ACTO SEGUNDO


Salen don FERNANDO, CAMACHO, CORNEJO, y JARAMILLO, de bandoleros, con medias máscaras en las manos; TEODORA, en hábito de hombre y otros bandoleros
CAMACHO: Ya, famoso capitán, son ochenta hombres valientes y armados los que obedientes a tu fuerte mano están. CORNEJO: Un ejército lucido ha de ser tu compañía, según crece cada día: porque no ha de haber bandido agraviado o malhechor, que de seguirte no trate; y más cuando se dilate la fama de tu valor. FERNANDO: Si cuantos son delincuentes me eligen por capitán, en número excederán a las de Ciro mis gentes. Pero, amigos, advertid que en la guerra es vencedor más el orden que el valor, más que la fuerza el ardid. Y así, supuesto que es cierto que si publica la fama que ocupan de Guadarrama tantos soldados el puerto, el rey ha de prevenir por prendernos tanta gente, que a su ejército valiente no podamos resistir; me parece que ocupéis toda la sierra, esparcidos en escuadras, divididos cinco a cinco y seis a seis, distantes en proporción que unos a otros oyáis, porque ayudaros podáis si lo pide la ocasión. De suerte que en cualquier lance solos parezcan aquellos que basten a que con ellos lo que se emprenda se alcance; que demás que es importante para que senda o vereda no quede por donde pueda escaparse un caminante; mientras se entienda que son pocos los nuestros, ni harán caso de ello, ni pondrán cuidado en nuestra prisión. CAMACHO: Está bien considerado. FERNANDO: En la sierra, demás de esto, hemos de elegir un puesto de nadie jamás pisado, donde reparos forméis contra la nieve y el viento, y a común alojamiento todos de noche os juntéis. Las mujeres, allí ocultas, del regalo cuidarán de todos, y alli se harán, como importa, las consultas. CAMACHO: Aguardad; que viene alli un caminante. FERNANDO: Pues dos salgan, Camacho, con vos al camino, y traedle aquí. CAMACHO: Vamos los tres
Vanse CAMACHO, CORNEJO y JARAMILLO
FERNANDO: Los demás se retiren.
Vanse los otros bandoleros
FERNANDO: Tú, Teodora, ¿hállaste bien salteadora? Pero acostumbrada estás a presas de más valor; pregúntaselo a tus ojos, a quien rinde por despojos almas y vidas amor. TEODORA: Mi firme fe has agraviado, mi bien, con pregunta igual; que no se me atreve el mal mientras gozo de tu lado.
Pónense las máscaras. Salen CAMACHO, CORNEJO y JARAMILLO, con máscaras, que salen con un ALGUACIL
ALGUACIL: Quitadme, si sois humanos, la hacienda, mas no la vida. Advertid que la crueldad infama la valentía. CAMACHO: Ande y calle. FERNANDO: Di quién eres. ALGUACIL: Alguacil por mi desdicha. CAMACHO: (Pues tus manos me prendieron, Aparte mejor dirás por la mía; pero--¡vive Dios!--que agora ha llegado tu visita.) FERNANDO: ¿Qué hay en la corte de nuevo? ALGUACIL: Sólo agora se platica del tejedor Pedro Alonso. FERNANDO: ¿Qué dicen de él? ALGUACIL: Mil mentiras, que en una verdad envueltas, la fama las acredita. FERNANDO: Él es un gran delincuente. ALGUACIL: Ni las edades antiguas ni las presentes han visto mayor bellaco en Castilla. CORNEJO: (La hoguera en que ha de abrasarse,Aparte su misma lengua fabrica.) FERNANDO: ¿Tratan de prenderlo? ¿Hace diligencias la justicia? ALGUACIL: Dos mil ducados promete a quien entregare viva su persona. FERNANDO: Es vano intento; que yo he tenido noticia que a ampararse de los moros ha pasado a Andalucía. Si no hacen más prevenciones, segura tiene la vida. ALGUACIL: Dan agora más cuidado las banderas berberiscas, que en Toledo se aperciben para hacer guerra a Castilla. FERNANDO: Y tú agora, ¿a qué lugar y a qué negocio caminas? ALGUACIL: A informarme con secreto si Garcerán de Molina está escondido en Madrid, el conde don Juan me envía. FERNANDO: ¿Qué dinero llevas? ALGUACIL: Poco. FERNANDO: Pues, ¿no has hurtado estos días? ALGUACIL: Anda muy corto el oficio; que está la corte perdida. Sólo delinquen los pobres, no peca la gente rica, que la corrige y ajusta, no la virtud, la avaricia. Por no arriesgar el dinero, no hay agraviado que riña, en los pleitos se conciertan, en las mujeres varían. Y si hallamos con su dama alguno por su desdicha, por no incurrír en la pena, antes muere que reincida. Décimas nunca se logran; que si alguno determina ejecutar, luego hay ruegos, conciertos y tercerías. Y al fin, las más simples aves viven ya con tal malicia, que son los que menos cazan los pájaros de rapiña. FERNANDO: Pues yo he de ganar perdones con quitarte lo que quitas; no ocultes solo un real, que te costará la vida. ALGUACIL: En esta pequeña bolsa, esta cadena y sortija,
Da lo que dice
os doy todo cuanto llevo. CORNEJO: Venga la capa y ropilla presto. ALGUACIL: De muy buena gana. CAMACHO: Y después de ello la vida.
