ACTO SEGUNDO


Salen don RODRIGO, doña ANA e INÉS. SANCHO, de camino
SANCHO: Mi señor y yo y Leonardo, que partimos de aquí el lunes, a Cádiz llegamos jueves cuando el sol sus rayos cubre. Hospedónos don Fernando, ramo de tu sangre ilustre, que en regalos y larguezas con sus esperanzas cumple. Sábado, cuando del alba las negras reliquias huyen, y en el oriente se bordan de rubí y oro las cumbres, da fuego la capitana a una pieza, cuya lumbre sale entre el humo y centellas como entre rayos y nubes. ¡Leva! Respondieron todos; todos a embarcarse acuden; y la arenosa ribera de gente al punto se cubre. Allí acudimos también, cada cual saltando sube en los caballos marinos que el mar con remos discurren. Llegamos al galeón; los ojos y oídos puse en faenas y zalomas que a los bisoños confunden. Hablando con mi señor hasta las diez me detuve, encargándome las cosas que de su edad se presumen; cuando otra pieza de leva me obliga a que desocupe, despedido de mi dueño, la nave, y la tierra busque; que la capitana, apenas con el trueno el rayo escupe, cuando al viento dan las velas la ligera pesadumbre. Sobre su popa el heroico general don Lope, lustre de Diez, Aux y Armendárez, la cruz y el pecho descubre; aquel a quien juzgan todos por sus hechos y costumbres digno que en cargos más graves nuestro santo rey le ocupe, pues tantas veces del mar sujetó las inquietudes, y ha hecho que flotas llenas de plata a España tribute. Parte pues la capitana, haciendo al sol que se turbe con el humo de las piezas, los mosquetes y arcabuces. Tras ella, la de tu hijo al costado restituye las anclas, y dando velas, rompe los vidrios azules. Arrimado al bordo de ella mi señor, mirando estuve apartarse poco a poco de los puertos andaluces. Las lágrimas me impedían; pero mi lealtad no sufre que le deje de mirar. Seguíle con lo que pude, hasta que con la distancia las especies se confunden, y cada nave parece breve reliquia de nube. Volvíme con esto a casa y mi partida dispuse, y el mismo día salí de Cádiz entre dos luces. Llegué a dormir a Sanlúcar, donde por mi daño supe que el lunes corrían toros por cierto gusto del duque. Quedéme a verlos allí. Llegan los toros el lunes; yo, haciendo del forastero, por toda la plaza anduve. Aojóme alguna diabla, pues cuando a esperar me puse al primer toro, arremete, y antes que el cuerpo le hurte, por esta nalga me coge, y tal golpe me sacude, que con el cuerno me hiere, con el topetón me aturde. Halléme detrás, volviendo del éxtasis en que estuve, con un agujero más contra natural costumbre, desatacado y sin blanca, que los que al remedio acuden, primero las faltriqueras que las heridas descubren. Tres semanas he gastado en que la herida me curen y así tan tarde, señor, las nuevas y cartas truje.
Toma las cartas don RODRIGO, y doña ANA llora
RODRIGO: Dios lo lleve en salvamento.
SANCHO habla aparte con doña ANA
SANCHO: Por más que llore tu amor, ha llorado mi señor por cada lágrima ciento. ANA: ¿Qué te dijo? SANCHO: Ya verás... Quien va tan enamorado... De ti me encargó el cuidado siete mil veces y más. Al subir, al apear, en el camino, en la venta, al comer, al hacer cuenta, en el río y en el mar, a la noche, a la mañana, al caer, al tropezón el amén de la oración era, "¡Mira por doña Ana! Por eso te hago quedar, Sancho, en España", me dijo. Y a la verdad no me aflijo; que no estoy bien con el mar.
Llora doña ANA, y SANCHO se dirige a INÉS
Mientras lee don Rodrigo y mientras llora doña Ana, hablemos los dos, tirana. Di, ¿en qué estado estoy contigo? ¿Has dado a alguno la fe, que en diche se me adelante, pues en dos años de amante sólo pellizcos llevé? Habla. No estés descortés, ya que esquiva. INÉS: ¿No decías que a las Indias te partías? SANCHO: ¿Pues que más Indias que Inés? Por mostrarte el disparate que era a las Indias partir, a un poeta he de pedir que tu belleza retrate. Será el cabello el metal rubio, y el blanco la frente, una perla cada diente, y cada labio un coral. Pues, según esto, si ves a pie quedo en tu belleza cifrada tanta belleza, di, ¿que más Indias que Inés?
