EL SEMEJANTE A SÍ MISMO

Juan Ruiz de Alarcón

Texto basado en la edición príncipe en PARTE PRIMER DE LAS COMEDIAS DE DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN (Madrid; Juan González, 1628). Fue preparado por Vern Williamsen y luego pasado a su forma electrónica en 1998.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen don JUAN, LEONARDO y SANCHO
JUAN: ¡Hermosa vista! LEONARDO: Un abril goza en sus puertas Sevilla. JUAN: Es octava maravilla. LEONARDO: Ya la fama cuenta mil, porque a las siete del mundo no hay quien la suya no aumente. JUAN: Al Escorial justamente le dan lugar sin segundo. SANCHO: Yo sé siete maravillas nuevas, que con más razón dignas de este nombre son. JUAN: Quiero oíllas. SANCHO: Yo decillas. La primera, si se mide con las antiguas, por tres puede valer. LEONARDO: ¿Y cuál es? SANCHO: Una mujer que no pide. JUAN: Si es de Madrid la mujer. SANCHO: Es segunda maravilla un caballero en Sevilla sin ramo de mercader. La tercera es justamente un calvo alegre de sello, y que no arrastre el cabello desde el cogote a la frente. La cuarta, una doncellita que no casarse desea. La quinta, una mujer fea que los años no se quita. Por sexta quiero contar un bien contento soldado; y por séptima, un casado que le pese de enviudar. La octava es un mercader sin achaques de logrero; un oficial de barbero sin guitarra en que tañer; una dama que se alegra con agua pura la faz; un marido mozo en paz con cuñados y con suegra; sin un San Pedro y San Pablo la iglesia de alguna aldea, y un tahur que no desea tal vez que le lleve el diablo. JUAN: Basta, que el número crece. LEONARDO: Si veras hemos de hablar, una quiero yo contar que las demás obscurece. JUAN: Ya mucho en sabella gano, pues vos así la alabáis. LEONARDO: Pues es, porque la sepáis, el desagüe mexicano. SANCHO: Hable cristiano, señor. LEONARDO: México, la celebrada cabeza del indio mundo, que se nombra Nueva España, tiene su asiento en un valle toda de montes cercada, que a tan insigne ciudad sirven de altivas murallas. Todas las fuentes y ríos que de aquestos montes manan, mueren en una laguna que la ciudad cerca y baña. Creció este pequeño mar el año que se contaba mil y seiscientos y cinco, hasta entrarse por las casas; o fuese que el natural desaguadero, que traga las corrientes que recibe esta laguna, se harta; o fuese que fueron tales las crecientes de las aguas, que para poder beberlas no era capaz su garganta. En aquel siglo dorado --dorado, pues gobernaba el gran marqués de Salinas, de Velasco heroica rama, símbolo de la prudencia, puesto que por tener tanta, después de tres virreinatos vino a presidir a España-- trató este nuevo Licurgo, gran padre de aquella patria, de dar paso a estas crecientes que rüina amenazaban; y después de mil consultas de gente docta y ancïana, cosmógrafos y alarifes, de mil medidas y trazas, resuelve el sabio virrey que por la parte más baja se dé en un monte una mina de tres leguas de distancia, con que por el centro de él hasta la otra parte vayan las aguas de la laguna a dar a un río arrogancia. Todo es uno el resolver y empezar la heroica hazaña. Mil y quinientos peones continuamente trabajan. En poco más de tres años concluyeron la jornada de las tres leguas de mina, que la laguna desagua. Después, porque la corriente humedeciendo cavaba el monte, que el acueducto cegar al fin amenaza, de cantería inmortal de parte a parte se labra, que da eterna paz al reino y a su autor eterna fama. JUAN: Tan insigne maravilla muy justamente se alaba por la primera del mundo. SANCHO: ¿Que la bellaca del agua quiso alzarse con la tierra? Pues el vino, ¿dónde estaba? LEONARDO: Trazando cómo a su costa se efetuase esta hazaña; que dos reales