ACTO SEGUNDO


Sale doña INÉS, vestida de hombre, con
espada
INÉS:             ¿Qué provincia o qué nación,
               qué montes inaccesibles,
               qué peligros, qué imposibles,  
               qué marañas, qué invención,
                  qué empresa nunca intentada,
               qué guerra de más poder
               no emprenderá una mujer
               cuando está determinada?
                  Conmigo probarlo puedo
               pues con aqueste vestido,
               siendo mujer, he venido
               desde Galicia a Toledo.
                  Desde aquí ponen a dos leguas;
               hoy podré llegar allá,
               y ya mi inquietud podrá
               dar a mis trabajos treguas.

Salen don LUIS y CARRASCO, de peregrinos
LUIS:             Contra mi estrella porfío.
               Salió mi camino en vano.
CARRASCO:      Ganó la muerte de mano
               y acogóse con tu tío.
LUIS:             ¿Qué quieres?  Al fin es muerte.
CARRASCO:      ¡Buen lance habemos echado!
LUIS:          Carrasco, al que es desdichado
               se le vuelve azar la suerte.
                  Como murió ab intestato
               y el papa fue su heredero
               tiró con todo el dinero,
               plata, hacienda, y aparato.
CARRASCO:		¡Bueno por servirte quedo!
               ¿Dónde habemos de ir así?
LUIS:          Deudos he de hallar aquí
               de los nobles de Toledo.
                  Castros y Sotomayores
               hay aquí muy caballeros
               y muy ricos.
CARRASCO:                  Los dineros
               son los parientes mejores.
                  Nunca en parientes me fundo;
               por negarte, negarán
               que no desciendan de Adán.
               No hay tal pariente en el mundo
                  como el dinero en la mano.
               Éste es pariente de veras;
               que lo demás es quimeras.
               Él es padre, primo, hermano.
LUIS:             Carrasco, lo propio pienso
               que se usa el cualquier lugar.
CARRASCO:      Hay parientes al quitar
               que son de casta de censo.
                  Pero, dejado esto, di,
               ¿es cierto que en esta aldea
               te quiés quedar, porque vea
               el amor que vive en ti
                  la aldeana a quien libraste?
LUIS:          Será, Carrasco, tan cierto
               que si no quedo, soy muerto,
CARRASCO:      ¡De presto te enamoraste!
                  Vamos, señor, a la corte;
               que allí se abrevian mil mundos
               y viven los vagamundos.
               Darás a tu vida un corte.
LUIS:             Muerto estoy.
CARRASCO:                       Tu flema es buena.
               Vivo estás.
LUIS:                     Mi cuerpo en calma
               es purgatorio del alma.
CARRASCO:      Luego serás alma en pena.
LUIS:             Sin duda.
CARRASCO:                   El diablo te envidie
               de aquesa suerte tu amor.
               Un responso va, señor.
LUIS:          ¿Qué?
CARRASCO:           Peccatem me quotidie.
INÉS:             (¡Válgame Dios!  Si el deseo      Aparte
               no me causa estos antojos,
               ¿no es mi hermano el que a mis ojos
               con Carrasco hablando veo?
                  Quiero hablarle.)
LUIS:                              Cosa es llana
               que he de encubrirme grosero.
INÉS:          (Mi hermano es. Hablarle quiero.      Aparte
               Pero no; que soy su hermana
                  y al verme aquí de esta suerte
               que se disguste no hay duda.
               Murió mi tío; es sin duda;
               su pena dice su muerte.
                  Sin darle parte de nada
               le seguiré de este modo
               para no le ser en todo
               mujer y carga pesada.
                  Quiero escucharlos que oí
               no sé qué de amor.
CARRASCO:                         Es sueño,
               siendo el lugar tan pequeño,
               quererte quedar aquí.
LUIS:             Calla y vamos.
CARRASCO:                       Poco a poco,
               te voy, señor, comparando...
LUIS:          ¿A quién, animal?
CARRASCO:                         A Orlando,
               por otra Angélica loco.

Vanse don LUIS y CARRASCO
INÉS:             Yo vine a buena ocasión.
               Aquí me importa quedar
               para que pueda estorbar,
               si no es buena, esta afición.
                  No haga algún desatino,
               que Amor, como ciego y loco,
               puede mucho y sabe poco.

Salen don PEDRO y LINARDO, sin ver a INÉS
PEDRO:         Sin duda que el peregrino
                  debió de bajar del cielo
               para castigar la injuria
               que mi enamorada furia
               hizo a un ángel en el suelo.
LINARDO:          ¡Extrañas fuerzas!
PEDRO:                               ¡Notables!
LINARDO:       Diamantes eran sus brazos.
PEDRO:         Piedras hicieron pedazos
               sus golpes incomportables.
LINARDO:          A no hüír de ellos y de él
               yo te aseguro, señor,
               que él acaba con tu amor.
PEDRO:         La ocasión perdí por él
                  de la mujer más hermosa
               que toda España ha tenido
               y, porque estaba ofendido
               el padre honrado, fue cosa
                  digna de mi noble casa
               restaurar mi fama así.
               Agora se la perdí
               en su casa por mujer
                  y, entrando en cuerdo consejo
               consigo, a poca distancia
               reparando en la ganancia
               --propia condición de viejo--
                  y la mucha calidad 
               con que sus nietos honraba,
               pues con su hacienda juntaba
               mis armas y calidad;
                  con palabra y juramento,
               me prometió que sería
               Angélica esposa mía.
               No es igual el casamiento;
                  pero tampoco seré
               el primer noble que esposa
               llame a una aldeana hermosa.
               Ni mi sangre afrentaré
                  que, al fin, es cristiana vieja
               de todos cuatro costados
               y, sus deudos agraviados
               del robo, no tendrán queja
                  viendo que repara el daño
               con tomarla por mujer.
LINARDO:       El casamiento ha de ser
               murmurado, como extraño,
                  pero a tal resolución
               aconsejarte no quiero.
INÉS:          (Basta, que este caballero          Aparte
               también aquí tiene afición. 
                  No es posible que en lugar
               donde tantos se enamoran,
               sino que villanas moran
               de hermosura singular.
                  Aficionándome voy
               al lugar, pues que tal hombre
               quiere en él bien.)

