ACTO SEGUNDO


Salen ZAMUDIO por una puerta con uas alforjas, y por otra don DIEGO, en cuerpo, con espada, de color
ZAMUDIO: Yo sea muy bien venido. DIEGO: ¡Ya te estaba deseando! ¿Cómo vienes? ZAMUDIO: Vengo andando. DIEGO: ¿Qué has hecho? ZAMUDIO: Lo que he podido. DIEGO: Humor traes. ZAMUDIO: Esta alforja toda la probanza tiene de lo que he hecho, que viene de cartas hasta la gorja. Y por que quién te escribió sepas en término breve, ningún príncipe te debe la carta que recibió. DIEGO: Al fin, al fin, caballeros. ZAMUDIO: Todos los señores vi; cualquier cosa harán por ti, aunque toques en dineros. Cartas de favor dará cualquier de ellos a montones, que como renunciaciones las firman a resmas ya. La grandeza y el valor, la cortesía y nobleza, la humanidad y largueza vive en ellos. Mas, señor, ¿qué traje es éste? DIEGO: El estado lo requiere en que me veo. ¿Qué hay de Madrid? Que deseo saber lo que te ha pasado. ZAMUDIO: Allá vi a tu doña Flor, vuelta en plato. DIEGO: ¿En plato? ZAMUDIO: Sí; que en la comedia la vi puesta en un aparador; pero no sola esta ingrata el aparador tenía, que muchos platos había y los más de ellos de plata. Miraba yo desde el banco en los platos relumbrantes de almendra y pasa los antes, los postres de manjar blanco. Tal fiesta allí se celebra, que halla cualquier convidado platos de carne y pescado, como en viernes de Ginebra. Al salir se han de servir los platos de la vïanda, que al entrar son de demanda, y de vïanda al salir. Vieras, mirando a estos platos, mil mancebitos hambrientos, cual suelen mirar atentos carne colgada los gatos. Ellas no pueden sufrillo, y por pagarse también de cuantos abajo ven, están haciendo platillo. Su capítulo primero es si uno regala o no; segundo, si regaló; si regalará, tercero; y con tal gusto y espacio siguen materia tan mala, que en regala o no regala gastan todo el cartapacio. Mas, ¿cómo con lo que a ti te ha sucedido estos días no me atajas? DIEGO: Divertías, Zamudio, mi pena así. ZAMUDIO: ¿Cómo va de sentimiento con doña Clara? ¿Porfía en su tema? DIEGO: Todavía apellida casamiento. Si al de Ayamonte heredara, no estuviera mal casado, que don Pedro Maldonado, padre de la hermosa Clara, de los caballeros es de blasones más felices. ZAMUDIO: Misas de salud le dices; inmortal será el Marqués. En gran confusión te veo. DIEGO: Pues ya una traza fabrico con un encanto de Enrico para lograr mi deseo, y venga lo que viniere. ZAMUDIO: ¿Y eso sin casarte? DIEGO: Sí. ZAMUDIO: Pues, señor, ¡Cuerpo de mí!, todo lo pierde el que muere. Con razón te determinas; come, si hambriento te ves, y mas que salga después a poder de melecinas. ¡En eso me viera! DIEGO: ¿En qué? ZAMUDIO: En hablar cómo Lucía dé fin a la pena mía sin que la mano le dé, que--¡vive Dios!--que no hubiera en el mundo inconveniente ni imposible tan valiente, que por vencer no venciera. DIEGO: Imítasme de ese modo, pues en no casarte das. ZAMUDIO: Señor, si a la corte vas, lo aborrecerás del todo. DIEGO: Aquí se quede el amor, que en su encanto divertido, de preguntarte me olvido si viene el pesquisidor. ZAMUDIO: Ni ha sido nuevo ni injusto; que en el juvenil cuidado, ¿cuándo el consejo de estado fue primero que el del gusto? DIEGO: De lo importante tratemos. ZAMUDIO: Hablaron al presidente cuál tu amigo y cuál pariente, mas pesquisidor tenemos. DIEGO: ¿Qué me dices? ZAMUDIO: Que no es hombre el presidente de ruegos. Vence a romanos y griegos de recto y sabio, en el nombre. DIEGO: ¿Y viene ya? ZAMUDIO: Atrás quedó; muy presto aquí lo tendrás. DIEGO: ¡Qué buena nueva me das! ZAMUDIO: ¿Y mondo nísperos yo? A ti y al pesquisidor traigo cartas por mitad; para ti las de amistad, para él las de favor. Pero dime: ¿qué se ha hecho don Juan? DIEGO: Por ser, como ves, esta cueva para tres aposento tan estrecho, y por estar de su casa cerca la iglesia mayor, retraído allí, mejor estos infortunios pasa. ZAMUDIO: Bien hace. DIEGO: Quiero leer... Mas los dos Enricos son los que vienen.