impuestos en cada azumbre de él, daban cada año cien mil ducados, que en el desagüe se gastan. SANCHO: Mienten todos los gallinas, los bellacos y bellacas que osaren decir que el vino debe dar tributo al agua. ¿Hacer al vino pechero para que a su costa se hagan al agua, de cantería caminos por donde salga? ¿A una infame parricida que quiso anegar su patria? ¿Que no la pueden sufrir los montes en sus entrañas? ¿Que anda, como la culebra, toda la vida arrastrada? ¿Que con el pecho por tierra besa los pies a las parras? ¿Que, como el diablo, del cielo huyendo, a la tierra baja, el invierno tiritando y el verano abuchornada? ¿La que es tan vil, que se vende por dos cuartos una carga, en que pluguiera a los cielos que el vino la remedara? ¿La que ha quitado más vidas, más haciendas...? JUAN: Sancho, basta. SANCHO: ¿Qué males ha hecho el vino? ¿Quién en Indias ni en España ha recibido mal de él, que de esa suerte le tratan? JUAN: Sancho, no tienes razón, que antes su nombre levantan con decir que hizo a su costa desterrar a su contraria. Un gran príncipe, ¿no suele hacerle cortar la cara, dar de palos, desterrar a su costa a quien le enfada? Pues en esto, di, ¿quién pierde? Quien lleva la cuchillada o los palos o el destierro; que quien lo pagó, antes gana, pues quedando vitorioso, compra el gusto y la venganza. SANCHO: ¡Bien hayas tú, pues en ti tan buen abogado halla el santísimo licor! JUAN: ¿Piensas, bufón, que me agrada que digas de él, tanto bien? SANCHO: Otros tienen dos mil faltas, y yo tengo ésta no más. JUAN: ¿Y el amor? SANCHO: Si amor es tacha, no hay quien valga por testigo. JUAN: Aquesto, del juego, ¿es nada? SANCHO: ¿Qué ha de hacer un hombre honrado mientras a su amo aguarda? ¿No es peor ponerse en corro con la cuadrílla lacaya a no dejar honra en pie de sus amos ni sus amas? JUAN:. Por asegurar la mía, quiero agora que te vayas; que hablar queremos a solas. NCHO: ¿De mí no haces confïanza? JUAN: Parecidome has lacayo de comedia, pues extrañas que yo no te comunique los secretos de importancia. Al lacayo que más sabe basta escucharle sus gracias, si pueden serlo aprendidas entre el mandil y almohaza. SANCHO: Almoházame más quedo, si pudieres. JUAN: Vete, acaba. SANCHO: Iránse; que no son bestias, puesto que con bestias tratan.
Vase SANCHO
LEONARDO: Ya estamos solos. Decid, don Juan amigo, la causa de habernos quedado así. JUAN: ¡Ay, amigo de mi alma! ¿Tenéis amor? LEONARDO: ¡Pese a tal! ¿De ahí comienza la maraña? Amor y mala ventura en todas partes se hallan; mas yo agora vivo libre, de que doy a Dios mil gracias. Vos sabéis que Julia un tiempo en prisión tuvo mí alma; mas dio su inmortal desdén muerte a mi amor y esperanza. JUAN: Con eso puedo seguro comunicaros mis ansias; que de vuestra libertad nace el fin de mi desgracia. LEONARDO: ¿Cómo? JUAN: ¿Atrevéisos por mí a partir una jornada? LEONARDO: Ya mi amistad ofendéis. JUAN: Es larga. LEONARDO: Aunque sea tan larga que al antípoda visite, Libia ardiente o Scitia helada. JUAN: Es hasta el Pirú. LEONARDO: Es un paso; pero, porque alegre vaya, ¿voy con vos, don Juan? JUAN: Sin mí. LEONARDO: El no veros me acobarda, mas anímame el serviros. Dadme los brazos. JUAN: Y el alma. LEONARDO: Quedaos a Dios. JUAN: ¿Dónde vais? LEONARDO: ¿Mandáis que al Pirú me parta, y preguntáis dónde voy? A embarcarme parto. JUAN: Basta. LEONARDO: El amigo verdadero asi obedece. JUAN: No estaba dudoso de esta fineza; pero, ¿sin saber la causa y el fin os vais a embarcar? LEONARDO: El de daros gusto basta. ¿Qué tengo más que saber, si me mandáis que me vaya? Que de resistir da indicios quien examina las causas. Pensé que era vuestro gusto sólo que yo me ausentara y hasta el Pirú no parase, y a ejecutarlo