERÁN y don JUAN hablan bajo, sin reparar en los recién venidos
FERNANDO: ¿Siéntelo mucho Teodora? CHICHÓN: De suerte, que a ser de vino sus lágrimas, diera abasto a todos los retraídos. FERNANDO: ¡Mal haya su pretensión, y mal hayan los servicios de su padre, que la hicieron hablar para daño mío al marqués! ¡Que allí el amor del conde tuvo principio! CHICHÓN: Da en decir que quiere hablar por ti al conde. FERNANDO: ¿Tal ha dicho? ¿Quiere comprar con mi ofensa la gracia de mi enemigo? Daréle mil puñaladas --¡vive el cielo!--si averiguo que otra vez toma en la boca su nombre. CHICHÓN: ¿Tienes juicio? Cuando te ves con ganfiones las manos, los pies con grillos, ¿echas retos? FERNANDO: ¿Luego tú por ventura has entendido que he de estar preso mañana? CHICHÓN: Antes, señor, imagino que saldrás libre a dar higas a todos tus enemigos; mas daráslas con la lengua, hecho en el aire racimo. FERNANDO: ¡Calla, necio! Tráeme tú dos cordeles y un martillo; que en cas del embajador he de amanecer contigo. CHICHÓN: ¿Cómo? FERNANDO: No preguntes cómo. Tráeme luego lo que pido, Chichón, y no me repliques. CHICHÓN: Voy por ello, y no replico.
Vase CHICHÓN
GARCERÁN: Esto me importa. JUAN: La vida arriesgaré por serviros, pues dicen que la prisión es toque de los amigos.
Vase don JUAN
FERNANDO: ¡Señor Garcerán GARCERÁN: ¿Qué es esto, Pedro Alonso? ¿Qué delito tan grave hicistes, que estáis con ganfiones y con grillos? FERNANDO: ¿No se lo ha dicho la fama? GARCERÁN: No. FERNANDO: Pues anoche me hizo cierto señor un agravio, con la ventaja atrevido de tres que le acompañaban; mas mi buena suerte quiso que, dando muerte a los dos, comenzase su castigo; y si el socorro les tarda, hago en los demás lo mismo. Llovió luego sobre mí más justicia que granizo el Noto helado dispara en el abrasado estío. Prendiéronme, y sepultaron mis pies en doblados grillos; pidiéronme la patente en su acostumbrado estilo los presos avalentados con privilegio de antiguos; mas yo, con el remanente del pasado furor mío, con un mástil visité los sesos a cuatro o cinco, hasta que los bastoneros acudieron al rüido, y echándome estas prisiones cesaron mis desatinos. GARCERÁN: ¡Caso extraño! FERNANDO: No se espante; que un hombre honrado ofendido es un toro agarrochado, que en las capas, vengativo. Los rigores ejecuta que en sus dueños no ha podido. Pero, señor Carcerán, ¿está vusted de peligro? ¿Es mortal la enfermedad que a este sepulcro de vivos le ha traído? GARCERÁN: Ya la vida, según son los males míos, porque muera muchas veces, me conserva mi destino. FERNANDO: Pues no se aflija, que yo, si vusted quiere, me obligo a ponerle en libertad antes que en blando rocío bañe los campos el alba. GARCERÁN: ¿Burláisos? FERNANDO: Esto que digo cumpliré. Su voluntad me diga, y a cargo mío deje lo demás. GARCERÁN: Daréis la libertad a un cautivo, la vida a un muerto. FERNANDO: Pues calle, y esta noche prevenido me aguarde en la enfermería. GARCERÁN: Vuestro será mi albedrío y mi vida, si de vos, como decís, la recibo; y de mí podéis creer que hiciera por vos lo mismo; que me debéis afición después que os vi, porque miro en vuestro rostro una imagen, trasunto y retrato vivo de aquel infeliz Fernando Ramírez; que los dos fuimos los amigos más estrechos que han celebrado los siglos. FERNANDO: (¡Quién pudiera declararte Aparte secretos tan escondidos! Mas el secreto es forzoso donde es tan grande el peligro.) ¿No es el que en Madrid hallaron muerto a puñaladas, hijo del noble Beltrán Ramírez, el que en público suplicio murió condenado, siendo de Madrid alcaide? GARCERÁN: El mismo. FERNANDO: Dios descubra la verdad; que la fama siempre ha dicho que dieron muerte al alcaide invidias, y no delitos. GARCERÁN: Defendiendo esa verdad a dar la vida me obligo. FERNANDO: Sois noble; y creed que en mí, si son mis hados propicios, no echéis menos a Fernando, si me queréis por amigo. GARCERÁN: De ello os doy palabra y mano. FERNANDO: Yo como debo lo estimo.
