ACTO SEGUNDO


Salen el REY y PALANTE
PALANTE: Ya para ver a Dïana, con su portero Crineo he dispuesto tu deseo. REY: No hay ya resistencia humana contra tanto amor, Palante. PALANTE: Pues mucho aventurar. REY: Más quiere, amigo, alcanzar que vivir un ciego amante, y si con ella me veo, yo lo trazaré, de suerte que amenazas de su muerte no me impidan mi deseo.
Sale SEVERO
SEVERO: Ya, poderoso señor, los testigos que he buscado de Esparta, han certificado ser Licurgo el labrador, y él viene ya convencido a tu presencia real. REY: Severo, a servicio igual siempre os seré agradecido. A recebirle conmigo salid todos. SEVERO: ¿Tanto honor quieres hacerle, señor? REY: Por muchas veces me obligo a igualarle a mi persona. Sangre real como yo tiene; en Esparta gozó, si yo en Creta, la corona; y aunque un hombre humilde fuera, por sí mismo lo merece; porque de razón carece quien a un sabio no venera.
Sale LICURGO, de galán, y DANTEO, de galán también
LICURGO: Vuestra majestad me dé, señor, su mano real. REY: Como amigo y como igual, gran Licurgo, os la daré. Tomad asiento. LICURGO: Yo os pido que advirtáis que es exceder honrarme tanto, si a ser vasallo vuestro he venido. REY: En vos, Licurgo, hasta aquí miro un huésped, cuya mano poseyó el cetro espartano. Con razón os trato así. Cuando merezca la mía que a besarla os humilléis por vasallo, lo seréis, y mudaré cortesia, aunque no la estimación.
Asiéntanse
LICURGO: En tan verde adolecencia vuestra madura prudencia excede a la admiración. REY: Ya os habrá dicho Severo la ocasión que me ha obligado a buscaros. LICURGO: Informado de todo estoy. REY: Pues yo espero que advirtiendo que es de Apolo voluntad, la cumpliréis, y en vuestros hombros tendréis el gobierno de este polo, suponiendo que los dos seremos una persona. En mí ha de estar la corona, pero mi poder en vos. Conmigo habéis de asistir, leyes habéis de poner. Yo la pluma he de mover, vos la mano al escribir. Así cumpliré el decreto de Apolo, y mi reino en mí tendrá un rey justo; y así erraré como discreto, pues es forzoso afirmar que es acto menos errado errar siendo aconsejado, que no siéndolo acertar. LICURGO: Señor, aunque obedeceros es fuerza, ya por el dios que lo ordena, ya por vos, que sois rey, el proponeros es forzoso las urgentes dificultades que veo opuestas a ese deseo, con graves inconvenientes que resultan. REY: Ya tardáis en proponerlas. Decid; que saberlas quiero. LICURGO: Oíd, pues que licencia me dais. Después que la Parca airada quitó en sus lustros primeros a Polidectes, mi padre, de la fuerte mano el cetro de la que hoy se llama Esparta, Lacedemonia otro tiempo, reino que en sus territorios incluye el Peloponeso, mi hermano mayor Eunomo sucedió, como en el reino, en la desdicha también de perderle en años tiernos. Yo, ignorando que en su esposa dejase oculto heredero, de su corona real preste el oro a mis cabellos; mas dentro de pocos meses el postumo infante el cielo al mundo dio, y yo leal a su cabeza el imperio. Fui legítimo tutor del rey mi sobrino, haciendo leyes, destruyendo abusos, dando castigos v premios; mas como el ardiente potro huye el no gustado freno, o como sacude el yugo el no domado becerro, los vasallos, que tenían antes más libres los cuellos, comenzaron a sentir de la rectitud el peso; pero yo, que prevenido y cauto, conocí en ellos impulsos de conspirar y privarme del gobierno, con ánimo de poder derogar mis justos fueros, volviendo a su libertad, pedí a un engaño el remedio; y fingiendo que en un caso de grande importancia al reino, iba a Pitia a consultar el oráculo de Febo, les pedi que me jurasen guardar mis justos decretos hasta que al suelo de Esparta volviese del sacro templo; que entonces les prometía hacer estatutos nuevos, y moderar a su gusto los rigurosos derechos. Ellos, que la brevedad consideraron del tiempo y del caso a que partía, juzgaron grande el provecho, fácilmente persuadidos, lo juraron, y con esto me partí; y llegando a Pitia, consultado el dios de Delos, me respondió que eran justas mis leyes, y