empezaba. JUAN: Dios os guarde. Mas misterio tiene jornada tan larga; que no apartara de mí un amigo tan del alma, si de otro fïar pudiera lo que hoy mi pecho os encarga. LEONARDO: Dadme pues esa instrucción. JUAN: Si me dais paciencia... LEONARDO: Vaya. JUAN: Ya sabéis que cortó el alfanje fiero de la parca la vida de mi tío. Dejó una hija, vida por quien muero. Mi padre, duro ya padrastro mío, quedó por curador de su sobrina, si no es el darlo a un ángel desvarío. Trájola a nuestra casa; que imagina guardarla más así. ¡Necio quien guarda la pólvora, y al fuego la avecina! Como al ser muy hermosa y muy gallarda el trato se llegó, de Amor el fuego en abrasar mi pecho poco tarda. Vime abrasado apenas, cuando luego, por no perder las mañas de tirano, conmigo usó las suyas el dios ciego; que por esto un filósofo, no en vano, pintaba al niño rey, de rosas llena una, y llena de espinas otra mano. Que mi enemigo padre--¡dura pena!-- que en estos galeones parta a Lima a cobrar cierta herencia me condena. 0 entiende los amores de mi prima, y por emparentar con otra gente, para mi esposa el viejo no la estima, o la codicia vil, que más ardiente reina en la sangre de la edad más fría, le ha obligado a mandarme que me ausente. Vime con esto tal, que el alma mía... Tal, que la vida... Tal...Sólo quien sabe de amor, podrá saber cuál me vería. Mas pintan al Amor con alas de ave, por la velocidad del pensamiento del que ha vencido su furor süave. Mil engaños fabrico en un momento; y al fin uno resuelve que la fama quite al griego Sinón, y a mí el tormento. Viviré con mi padre y con mi dama, sin ser del uno u otro conocido; que se atreve a emprender tanto quien ama. Tengo en Madrid un primo, que ha venido poco ha de Flandes, tras de ausencia larga; don Diego de Luján es su apellido. Pues a éste escribo de mi vida amarga el estado. Él, no deudo, sino amigo, de mi remedio hasta morir se encarga. Vuélvole yo a escribir, y al fin le digo el engaño que trazo, con que entiendo ejecutar esta intención que sigo. Y porque la sepáis, es que fingiendo mi primo y yo que somos parecidos, esta opinión con cartas extendiendo, ordené que mi primo con fingidos deseos de ver esta semejanza, de la fama que echamos procedidos, escribiese a mi padre que si alcanza lugar, a verme se vendrá a Sevilla, antes que yo de aquí haga mudanza; que a cuantos nos conocen, maravilla que diferencia no hay de mi sujeto al suyo, que hombre pueda distinguilla. A éste ayudó otro engaño bien discreto. Por suyo le envió un retrato mío que a don Diego envié para este efeto. Yo lo mismo a su padre, que es mi tío, le escribo; y en lugar de mi retrato el de don Diego con la carta envío. Con esto, yo en mi casa alegre trato mi jornada y dispongo mi partida; que importa en engañar este recato. Mi ropa está ya toda apercebida, fletado en galeón matalotaje, yo os juro tal, que a navegar convida. Partiremos los dos a este viaje; despediréme, en Cádiz embarcado, de Sancho, mis amigos y linaje; entregaráse al viento el leño alado; veránme en él partir; con que del todo nadie podrá creer que me he quedado; y después, con un barco, tendré modo que salga al mar por mí; con el dinero dos mil dificultades acomodo. Volveré aquí secreto, donde espero dentro de un mes mi primo, que con plaza de crïado será mi compañero, y con su nombre iré donde me abraza mi padre por don Diego, y mi querida, sin saber que soy yo, mi cuello enlaza. Vos, mi Leonardo, amparo de mi vida, a Lima iréis, tomando el nombre mío, pues no es vuestra persona conocida. Llevaréis mis papeles. Ya me río de veros hecho yo; mas vos, hermano, yo sois por la amistad, no es desvarío. Cobraréis esta herencia; y porque vano no nos salga el intento, daros