Salen don JUAN, mudado de vestido, y don DIEGO, de camino
JUAN: Dame, señor, esos pies. RODRIGO: ¿Es don Juan? ANA: ¿Es mi don Juan, o don Diego de Luján, que su semejanza es? JUAN: Don Juan soy. SANCHO: ¡Cielo sagrado! ¿Don Juan? ¿Como puede ser? Yo mismo lo vi perder de vista en el mar salado. JUAN: Y arribar, ¿es maravilla? RODRIGO: Si eso hubiera sucedido, la nueva hubiera venido antes que vos a Sevilla. JUAN: Tan destrozado y tan roto el galeón, arribamos a Lisboa, que escapamos por ser Dios nuestro piloto; y como imposible vi volverme a embarcar, tomé postas al punto, y llegué antes que la nueva aquí. RODRIGO: Abrázame. ¡Gloria a Dios, que del riesgo te ha librado! ANA: Con bien vengáis, primo amado. JUAN: ¡Prima mía! ANA: ¿Que sois vos?
SANCHO habla aparte a INÉS
SANCHO: En la cara y habla él es; mas helo desconocido en cuanto tiene vestido, y en la barba y todo, Inés; que don Juan no es tan barbado. Si es don Diego de Luján y se nos finge don Juan, presto le verás pescado.
A don JUAN
Da los brazos, bien venido, a Fileno. JUAN: ¡Mi Fileno!... SANCHO: ¿Yo soy Fileno? ¡Oh, qué bueno! ¡Vive Dios, que lo he cogido! Soy Armindo. JUAN: Quise yo hacerme erradizo, Armindo, para picarte. SANCHO: ¡Oh, qué lindo! ¿Armindo? Otra vez cayó. ¡Voto a mí, que no es don Juan! DIEGO: Descubrióse la invención. JUAN: Perdonad este picón a don Diego de Luján. RODRIGO: ¿Qué decís? JUAN: Tuve deseo de ver si tan parecido como lo han encarecido soy a don Juan, y ya veo, pues a su padre he engañado, que del todo le parezco. RODRIGO: Pues muy poco os agradezco el picón, que fue pesado. Mas aun dudo todavía si sois don Diego o don Juan. JUAN: Estas cartas lo dirán,
Dale unas cartas
que mi señor os envía. RODRIGO: Y en verdad, si no me olvido, que el retratillo que acá recebí de vos, está con ese mismo vestido. JUAN: Es verdad.
Lee don RODRIGO
ANA: (¡Triste de mi!) Aparte SANCHO: ¡Qué bravo conocimiento! En viéndole, en un momento dos mil diferencias vi.
Habla SANCHO aparte a INÉS
¿No lo echas de ver, Inés? ¿No ves que éste es agobiado y es un poco más delgado y tiene mayores pies? Ya del engaño me río. En mil cosas no conviene. Míralo bien; que éste tiene una cara de un judío. Pues el crïado ¿no es feo, Inés? Narciso me llamo. Por Dios, si es judío el amo, que el crïado es fariseo. INÉS: Sancho, no lo miras bien; que el crïado es muy pulido. SANCHO: ¡Ta, ta! ¿Bien te ha parecido? Dios perdone a Sancho, amén. RODRIGO: Vos, don Diego de Lujan, vengáis muy enhorabuena, que aliviáis toda la pena de la ausencia de don Juan. Que según le parecéis, en vos a él mismo lo veo; y así en Sevilla deseo que mucho tiempo os estéis. En el cuarto de mi hijo, sobrina, hospeda a don Diego; que le regales te ruego, como don Juan te lo dijo. Y a descansar os entrad. ¡Válgame Dios! En mi vida vi cosa tan parecida.
Vanse don RODRIGO e INÉS
JUAN: Prima, los brazos me dad. ANA: ¿Otra vez?
Abrázale
JUAN: Pues a don Diego, ¿habéiselos dado vos? SANCHO: (¡Bravo resistir, por Dios! Aparte ¿Otra vez? Y dalos luego.)
Habla SANCHO a doña ANA
Ya sabes que he de escribir a mi señor cuanto hicieres. ANA: Es su retrato; ¿qué quieres? No le pude resistir.
