LA VIDA DE HERODES

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de LA VIDA DE HERODES fue preparada por Vern Williamsen en 2000 para incluirse en esta colección. La edición que tomamos como base para fijar nuestro texto es la de la QUINTA PARTE DE COMEDIAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA (Madrid: Imprenta Real, 1636).


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen ANTIPATRO, viejo, JOSEFO, FASELO y SALOMÉ, dama
JOSEFO: Después de besar tus pies, que en el humano teatro siempre, invencible Antipatro, pisando coronas ves; porque a la Fortuna des las gracias de tu grandeza y porque estimes la alteza de tus inmortales glorias, en premio de tus vitorias te da el Amor su belleza. Contra su rueda voltaria has triunfado de Idumea, conquistado a Galilea y sujetado a Samaria; y porque con dicha varia la vejez que se te atreve al templo tus triunfos lleve del tiempo inmortal tesoro, hijos te dio en siglos de oro restauración de tu nieve. Dióte al príncipe Faselo, fénix nuevo en quien se ve tu imagen, y a Salomé, bella exhalación del cielo; dióte a Herodes, que en el suelo, mientras a Alejandro imita, para que con él compita, y el mundo admire su fama, en vez de Alejandro llama a Herodes Ascalonita. Filipo al nacerle un hijo asombro de Babilonia y blasón de Macedonia, que era venturoso dijo, no tanto porque predijo en él su gloria real, cuanto porque en tiempo tal Aristóteles vivía, porque a su filosofía su valor hiciese igual. Pero tú con más certeza decirlo puedes mejor, pues cría a un tiempo el Amor, si hijos tú, Judá belleza; que si la naturaleza hace con ellos seguras de Dios en vivas figuras imágines naturales, suerte es que para hijos tales te dé tales hermosuras. ANTIPATRO: Tú seas, Josef, venido, a nuestro Ascalón con bien, pues que de Jerusalén tales nuevas me has traído. Sagaz medianero he sido con el senado romano para entronizar a Hircano, que ya sepultaba el ocio, en el reino y sacerdocio que quiso usurpar su hermano. Rey y sacerdote sumo su Jerusalén le llama, y en altar de Thimiama aromas ofrece en humo, reinando por mí, presumo, si agradecido repara en mi amistad noble y clara, que estimé por justa ley juntar sacerdote y rey, la corona a la tiara. Descendiente generoso es de Judas Macabeo, que al linaje Asamoneo dio blasón limpio y glorioso; el sacerdocio piadoso que honró en el desierto a Arón, propagó su sucesión contra ambiciosos engaños por ciento y setenta años de varón siempre en varón. Ilustrar mi descendencia con renombre soberano y emparentar con Hircano apetece mi experiencia. A Mariadnes, excelencia de cuanta belleza ha habido, para el príncipe he pedido, como Aristóbulo dé con la mano a Salomé envidia al amor y olvido. De Hircano hijos los dos son, como Salomé y Faselo míos, si permite el cielo darme en ellos sucesión, del alcázar de Sión poseerán el solio real y con ventura inmortal gozará sangre idumea mezclándole con la hebrea un reino sacerdotal. Si esto Hircano me concede largas albricias me pide. JOSEFO: No sólo a tu gusto mide el suyo, pero aún le excede.
Dále a FASELO un retrato
Sacar de esta copia puede el príncipe que se nombra su esposo, si no se asombra la luz que su cielo da, qué tan bello el sol será siendo tan bella su sombra.
A SALOMÉ otro
Mire en éste vuestra alteza a Aristóbulo en bosquejo. SALOMÉ: Hermoso asombro, Josefo. JOSEFO: No pudo la sutileza del pincel en tal belleza ostentar más su primor, y aunque honrando a su pintor Apeles se ha aventajado, con ser éste su traslado parece su borrador. Aquí sólo no permite la naturaleza sabia, por más que el arte la agravia, que sus estudios imite; porque ni el oro compite con sus cabellos, ni toca su frente el cristal de roca, ni hay clavel, rosa o jazmín que se opongan al jardín de sus mejillas y boca. Vueltos aquí barbarismos los hipérboles verás, porque estos dos son no más hipérboles de sí mismos; de libertades abismos, por no llamarles prisión, y milagrosa lección donde tomó en sus trasuntos la Naturaleza puntos para leer de ostentación. FASELO: No lisonjero procedes en su alabanza, si es cierta la fama con que despierta Amor almas y armas redes; pues no estiman las paredes reales soberbios ornatos, ni en doseles y aparatos funda la ambición sus galas, mientras no adorna sus salas con estos bellos retratos. Egipto dé testimonio, pues sabe bien que idolatra en Aristóbol Cleopatra, en Mariadnes Marco Antonio. ¡Oh lazos del matrimonio que por mi amor habéis vuelto! A seguir estoy resuelto vuestra recíproca ley adonde el esclavo es rey y cautivo el que anda suelto. SALOMÉ: Yo, bellísimos despojos, no os hablo, que estoy en calma, mientras la lengua y el alma se trasladare a los ojos. Si quitáis, pintado, enojos, ¿qué haréis, príncipe, presente? Calle el alma lo que siente porque sienta lo que calla, que amor que palabras halla tan falso es cuanto elocuente.