Vale a dar una puñalada
FERNANDO: No le mates. CAMACHO: Éste fue la ocasión de mis desdichas; que él me prendió. FERNANDO: Si su oficio ejerció como justicia, ni te hizo agravio en prenderte, ni con razón le castigas. CAMACHO: ¿No basta ser alguacil? FERNANDO: No basta; antes me fastidian los que de oficio aborrecen a los ministros. Por dicha, ¿no ha de haberlos? ¿No han de ser hombres? ¿Acaso querías que no haya algunos que prendan donde hay tantos que delincan? Si les basta a malquistar el oficio que administran, ¿qué información en su abono pretendes más conocida, que conservarse entre tantos enemigos, quién tendría de la culpa más venial mil mortales coronistas? Vete, amigo. CAMACHO: Sólo quiero que cortarle me permitas una oreja. FERNANDO: Ni un cabello. En hazañas más altivas ha de emplear el valor quien anda en mi compañía. CAMACHO: Basta que lo quieras tú. ALGUACIL: Los años del Fénix vivas. Pero ya que la piedad tan noblemente ejercitas, dame sólo con qué coma de aqui a Madrid. CAMACHO: Pues la vida le dejamos, parta luego, sin pedir más demasías. Esa vara de virtud
Dale la vara
su necesidad redima; que quien le deja las uñas, no le quita la comida.
Vase el ALGUACIL. Sale un VILLANO cantando desde dentro
VILLANO: "La mujer flaca y vieja con muchos huesos es un juego de bolos en su talego." CAMACHO: ¡Tente, villano! VILLANO: Sí tengo; mas no tengo. FERNANDO: Así estarás más seguro. ¿Adónde vas? VILLANO: De ver una hermana vengo que en Guadarrama fue novia, y vuélvome a mi lugar. FERNANDO: ¿De dónde eres? VILLANO: Del Villar, aldea que de Segovia está dos leguas, al pie de esta sierra. FERNANDO: ¿Hay en tu aldea alguien que estimado sea por rico? VILLANO: Señor, no sé que estimen ningún borrico más que el de Bras Chaparrón, porque es bravo garañón. FERNANDO: No digo sino hombre rico. VILLANO: ¿Hombre rico? En una aldea, ¿qué riqueza puede haber? Soldemente una mujer, en cuya afición se emprea todo polido zagal, por su aliño y hermosura, en el lugar se murmura que tiene mucho caudal de joyas. CAMACHO: Y esa villana, ¿es casada? VILLANO: Señor, ella... Ella dice que es doncella. CAMACHO: ¿Cómo es su nombre? VILLANO: Clariana. FERNANDO: ¿Con quién vive? VILLANO: Soldemente la acompaña una crïada. CAMACHO: (Ésta es presa acomodada Aparte para que mi gusto aumente.)
Habla aparte a don FERNANDO
Robemos esta mujer, capitán. FERNANDO: Pues, ¿ya la quieres? CAMACHO: Donde faltan las mujeres, ¿qué regalo puede haber? FERNANDO: Dices bien. CAMACHO: Este villano servirnos podrá de guía. FERNANDO: Ya esconde el autor del día en el húmedo Océano su hermoso, luciente coche. Partiendo luego, llegamos a tiempo que nos valgamos del silencio de la noche. CAMACHO: Vamos. FERNANDO: Villano, guïad a vuestra aldea. VILLANO: (Esta vez, Aparte Clariana, tu doncellez tien de decir la verdad.