sólo el tiempo que durasen duraría la tranquilidad del reino. Yo, atento al bien de mi patria, porque no salga, volviendo, de la obligación precisa que le puso el juramento, determiné no volver a verla jamás, haciendo con mi eterna ausencia en ella mis estatutos eternos. Esto me obligó a mudar el nombre, el traje y el suelo, y habitar en una aldea, para vivir más secreto. Éstos, señor, son mis casos. Ya habréis entendido de ellos cuán graves inconvenientes resultan de obedeceros. Cuidadosos los de Esparta me buscan, ya con intento de vengarse del engaño que los tiene tan opresos, ya con ansia de cumplir el solícito deseo de derogar mis sanciones sin romper su juramento. Si en Creta os sirvo, es forzoso que en acelerado vuelo las nuevas lleve la fama a los espartanos pueblos. Sabiéndolo, han de pediros que me entreguéis, y el hacerlo en vos fuera gran bajeza, y gran destruición en ellos. No hacerlo ha de desnudar la espada a Marte sangriento, porque han de intentar las armas lo que no alcancen los ruegos. Y así, de lo que intentáis para la paz de este imperio ha de resultar la guerra del espartano y el vuestro. Fuera de esto, si mi patria lleva tan mal mis decretos, ¿cómo sufrirá la vuestra las leyes de un extranjero? Porque los vasallos quieren rey activo, no supuesto, y siempre les es odioso legislador forastero. Y si los inconvenientes que mi lengua os ha propuesto son tan graves, los que faltan no me atemorizan menos; que es bien que sepáis, señor, si los futuros sucesos alcanza por las estrellas el humano entendimiento, que pronostican las mías que he de verme en tanto aprieto con un rey, que yo a las suyas, él quede a mis manos muerto. En esto mismo conforman mil astrólogos que han hecho recto examen de su influjo en mi triste nacimiento; que esto me obligó también a que en el campo desierto, de las cortes habitase y de los reyes tan lejos. Ved, pues, si será cordura ponernos, señor, a riesgo de que en los dos ejecuten esta amenaza los cielos. Ved cuantas dificultades contradicen vuestro intento. Temedlas, pues sois humano, y evitadlas, pues sois cuerdo; que puesto que vos sois rey, y yo el que ha de obedeceros, a mí toca el dar avisos, y a vos el dar mandamientos; a mí proponer los daños, a vos poner los remedios; a mí toca el advertiros, y a vos toca el resolveros. REY: Honor de Lacedemonia, los inconvenientes veo que proponéis; mas a todos opongo el heroico pecho. Si los de Esparta intentaren cobraros, yo defenderos; que contra sus fuertes armas valor y soldados tengo. Ni temo que por la paz que alcanzar por vos pretendo, como decís, me amenace la guerra de entrambos reinos; que Febo lo ordena, y sabe lo que importa; y por lo menos es cierto este bien presente, y ese mal futuro, incierto. Que mis vasallos rehusen de un hombre extraño el gobierno no importa, pues es mi mano la que ha de tener el freno. Los astrólogos jüicios ni los estimo ni temo; que siempre he juzgado yo ilusorios sus agüeros. Y cuando la ciencia alcance alguna evidencia en ellos, a la razón justamente doy más poderoso imperio; que ni vuestra virtud puede mover contra vos mi acero, ni contra mí en vuestra sangre caber traidor pensamiento. Y cuando vuestras estrellas os inclinasen a efetos tan injustos, vos sois sabio, y el que ha merecido serlo es dueño de las estrellas; y así con razon resuelvo que sus más fuertes influjos os están a vos sujetos. Y en resolución, Apolo, cuya ciencia, cuyo cetro, preconociendo, gobierna lo presente y venidero, así la paz me promete. Yo le obedezco, y le dejo, pues él gobierna las causas, a su cuenta los efetos. LICURGO: Escuchándoos he quedado con justa causa suspenso de que a mí me elija Apolo para que a vos dé consejos; que según prudente os miro, que os eligiera os prometo, si trocáramos estados, para gobernar mi reino; y aunque a daños más enormes me arriesgara, ya los trueco gústosamente a la dicha de servir a un rey tan cuerdo.
Levántase
Dadme la mano, pondréla en mis labios, porque en ellos la señal dichosa imprima de leal vasallo vuestro.