Salen el MARQUÉS y ENRICO con manteo y sotana y bonete
ENRICO: La opinión a verme os pudo traer, pero la verdad no puede deteneros. MARQUÉS: ¡Qué humildad! Bien sé yo que la verdad, Enrico, a la fama excede. ¡Don Diego! DIEGO: Señor si da en honrar con su presencia esta casa vuecelencia, claro palacio la hará; y yo, con visitas tales, no sólo no sentiré, mas antes celebraré por venturosos mis males. MARQUÉS: En una carta leí de las que a Lucilio escribe el gran Séneca, que vive el sabio dentro de sí; al cayado y la corona en la choza y el palacio le sobra todo el espacio que no ocupa su persona, y así ni miro en grandeza ni en pequeñez de lugar, porque está con respirar contenta Naturaleza; y yo esta cueva sombría prefiero al palacio rico, pues aquí de vos y Enrico se goza la compañía. ¿Qué hay,de negocios? DIEGO: Señor la feliz nueva me dad si ha dado ya libertad al preso el corregidor. MARQUÉS: Hasta aquí no lo han dejado los médicos visitar, que importa así, por estar de la herida desangrado; en estando bien dispuesto, lo visitaré. DIEGO: Conviene la diligencia, que viene el pesquisidor muy presto. MARQUÉS: ¿Quién el mensajero ha sido de esa nueva? DIEGO: Este crïado, que hoy de la corte ha llegado. ENRICO: Zamudio, ¿que ya has venido? ZAMUDIO: Sí, señor, y no creería, sin verlo, que preguntara una cosa que es tan clara quien sabe nigromancia. DIEGO: ¡Calla, bachiller! ZAMUDIO: En artes por Salamanca lo soy. MARQUÉS: Según lo que viendo estoy, lo serás por todas partes. ZAMUDIO: Los bachilleres aquí en todas partes lo son, que es de esta escuela exención. MARQUÉS: No se perderá por ti. DIEGO: Perdonad, por vida mía, a este grosero hablador, que nunca a los de su humor obligó la cortesía. ZAMUDIO: Si antes que a la corte fuera de bufón me motejaras, sin duda que me obligaras a que un desatino hiciera. MARQUÉS: ¿Qué te obliga a reparar después que a la corte has ido? ZAMUDIO: Estar allá muy valido todo medio de agradar; la lisonja y el gracejo en las nubes; necedad el desengaño y verdad, la fineza y buen consejo. DIEGO: ¿Ya satirizas? Detente, no des en murmurador. ZAMUDIO: No me detengas, señor, que--¡vive Dios!--que reviente. MARQUÉS: Dejadle hablar. ZAMUDIO: No has estado en la Corte, que por eso, aunque en todo eres travieso, eres en esto avisado. Llevóme un amigo un día allá a una junta de hablantes arrojados e ignorantes, y el uno de ellos decía, "Bravas joyas y vestido ha echado doña Fulana, mas es hermosa, y lo gana con preceto del marido." Codeó mi camarada y dijo, "El que hablando está, come de lo que le da una hija emancipada." "¡Andar!" dijo otro mocito, el marido no hace bien, porque en la ley de Moisén tal preceto no hay escrito." Segunda vez codeó mi amigo y dijo, "El mozuelo lo sabe bien, que su abuelo en Granada la enseñó." "¡Andar!" otro reposado, con un suspiro profundo dijo, "Ésos gozan del mundo, ¡ay del pobre que es honrado!" Vi venir otro codazo, mas escapéme y salí, porque a detenerme allí, sacara molido el brazo. DIEGO: ¡Que la corte sufra tal! ZAMUDIO: Pues esto, ¿es mucho? Un letrado hay en ella tan notado por tratante en decir mal, que en lugar de los recelos que dan las murmuraciones, sirven ya de informaciones en abono sus libelos; y su enemiga Fortuna tanto su mal solicita, que por más honras que quita, jamás le queda ninguna. DIEGO: ¿Cuándo tuviste lugar de ver tanto? ZAMUDIO: ¿Es menester mucho tiempo para ver lo que nos ha de enfadar? MARQUÉS: Al fin, ¿con la corte vienes enemistado? ZAMUDIO: No vengo, que con su grandeza tengo gran simpatía. ENRICO: ¿Qué tienes, Zamudio, por simpatía? ZAMUDIO: ¿Acaso para saber traducirla es menester estudiar nigromancia? ¡Qué falso estáis! Ya sabemos que sois mágico, mas yo lo soy también; y si no, para probarlo, apostemos que sin quitarme de aquí, y sin que el pulso me deis, os digo dónde tenéis un dolor. ENRICO: ¿Adónde? ZAMUDIO: ¡Ahí!