Vanse todos. Salen el CONDE y FINEO
CONDE: Asi he trazado, Fineo, el remedio de mi daño. FINEO: ¡Con qué rigor tan extraño te aflige un loco deseo! CONDE: No sé qué hechizo bebí por los ojos, tan violento, que del todo en un momento quedé por ella sin mí. Yo estoy, al fin, sin remedio, y tal me llego a sentir, que entre gozarla o morir es imposible dar medio. FINEO: Hágase pues lo que ordenas. CONDE: Entre Chichón, y engañemos, puesto que no la alcancemos, con la esperanza mis penas.
Vase FINEO. Sale CHICHÓN
CHICHÓN: A jurar de tu crïado vengo con tal presunción, que pienso que este Chichón ha de reventar de hinchado. CONDE: A recebirte me obliga ver que me tienes amor. ¿De dónde eres? CHICHÓN: Yo, señor, soy natural de Barriga. CONDE: Pues, ¿hay lugar de ese nombre? CHICHÓN: Que ignorante de ello estés me admira. Barriga es la primer patria del hombre. De ella se etimologiza mi nombre, y el caso fue que Mencía--en gloria esté-- siendo doncella castiza, dio un tropezón, y fue tal la calda, que aunque dio sobre un colchón, le quedó en el vientre un cardenal. Creció después la hinchazón; y a quien saber pretendia la ocasión, le respondía Mencía que era un chichón. En efeto, me parió; y la vecindad con esto, viéndola sana tan presto, y que el chichón era yo, con risa y murmuración, apuntándome, decía: "Hélo el chichón de Mencía," y quedóseme Chichón. CONDE: Donaire tienes. CHICHÓN: Señor, hoy empiezo a ser feliz, pues que salgo de aprendiz, y aprendiz de un tejedor; que el alma tengo cansada de estar por corto interés siempre con manos y pies bailando la rastreada. CONDE: ¿Sabes ya, pues te dispones a servir, a qué te obligas? CHICHÓN: A mal premiadas fatigas y a mal pagadas raciones, a andar fino y puntüal un mes o dos, y pasados, como los demás crïados, decir de ti mucho mal. CONDE: Yo sé que tú no lo harás; que mi privado has de ser. CHICHÓN: ¿Qué partes me han de poner en el lugar que me das? CONDE: Mi afición te lo promete. CHICHÓN: (¿Privado sin merecello? Aparte Señores, del pie al cabello me tengan por alcahuete.) Pues Teodora ya ha volado. CONDE: Ése fue un liviano antojo, de quien ya me causa enojo la memoria, y no cuidado. En caso más grave agora tu ingenio me ha de valer. CHICHÓN: Manda, pues. CONDE: Tú has de prender al tejedor y a Teodora. CHICHÓN: ¡Guarda la gamba! CONDE: En la sierra, con otros facinorosos, son salteadores famosos y atemorizan la tierra. CHICHÓN: ¿Yo he de prenderlos? CONDE: Dos mil ducados Segovia da, y el rey por mi te dará una vara de alguacil; que a su majestad así harás, Chichón, gran servicio, al reino un gran beneficio, y una gran lisonja a mí. CHICHÓN: Si la fama te ha informado acaso que soy valiente, por Dios que la fama miente; que soy muy considerado. ¿Que haya quien riña, teniendo un gaznate, un corazón, cuatro lagartos, que son tan delicados, que en viendo el más meñique agujero en cualquier de ellos, la vida a las veinte por la herida deja el triste cuerpo güero? Pues luego, ¡es fuerte la malla del pellejo! Aquí me acabo de acobardar; con un nabo puede el más flaco pasalla. CONDE: Con industria lo has de hacer, que no con fuerza, Chichón; que ésta ha sido la ocasión que me ha movido a escoger tu persona; que supuesto que has sido tú su crïado, de ti estará confïado, y estriba el engaño en esto. CHICHÓN: Si en eso consiste, fía de mi ingenio y mi lealtad. CONDE: Oye, pues.
Sale un PAJE
PAJE: Su Majestad aguarda a vueseñoría. CONDE: Quédate aquí; que después te lo diré más de espacio.
Vanse el Conde y el PAJE
CHICHÓN: Confusiones de palacio, turbados muevo los pies; que apenas tus puertas vi cuando mi ciega ambición tropieza en una traición contra el dueño a quien serví. Mas, ¿por qué traición la llamo, si es forzoso a toda ley hacer lo que manda el rey y el conde, que ya es mi amo? Bien me puede el tejedor perdonar, si por dos mil y una vara de alguacil y privar con tal señor sus obligaciones dejo; que en mucho menos que yo, Judas a Cristo vendió. Es verdad que era bermejo.