Reparando en doña INÉS
PEDRO:                              Gentilhombre,
               ¿sois de Toledo?
INÉS:                           No soy,
                  sino gallego.
LINARDO:                        ¿Gallego?

A don PEDRO
Para envïar un recado,
               será muy lindo crïado
               que volverá con él luego.
PEDRO:            ¿Y qué buscáis aquí?
INÉS:          A un señor que quiera ser
               mi amo.

A LINARDO
PEDRO:                  Buen parecer
               tiene el rapaz.

A doña INÉS
Pues, vení;
                  que yo os quiero por mi paje.
INÉS:          Dame los pies, o la mano,
               por lo que en servirte gano.
LINARDO:       ¡Muy gentil matalotaje
                  llevamos!  ¡Mozo gallego!
               ¿Sabes cuán chancero es
               que sirve un año y después
               toma las de Villadiego?
INÉS:             Oye, señor gentilhombre,
               trate a los gallegos bien;
               que no los conoce.
PEDRO:                            Ven,
               que es un loco.  Di tu nombre.
INÉS:             Guzmán me llamo, señor.
LINARDO:       ¿Y no quieres que le tache?
INÉS:          Pues no es el de Alfarache.
LINARDO:       El talle tenéis peor.
INÉS:             (¿Qué más puedo desear        Aparte
               si se me ha cumplido todo?
               Que sirviendo de este modo
               y acudiendo a este lugar
                  --pues que ha de venir es llano
               quien en él busca mujer--
               cada instante podré ver
               los intentos de mi hermano.)
PEDRO:            ¿Sabrás llevar un billete?
INÉS:          Y volver con el recado
               porque, aunque gallego, andado
               tengo ya de Alcalá a Huete.
PEDRO:            Vamos, que te he de querer.
INÉS:          Yo y todo te voy queriendo 
               poco a poco.
PEDRO:                      No te entiendo.
INÉS:          Ni yo me doy a entender.

Vanse todos.  Salen FULGENCIO y ANGÉLICA
FULGENCIO:        Don Pedro al fin me ha pedido
               que le aceptes por esposo;
               es noble y en generoso
               y digno de ser tenido
                  por yerno de un titulado.
               Ya sabes, hija, que vino
               a extremo su desatino,
               que te hubiera deshonrado
                  si un peregrino del cielo
               no remediara tu ulraje;
               que pienso que en aquel traje
               San Roque bajó hasta el suelo.
                  Ya ves que te quiere mucho.
               Ama a este caballero
               que amor, nobleza y dinero
               alcanzan y pueden mucho.
                  Honrar tu casa desea;
               pues con los nobles te igualas,
               trueca en cortesanas galas
               las toscas de aquesta aldea.
                  Un comendador te ama.
               Desde hoy no tienes de ser,
               hija, aldeana mujer
               sino cortesana dama.
                  Ea, toma mi consejo
               y haz lo que te mando yo;
               que aunque caballero no,
               soy, hija, cristiano viejo.
                  Entre la sangre española
               la mía, aunque labrador,
               tiene limpieza y valor.
               Tú eres mi heredera sola
                  y así en mis años postreros
               honroso fin me darás
               si casándose me das,
               hija, nietos caballeros.
                  ¿Qué me respondes?
ANGÉLICA:                           Que soy
               labradora y, pues soy tal,
               solamente con mi igual
               resuelta en casarme estoy.
                  Harta honra el cielo me dio;
               que no pretendo yo aquí
               esposo que honre a mí
               sino esposo que honre yo.
                  Labradores verdaderos
               somos y en serlo me fundo.
               Labradores tuvo el mundo
               primero que caballeros.
                  Las galas de corte deja.
               aunque adornarme presumas;
               que no con ajenas plumas
               fue más noble la corneja.
                  Y aunque la honra y  provecho
               te prometan mucho medro
               por ver tan rico a don Pedro
               y con una cruz al pecho,
                  despréciale en testimonio
               de que es flaca la mujer,
               y no hará poco en traer
               la cruz de su matrimonio;
                  que el deseo que produces
               le malograrás después,
               si dar en tierra me ves
               por no poder con dos cruces.
                  De su nobleza el decoro
               con escudos de armas medra;
               mas con escudos de piedra,
               y tú los tienes de oro,
                  y no por sus nobles armas
               mi peligro has de querer;
               que temerá la mujer
               marido con tantas armas.
FULGENCIO:        Harás tú lo que yo mandare,
               o verá el cielo presente
               que a hija desobediente
               hay padre que la repare.
                  Mi rigor hará que tuerza
               su brazo a tu libertad
               haráslo de voluntad
               o, si no, lo harás por fuerza.
                  Esas quimeras reporta
               y necias bachillerías;
               de plazo te doy tres días.
               Mira en ellos lo que importa
                  mientras la vida o el sí
               me das.
ANGÉLICA:              Siendo de esa suerte,
               el sí daré de mi muerte.
FULGENCIO:     Yo sé que lo harás por mí.

Vase FULGENCIO
ANGÉLICA:         ¿Cómo podrá admitir el alma dueño
               que ablande su dureza, si es de encina?
               Ni, ¿qué provecho hará la medicina
               a quien la muerte sepultó en su sueño?
                  Fuego pide a la nieve, lengua al leño
               mi padre, que mi alma es peregrina
               pues, siendo Amor bordón, mi fe esclavina,
               por ver un peregrino la despeño.
                  ¡Válgame Dios!  Si fue san Roque divino,
               ¿quién me dio libertad y dejó loca?
               Que después que le adoro, desatino.
                  Mas no, que amor humano me provoca
               y, cuando Roque sea el peregrino,
               en no amar a don Pedro seré roca.

