EL DUEÑO DE LAS ESTRELLAS

Juan Ruiz de Alarcón

Texto basado en la edición príncipe en PARTE SEGUNDA DE LAS COMEDIAS DE DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN (Barcelona, 1634). Fue preparado por Vern Williamsen y luego pasado a su forma electrónica en 1998.


Personas que hablan en ella

ACTO PRIMERO


Salen al son de chirimías el REY, SEVERO y PALANTE, que sacan pendientes del cuello una medallas doradas. Arrodíllanse ante el altar
REY: Délfica gloria, refulgente Apolo, del cielo cuarto ilustrador eterno, a quien los hados concedieron solo de la luz la tiara y el gobierno; que desde Arturo al contrapuesto polo, y desde el alto impíreo al hondo infierno con tus piramidales rayos miras, mientras el carro de diamante giras; pues Júpiter ordena soberano que yo en la edad de joven floreciente el cetro mueva en la inexperta mano que dilata su imperio en el oriente; tu vaticinio, que jamás es vano, ciego me alumbre y tímido me aliente. El orden de reinar en paz me explique, y en mí y en mi corona pronostique. VOZ: Pide a Licurgo el árbol venturoso. Dentro
Cubren el altar y tocan chírimías
SEVERO: Aquí cesó el oráculo febeo. REY: Su respuesta me deja más dudoso. Su fin no entiendo, y sus palabras creo. SEVERO: Interpretarlo, pues, será forzoso, para cumplir, señor, vuestro deseo. REY: Diga Palante qué misterio esconde, según su voto, lo que el dios responde. PALANTE: Yo entiendo, gran señor, que Apolo ordena que de Licurgo el espartano imites la vida singular, de ciencias llena, porque el bien de tu reino facilites. REY: Tu explicación, Palante, es muy ajena de la verdad, si la razón admites; que el cargo de reinar no me reserva tiempos que dar al culto de Minerva. PALANTE: Yo quedo convencido, y ya deseo que vuestra alteza la sentencia obscura explique del oráculo febeo. REY: De este reino cretense la ventura el santo vaticinio, según creo, pronostica, y del todo la asegura, si las leyes traslado a este hemisferio, que dio Licurgo al espartano imperio. PALANTE: Gran rey de Creta, no a tu ingenio agudo hay ciego enigma, frase no secreta. REY: ¿Qué decís vos, Severo? SEVERO: Que no pudo a la respuesta del mayor planeta darse otra explicación. REY: Pues yo no dudo, si vuestro gran saber nos la interpreta, que la entendáis mejor. Decid, Severo. SEVERO: Obedeceros, no enmendaros, quiero. "Pide a Licurgo el árbol venturoso", dijo el dios, y mi lengua así lo explica: No hay árbol para un reino más dichoso que el de la oliva, porque paz publica; pues pedirlo a Licurgo el luminoso Apolo manda, claro significa que si de él gobernáis acompañado, aseguráis la paz de vuestro estado. Que si, como decís, Febo quisiera que mandase guardar vuestro estatuto las leyes que él dio a Esparta, no dijera que le pidáis el árbol, sino el fruto. El árbol dijo; y si esto se pondera, del mismo causador es atributo, y de Licurgo mismo la persona la oliva vendrá a ser de esta corona. REY: Yo quedo de las dudas satisfecho. Vos habéis sus misterios penetrado. SEVERO: Lo que mandastes, gran señor, he hecho. Mi explicación pedistes, yo la he dado; mas no por esto presumió mi pecho mejor que vos haberlo interpretado; que aunque en hacerlo os haya obedecido, a vuestro parecer estoy rendido. REY: Si os sujetáis a mí como discreto, porque soy vuestro rey, Severo amigo, a vuestro parecer yo me sujeto, que de vuestra prudencia soy testigo. Sin duda es ése el celestial decreto, y a su precisa ejecución me obligo; sólo ya resta agora saber dónde esa oliva de paz la tierra esconde. SEVERO: Tu venturoso reino es quien merece igual tesoro, si verdad pregona alguna vez la fama, y enriquece tan estimable piedra tu corona; pero mudado el nombre, le oscurece villano traje la real persona; que graves causas de piadoso celo tanto le ocultan a su patrio suelo. REY: Pues si con otro nombre en traje rudo su luz eclipsa en ásperas montañas, ¿quién le hallará? SEVERO: La humana industria pudo vencer dificultades más extrañas. REY: Ya con la vuestra conseguir no dudo más altas y difíciles hazañas. SEVERO: Mi ingenio, si gustáis, no dificulta desvanecer la nube que le oculta. REY: De los servicios grandes que habéis hecho, Severo noble, a mi real corona, éste será el mayor. SEVERO: En su provecho del clima helado a la abrasada zona no hay conquista imposible, que mi pecho no se atreva a emprender. Vuestra persona mil lustros viva; que al momento parto a obedecer al dios del cielo cuarto. REY: Partid, y para gastos del camino lo que queráis pedid al Tesorero. SEVERO: Júpiter os prospere.
