LA CUEVA DE SALAMANCA

Juan Ruiz de Alarcón

Texto basado en la edición príncipe en PARTE PRIMERA DE LAS COMEDIA DE DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN (Madrid; Juan González, 1628). Fue preparado por Vern Williamsen y luego pasado a su forma electrónica en 1998.


Personas que hablan en ella:


ACTO PRIMERO


Salen don DIEGO, de estudiante, y don JUAN, de noche
DIEGO: Don Juan, yo os prometo a Dios que me tenéis enfadado, que después que sois casado no se puede andar con vos. Si ver mujeres ordeno, ninguna tiene buen talle; si andar de noche en la calle, os hace mal el sereno; si al río quiero salir, la humedad es mal segura; si trazo una travesura, miráis a lo porvenir; si colérico me veis, entra luego el predicar; y al fin, si riño, en lugar de ayudarme, me tenéis. ¡Pese a tal, don Juan, con vos! Haced tal vez lo que quiero, o buscad un compañero hermano de Juan de Dios. JUAN: Ello está muy bien reñido, mas poca razón tenéis, pues, cuando soltero, veis que nadie más loco ha sido. ¿Qué travesura intentastes en que yo quedase atrás? ¿En qué pendencia jamás a ese lado no me hallastes? ¿Qué calle no paseé? ¿Qué noche fría dormí? ¿Qué mujer con vos no vi, o qué espaldas no os guardé? Mas ya no es tiempo de andar, don Diego, sin mucho tiento, que es un yugo el casamiento que al más bravo hace amansar. Esto por vos no ha pasado, y medís sin diferencia de un soltero la licencia y obligación de un casado. DIEGO: Pues si estáis tan convertido no salgáis de noche un punto. JUAN: No se olvida todo junto; el ser mozo no he perdido. DIEGO: Pues, ¡por vida de los dos, que al gusto esta noche demos! JUAN: Por vos he de hacer extremos; basta, al fin, quererlo vos.
Sale don GARCÍA, de noche
DIEGO: ¿Quién es éste JUAN: Don García. DIEGO: No tengo vista. JUAN: ¡Eso es bueno! ¿Quién no la pierde al sereno? DIEGO: ¿Predicáisme todavía? ¡Don García! GARCÍA: ¿Quién va allá? DIEGO: ¡Amigo! GARCÍA: ¡Don Diego hermano! ¿Qué hacéis? DIEGO: Pasear en vano; que donde don Juan está no hay tratar de travesura. GARCÍA: ¿En santulón habéis dado? JUAN: Don Diego ha dado en pesado, y la paciencia me apura. Decidme si puedo hacer más que prometer seguiros. DIEGO: ¡Qué lágrimas, qué suspiros os costó ese prometer! GARCÍA: Cómo alegrarnos tracemos, o voyme. JUAN: No os vais, García, que yo en todo, y hasta, el día, quiero seguiros. GARCÍA: ¿Que haremos? DIEGO: Vamos a ver a Juanilla. JUAN: ¿A Juanilla? ¡Hermosa pieza! Mal está con su cabeza, quien busca una taravilla. DIEGO: ¿Tan presto, don Juan, quebráis la palabra que habéis dado? JUAN: Digo que erré, y que callado iré donde vos queráis. DIEGO: Mariquilla la bocona no diréis que es bachillera. JUAN: No es mala, si no pidiera; mas, ¿vive la socarrona vieja? DIEGO: ¿Qué vieja? JUAN: La madre. DIEGO: Sí. JUAN: Pues yo no he de ir allá. DIEGO: ¿No digo yo? No hallará una almena que le cuadre. JUAN: Decidlo vos, don García, que a vuestro voto me ajusto. GARCÍA: Si he de declarar mi gusto, gastar la noche querría en cosa de más cuidado. DIEGO: Declaradla, que aquí estamos. GARCÍA: De que a la justicia hagamos una burla estoy tentado. JUAN: ¡Guarda! DIEGO: ¡Hagamos! JUAN: ¡Eso no! DIEGO: ¡Dos le hemos de hacer, por Dios! JUAN: Digo que se le hagan dos, mas no he de ayudaros yo. DIEGO: Necio estáis. JUAN: Y vos sin seso. ¿Para qué es bueno arriesgarnos, cuando podemos holgarnos sin temer, un mal suceso? GARCÍA: En la burla que imagino ningún peligro ha de haber. JUAN: Decid, que tal puede ser, que siga vuestro camino. GARCÍA: Ella al fin ha de ser tal, que el alguacil y su gente queden sin muela ni diente, y se hagan ellos el mal. DIEGO: ¡Buena, por Dios! GARCÍA: Un cordel es menester. DIEGO: ¿Qué tan largo? GARCÍA: De seis brazas. DIEGO: De él me encargo; a esta tienda voy por él.
