JORNADA SEGHIDA


Salen GRIMALDO y OCTAVIA
GRIMALDO: Yo le haré que tenga seso, pues no le puedo hacer sabio. ¿Tras ignorante, travieso? OCTAVIA: ¡Grimaldo! GRIMALDO: ¡Con buen resabio ha salido! Estará preso, --¡vive Dios!--hasta que olvide las pasiones que ha trocado por las letras que despide. ¡Bueno! ¿Otón enamorado cuando en el campo reside? ¿Mujercillas en mi quinta? OCTAVIA: Ésta es una labradora, no cual vuestro enojo pinta. GRIMALDO: Echadla, Octavia, en mal hora, o la que traigo en la cinta dándola de espaldarazos mi cólera amansará. ¿Qué mucho si en tales lazos gasta el tiempo cuando da al amor torpes abrazos, que ni lo que estudia sepa ni haga cosa de valor? No hallo yo pecho en quien quepa el estudio y el amor, que de la virtud discrepa. La torpeza no conserva letras con que el sabio viva de los vicios contrahierba, que si Venus es lasciva, por eso es virgen Minerva. ¡Bien en la quinta se emplea! Con tan buenos cartapacios estudiando en el aldea, olvidará los palacios que el ocioso amor pasea. No me repliquéis, Octavia; preso ha de estar; despedid esa mujer si sois sabia. OCTAVIA: Desenojáos y advertid si Otón con ella os agravia, y castigadle después que lo hayáis averiguado. GRIMALDO: ¡Que siempre en las madres es el amor desatinado! OCTAVIA: Como no hay otro interés que premie lo que nos cuesta un hijo, sino el amor, más sus fuerzas manifiesta. GRIMALDO: ¿Queréis indicio mayor de la afición deshonesta que Otón tiene a esa mujer? Pues advertid el cuidado con que vive desde ayer que en casa se ha acomodado, que yo he procurado ver si a solas se hablan, y han sido tantas las muestras y tales de amor, que me han persuadido a que en lazos desiguales se han de casar, si no impido este desatino luego. OCTAVIA: ¿Vos lo visteis? GRIMALDO: Yo, que sé las propiedades del fuego, que aunque de lejos se ve, da luz y es para sí ciego. Por eso en el fuego ha puesto Amor su esfera; y ansí despedidla, Octavia, presto, y dejadme hacer á mí, que yo me entiendo. OCTAVIA: ¿Qué es esto?
Salen el CONDE Enrique, el DUQUE, viejo, CRISELIO, CLAVELA, ROSELA, CÉSARO y RAMÓN, todos de camino
DUQUE: Si con alguna traición no provocáis mi paciencia, mirad, conde de Placencia, que usáis mal de la ocasión que el cielo da a nuestras paces. ¿Qué es de Clemencia, que en ella mi vida estriba? CONDE: A perdella los sentimientos que haces, gran senor, no son tan grandes como los que quien ignora esta desdicha y la adora ha de padecer. No mandes impedirme de esa suerte la ventura que intereso; que habrá de costarme el seso, si no me cuesta la muerte la pérdida lastimosa de su adorada belleza. CRISELIO: Conde, en vuestra fortaleza estuvo Clemencia hermosa. Para la amorosa entrega de estas paces la llevé y en la cuadra la dejé, que su depósito niega. Hallar la puerta cerrada y abierto el falso jardín del bosque, si no es a fin de alguna traición pensada, no sé lo que conjeture. DUQUE: El alcaide es deudo vuestro; y como en ardides diestro, no me espanto que procure en mi agravio la venganza que posponéis al amor. RAMÓN: Yo nunca he sido traidor. CONDE: Ni mi burlada esperanza se persuadirá jamás a que de industria no haces, para deshacer las paces, que eternas fueran de hoy más, Duque, aquese estratagema; que estarás arrepentido, que siendo yo su marido peligros de amor no tema; y para que no la goce la habrás mandado esconder. DUQUE: Nunca se atrevió a ofender mi valor quien le conoce. Y cuando yo no quisiera que la paz llegara a efeto, no me puso en tanto aprieto, Conde, vuestra guerra fiera que me obligue a compromisos