Sale HERODES, bizarro, a lo soldado
HERODES: A tus pies, invicto padre, trofeos mis dichas postran, si imitación de tus hechos, primicias de tus victorias; que, puesto que comparadas a las tuyas, serán pocas las de Alejandro en Asiria y las de Aníbal en Roma, por ser las primera, creo que antepondrás a las propias las alabanzas de un hijo enigma de tus memorias. Salí de Ascalón, mi patria, cuando el toro que hurtó a Europa en oro pagaba al sol un mes de hospicio y lisonjas, y con doce mil soldados, feliz número si notas que con otros tantos puso freno al Asia Macedonia, cerqué a Pacono en Petrea; Pacono, aquél con que asombran los partos las cuatro letras que Craso en Grecia enarbola. Y de su madre sacando al Ganges, porque se corra que en los brazos de su madre un hijo tan viejo corra, guïado por el silencio, una noche obscura y sorda, restitüí a sus cristales sangre, que aumentó sus olas. Y degollando a su rey, el alma, que iba a la boca, saliendo por la garganta la jornada halló más corta. No perdoné ningún sexo; lirio cano, joven rosa, caña humilde, roble fuerte, madre casta ni hija hermosa. Pero donde se ve más mi venganza victoriosa fue en la pueril inocencia, pues de las madres piadosas arrancando tiernos hijos, mostré que mi sed provoca sangre en leche de inocentes medio blanca y medio roja. Bajé a Armenia desde allí, y destruyendo sus tropas, en púrpura de sus venas teñí sus listadas tocas. Encastillóse su rey en un castillo, una roca tan alta, que su cabeza coronó del sol la zona. Era de peña tajada y con una entrada sola tan inexpugnable y fuerte, que haciendo dificultosa su conquista, aseguraba al rey la vida y las joyas que atesoró en su homenaje la codicia temerosa. Pero como el interés tiene alas, sus puertas rotas, sirvió de escala una pica por donde subió la honra. Y franqueando las llamas la entrada a mi gente heroica, retrató el fuego en Armenia venganzas griegas de Troya. Di a saco la fortaleza, y mientras el metal roban que la codicia persigue, aunque más el sol la esconda, despeñando al rey armenio, quedaron las peñas toscas cada cual con un pedazo, que también ellas despojan. Bañado en sangre enemiga, cantando el valor vitoria a las voces destempladas de los míseros que lloran, entré en una galería que por treinta claraboyas de alabastro, jaspe y mármol los bastidores de Flora enamoradas miraban, y en los cristales que adorna con marcos de primavera, se retratan majestuosas. Colgaban de sus paredes cuadros, en lugar de joyas, si desvelos del pincel emulación de la gloria, pues retratando bellezas refrescaban la memoria, tal del milagro de Chipre y tal de la virgen diosa. Allí la griega robada, si del pastor robadora, que hurtó en las huertas de Venus la manzana a la discordia, a amor y aborrecimiento provocaba a las historias, por liviana aborrecible, y adorada por hermosa. Allí al honor consagraba la, tarde cuerda, Matrona, Tarquinos atrevimientos, recuerdos tristes de Roma. Y allí, en fin, la hermosa reina que África estima y adora, holocausto de sí haciendo, dejaba ejemplos a Porcia. Pero, entre tantas bellezas, la que por fénix de todas gozaba el lugar supremo en la mitad de la lonja era una hermosa judía, perdone el dios de Helicona, que no igualó a su hermosura la ninfa que le corona. Bien pudo Dina a Sichén ser tragedia lastimosa, librar Judith a Bethulia del furor de Babilonia, hacer Raquel que Jacob juzgase distancia corta catorce años de servicio, poner a Amán en la horca el casto hechizo de Asuero, precipitar vitoriosa Bersabé al profeta rey, que aun cantando creo que llora, y, en fin, bien pudo rendir las letras, que el Amor postra, del rey pacífico y sabio la hermosura de Etiopia. Mas con éstas comparada es lo que el sol con la sombra, con la ciencia la ignorancia, con la verdad la lisonja. Supe quién era, aunque callo, porque la lengua no osa dar celos al corazón, que los tendrá si la nombra. Y como una alma pintada, dejando en prendas la propia, salí de mí y del castillo sin libertad ni memoria. Doce mil hombres llevé, y con ellos vuelvo agora sin que falte, padre invicto, ni de su sangre una gota. Sola una alma vuelve menos que por los ojos me roban, para ofrecer a su origen su más que divina copia. Triunfa en Ascalón con ellos, pisa reinos, trofeos goza, premia heridas, honra hazañas, haz mercedes, da coronas, y a mí licencia que busque en premio de esta vitoria un alma que, fugitiva, es vencida vencedora. ANTIPATRO: No hallo coronas a tu nombre iguales, hijo invencible, que tu fortaleza premien mejor que abrazos paternales; ceñir tu cuello en vez de tu cabeza las cívicas no bastan, ni murales, ni cuantas dio de Roma la grandeza a la ambición que eternizó su fama, puesto que junte al oro, al roble y grama. Conquista reinos que dichoso goces, gana blasones que te inmortalicen, plumas tu fama añada que veloces el valor te aseguren que predicen, y mientras la Fortuna que conoces en tu favor los tiempos autoricen, antes que acabe el círculo su rueda un clavo al eje pon, y estará queda. Si enamorado vuelves, no me espanto, que Marte y Venus al amor producen, pues sus hazañas triunfarán en tanto que sus aceros a sus llamas lucen. Tus dos hermanos a su yugo santo dos cuellos dichosísimos reducen, los más hermosos que en su ardiente carro puso coyundas el Amor bizarro. Hircano, rey y sacerdote sumo, al reino y templo que eterniza el Arca y a Dios da habitación en niebla y humo, entre las alas que el querub abarca, en premio del favor--según presumo-- con que se ve sacerdotal monarca, sus dos hijos ofrece, luz del cielo, a tus hermanos Salomé y Faselo. Importa que prevenga su partida por lo que el nombre ganará idumeo, si a la corona aspira apetecida que restauró a su sangre el Macabeo.