Habla don JUAN a don DIEGO
JUAN: ¡Ved qué presto me abrazó, don Diego! ¡Que fácil, cielos! DIEGO: Pues ¿qué queréis? ¿Tener celos de vos mismo? JUAN: ¿Por que no? Si me abraza por don Diego, ¿no me ofende por don Juan? DIEGO: Si es don Diego de Luján su primo, decidme, os ruego, ¿por qué concebís temores de que a su primo abrazó? JUAN: También soy su primo yo, y trata conmigo amores. ANA: ¿Don Diego? JUAN: Prima querida ANA: ¿Sobre qué riñe con vos el mozo? (¡Válgame Dios, Aparte qué cosa tan parecida!) JUAN: El que veis, doña Ana, es mi igual en sangre y cordura; sólo le excedo en ventura. SANCHO: ¡Oh, si oyera aquesto Inés! JUAN: Por esto siempre le he dado la puerta franca en mi pecho; que sus méritos lo han hecho compañero, de crïado. De vos le llegué a decir que vencéis a vuestra fama, y el por una ausente dama celos me empezó a pedir. Yo, por vuestra perfección, repliqué que dejaría mi casa por mejoría. Juzgad quién tiene razón ANA: Ninguno, a mi ver, la alcanza. Vos no, porque no hay belleza que disculpe la flaqueza de una ligera mudanza; ni el, porque de eso os refrena; que a un crïado le es más justo mirar de su dueño el gusto que la obligación ajena. JUAN: De vuestra sentencia apelo; que no debe condenarse la mudanza, si el mudarse es desde la tierra al cielo. En el cielo, con firmeza el alma tiene su asiento, y el amor anda violento hasta la mayor belleza; y como no es igualada la vuestra, al punto que os vi le dije a mi amor, "Aquí es vuestra eterna morada; aquí vivo, agua fenece cualquier pasada memoria." SANCHO: Y aquí comienza la historia. Quien no parece, perece.
Habla SANCHO aparte a doña ANA
No le escuches más, doña Ana. ANA: ¡Vete de aquí! ¡Qué cansado!
Habla don JUAN a don DIEGO
JUAN: Que la estorbe le ha pesado. ¡Vive el cielo, que es liviana! DIEGO: Vos, celoso impertinente. ANA: (No me harto de miralle. Aparte La cara, la voz, el talle, todo es mi querido ausente. No le quisiera dejar, que hasta en esto le parece. Mas Sancho en sospechas crece, y es forzoso...) A descansar os entrad. JUAN: Prima querida, imposible es ya sin vos. ANA: ¿Lisonjas? (¡Válgame Dios! Aparte ¡Qué cosa tan parecida!)
Vase doña ANA
JUAN: Adiós. SANCHO: (Sal quiere este huevo; Aparte Y a fe que la ha menester para no dañarse.) JUAN: A ser vuestro enemigo, mancebo, no pudierais procurar mi pena con más cuidado. Decid, ¿en qué os he agraviado? (Su lealtad he de probar.) Aparte SANCHO: Todos con razón desean serviros. JUAN: Seamos amigos, y de la amistad testigos aquestos doblones sean. Y decidme, ¿qué razón os mueve a guardar así mi bella prima de mí? SANCHO: (¿A quién no dobla un doblón? Aparte ¿Qué fuerza hay contra el dinero? ¿Qué escudo contra un escudo? Hará el oro hablar a un mudo, hará callar a un barbero.)