Vase don DIEGO
JUAN: ¡Oh, para estas travesuras qué diligente es don Diego! GARCÍA: Moje el agua, queme el fuego y haga el mancebo locuras, y más cuando se granjea hacer que pague quien debe. JUAN. Sí ¿mas si encima nos llueve? GARCÍA: No viva quien tal desea.
Sale don DIEGO con un cordel
DIEGO: El cordel tenéis aquí. JUAN: Presto venís. DIEGO: ¿Qué queréis? ¿Acaso a mal me tendréis volver presto ya que fui? ¿Qué ha de hacerse? GARCÍA: Atravesar una calle. DIEGO: Ya os entiendo; y luego un fingido estruendo de cuchilladas formar. La justicia oye el rüido, viene corriendo, y adiós boca y narices. GARCÍA: Y vos en la traza habéis caído, DIEGO: Pues a mi cargo la tomo que de mil que agudos veo tengo increíble deseo de ver un alguacil romo JUAN: Temo que le hemos de hacer narices nuevas de plata. DIEGO: A aquel que más se recata más mal suele suceder. GARCÍA: En esta calle imagino que es mas cierta la justicia. JUAN: No carece de malicia ese pensar adivino. GARCÍA: ¿Por qué? JUAN: Porque da a entender que de Clara el rostro y talle trae rondantes a esta calle. DIEGO: (Con que el seso he de perder.) Aparte GARCÍA: Dos clavos quiero buscar. DIEGO: ¿Al engañoso artificio esta puerta no da el quicio, y esta esquina este pilar?
Atan el cordel atravesando el vestuario, y dice don GARCÍA aparte
GARCÍA: (¡Quien pusiera, hermosa Clara, como pongo este cordel, un muro, por que con él nadie tu calle pasara!) DIEGO: Repartidos nos pongamos, y el que viere a la justicia a los otros de noticia, para que el rüido hagamos. GARCÍA: Yo me quedo en esta puerta; id a aquella esquina vos. DIEGO: Yo me voy a esotra. Adiós, y todo cristiano alerta.
Repártense por el teatro. Sale ZAMUDIO corriendo un tostador cae en el teatro; ALONSO, ganapán, corre tras él y cae y abrázase con él; y don DIEGO llega dando de cintarazos a ALONSO; él saca la espada y se retira
ZAMUDIO: ¡Ésta os debo! INÉS: ¡Alonso, acude Dentro al ladrón! ALONSO: Sosiega, Inés, que no se me irá por pies. DIEGO: ¿Rabias? ZAMUDIO: ¡Tal santo te ayude! ALONSO: ¡Jesús! DIEGO: ¡Otro nadador por tierra! GARCÍA: ¡No caigas, cuero! ALONSO: Ya no puedo, majadero. Pagaréisme el tostador, o, ¡vive Cristo, ladrón que os mate! ZAMUDIO: ¡Aquí del estudio! DIEGO: Esta voz es de Zamudio. ¡Suelta, aparta, picaron! ALONSO: ¡Aquí de Dios, que me matan!
Vase ALONSO
DIEGO: ¿Sacas la espada y das voces? Perro, mataréte a coces.
Vase don DIEGO
JUAN: ¡Las tres Furias se desatan cuando se enoja don Diego! GARCÍA: La que viene es la justicia. JUAN: ¡Aquí es Troya!
Salen un TENIENTE y CHINCHILLA y se caen; y luego saca la espada y éntrase tras de don DIEGO
CHINCHILLA: ¿Hay tal malicia? Del vil oficio reniego, que me he roto una rodilla. ¡Ténganse al señor teniente!
Vase CHINCHILLA
TENIENTE: ¡Jesús! DIEGO: ¡Pícaro, detente! Dentro TENIENTE: ¡Échales mano, Chinchilla! ¡Pagaránme esta insolencia! CHINCHILLA: ¡Denme las armas! Dentro DIEGO: Corchete, Dentro apártate, o mataréte! CHINCHILLA: ¡Resistencia! Dentro TENIENTE: ¡Resistencia! ¡Aquí del rey!
Vase el TENIENTE
GARCÍA: A ayudar vamos, don Juan, a don Diego.
Sacan las espadas. Vase don GARCÍA
JUAN: De tales burlas reniego.
Vase don JUAN. ZAMUDIO busca piedras
ZAMUDIO: ¡Que no haya podido hallar, ya que espada no traía, una piedra por aquí! ¡Qué blandura, pese a mí! ¿De ahito? A fe que no es mía.
Vase ZAMUDIO. Sale ENRICO, viejo grave, con sotana y ropa de levantar y bonete, y tinta y pluma y papel, ANDRÉS, su criado, en cuerpo, con un candil pone un bufete en medio del teatro y el candil encima
ANDRÉS: ¿No es hora ya de dormir? Mira que las doce son. ENRICO: Primero, Andrés, la lición de mañana he de escribir. Dame asiento.