Vase ANTIPATRO
SALOMÉ: Perdona si no doy a tu venida, invicto hermano, a gusto del deseo parabienes retóricos, que duda de hablar quien ama agradecida y muda.
Vase SALOMÉ
FASELO: Yo, que sin alma todo me vuelvo ojos, salamandra de amor, vivo en su llama, puesto que ufano de que a tus despojos cinceles del valor, plumas la fama, pues adoras del sol los rayos rojos, mi cortedad perdona, y con tu dama coteja esa belleza, aunque en pintura, y alaba, si no envidia, mi ventura.
Dale el retrato y vase FASELO
HERODES: ¿Si no envidio tu ventura? ¿Por qué ocasión? Mas ¡ay, cielos! ¿No es ésta de mis desvelos la causa? En esta pintura, ¿no se cifra la hermosura que mi libertad abrasa? Si con Faselo se casa y mis dichos tiraniza, celos, volad en ceniza mi padre, hermanos y casa. ¿Qué importa que quiera Hircano que se case con Faselo? ¿Es su padre Amor del cielo? ¿Es monarca soberano? Antes que le dé la mano cuando el corazón la di un nuevo Caín en mí verá Faselo mi hermano que no es padre cuerdo Hircano, ni rey; tigre hircano sí. Celos, que os habéis entrado al alma que atormentáis, ¿por qué vivo me abrasáis si es mi amor solo pintado? ] El Amor os ha engendrado. Imitalde, pues procura cifrarse en esta figura; mas ay, que en tales motivos me da los tormentos vivos, y la esperanza en pintura. Pero ¿de qué sirven, cielos, quejas y lamentos vanos, si el amor es todo manos y todo furor los celos? Lágrimas darán consuelos a cobardes esperanzas, como al olvido mudanzas, pero a injurias conocidas de pretensiones perdidas, no hay quejas como venganzas. ¿No ha abrasado mi valor la Armenia que he destrüido? ¿Pues es bien que sea vencido en mi casa y vencedor? ¡Muera mi hermano traidor y mi padre, pues que pasa las leyes que mi amor tasa, porque yo con ellas muera! ¡Al arma, venganza fiera; al arma, asaltad mi casa!
Sale ANTIPATRO
ANTIPATRO: ¿Qué tienes, hijo, qué es esto? HERODES: Quejas son a que me incitas crüel. ¿Es bien que permitas el tormento en que estoy puesto? Cuando a tus pies manifiesto reinos al romano iguales, ¿así a recebirme sales, y estos triunfos me previenes? En lugar de parabienes me recibes para males. ¿Tú eres mi padre y desdices del amor que te ha obligado? Miente el ser que tú me has dado y mientes tú si lo dices. Hoy llorarás infelices mis años, padre crüel. Ciprés en vez de laurel Amor a mis sienes ata, pues si a otros con flechas mata, a mí con sólo un pincel. ANTIPATRO: ¿Estás en ti? HERODES: Estoy sin mí, sin ser, sin alma, sin vida, sin cuerpo. Sombra fingida soy; no más de lo que fui; pero ¿qué te importa a ti que yo tenga seso o no? Quien el alma me quitó, ¿cómo mi padre será? Ser el padre al hijo da; mi ser por ti pierdo yo. Pues si no te debo nada, ¿qué me quieres? Déjame. Una alma perdí, y hallé otra alma, pero es pintada. Mátame. Saca esa espada; más--¡ay, padre!--que estoy loco. Si a lástima te provoco, piadoso mi mal escucha; mas no, que es mi pena mucha y tu sentimiento poco. Pero de mi poco seso está, padre, reducida la restauración y vida en esta mano que beso; que te he agraviado confieso, mi remedio y salud trata. ¡Ay, mano crüel e ingrata! ¿Cómo a los labios te llego, si de ti ha nacido el fuego que mi esperanza maltrata? Huyendo de los engaños con que darme muerte quieres, me voy, tirano, no esperes remozar en mí tus años. Padres serán los extraños, ................. [ -er] pues tú lo dejas de ser; no soy tu hijo desde hoy, alma en pena, sí, que soy de una pintada mujer.
Vase HERODES
ANTIPATRO: ¿Qué locuras serán estas que en confusión me han dejado? ¿Qué hechizos, hijo, te han dado que en llanto envuelve mis fiestas? De tus acciones opuestas solamente he colegido que habiendo el seso perdido anuncias mi desventura. ¿En qué retrato o pintura dices que te has convertido? Ya llamándome tirano riguroso te despides; ya, humilde, perdón me pides con los labios en mi mano; culpas me imputas en vano, que ignoro y saber deseo; o estás loco, o lo que creo por más cierto, estás celoso, que Amor con celos furioso las formas hurta a Proteo. Si porque al príncipe caso con Mariadnes se agravió, si fue el retrato que vio de su libertad ocaso. ¡Oh, Amor liberal y escaso! Ya mal podré remediarte, por más que intente curarte, si es el daño que recelo, porque a casarse Faselo a Jerusalén se parte. Pues tienes alas, volaras, que en la presteza dispuso tu dicha, quien te las puso, y sus celos remediaras. Culpa tus plumas avaras y no a mí, ciego tirano, que cuando celoso, en vano pierda a Herodes, me consuelo del reino que por Faselo a mis sucesores gano.