Dale un golpe ZAMUDIO, y señala donde le da
ENRICO: ¡Pagaréismela, a fe mía! ZAMUDIO: Aquí no os valió la ciencia. DIEGO: Majadero, la insolencia no entra en la bufonería. MARQUÉS: No le riñáis, que no vi jamás tan raro sujeto. ZAMUDIO: Soy tan raro, que os prometo que se vio cuando nací un caso, que ni se vio otra vez de Adán acá, ni otra vez sucederá. MARQUÉS: ¿Y fue el caso? ZAMUDIO: Nacer yo. ¡Mamóla! DIEGO: ¡Qué grosería! MARQUÉS: ¡Pagaréisla, por mi fe! DIEGO: Vete a descansar. ZAMUDIO: Sí haré; mas será viendo a Lucía. MARQUÉS: ¡Buenos nos dejas! ZAMUDIO: Señores, contra estudiante gorrón, salmantino socarrón, non praestant incantatores. ENRICO: Presto lo veréis. ZAMUDIO: ¡Lucía!
Sale LUCÍA con manto y una canastilla cubierta y una bota
LUCÍA: ¡Zamudio! DIEGO: Mucho me holgara que este arrogante probara si vale nigromancía contra gorrón salmantino. MARQUÉS: Una burla le he de hacer bien graciosa. ENRICO: Para ver la que yo hacerle imagino, os retirad a esta parte. DIEGO: Pues juntos de magia veo los dos Apolos, deseo veros ejercer el arte.
Vanse ENRICO, el MARQUÉS y don DIEGO
ZAMUDIO: ¡Tanto ha podido la ausencia! LUCÍA: Tanto la ausencia ha podido, que en mi corazón ha hecho lo que no tantos servicios. La memoria sin cesar luchando estaba conmigo, representando tus hechos y refiriendo tus dichos. Al fin hoy, cuando pasaste por mi calle de camino, te estaba envïando el alma a la corte mil suspiros; mas en viéndote en achaque de ir a jabonar al río, para merendar los dos previne este canastillo. Ven, por que a orillas del Tormes haga los peñascos fríos de mi firmeza y mi gusto mudos y eternos testigos. ZAMUDIO: Vamos, mi bien, entre tanto que a la ausencia sacrifico, por lo que alcanzo por ella, lo que en ella he padecido. Haréle estatua de barro, pues no puedo de oro fino; colgaré un gorrón de cera en su templo, agradecido; que si un rey a las cebollas altares y templos ricos, porque con ellas sanó de unas cuartanas, les hizo, más lo merece la ausencia pues que por ella mitigo las fiebres de mi deseo y de tu desdén los fríos. LUCÍA: A Tormes hemos llegado sin sentir. ZAMUDIO: Forzoso ha sido, que con buena compañía no se sienten los caminos.