Síéntase a escribir
ANDRÉS: Haces agravio a tu edad y a tu saber. ENRICO: Siempre queda qué aprender. No hay hombre del todo sabio. ANDRÉS: ¿Cuándo saldrás de pobreza con trabajo semejante? ENRICO: Cuando salga de ignorante, que el saber es gran riqueza. No es el fin, Andrés amigo, del estudio enriquecer; fin del estudio es saber. Si eso alcanzo, lo consigo. El que riquezas procura con la fortuna las ha, cuyo buen efeto está no en saber, sino en ventura. Rico eminente en saber pocas veces lo verás; saber pobre quiero más que ignorante enriquecer. Si ya en un valle templado de verde pasto abundoso viste el caballo vicioso, rico en su bestial estado, ¿tuvístele envidia? No. ¿Trocaras con él tus bienes? No, que en la razón que tienes el cielo te mejoró. Cuando un mayorazgo ves de estos que se usan agora, y que más que tiene ignora, ¿no te da lástima, Andrés?
Salen don DIEGO con la espada desnuda, y ZAMUDIO
DIEGO: Si acaso tenéis por dónde a la otra calle salgamos los dos, a quien la justicia viene siguiendo los pasos; si tenéis dónde escondernos, sed nuestro asilo y sagrado, ya que por dicha esta puerta a tal hora abierta hallamos. La traviesa mocedad es autora de estos casos; perdonadlos como cuerdo y amparadnos como honrado. Don Diego soy de Guzmán y Zúñiga; justo amparo dad a un noble, si lo sois. Pero ya siento los pasos. ZAMUDIO: Pongámonos en defensa de la puerta.
Pónese a escribir ENRICO
ENRICO: Sosegaos, don Diego, cobrad aliento, que de libraros me encargo. ZAMUDIO: Si un momento os detenéis, tarde querréis ayudarnos. ANDRÉS: No os aflijáis, que sí quiere sabe el vicio hacer milagros.
Cae de lo alto una nube como manga, a raíz del vestuario, coge dentro a don DIEGO y él se mete en el vestuario, y torna a subir la nube
ZAMUDIO: Qué es esto ¡Válgame Dios, qué prodigio! El viejo es santo. Mas, señor, triste de mí, ¿de Zamudio no haces caso? ¿Así te vas y me dejas en poder de tus contrarios? ¿No importa que a mí me prendan? ¡Quiebre por lo más delgado! Viejo santo, santo padre, yo me pongo en vuestras manos. ENRICO: No temas. ZAMUDIO: De este bufete me amparo. ANDRÉS: Estará debajo de un bufete otro bufete. ZAMUDIO: Bufetes hay muy honrados.
Métese debajo del bufete; la sobremesa besa el suelo; quitan un escotillón del teatro y húndese ZAMUDIO, y tornan a poner el escotillón. Entran el TENIENTE, y CHINCHILLA, y gente con hachas encendidas
TENIENTE: Guarden algunos la puerta. Los demás vayan cercando esta calle alrededor, que se irán por los tejados. ¿Sois el dueño de esta casa? ENRICO: Yo soy, a vuestro mandado. TENIENTE: ¿Y este mozo? ENRICO: Es mi sirviente. TENIENTE: ¿Qué es de unos hombres que entraron agora aquí? ENRICO: ¿Hombres aquí? Corta es la casa, buscadlos. TENIENTE: ¿No hay más aposentos? ENRICO: No. En aquéste solo paso con tanta anchura la vida, como el rey en sus palacios. TENIENTE: ¿Tiene ventana? ENRICO: Ninguna; por la puerta el sol sus rayos le da. TENIENTE: ¿Luego no han podido, si es que en esta casa entraron, salir sino por la puerta? CHINCHILLA: Yo los vi entrar, no me engaño, y hasta agora no han salido. ENRICO: Mucho estudio y muchos años me han acortado la vista, de modo que habrán entrado sin verlos yo. TENIENTE: ¡En vivo fuego de ira y de enojo me abraso! ¿Cuatro desnudas paredes en un tan pequeño espacio nos los pueden esconder? CHINCHILLA: Señor, concluye este caso. Suelo, paredes y techo de abajo arriba volvamos. TENIENTE: Metidos en las paredes no han de estar, y si debajo de este bufete no están, no hay aquí dónde buscarlos. Alzad esa sobremesa con las armas en las manos. CHINCHILLA: ¡Ténganse al señor teniente!