Vase ANTIPATRO. Salen HIRCANO, y ELIACER vistiéndole
HIRCANO: Al rey de Tiro agradezco su embajada y petición, mas llega en mala ocasión cuando al príncipe la ofrezco de Idumea, por quien reino. Es mi amigo y comarcano, dióme el senado romano por su intercesión el reino. Hame pedido a mi hija para esposa de Faselo. Nuestra ley guarda, y el cielo me aconseja que le elija. Aristóbulo también a Salomé su hija hermosa, ha nombrado por esposa, y alegre Jerusalén su entrada espera festiva, pues desde su puerta santa arcos y estatuas levanta y antiguos muros derriba. Esto al rey de Tiro di, y al de Sidón, que me pesa no admitir de la princesa, su hija, la mano, y "sí" para Aristóbulo, en fe de lo que la estimo y quiero; adelantóse primero el amor de Salomé y ganóle por la mano la mano que le apercibe. Lo mismo, Eliacer, escribe al rey de Persia, Artabano. A la infanta de Corinto; al rey de Libano, Hirán, y a todos cuantos están dentro el ciego laberinto del amor de mis dos hijos; y en fe de casar con ellos, por generosos y bellos, son pretendientes prolijos, que siendo no más de dos mal tantos yernos tendré. ELIACER: Liberal contigo fue en hijos y en reinos Dios. Rey Sacerdote te ha hecho y el primero a quien ampara con la corona y tïara tu honra y nuestro provecho. Dos hijos también te ha dado, milagros de la hermosura, con quien el cielo procura, eternizando tu estado, premiar de tus ascendientes el celo con que ampararon la ley que nos restauraron los Macabeos valientes. El reino y los hijos goces siglos por años, señor. HIRCANO: ¿Dónde están? ELIACER: Dando al Amor y fama plumas y voces. Como la belleza cría Amor, y tan bellos son, con inseparable unión y amorosa compañía uno con otro retrata un Géminis que en el suelo, avergonzando al del cielo, usurpar su signo trata. A caza querían salir por dar luz a este horizonte, y los caballos del monte mandaban apercebir.
Sale EFRAÍM
EFRAÍM: Sal a uno de los balcones que honran tu parque, señor; que si en él los ojos pones, verás confuso el Amor en iguales opiniones, y a los dos príncipes bellos en dos caballos, y en ellos, Xantho y Pyrois transformados, por más que a su sol atados procura el sol detenellos. Bordados caparazones portátiles tronos son cuyas verdes guarniciones labró Flora a imitación del campo hermoso a jirones. Las crines entre distintas lazadas, si al mayo pintas que su tienda sale a abrir, no harás poco en distinguir si son flores o son cintas. Ni el oro, aunque más presuma en los jaeces mostrar valor en suma, sin suma, se podrá desestimar del esmalte de su espuma. Los dos, en fin, muestras dan, uno bayo, otro alazán, cuán bien se les medra y luce, que si el viento los produce los apacienta el Jordán. Los dos hermanos sobre ellos, sueltos al sol los cabellos, robando almas y dando ojos, para que los suyos rojos trence envidioso de vellos. Gabanes de verdemar honran, que el oro guarnece, dando a Amor que recelar, que en mar que esperanza ofrece no es cordura confïar. Con cuchillos damasquinos, cuya hermosa guarnición al sol puede ofrecer signos, pues, cuando no estrellas, son sus piedras esmaltes finos, y de plumas tanta copia que entre ellas la fama propia fácilmente se ofuscara, pues si Faetón las llevara no fuera negra Etiopia. Dos sacres llevan ufanos que, en lugar de las pigüelas, grillos de sus pies livianos, habrán menester espuelas para salir de sus manos, pues ni águila ni garza real les podrá dar presa igual cuando la sigan traviesos como la que gozan presos a alcándaras de cristal. De esta suerte, porque igualen pasatiempos con cuidados, que por los montes señalen de cazar almas cansados, a caza de fieras salen. Gózate en ver tus vasallos mil bendiciones echallos; mas los dos llegan aquí, no sé si a volver por sí, pues yo no supe pintallos.
Salen a caballo, y vestidos como EFRAÍM dijo, ARISTÓBULO y MARIADINES
MARIADNES: Para la felicidad de nuestra caza, señor, y vuelta con brevedad, su bendición y el favor nos dé vuestra majestad, porque en tales ocasiones la Fortuna satisfecha honrará nuestras acciones si su mano real nos echa, en una, tres bendiciones: de sacerdote primero y pastor de nuestra ley que reverencio y prefiero, de padre y luego de rey con que buen suceso espero cuando volvamos los dos. HIRCANO: Ya todas tres las gozáis Marïadnes bella, vos, pues que apacible os lleváis la mía, del pueblo y Dios. Garzas el viento embaracen sin que el neblí las dé enojos, que cuando el cielo amenacen no es mucho que vuestros ojos siendo garzos, garzas cacen. Y vos, Aristóbulo mío, ¿también salís a cazar? ARISTÓBALO: Amor alienta mi brío. No hay de cazar a casar mucho; y pues me casas, fío de mi ligera esperanza empresas dignas de fe contra el olvido y mudanza, que si es garza Salomé, más vuela Amor, pues la alcanza. Dejad, señor, que la siga el alma que en ella adora, si una caza a la otra obliga. MARIADNES: Ya, padre y señor, es hora. HIRCANO: El mismo Amor os bendiga. No os alejéis porque esté alegre nuestro horizonte si en sus cristales os ve, que yo a la casa del monte a recibiros saldré.