oso en blanco muchas firmas de mi mano para que así a mi padre sospechoso vuestras cartas le quiten la sospecha que darle yo de mí será forzoso. Yo en tanto, sí el dios ciego no desecha un corazón en quien intentos tales pudo engendrar su venenosa flecha, conquistaré la causa de mis males. LEONARDO: ¿De manera que has fingido para quedarte, don Juan, que a don Diego de Luján, tu primo, eres parecido, y don Diego le envió a tu padre tu retrato por suyo? JUAN: Y el mismo trato usé con su padre yo, que le he envïado por mío el retrato de don Diego, su hijo y mi primo. LEONARDO: ¿Luego no te conoce tu tío? JUAN: Nunca mi tío me vio, ni mi padre vio a mi primo. LEONARDO: Vuestro raro ingenio estimo por el mejor que nació. Mas décidme, ¿con qué intento a vuestra prima engañáis, y no le comunicáis este sutil pensamiento? JUAN: Aunque con firmeza extraña me muestra mi prima amor, tengo indicios y temor de que me miente y engaña; y así, quiero, convertido en don Diego, pretendella, y ver si el amor en ella es verdadero o fingido. LEONARDO: Para eso, ¿no era mejor echarle otro pretendiente? JUAN: No es ese medio prudente; que puede cobrarle amor, y el probarla de ese modo es perderla; mas así si me trueca a mí por mí, en casa se queda todo. Que si da, habiendo creído que soy don Diego, en quererme, sabré que puede ofenderme sin saber que me ha ofendido. LEONARDO: Pues decidme ¿para qué queréis a don Diego al lado? JUAN: Para que más engañado mi padre y el suyo esté; que así el enredo que he hecho tendrá más fuerza, y en él tendré un amigo fïel con quien descanse mi pecho. LEONARDO: Decís muy bien. JUAN: Cien doblones en letra le remití para el gasto. LEONARDO: Siempre así lográis vuestras intenciones. JUAN: Si soy rico, ¿he de perder por escaso mi remedio? Es un poderoso medio ser liberal, de vencer. LEONARDO: Vitoria tan merecida no es dudosa. JUAN: Yo la espero con vuestra ayuda. LEONARDO: Yo quiero apercebir mi partida. JUAN: Dos mil escudos os doy para la costa. LEONARDO: No es eso tratarme bien. JUAN: Yo os confieso que atrevido y corto soy; mas para Lima me da mi padre crédito abierto. Ése llevaréis, que es cierto, con que estéis a gusto allá lo que dure la cobranza. LEONARDO: Voy corrido y obligado. JUAN: La vida es poco haber dado a quien la da a mi esperanza.
Vase LEONARDO
JUAN: Aumento de la próspera fortuna y alivio en la infeliz, maestra llave que con un natural secreto sabe dos voluntades encerrar en una; del humano gobierno la coluna, ancla segura de la incierta nave de la vida mortal, fuero süave que en paz mantiene cuanto ve la luna, es la santa amistad, virtud divina que no dilata el premio de tenella, pues ella misma es de sí misma el fruto. A quien naturaleza tanto inclina, que al hombre que vivir sabe sin ella, sabe avisar el animal más bruto.
Sale SANCHO
SANCHO: ¿Acabó el secreto ya? JUAN: ¿Quién os mete en eso a vos? SANCHO: (Extraño está, vive Dios, Aparte después que al Pirú se va. Después que se parte a Lima está de tal condición, que ni le hallo sazón con azúcar ni con lima.) ¿De Sancho no fía ya? JUAN: Sancho amigo, no convino. SANCHO: ¿Sancho amigo y no con-vino? Pues sin vino, ¿qué será? JUAN: ¿Vuelves a dar en tu tema? SANCHO: Y tú en la tuya darás, pues que con tu prima estás JUAN: Con el fuego que me quema. Mas leyendo viene, ¡cielos! ¿Si es billete?
Sale doña ANA, leyendo una carta, sin ver a don JUAN y SANCHO
SANCHO: (Ap. Rayos echa. Aparte La centella de sospecha dio en el polvorín de celos.)
Don JUAN habla aparte a SANCHO
JUAN: Matalla o matarme es poco. SANCHO: Ya escampa. Dime, señor, ¿cuál te parece peor emborracharse, o ser loco? JUAN: ¡El diablo, picaro!...
Dale
SANCHO: ¡Ay, Dios, que me ha derribado un diente!