Póngase un canal de dos peañas; la una que sirve de escotillón al tablado. En ésta se sienta Lucía la otra, vara y cuarta en alto, sobre la cual está formada una peña de lienzo, hueca, y en ella está escondido un león. Descubre LUCÍA el canastillo, en cuya boca ha de estar una tablilla de su tamaño, con pan y fruta y tocino fingido
LUCÍA: Debajo de este peñasco, para estar más escondidos, a merendar nos sentemos. ZAMUDIO: ¡Oh, peñasco, paraíso donde estos postreros padres tendrán los primeros hijos! LUCÍA: Fruta de Toro te traigo, pan de flor, pernil cocido. Empieza a comer, Zamudio. ZAMUDIO: Blasphernasti contra el vino, que fuera de que el lugar primero le es tan debido, el fuego ha de estar debajo, según buenos aforismos, para hacer el cocimiento.
En diciendo ZAMUDIO "Blasphemasti..." etc., torna a cubrir LUCÍA el canastillo] con el lienzo, y tira de un cordelillo que ha de tener la tablilla secreto, con que se vuelve, y queda hacía arriba carbón, que ha de estar fingido; asienta la canastilla
LUCÍA: Dices bien. ZAMUDIO: ¿Que hubiera sido de nosotros a no haber tantos moros y judíos? LUCÍA: ¿Por qué? ZAMUDIO: Porque si en el mundo todos comieran tocino y bebieran vino todos, ¿quién alcanzara un pellizco? ¡A la salud de los dos encantadores Enrícos! ¡Así no puedan vengarse de mis muecas, sus hechizos!
Toma ZAMUDIO la bota, y al levantarla para beber se la toman de dentro de la peña
¿Qué es esto? ¿Qué es de la bota? LUCÍA: Yo, ¿qué sé? ZAMUDIO: Tu la has cogido. LUCÍA: Búscala. ZAMUDIO: ¡Válgame Dios! ¿Hala tragado este risco? Las peñas suelen dar agua, mas no suelen beber vino. ¡Pues los dos estamos solos! Ya que la bota he perdido, al pan y tocino apelo.
Descubre el canastillo, y parece el carbón
Mas, ¿qué es esto? ¡Vive Cristo, que cuanto estaba en la cesta en carbón se ha convertido! LUCÍA: ¿Es esto encanto, Zamudio? ZAMUDIO: Los mágicos imagino que andan por aquí. Lucía, no tengas miedo, bien mío, que al menos en las personas no tiene fuerza el hechizo. Goce yo tus dulces brazos, que del encanto me río.
Va a abrazar a LUCÍA y húndese y cae el león en su lugar y abrázalo y vase el león
¡Válgame San Anastasio, San Panucio, San Francisco, San Hernando, San Gonzalo, San Baltasar, San Cirilo! ¡Válganme las letanías!
Salen don DIEGO, el MARQUÉS y ENRICO
ENRICO: ¡Tente, Zamudio! ¿Qué has visto? ZAMUDIO: ¡Guarda el león! ENRICO: ¿Qué león? DIEGO: Extremada burla ha sido. ZAMUDIO: ¿Adónde estoy? ENRICO: En mi cueva. ZAMUDIO: ¿No estaba agora en el río? ENRICO: "Non praestant incantatores contra gorrón salmantino..." ZAMUDIO: ¡No imaginé que serían los magos tan vengativos! Pescar la merienda, vaya, y vaya ausentar el vino; mas hacer brindis al gusto para deleites lascivos, y al tiempo de "cierra España," en su punto el apetito, convertir una mujer en león, y cuando embisto a tocar manos y labios topar garras y colmillos, ¡vive Dios que fue mal hecho! Y el inhumano que hizo tal metamorfosis, fue, no burlón, sino enemigo, y para desagraviarme lo reto y lo desafío. MARQUÉS: Tente, que yo quiero hacer estas paces con Enrico; y por que salga el remedio de donde el daño ha salido, pues por hechizo perdiste tu dama, por un hechizo que he de enseñarte, la harás que ciegue amor sus sentidos. ZAMUDIO: ¿Ha de haber otro león? DIEGO: ¡Eso es miedo! ZAMUDIO: Algún judío tendrá miedo a los encantos; que yo creo en jesucristo. MARQUÉS: Por la fe de caballero, de cumplirte lo que digo, si tienes ánimo tú. ZAMUDIO: ¡Poco sabes de Cupido! Más animoso seré que el ingenio más divino que se atreve a hacer comedias, después que se usan los silbos. MARQUÉS: Pues, oye lo que has de hacer. Hoy da capital castigo la justicia a un delincuente, y sus miembros, divididos, para público escarmiento han de ocupar los caminos. Pues como de su cabeza quites dos dientes tú mismo, verás rendida tu ingrata. ZAMUDIO: Dientes tiene el artificio, porque me puede agarrar la justicia en el camino, y ponerme donde sirvan mis dientes a otros hechizos. MARQUÉS: En eso yo te aseguro. ZAMUDIO: Yo no. DIEGO: ¿No basta decirlo, necio, el Marqués de Villena? ZAMUDIO: ¿Es algún joyel de vidrio la vida, para arrojarla a tan notorio peligro? MARQUÉS: Seguro vas con que lleves en el índice este anillo. ¡Por la fe de caballero!