Levanta la sobremesa y luego déjala caer, y tórnase a poner ZAMUDIO debajo del bufete
Mas no hay aquí nadie. ENRICO: En vano es, por Dios, vuestra porfía. Toda la casa es un palmo, sin alacena, tabique, bóveda, cueva o sobrado; no hay colgaduras que puedan encubrir portillos falsos. Derribad, romped, partid, si a persuadiros no valgo; que este testigo que dice que los vio entrar se ha engañado; como esta casa hace esquina a esotra calle, doblaron, y la obscuridad disculpa de sus ojos el engaño. TENIENTE: Ésta es la verdad sin duda. Por ti se me han escapado, Chinchilla, los delincuentes. CHINCHILLA: ¡Por Dios, que parece encanto! TENIENTE: Vamos, que no he de acostarme hasta que los prenda. CHINCHILLA: Vamos.
Vase la justícia. Salen de debajo del bufete ZAMUDIO, y don DIEGO del vestuario
ZAMUDIO: ¡Que se quema, so Teniente! DIEGO: Dadme los pies soberanos, restaurador de estas vidas. ENRICO: Señor, ¿con vuestro crïado habéis de hacer tal exceso?
Sale Don JUAN con la espada desnuda
JUAN: ¡Don Diego! DIEGO: ¡Don Juan hermano! ¿Dónde estuvistes? JUAN: Seguro de nuestros mismos contrarios, escondido entre ellos mismos, aguardé el fin de este caso. Pero vos, ¿cómo escapastes? DIEGO: Por un patente milagro del varón que veis divino. JUAN: Razón es que conozcamos a quien tanto con Dios puede. DIEGO: Decid quién sois, varón santo. ENRICO: No soy sino pecador; mas si algún placer os hago en decir quién soy, sabréislo si oís un pequeño rato. En letras y armas la nación famosa francesa me dio ser; padres honrados, si no de sangre tuve generosa, que no jacto valor de mis pasados. Propia virtud es calidad gloriosa; paternas armas, timbres heredados, armas son ciertas de su autor primero. Vana opinión las pasa al heredero. En la niñez las artes liberales me dieron en París honrosa fama; mas en la edad autora de los males que en el rostro el sutil vello derrama, fueron mis travesuras desiguales, nacidas del amor de cierta dama, causa de mi inquietud, hasta obligarme de Francia mis delitos a ausentarme. Fuime de mar en mar, de tierra en tierra; varias costumbres vi, varias naciones, viviendo ya en la paz y ya en la guerra según el tiempo hallé y las ocasiones; mas aunque mi locura me destierra, llevé conmigo mis inclinaciones, que en cualquiera región, cualquiera estado, aprender siempre más fue mi cuidado. Al fin topé en Italia un eminente en las ciencias varón, Merlín llamado; procuré su amistad, y cautamente a la estrecha llegué de grado en grado; él, que mi inclinación y intento siente, a mis letras y ingenio aficionado, conmigo liberal, del alma rica los más altos tesoros comunica. Aprendí la sutil quiromancía, profeta por las líneas de las manos; la incierta judiciaria astrología, émula de secretos soberanos, y con gusto mayor, nigromancía, la que en virtud de caracteres vanos a la naturaleza el poder quita, y engaña, al menos, cuando no la imita. Con ésta a los furiosos cuatro vientos puedo imponer; los montes cavernosos arrancar de sus últimos asientos y sosegar los mares procelosos; poner en guerra y paz los elementos; formar nubes y rayos espantosos; profundos valles y encumbrados montes esconder, y alumbrar los horizontes; con ésta sé de todas las criaturas mudar en otra forma la apariencia. Con ésta aquí oculté vuestras figuras; no obró la santidad, obró la ciencia. Ésta os ofrezco con entrañas puras a cualquier peligrosa contingencia, ajeno de interés, que bien me sobra el que saco de hacer la buena obra. En este, pues, que veis, albergue chico, donde vine a parar por la noticia de esta universidad, paso tan rico cuan libre de ambición y de codicia; aquí mi ciencia a todos comunico; que no de lo que sé tengo avaricia. Esto es y vale Enrico. Sólo queda saber si hay más en que serviros pueda. DIEGO: ¡Oh, prodigioso varón, consuelo y amparo nuestro! ¡Dichoso el caso siniestro que nos ha dado ocasión de gozar de tal maestro! Mas podéisos acostar, Enrico, que el trasnochar a vuestra edad no conviene. ENRICO: Un colchón y un jergón tiene mi cama; eso os puedo dar. DIEGO: Dormid en él, que os hará, pues sin pena estáis, provecho; porque a quien con tanta está como nosotros, será campo de batalla el lecho. JUAN: Dormid, padre, que interés de los tres guardaros es el sueño mientras durmáis, pues que despierto guardáis vos las vidas de los tres. DIEGO: Dormid sin cuidado o pena, que gente somos segura. ZAMUDIO: Y de presunción tan buena, que si a robar se aventura, ha de ser alguna Elena. ENRICO: No tan poco el tiempo ha sido que en Salamanca he vivido, gran don Diego de Guzmán, que no haya a vos y a don Juan de Mendoza conocido; cuanto más que de esta casa es segura guarnición el ser la fortuna escasa, que el pobre sin riesgo pasa por delante del ladrón; y así hallastes a horas tales de par en par mis umbrales, y porque por puntos salgo a la calle a observar algo de los cursos celestiales. DIEGO: Idos, que es tarde, a acostar. ENRICO: Pésame de no poder a los tres acomodar. DIEGO: De lo que habemos de hacer, nos es forzoso tratar. ENRICO: Desnúdame, Andrés.