Don JUAN quita el papel a doña ANA
JUAN: ¡Suelta, falsa! ANA: ¡Primo, tente! ¿Siempre hemos de andar los dos, sin ocasión, en cuestiones? No obligas con ese trato. SANCHO: (Enamora como gato Aparte a gritos y mordiscones. Yo le conocí más tierno; mas después que al Pirú va, tan desesperado está, que pienso que va al infierno.
Lee don JUAN la carta
ANA: De tu primo el de la corte es una carta. JUAN: Yo estimo que te conozca mi primo, y que escribirte le importe. ANA: Necio, mira el sobreescrito. ¿Dice a tu padre? JUAN: Sí dice. ANA: ¡Gracias a Dios, que no hice en leerla algún delito! Don Juan, para sospechar, cualquier indicio disculpa; pero sábete que es culpa reñir sin averiguar. JUAN: ¿Qué tienes tú que leer lo que el otro escribe aquí? ANA: Sobre un bufete la vi; está abierta, y soy mujer. ¿También me riñes por eso? JUAN: Su estilo, ¿te ha enamorado? ANA: Por cierto que estás pesado, don Juan, o falto de seso. JUAN: Que ha de vacar, te parece, mi plaza en tu amor partiendo, y papeles andas viendo para ver quién la merece. ANA: ¿Y bastaráme a obligar ver una carta? JUAN: Doña Ana, con ocasión más liviana suele una mujer amar. SANCHO: A ese propósito quiero, por si puedo apaciguaros, de mi mocedad contaros un suceso verdadero. Yo, mis señores, tenía un Juan Lobo por amigo. Llevélo una vez conmigo a ver cierta moza mía. El tomó aparte lugar, mientras yo hablaba a mi amor lo que el discreto lector podrá allá considerar. Mi moza al Lobo le echaba los ojos de cuando en cuando, la paciencia ponderando con que aguardándome estaba. Y al fin de él se enamoró; y la causa fue, en efeto, sólo que él se estaba quieto mientras no lo estaba yo. JUAN: Sancho, por un leve indicio condenan al desdichado. ANA: Siempre, don Juan, te has quejado en tu fortuna, de vicio. Confiésote que leí la carta con gusto, primo, y aun más, que a su dueño estimo porque se parece a ti; que dice que es tan extraña la semejanza que Dios quiso poner en los dos, que a tus amigos engaña, y le hablan todos por ti. JUAN: (Mi intención va obrando ya.) Aparte Es mi primo. No será mucho parecerme así. SANCHO: Ser dos hombres parecidos no es suceso más extraño que salir de un mismo paño semejantes dos vestidos. JUAN: Pero si alguno mirara a don Diego en mi presencia, no dudo que diferencia grande entre los dos hallara. Y ya que el cielo de ti ha ordenado que me aparte, huelgo, mi bien, de dejarte este retrato de mí. Él me escribe que vendrá a verme cuan presto pueda. Ya la armada nos lo veda, que para salir está. A mi padre le he pedido, si algo en él mi ruego vale, que lo aposente y regale por serme tan parecido. Lo mismo contigo intento, que si en memoria de mí le regalas, irá en ti siempre mi amor en aumento. Esto se entiende con tal que lleves tiento y recato. No venga a echar el retrato de casa al original. Porque de don Diego el fuego nunca en ti halle lugar, siempre a don Juan has de hablar, aunque te hable don Diego. Y así, mientras no te veo, engañarán tus enojos con el retrato los ojos, con la esperanza el deseo. ANA: ¡Ay, Dios! ¿Quién tendrá paciencia, mi don Juan, para escuchar sin deshacerse en llorar, estos preceptos de ausencia? JUAN: ¿Lloras? ANA: Pregunta si vivo cuando te ausentas. JUAN: Confieso que no esperé tal exceso de tu corazón esquivo. No llores, si no procura tu llanto, señora, así que alegre parta de tí, pues pruebo así mi ventura. Cesen de llorar las perlas en ese campo de rosa. Advierte que, de invidiosa la aurora para cogerlas, más presto amanecerá y dará priesa a los días, con que de mis alegrías el fin se anticipará. No todo ahora lo llores; deja qué llorar después. No adelanten, pues me ves, el tormento los temores Reserva para la ausencia algo de tanto dolor, porque suele un gran sudor ser el fin de la dolencia. ANA: ¡Plega a Dios, dueño querido, si en tu ausencia tengo vida, que viva yo aborrecida de un adorado marido! ¡Plega a Dios!... SANCHO: Basta de plegas, que viene, señor, el viejo. JUAN: Al tiempo la prueba dejo de esas finezas que alegas.