Salen don LUIS y CARRASCO, de villano, sin ver a ANGÉLICA
CARRASCO:         No ha sido malo el vïaje.
               Más loco eres que un poeta.
               En mudando la veleta,
               hemos de mudar de traje.
LUIS:             Quiero hallar mi bien así.
CARRASCO:      ¿Quién es tu bien?
LUIS:                              Mi ángel es.
CARRASCO:      Patudo, pues tiene pies.
LUIS:          Calla, necio, que está aquí.
ANGÉLICA:         ¿Qué es esto?  ¿Qué gente es ésta?
               ¡Hola!  ¿Cómo aquí os entráis
               sin llamar?  ¿A quién buscáis?

CARRASCO habla aparte a su amo
CARRASCO:      Tú puedes dar la respuesta.
                  Llégate que, vive Dios,
               que diga que eres don Luis.
ANGÉLICA:      Decid a lo que venís.
LUIS:          Hemos sabido los dos
                  que ha menester su mercé
               un mozo.
CARRASCO:              Aunque fera hechizo,
               no lo hallara más rollizo
               que es el bueno de Tomé.
ANGÉLICA:         Venís muy mal informado;
               que no es menester en casa
               crïados.
LUIS:                   Pues si eso pasa,
               un romero me ha engañado.
ANGÉLICA:         ¿Cómo?  ¿Romero?  Escuchad,
               ¿qué romero?
LUIS:                       Un peregrino
               topé anoche en el camino
               y dijo, "Al pueblo llegad
                  y en casa de una aldeana
               Angélica en rostro y nombre,
               que es hija del más rico hombre
               que hay en esta Sagra llana,
                  decid que en casa os admita
               por crïado, en galardón
               de librarla de un ladrón
               que la robó de una ermita."
ANGÉLICA:         Pues de casa sabe tanto,
               el peregrino que ayuda
               me dio, es san Roque, sin duda.

A don LUIS
CARRASCO:      Ya te tienen por un santo.
ANGÉLICA:         ¿Y acaso conocéis vos
               al peregrino?  Decí.
LUIS:          Conózcole como a mí.
ANGÉLICA:      ¿Conocéisle?
LUIS:                      Sí, por Dios.
ANGÉLICA:         ¿De dónde sois?
LUIS:                             Soy gallego.
CARRASCO:      Y yo, hablando con perdón.
ANGÉLICA:      Por cierto, buena nación.
LUIS:          Jamás yo mi padre niego.
                  Galicia es mi natural.
ANGÉLICA:      Pues no es poca maravilla;
               que el gallego acá en Castilla
               dice que es de Portugal.
                  ¿En qué oficio nos sabréis
               servir?
LUIS:                 En cuanto queráis.
ANGÉLICA:      Mirad a qué os obligáis.
               ¿Cumplís como prometéis?
LUIS:             Y aun mejor.
ANGÉLICA:                     Hay muchas leguas
               del cumplir al prometer.
               ¿Qué oficio sabréis hacer
               mejor?
LUIS:                  Sabré guardar yeguas.
ANGÉLICA:         ¿Criareislas bien?
LUIS:                                Sí, por Dios.
               El verlas pone codicia.
CARRASCO:      Tuvo una yegua en Galicia
               casi casi como vos.
ANGÉLICA:         ¡Qué buena comparación!
CARRASCO:      Es mozo que sirve a prueba.
LUIS:          Y cuando hurtada se lleva
               alguna yegua el ladrón,
                  sé yo salirle al camino
               y después de zamarrearle,
               la yegua vengo a quitarle.
ANGÉLICA:      Así lo hizo el peregrino.
                  Mi padre vendrá y haré
               que en casa sirváis de mozo.
LUIS:          El cielo la dé un buen gozo. 
ANGÉLICA:      (¡Qué buen talle de Tomé!)        Aparte

Sale doña INÉS, de paje
INÉS:             El señor Fulgencio, ¿vive
               en esta casa?
ANGÉLICA:                      Sí, amigo.
INÉS:          ¿Está en ella?
ANGÉLICA:                     No.
INÉS:                            (Ya digo          Aparte
               que no me espanto que prive
                  de libertad a mi hermnao
               y a don Pedro la belleza
               que entre la basta corteza
               de aqueste traje aldeano
                  abrasa los mismos hielos.
               No sé si hablarle podré;
               que después que la miré
               se abrasa el alma de celos.)

Doña INÉS habla bajo a ANGÉLICA
ANGÉLICA:         ¿Qué es lo que don Pedro quiere
               a mi padre?
INÉS:                     Una respuesta 
               me ha de dar.
ANGÉLICA:                   Será molesta
               si la que yo le di, diere.
                  Decid, aunque amor le fuerza
               que quiera con igualdad,
               que no tengo voluntad
               a quien me quiso hacer fuerza.
LUIS:             ¿Luego es quien del peregrino
               huyó anoche, y otros tres
               se le fueron por los pies?
ANGÉLICA:      Lo mismo.
CARRASCO:               ¡Gentil pollino!
LUIS:             ¡Qué mal le salió el partido!
               A fe que se quedó feo.
CARRASCO:      Más vale por correo
               que para vuestro marido
                  hombre que más de una legua
               sabe correr sin parar.
LUIS:          A pie se puede quedar
               quien guardó tan mal la yegua.
INÉS:             ¿Quién le mete al muy villano
               en hacer aquese ultraje
               a un hidalgo?
CARRASCO:                   ¡Paje, paje!
INÉS:          (Ni Carrasco ni mi hermano           Aparte
                  han conocido el disfraz
               con que su hermana está aquí.)
LUIS:          Hermano paje, decí
               a vuestro amo que si en paz
                  quiere vivir, que no toque
               a este umbral, pues fue cobarde;
               que en él, para que le guarde
               dejó su mastín san Roque;
                  que aquí su pretensión es
               querer majar hierro en vano
               y que no pida la mano
               quien sabe tanto de pies.
ANGÉLICA:         (¡Oh, qué discreto Tomé!      Aparte 
               Gracia extraña manifiesta.)
               Solamente esta respuesta
               es bien que a don Pedro dé.
INÉS:             ¿Que quieres en crueldad
               y en belleza aventajarte?
ANGÉLICA:      Decidle esto.
LUIS:                       Oiga aquí aparte.