Salen CAMACHO, CORNEJO y JARAMILLO, bandoleros
CAMACHO: Pues Pedro Alonso lo dice, y es su valor conocido, él saldrá con lo que intenta. CORNEJO: Camacho, lo mismo digo. JARAMILLO: Más vale salto de mata que rogar a estos ministros del infierno. Él está aqui. CAMACHO: Hablémosle. ¡Pedro amigo! FERNANDO: ¡Oh, Camacho! CAMACHO: Ya he tratado con Cornejo y Jaramillo, por quien se gobiernan todos los bravos, vuestro designio. Más de veinte están dispuestos a ayudaros y seguiros. FERNANDO: Pues libertad, camaradas; que ayuda a los atrevidos la Fortuna. Redimamos el peligro con peligro; que no han de estar tantos hombres sujetos a dos puntillos de una pluma, que cortando los vientos, ensayos hizo para cortar de las vidas, como la Parca, los hilos. CAMACHO: Lo mismo decimos todos. FERNANDO: Sólo me falta advertiros que busquen modo esta noche, los que quieran conseguirlo, de estar en la enfermería. CAMACHO: Para los presos antiguos no es difícil, porque tienen oficiales conocidos. CORNEJO: Y los demás, con achaque de velar a Alonso Pinto, que está muriéndose, pueden fácilmente conseguirlo. FERNANDO: Trácelo al fin cada cual; que yo, puesto que imagino que es imposible, conforme acriminan mis delitos, que fuera del calabozo me dejen esos ministros, si no hay precisa ocasión; con la traza que fabrico lo alcanzaré. ¿Tiene alguno de vosotros un cuchillo? CAMACHO: Yo le tengo. Veisle aquí.
Sácalo
FERNANDO: Pues en la cabeza, amigo, me dad una cuchillada; y fingiendo que he caído de esta escalera, mi intento con ese medio consigo, pues luego en la enfermería me han de poner. CAMACHO: Peregrino, aunque crüel, es el medio. FERNANDO: Antes piadoso, si evito con él de un fiero verdugo el inhumano suplicio. Acabad; que el golpe espero. CAMACHO: Con vos agora ejercito, para excusar mayor daño de cirujano el oficio.
Dale, y cae don FERNANDO
FERNANDO: ¡Válgame el cielo!
Sale un BASTONERO
BASTONERO: ¿Qué es eso? Dentro CAMACHO: Pedro Alonso, que ha caído, de esa escalera. ¡Mal hayan tantos ganfiones y grillos! JARAMILLO: Mejor es matar a un hombre. CORNEJO: La cabeza se ha rompido. BASTONERO: Llévenlo a la enfermería. GARCERÁN: (Más valor tiene escondido, Aparte que de un tejedor se espera, este hombre; y a no haber visto mis ojos muerto a Fernando, afirmara que es él mismo.) CORNEJO: (Demonio es el tejedor.) Aparte CAMACHO: (Tragóla el señor ministro.) Aparte
Vanse todos. Salen el CONDE y FINEO
FINEO: Gran escándalo ha causado en Segovia este suceso, y es sin duda que haber preso al tejedor te ha dañado. CONDE: Ni yo lo pude estorbar sin darme allí a conocer, ni los celos saben ser hidalgos en perdonar. Demás que es tan arrojado, tan valiente y atrevido, que libre y de mi ofendido, me pudiera dar cuidado. Mejor está, a toda ley, donde pague su locura; que si el pueblo me murmura, como no lo sepa el rey, no importa; y su majestad, como sabes, no da audiencia a nadie sin mi presencia; y el amor y voluntad que me tiene, me aseguran de los que a su lado están, pues sólo gusto le dan los que dármele procuran. Fuera de que el tejedor, que conoce mi poder, se ha de enfrenar, y temer de la justicia el rigor, si declara que el acero osó contra mí empuñar; pues esto le ha de dañar más que el homicidio fiero que cometió. FINEO: Caso es llano. CONDE: ¿Cómo está Claudio? FINEO: La herida ha abierto puerta a la vida, si no yerra el cirujano. CONDE: ¡Triste de él! FINEO: ¡Triste de Arnesto, que sin confesión pagó pena que no mereció! Mas, dime, señor, con esto ¿hase aplacado el ardor del solícito deseo de Teodora? CONDE: No, Fineo; que no es tan cuerdo mi amor. Yo la he de gozar, o el llanto me ha de matar, según peno. La flecha trajo veneno, pues de una vez pudo tanto. FINEO: Y Clariana, ¿qué diría si esto supiese? CONDE: De amor es incentivo el temor; la seguridad lo enfría. En nueva afición me enciendo; y no hay amor que posea, que no trueque al que desea, el bien que está poseyendo. FINEO: Pues si no sientes perdella, ¿por qué en Garcerán, señor, te vengas con tal rigor de hallarle hablando con ella? CONDE: Ésa ha sido obligación, si no de amante, de honrado; que en amar a quien he amado ofendió mi estimación. Demás que entonces Clariana era toda mi alegria; que de Teodora aun no había visto la luz soberana. Mas mi padre viene aquí. Parte al punto, y con recato sabe de aquel dueño ingrato a quien el alma rendí. No vuelvas sin saber dónde se oculta el bien por quien muero. FLNEO: Hallarla, señor, espero, si el mismo centro la esconde.