Vase SEVERO
PALANTE: Yo imagino que ha trazado esta ausencia de Severo en favor de tus ansias tu destino; que sin su amparo fácilmente espero que de su hija goces. REY: ¡Ay, Palante! amado espero, y desespero amante.
Vanse los dos. Salen por una parte TEÓN, y CRIADOS con MENGA; y por otra CORIDÓN con una olla
CORIDÓN: ¡Menga! ¡Ah, Menga! (¡Qué embebida Aparte le está escuchando! Yo vea casado, prega a los cielos, a quien me casó con ella. Cuando os traigo la comida con tanto amor, que pudiera obligar a un duro mármol, ¿me estáis vos haciendo ofensa? ¡Ea, de esta vez la abraza! ¡Voto a tal, si no tuviera embarazadas las manos...!) TEÓN: No tiene el mundo riquezas, si es que tesoros cudicias, que a tu hermosura no ofrezca. CORIDÓN: (Él habla, y ella le escucha. Aparte Concertada esta la fiesta.) TEÓN: Dame los brazos, serrana. CORIDÓN: (Si llega a brazos con ella, Aparte mi mujer caerá debajo; que tiene muy pocas fuerzas.) MENGA: Ved que vendrá mi marido. CORIDÓN: (¡Ay, que la abraza!) Aparte TEÓN: No temas. CORIDÓN: (Mas que he de quebrar la olla, Aparte Menga, si tanto me aprietas. Tengo de ver en qué para. La mano le toma, y Menga lo sufre. Quiebro la olla.
La arroja
Por Dios, que no ha de comerla. Mas he de ver en qué para. ¡A su aposento la lleva! No puede parar en bien.
Vanse TEÓN y MENGA
¡Lacón, Lacón!
Sale LICURGO, de villano
LICURGO: ¿Que voceas? CORIDÓN: ¡Favor, que achaques de ciervo me amenazan la cabeza! LICURGO: ¿Pues cómo? CORIDÓN: Ese pasajero a mi mujer me requiebra. LICURGO: Si tú, que eres su marido, no lo estorbas, ¿cómo intentas que yo me encargue de hacerlo? CORIDÓN: Yo só, Lacón, una bestia, y no hacen caso de mí. LICURGO: Tú eres su marido, llega; que siéndolo, bastará a estorbarlo tu presencia. CORIDÓN: Pues venid vos a ayudarme. LICURGO: Yo iré contigo. No temas; que la razón te acompaña. CORIDÓN: ¡Ah, mujer!
Salen MENGA y TEÓN
CRIADO 1: Villano, espera.
Hablan aparte MENGA y TEÓN
MENGA: Éste es mi esposo. TEÓN: Yo haré que mi gente le entretenga. ¡Detened ese villano! CRIADO 1: Está haciendo la cuenta para pagar la posada. No estorbéis. CORIDÓN: ¿Y para hacerla estorbo? CRIADO 1: Sí. CORIDÓN: Pues errarse querran contra mí en la cuenta. Mire, señor, de cebada... TEÓN: ¡Villano, aparta! CORIDÓN: Esta hacienda está a mi cargo, y yo soy quien ha de dar cuenta de ella. TEÓN: ¡Echadle a palos! CORIDÓN: ¿Que me echen a palos? ¿Qué tierra es ésa? CRIADO 1: Esto es palos.