Don JUAN dale una moneda a SANCHO
JUAN: (Ya está vencida esta guarda, Aparte pues las dádivas recibe; el honor de ausente vive lo que el embestille tarda.) SANCHO: Si la verdad os confieso, tiene don Juan mi señor a doña Ana tanto amor, que va por ella sin seso; y así en esta ausencia quiso darme esta carga pesada de que sea sin su espada ángel de este paraíso. JUAN: (¡Ved qué presto ha confesado, Aparte de la dádiva contento! Lo que en otros el tormento, el contento en él ha obrado. Ya las finezas no dan estimación ni ventura. Andar al uso es cordura; viva quien vence es refrán.) Yo estoy presente. Ayudad mi pretensión amorosa, y la esperanza dudosa trocad por cierta amistad. A ella también la enojáis y no será inconveniente perder un amigo ausente, si dos presentes ganáis. Don Juan no sabrá su ofensa; si la sabe y le perdéis, recibiéndoos yo, tendréis de este daño recompensa. ANCHO: Pardiez, que con tal sermón convirtáis al gran Sofí. Digo, señor, que por mí se logre vuestra intención; que yo no os pienso impedir, sino admitir la amistad que me ofrecéis y mirad si en más os puedo servir. JUAN: ¡Ah, perro infame! SANCHO: ¡Señor!... JUAN: Don Juan soy: ¿de qué te admiras? SANCHO: ¿Qué dices? JUAN: Vil, ¿así miras por tu lealtad y mi honor? Mataréte. DIEGO: El sufrimiento importa. SANCHO: Escucha y verás, aunque tan airado estás, que ha sido bueno mi intento; que al punto te conocí y viendo que te ocultabas, por ver si te declarabas, te quise probar así. DIEGO: Bastante disculpa ha dado. SANCHO: ¿Yo por don Diego, ni el rey, había de quebrar la ley que debo a leal crïado? ¡Mal año para don Diego! JUAN: Si los doblones tomaste, ¿a ayudar no te obligaste a don Diego? SANCHO: No lo niego; mas iba con intención de tomarlos y engañarle, que en traición es bien pagarle a quien compra con traición. JUAN: ¡Ah, vil, traidor, embustero! SANCHO: ¿Otra tenemos JUAN: ¡Mirad a quién ofreció amistad un honrado caballero! Don Diego soy de Luján. SANCHO: ¡Arre acá! ¡Por vida mía! ¿Mas que dura todo el día soy don Diego y soy don Juan? JUAN: Don Diego soy; que por ver si eras falso, me he fingido don Juan. SANCHO: ¿Luego no he entendido que don Juan no puede ser? Yo rnismo le vi embarcar, y como negarte vi ser don Diego, quise así obligarte a declarar. JUAN: ¡Buena excusa! DIEGO: ¡Lindo enredo! JUAN: Al menos no hay quien no vea que o Luján o Castro sea, fïarme de ti no puedo. SANCHO: O seas Castro o Luján, te sirvo, pues por ti niego a don Juan si eres don Diego, a don Diego si don Juan. Pero si en sirviendo al uno en otro has de convertirte, por ninguno he de servirte por no ofender a ninguno.
Vase SANCHO
DIEGO: Con la vuestra habéis salido, que al fin queda ya asentado que sois yo. JUAN: Quien no ha intentado, don Diego, no ha conseguido¡ Mas--¡ay, primo!--consolad mi desventura, que muero. ¡Ved al combate primero lo que tiembla la lealtad! ¡Ved qué presto se rindió aquesta guarda! Y doña Ana, ¡qué fácil y que liviana mis requiebros escuchó! DIEGO: El que prueba a la mujer, indicios de necio da. JUAN: A la que es su mujer ya, mas no a la que lo ha de ser. DIEGO: Don Juan, ¿no fuera mejor descubrirte a nuestra prima, y pues que tu amor estima, gozar en paz de su amor? Duda de la más leal, si das en probarla así; mira no diga por ti que escarbaste por tu mal. ¿Para qué es bueno probarla si te ha de pesar al fin, pues aunque salga rüin no has de poder olvidarla? JUAN: Si pretendiéndola yo, indicios de fácil da, de guardarla servirá, cuando de olvidarla no; que mejor es conocella, aunque me pese, y guardarla, que descuidado gozarla y perder mi honor por ella.
Sale INÉS
INÉS: Si deseáis descansar, todo ya está prevenido. (No vi mozo más pulido.) Aparte DIEGO: (Ella me ha dado en mirar.) Aparte INÉS: Y el agua para los pies con romero y rosa en ella. JUAN: ¿Tanto regalo, doncella? INÉS: No me llamo sino Inés. JUAN: Pues, hija Inés, de los dos, te encargo más mi crïado que a mí. INÉS: Yo tendré cuidado (Que me lo da más que vos.) Aparte Las camas a ambos están convidando. JUAN: Como hermosa, sois prevenida. INÉS: (¡Que cosa Aparte tan parecida a don Juan!)
Vanse todos. Salen GERARDO y JULIA
GERARDO: Óyeme, Julia. JULIA: Gerardo, que no me canses te pido. GERARDO: ¡Qué bravamente has sentido esta ausencia de Leonardo! JULIA: Si la siento o no la siento, tu curiosidad condena; que si no siento tu pena, ¿qué te va en mi sentimiento? GERARDO: Vame, señora, que oías, cuando él estaba presente, más humana y más paciente las tristes querellas mías; mas después que él se ausentó, tanto me has aborrecido, que más parece que he sido el que me he ausentado yo. JULIA: Si eso, Gerardo, conoces, no te canses, por tu vida. GERARDO: Yo os gozaré, fementida, aunque os pese. JULIA: Daré voces. GERARDO: Amor me quita el temor. El resistir es en vano. JULIA: ¿Qué es esto? ¡Favor, hermano, que está en peligro mí honor!