Arrodillase
REY: Yo os la doy, a mi fortuna tan obligado, que pienso que tomo agora con ella posesión del mundo entero. LICURCO: Yo os juro por cuantos dioses desde el Impíreo al Averno
Bésale la mano y levántase, y queda en pie y descubierto
rigen, de seros vasallo leal, firme y verdadero. REY: Agora de la Fortuna un clavo a la rueda he puesto. Agora a Creta le he dado firme paz y nombre eterno. Gobernador general os hago, y en vos delego toda la soberanía que yo en mis vasallos tengo. Derogad costumbres, usos, ordenanzas y decretos; juzgad causas, haced leyes, dad castigos y dad premios; y para daros en Creta la mayor honra que puedo, conmílite de mi efigie quiero, gran Licurgo, haceros.
A PALANTE
Dadme una medalla.
Vase PALANTE
LICURGO: Honráis, como quien sois, a los vuestros.
Vuelve PALANTE con una salvílla y en ella una medalla como la del REY y SEVERO, con su colonia; tómala el REY y arrodíllase LICURGO
REY: Con tal varón la milicia de Creta ilustrar pretendo. Tres calidades publica esta señal en el pecho: sangre que goce de reyes el heroico parentesco; puro honor, cuyo cristal no haya enturbiado el aliento; y servicios que hayan sido en utilidad del reino. Ésta da jurisdición, da autoridad y respeto, y da superioridad en los nobles y plebeyos. Mas advertid que es preciso estatuto, que en sabiendo de los méritos, la sangre o el honor de algún defeto, o en incurriendo en infamia, o en caso de valer menos, con escarmiento afrentoso os la han de quitar del pecho. Esto supuesto, la efigie recebid. LICURGO: Señor, teneos; que segun los institutos que referís, no merezco la insignia, pues hasta agora ningún servicio os he hecho; y no es bien, si a administrar vengo justicia, que el premio no merecido alcanzando, la quebrante yo el primero. REY: Haber querido servirme es hazaña que agradezco más que si por vos ganara con una vitoria un reino. LICURGO: Sólo os he dado hasta aquí un vasallo en mí, y ya de ello, con el rey que en vos me dais, premiado estoy con exceso. La estimación que de mí hacéis vos, no es para el pueblo satisfación, ni por ella prueba mis merecimientos; que habrán en Creta mil nobles dado a marciales aceros propria y enemiga sangre, sin alcanzar este premio; y no es bien, cuando intentamos ganar el común afecto, que yo por vos cause invidias, y vos por mi sentimientos. Y así es fuerza suplicaros que suspendáis este intento hasta que yo justifique a su ejecución los medios. REY: Mi voluntad, como en todo, también os resigno en esto;
Deja la medalla
que pues por sabio os conozco, son leyes vuestros consejos. LICURGO: (Hasta que la mano corte Aparte que dejó en mi rostro impreso mi agravio, no ha de adornar tan alta insignia mi pecho.) REY: Empezad pues a ejercer
Dale una sortija
la potestad que os cometo. Éste es mi sello real; por él han de obedeceros. Cuatro cosas de mi parte os encargo: lo primero, que de darme desengaños no os acobarde el respeto; lo segundo, que no tengan exencion ni privilegio para vivir libremente mis crïados ni mis deudos; lo tercero, que a mujeres en sus flaquezas y yerros, y más si fueren casadas, miréis con piadoso pecho; lo cuarto, que a los ministros de justicia tan severo castiguéis, que den al mundo universal escarmiento; porque de todos estados públicos suplicios veo, y de éste jamás lo he visto, y persuadirme no puedo que de ello la causa sea ser todos justos y rectos; mas que, o ya en los superiores engendra el tratar con ellos amistad, y disimulan con la afición sus excesos, o ellos también son injustos, y con recíprocos miedos, porque callen sus delitos, no castigan los ajenos. LICURGO: Lo que me encargáis, señor, cumpliré. REY: Empezad con esto a mandar; que vos sois rey, y yo fui privado vuestro.
Vanse el REY, PALANTE y SEVERO
TELAMÓN: En fin, ¿no eres ya Lacón, sino Licurgo? LICURGO: Yo soy ya Licurgo, y tú desde hoy vuelves a ser Telamón. TELAMÓN: ¿Puédote dar parabién de tan súbita privanza? LICURGO: ¡Ay de mi! Que esta mudanza, amigo, no es para bien. TELAMÓN: ¿Aun amas la soledad? LICURGO: Mayor pena me importuna; y pues en cualquier fortuna me fue firme tu amistad, no es exceso que te cuente, Telamón, mis nuevos males; que si bien pasiones tales debe encubrir el prudente, si ellas me vencen, verás que las tuve en su vitoria; si las venzo, de la gloria de ello testigo serás. ¿Conoces este retrato?