Aporréanlo
CORIDÓN: ¡Ay de mi! Palos es muy mala tierra. LICURGO: ¡Tened! No le maltratéis, tras hacerle tanta ofensa, que no es justo castigar en él vuestra culpa mesma. CRIADO 1: Este villano está loco. CRIADO 2: Morir sin duda desea. CRIADO 1: No conoce de Teón la cólera y la fiereza. CRIADO 2: Presto probará sus manos, si prosigue lo que intenta. LICURGO: ¿De qué tirano crüel, de qué barbaro se cuenta que a los ojos del marido emprenda cosas tan feas? TEÓN: ¿No veis qué puesto en razón es el villano? LICURGO: A las fieras oprime su fuerte yugo. TEÓN: Sin duda enojarme intentas. LICURGO: Yo lo que es justo pretendo.
Da un bofetón a LICURGO
TEÓN: Pues, villano, aunque lo sea, ni te opongas a mi gusto, ni a mi grandeza te atrevas. LICURGO: Coridón, dame ese tronco; que con él verá esta sierra la venganza de este agravio con sangre escrita en sus penas.
Quítale a CORIDÓN el bastón, y ríñen; y vanse retirando TEÓN y sus CRIADOS
MENGA: ¡Ay de mí! ¿Qué puedo hacer? CORIDÓN: ¡Buena la habéis hecho, Menga!
Vase MENGA
CRIADO 1: ¡Tente, villano! TEÓN: ¿Qué hacéis? ¡Matadle! CORIDÓN: ¡Aquí de la aldea! ¡Acudid todos, mancebos, que a mí, para las pendencias, desde que quebré la olla, se me han quebrado las fuerzas!
Salen TELAMÓN y algunos VILLANOS
CRIADO 1: Libra, señor, tu persona; que el número se acrecienta de villanos. TEÓN: Mientras subo a caballo, su violencia resistid.
Vase TEÓN
LICURGO: ¿Huyes, cobarde? VILLANO: ¡Mueran los crïados, mueran! LICURGO: No mueran. ¡Tened, amigos! Que no es justo que padezcan del delito de su dueño ellos sin culpa la pena; antes, pues por él sus vidas como leales arriesgan, merecen premio, y a mí me obligan a su defensa. Id en paz; y porque acaso los mancebos de esa aldea, que alborotados concurren, ni os impidan ni os ofendan, os acompañe Danteo.
Señalando a TELAMÓN
CRIADO 1: Estatuas merece eternas tal prudencia en ofendido, y en villano tal nobleza.
Vanse los CRIADOS
LICURGO: Danteo, escucha.
Habla aparte a TELAMÓN
Al descuido con disimulo y cautela, del nombre te has de informar del que me hizo esta ofensa; que yo no se lo pregunto, porque con eso les diera recelos de mi venganza, y de mi intento sospechas. TELAMÓN: No volveré sin saberlo.
Vase TELAMÓN
CORIDÓN: Por Dios, Lacón, gran paciencia habéis tenido en quitarnos de las manos esta presa. LICURGO: Si se escapó el ofensor, venganza fuera de bestia quebrar la furia en la capa. CORIDÓN: Antes fuera justa empresa, pues hacerme quiso toro, que yo en vengarme lo fuera.
Vanse todos. Salen SEVERO, con gabán, y TELEMO
SEVERO: En este desierto prado, ciudad de plantas y flores, hoy todos los labradores, según he sido informado, de las vecinas aldeas concurren a celebrar fiestas, que, del luminar más claro, llaman febeas. TELEMO: Ya bajan mil por el monte. SEVERO: (Hoy goza buena ocasión Aparte mi artificiosa invención, si es por dicha este horizonte el depositario mudo del sabio Licurgo.) Atiende, Telemo. TELEMO: ¿Qué mandas? SEVERO: Tiende en este desierto rudo todas mis mercaderías. TELEMO: El jüicio he de perder. ¿Que hayas dado en mercader tú, que este reino regías? SEVERO: Cuando consiga el efeto, aprobarás la mudanza; y en tanto que no se alcanza, obedece y ten secreto.
Hacen dentro ruido de baile de villanos
TELEMO: ¡Qué regocijados vienen los villanos! SEVERO: Dan al dia holocaustos de alegría. TELEMO: El seso en las plantas tienen. SEVERO: Débenle de celebrar también sus fiestas a Baco. TELEMO: Mientras yo la tienda saco, puedes tú verlos bailar.