Dale una sortija
ZAMUDIO: Agora si te acredito; que aunque tan poca se ve en los nobles de estos siglos, es porque toda a la casa de Girón se ha retraído.
Vase ZAMUDIO
DIEGO: ¿Qué burla hacerle podéis, tras lo que habéis prometido? MARQUÉS: ¿Veis todo lo que he jurado? Pues todo pienso cumplirlo, y conseguir mi intención. Porque lo que yo le he dicho es que irá seguro, y tiene esa virtud el anillo; y que si quita dos dientes él mismo al cadáver frío, verá rendida su ingrata. Yo cumpliré lo que digo, si él los quita. DIEGO: Pierda el necio, escarmentado, los bríos. ENRICO: Sólo despreció las ciencias quien no las ha conocido.
Vanse todos. Sale un VERDUGO con un varal, y en la punta de él una cabeza; mete el varal, que ha de ser de dos varas, en un agujero en medio del teatro, y vase; ZAMUDIO sale tras él
ZAMUDIO: Verdugo de Barrabás, ¿dónde piensas dar conmigo? Ya de mi intento el castigo en el cansancio me das. La cabeza desdichada, de su cuerpo dividida, después de perder la vida, ¿adónde va desterrada? Gracias a Dios que te plugo parar, que ya yo temía que por encanto me huía la cabeza y el verdugo. Mas no; su palabra ha dado el Marqués, y cumplirá como caballero. Y ya sus verdades he tocado, pues que sin ser conocido, ni aun visto, seguramente por medio de tanta gente la ciudad he discurrido. Demonios son, vive Dios, los magos: yo lo confieso, y si no me falta el seso, no más burlas con los dos. ¡Ay, fregona, en qué me pones! Mas, ¿quién sino tú podía ser la Venus, mi Lucía, de este Adonis de gorrones? Solo estoy ya. Camarada, dos dientes me habéis de dar, pues a mí me han de importar y a vos no os sirven de nada. Abrid la boca.
El varal de la cabeza es barrenado hasta la boca; por debajo del teatro pondrán la boca en el barreno, de manera que salga la voz por la cabeza
CABEZA: ¡Ay de ti, Zamudio! ZAMUDIO: ¡Cielo! ¿Qué es esto? ¡Ay, Zamudio, en qué te has puesto! ¿No habló la cabeza? Sí. Húmedo estoy de temor. Hechiceras animosas, ¿quién os da para estas cosas, siendo mujeres, valor? No en balde Enrico me dijo, "Si tienes ánimo tú..." Del arte de Bercebú los efetos me predijo. Sin duda que es encantada la cabeza. Puede ser; mas a mi, ¿qué me han de hacer todos los hechizos? Nada. Quéjese, si se quejare por arte de encantamento; que yo he de seguir mi intento, y tope donde topare. Mas, ¿qué sirve presumir de valiente, en ocasiones tan fuertes, que los calzones no me han de dejar mentir? ¡Animo! Que lo peor es tener miedo a estas cosas; que a no ser dificultosas, ¿que hazaña hiciera el valor?
Por el barreno del varal va un hilo de pólvora hasta la boca de la cabeza, donde está un cohete; danle fuego al hilo por debajo del teatro, y en ardiendo, tiran del varal, y húndese debajo del teatro él y la cabeza
¿No lo dije yo? ¡Ay de mi, señora cabeza, digo que de todo me desdigo, y como un cuero mentí.