Vanse. Salen PACHÓN y TIRSO, pastores
TIRSO: En fin, ¿vos tenéis amor a Fenisa? PACHÓN: Mirad, tío, yo no sé si es amorío, si estangurria o si sudor. Mas sea lo que se sea, mi real, como dijo el otro, en viéndola me quillotro y el alma se me menea. El pecho se me bazuca y me dan ceciones luego; si éste es amor doile al huego, que, pardiez, que es mala cuca. Si vuesa edad no me endilga lo que es esto, abrid la huesa a Pachón. TIRSO: Celera es ésa. PACHÓN: Estoy hecho una pocilga de celos, que por ser tercos, ponerse siempre de lodo y andar gruñéndolo todo se comparan a los puercos. TIRSO: Pues bien, y ella, ¿sabe acaso que la amáis? PACHÓN: Sí. TIRSO: Bueno está; y ¿habéisla hablado? PACHÓN: Verá. Pullas la echo a cada paso. TIRSO: Pescudo si la habéis dicho vueso amor. PACHÓN: Por comparanzas, tal vez hay, que entre otras chanzas la declaro mi capricho. TIRSO: ¿De qué modo? PACHÓN: Daros quiero cuenta de vuesa demanda. Ya vos veis del modo que anda el gaticinio en Febrero. Estaba una gata bizca con cierto gato rabón allá en el camaranchón, tan tierno él como ella arisca, cual si les pegaran ascuas diciéndose cada uno en su lenguaje gatuno... TIRSO: Sí. PACHÓN: ...los nombres de las Pascuas. Porque si explicaros quiero, él siempre que maullaba de maulera la llamaba y ella con "fuf" de fullero. En fin, con gritos feroces andaban dando carreras, que gatos y verduleras sus faltas se echan a voces. Escuchábalos Fenisa, quizá envidiosa de verlos, y yo, que iba a componerlos, la manga de la camisa la así, porque no se escape; y como el amor me afrige, "miz," hocicando la dije, pero respondiendo "zape," me dio en la cara un aruño que un carrillo me llevó; agarréla entonces yo, mas ella cerrando el puño escopir me hizo dos muelas deshaciéndome el gallillo. TIRSO: Hizo bien, porque un gatillo de ordinario es sacamuelas, y ese fue lindo favor. PACHÓN: ¿Lindo? A otros dos si me toca me ha de despoblar la boca; pero otro me hizo mayor. TIRSO: ¿Mayor, cómo? PACHÓN: Hué al molino, y yo tras ella, antiyer; y acabando de moler llegué a cargarle el pollino. Y él cuando el costal le pongo dos yemas sin clara echó, y a la primera que vio dijo, "¡Papaos ese hongo!" Yo, como la vi burlar, las manos la así y beséselas, y apartómelas y apartéselas, y volviómelas a apartar. Tiróme una coz después, pronóstico de una potra, y yo tornándole otra jugamos ambos de pies. y volviendo a porfïar, volvióme dos y aparéselas, y tirómelas y tiréselas, y volviómelas a tirar. TIRSO: ¿Qué más quieres si conoces que te hace tanto favor? PACHÓN: Dad al diablo, tío, el amor que entra a pellizcos y coces.
Sale FENISA
FENISA: Valga el dimonio la gente y quien acá la envió. PACHÓN: Ésta es mi Fenisa. FENISA: ¡Yo, que te estriego!
Llégase a ella y FENISA le da una coz
TIRSO: Impertinente, dila, si casarte tratas, que tenga de ti mancilla. PACHÓN: Llegad vos a persuadilla que tenga quedas las patas. FENISA: ¡Oh! ¿Es mi tío? TIRSO: Pues ¿con quién gruñís? FENISA: Con el diablo gruño. PACHÓN: Burlaos con ella. FENISA: El dimuño sacó de Jerusalén aquestas damas machorras que, olvidando los chapines, andan corriendo rocines, cazando gangas o zorras. Y con unos pajarotes tan grandes como milanos que atados traen en las manos con borlas y capirotes, no han dejado lino a vida. TIRSO: Nuesos príncipes serán que a volar garzas saldrán. FENISA: Yo vengo tan aburrida, que quizá el diablo los trajo acá. Si la honda desciño... PACHÓN: ¡Mirad vos qué lindo aliño de decirla un resquebrajo! Fenisa, vuesos hocicos me traen tan emberrinchado desde que antiyer al prado llevábamos los borricos, que como amor me provoca hoy he dado en retozón. FENISA: ¡Yo, que te estriego, Pachón!
Dale un mojicón
PACHÓN. ¡Ay! TIRSO: ¿Dónde te dió? PACHÓN: En la boca, machucádomela ha toda. A este andar, si no que os duela, no ha de haber diente ni muela para el día de la boda.