Don LUIS habla aparte con ANGÉLICA, y CARRASCO con
doña INÉS
Quiero hablarla en puridad;
                  que tengo que hacer un poco
               y quiero darle un recado
               que el peregrino me ha dado
               a quien en mi ayuda invoco.
                  Mandóme, pues, el que fue
               anoche su defensor
               contra el necio pretensor
               esto, y me dijo, "Tomé,
                  tomad aqueste papel
               y dádsele al aldeana
               que os recibirá mañana;
               que mucho sabrá por él.
                  Si le quiere, no se escapa
               de ser dichosa."  Hele aquí.
ANGÉLICA:      ¿Papel os dio para mí?
LUIS:          Mas pensé que para el papa.
ANGÉLICA:         (Mil pensamientos me dan.           Aparte
               No sé lo que pueda ser.)
               No le tengo de leer.
LUIS:          ¡Ea, acabe!
CARRASCO:                 En fin, galán,
                  ¿que andaluz dice que es?
INÉS:          Andaluz soy.
CARRASCO:                  ¡Buena pieza!
               (Parece que la cabeza                  Aparte 
               le han cortado a doña Inés.)
                  Puesto que el alma respete
               su trato y su dibujo,
               diga, amigo, ¿quién le trujo
               a que sirva de alcahuete?
                  Honre bien a su nación.
INÉS:          Y al páparo, ¿quién le mete
               en si yo soy alcahuete
               o no?
CARRASCO:            Parece capón
                  en el tiple.  Gentilhombre,
               ¿es medio entre hembra y macho?
INÉS:          Soy más hombre que él, borracho.
CARRASCO:      ¡Por Dios, que probó ser hombre!
INÉS:             Hombre soy que un rostro cruza
               si me enojo...
ANGÉLICA:                    No he de verle.
LUIS:          ¿Hay son volver a meterle
               dentro de la caperuza?
ANGÉLICA:         Ahora bien.  Mostradle acá;
               que no quiero que en la calle
               se os pierda y alguno le halle.
               Quemaréle.
LUIS:                     A mí podrá;
                  mas, ¿por qué lo heis de quemar?
               ¿Es herejo o es judío?
ANGÉLICA:      Es hechizo, es desvarío
               que me hace desvarïar.
LUIS:             Es de un santo.
ANGÉLICA:                        Y aun por eso;
               que, porque cosas del cielo
               no es bien por el suelo,
               suelen quemarse y con beso.

Besa don LUIS el papel y lo da a
ANGÉLICA
LUIS:             Con beso, pues.
ANGÉLICA:                        Cortesano
               sois.
LUIS:                Mi madre me enseñó
               que cuando diera algo yo
               besase también la mano.

Bésasela
ANGÉLICA:         Ahora bien. Andad con Dios,
               que yo haré porque os reciba
               mi padre en casa.
CARRASCO:                       Así viva,
               que nos reciba a los dos;
                  que sin Tomé no me hallo.
ANGÉLICA:      Pues yo lo procuraré
               porque sirváis con Tomé.
CARRASCO:      Sé almohazar un caballo.

Vanse don LUIS y CARRASCO
ANGÉLICA:         ¿Aún os estáis vos aquí?
INÉS:          No sin ocasión espero.
               Escucha lo que te quiero
               decir, Angélica.
ANGÉLICA:                         Di

INÉS:             No me trajo aquí don Pedro,
               sol hermoso de la Sagra,
               ni pienses que solicito
               que te abrases en sus llamas.
               Mis desdichas me han traído,
               mis amores, mis desgracias
               que del traje en que me ves
               han sido la triste causa.
               Sabrás, aldeana hermosa,
               que debajo de estas galas
               se disfraza una mujer,
               aunque noble, desdichada.
               En Valladolid la rica
               nací, y en brazos del ama
               mamé desdichas por leche.
               ¿Qué mucho tenga desgracias?
               Faltóme el padre y la madre
               en mi niñez, y esta falta
               fue ocasión de muchas sobras
               de mi juventud liviana.
               Mudóse la corte insigne
               desde Madrid a mi patria,
               famosa y rica si ilustre
               que sus grandezas le bastan.
               Allí conocí a don Pedro,
               ése que quema en tus aras
               su corazón por aromas
               y en tu belleza idolatra.
               Vióme una vez en San Pedro
               --¡Ay, Dios, si entonces cegara!--
               y según entonces dijo
               con mal de ojo volvió a casa.
               Sirvió, rondó. y paseó,
               lloró, suspiró, dio trazas
               y perserveró; que en fin
               vence la perseverancia.
               Admití una oscura noche,
               con que escurecí mi fama,
               una escala en mi balcón.
               ¡Ay, de quien su honor escala!
               Palabra me dio de esposo;
               mas olvidó la palabra;
               que de palabras y plumas
               es yerro hacer confïanza.
               Pues como lo que le estima
               después de adquirida, enfada,
               enfadóse poco a poco
               y apagáronse sus llamas.
               Salió con una encomienda,
               que es señal de no haber mancha
               en su sangre noble y limpia,
               aunque la sacó en su fama.
               Volvióse a Madrid la corte;
               supe que en Toledo estaba
               mi desdeñosa don Pedro
               en negocios de importancia.
               Seguíle en aqueste traje
               encubierta y desfrazada,
               como alguacil al ladrón
               que lleva la joya hurtada.
               Entré, sin que conociese
               ser yo aquella doña Juana
               que engañó en Valladolid,
               por paje humilde en su casa.
               He sabido que te adora
               y con mil yedras enlazan
               el muro de tu firmeza
               los lazos de su esperanza.
               ¡Guárdate, Angélica bella,
               del lobo que ovejas mansas,
               en cordero disfrazado,
               con mil engaños halaga!
               Ya sé que robarte quiso.
               ¡Dichosa tú que tal guarda
               te dio el cielo!  ¡Triste yo
               pues me hizo entonces falta!
               No le quieras y, si acaso
               te han ablandado mis ansias,
               si mi remedio procuras,
               si quieres honrar mi infamia,
               finge quererle hasta tanto
               que el cielo las puertas abra
               de mi ventura, que están
               tantos años ha cerradas;
               que si ve que le aborreces
               y sabe que es por mi causa,
               temo que no me castigue
               con su ausencia, y si me vaya.
               Con él pretende casarte
               tu padre, y juntar tu casa
               con su nobleza y valor.
               Ve alargando su esperanza;
               que yo trazaré de suerte
               si el casamiento dilatas,
               que presto estemos las dos:
               tú contenta y yo pagada.
ANGÉLICA:      Tu desgraciado suceso,
               noble y bella doña Juana,
               me ha causado compasión.
               Disponlo tú.  Ordena y traza.
               Aunque fingir voluntad
               a don Pedro, que fue causa
               de tus suspiros injustos,
               me habrá de llegar al alma;
               porque siento tu desdicha
               por ella haré lo que me mandas,
               entreteniendo a mi padre.
INÉS:          Dame esas manos.
ANGÉLICA:                       Levanta.
INÉS:          (Buena mentirosa soy.         Aparte
               Con mi fingida maraña
               aseguro que a don Pedro
               menosprecie el aldeana
               y, porque el cielo que adoro
               de Toledo no se vaya,
               solicito que fingida
               algunos favores le haga.
               Y, pues a mi hermano veo
               cada día, es buena traza
               que el casamiento entretenga.)