Vanse doña ANA y don JUAN
SANCHO: ¡Plega a Dios!...¡Ah, enamorados! Cuando empiezan a plegar, plegarias pueden prestar al día de los finados.
Sale INÉS
INÉS: ¿Qué es de don Juan? SANCHO: ¡Buena es ésa! Inés, más cuerdo me pinta. ¿Para qué buscas la pinta, si se va todo en la presa? INÉS: ¿Quién es la pinta? SANCHO: Don Juan. INÉS: ¿Y la presa? SANCHO: Yo lo soy, pues siempre delante voy. Mas dime. ¿En qué estado están las penas de que me ausento? INÉS: ¿Te ausentas? SANCHO: ¡Bueno, a fe mía! ¿Olvidado se te había? Señal de gran sentimiento. INÉS: ¿Al fin te vas al Pirú? SANCHO: (Aquí es Troya.) Aparte Cierto es ya. INÉS: ¿Qué me has de enviar de allá? SANCHO: Enviaréte a Bercebú. ¡Ved con qué llanto recibe las nuevas tristes de ausencia! ¡Notad cómo de paciencia, para sufrir se apercibe! Tal es ya la tiranía de aqueste género infame, que el eco de vengo es "dame," y el eco de voyme "envía." ¿No hay al vengo un bien venido? ¿No hay al voyme un vuelve presto? Pinten a amor, según esto, salteador descomedido. ¿Apenas vi la mujer, cuando se lo he de pagar? 0 no tengo de jugar, o en viéndola he de perder. ¿Cómo en viéndola? Y aun antes. Allegáos a una tapada, y antes de mostraros nada, pedirá cintas y guantes. "¿Qué me has de enviar?" ¡Qué bien! El amor más firme cae. ¡Aun no me dijera trae, que es un disfrazado ven! "Envía" es "quédate allá." ¡Mal haya el necio que fía en ellas, quien les envía, quien les trae, y quien les da! ¡Oh, terribles agravios, atar la bolsa y desatar los labios!
Vase SANCHO
lNÉS: Aguarda, Sancho, detente, atiende a mi triste llanto. Ya lloro, ya no te pido, si con pedir te he enojado. Como a las Indias te partes, quise pasar este trago con tratar de las riquezas que esperaba de tus manos. "¡Oh, terribles agravios!" Mas, ¡oh, mayor simpleza! ¡Atas la bolsa y pídesme firmeza.
Vase INÉS. Salen LEONARDO y GUILLÉN
GUILLÉN: Leonardo, aguardad aquí; avisaré a mí señora.
Vase GUILLÉN
LEONARDO: ¿Que Julia me llame agora? Yo vengo fuera de mí. Cuando no la vi en mil días huyendo su resistencia, y están con la larga ausencia las cenizas de amor frías, ¿de llamarme se ha acordado? Cuando estoy tan de partida, ¿quiere por la despedida resucitar mi cuidado? Mas no es de amor el llamarme que tan dichoso no soy. Sabrá que a las Indias voy, y algo querrá encomendarme. Mas ella viene, el rüido de sus pasos me ha turbado, la sangre toda se ha helado, y el corazón encendido. ¡Cuan tarde la fuerza pasa de amor que fue verdadero, pues con el soplo primero se descubre tanta brasa!