Salen LICURGO, CORIDÓN, LIDORO, BATO, VILLANOS y MÚSICOS, cantando al son del villano, y bailando. Estén SEVERRO y TELEMO, que tiende en el teatro varias cosas, como espadas, guitarras, libros y vestidos, y lo demás que se nombra adelante. Cantan los MÚSICOS
MÚSICOS: "Sacrificios soberanos dan a Febo los serranos. Hoy las humildes aldeas celebran glorias febeas, dando al dios que luz envía, por un año sólo un día, y de millares de frutos voluntades por tributos. Por los bienes recebídos, devotos y agradecidos los serranos, hoy le dan sacrificios a Titán." LICURGO: ¿Tú no bailas? ¿Qué tristeza, Coridon, la tuya es? CORIDÓN: Para menear los pies pesa mucho la cabeza. LICURGO: ¿Al fin se despareció tu mujer? CORIDÓN: Si, desde el dia que el cortesano queria... --ya entendéis--se me escondió. Pero tras este pesar otro, Lacón, muy mayor me aflige. LICURGO: ¿Y es? CORIDON: Un temor. LICURGO: ¿De qué? CORIDÓN: De que la he de hallar. LIDORO: Hora es ya de comenzar las pitias fiestas y juegos. Fuertes, valerosos griegos, ¿hay quién me apueste a luchar? CORIDÓN: Luchemos los dos, Lidoro. LIDORO: ¿Yo con vos? ¡Guarda! CORIDÓN: ¿Teméís? LIDORO: Si, Coridón; que tenéis tanta fuerza como un toro. CORIDÓN: Y si es pulla, que no valga. ¡Mal haya quien me casó! BATO: A correr apuesto yo. Si alguno se atreve, salga. CORIDÓN: Quien se atreva hay en el prado. Corramos, Bato, los dos. BATO: No, con vos no, porque vos correréis como un venado. CORIDÓN: ¿Otra vara? Mas, ¿qué tienda es ésta de varias cosas? SEVERO: Baratas son y curiosas. CORIDÓN: ¡Quien tuviera mucha hacienda para comprarlas!
Sale TELAMÓN
LICURGO: Danteo, en buen hora hayas venido.
Hablan aparte LICURGO y TELAMÓN
TELAMÓN: A tu ofensor he seguido; mas fue vano mi deseo. Recatáronse de mí de suerte, que en tres jornadas, ni en caminos ni posadas nombrarle jamás oí. Volverme al fin me mandó; pero ya que su recato me ocultó el nombre, un retrato de una dama permitió su descuido a mi deseo guardarle, que puede ser que contigo venga a hacer lo que el hilo con Teseo. Por dicha sera instrumento para salir de esta duda. LICURGO: Con el tiempo y con su ayuda espero lograr mi intento. Pagaráme el bofetón aquella mano atrevida; que el cielo me dará vida, y mi cuidado ocasión. CORIDÓN: En mi vida me agradó cosa como este vestido Mas si Menga se me ha ido, ¿para qué le quiero yo? BATO: A un manso darle podrá esta esquila presunción. LIDORO: Compradla vos, Coridón. CORIDÓN: ¿Otra vara? ¡Bueno va!
Vanse BATO, LIDORO y CORIDÓN
MÚSICOS: "Sacrificios soberanos dan a Febo los serranos."
Vanse los VILLANOS y los MÚSICOS
LICURGO: Agora quiero llegarme, que está solo el mercader; que espada habré menester, pues que trato de vengarme. TELAMÓN: Compra también para mí. LICURGO: Viejo honrado, el claro Febo os guarde. SEVERO: Y a vos, mancebo. ¿A que os inclináis aquí? Algo comprad.
LICURGO toma una espada y tiéntala
LICURGO: Eso quiero. Paréceme que esta espada está bien aderezada, y mal templado el acero. SEVERO: Pues ved ésta, que al dios Marte adornar pudiera el lado.
Toma LICURGO otra y tiéntala
LICURGO: Pudiera, a no estar pasado. SEVERO: (No sois bisoño en el arte.) Aparte ¿No os contentará ninguna? LICURGO: Con todo, pienso comprar estas dos. ¿Que os he de dar? SEVERO: Costaros ha cada una seis monedas. LICURGO: Porque veo que os pusistes en razón,
Dale dineros, y las espadas a TELAMÓN
no os replico. Tú al meson las lleva al punto, Danteo.