Vase FINEO. Sale el MARQUÉS
MARQUÉS: Conde... CONDE: Señor... MARQUÉS: ¿Vos sabéis que sois señor? CONDE: Sé a lo menos que vos lo sois, y que soy vuestro hijo y heredero. MARQUÉS: Pues no, no está en heredarlo, sino en obrar bien, el serlo; que de esto sólo resulta la estimación o el desprecio. Los señores son jüeces, y los jüeces nacieron para deshacer agravios, conde, que no para hacerlos. ¿Qué piensan vuestras locuras? ¿Qué esperan vuestros excesos sino que todos os pierdan, con justa causa, el respeto? Por una mujer humilde con hombre que tanto menos vale que vos, ¿la opinión y vida ponéis a riesgo? Allá en hora mala, allá con los moros de Toledo, que contra Segovia intentan pasar el nevado puerto, mostrad esos fuertes bríos; que quien tiene noble el pecho, por su honor, por Dios y el rey sólo empuña el blanco acero. ¿Sabéis que el alto lugar que os ha dado el que yo tengo con el rey, está a la envidia y a la emulación sujeto? ¿Sabéis acaso que basta a la privanza un cabello para tropezar? ¿Sabéis, que en tropezando, es muy cierto el caer, pues el privado es árbol, a quien, derecho, las ramas que le rodean son adornos lisonjeros, y en comenzando a caer, las mismas que pompas fueron, son todas peso que ayuda a derribarlo más presto? ¿No os lo están diciendo a voces mil historias, mil ejemplos? ¿No vistes vos a Beltrán Ramírez mandar el reino, y de la envidia después en un teatro funesto, los rayos de su privanza en humo leve resueltos? ¿Pues qué confïanza necia os da loco atrevimiento para irritar con agravios justas venganzas del pueblo? Está el otro con su dama, y vos, airado y soberbio, tras querérsela quitar, ¿le afrentáis? ¡Pluguiera al cielo que como su injusto agravio vengó en dos crïados vuestros, diera en vuestra misma vida el riguroso escarmiento! CONDE: ¡Señor...! MARQUÉS: No me deis disculpa; enmendad vuestros excesos, o por la vida del rey si no lo hacéis, de poneros en un castillo, de donde no salgáis hasta que el tiempo, cubriéndoos de nieve el rostro, os tiemple el ardor del pecho.
Vase el MARQUÉS
CONDE: (Con un loco en vano son Aparte amenazas ni consejos, mientras no me restituyas, hermosa Teodora, el seso.
Vase el CONDE. Salen don FERNANDO, con un martillo y cordeles en la pretína; GARCERÁN, CAMACHO, CORNEJO y JARAMILLO, con luz
FERNANDO: Agora, amigos, que ocupa la noche en profundo sueño nuestros contrarios, despierten el valor nuestros intentos. ¿Hay quien se atreva a romper estos ganfiones? ¡Cornejo, Camacho, probad las fuerzas!
Hace fuerza CAMACHO para romper los ganfiones
CAMACHO: Romper el templado hierro con la fuerza de las manos, Pedro Alonso, es vano intento. FERNANDO: ¡Que no quisiese el alcaide, viéndome herido y enfermo, aliviarme las prisiones! CAMACHO: Aun muerto, le daréis miedo.
Prueba CORNEJO
CORNEJO: Lo mismo es batir con balas de cera muros de acero. CAMACHO: Pues querer romperlo a golpes es malograr el deseo; que es forzoso que al rüido despierten los bastoneros. FERNANDO: ¡Pese a mí! Si tengo dientes, ¿por qué busco otro remedio? ¿Dos dedos han de estorbar que se libre todo el cuerpo?