Sale CELIO, con la espada desnuda
CELIO: ¿Qué es esto, traidor Gerardo? GERARDO: ¡Suelta, falsa! Celio, atiende; que es tu hermana quien te ofende, y que yo el honor te guardo.
Desenvaina
JULIA: ¡Hermano! GERARDO: Déjame hablar; no intentes algún enredo. JULIA: Ya del tuyo tengo miedo. Por fuerza intentó manchar mi honor aqueste enemigo. GERARDO: Jesús ¡Ved si temí en vano su engaño! Escuchadme. JULIA: Hermano, la verdad es la que digo. Con capa de tu amistad entra en tu casa a agraviarte.
Vase JULIA
CELIO: ¡Traidor! GERARDO: Antes de arrojarte, oye y sabrás la verdad. Julia... Mas no has de creer lo que te quiero contar, y así es lo mejor callar, si el hablar no ha de valer. CELIO: Habla. GERARDO: (¿Qué engaño diré? Aparte créaslo o no lo creas, pues que saberlo deseas, la verdad del caso fue que yo he tratado de amor con Julia lícitamente, con el respeto decente a tu amistad y a su honor. Pues, como velo, he hallado que un don Diego de Luján, de aquél tu amigo don Juan de Castro, primo y traslado, la visita y la enamora, y aun ella le hace favor. Yo, celoso, de su amor vine a despedirme agora. Ella que o siente mi ausencia, o que sentirla fingía, por los brazos me tenía reportando mi impaciencia; y como me resolví a dejarla y ausentarme, dio en que había de levantarme --para detenerme así-- que le soy, Celio, deudor de su honor, y así la hallastes diciendo cuando llegastes que peligraba su honor, y a mí procurando de ella desasirme y, ausentarme. Ésta es verdad. No hay culparme. Julia es honrada doncella; amarla no fue traición; celarla serviros fue. Mirad si queréis que os dé más clara satisfación. CELIO: Porque la sabré tomar si no has sido verdadero, me reporto agora, y quiero la verdad averiguar. Envaina y vete. GERARDO: (Amor ciego, Apartee ¿por qué me tratas así? ¿Que una vez que me atreví, llegase su hermano luego? Mas no está mal enmendado si prosigo la invención.)
Vase GERARDO
CELIO: ¡Oh; pesada obligación de honor de mujer fïado!
Vase CELIO. Salen don JUAN y SANCHO
JUAN: Si Inés no te quiere a ti y a Mendo sí, yo no entiendo lo que puedo hacer. SANCHO: Yo si. JUAN: Dilo. SANCHO: Despedir a Mendo, o despedirte de mí. JUAN: Mendo es mi antiguo crïado, y le estoy muy obligado. SANCHO: También yo a don Juan lo estoy, y por servirte, ves hoy que esa ley he quebrantado. JUAN: Mi crïado, ¿en qué pecó, si Inés en quererle dio? SANCHO: ¡Muy buena excusa me dan! Dime: ¿en qué pecó don Juan para que le ofenda yo? Sana el mal que me lastima, o estorbaré tu cuidado. Mira si tu pecho estima conservar ese crïado mas que el amor de tu prima.
Vase SANCHO
JUAN: ¡Qué confusiones, que daños acarrean los engaños!
Sale don DIEGO
DIEGO: ¿Qué hacéis, primo? JUAN: Estoy, don Diego, viendo batir mi sosiego de mil tormentos extraños. Sancho acaba de intimarme que os despida, o me despida de que él haya de ayudarme en mi amor. DIEGO: ¡Bien, por mi vida! Ambos han dado en matarme. Sancho con celos, y Inés con amores. JUAN: Pensión es que paga vuestro buen talle. DIEGO: Menester es acallalle. JUAN: De eso hablaremos después, porque la casa es aquésta de Julia, y darle quisiera una carta que me cuesta dos mil ducados. DIEGO: Espera; que grave, hermosa y compuesta sale de casa una aurora. JUAN: El sol amanece agora al mundo.