Vase. Salen doña ANA y FLORINDA, de labradoras. Ésta saca una luz
ANA: Florinda, de suerte estoy, que me falta el sufrimiento. FLORINDA: En tan justo sentimiento ningún remedio te doy. ANA: ¿Después de tanta firmeza, tan repentina mudanza? ¿Después de tanta esperanza, tan desdeñosa tibieza? Cosas son... FLORINDA: ¿Que así se enfría, en medio de querer bien, un hombre? ¡Mal haya, amén, la mujer que en ellos fía!
Sale GARCERÁN, de labrador
CARCERÁN: (Como mi amor la desea, Aparte hallo la puerta. ¡Oh, verdad, quietud y seguridad de la vida del aldea!) Agora, gloria mía, que de llegar a verte trajo esta noche el venturoso día, no temo ya la muerte, antes muera yo aquí si he de perderte. ANA: ¿Qué es esto? ¿Es Garcerán? GARCERÁN: Es quien la vida sólo ganada, si por ti perdida, consagra a tu hermosura, principio de mi mal y mi ventura. ANA: Garcerán, un amor correspondido con bastante disculpa es atrevido; mas, si desengañado de que no puede ser jamás pagado hace de los peligros tal desprecio, afecto es temerario, impulso necio. GARCERÁN: Por eso es amor loco; que no ama mucho quien arriesga poco. ANA: Ésa es fineza vana; que ni galán os quiero, ni esposo querréis ser de una villana. GARCERÁN: De mi amor verdadero...
Ruido dentro
FLORINDA: Pasos siento, señora. ANA: (¡Ay de mi! Si es el que mi pecho adora, Aparte yo--¡triste!--soy perdida.) Mirad por mi opinión y vuestra vida. A ese obscuro aposento os entrad; que a la huerta sale de él una puerta. GARCERÁN: Por tu opinión consiento que saque pies de aquí mi atrevimiento. ANA: ¡Presto! GARCERÁN: (¿Por qué dilatas, suerte dura, Aparte la vida a quien abrevias la ventura?)
Retírase al paño. Salen don FERNANDO, CAMACHO, CORNEJO y JARAMILLO, con las máscaras puestas
ANA: ¿Quién es? ¡Ay, desdichada! FERNANDO: Las voces enfrenad, o dura espada las matará en el pecho. ANA: ¿Quién sois? ¿Qué pretendéis? FERNANDO: ¿Eres Clariana? ANA: Yo soy. FERNANDO: Venga la llave de tus joyas. ANA: Da, Florinda, las llaves al momento.
Vase FLORINDA con CAMACHO. Habla GARCERÁN al paño
GARCERÁN: ¡Oh, ladrones infames! Mas, ¿qué intento? Si guardan el decoro a su belleza, no pierda la opinión por la riqueza, pues es fuerza perdella si saben que a tal hora estoy con ella. FERNANDO: (¿Qué miro? ¡Vive el cielo, si viviera Aparte doña Ana, que dijera que es la misma que veo! Pero no puede ser, porque a mis ojos rindió a la muerte pálidos despojos.
Vuelve FLORINDA con CAMACHO, que trae un cofrecillo
CAMACHO: Ya están aqui las joyas y el dinero. FERNANDO: Las dos agora sin mover los labios, o verán de la muerte el rostro fiero, caminen.
Sale GARCERÁN de donde estaba, con la espada desnuda
GARCERÁN: ¿A mujer hacéis agravios? ¿A un serafín humano el respeto perdéis?
Meten mano los tres bandoleros; detiénelos don FERNANDO
FERNANDO: ¡Tened, amigos! ¿Es Garcerán? GARCERÁN: El mismo soy. FERNANDO: La mano que de amistad os di, no ha de ofenderos. ¡Envainad los aceros! GARCERÁN: ¿Quién es el que conmigo usa de tal nobleza? FERNANDO: Vuestro amigo.