Muérdese los dedos, y arroja las esposas, y átanle unos paños
GARCERÁN: ¿Qué habéis hecho? CAMACHO: Hase arrancado los dos últimos artejos de los pulgares. GARCERÁN: En vos otro Scevóla contemplo; mas los grillos... FERNANDO: En los pies no importa el impedimento; que como yo pueda usar de las manos, no estoy preso. Dadme un cuchillo. CAMACHO: Tomad.
Dásele
FERNANDO: Quien de la hazaña que emprendo desistiere, se imagine con éste a mis manos muerto. CORNEJO: Todos quieren ayudaros, seguiros y obedeceros. FERNANDO: Pues, amigos, levantad de las camas los enfermos; que poniendo unas en otras, hemos de llegar al techo; y rompiéndole una tabla con este martillo, haremos puerta, con que todos gocen, libres de prisión, el cielo; y estos cordeles después serán escalas del viento para bajar a la calle. GARCERÁN: Comencemos, pues. FERNANDO: Enfermo no ha de quedar, aunque esté oleado ya, que de ello pueda hacer la relación. Salga vivo o quede muerto quien no pudíere seguirnos.
Vase don FERNANDO
GARCERÁN: Noche, ayude tu silencio contra injustas tiranías tan justos atrevimientos.
Vanse todos. Salen FINEO y CHICHÓN
FINEO: Los que a su provecho están atentos, sólo han de ser lisonjeros del poder. Viva quien vence es refrán. El conde, mi dueño, amigo, pierde por Teodora el seso; ya lo sabes, y por eso hablo tan claro contigo. Ayer pusimos espías en la cárcel, que te vieron con Pedro Alonso, y siguieron tus pasos cuando venías a cas del embajador, de que colegí que esconde esta casa el sol que al conde tiene abrasado de amor. Ayúdale a conquistar la voluntad de Teodora; y porque la clara aurora al mundo comienza a dar luces ya, si lo has de hacer, llámala al punto; que quiero hablarla, Chichón, primero que nadie lo pueda ver. Y porque a obligarte empiece, esta cadena te dé
Dale una
señal del amor y fe que el conde por mí te ofrece. CHICHÓN: Por cierto que has predicado tan eficaz, que imagino que si te oyera Calvino, hubiera su error dejado. Y el epílogo en un toro, en un tigre, hiciera efeto, pues cerró, como discreto, la oración con llave de oro. De tu palabra me fío, y del valor y el poder de tu dueño, para hacer tal deslealtad contra el mío; mas pues hoy ha de morir, yo, por no serle infïel, aquí me despido de él, y al conde empiezo a servir. FINEO: Y yo en su nombre, Chichón, te recibo; que de él tengo, en orden a lo que vengo, tan amplia la comisión, que lo que yo hiciere da por hecho. CHICHÓN: Llamemos, pues, a este aposento que ves; que en él aguardando está Teodora del tejedor los sucesos desdichados.
Llama. Sale TEODORA, a medio vestir
TEODORA: ¿Quién está aquí? CHICHÓN: Dos crïados son del conde mi señor. TEODORA: ¿Es Chichón? CHICHÓN: Mi presunción a Chichón no te responde; que después que sirvo al conde me llamo ya don Chichón. TEODORA: ¿Al conde sirves? CHICHÓN: Teodora, a ti debo esta ventura; tercero fue tu hermosura, porque yo lo fuese agora. Si te admiras de esto, fía que no soy solo el que ha dado para volar a privado plumas la alcahuetería. El conde, al fin, mi señor, que ciegamente te adora, quiere hacerte gran señora, de dama de un tejedor. Pedro Alonso ha de ser hoy despojo vil de un verdugo.