Sale FELICIANO al paño
FELICIANO:     (¿Así remedia la infamia        Aparte                                   
               don Pedro de su vil robo?)

Repara en las dos
INÉS:          Hasme cautivado el alma.
               Dame esos brazos.
FELICIANO:                       (¿Qué es esto?         Aparte
               ¡Cautivo el paje se llama
               y a mi prima da los brazos!
               ¡Ah, vil paje! ¡Ah, mujer falsa!
               Escondido quiero ver
               de aquesta amistad la causa.)
ANGÉLICA:      Don Pedro será tu esposo;
               que no es razón, doña Juana,
               que siendo tú hermosa y noble
               y, al fin, dama cortesana
               te deje don Pedro, loco,
               por una tosca villana;
               mas tiene estragado el gusto.
INÉS:          Merece tu hermosa cara
               rendir...
ANGÉLICA:               Bueno está, señora.
FELICIANO:     (¡Por Dios, que es el paje dama!         Aparte
               ¿Quién puede ser que es hermosa?
               Ya se me ha entrado en el alma
               por las puertas de los ojos,
               nunca para amor cerradas.
ANGÉLICA:      Adiós, y mira que queda
               nuestra amistad entablada.

Tómale un guante
INÉS:          Aqueste guante me llevo
               para un pobre que demanda
               limosna de algún favor.
ANGÉLICA:      No le hay para él en mi casa.
               Dile que Dios le provea
               y que tú le darás harta.
INÉS:          Adiós, que me parto a verle.
FELICIANO:     (Yo tras ti, que Amor me manda          Aparte
               siga el norte de tus ojos
               tras el cristal de tus plantas.)

Vanse doña INÉS y FELICIANO
ANGÉLICA:         El papel quiero leer
               porque el dueño manifieste.
               El primer santo es éste
               que haya escrito a una mujer.

Lee
"No me atreviera, Angélica hermosa, menos con
               este industria, a manifestar el fuego que me abrasa el
               alma desde la noche que resistí que  abrasase la ermita
               de san Roque.  ¡Dichoso yo, pues en ella merecí, 
               perdiendo mi libertad, dáartela a costa del atrevido
               robador de tu hermosura, tan indigno de ella!  Por
               serlo yo también y porque me importa no darme a
               conocer por ahora, para conservar la vida que tengo
               dedicada a tu servicio, determino enviarte al disfrazado
               Tomé, criado mío y secretario de mi pecho, para que 
               con él me envíes la sentencia de mi muerte o la 
               esperanza de mi gloria.  Noble me hizo el cielo aunque 
               no rico si no es de pensamientos; si estos y mi voluntad
               admites, con el encubierto Tomé me podrás enviar la
               certeza de mi vida o muerte; que tanto estimaré esto
               por no ofenderte como lo otro para servirte.  Guarde
               el cielo la tuya mil años.---don Luis de Castro"

Sale FULGENCIO
(Mi padre es éste; yo haré,        Aparte
               encubriendo lo que pasa,
               que reciba Tomé en casa
               por ser de quien es Tomé.)
FULGENCIO:        Hija, la palabra he dado
               a don Pedro que serás
               su esposa; no gustarás
               que la quiebre un hombre honrado.
                  Procura que se celebre
               tu boda; porque primero
               verás de cera el acero
               que mi palabra se quiebre.
                  Él tiene de ser tu esposo
               de fuerza o de voluntad.
ANGÉLICA:      A tanta riguridad
               obedecer es forzoso.
                  Darte gusto determino
               y ser ingrata no quiero
               al valor de un caballero
               que es en amor peregrino
                  pero, pues con amor tierno
               mis venturas acomodas,
               haz y suspende las bodas.
FULGENCIO:     Voyle a decir a mi yerno
                  que ya mis consejos sabios
               rindieron tu natural.
               Imprímase en tu coral
               el acero de mis labios.
                  Báculo eres de mis gozos.
ANGÉLICA:      En pago del que te doy
               quisiera que en casa hoy
               se recibieran dos mozos.
                  Dicen que en cualquier oficio
               del campo son diligentes
               y, porque la hacienda aumentes
               que como propia codicio,
                  gustara que aquesto hicieres.
FULGENCIO:     Aquesto, Angélica, es justo;
               que, pues que cumples mi gusto,
               cumpliré cuanto tú quisieres.
                  Un mozo despedí, malo
               para servir, pues apenas
               me guardaba las colmenas
               que son todo mi regalo.
                  Si ellos las saben guardar,
               para reparar su daño,
               recíbeles por un año.
ANGÉLICA:      El uno en particular
                  es para todo; que en él
               hay discreción.
FULGENCIO:                     Bien está.
ANGÉLICA:      Gallegos son; diz que allá
               hay abundancia de miel.
                  Bien lo harán.
FULGENCIO:                      Pues tú codicias
               que vengan, contento soy.
               A don Pedreo alegre voy
               a pedirle las albricias.