Muéstrale uno
TELAMON: Éste es el mismo, señor, que llevaba tu ofensor. LICURGO: Pues por éste llamo ingrato al tiempo; éste es de mi mal la nueva ocasión crüel. TELAMÓN: ¿Cómo? LICURGO: ¿Conoces por él su divino original? TELAMÓN: Paréceme... LICURGO: ¿Cómo dudas en conocer que es Dïana la que da luz soberana y lengua a estas sombras mudas? TELAMÓN: Digo, señor, que es así; mas vive tan retirada, tan secreta y recatada, que sola una vez la vi, aunque te hospeda en su casa. LICURGO: Ella, pues, es la ocasión que con nueva confusión ya me hiela y ya me abrasa. TELAMON: ¿Qué me dices? Que a tu labio niega crédito el oído. ¿Tú enamorado? LICURGO: Perdido. TELAMÓN: Pues, ¿de qué sirve ser sabio, si no vence tu cordura esa pasión que te ciega? LICURGO: ¡Ay, Telamón! Cuando llega la pasión a ser locura, pierde su imperio el saber; que falta al entendimiento la razón, y no esta exento el sabio de enloquecer. Mira cuál es la mudanza de mi estado, que mi honor oprime de mi ofensor la no alcanzada venganza; y no contentos los cielos de que me aflija mi injuria, a mi corazón la furia añade de amor y celos. De la que adoro el retrato llevaba el que me ha ofendido, señal de que no le ha sido el original ingrato. ¡Juzga, pues, cuál estará un noble pecho agraviado, celoso y enamorado! ¡Qué bien a Creta dará leyes justas quien sujeto vive a tan fuertes pasiones! TELAMÓN: Sí; mas tales ocasiones son el toque de un discreto. Y advierte que yo imagino que esto que así te entristece, es en lo que favorece más tu intención el destino, pues con esto te mostró senda conocida y llana para saber de Dïana quién es el que te ofendió. LICURGO: Si; mas ese medio, piensa que puede dañarme a mí, pues Dïana podrá así venir a saber mi ofensa; y no será acuerdo sabio intentarlo, porque quiero que se publique primero la venganza que el agravio; demas de que será error mis deseos declarar hasta saber qué lugar goza en ella mi ofensor. Pero ya mi pensamiento halló un remedio. TELAMÓN: ¿Qué cosa puede haber dificultosa a tu claro entendimiento? LICURGO: La venganza que deseo alcanzaré, y de Dïana la belleza soberana será de mi amor trofeo. Si por tales casos voy precipitado a la muerte, yo no voy, no; que mi suerte es de quien forzado soy. Y si de ella violentados mis pies, dan erradas huellas vencer puede las estrellas el sabio, mas no los hados.
Vanse los dos. Salen SEVERO, con una carta, DIANA y MARCELA
SEVERO: Tu hermano me escribe aqui que el retrato que llevó tuyo, Dïana, perdió en el camino; y así para que pueda tratar tu casamiento, es forzoso que de tu trasunto hermoso el pincel se vuelva a honrar. DIANA: Manda avisar al pintor. SEVERO: Ruego a los dioses que de él haga el oficio el pincel, más que de Apeles, de amor.