Descúbresele y hablan aparte
¿Conocéisme? GARCERÁN: Sí, Pedro; que no olvida a quien le ha dado libertad y vida quien tiene noble el pecho. FERNANDO: Pues, Garcerán, decidme, ¿es por ventura Clariana la ocasión de vuestros daños? ¿Es ésta la hermosura de que os resultan males tan extraños? GARCERÁN: Bien muestra el mismo caso que es el fuego Clariana en que me abraso. FERNANDO: Pues advertid que el conde no perdona traza ni diligencia en orden a prender vuestra persona; que en la sierra he encontrado yo estos días diferentes espías contra vos despachadas a las tierras vecinas y apartadas. Si como por gozar la luz hermosa en que se ha de abrasar la mariposa, os tiene de Clariana el amor ciego preso al mismo peligro, al mismo fuego, hüid de la prisión y de la pena, y llevad con vos mismo la cadena. Robemos a Clariana. Casi cien hombres tengo ya, valientes, a mi imperio obedientes; que mi fama acrecienta cada día mi fuerte compañía. Si de ellos y de mí queréis valeros, del conde injusto, y aun del mundo todo, es fácil en la sierra defenderos. GARCERÁN: Si como me está bien vuestro consejo, se conformase en él Clariana hermosa, ¿qué suerte más dichosa? Su gusto es, Pedro amigo, ley de mi voluntad, norte que sigo. FERNANDO: ¿Tiéneos amor? GARCERÁN: Si mi afición pagara, ¿qué desdichas llorara? FERNANDO: En pena, pues, de su rigor injusto rinda a la fuerza lo que niega al gusto, proponedle el intento, y redimid la vida y el tormento. CARCERÁN: Hermosa prenda mía, perdona si un amor que desconfía de ablandar tu esquiveza, conquista con agravios tu belleza. Conmigo he de llevarte. ANA: ¿Qué dices, Garcerán? CARCERÁN: Digo que muero y pues que desespero señora, de obligarte, ni te admires ni culpes la fe mía, si emprendo por vivir tal grosería. ANA: ¡Primero en mil pedazos me verás dividida, que en tus brazos! FERNANDO: Ello ha de ser al fin, Clariana hermosa, y donde la elección no se permite, en vano estás dudosa. ANA: ¿Vos sois amante, Garcerán? ¿Vos noble? ¿De qué rústico roble las entrañas tenéis? ¿Qué bruto ofende al mismo dueño que obligar pretende? ¿Qué vitoria, qué palma lleva el amor injusto, de voluntad sin gusto, alma sin voluntad, cuerpo sin alma? Y si sabéis de honor, como lo fío de vuestra ilustre sangre, ¿por qué el mío con tan infame acción queréis quitarme? Ofenderme, ¿es amarme? FERNANDO: Tu resistencia es vana. ¿Qué honor ha de tener una villana, que no quede ilustrado, teniendo por galán tal caballero? ANA: Y si por dicha el traje os ha engañado, y le ígualo en nobleza acaso, ¿espero que de mí condolidos, deis a mi mal piadosos los oídos? FERNANDO: (¡Válgame Dios! Con mil sospechas lucho. Aparte Habla; que ya te escucho inclinado a ampararte, si mereces en lo que ocultas más que en lo que ofreces.) ANA: Rompa aquí los candados el secreto, si sólo ya el librarme de tan extraño aprieto consiste en declararme. Oíd pues; que yo espero, si las entrañas no tenéis de acero, que han de mostrarse pías, si no a mi sangre, a las desdichas mías. Esta vil corteza, este rudo traje, nubes son del sol y del oro engastes. No es la vez primera que fieros combates de Fortuna obligan a ocultos disfraces. Mi nombre es doña Ana Ramírez, mi padre fue Beltrán Ramírez, de Madrid alcaide. Su infeliz historia no es bien que os relate, pues le da la fama eternas edades. Escuchad la mía, pues sola es bastante a mover a llanto duros pedernales. Cuando la Fortuna con viento süave a mi ilustre casa dio prosperidades, el conde don Juan dio en solicitarme, señor con poder y galán con partes; mas mis resistencias puesto que le amase, nada desmintieron a mis calidades. Y así, con su firma se obligó a casarse conmigo, por verme a sus ruegos fácil. Dio la vuelta entonces la rueda mudable de aquella que ciega sus dones reparte. Murió en el suplicio mi inocente padre, lamentable efeto de la envidia infame. Mi hermano Fernando, de quien los diamantes tiernamente lloran el fin miserable, teniendo noticia de que era mi amante el conde, y temiendo mi afrentoso ultraje; porque en ningún tiempo pudiese gozarme, venenos previene que mi vida acaben. Piadoso