Sale JULIA, con manto y GUILLÉN
JULIA: ¡Señor don Juan! JUAN: Don Diego soy de Luján, su primo; y si sois, señora, Julia, qué deciros tengo. JULIA: Julia soy. Decid, si es breve, porque temerosa vengo de una lengua, que se atreve contra el honor que mantengo. JUAN: De Leonardo recebí esta carta para vos,
Dale la carta
y en la que me escribe a mí me dice... JULIA: Don Diego, adiós, que no es eso para aquí. Vedme despacio. JUAN: Sí haré, si hay orden. JULIA: Yo la daré.
Vase JULIA con GUILLÉN, y vala siguiendo don DIEGO
JUAN: ¡Hola, Mendo! ¡Mendo! ¡Ah, Mendo! Absorto la va siguiendo. ¡Vuelve, Mendo!
Vase don JUAN
DIEGO: Volveré Dentro al infierno, de la gloria.
Salen don JUAN y don DIEGO
DIEGO: ¡Válgame Dios! ¿Que vi? Muerta estaba la memoria, y ha resucitado en mí toda la pasada historia. JUAN: ¿Qué tenemos? DIEGO: No os asombre; que cuando así siente un hombre, no es con fundamento vano. Julia, ¿no tiene un hermano, Celio? JUAN: Ese mismo es su nombre. DIEGO: Oíd lo que ordena Amor, lo que puede el tiempo oíd, las mudanzas de Fortuna y mis desdichas, al fin. Ya sabéis, primo don Juan, que tan niño a Flandes fui, que ni en dos años después espada pude ceñir. En tanto que no podía militar en su país, al gran archiduque Alberto entré de paje a servir. A mi señora la infanta servía Julia gentil, muerte airada para todos, vida sólo para mí; que con favores y prendas dio en hacerme tan feliz, que invidiado justamente de toda Flandes me vi. O lo hizo la ocasión, o mi buen talle, o vivir juntos, o ser niños ambos, o que dichoso nací, o que mi crüel fortuna lo quiso ordenar así, porque después la caída tuviese más que sentir; pues cuando más descuidado gozaba un hermoso abril en su rostro de azucena, rosa, clavel y jazmín, más de amores de seis años, llegó la nueva infeliz de que su hermano mayor murió sin hijos aquí. Celio heredó el mayorazgo, que en premio de hazañas mil, pretendiendo una jineta estaba entonces allí. A gozar en paz su renta se determinó a venir, trayendo consigo a Julia, y el alma que yo le di. Para seguirla tracé --que Amor es niño sutil-- mil embustes, mil enredos; mas con ninguno salí; que el Archiduque, mi dueño, no mal servido de mí, como conoció la causa, supo el efeto impedir. Despedímonos los dos. No digo lo que sentí; entiéndalo el que ha probado lo que es amar y partir. Dímonos firmes palabras... ¿Dímonos, dije? Mentí. Yo las di firmes, que Julia las dio de mujer al fin. Partió; y cuando yo tenía vencida mi suerte vil, pues para poder librarme de mi dueño tuve ardid; cuando ya para seguirla, sobre un verde borceguí calcé doradas espuelas, alas de un bayo rocín, llega la fama parlera con una nueva infeliz, de que la parca crüel dio a los dos hermanos fin. Dicen que un soberbio río, por parecer cielo así, pasando Dïana y Febo, nunca los dejó salir. ¡Pensad vos cuál quedaría, quedándome vida a mí, imaginando sin ella mi adorado serafín! Mudé parecer con esto; fuime a la guerra a servir, donde en seis años de tiempo pasé de tormentos mil. Alcancé licencia, y vine a pretender a Madrid, a serviros a Sevilla, y a ver a mi dueño aquí. Juzgad agora si es mucho que me enloquezca el sentir, hallando a mi Julia viva, y siendo el mismo que fui. JUAN: El caso es tan singular que no admiro vuestro exceso; que no hayáis perdido el seso me puede más espantar. Diéraos un gran parabién, a ser bien hallarla agora, cuando ya a Leonardo adora después de un largo desdén. DIEGO: Callad, por Dios. ¡Qué rigor! JUAN: ¿Qué queréis? Verdades digo, y aquel es mejor amigo, que desengaña mejor. Y Leonardo, que hasta Lima por darme gusto partió, que la guarde me encargó; que más que el alma la estima. DIEGO: ¿Y qué que os la haya encargado? ¿Guardarla de mí queréis? JUAN: Vos, primo, en eso veréis a lo que estoy obligado. DONDIEGO: Excusa tenéis conmigo. JUAN: Y con Leonardo os la doy. DIEGO: Yo primo y amigo soy, y Leonardo sólo amigo. JUAN: Por eso mismo sospecho que debo más al ausente, pues no siendo mi pariente, tal fineza por mí ha hecho. DIEGO: Pues yo en ser pariente fundo de mi fineza la alteza; que