Vase ENRICO
ANDRÉS: Patrón, hasta la matina.
Vase ANDRÉS
ZAMUDIO: ¡Es hora de dormir, que las tres son! JUAN: ¡Estamos buenos agora, don Diego! DIEGO: ¿Pues qué? ¿Hay sermón? JUAN: ¿No ha de haber, cuando por vos hemos venido los dos a un estado tan estrecho? DIEGO: Lo hecho, don Juan, ya es hecho, ¡y bien hecho, vive Dios! Como soltero reñistes; no temáis como casado. JUAN: En la ocasión me pusistes, y en ella debe un honrado hacer como hacer me vistes. No hallarse en ella es ventura; quitarse de ella, cordura; y salir bien de ella, honor. DIEGO: ¡Ah, Dios, y qué a mi sabor he hecho esta travesura! De alguaciles y escribanos, a quien tanto aborrecía, vengado estoy con mis manos. ZAMUDIO: Tú les has dado un buen día al cura y los cirujanos. DIEGO: Lindamente le pegué al bueno del escribano; como tan cerca lo hallé a este lado, derribé un revés... ZAMUDIO: Detén la mano, que la tienes muy pesada. Mas, ¿por qué no dejas nada a los demás de la gloria? Que este brazo la vitoria te dio con una pedrada. JUAN: ¡Buenos estáis! Burla ha sido lo que nos ha sucedido. DIEGO: El tratar de la vitoria y el celebrarla, la gloria aumenta de haber vencido. JUAN: Que tratemos será bien de lo importante primero. DIEGO: Bien decís. JUAN: La voz detén, que siento pasos. ZAMUDIO: Aun bien que está cerca el milagrero. JUAN: Pasó adelante quien era. DIEO: De buena gana riñera con quien pasó, ¡vive Dios!, que ya he descansado. ¿Y vos, don Juan? JUAN: Que tengáis quisiera jüicio, por vida mía, y ver lo que hemos de hacer. DIEGO: Podemos desde este día aprender nigromancía, y escondidos aquí, ver el suceso de este cuento, pues que con su encantamento Enrico nos asegura de ser presos. JUAN: Es cordura, pues que ya en este aposento no han de volver a buscarnos. DIEGO: Y este francés puede darnos y nosotros aprender hechizos, para poder, mudando formas, andarnos por la ciudad. JUAN: Bien está. Otro capítulo va, que en mi libro es el primero. ZAMUDIO: ¿Y el sueño? A saber espero a cuántas fojas está. DIEGO: ¡Ah, quién te pudiera ver! ¡Cuál estarás, Clara mía, si esto has llegado a saber! JUAN: ¡Cuál estará mi mujer! ZAMUDIO: ¡Cuál estará mi Lucía! DIEGO: Mas, ¿quién de vosotros vio a don Garcia? JUAN: Yo no. ZAMUDIO: Yo lo vi de tres cercado, hecho un Marte de enojado; mas no supe en qué paró. DIEGO: Yo me duermo. JUAN: Yo no velo. DIEGO: Donde falta el lecho blando, a la juventud apelo. ZAMUDIO: Tendido en el duro suelo, y el alma a Dios cuenta dando.
Vanse todos. Salen don PEDRO, doña CLARA y LUCÍA
PEDRO: Hija, yo voy a saber este alboroto. CLARA: Ven presto, padre, que estás indispuesto y temprano has de comer.
Vase don PEDRO
LUCÍA: Todo el mundo está revuelto, herido el corregidor, muerto el alguacil mayor. ¡El demonio anduvo suelto! Abrieron tanta cabeza a Romero el escribano; derribaron una mano a Chispa, aquel buena pieza que me prendió el otro día. ¡Bien haya quien le pegó, que de un ladrón me vengo! Está preso don García, y yo sé que en la prisión da más suspiros por ti que por verse preso así. CLARA: ¡Que impertinente afición! Pésame, que es camarada de don Diego. LUCÍA: Tu don Diego fue quien causo todo el fuego. CLARA: ¿Qué dices? ¡Ay, desdichada! ¿Don Diego? LUCÍA: Como lo digo. En la plaza lo oí contar; la justicia anda a buscar a él y a don Juan su amigo. Dicen que el corregidor, por verse más bien vengado, a la corte ha despachado a pedir pesquisidor. CLARA: ¡En qué pudieron parar, don Diego, tus travesuras! Pero no. Mis desventuras esto deben de causar.