me avisa el mismo a quien hace secreto ministro de tales crueldades; y conficionando, para prepararme, antídotos fuertes que su fuerza atajen, el licor mortal mi hermano me trae, necia medicina de calamidades. Bebílo, y fingiendo entre ansias mortales despedir la vida, pude asegurarme; que él al mismo punto de mi casa parte a buscar la muerte que Castilla sabe. Yo con los temores de infortunios tales, y con las afrentas de mi ilustre sangre, la ficción prosigo; y para ocultarme, de Madrid me ausento, mudo nombre y traje. Mas tan duras penas, tan fieros desastres, a no amar al conde no fueron bastantes; antes lo aumentaron las adversidades, buscando en sus bienes remedio a mis males; que con pena y miedo, sin honra y sin padres, por único asilo escogí a mi amante. Reveléle el caso cuando él daba al aire, llorando mi muerte, quejas lamentables. Con nuevas promesas volvió a asegurarme, engaños agora, si entonces verdades. Y así, su poder, mi amor y mis males del honor y el alma le hicieron alcaide. Mudóse a Segovia la corte; y yo en traje de villana sigo mi adorado amante; y él, para poder más libre gozarme, en esta aldehuela quiso que habitase. Ya son siete estíos los que esos cristales de la sierra han dado licor a su margen, después que en promesas paga mis verdades, pena de quien fía lo que tanto vale. Éstos son mis casos, mi estado y mi sangre; si a piedad os mueven desventuras tales, amparadme humanos, o fieros matadme, pues la muerte es puerto de calamidades. FERNANDO: ¿Que tú eres doña Ana? ANA: Díganlo mis males. GARCERÁN: No han visto los siglos caso más notable. FERNANDO: ¿Que al conde engañoso tu honor entregaste? ANA: Desdichas lo hicieron, que no liviandades. FERNANDO: (¡Qué máquinas formas, Aparte y qué enredos haces, vil Fortuna, sólo en mi mal constante, para perseguirme! Estoy por sacarle mi sangre del pecho... Mas bien es que trace medios que a su honor den remedios antes que a su error castigos.) Podéis perdonarme, Garcerán; que es fuerza que a doña Ana ampare. GARCERÁN: Lo mismo pretendo; que a su hermano y padre tuve obligaciones y debí amistades tan grandes, que dado que es mi amor tan grande, moriré primero que su ley quebrante. FERNANDO: Son correspondencias a quien sois iguales. Tú, doña Ana hermosa, escúchame aparte.
Apártanse de los demás
A mí me han movido tus adversidades, como a quien se informa de tu misma sangre. Quién soy es forzoso que agora te calle; defender tu honor pienso que es bastante para prueba de ello, y para que aguarde que este beneficio con otro me pagues. ANA: Si el honor te debo, no hay dificultades que por ti no venza. FERNANDO: (No es bien declararle Aparte mi intento; que al conde, puesto que la agravie, adora, y no guarda secreto un amante; válgame la industria.) Doña Ana, ampararme del conde pretendo, para que él me alcance con el rey perdón de las culpas graves a que me ha obligado este oficio infame. Y para este efeto quiero que te encargues, cuando él venga a verte, de hacer avisarme; que a sus pies prostrado, no dudo si sabe que por prenda suya hice respetarte, que esta obligación como noble pague. ANA: Corto premio pides de merced tan grande. Pero, dime, ¿adónde enviaré a avisarte? FERNANDO: En la cruz que al cerro la cabeza parte, me busque o me espere quien lleve el mensaje, y tenga en la mano por seña este guante;
Dale uno
que siempre a la vista tendré quien le aguarde. ANA: De mi obligación confïado parte. FERNANDO: Volvedle las joyas. ANA: El cielo te guarde; y tú, Garcerán, pues mi historia sabes, mi rigor perdona; que ya que no amante, quedo agradecida. GARCERÁN: Ruego a Dios que alcances el fin que pretendes; que el tiempo mudable no borró las deudas que tengo a tu sangre.
Vanse doña ANA y FLORINDA
FERNANDO: Si quieres pagarlas, y de los combates que tu vida emulan intentas librarte, huye los peligros, y ven donde mandes mi valiente escuadra. GARCERÁN: Pues ya no hay qué aguarde mi abrasado amor, fuerza es que me ampare de ti y de tu gente. FERNANDO: Ven pues; que si valen industria y valor, presto pienso darte de mi amistad firme más claras señales.