Vase ZAMUDIO. Salen doña CLARA, rompiendo un papel, y LUCÍA
CLARA: Ya te he mandado, Lucía mil veces, que no me mates ni des recados ni trates de cosas de don García. LUCÍA: Como preso está, pensé que algo en el papel trataba que a su negocio importaba. CLARA: ¡Buena excusa, por mi fe! ¿Háceste boba? Pues sabe que el que una vez malo ha sido, siempre por malo es tenido. Y para que esto se acabe, de mí despedida estás desde el momento, Lucía, que trates de don García. LUCÍA: Señora, no lo haré más. CLARA: ¿Un hombre que es tan amigo de don Diego, me pretende? LUCÍA: Él de don Diego no entiende que trata amores contigo. (¡Oh, amorosas variedades! Aparte ¡Qué reñidos se apartaron, y que fácil conformaron otra vez las voluntades!) CLARA: ¿Es ya tarde? LUCÍA: Las diez son. ¿Quieres acostarte? CLARA: Sí.
Silban dentro
Desnuda...Pienso que oí un silbo. LUCÍA: Estos silbos son de Zamudio. CLARA: Hablarle quiero. ¿Está mi padre acostado? LUCÍA: Jugando está embelesado, los ojos en el tablero, toda la imaginación en un lance de ajedrez. CLARA: Mire la dama esta vez, que se le arrima un peón. Abre a Zamudio. LUCÍA: ¿Entrará o saldrás al corredor? CLARA: Que entre Zamudio es mejor, porque llamarme podrá mi padre, y no será bien que me halle fuera de aquí. LUCÍA: Bien dices.
Vase LUCÍA
CLARA: Amor, por ti tales excesos se ven. Por ti la honesta doncella aventura su opinión, y el más prudente varón vida y honor atropella; el lince te sigue, ciego; desnudo, a Marte sujetas; hieren al sol tus saetas, y vence al suyo tu fuego.
Salen LUCÍA, y ZAMUDIO, disfrazado con una nariz postiza
LUCÍA: Entra quedo, y otra vez me abraza, y di, ¿cómo vienes de la corte? ¡Ay, Dios! ZAMUDIO: ¿Qué tienes? LUCÍA: ¿Qué es esto, justo jüez?
Quítase ZAMUDIO el disfraz
ZAMUDIO: Vuelva la piedra a su centro. LUCÍA: Todo te desconocí. ZAMUDIO: El francés me puso así por si a la justicia encuentro; que al disfrazarme, juró, con un encanto que hacía, que no me conocería la madre que me parió. CLARA: ¡Zamudio! ZAMUDIO: Hermosa señora! CLARA: ¿Vienes bueno? ZAMUDIO: Bueno, y tengo mil cosas, de donde vengo, que contar, no para agora. Si hay lugar, manda a Lucia que pase del corredor un cajón, que mi señor con este papel te envía. CLARA: Gusto esa nueva me ha dado. Jugando mi padre está. Pasar sin riesgo podrá, sordo está de embelesado.
Vase LUCÍA
ZAMUDIO: ¡Que se pase un año entero un vicio, absorto en los lances, cantando antiguos romances a la orilla de un tablero, diciendo con mucha flema, "Jaque, y tome mi consejo, a huir, que viene Vallejo. ¡Tenga, mire que se quema!" ¿Pues qué? Si da en señalar con el dedo el ajedrez, pienso que a muerte otra vez condena al rey Baltasar.
Salen LUCÍA y un GANAPÁN, con un cajón de la estatura de un hombre; pónelo en pie a raíz del vestuario
LUCÍA: Poned el cajón aquí. ZAMUDIO: Quedo, no lo hagáis pedazos. GANAPÁN: Ni son de acero mis brazos, ni él de pluma, ¡pese a mí! ZAMUDIO: Id con Dios. GANAPÁN: Mande vuacé darnos para echar un trago. ZAMUDIO: Nunca yo dos veces pago. GANAPÁN: ¡Cuerpo de Dios! ¿Concerté subir escaleras yo? De balde las he subido. Cuando me dé lo que pido, ¿iráse al infierno? ZAMUDIO: No.