Salen HERODES y JOSEFO
HERODES: No la gozará Faselo, por más que lo intente Hircano, aunque del primer hermano renueve agravios el cielo. JOSEFO: Si ya se la ha prometido, ¿cómo estorballo podrás? HERODES: Loco estoy y necio estás; amor que no se ha adquirido con dificultad no sé que tenga estima ni fama. Veré mañana a mi dama; mi hermano la pintaré de suerte que lo aborrezca. Diré que es desagradable, descortés, tosco, intratable, y porque mal le parezca, como tú el fin me acredites, pintaré en él el extremo de un esposo, un Polifemo, de un Coricleo, un Tersites. Pero ¿qué gentes son éstas? JOSEFO: Rústicas de estas montañas, cuyas pajizas cabañas desprecian cortes compuestas. HERODES: ¿Cuánto está Jerusalén de aquí, buen hombre? PACHÓN: Una legua que se la papa mi yegua, señor, en un sancti amén. Mas ¿para qué lo pescuda si viene a cazar de allá con la infanta? HERODES: Pues ¿está la Infanta aquí? PACHÓN: ¡Buena duda! FENISA: En un caballo sobida, como hombre desparrancada, a la jineta ensillado. PACHÓN: Tomárala yo a la brida. FENISA: Nos trae puestos en rencilla de verla así cada vez, si deja la doncellez la infanta sobre la silla. HERODES: Y vos, serrana de plata, ¿vivís aquí? FENISA: Desde hoy más. PACHÓN: Quítese él de detrás que es falsa de aquesa pata. Guárdese que no le borre de un golpe el encaramiento. JOSEFO: Sobre un caballo del viento vuela un cazador o corre.
Ruído de dentro, cono que corre un caballo
TIRSO: Será el príncipe, que hoy vuela garzas por aquí.
Voces dentro
¡Tener, tener! HERODES: ¿Cayó? JOSEFO: Sí. MARIADNES: ¡Válgame Dios, muerta soy! HERODES: ¡Terrible golpe! TIRSO: No mueve pie ni mano. HERODES: A darle ayuda me manda el amor que acuda.
Éntranse HERODES y JOSEFO
FENISA: Mas que el diablo se la lleve, que así mis linos maltrata. PACHÓN: Si él vuesos sembrados pisa no os venguéis en mí, Fenisa, apartad allá la pata.
Saca HERODES a MARIADNES desmayada en los brazos
HERODES: Pastores, sentid conmigo hoy la pérdida mayor que pudo hacer el Amor. Llamadme, si es que os obligo, venturoso, desdichado, en el hallazgo que he hecho. FENISA: Que es el príncipe sospecho. PACHÓN: Mas ¿si se ha descalabrado? FENISA: No es sino la hermosa infanta de Jerusalén. HERODES: Si muere, ni el sol dar vueltas espere a su hermosa esfera y santa, ni en sucesión infinita piense la naturaleza eslabonar su belleza cuando la mayor nos quita, que del fuego que amenaza en el diluvio segundo la destrabazón del mundo llegó al término. FENISA: Esta caza dola al diablo, nunca ha hecho, si este bien, a los que engaña. TIRSO: En esta pobre cabaña, aunque grosero, hay un lecho: de heno y paja está lleno, echadla sobre él, señor, que toda hermosura en flor viene a rematar en heno. HERODES: Decís bien. ¡Ay suerte incierta! ¡Qué avarienta os me mostráis, pues la dicha que me dais o es pintada o medio muerta!
Llévala HERODES
PACHÓN: ¡Por Dios que es desgracia extraña! FENISA: ¿Quién diablos la metió a ella en andar, siendo doncella, corriendo por la montaña a caza sobre un rocín? TIRSO: La mujer, si es recogida, no ha de tener más caída que la de un bajo chapín. FENISA: Metióse en oficio ajeno, tomóse lo que la vino; que lo que pecó en mi lino lo paga ahora en mi heno. PACHÓN: ¿No será bien avisar a los que, desparramados, andan por montes y prados y vinieron a cazar con ella, que a remediarla acudan? No se nos muera entre manos TIRSO: Bueno fuera que aquí viniesen a hallarla y nos pidiesen su muerte. PACHÓN: ¡Oste puto! A avisar voy al reye. FENISA: Yo también soy de tu opinión. PACHÓN: De esa suerte tú a los cazadores llama, yo iré a Jerusalén. TIRSO: Yo voy contigo también, que si se muere en mi cama antes que se certifique, mos tiene de acrebillar el reye. FENISA: No hay que dudar, por Dios, que nos crucifique.
Vanse. Salen HERODES y JOSEF
HERODES: Esperanza da de vida, puesto Josefo que poca, a lo menos con su boca, temiendo la despedida del alma, la mía sellé para que, cuando saliera en aura, no se me huyera, porque cuando imaginé que bebiéndola el aliento el alma, que salir duda, fuera huésped que se muda de uno en otro aposento. Debiólo de echar de ver, y temiendo sus agravios, cerró el recelo los labios y volvió a retroceder al corazón, donde ordena vivir de asiento y me abrasa, porque, dueño de tal casa, ¿cómo vivirá en la ajena? Ve por agua, mi Josefo, podrá ser que vuelva en sí. JOSEFO: Harélo, señor, así. Amante y solo te dejo. Que traiga el agua querrás de las más lejas corrientes que dan cristal a sus fuentes, para que me tarde más. Voy, pues, que no es de perder por mí lo que tu amor fragua. Yo volveré con el agua cuando no sea menester.