Habla aparte CAMACHO a CORNEJO
CAMACHO: Cornejo, por Dios, que echamos buen lance.
Vanse. Salen CHICHÓN y dos, en traje como de bandoleros
CHICHÓN: En esta inculta aspereza los habemos de encontrar. BANDOLERO 1: Temo que te has de turbar. CHICHÓN: Mal sabéis la sutileza del ingenio de Chichón. En engañar y fingir parias me puede rendir el griego astuto Sinón. No me mandéis pelear, que lo demás sabré hacer. BANDOLERO 1: A ti toca el disponer y a nosotros el obrar. CHICHÓN: El enredo he ya trazado de suerte, que me creyera Pedro Alonso, aunque estuviera de nuestro intento avisado. Pero aguardad, que he sentido entre estas peñas rumor.
Salen CAMACHO, CORNEJO y JARAMILLO, con máscaras, apuntando con los arcabuces
CAMACHO: Hidalgos, rindan las armas. CHICHÓN: Esperad, que soy Chichón. Si es de vosotros alguno Pedro Alonso, mi señor, todos somos de la carda, todo viviente es ladrón. Descubrirse puede el rostro; que de su fama la voz trajo a los tres a aumentar el número salteador. CAMACHO: Bien podemos descubrirnos.
Quítanse las máscaras
CHICHÓN: ¿Es Camacho? CAMACHO: Sí soy yo. CHICHÓN: ¿Es Cornejo? JARAMILLO: Y Jaramillo. CHICHÓN: ¿Y mi amo? CAMACHO: Aquí quedó con su querida Teodora Pero ya vienen los dos.
Salen don FERNANDO y TEODORA, de hombre
CORNEJO: Ya tenemos, capitán, tres soldados más. FERNANDO: ¡Chichón! ¿En mis manos has caído? CHICHÓN: Sí; mas fue por querer yo hacer de ellas fuerte escudo contra la persecución, que por serte tan fiel mi cabeza amenazó. Pero conoce y recibe en tu amistad a los dos; que luego de nuestros casos te haré larga relación. BANDOLERO 1: Huyendo de la Fortuna, vengo a ampararme de vos, por dar con tal capitán al mismo infierno temor. CHICHÓN: No tiene más de seis muertes el amigo. FERNANDO: ¿Seis? CHICHÓN: Las dos en el campo cuerpo a cuerpo, y las cuatro de antuvión. BANDOLERO 2: De un poderoso enemigo la ventaja, no el valor, me obliga a buscar defensa en vuestro fuerte escuadrón. CHICHÓN: El que ves, a un mayorazgo le dejó, de un bofetón, hecha la boca Origüela, que toda la despobló. FERNANDO: Con tan valientes soldados ya me juzgo vencedor de cuantos reinos visita la luz hermosa del sol. CHICHÓN: ¿Es por dicha mi señora la que miro? TEODORA: Sí, Chichón. CHICHÓN: ¿Quién se podrá defender de tan bello salteador?
Un PASAJERO canta desde dentro
PASAJERO: "Ya se salen de Segovía cuatro de la vida airada, el uno era Pedro Alonso, Camacho el otro se llama, el tercero es Jaramillo, y Cornejo es el que falta, todos cuatro matasietes, valentones de la fama. Rompiendo los embarazos, y quitándose las trabas, a pesar de los guardianes se escaparon de la jaula. Pidieron embajador, y dando salto de mata, fueron a ser gavilanes del cerro de Guadarrama. Despoblado está el bureo, desierta queda la manfla, la jacarandína triste, y sin abrigo las hachas. Las plumas se han atufado, y aborrascado las varas, unas recorren las cuevas, y otras escriben las causas. ¡Triste de aquél que agarraren los pescadores de caña! Que al son de una cuerda sola hará en el aire mudanzas."
Canta CHICHÓN
CHICHÓN: "Antes cieguen que tal vean cuantos oyen lo que cantas" FERNANDO: Éste no nos tiene miedo, pues que por la sierra pasa cantando seguramente. CHICHÓN: "No debe de llevar blanca." FERNANDO: Salidle al paso los tres, y venga aquí; que me agrada el romancillo, y deseo escucharle lo que falta. Demás que me ha parecido correo de a pie, y las cartas quiero ver; que me serán por ventura de importancia. CAMACHO: Vamos. CHICHÓN: El os ha sentido, y ya sus pies llevan alas. FERNANDO: Seguidle, y no le dejéis de alcanzar, aunque a las faldas lleguéis que con sus cristales fertiliza Guadarrama; que pues huye tan ligero, y tan medroso se guarda, algo lleva de valor.