Dale dinero doña CLARA al GANAPÁN
CLARA: Hablad más bajo, y tomad. Id con Dios. salga Lucía con él. Nunca yo querría
Vanse LUCÍA y el GANAPÁN
por ninguna cantidad con gente baja rüido. ZAMUDIO: No es justo que un bellacón salga así con su intención. CLARA: Siempre al fin queda vencido el que pide del que da. Vete a Dios, Zamudio amigo, que es tarde. ZAMUDIO: Él quede contigo.
Sale LUCÍA
LUCÍA: ¿Vaste? ZAMUDIO: ¿Quedaréme acá? LUCÍA: No sufrirá mi camilla ancas, Zamudio, que es corta. ZAMUDIO: Que no las sufra, ¿qué importa, si tengo de ir en la silla? LUCÍA: Sin casamiento, no admito en mi cama convidado. ZAMUDIO: Tu cama es un buen bocado; pero casarse es buen grito. LUCÍA: Pues quien ama y eso niega, tome lo que le viniere, que si un gorrón no me quiere, más de un bonete me ruega. ZAMUDIO: Pues que con tal condición, Lucía, te has de vender, siempre te quieres volver, al abrazarte, en león.
Vase ZAMUDIO
LUCÍA: ¿Acabaste de leer? CLARA: Ya he leído. LUCÍA: ¿Qué invención es la de aqueste cajón? CLARA: ¿Tanta priesa? LUCíA: Soy mujer. CLARA: Oye, pues, y no te espante mi pensamiento atrevido, que siempre el Amor lo ha sido, y sabes que Soy amante. Hame contado don Diego que en la cueva donde está retraído, hay una estatua con cabeza de metal, que, por un secreto aliento de espíritu celestial, disuelve, a quien le pregunta, la mayor dificultad; dice el estado presente de los que ausentes están, y de venideros casos ciertos pronósticos da. Pues yo, que en un punto tengo de mujer curiosidad, de enamorada temores, recatos de principal, para salir de estas dudas la pretendo consultar, y fingiendo otros intentos se la he pedido al Guzmán. Él, como tiene en la mía el norte su voluntad, hoy la estatua me ha envïado, que en este cajón está; y en este papel me envía figurada una señal, que formándola en su boca, es la que la obliga a hablar. Dice que cuando la noche haya hecho la mitad de su curso, y las estrellas vaya escondiendo en el mar, quien a solas la consulte grandes misterios sabrá, y en particular, en cosas de amor, la cierta verdad, porque entonces está Venus puesta en no sé qué lugar, que es más propicio al encanto que tanta fuerza le da. Esto contiene el cajón. Si tienes qué consultar, llega conmigo, y haré la misteriosa señal; que me has de dejar, Lucía, sola, si las doce dan; que quiero de mis amores saber en qué han de parar. LUCÍA: ¿Tendrás ánimo, señora? CLARA: El Amor me lo dará. ¿Y tú? LUCÍA: Para tales cosas, ¿faltóle a mujer jamás? ¿Hay alguna que no tenga, si ausente o celosa está, un poco de echar las habas y un mucho de conjurar, el cedacillo, el rosario --que de eso les sirve ya-- el chapín y la tijera, espejo de agua o cristal, las candelillas y sierpe de cera, que vueltas da entre el agua y fuego, y prendas de la dama y el galán? Mujer hay, que el ir a misa sola, gran miedo le da, y a media noche un ahorcado sabe a solas desdentar. CLARA: Cierra la puerta, Lucía. No entre mi padre. LUCÍA: Ya está cerrada.
Abren el cajón; parece una estatua con la cabeza de color de metal
¡Ay, Dios! Todavía me da miedo su fealdad. El cabello se me eríza; frío de cesión me da. CLARA: También estoy yo temblando, si he de decir la verdad. Pero ya estamos aquí.