Vase FULGENCIO
ANGÉLICA:         ¡Qué mal tu gusto acomodas!
               Dile que vista de luto
               su amor torpe y resoluto
               en vez de galas de bodas;
                  que de un peregrino extraño
               el sayal grosero adoro
               porque el peregrino es oro
               que viene envuelto en el paño.

Vase ANGÉLICA.  Salen doña INÉS y
FELICIANO
INÉS:             Decidme en resolución
               en lo que serviros puedo,
               y adiós.
FELICIANO:             Yo tengo en Toledo
               a cierta dama afición
                  a quien don Pedro ha querido
               no poco.
INÉS:                   ¡Cómo!  ¿Otra dama
               tiene don Pedro?
FELICIANO:                      Y se llama
               doña Juana.
INÉS:                     (Aquéste ha oído         Aparte 
                  cuanto a su prima conté.
               Picadillo viene un poco.)
FELICIANO:     Estoy, como digo, loco
               por ella.  Yo, Guzmán, sé
                  que está cada día con vos.
               ¿Queréisla decir que muero
               por ella?
INÉS:                    (¡Buen majadero           Aparte
               nos ha venido!)
FELICIANO:                      Por Dios,
                  si hacéis que mi mal entienda
               y a don Pedro--pues ha sido
               a su amor desconocido--
               olvide, que os dé mi hacienda.
INÉS:             Yo iré a hablarla en vuestro nombre;
               mas ya yo sé la respuesta
               que os ha de dar.
FELICIANO:                     ¿Y es?
INÉS:                                  Aquésta.
               Ella ha de decir; que es hombre
                  como muestras de ella dan
               en Toledo más de algunas
               que están meciendo en las cunas
               muñequitos de Guzmán.
                  Y que si con vuestra prima
               habló y os hizo creer,
               como a ella, que es mujer
               no entendistes bien la enima.
                  Que sirvió en Valladolid
               a doña Juana de paje;
               la cual, viendo que en su ultraje
               don Pedro volvió a Madrid
                  y ahora estaba en Toledo,
               le envió para saber
               si tenía otra mujer.
               En fin que fingió este enredo
                  por estorbar de este modo
               que no le diese la mano
               Angélica a su tirano.
               Esto resulta de todo
                  y es la respuesta que envía
               la dama a quien pretendéis.
               Ved si el fuego que tenéis
               con esta verdad se enfría.
FELICIANO:        ¡Que no sois mujer, por Dios!
INÉS:          ¿Aqueso habéis de dudar?
               Si lo fuera, ¿había de andar
               de esta suerte?  Como vos
                  soy hombre y aun...
FULGENCIO:                          Amor ciego,
               ¿por qué con tales quimeras
               haces burlas y son veras,
               perturbador del sosiego?
                  Pero en aquesta ocasión
               nadie cual yo es desdichado
               pues me tiene enamorado
               mi propia imaginación.
                  Peligro corre mi vida.
               El quitármela es mejor;
               que es verdadero mi amor
               siendo mi dama fingida.

Vase a dar FULGENCIO con la daga, y tiénele
doña INÉS
INÉS:             Paso, señor Feliciano,
               ¿no veis que os desesperáis?
               Muestras evidentes dais
               de loco o del mal cristiano.
                  Don Pedro viene; ese daño
               se os sanará poco a poco.
FELICIANO:     Adiós, Guzmán, que voy loco.

Vase FELICIANO
INÉS:          No ha estado mal en engaño.

Se retira doña INÉS.  Salen don PEDRO y
FULGENCIO
PEDRO:            Dejad, pondré los pies en esas plantas.
               ligeras en los pasos de mi vida
FULGENCIO:     Levántate, don Pedro, que me espantas.
               A tu amor está Angélica rendida.
PEDRO:         ¡Oh, viejo venerable!  ¡Oh, canas santas!
               Jamás la muerte vuestra plata impida;
               que dorará el Perú de mi riqueza
               el blanco Potosí de tu cabeza.
                  No adornarán roeles más mi escudo
               ni en mis armas verán castillos rojos,
               ni menos los leones con que pudo
               ganar mi antecesor tantos despojos.
               Mis armas han de ser Amor desnudo,
               un Argos con los cien abiertos ojos,
               y la letra que diga, "En siglos largos
               no bastan para esto cien mil Argos."
FULGENCIO:        Deja encarecimientos a una parte,
               don Pedro ilustre, pues mi sangre honrada
               para ilustrarse quiere acompañarte
               porque en tu sucesión quede ilustrada;
               y mira cómo y cuándo has de casarte
               y, si agradar a Angélica te agrada,
               mientras tus cosas miras y acomodas,
               dilátense algún tiempo aquestas bodas.
PEDRO:            Aunque con esa dilacián me aflijo,
               haré en todo tu gusto, mi Fulgencio.
               Obedecerte quiero como hijo
               pues como tal tus canas reverencio.
FULGENCIO:     Tan nobles nietos me has de dar, colijo,
               que, a pesar de la envidia y del silencio,
               pongan echando de esa fama el sello,
               la cruz de grana al pecho, de oro al cuello.
                  Yo me voy a saber en qué día quiere
               daros de esposa la dichosa mano
               mi hija; el esperar no os desespere;
               que yo procuraré que sea temprano.