Sale ANDRÉS con un papel
ANDRÉS: (Ella, por las señas, es.) Aparte ¡Oye, señora doncella! LUCÍA: ¿Quién es? ¿Qué quiere? ANDRÉS: ¿No es ella la sora Lucía? LUCÍA: ¿Y pues? ¿Qué la quiere el sacristán? ANDRÉS: ¿La que veo es doña Clara? LUCÍA: ¿Qué, que sea? ANDRÉS: ¡Linda cara! De don Diego de Guzmán. traigo un papel. LUCÍA: Llegad luego, Pues venís a tan buen hora que está sola mi señora. ANDRÉS: Éste te envía don Diego de Guzmán.
Da el papel a doña CLARA
CLARA: Porte recibe. ANDRÉS ¿Dónde queda? Ahí lo verás, que yo no soy para más.
Lee en secreto doña CLARA
CLARA: ¿Llevarás respuesta? ANDRÉS: Escribe si quieres. Y a ti, Lucía, traigo un recado también. LUCÍA: #161;Mas que es de Zamudio! ANDRÉS: Bien, estos abrazos te envía. Llega, tómalos, que a fe que cuando a mí me los dio me holgué mucho menos yo que en dártelos me holgaré. LUCÍA: ¿Hallóse en la resistencia? ¿Salió herido? ANDRÉS: ¡Bueno es eso! No tiene tan poco seso. Bien sale de una pendencia. CLARA: Id, mancebo, en hora buena, que aquí no tenéis que hacer. ANDRÉS: ¿No escribes? CLARA: No es menester. ANDRÉS: Tened dolor de mi pena, Lucía, que por vos muero. LUCÍA: Dad a Zamudio un recado. ANDRÉS: ¿Desdeñoso? LUCÍA: Enamorado. ANDRÉS: Buscad otro mensajero.
Vase ANDRÉS
LUCÍA: ¿Qué te escribe? CLARA: La locura mayor que en mi vida vi. De ser preso dice aquí que escapó por gran ventura; pero que verme desea y que esta noche vendrá, y habré de ir antes allá porque sin riesgo me vea; que es público en el lugar que amor tiene en esta calle, y en ella es cierto espialle. LUCÍA: ¿Sabes dónde lo has de hallar? CLARA: En éste las señas leo de la casa donde está. LUCÍA: ¿Y tu padre? CLARA: Amor dará la industria, pues da el deseo.
Vase. Salen el MARQUÉS, de camino, y don DIEGO y don JUAN
DIEGO: ¿Posible es que hayáis venido, ilustre luz de Girón, a darla a un pobre rincón a la del sol escondido? ¿Es posible que un marqués de Villena se ha dignado de pasar del rico estrado a tanta humildad los pies? MARQUÉS: Si tal me decís, de vos será forzoso agraviarme, que bien puedo entrar y honrarme en casa en que estáis los dos; que si tan ilustres pechos encontrar aquí pensara, sin otra ocasión trocara por éste los altos techos. Mas dejando estas porfías, si bien hijas de verdad, porque son de la amistad ajenas las cortesías, decir quiero la ocasión, pues me la habéis preguntado, por qué esta casa he buscado. DIEGO: Decid, pues. MARQUÉS: Dadme atención. En esta universidad, donde la sabia Minerva hoy tiene el sagrado culto de que está celosa Atenas, desde la puericia dócil a la ardiente adolescencia hice de mí sacrificio a la diosa de las letras. Era en mi casa el segundo, y, aunque amante de las ciencias, mucho más me provocaba la milicia que la Iglesia; partíme a Italia, ambicioso de las glorias de la guerra, y al monstruo en ciencias Merlín por mi dicha encontré en ella. Aquél que, según publican o verdades o consejas, lo concibió de un demonio una engañada doncella; que esto puede hacer un ángel si a vaso femíneo lleva el semen viril que pierden los que con Venus se sueñan... Mas sigan esta cuestión los que siguen las escuelas, que a mí no me toca agora probar sus naturalezas. "Merlín el hijo del diablo" su apellido común era, yo he pensado que por ser más que humano a todas ciencias. Yo, soldado, aun no olvidado de mi inclinación primera, con dádivas y con ruegos gané en su pecho las puertas. Enseñóme los efetos y cursos de las estrellas, que el entendimiento humano hasta los cielos penetra; las quirománticas líneas, con que en la mano a cualquiera de su vida los sucesos escribe Naturaleza. Supe la fisonomía muda que habla por señas, pues por las del rostro dice la inclinación más secreta; sutiles estropelías con que las manos se adiestran, y a la vista más aguda engaña su ligereza. De números y medidas las demonstraciones ciertas por matemática supe y supe por arismética. Estudié en cosmografía el sitio, la diferencia, longitud y latitud de los mares y las tierras; y por remate de todo la arte mágica me enseña, de cuyo efeto las causas no alcanza la humana ciencia, pues con caracteres vanos y con palabras ligeras obra prodigios que admira la misma Naturaleza. En esto, de que murió mi hermano mayor las nuevas fueron causa que de Italia diese a Castilla la vuelta. Fuime a vivir a la