en un pariente fineza es cosa nueva en el mundo; pero de amigos la fama mil ejemplos nos ha dado. JUAN: ¿Cuenta que alguno ha dejado por un amigo su dama, como Leonardo por mí? DIEGO: Yo mi ser mismo he dejado, pues por ser vuestro crïado dejo de ser el que fui. Si el ausentarse estimáis, yo también por vos lo hiciera, si en ello, primo os sirviera. JUAN: Eso mismo me negáis, que es lo que os pido; y sospecho que veis que me es conveniente. DIEGO: No me pedís que me ausente, que es lo que Leonardo ha hecho, sino que mi dama dé por vos a un ajeno gusto; y esto, ni pedirlo es justo, ni él lo hará, ni yo lo haré JUAN: No os pido yo qué la deis, mas que me dejéis guardarla. DIEGO: Lo mismo será que darla, dejar que me la quitéis. JUAN: Mi palabra he de cumplir. DIEGO: Y yo también cumpliré la que os he dado, que fue de ayudaros a fingir lo que fingís; y la vida pondré porque consigáis el fruto que deseáis, don Juan, de vuestra querida. Mas si queréis que permita que guardéis a Julia vos, quitaré el alma, por Dios, a quien el alma me quita.
Vase don DIEGO
JUAN: ¡A qué de engaños se obligan los que emprenden un engaño! ¡Y qué de daños, de un daño es forzoso que se sigan! La fe y palabra que di he de guardar a Leonardo; y don Diego, si la guardo, cobra enojo contra mí. Ambos me piden razón, y estoy de ambos obligado; bastárame mi cuidado sin verme en tal confusión.
Sale INÉS
INÉS: Señor, ¿qué le hiciste a Mendo que va tan descolorido? JUAN: Por tu causa le he reñido. INÉS: ¿Por mi causa? No te entiendo. JUAN: Roguéle que te quisiera, porque tu gusto procuro; mostróse a mis ruegos duro, y enojéme de manera que lo despedí de casa. INÉS: Vuelva a tu gracia, señor. JUAN: No trates de eso. INÉS: Su amor en vivo fuego me abrasa. Si dura su despedida, de mi amistad te despide. JUAN: Inés, otra cosa pide. INÉS: Cuando me niegas la vida, ¿qué otra cosa he de pedirte? Esto quiero merecer. JUAN: Ahora bien, yo lo he de hacer, amiga Inés, por servirte. INÉS: Pues más has de hacer por mí. JUAN: Dilo. INÉS: Casarlo conmigo. JUAN: A alcanzarlo no me obligo; a solicitarlo sí. INÉS: No agradezco la intención, si no acabas lo que pido. JUAN: Si ves que lo he despedido por esa misma ocasión, no fuerza ni el mismo cielo una libre voluntad. INÉS: Por esa dificultad a tu autoridad apelo; que él te estima de manera, que sólo tu gusto adora; y pues yo con mí señora hago oficio de tercera, mis intentos encamina, porque en no haciéndolo, digo a mi señor don Rodrigo que requiebras su sobrina.
Vase INÉS
JUAN: Mucho tiembla este edificio; todos contra él se conjuran, todos quitarme procuran la paciencia y el jüicio.
Sale doña ANA
ANA: (¡Cuán en vano resistí Aparte ciega deidad, a tu fuego! ¡Válgate Dios por don Diego, qué fuerza tienes en mí! ¿Qué estrella o astro tan fuerte en mi sangre predomina, que sin remedio me inclina, desde que te vi, a quererte? Perdóname esta mudanza, don Juan; que si me ha rendido don Diego, la flecha ha sido que me hirió, tu semejanza.) Primo... JUAN: Doña Ana querida... ANA: ¿En qué, triste imagináis? JUAN: En la pena que me dais, mal pagada y bien sufrida; en mi esperanza perdida de vencer vuestra dureza; en la sin igual belleza que, su costumbre excediendo, porque yo viva muriendo, puso en vos Naturaleza. Pienso de don Juan la gloria y desdicha de don Diego, pues a mi presente ruego vence su ausente memoria; el discurso de la historia por donde a tormento igual la disposición fatal ha encaminado mi suerte, y al fin, que sólo la muerte es remedio de mi mal. ANA: ¿Tanta desesperación? JUAN: ¿Obliga a menos acaso ver, cuando vivo me abraso, vuestra helada condición? ANA: Los desdenes, primo, son el bien del que al fin alcanza; más hermosa es la bonanza después de la triste historia, y tanto más la vitoria cuanto menos la esperanza. JUAN: Si la esperanza me diera sólo un cabello a que asirme, ni en venturoso ni en firme a nadie ventaja diera. ANA: Nunca alcanza quien no espera. JUAN: Mal espera un desdeñado, que mira desconfïado sus méritos desiguales. ANA: A quien escuchan sus males, no muera desesperado.