Vase FULGENCIO
PEDRO:         Si el amante que espera vive y muere,
               que moriré esperando será llano
               pues será cada instante un siglo junto
               hasta que llegue de mi dicha el punto.

Reparando en doña INÉS que se le acerca
Guzmán.
INÉS:                     Aquel angelote
               que te aborreció primero,
               ya es de cera, no de acero;
               Ginebra es de Lanzarote.
                  Dame albricias, y verás
               el favorazo.
PEDRO:                     ¿Favor?
INÉS:          Favor de estima y valor.
PEDRO:         Guzmán, burlándote estás.
                  Toma este anillo.
INÉS:                                Este guante
               te envía.
PEDRO:                    ¡Oh, crïado fiel!
               La vida me traes en él;
               ya soy venturoso amante.
                  ¡Oh, prenda de mi ventura!
               ¡Oh, cubierta de aquel cielo!
               ¡Oh, favor de mi consuelo!
               ¡Oh, gloria de aquella altura!
                  ¡Oh, erario de aquel tesoro
               que hace rico mi caudal!
               ¡Oh, funda de aquel cristal!
               ¡Oh, crisol para aquel oro!
                  ¡Oh, cortina de aquel alba!
               ¡Oh, caja de aquel farol!
               ¡Oh, nube para aquel sol
               a quien hago alegre salva!
                  ¡Oh, dádiva venturosa
               a quien mi gusto acomodo
               y para decirlo todo,
               guante de Angélica hermosa!
                  ¡Mi regalo, mi socorro!
               Besaréte.
INÉS:                   ¡Lindo amante!
               Quita de la boca el guante;
               que, vive dios, que me corro.
PEDRO:            ¿Por qué causa, majadero?
INÉS:          Porque con este despacho
               te quiero llamar borracho
               quien te dio favor de cuero.
PEDRO:            Necio, disparates deja.
INÉS:          Por darte gusto lo dejo;
               pero favor de pellejo
               y no de carne, es de vieja.
                  Mas sé por cosa muy cierta
               que te amnda que esta tarde
               hagas de tu dicha alarde
               hablándola por la huerta.
PEDRO:            ¿Qué dices?  ¿Aqueso es cierto?
INÉS:          Tan cierto como soy hombre.
PEDRO:         De Acates fiel te doy nombre,
               resucitado has un muerto.

Vanse don PEDRO y doña INÉS.  Salen ANGÉLICA
y don LUIS
LUIS:             (............... [ -ena].                      Aparte
               ¡Buen principio es éste, cielo!        
               El medio y el fin recelo.)
ANGÉLICA:      ¿Pues, cómo venís?
LUIS:                            Con pena.
ANGÉLICA:         ¿De qué?
LUIS:                     De verme tan pobre.
ANGÉLICA:      ¿Pobre estáis?
LUIS:                         Sí, en buena fe.
ANGÉLICA:      ¿Pues, por qué causa?
LUIS:                                Jugué.
ANGÉLICA:      Yo haré que dinero os sobre.
                  ¿Y qué jugastes?
LUIS:                               Primera.
ANGÉLICA:      ¿Qué perdistes?
LUIS:                         Hacienda harta.
ANGÉLICA:      ¿Por qué?
LUIS:                    Por dar una carta.
ANGÉLICA:      ¿A quién?
LUIS:                   A cierta fullera.
ANGÉLICA:         ¿Cuándo?
LUIS:                      A primera mano.
ANGÉLICA:      ¿Qué perdistes?
LUIS:                          El temor.
ANGÉLICA:      ¿Y no ganastes?
LUIS:                          Favor.
ANGÉLICA:      ¿Favor ganastes?
LUIS:                           Sí, gano.
ANGÉLICA:         Jugad más.
LUIS:                       A eso me aplico.
ANGÉLICA:      ¿Y hay caudal?
LUIS:                        De oro, no cobre.
ANGÉLICA:      ¿Ya estás rico?
LUIS:                           No, estoy pobre.
ANGÉLICA:      ¿Cómo?
LUIS:                 Soy un pobre rico.
ANGÉLICA:         ¿Rico de qué?
LUIS:                           De ventura.
ANGÉLICA:      ¿Y pobre?
LUIS:                     De merecer.
ANGÉLICA:      ¿Qué teméis?
LUIS:                        Temo perder.
ANGÉLICA:      ¿Perder qué?
LUIS:                       La coyuntura.
ANGÉLICA:         Pues, ganarla.
LUIS:                            El cómo aguardo.
ANGÉLICA:      Asidla.
LUIS:                 ¿Con qué cadena?