Vase SEVERO
DIANA: Y yo que me pinte fea, pues por otro amante muero, y será el pintor primero que agraviando lisonjea. ¿Qué dices, Marcela mía, de mi desdicha? MARCELA: ¡Ay de mi! DIANA: ¿No respondes, prima? Di, ¿qué fiera melancolía te aflige? ¿A mí la pasión me ocultas que te lastima? ¿De cuándo aca no es tu prima dueño de tu corazón? MARCELA: ¡Ay, Dïana! Que ya es tal el incendio que hay en mí, que al mundo, no sólo a ti, será notorio mi mal. ¡Nunca hubiera la invención de tu padre hallado medio de traer en el remedio de Creta mi perdición! Este Licurgo prudente, éste, cuyo nombre y fama hallo ya con lenta llama dispuesto mi pecho ardiente, tan del todo me ha rendido con la vista, que me veo sin fuerza contra el deseo, sin valor para el olvido. DIANA: No te aflijas. Rostro hermoso, talle, calidad y honor tienes; con que él de tu amor se tendrá por venturoso. MARCELA: Si la suerte es importuna, no sirve para alcanzar, merecer; que en un altar están Amor y Fortuna. Si hubiera yo visto en él un indicio de esperanza, no quisiera más bonanza en tempestad tan crüel. Mas es sin fruto poner mis méritos a sus ojos; que o no entiende mis enojos, o no los quiere entender. DIANA: Declárale tus pasiones. MARCELA: No he de incurrir en tal mengua; que a lo que dice tu lengua contradicen tus acciones. Yo te he visto enamorada tan recatada, que fuera, aunque por mí no lo hiciera, por ti sola recatada. Callando el mal que padezco, me pienso, prima, vencer, contenta sólo con ver lo que alcanzar no merezco. Y asi aumenta mis enojos saber que se ha de mudar hoy a palacio, y privar de su presencia mis ojos. Mas él viene. DIANA: Si tú quieres, yo le diré tu dolor. MARCELA: Tú sabes bien del amor el imperio en las mujeres; yo te he declarado ya mis amorosas fatigas; no pido que se las digas, pero no me pesará.
Vase MARCELA. Sale LICURGO
LICURGO: De vuestro padre, Dïana, supe que mandáis llamar un pintor para ilustrar con vuestra luz soberana sus sombras; y como gana tanto en ello la color, pincel y mano, el pintor, indignamente dichoso, ha hallado en mí un envidioso, de tal bien competidor. Y así, traigo permisión de Severo para ser yo quien merezca ofender esa rara perfeción; que si en vuestra formación excedió Naturaleza su poder y su destreza, ni ella misma se igualara cuando a la vuestra intentara igualar otra belleza.
Sale MARCELA al paño, escuchando
MARCELA: (¡No fuera yo tan dichosa, Aparte que esto me dijera a mí! ¡Apenas amante fui, cuando empiezo a estar celosa!) DIANA: Ya me tengo por hermosa, pues retratarme queréis. Mas decidme, ¿vos sabéis el arte de la pintura? LICURGO: Pronosticó mi ventura este suceso que veis; y como costumbre ha sido de las personas reales en ejercicios iguales gastar el tiempo perdido; yo, que de Esparta he nacido infante, al pincel le di las horas que no perdí, pues si en ello consumiera un siglo, aun no mereciera el rato que logro aquí; y así, señora, he enviado por pinceles y colores. DIANA: Cuando las cosas mayores del reino os han encargado, ¿perderéis tiempo ocupado en esta facción liviana? LICURGO: Ni siempre ha de estar, Dïana, tirante al arco la cuerda, ni hay tiempo que no se pierda, sino el que con vos se gana. MARCELA: (¿Hay tormentos más crueles?) Aparte
Sale TELAMÓN, con recado de pintar
TELAMÓN: Como mandaste, señor, he traído de un pintor los colores y pinceles. LICURGO: Si de Timantes y Apeles, Protógenes y Aceseo los trujeras, aquí creo que no osaran linear, porque aun no puede igualar a la verdad el deseo.
Hablan aparte TELAMÓN y LICURGO
TELAMÓN: Ya te has puesto en la estacada. ¿Qué intentas? ¿Cómo saldrás de ello airoso, si jamás has dado una pincelada? LICURGO: La invención tengo pensada. Hoy pretendo averiguar quién me ofendió, y quien llevar su retrato mereció; y pues que le tengo yo, con él la pienso engañar.
A DIANA
Tomad asiento, Dïana, y un rato prestad paciencia, y a la vista la licencia que por el oficio gana; y pues de tan soberana hermosura al resplandor me atrevo, diré mejor, si en vos miro un sol divino que de águila me examino mucho más que de pintor. DIANA: Ya, Licurgo, poco fiel mi retrato considero, si ha de ser tan lisonjero como la lengua el pincel. LICURGO: Antes yo, cuando con él emprendo tan gran locura,
Asíéntanse
porque de beldad tan pura mejor dibuje los rayos, doy primero estos ensayos con la voz a la pintura. DIANA: Comience, pues, la destreza del pincel a bosquejar; que yo os lo quiero pagar, pintándoos otra belleza, a quien la naturaleza con perfeción celestial ha dado desdicha tal, que amante vuestra, procura que en vos haga mi pintura lo que no su original.