Hace ademán de marcharse
JUAN: Volved, declaraos, mi gloria. No os impida la vergüenza; si mi bonanza comienza después de tan triste historia, no me neguéis la vitoria. Si mi amor os ha vencido, que no os recatéis os pido; que indicios daréis, doña Ana, de noble, y no de liviana, con favor tan merecido. ANA: No sé qué os diga, don Diego. JUAN: Yo si sé qué me digáis. Decid, mi bien, que pagáis con fuego mi dulce fuego. ANA: Lo que con la boca niego, confieso con las acciones, que de amorosas pasiones son verdaderos despojos; que palabras de los ojos las forman los corazones. Desde el punto que me vi, don Diego, en vuestra presencia, no sé qué correspondencia dentro del alma sentí. No sé cómo me perdí; que con tal resolución me acometió la pasión, que lo que os he resistido, un raro milagro ha sido de mi honesta obligación. JUAN: ¿Podré decir que eres mía? ANA: Que lo soy, mil veces digo. JUAN: ¿Y don Juan? ANA: Tendrá castigo quien de su bien se desvía. Mucho en sus méritos fía quien hace tan larga ausencia; demás de que la experiencia enseña en esta mudanza, que por ser tu semejanza halló en mí correspondencia. JUAN: Cierra el labio, fementida, fácil, mudable, traidora, embustera, engañadora, falsa, liviana, fingida, mar de vientos combatida, de inconstante parecer, flor que comienza a nacer, humo leve y hoja inquieta, pluma en el aire, cometa, rayo, demonio, mujer. Don Juan soy, que no don Diego; que cuanto ves he trazado por verme desengañado por saber que estaba ciego. ¿Tan presto se apagó el fuego que tan sin piedad ardía? Las lágrimas que vertía tu pecho, ¿en tan poco precio tuviste? ¡Mal haya el necio que en llanto de mujer fía! ANA: Oye. JUAN: Ya no hay invención que te valga. ANA: ¿No me oirás? JUAN: Tus engaños probarás. ANA: Probaré tu sinrazón. Tú con aquesta ficción has procurado engañarme y en la firmeza tentarme; y yo, que esto he conocido, castigar así he querido el delito de probarme. JUAN: No; que fueron las que oí, finezas muy verdaderas. ANA: ¡Y como que eran de veras, don Juan, pues las dije a ti! JUAN: A don Diego hablaste en mí. Aquéste fue tu conceto. ANA: A ti las dije, en efeto, que Diego o que Juan te nombres; que las mudanzas de nombres no varían el sujeto. Ese cuerpo y alma ha sido el que quiero, y el que amé; pues a ti, ¿cómo podré contigo haber ofendido? JUAN: Habiéndome aquí querido, siendo Castro, por Luján. ANA: Pues si en los nombres están las causas de tanto fuego, pídale al nombre de Diego celos el nombre de Juan. Mas tú, pues tú mismo eres, que Diego o que Juan te nombres, ni te enloquezcas ni asombres con sutiles pareceres. Mas pues apretarme quieres, yo he de castigarte así; y digo que desde aquí por remate verdadero, si eres don Juan, no te quiero, y si eres don Diego, sí. Y porque con brevedad salga de este desvarío, voy a decirle a mi tío que pruebe esta falsedad. JUAN: Oye, y sabrás la verdad. ANA: No hay que oír. JUAN: ¡Aguarda, prima! ANA: Si eres don Diego, te estima mi amor; no tengas recelo; mas si don Juan, ¡vive el cielo que te has de partir a Lima!

FIN DEL ACTO SEGUNDO

El semejante a sí mismo, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002