ANGÉLICA la da una
ANGÉLICA:      Con ésta.
LUIS:                  ¡Ganancia buena!
ANGÉLICA:      Guardadla allá.
LUIS:                          Ya la guardo.
                  Y aunque con bien tan notorio,
               ¿dónde la tendré segura,
               señora, si no procura
               ser el alma su escritorio?
ANGÉLICA:         Mucho sabéis.
LUIS:                           Antes poco.
ANGÉLICA:      ¿Quién os da lición?
LUIS:                                Un ciego.
ANGÉLICA:      ¿Y aprendéis?
LUIS:                        Aprendo luego.
ANGÉLICA:      ¿A qué aprendéis?
LUIS:                             A ser loco.
ANGÉLICA:         ¿Qué os tiene loco?
LUIS:                                 Mi gloria.
ANGÉLICA:      ¿Y qué cuerdo?
LUIS:                         El escoger.
ANGÉLICA:      ¿Qué escogéis?
LUIS:                         Mi menester.
ANGÉLICA:      ¿Qué habéis menester?
LUIS:                                 Memoria.
ANGÉLICA:         ¿Para qué?
LUIS:                         Para estimar.
ANGÉLICA:      ¿Estimar qué?
LUIS:                         Este favor.
ANGÉLICA:      ¿Y a quién?
LUIS:                      A vos y al Amor.
ANGÉLICA:      ¿Pues sabéis amar?
LUIS:                              Sé amar.
ANGÉLICA:         ¿Qué es amor?
LUIS:                            Fuego en que ardo.
ANGÉLICA:      ¿Ardéis?
LUIS:                   Soy un alma en pena.
ANGÉLICA:      ¿Preso?
LUIS:                  Con esta cadena.
ANGÉLICA:      Guardadla allá.
LUIS:                          Ya la guardo.
ANGÉLICA:         Tomé fingido y discreto,
               bien habláis y bien fingís.
               Justamente don Lüís
               fió de vos su secreto.
                  Yo he visto el papel, y en él
               después de leer su amor,
               leí que vuestro señor
               halla en vos un siervo fiel.
                  Si el sayal grosero y tosco
               mi brocado viene a ser,
               grande es de Amor el poder
               pues amo a quien no conozco.
LUIS:             ¡Cielos!  ¿Tanto bien escucho?
               ¿Es cierto tanto favor?
ANGÉLICA:      Mucho amáis vuestro señor.
LUIS:          Si él es otro yo, ¿qué mucho?
ANGÉLICA:         ¿Por qué con traje grosero
               se encubre de aquesta suerte?
LUIS:          Porque dio en su patria muerte,
               señora, a otro caballero.
                  Hanse informado en Galicia
               que en Toledo hay de él memoria;
               salió una requisitoria
               y búscale la justicia
                  y, por no ser descubierto,
               anda a sombre de tejado.
ANGÉLICA:      Mi alma será su sagrado
               adonde viva encubierto.
                  ¿Es galán?
LUIS:                       Vuestra hermosura
               gentileza vendrá a dalle.
               Será de mi propio talle,
               rostro, miembros y figura.
                  Es celoso y no importuno
               y, en fin, como yo; que Dios
               quiso dividir en dos
               un hombre que en dos es uno.
ANGÉLICA:         Como le imitáis, decís
               que sois uno.
LUIS:                        Eso diré.
ANGÉLICA:      De aquesa suerte, Tomé,
               en vos veré a don Lüís.
LUIS:             Casi, casi el mismo soy.
ANGÉLICA:      Pues, Tomé, si aqueso pasa,
               yo he negociado que en casa
               os podáis quedar desde hoy.
                  Un colmenar daros quiero.
               Vos, ¿no lo sabréis labrar?
LUIS:          Ninguno hay que sepa amar
               sin saber ser colmenero;
                  que aunque amor suele ser hiel,
               por darle celos su acíbar,
               su posesión es almíbar
               que puso Amor en la miel.
                  Vos veréis lo que aprovecho
               en este oficio.
ANGÉLICA:                      Alto, pues.
               De casa sois.
LUIS:                        A esos pies
               quiero humillar boca y pecho.

Arrodíllase
ANGÉLICA:         Tomé, ¿Quién tanto os humilla?
               Alzad.  Levantad del suelo.
LUIS:          Si sois un ángel del cielo,
               ¿qué mucho hinque la rodilla?

Hace don LUIS que le besa los pies, en cuya actitud
le halla CARRASCO
CARRASCO:         (¡Valga el diablo este Tomé!       Aparte
               ¡Oigan, oigan!  El retablo 
               es de San Miguel y el diablo.)
               Tomé, levantaos en pie.
                  Perro sois de muchas bodas.
               Ya entiendo vuestras haranas;
               que,como las aldeanas
               huelen a tomillo todas
                  y vos me sois golosillo
               porque el tomillo recrea
               y os venisteis al aldea,
               querréis, Tomé, su tomillo.
LUIS:             Ya, Llorente, soy crïado
               de casa.
CARRASCO:             ¿Qué?
LUIS:                       Colmenero.
CARRASCO:      ¡Bueno, bueno!  (Reírme quiero.)       Aparte 
               Oficio dulce os han dado.
                  ¿Colmenas, Tomé, guardáis?
               ¿Por miel virgen andáis vos?
               Ya la tenéis.  Plega a Dios
               que después no la escupáis.
                  ¿Y a mí?  ¿Que me papen duelos?

A ANGÉLICA
Alquíleme a mí con él;
               que Tomé pondrá la miel
               y yo podré los buñuelos.
ANGÉLICA:         También que estéis determino,
               por amor de Tomé, en casa.
CARRASCO:      Aquésa es merced sin tasa.
ANGÉLICA:      ¿Qué oficio tenéis?
CARRASCO:                           De vino.
                  Sabré guardar la bodega
               como el santero la ermita,
               poner y quitar la espita,
               catar si sabe a la pega,
                  librar del maldito usagre
               el licor sabroso de uvas
               --quiero decir que a la cubas
               no se las pegue el vinagre--
                  y como puertas adentro
               de la bodega mandéis,
               mi diligencia veréis
               porque al fin ella es mi centro.
ANGÉLICA:         Norabuena; yo os admito
               a ese oficio.
CARRASCO:                    Es singular
               que soy amigo de andar
               en vino como el mosquito.
                  Desde hoy me alegro y me ensancho.
ANGÉLICA:      Vamos, Tomé, al colmenar.
CARRASCO:      Más ancho tengo de estar
               que con Zamora don Sancho.
                  Desde hoy, colmenero hermano,
               si quiere que sea su amigo,
               la vez que hablare conmigo
               la caperuza en la mano.
LUIS:             ¿Por qué causa, majadero?
CARRASCO:      Porque pues me ve en privanza,
               me llegue a hablar con crïanza;
               que soy archibodeguero.

FIN DEL SEGUNDO ACTO

La villana de la Sagra, Jornada 3


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 28 Dec 2002