Hácele en la boca a la estatua una señal, como letra, con el dedo
Quiero hacerle la señal. Pregúntale algo, Lucía. LUCÍA: Tu preguntarle podrás que yo no sabré, señora. CLARA: Confiesas tu necedad, que en nada se muestra un sabio como en saber preguntar, y un necio se manifiesta preguntando mucho y mal. Mas pregunta, aunque te yerres. LUCÍA: Encomiéndome a San Blas. Señora estatua, yo pido que me diga cómo está. CLARA: ¡Qué disparate! LUCÍA: Escuchemos la respuesta que nos da. CLARA: ¿Había de responder a tan grande necedad? Aun acá, un hombre rüín, si se ve en alto lugar, se indigna de que ninguno le pregunte cómo está, y por no dar por respuesta que está a su servicio, hará más trazas que un extranjero, más trampas que un natural. ¿Qué quieres que te responda esta cabeza, incapaz, o por bronce o por divina, de tener enfermedad? Otra cosa le pregunta, dificultosa. LUCÍA: Ya va. ¡Agora sí que has de ver, señora, mi habilidad! PEDRO: ¡Hola! Dentro
Cierra doña CLARA el cajón
CLARA: Mi padre llamó. Véle presto a desnudar, no se venga acá. LUCÍA: Yo voy. CLARA: Cierra esa puerta tras ti, y si pregunta por mí, di que ya durmiendo estoy. LUCÍA: Las doce dan. ¿Volveré? CLARA: No tan presto, porque quiero consultar sola primero mi amor; yo te llamaré. LUCÍA: Tu miedo mi sangre enfría. CLARA: Estáte en el corredor, que si me aprieta el temor, te daré voces, Lucía.
Vase LUCÍA. Sale luego don DIEGO
Amor y desconfïanza juntos sin duda han nacido, que aun del Amor ya creído es fuerza temer mudanza. Perdona, don Diego mío, que como tanto te quiero, o firmezas desespero o verdades desconfío. Mucho me obliga a creer tu servir y porfïar, mas no quererte casar no da menos que temer. Y así mi temor querría saber en esta ocasión la verdad de tu afición o el engaño de la mía
Abre el cajón, y sale de él don DIEGO, que el cajón ha de tener la espalda también hecha puerta, que se abre hacía el vestuario, de suerte que la gente no lo echa de ver; y así, cuando doña CLARA cierra el cajón, abren la puerta trasera, y quitan la estatua, y entra don DIEGO
CLARA: ¡Ay, Dios! DIEGO: Mi querida Clara, no temas: don Diego soy. CLARA: ¡Jesús! DIEGO: Sí contigo estoy, ¿qué temes? Muestra esa cara. Si piensas, señora mía, que miente esta obscuridad, para saber la verdad muestra el rostro, y saldrá el día. CLARA: ¿Eres don Diego de veras? DIEGO: Pues, ¿quién otro puede ser el que se atreva a emprender por tu amor tales quimeras? CLARA: Déjame, encanto o visión, que eras duro bronce agora. DIEGO: Yo soy la verdad, señora; que el bronce fue la ilusión. Por estar aquí Lucía aquella forma tomé, porque solo deseé verte sola, gloria mía; que a este fin, mis ojos claros, te escribí que si quisieras saber nuevas verdaderas de amor y misterios raros, en pasando la mitad de la noche, sola hablaras con la estatua. CLARA: ¡Muestras claras de tu engaño y falsedad! DIEGO: Que no te he engañado creo, pues que te vengo a mostrar altos misterios de amar y verdades de un deseo. No son injustos ni extraños, señora si bien los mides, en la guerra los ardides y en el amor los engaños. De que busque no te enfades, con un engaño, lugar quien no lo puede alcanzar a fuerza de mil verdades.
Abrázase con ella para forzarla
Perdóname, que no quiere el Amor que espere más. CLARA: ¡Ah, don Diego, loco estás! DIEGO: Loco está quien no lo fuere, donde convida el Amor con tal gloria. CLARA: ¡Daré voces, don Diego! Mal me conoces. DIEGO: Publica tu deshonor, que yo, aunque el mundo lo intente, no puedo ser ofendido, del encanto prevenido. CLARA: ¡Mal haya quien tal consiente! Mas aunque él te ayuda tanto, de la vitoria confío; que sobre el libre albedrío tiene fuerza el encanto. DIEGO: Tendránla mis fuertes brazos. CLARA: ¡Vive Dios que he de vivir honrada, o he de morir en ellos hecha pedazos!
Éntranse peleando

FIN DEL SEGUNDO ACTO

La cueva de Salamanca, Jornada 3


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002