corte, que parecen bien en ella las cabezas de las casas a acompañar su cabeza. La parlera fama allí ha dicho que hay una cueva encantada en Salamanca, que mil prodigios encierra; que una cabeza de bronce, sobre una cátedra puesta, la mágica sobrehumana en humana voz enseña; que entran algunos a oírla, pero que de siete que entran los seis vuelven a salir, y el uno dentro se queda. Yo, de esta ciencia curioso, incitado de estas nuevas, supe de la cueva el sitio y partíme solo a verla. La cueva está en esta casa, si no mintieron las señas; pero que verdad dijeron muestra el hallaros en ella, porque, si no es por encanto, imposible es que cupieran dos hombres que son tan grandes en casa que es tan pequeña. DIEGO: Gran don Enrique, jamás para hazaña tan honesta a príncipe de estos tiempos vi calzarse las espuelas, trocar las fiestas y gustos al trabajo de las letras, y el encanto cortesano por una encantada cueva; acción de príncipe heroico, acción en efeto, vuestra, que sois quien del gran maestre el valor y sangre hereda. MARQUÉS: Para quien viene a saber, larga digresión es ésa. DIEGO: Oíd de la cueva, Enrique, la relación verdadera. Retórica la fama, de figura alegórica usando, significa la verdad de la cueva en la pintura. Ésta que veis obscura casa chica cueva llamó, porque su luz el cielo por la puerta no más le comunica, y porque una pared el mismo suelo le hace a las espaldas con la cuesta que a la iglesia mayor levanta el vuelo; y la cabeza de metal que puesta en la cátedra da en lenguaje nuestro a la duda mayor clara respuesta, es Enrico, un francés que el nombre vuestro, el mismo devagar, los mismos casos y el que tuvistes vos, tuvo maestro. De Merlín, como vos, siguió los pasos, y al fin, pródigo aquí de su riqueza, de magia informa juveniles vasos; y porque excede a la naturaleza frágil del hombre su saber inmenso, se dice que es de bronce su cabeza. De siete que entran, que uno pague el censo, los pocos que de muchos estudiantes la ciencia alcanzan, declararnos pienso; La falda ocupan muchos caminantes al apolíneo monte, y pocos besan las aras en la cumbre relumbrantes. Enrico está en escuelas; que no cesan en casi edad caduca sus intentos de seguir el estudio que profesan. En ellas oye humildes rudimentos de las ciencias que ignora, y da en su casa, de las que sabe, claros documentos. En viéndolo, veréis que ha sido escasa la fama en metafóricos pregones, pues la verdad sus límites traspasa. ¡Dichosa España, que de dos varones goza en un tiempo tales! Dos Enricos serán de hoy más sus célebres blasones. Mas no convienen coronistas chicos a grandes cosas y hechos inmortales; déjolo a estilos de caudal mas ricos. Y por que ya sepáis los desiguales casos, que a choza tal nos han traído, oíd en breve suma largos males. En cierta resistencia habemos sido culpados; muertos hubo, y más de nueve acompañó el corregidor herido. Toco a rebato, y la irritada plebe en tal número crece, que al espeso granizo imita que del cielo llueve. Fuerza fue retirarnos; yo confieso que me faltó el aliento, y ya sería resistir, no valor, mas poco seso. Con alas gran caterva nos seguía; aquí entré perseguido, y con encanto de sus ojos Enrico nos desvía Quedámonos aquí, por que entre tanto con sus artes el vicio nos defienda, que nos da libertad el cielo santo. Mas, ¡ay!, que allá dejamos una prenda, don García Girón, vuestro pariente, que al valor de ese pecho se encomienda, preso quedó en la lucha, y duramente lo tienen en la pública aherrojado, sin darle cárcel, a quien es, decente. Dícese que a la corte han envïado por un pesquisidor; yo a que lo impidan por la posta a mis deudos un crïado. Pero los cielos, que jamás olvidan un pecho de desdichas oprimido, en vos con el remedio nos convidan, pues a tal ocasión os han traído. MARQUÉS: Don Diego, la explicación de la cueva que he buscado extraño gusto me ha dado, y puesto en obligación. Mas corrido me confieso de ver que esté don García Girón, de la sangre mía, en cárcel pública preso; a un crïado de mi casa debiera el corregidor hacer diferente honor. Ardiente furia me abrasa; rabiando está el alma mía, amigos, ya por vengar tan injusto agravio, y dar libertad a don García. Quedaos a Dios. DIEGO: A Él suplico que vida inmortal os dé. MARQUÉS: Luego a veros volveré y a gozar del sabio Enrico.