Vase JOSEFO
HERODES: Alma, agora sí que os veis en más confusa porfía. Al amor y cortesía en competencia tenéis. La ocasión porque gocéis lo que vuestra fe merece, a vuestra dama os ofrece; cuando contra la esperanza la nobleza y confïanza la defiende y favorece. Enamoróme pintada, y la ocasión y ventura me la dan casi en pintura, pues me la dan desmayada. La cortedad es culpada en quien se precia de amar, mal el Amor podrá usar finezas hoy cortesanas. Entre cabañas villanas la ocasión entro a gozar. Pero, Amor, si no os reporto, mi nobleza os culpará preciar de cortés, pues va poco de cortés a corto. No por un deleite corto intenté perder así los blasones que adquirí; detened el paso, Amor, que no hay vitoria mayor como es el vencerse a sí. Mas si pierdo por cortés la ocasión, ¿volveré a hallalla? No, que el tesoro que uno halla en el campo, suyo es. Si tengo derecho pues, al que aquí acabé de hallar y me le viene a quitar Faselo en mi menosprecio, en perderle seré necio. La ocasión entro a gozar. Mas no gozo, si lo advierto, sino como Pigmaleón, una estatua sin acción. Volved en vos desconcierto; que gozar un cuerpo muerto será brutal frenesí; la vida cortés la di, dadla también el honor, que no hay hazaña mayor como es el vencerse a sí. Obligaréla cortés, si sabe que he refrenado apetitos al cuidado, ganancias al interés. Para asegurarla, pues, mudarme intento el vestido por el de pastor fingido, ya que asegurarla quiero, que en viéndome caballero ha de juzgarme atrevido. Trajes vi de cazadores colgados en la cabaña, haced hoy en mí--¡oh montaña!-- transformaciones de amores. No paguéis en disfavores cortesanas cortedades, que, si en estas soledades no me ayudáis, siendo dios, formaré quejas de vos y no me fïaré en deidades.
Vase. Sale MARIADNES
MARIADNES: ¡Cielos! ¿Quién me trajo aquí y entre estos bárbaros techos, en una cabaña pobre de aqueste modo me ha puesto? ¿Dónde están mis cazadores? El príncipe, ¿qué se ha hecho? ¿Cómo sóla me han dejado? ¿Si imaginan que me he muerto? Acuérdome que caí de un caballo que siguiendo una garza remontada iba imitando su vuelo, y, aguardando la vitoria de dos halcones soberbios, imaginé con sus plumas vender despojos al viento. Debíme de desmayar más del golpe que del miedo, y algún pastor que me vio me trajo y redujo al heno de su rústico descanso pabellones opulentos. Si esto es así, ¿dónde está? ¡Ay temerosos recelos! ¿Si han hecho afrenta a mi honor villanos atrevimientos? Yo mujer y sin sentidos, descorteses y groseros labradores licenciosos, la ocasión vendiendo al tiempo tesoros que la honra guarda. Yo, sobre el humilde lecho de una despreciada choza, mis vestidos descompuestos, ausente el que aquí me trajo, conjeturad pensamientos, mi desdicha y vuestro daño, y dadme muerte si es cierto. ¿Quién duda que si violó un cuerpo sin alma el dueño bárbaro de este hospedaje, que con las alas del miedo huiría el justo castigo encomendando al silencio afrentas que ya la fama esparcirá por los vientos? ¡Triste de mí! ¿Qué he de hacer? Mil veces maldiga el cielo al inventor que los gustos cifró en el errante vuelo de un pájaro codicioso, que entre leves pasatiempos de plumas que lleva el aire, Ícaro al honor ha hecho. Mas de la misma cabaña, sino del mal que sospecho, parece que un pastor sale. Hombre, ¿qué buscas adentro?
Sale HERODES de pastor
HERODES: Busco lo que hallando en vos, después que con vida os veo, ha de hacer, hermosa infanta, corte ilustre este desierto. Agua rosada salí a pedir a un arroyuelo que, coronado de rosas, les bebe el licor de Venus, para espantar el desmayo que de vuestro rostro bello tiranizaba las flores de Amor, que es su jardinero. Mas, ya que volviendo en vos la luz al sol habéis vuelto, la primavera a estos prados, las estrellas a estos cielos, para dar a la Fortuna justos agradecimientos, quisiera que me feriaran sus lenguas los lisonjeros. MARIADNES: ¿Sabéis quién soy? HERODES: Por mi dicha. MARIADNES: ¿Quién me trujo aquí? HERODES: Recelo si os lo digo, gran señora, que he de aguaros el contento. MARIADNES: ¡Ay de mí! ¿Por qué ocasión? Temores, si salís ciertos, yo haré en mi vida injuriada lo que el desmayo no ha hecho. HERODES: Corriendo sobre un caballo, que del tercer elemento debió de heredar las alas, sino es que el dios mensajero sus talares le prestó, íbades siguiendo el vuelo de una garza perseguida de dos halcones hambrientos, cuando en un hoyo que puso la envidia, que salió a veros, tropezando, renovaste llantos del hijo de Febo. Y retratando de Fidias un mármol sin vida bello, casi a infundiros el alma quiso volver Prometeo. Lloraban vuestra desgracia las aves de este desierto, las flores de aquestos prados, las fuentes, guarnición de ellos, cuando llegó presuroso un atrevido mancebo, si villano en sus acciones, en su traje caballero, y honrando con