Sale JULIA
JULIA: Señor Leonardo, ¿era ya tiempo de vernos los dos? LEONARDO: Eso preguntadlo a vos. JULIA: Por mí respondido está, pues a llamar os envío. LEONARDO: Y por mí también pues muestro, viniendo al mandado vuestro, que eso está en vuestro albedrío. JULIA: Dicen que a las Indias vais. LEONARDO: Si no me mandáis quedar. JULIA: Si mandarlo ha de bastar, yo os mando que no os partáis. El estilo perdonad; que lo hice por cogeros la palabra. LEONARDO: A no entenderos, nueva especie de crueldad, con mascara de favor, queréis en mí ejecutar. JULIA: ¿Cómo? LEONARDO: Mandarme quedar después de tanto rigor, es sólo--hablemos verdades, pues para partir estoy-- porque os falta, sí me voy, materia a vuestras crueldades. Mas no, Julia. Ya arrojé del cuello una vez el yugo, ya libre la ropa enjugo que del mar de Amor saqué. Ya no más comprar enojos a costa de merecer; no más la vida exponer a vuestros leves antojos. Hüistes cuando os seguía; cuando huyo me seguís. Esto que agora sentís, sentí yo, Julia, algún día. Mas hoy, por mayor vitoria, quiero hurtar con esta ausencia el cuerpo a vuestra inclemencia y el alma a vuestra memoria. JULIA: ¡A fe que reñís con brío! Ya os imagináis vengado. ¡Necio vos, que habéis echado toda la fuerza en vacío! ¿Quién os dijo que el pediros, Leonardo, que no os partáis, es porque pena me dais, porque os amo, con partiros? Mi prima doña Leonor, que ha dado en guereros bien, me pidió, por ser yo a quien vos tuvístes tanto amor --si fue verdad el tenerlo-- que os pidiese que os quedéis; que por mí, merced me haréis mucho mayor en no hacerlo. LEONARDO: Basta ya, que es desvarío anticipar el desdén; y no amándoos yo, también dais ese golpe en vacio. Ni penséis que haber errado el tiro me da pesar, que doy por bien el errar a trueco de haber tirado. Pues os mostré mí intención vengado de vos me siento, que os ha ofendido el intento, cuando no la ejecución. ¡Y ojalá que modo hallara para poderme quedar! Que sólo a daros pesar, vive Dios que me quedara. JULIA: Por lo menos aprobáis mi rigor; que mal hiciera si a un villano amor tuviera; que lo sois, pues os vengáis. LEONARDO: No atribuyáis a venganza no haberos obedecido, que sabe Dios que ha nacido sólo de desconfïanza. Pensé que el verme hüir despertaba vuestro amor y temí vuestro rigor en volviéndoos a seguir; que si no, ¿qué mayor gloria, qué más Indias puedo hallar, tras tanto amor, que alcanzar de vuestro desdén vitoria? Que no tan fácil afloja al arco la cuerda Amor. JULIA: Ya me parece, señor, que vais volviendo la hoja. LEONARDO: Negar lo que os he querido es negar olas al mar. JULIA: Leonardo, ¿qué más negar que negarme lo que os pido? LEONARDO: No fue negar, fue temer vuestro inhumano rigor. JULIA: ¿No hay mudanzas en amor, Leonardo? ¿No soy mujer? LEONARDO: A esperar mudanzas yo, ¿qué no hiciera, Julia mía? JULIA: Pues haz lo que digo, y fía que ya el desdén se acabó. LEONARDO: ¿Qué dices? JULIA: Lo que has oído. La palabra te cogí. Ésta me coge tú a mí. LEONARDO: ¡Ah, crüel! ¿Qué te ha movido a fingir esta mudanza? JULIA: Si no te he dicho verdad, no halle mi amor piedad ni mi deseo esperanza. LEONARDO: Cuando fue razón, señora, nunca te pude ablandar; y sin ella, ¿he de pensar que te has ablandado agora? JULIA: ¡Ah, Leonardo! Poco entiendes de condición de mujer. ¿No es harta razón saber que ausentárteme pretendes? Cuando preso te tenia, dormía el alcaide Amor; mas fue su despertador el saber que el preso huía. No sé qué mudanza en mí hizo esta nueva en un punto, que con ella todo junto arderme y helarme vi. Como ceniza escondió mi fuego la confïanza, y fue un soplo tu mudanza que la brasa descubrió. No me castigues agora porque mi amor te he negado, que yo también he ignorado lo que mi pecho te adora. Tu misma ausencia me muestra que me es tu presencia grata. ¡Triste yo, que a quien me mata, vengo a tener por maestra! No malogres tu esperanza por castigar mi rigor; que si muere el vengador, es locura la venganza. ¿Callas? ¿Qué puedo esperar? En gran peligro estoy puesta, porque dudar la respuesta es especie de negar. Habla ya. ¿Qué te suspendes? LEONARDO: ¡Ay, mi Julia! JULIA: ¿Qué te aflige? Si no crees lo que dije, con las obras... LEONARDO: No me entiendes. JULIA: Habla, pues. LEONARDO: Amor crüel siempre da el placer penado A don Juan de Castro he dado la palabra de ir con él al Pirú, y la he de cumplir, aunque me cueste la vida, que ya la juzgo perdida, pues de ti me he de partir. JULIA: Soltará don Juan, si puedo, la palabra a ruego mío. LEONARDO: No intentes tal desvarío que pensará que es enredo y que he mudado intención.