Vase el MARQUÉS
DIEGO: ¿Qué decís? JUAN: Que ya no dudo de tener fin venturoso, que medio más poderoso darnos la suerte no pudo. A mi esposa es bien que escriba de estas nuevas un papel. DIEGO: Bien es que en mal tan crüel este consuelo reciba.
Vase don JUAN. Salen doña CLARA, con manto, y LUCÍA
CLARA: ¡Querido dueño mío! DIEGO: ¡Bien de mi pensamiento! ¿Qué exceso, qué milagro, qué portento estoy viendo? ¿Es verdad o desvarío? ¿Un pequeño rincón triste y sombrío cielo ya venturoso es del sol más hermoso que el que por inventor del claro día tiranizó la humana idolatría? CLARA: ¡Ay, mi bien! ¿Qué te espantas? Tus excesos me obligan a este exceso. DIEGO: ¡Oh, feliz yo, que entre desdichas tantas más que amoroso conseguí travieso! CLARA: Como escribiste que esta noche irías a verme, dueño mío, temí tus desventuras y las mías; y así, por evitar tu desvarío y mirar por tu vida, me he arrojado a exceder de la esfera de mi estado. ¿Qué desdichas son éstas, qué locuras? ¿Tú me tienes amor? Si amor tuvieras, tu inclinación indómita oprimieras, porque a mis penas duras no diesen ocasión tus travesuras. DIEGO: No te aflijas, mi bien, que pues te veo, nada queda que espere mi deseo. CLARA: ¿Tú, señor, retraído? ¿Don Diego de Guzmán en una cueva tan humilde escondido? DIEGO: No ya humilde la llames, pues ha sido oriente celestial de luz tan nueva. CLARA: En riesgo tan crüel, ¿qué determinas? En trance tan estrecho, ¿qué medios imaginas? Mira si pueden dar en tu provecho sangre mis venas, corazón mi pecho. DIEGO: Sólo tu sentimiento, señora, es el que siento; lo demás todo es nada. CLARA: ¿Todo es nada, don Diego, cuando el lugar se abrasa en vivo fuego, cuando el corregidor, de una estocada venganza pide, ciego? ¿Cuando tres escribanos del rigor se lamentan de tus manos, y el alguacil mayor, por una herida, al cielo da las quejas y la vida? DIEGO: Pues, ¿qué es eso? CLARA: ¿Qué es eso? ¡Harás que pierda el seso! DIEGO: ¿Ves esa resistencia, esas heridas ves, ves esas muertes, ves esas quejas y contrarios fuertes, heridas y alborotos? CLARA: Ya los veo. DIEGO: Pues mucho más me aflige mi deseo. La vida has ofrecido a remediar mis males; para éstos, más mortales, menos, mi bien, te pido. CLARA: ¡Que bien las cosas mides! ¿Menos me pides y el honor me pides? ¿Sin la mano querías gozar las prendas mías? DIEGO: Si a tu bien, dulce dueño, condujese que yo tu esposo fuese, yo, ¿qué más bien quería? Mas--¡ay, señora mía!-- si miro en tu belleza opuesta la Fortuna a la Naturaleza; si es la necesidad más importuna cuanto es más la hermosura y la nobleza, y yo soy por igual pobre y honrado, ¿cómo seré tu esposo, para verme, mi bien, más obligado y menos poderoso? CLARA: No estás enamorado, que el niño Amor no alcanza tanta razón de estado. Para burlar, ingrato, mi esperanza, ¿hallas tantas razones? ¡Oh, qué poco te ciegan tus pasiones! DIEGO: Tú sí que a tu honor miras. ¡Mientes si dices que de amor suspiras! ¿En qué deuda me pones, si en recíproco trato de himeneo la ejecución me vendes del deseo? Vete, falsa, y no digas que me quieres, que no es amor, amor interesado. Ya estoy desengañado, que sólo en lo que agora te he pedido probar tu amor mi pensamiento ha sido, que no verlo, enemiga, ejecutado sin ser esposo tuyo; y pues probé tu falsedad, concluyo con que de aquí adelante ni quiero ser tu esposo ni tu amante. CLARA: Quédate, falso, tú; que pues arguyo tu engaño de tu prueba cautelosa, no quiero ser tu amante ni tu esposa.
Vanse don DIEGO y doña CLARA

FIN DEL PRIMER ACTO

La cueva de Salamanca, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002