Vanse CAMACHO, CORNEJO y JARAMILLO
CHICHÓN: Hombre, ¿eres liebre? ¿Eres cabra? ¿Eres pelota de viento? Volando las peñas pasa, y del bote que da en una, tan ligero en otra salta, que o son de corzo sus pies, o son los riscos de lana. FERNANDO: Hijos son del viento mismos los que le van dando caza. En vano escaparse intenta. CHICHÓN: Ya ni aun la vista lo alcanza. FERNANDO: Mientras vuelven con la presa, o concede, prenda del alma, tu regazo a quien te adora. TEODORA: Sentémonos, y descansa un rato de tantas penas y de vigilias tan largas.
Síéntase TEODORA, y don FERNANDO deja el arcabuz y recuéstase en su regazo. CHICHÓN habla aparte con los dos BANDOLEROS
CHICHÓN: Ésta es la misma ocasión, amigos; sus camaradas van tan lejos, que no pueden socorrerle; yo en la cara le echaré este capitollo, y vos quitadle las armas; vos a Teodora tapad la boca, y amenazadla con la muerte si da voces. BANDOLERO 1: Bien has dicho. ¡Llega! ¡Acaba! CHICHÓN: ¡Ánimo, pues! ¡Que yo tiemblo desde el cabello a la planta! (¿Qué no podrás, vil codicia, Aparte en la condición humana?)
Llégase a don FERNANDO con un capotillo en las manos
FERNANDO: ¿Qué es eso, Chichón? CHICHÓN: Señor, contemplo que es dura cama la que te da ese peñasco; y así pretendo que hagan alfombra este capitollo, si no colchón, tus espaldas. FERNANDO: No es menester; ya los riscos me conocen, pues son blandas las peñas a los trabajos que me oprimen comparadas. CHICHÓN: ¿Qué trabajos? ¿Has parido? Que en el mundo no me espanta otro a mí.
Aparte a CHICHÓN
BANDOLERO 1: Chichón, ¿qué es esto? ¿Agora el valor te falta? CHICHÓN: No os espantéis, que me ha echado unos ojos, que bastaran a dar miedo al mismo infierno. Mas esta vez esta hazaña se ha de acabar.
Vuelve a llegar como a echarle el capotillo sobre los ojos
FERNANDO: ¿Aún porfías, Chichón? CHICHÓN: Señor, en la cara te dan los rayos del sol, y hacerte sombra intentaba. FERNANDO: ¡Oh, qué oficioso que estás! ¿De cuando acá me regalas Chichón, con tanto cuidado? CHICHÓN: Agora hay más justa causa; que tu vida y tu salud nos son de tanta importancia. FERNANDO: Deja de cuidar de mí. CHICHÓN: No puedo hacer lo que mandas; que eres mi amparo.
Aparte CHICHÓN y el BANDOLERO
BANDOLERO 1: Chichón, ¿siempre al llegar te acobardas? CHICHÓN: Sí, camaradas; que tiene la muerte muy mala cara. BANDOLERO 1: Pues los dos le prenderemos, y tú a Teodora. CHICHÓN: Eso vaya; que con ella bien me atrevo a hacer singular batalla.
Los dos BANDOLEROS echan a don FERNANDO el capotillo de CHICHÓN sobre la cabeza, y le sujetan
FERNANDO: ¡Ah, traidores! TEODORA: ¿Qué es aquesto?
CHICHÓN sujeta a TEODORA
CHICHÓN: Es tu muerte si no callas. BANDOLERO 1: No resista, si no quiere que le abramos puerta al alma. BANDOLERO 2: Atadle las manos presto.
Átanselas atrás con la cuerda del arcabuz
BANDOLERO 1: Éste es el fin de quien anda, Pedro Alonso, en tales pasos. CHICHÓN: Perdonad; que el rey lo manda. BANDOLERO 2: Atalde bien. BANDOLERO 1: Con la cuerda del arcabuz enlazadas sus manos, serán de Alcides si la rompe o se desata. BANDOLERO 2: Empiecen a caminar. BANDOLERO 1: Espuela será esta daga, si perezosos se mueven. CHICHÓN: ¡Malos años! ¡Cómo brama! Paciencia, Pedro; que al fin, quien mal anda, mal acaba.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

El tejedor de Segovia, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002