Habla aparte a TELEMÓN
Escóndelas. Nadie vea la prevención hasta ver el efeto. TELAMÓN: (Así ha de hacer Aparte el que vengarse desea.
Vase TELAMÓN
SEVERO: Ved si queréis otra cosa.
LICURGO mira libros
LICURGO: Estos libros, ¿de quién son? SEVERO: Las leyes con que Solón a Atenas hizo dichosa, son éstas. LICURGO: A no haber sido el reino con él ingrato en favor de Pisistrato, ambicioso y presumido, fuera más dichosa Atenas. SEVERO: Él fue, sin ajeno agravio, el legislador más sabio. LICURGO: Ligeramente condenas los demás, y es imprudencia. SEVERO: (Parece que lo ha sentido.) Aparte Pues decid, ¿quién le ha podido hacer jamás competencia? Que Licurgo puede ser estrella en comparación del claro sol de Solón. LICURGO: (¡Qué arrojado mercader!) Aparte Más sabréis de mercancías que de leyes. SEVERO: Imprudente fuera en fundar solamente en mi opinión mis porfías. A muchos sabios he oído asentar esto por llano; y dicen mas, que tirano Licurgo a su patria ha sido en las leyes que le dio. Los efetos lo probaron, pues apenas las juraron, cuando de su patria huyó, porque no le compelieran a derogallas, y es cierto que no se hubiera encubierto si justas sus leyes fueran. LICURGO: Quien tal piensa se ha engañado. (A cólera me ha movido.) Aparte SEVERO: (¿El color habéis perdido? Aparte ¿La ira os ha demudado cuando injurias escucháis de Licurgo, y con pasión natural inclinación a letras y armas mostráis? Hallé a Licurgo, vencí, logré mi intención; que mal puede la sangre real no dar resplandor de sí.) Ya el encubrirme es en vano. ¿Conocéis esta medalla?
Muéstrale la del pecho
LICURGO: Conocerla y respetalla por su dueño soberano es fuerza, y a vos por ella. SEVERO: Puesto que debéis saber que es ley el obedecer a quien mereció traella, venid al punto conmigo. LICURGO: ¿Dónde me queréis llevar? SEVERO: El rey de Creta a llamar os envía, su orden sigo. LICURGO: (¡Dioses! ¿Si me ha conocido? Aparte El vicio es Ulises griego. La propria pasión el fuego descubrió, y haber caído no es mucho en descuido tal; que, ¿quién prevenir pudiera tal cautela? ¿Quién creyera que en el grosero sayal viniera encubierto asi el engaño cortesano? El resistir es en vano; mas negaré, pues de mí no tiene ciertos indicios.) ¿Qué puede querer, señor, el rey a un vil labrador? SEVERO: Secretos son los jüicios de los reyes. Vos callad y obedeced. LICURGO: Justa ley es la voluntad del rey. Ya le obedezco; guïad.
Hablan aparte TELEMO y SEVERO
TELEMO: ¿Esto sólo ha pretendido tu disfraz? SEVERO: Si, hasta que esté en la corte encubriré el haberle conocido.
Vanse todos. Salen DIANA y MARCELA
MARCELA: A la mitad ha llegado de su curso tenebroso la noche negra. Al reposo rinde, Dïana, el cuidado. DIANA: Hasta que venga mi hermano Polidoro, estando ausente mi padre, no es conveniente entregarme al sueño vano. MARCELA: El rey le llamó, y ya ves que las cosas de palacio, como son graves, de espacio mueven los pesados pies. DIANA: Eso mismo es, mi Marcela, despertador del cuidado; que a mi pecho enamorado cualquier novedad desvela. Como por el rey, amiga, me abrasa el amor tirano, haber llamado a mi hermano a mil discursos me obliga; y así, mientras temo y dudo entre esperanza y deseo, no verás que de Morfeo me entregue al silencio mudo.
Sale CRINEO
CRINEO: Palante, señora mía, te quiere hablar. DIANA: ¿Quien? CRINEO: Palante cierto recado importante dice que con él te envia tu hermano. ¿Abriréle? DIANA: Aguarda, que estando mi padre ausente y mis hermanos, decente no será. MARCELA: ¿Qué te acobarda? DIANA: Mi justo recato. MARCELA: Es vano; que salvoconducto tiene el mensajero que viene con licencia de tu hermano. DIANA: Bien dices. Abrirle puedes.