Salen don FERNANDO, GARCERÁN, CAMACHO, CORNEJO, JARAMILLO y otros presos
FERNANDO: ¡Gracias a Dios, que le plugo librarnos! CHICHÓN: (¡Perdido soy; Aparte que es Pedro, y si me ha escuchado, me mata. ¡Infeliz Chichón! Héme aquí quitado el don, y vuelto al primer estado.) TEODORA: ¿Es posible que te veo libre ya? FERNANDO: Teodora, sí. FINEO: (En gran riesgo estoy aquí.) Aparte
Vase FINEO
TEODORA: Yo te abrazo y no lo creo. FERNANDO: Amigos, ya que ha querido, con piedad tan generosa, el cielo que a los intentos los efetos correspondan, conviene que consultemos y resolvamos agora el modo de conservarnos en la libertad preciosa. Y aunque nos parezca estar seguros aquí, pues gozan las casas de embajadores exenciones tan notorias, suelen por razón de estado, cuando la quietud importa, ellos mismos dar permiso de que estos fueros les rompan; y más siendo mi contrario del rey la privanza toda, a quien el embajador hará mayores lisonjas. Por esto, pues, y por ver que es una especie penosa de prisión el retraimiento, pues la libertad estorba, me parece que partamos todos juntos de Segovia adonde nuestras hazañas den materia a las historias. Muchos somos, y serán muchos más los que por horas, medrosos de sus delitos, a seguirnos se dispongan. De los vecinos lugares, o por fuerza o por mañosa industria, los delincuentes sacaremos que aprisionan, y de todos formaremos un ejército que ponga temor a enemigas huestes, seguridad a las proprias. Y ocupando a esa montaña la aspereza peñascosa, nos darán muros y torres sus inexpugnables rocas. Saltearemos caminantes, y las poblaciones cortas saquearemos de dineros, de bastimentos y joyas. Los agraviados podrán vengarse; que es cierta cosa que el tiempo dará ocasiones y la ventaja vitorias. CAMACHO: Yo soy de ese parecer. CORNEJO: ¿Quién hay que no se disponga a seguiros? JARAMILLO: Todos juntos en lo mismo se conforman. CHICHÓN: (¡Bueno es esto! ¡Vive Dios, Aparte que quieren echar la soga tras el caldero! Chichón, por aquí van a la horca.) FERNANDO: Y vos, señor Garcerán, ¿qué decís? GARCERÁN: Que a mí me importa proseguir otros designios, porque no soy dueño agora de mi libertad, que vive presa en la cadena hermosa del gusto de una mujer; y pues del amor no ignora vuestro pecho el duro imperio, no dudo yo que conozca que es ésta bastante causa. Pero ya que mi persona no os siga, creed que el alma, que se os confiesa deudora de esta vida, eternamente su obligación reconozca, y que si puede algún tiempo os lo muestre con las obras. FERNANDO: De vuestra sangre lo fío. GARCERÁN: Vuestras manos valerosas alcancen tanta ventura cuanto valor las informa.
Vase don GARCERÁN
CHICHÓN: Yo, señor, que a nadie he muerto, y me hallo bien en Segovia, y entré contigo a aprender de tus manos tejedoras a gobernar lanzaderas, y no lanzas, quiero agora hacer cuenta. Tú me has dado tres ducados, que esto montan tres meses que te he servido. Hete quebrado una olla, dos platos y un orinal; para esto compré a mi costa los cordeles y el martillo. FERNANDO: ¡Traidor! CHICHÓN: El furor reporta.
Huye hacia la puerta
CAMACHO: A la calle salió huyendo. CHICHÓN: Aquí sois muchos; si a solas quieres reñir en la plaza te aguardo junto a la horca. CAMACHO: Segura estacada escoge.
Vase CHICHÓN
FERNANDO: Tratemos de lo que importa. Elijamos capitán a quien todos reconozcan; que sin cabeza no hay orden, y sin orden es forzosa la confusión y rüina, según muestran las historias. CAMACHO: ¿Quién sino vos lo ha de ser? CORNEJO: ¿Quién puede haber que se oponga a vuestro valor? JARAMILLO: Ya todos por su capitán os nombran. FERNANDO: Pues todos sobre esta cruz
Hácela con los dedos
la derecha mano pongan, y juren que me serán, pena de muerte afrentosa, obedientes y leales.
Todos ponen la mano sobre la cruz
TODOS: Si juramos. FERNANDO: Falta agora que busquemos arcabuces, espadas, broqueles, cotas. Prevéngase cada cual como pueda. Tú, Teodora, ¿qué dices de esto? TEODORA: Que iré a las partes más remotas a tu lado, obscureciendo la fama a las Amazonas. FERNANDO: ¡Oh, ejemplo de la firmeza y de las mujeres honra! Como me cuestas me pagas; y yo, si tu cara hermosa me acompaña, me prometo de todo el mundo vitoria. Amigos, a preveniros; que no ha de alumbrar la aurora otra vez, sin que pisemos de Guadarrama las rocas. CAMACHO: Vamos. TODOS: Vamos. FERNANDO: Yo haré presto que tú y el mundo conozca, conde enemigo, el valor del tejedor de Segovía.

FIN DEL PRIMER ACTO

El tejedor de Segovia, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 24 Jun 2002