Hace LICURGO que la retrata
LICURGO: (Ésta es sin duda Marcela, Aparte en cuyos ojos he visto sentimientos que resisto.) No la pintéis; que recela mi mano, cuando os pincela, ofender vuestra hermosura; que si de ajena figura atiendo a la relación, dará la imaginación colores a la pintura. MARCELA: (¿Aun este medio el Amor Aparte no me concede? ¡Ay de mí! Quitarme quiero de aquí por no ver más mi dolor.
Vase MARCELA
DIANA: (Cerró esta puerta el rigor; Aparte ventura, tiempo y lugar puede Marcela aguardar; que es oficio el ser tercero de discretos, y no quiero ser necia yo en porfïar.) ¿Qué es esto? ¿En qué os suspendéis? LICURGO: Pesaroso y ofendido de no haberos advertido lo que más estimaréis. Aunque mujer, bien sabréis que a las estrellas sujetos, les resultan los efetos a las humanas acciones según las disposiciones de sus mudables aspetos. Y así, por mas agradaros yo, que sé sus movimientos, saber quisiera qué intentos os mueven a retrataros; que puedo al dibujo daros en tal signo y hora tal, que obligue a quereros mal sólo el verlo; y en tal punto, que quien mirare el trasunto adore el original. TELAMÓN: (A averiguar su intención Aparte cuerdamente la ha guïado.) DIANA: Si pudiera mi cuidado declararos... TELAMÓN: (Telamón Aparte estorba en esta ocasión: solos los quiero dejar.
Vase TELAMÓN
LICURGO: Bien os podéis declarar. Solos estamos; y aquí es hacerme ofensa a mí, y daño a vos, el callar. DIANA: Siendo quien sois, mi intención, Licurgo, fïar os puedo, demás que me quita el miedo ser tan fundado en razón. De mi padre es pretensión darme un esposo extranjero que no conozco; y yo muero, viendo que fuerza ha de ser a quien no he visto querer, y entregarme a quien no quiero. Mi hermano Teón partió a efetüar el contrato que aborrezco, y mi retrato para este intento llevó. Escribe que le perdió en el camino, y envía por otro, y así, querría que en él pongáis fuerza tal, que a no amar su original obligue la imagen mía. LICURGO: (¿Que su hermano fue el autor Aparte de mi afrenta? ¡Santos cielos! ¿Cuando escape de mis celos doy en desdicha mayor? ¿Que es hermano mi ofensor de mi querida Dïana? ¿Hay suerte más inhumana? Mas ya es fuerza, corazón. Yo he de matar a Teón, y he de gozar a su hermana.) ¿Es Teón un joven fuerte, airoso y robusto? DIANA: Sí. LICURGO: En el camino le vi. (¡Ah, dioses! Cierta es mi muerte. Aparte Cese el retrato). La suerte
Levántanse
por las estrellas, primero que le dé colores, quiero consultar; que he perder yo la vida, o no ha de ser vuestro esposo el extranjero. DIANA: El bosquejo me enseñad. LICURGO: No será intento discreto, pues aun después de perfeto, ofenderá esa beldad; antes, pues a la verdad no ha de igualar, fuera acción más cuerda que a imitación de Timantes, mi pincel le pusiera el velo que él al rostro de Agamenón. A solas retocaré el dibujo, y no os espante; que en viendoos, al mismo instante en el alma os retraté, y trasuntaros podré, después que una vez os vi, mejor que de vos, de mí; que a vos puede el tiempo ingrato midaros, y no al retrato que en mi memoria imprimí. DIANA: ¡Qué bien sabe vuestro labio hacer lisonja! Si todo lo sabéis del mismo modo, justamente os llaman sabio. LICURGO: Advertid que hacéis agravio con eso a vuestra beldad. DIANA: Adiós, Licurgo, y mirad que espero alegre y segura que ha de ser vuestra pintura medio de mi libertad. LICURGO: Yo lo haré, como al que hacello la vida importa. DIANA: ¿La vida? LICURGO: Juzgarla podéis perdida, si yo no salgo con ello. DIANA: Pues error será emprendello. LICURGO: El desistir no es valor. DIANA: Perderos será peor. LICURGO: Por ganaros lo pretendo. DIANA: Basta; que vais excediendo los límites de pintor.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

El dueño de las estrellas, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002