Vase CRINEO
MARCELA: A la mujer que es honrada, no la tienen tan guardada inexpugnables paredes como su proprio valor. Viviendo tú como debes, nunca de escrúpulos leves temas ofensa en tu honor.
Salen el REY y PALANTE, de noche. Hablan aparte los dos
REY: Sola con su prima está. PALANTE: Bien tu dicha lo ha dispuesto. REY: Bella Dïana... DIANA: ¿Que es esto? ¿Es el rey? REY: Sí, rey es ya quien de tan altos despojos dueño se puede llamar, y se llega a coronar de los rayos de tus ojos. DIANA: ¿Quién, Palante, esperaría de vos tal engaño? PALANTE: Es ley la obediencia de mi rey. REY: Si hay culpa aquí, toda es mía. DIANA: Bien, recelando mi daño, resistió mi corazón; tú, prima, fuiste ocasión. MARCELA: ¿Quién previniera este engaño? REY: ¿Qué es esto? ¿En qué demasías se fundan estas querellas? Mira, Diana, que de ellas van ya naciendo las mías. Cuando yo, tan satisfecho, tan firme y tan confïado del amor que me has mostrado con favores que me has hecho, me desvelo en fabricar engaños y fingimientos, con que a nuestros pensamientos no impida el tiempo y lugar tu hermano, a quien descuidado en mi antecámara tengo, mientras yo, mi gloria, vengo tan secreto y recatado a gozar de la ocasión que yo estimo y tú deseas, si no es que mudable seas, o fingida tu afición; ¿te afliges, riñes y alteras, y con desdén tan extraño te ofendes del mismo engaño que pensé que agradecieras? DIANA: Supremo Rey, no te espante en mi recato este efeto; que bien cabe en un sujeto ser honrada y ser amante. Lo que no puede caber, según natural razón, en un mismo corazón, es el amar y ofender. Tú, pues con exceso igual procuras mi deshonor, o no me tienes amor, y siendo así, me está mal arriesgar por ti mi fama; o si tu pecho es fïel, dos contrarios miro en él que a un tiempo me ofende y ama. Y si es así, no te espante, si ofender y amar en ti caben, que quepan en mí ser honrada y ser amante. REY: En venirte a ver, no creo que te ofendo; antes pensaba, señora, que te obligaba; que si el amor es deseo de gozarse, y mis despojos dices que adora tu amor, ¿no es tu lisonja mayor el presentarme a tus ojos? DIANA: No es lisonja, si con daño de mi honor y fama ha sido; y prueba el haber venido a verme con tal engaño que mi ofensa conocías; que es muy claro que no usaras de cautela si pensaras que en ello gusto me hacías. REY: No concluye esa razón. La mujer de amor más ciega quiere parecer que llega forzada a la ejecución; y así yo, que el tuyo creo, por servirte te he engañado, pues con eso he disculpado y cumplido tu deseo. Si amarme juran tus labios, y si has visto mis finezas, ¿por qué en vanas sutilezas fundas injustos agravios? De livianos devaneos no nazcan necias venganzas; logremos las esperanzas de tan ardientes deseos. ¡Dame esos brazos...! DIANA: Advierte... REY: ...que la ocasión vuela y pasa. DIANA: ...que eres... REY: Quien por ti se abrasa. DIANA: ...que soy... REY: Quien me da la muerte. Licencia a todo me has dado, pues que tu amor me declaras; y si tú honesta reparas, yo resuelvo confïado. Y con justa causa emprendo el fin que el amor desea, pues aunque airada te vea, no he de pensar que te ofendo. DIANA: (Resuelto está. ¿Que he de hacer? Aparte Tiene ocasión, tiene amor... Mas para guardar mi honor, la industria me ha de valer.) ¿Que importa que finja enojos y recatos de mi fama, cuando de mi amor la llama brotando está por los ojos? Ciega de amante me veo; que la mujer que ha llegado a declarar su cuidado, rendida está a su deseo. Vencido está ya el honor, prostrada la honestidad. Perdone esta libertad mi obligación a mi amor. Mas esta resolución que a tal exceso me mueve, puesto que al honor se atreve, no aventure la opinión. Dispongámoslo de modo que mis crïados, señor, no entiendan mi deshonor, porque no se pierda todo. Oye, Marcela. La casa con tal recato y cuidado dispón, que ningún crïado pueda entender lo que pasa. MARCELA: Fïarlo puedes de mi.