Sale don JUAN
JUAN: Como ya os queréis partir, habréis venido a pedir a Julia su bendición. JULIA: Y vos que me le lleváis, por mi maldición vendréis. JUAN: Con Leonardo os quedaréis, Julia, si de ello gustáis. JULIA: Sí gusto. JUAN: Aquesa ley sigo. LEONARDO: Julia, advierte que me ofendo. Don Juan, mirad que no entiendo que me tenéis por amigo. JUAN: Muere mi comodidad donde la vuestra comienza. LEONARDO: No quiera Dios que en mí venza el amor a la amistad. JUAN: Si la amistad os incita a atropellar vuestro bien, a mí la misma también hace que no lo permita; y estando en esta igualdad, vuestro amor ha de vencer. LEONARDO: Lo que he dicho pienso hacer. Yo sé la necesidad que de mí, don Juan, tenéis. JUAN: Podré, Leonardo, buscar quien vaya en vuestro lugar. LEONARDO: Es tarde, no lo hallaréis. JULIA: Ya, Pues don Juan te la suelta, no alegues obligación, ni niegues que tu intención está a vengarse resuelta. Véngate. Véte, enemigo; que yo... LEONARDO: Oye, Julia, querida, si no dejo en ti la vida, trágueme el mar por castigo. Si no... JULIA: Juramentos deja; las obras, Leonardo, creo. LEONARDO: Satisfacerte deseo. JUAN: Julia con razón se queja. LEONARDO: Vos me apretáis sin razón a no acudir a lo justo... JUAN: Lo justo es de Julia el gusto. LEONARDO: Lo justo es mi obligación. JULIA: Don Juan la suelta. LEONARDO: Es así; mas en este lance estrecho, lo que él por cortés ha hecho, no me desobliga a mí. JULIA: ¡Falso!
Sale GUILLÉN
GUILLÉN: Señora, tu hermano. JULIA: Don Juan, para vos apelo. JUAN: No os pudiera dar el cielo jüez más de vuestra mano.
Salen CELIO y GERARDO
CELIO: ¡Señores! ¿En esta casa? JUAN: A despedirnos de vos hemos venido los dos. JULIA: Don Juan, que a las Indias pasa, viene a despedirse, y da muestra de su noble pecho. CELIO: Pues, ¿y Leonardo? JULIA: Sospecho que hasta Cádiz con él va. LEONARDO: Y desde Cádiz a Lima. JULIA: (¡Ah, falso!) Aparte CELIO: El viaje sea con la dicha que os desea el que como yo os estima. JUAN: Para serviros. De vos me alcance nueva dichosa, Julia, de que sois esposa de quien os merezca. JULIA: Adiós. LEONARDO: Adiós, Celio. CELIO: Adiós, Leonardo. LEONARDO: Julia, quiera Dios que os vea como mi pecho desea. JULIA: Dios os guarde. GERARDO: (En celos ardo.) Aparte JULIA: (¡Quitadme la vida, cielos!) Aparte
Hablan aparte GERARDO y JULIA
GERARDO: Óyeme, Julia traidora. JULIA: (Esto me faltaba agora.) Aparte ¡Suelta! GERARDO: ¡Escucha! JULIA: ¡Oh, rabia!
Vase JULIA
GERARDO: ¡Oh, celos!
Vanse CELIA, GERARDO y GUILLÉN
JUAN: Solos estamos. Ya puede declararse vuestro intento. LEONARDO: Quien ama porque me ausento, no amará cuando me quede. JUAN: ¿Estimáisla? LEONARDO: El alma mía vuelve a adorar su belleza. JUAN: Quedaos a gozarla. LEONARDO: ¿Empieza otra vez vuestra porfía? Yo he de partir, vive Dios, que quiero probar así su firmeza para mí y mi amistad para vos.

FIN DEL PRIMER ACTO

El semejante a sí mismo, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 24 Jun 2002