vos sus brazos en mi humilde alojamiento, el ébano y el marfil tuvieron envidia al heno. Lastimado y compasivo buscara el temor remedios en boticas naturales de simples no descompuestos, cuando, cargado de hierbas como de lágrimas, vuelvo a dar vida a vuestro honor, en vez de dársela al cuerpo, porque el atrevido joven desnudo intentaba y ciego, por dejar injurias vivas, usurpar despojos muertos. Yo entonces, que aunque villano, tan ilustre el alma tengo que por no violentar frutos las encinas no vareo, diciéndole mil oprobios con medio roble grosero, a lascivos desatinos puse noble impedimento. Y despreciando las voces con que dijo, "Hombre grosero, advierte que a quien injurias es al príncipe Faselo, que, a pesar de pretendiente, a ser de la infanta vengo venturoso poseedor, si no legítimo dueño. No estorbes en daño tuyo ocasiones con que el tiempo imposibles facilita para que cumpla deseos." Afrentado le hice hüir, despejando el aposento, porque no hay descortesía a quien no acompañe el miedo. Fue a buscar vasallos suyos porque, volviendo con ellos, con agravios dé principio a tu amor, señora, honesto. Aun no le dejé tomar las ropas reales, que ofrezco en muestra de mi valor y prueba de sus intentos;
Saca sus vestidos
que quien desnudó del alma el noble comedimiento, bien merece por castigo que lleve desnudo el cuerpo. Si aguardas su vuelta torpe, que tardará poco, pienso que has de llorar deshonrada violadores menosprecios. Porque no intenta casarse el que pretende violento gozar despojos robados que le vienen de derecho. Éstas son las ropas suyas, y los brazos, señora, éstos, que en defensa de tu fama serán del honor trofeos. Mira lo que determinas, que, si tomas mi consejo, huyendo de los peligros sale vitorioso el cuerdo. MARIADNES: Pastor... no pastor, mas sí; que pues hoy del lobo fiero la inocencia de mi fama has defendido, no tengo blasón mejor con que honrarte. Yo pagaré lo que debo a tu generoso trato con largos y nobles premios. Estos vestidos infames tu verdad abonan, puesto que tal vez juraran falso si a Josef doy por ejemplo. Vamos a Jerusalén, donde, con honroso trueco, justos premios satisfagan la nobleza de tus hechos, y donde, libre y seguro, juzgue el aborrecimiento descorteses desacatos del atrevido idumeo. ¿Cómo te llamas? HERODES: Claricio. MARIADNES: Hacerte claro prometo entre cuantos la privanza sobre sus alas ha puesto. HERODES: Dame a besar esas manos. (¡Oh Amor crïado en enredos, Aparte con bien de aqueste me saca, labraréte de oro un templo!) Atado al tronco dejé un caballo de aquel cedro, sube en él, seré la aurora que va delante de Febo.
Vanse. Salen HIRCANO, FASELO, ARISTÓBULO, SALOMÉ, ELIACER, EFRAÍM y los pastores, FENISIA, PACHÓN, y TIRSO
HIRCANO: Muerta la infanta mi hija, quebró el cristalino espejo en que la naturaleza se miraba. FASELO: Si esto es cierto, en túmulos lastimosos los tálamos de Himeneo ha convertido la envidia, cuando a desposarme vengo. De mi vida a su memoria la haré sacrificios tiernos, sin que a restaurarla basten persuasiones ni consuelos. ARISTÓBALO: ¿Aquí dices que mi hermana quedó? PACHÓN: Como se lo cuento.
Entran
HIRCANO: Entrad por ella, ¡ay de mi! ¿Cómo vivo, pues que muero?
Salen
ELIACER: No hay en toda esta cabaña sino es en su pobre suelo unas pajas miserables, y entre sayales groseros estos curiosos y nobles.
Saca los vestidos de HERODES
TIRSO: ¡Aun el diablo vería eso! HIRCANO: Villanos, ¿qué es de mi hija? ¿No habláis? PACHÓN: ¿Qué quiere que hablemos? FENISIA: ¿No le juimos a llamar? ¿No la pusimos ahí dentro, quemando porque oliscaba a manojos el espliego? Quizá quien la agarró el alma volvió después por el cuerpo, o la comieron a escote. algunos grajos y cuervos. FASELO: ¿Estos vestidos no son de mi hermano? HIRCANO: ¡Ay santos cielos! Sin duda, que por robarle estos villanos le han muerto. TIRSO: ¡Aún peor está que estaba! ARISTÓBALO: ¿Hay más trágico suceso? HIRCANO: ¿Qué es de mi hija, traidores? FASELO: Mi sol, mi luz, ¿qué se ha hecho? PACHÓN: ¿Hay son que, si se ha perdido, le dé un real al pregonero prometiendo buen hallazgo? HIRCANO: ¡Oh crüeles! Ya sospecho que por hurtarles las joyas, homicidas y avarientos, dos soles habéis quitado que daban luz a mis reinos. Enterrados los habrán. PACHÓN: No les faltará a lo menos, si es cerote lo que sudo, cera hilada en el entierro. HIRCANO: Prended esta vil canalla, descoyuntadla a tormentos hasta que la verdad digan. PACHÓN: Fenisa: potro tenemos. FENISA: Más quisiera tener potra. HIRCANO: ¡Ay desventurado viejo! No dejéis piedra ni planta de este monte, caballeros, que no busquéis. ARISTÓBALO: ¡Triste caso! PACHÓN: Yo os juro a Dios que me huelgo. FENISA: ¿De qué? PACHÓN: De que os han de dar en el potro pan de perro.
Vanse

La vida de Herodes, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 25 Jun 2002