Vase MARCELA
DIANA: Tú permite que un momento prevenga en este aposento albergue digno de ti, y que asegure el secreto; porque en el estar podría alguna crïada mía, que de este amoroso efeto parlero testigo sea, y la quiero retirar. REY: Nunca pretende infamar quien como noble desea. Mas abrevia, que es eterno un punto sin tu presencia. DIANA: Los instantes de tu ausencia trueco yo a siglos de infierno.
Vase DIANA
PALANTE: Mil veces dichoso amante quien tal bien llegó a alcanzar. REY: Ya, ya me puedes llamar dichoso, ya rey, Palante.
Sale MARCELA
MARCELA: La gente está como pudo pintarla vuestro deseo; que en las aguas del Leteo la baña el silencio mudo. REY: ¡Ay, Marcela amiga! Piensa que mi agradecido pecho, de este gusto que me has hecho no halla justa recompensa.
Sale DIANA, con una espada desnuda
DIANA: Escúchame, rey, primero que des un paso adelante, si no quieres que el camino te impida un mar de mi sangre.
Pone la guarnición de la espada en el suelo, y punta al pecho
REY: ¿Que es esto? Di, ya te escucho. DIANA: Del soberano linaje ya de dioses, ya de reyes, se originó el de mi padre. De esto no hay por qué te traiga testimonios, tú lo sabes; que la estimación lo prueba con que siempre le trataste. Conmílite de tu efigie le hiciste, precioso esmalte de su pecho, heroica insignia que gozan solos tus grandes. Hoy la plata de sus canas que te obedecen leales, del oro de esta corona ornara el sagrado engaste, si diesen puerta en su pecho, cuando eras pequeño infante, a tiranas ambiciones sus invencibles lealtades. Y no sólo huyó las sienes a las insignias reales, mas las defendió en las tuyas tan a costa de su sangre, y con tal valor, que en Grecia no hay región que no pagase mares de púrpura humana a sus liquidos corales. Si de su valor te olvidas, esos despojos de Marte,
Mira adentro
aunque mudos, lo pregonen, y aunque enemigos, lo alaben; dígalo este blanco acero, que en mil batallas campales o fue de Júpiter rayo o fue de la muerte alfanje. Y si estas memorias pierdes, y quieren tus ceguedades que sus pasadas vitorias presentes premios no alcancen, dígalo agora su ausencia, pues por servirte, y por darle paz a tu reino, y cumplir los decretos celestiales, partió a buscar a Licurgo, sin que estorben su viaje de su senectud prolija caducas debilidades. Y cuando a su casa ilustre deben por hazañas tales cercar murallas de acero, cerrar puertas de diamante. Ingrato tú las ofendes, tirano tú las combates, injusto tú las quebrantas y engañoso tú las abres; y barbaramente opuesto a las leyes naturales, debiéndole tu honor, el suyo quieres quitarle. ¿Qué troglodita inhumano, scita crüel, duro alarbe, qué bruto habita los yermos, qué fiera los montes pace, que ingratos al beneficio, a quien les obliga agravien, a quien les defiende ofendan, y a quien les da vida maten? Si eres rey, guarda justicia; si eres hombre, no quebrantes de la razón imperiosa el poderoso dictamen. Si con amor te disculpas, ¿no fuera exceso más grave darme la mano de esposo que hacer injuria a mi padre? Y si abrasado reservas libertad para enfrenarte, y no ser mi esposo, siendo conformes las calidades; también la tendrás, si quieres ser justo, para forzarte a no atropellar ingrato obligaciones tan grandes. Que yo no te adoro menos, y aunque es la mujer más frágil, opongo el freno de honrada a las espuelas de amante; y así, o revoca tu intento, y sin que esa línea pases que de tus injustos pies besa las extremidades, a tu palacio te vuelve, o verás que al mismo instante que para acercarte a mí un movimiento señales, sobre esta espada me arrojo, y que a recebirte sale mi vida, y que sacrifico a mi honestidad mi sangre; que ejemplo soy de matronas, que doy a mi honor quilates, a las historias mi nombre, y a mi fama eternidades. MARCELA: (¡Gran valor!) Aparte PALANTE: (¡Gran fortaleza!) Aparte REY: (¡Determinación notable!) Aparte Dïana hermosa... DIANA: No tienes que persuadirme. Ausentarte sólo ha de ser la respuesta, si no quieres que me mate. REY: ¡Plugiera a los dioses santos que pudieran quebrantarse los pactos que con Atenas hizo la paz inviolables! No debes tú de ignorar que cuando en fuegos marciales Creta y Atenas ardían, fue condición de las paces que con recíprocas suertes eternamente se casen entre sí de los dos reinos los reyes y los infantes. Conspirarán contra mí mis gentes si despertase, quebrantando estos conciertos, nuevos incendios de Marte. Perdiera el reino y a ti, y tú a mí; y temores tales la mayor gloria me quitan que el dios de amor puede darme. DIANA: Pues si a tu razón de estado atiendes tú, no te espantes de que yo atienda a la mía. REY: Sí, pero... DIANA: ¡Tente! No pases adelante, o me doy muerte. REY: Ya vuelvo atrás. No derrames de esa caja de cristal los animados granates. ¡Ah, enemiga de ti misma! ¿Tanto pueden tus crueldades? ¿Más que darme vida a mi, quieres, ingrata, matarme? ¿Con tu muerte me amenazas? ¡Ah, inhumana, qué bien sabes que de mi amor no pudiera otro que mi amor guardarte! Amor con amor pelea. ¿Quién vio más estrecho lance? Uno me manda que vivas, y otro muere por gozarte. DIANA: El segundo es imposible que su pretensión alcance; y dar efeto al primero es vencerte y obligarme. REY: ¡Ay de mí! ¿Qué puedo hacer? ¡Perder la Ocasión!
Hablan aparte el REY y PALANTE
Palante, no esperando que otra ofrezca el cabello, es fuerte trance. PALANTE: Pues goza de ésta, y no temas que por mas que te amenace con su muerte, la ejecute. REY: ¿Que arriesgue me persüades lo que perdido una vez, no es posible remediarse? ¿Temerlo no es desvarío, pues la ves resuelta, y sabes que a mujer determinada cualquier imposible es fácil? PALANTE: Pues encomiéndalo al tiempo. Rey eres. No han de faltarle a tu poder ocasiones. REY: Eso es forzoso. DIANA: ¿Qué haces? Resuélvete ya. Resuelve o el partirte o el matarme. REY: Venciste, ingrata, venciste. Vive, y logra tus crueldades; mas no esperes otra vez que tus favores me engañen. Ya no soy tuyo, Dïana; ya ni me nombres ni canses con papeles y recados; que si de Amor las verdades se conocen en las obras, tu falsedad declaraste, pues a todo lo que dices, contradice lo que haces. Y pues náufrago mi amor del mar de tu engaño sale, le darán presto otros brazos dulce puerto en que descanse. DIANA: Eso no. ¡Detente, espera; que es eso también matarme! REY: Porque te quiero te matas, ¡y te mato con mudarme! DIANA: Como honrada te resisto, y te celo como amante. REY: ¿Luego quieres que te tenga firme amor? DIANA: O que me mates. REY: ¿Sin deseo ni esperanza? DIANA: Sólo quiero que le guardes decoro a mi honestidad. REY: ¿Cómo puede amor guardarle? ¿Permites la causa, y niegas sus efetos naturales? DIANA: Eso quiero que te deba la estimación de mis partes. REY: Portentos pides. DIANA: Amor es dios y milagros hace. REY: Hacerlos quiero por ti; que tus honestas crueldades, aunque me ofenden, me obligan. DIANA: ¡Eso sí que es obligarme! REY: Tuyo seré eternamente, sin que los límites pase de tu honestidad mi amor. DIANA: En mí verás un diamante. REY: Guárdente, mi bien, los dioses.
Vase el REY
DIANA: Los dioses, mi bien, te guarden.
Vase DIANA
PALANTE: ¡Válgate Dios por mujer, tan honrada como amante!
Vase PALANTE
MARCELA: ¡Válgate Dios por galán, tan firme como cobarde!
Vase MARCELA

FIN DEL ACTO PRIMERO

El dueño de las estrellas, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 24 Jun 2002