ni a usar de tales engaños. CONDE: Truecan los maduros años faltas de esfuerzo en avisos; e intentaréis deshacer lo concertado con eso; pero esté el alcaide preso, duque, y en vuestro poder mientras se sabe quién es el que ocasiona la ausencia y pérdida de Clemencia. Veremos si mi interés o el vuestro queda culpado. DUQUE: Soy contento. RAMÓN: ¡Gran señor! CRISELIO: (¿Qué es esto, confuso Amor? Aparte ¿Cómo os me habéis malogrado? Mientras por mi gente fui y con engaños tracé la ganancia que intenté, mi dama y dicha perdí. Pero un consuelo me queda, y es que no la gozará el conde, ni Amor querrá que mal mi industria suceda.) CÉSARO: (Mi dicha se desbarata Aparte si Clemencia no parece; que el duque que favorece mis letras y honrarme trata, ni de mi se ha de acordar, ni el marqués de mí hará caso.) ROSELA: (Con mi desdicha me caso Aparte si no me vengo a casar con el conde imaginado.) CLAVELA: (Si mi prima falta, cielos, aunque sosieguen los celos que ella y Criselio me han dado, como el duque no sosiegue ¿qué gusto podré tener?) GRIMALDO: ¿Qué causa ha podido haber para que a mi quinta llegue ansí el duque alborotado, con el conde de Placencia? OCTAVIA: Si no parece Clemencia, bastante ocasión le han dado.
Sale CLEMENCIA en traje de pastora
CLEMENCIA: Pues los cielos te han traído, padre invicto, duque justo, a esta quinta, asilo sacro donde mi honor aseguro, no te espante mi disfraz, ni con amoroso yugo enlazar cuellos pretendas que se aborrecen por uso. Antiguas enemistades, desde tus padres augustos, al marqués de Monferrato dan tiranos atributos; que los odios que se heredan, cual muestran ejemplos muchos, han menester Alejandros que desenlacen sus ñudos. La autoridad sacrosanta del Papa, que se interpuso entre el rigor de la guerra, envainar aceros pudo. ¿Qué no pudiera el valor de los enemigos tuyos, pues tantas veces temblaron sólo de verlos desnudos? Pero, prudente y piadoso, armas a libros redujo, asaltos a tribunales, guerras a pleitos confusos; criminales competencias a civiles estatutos, y el derecho de la espada a las leyes de Licurgo. Salió por ti la sentencia, y lo que por tantos lustros la guerra no pudo hacer, una sentencia lo pudo que estableciendo amistades pretendió juntar en uno nuestros estados y casas. ¡Necio arbitrio, aunque seguro! Concertadas ya mis bodas y reducidos al culto del amoroso Himeneo, a celebrarlas me trujo Criselio, a una fortaleza donde el engaño dispuso que saliese a recibirme el conde Enrique, perjuro. Dejáronme en una cuadra en que, obediente a tu gusto y rebelde el mío, que Amor, en fe que en los ojos puso la entrada que hace en el alma, si no ve no da tributo porque es más sordo que ciego, estaba haciendo discursos, ya en pro, ya en contra, hasta tanto que venció el cansancio, y pudo rendirme a pesar del miedo en brazos del sueño mudo. Soñando estaba verdades que agora en mi daño apuro, y entonces adivinaba el alma, profeta oculto, cuando entrando por la puerta de un jardín, que si da fruto debe de ser en traiciones, el Conde, Paris segundo, y llevándome en los brazos, con un lienzo dando un ñudo a la boca que intentaba obligar al favor justo, ayudándole traidores, sobre las ancas me puso de un caballo que sin alas voló hasta el bosque confuso. Púsome, en fin, en el suelo, y díjome, "Ansi procuro vengar antiguos agravios mientras que tu honor injurio. No letrados con sobornos piense tu padre caduco que quieten enemistados sentenciando en favor suvo. A la fuerza de tu honor violentamente reduzgo el tálamo que esperabas, vuelto en afrenta su yugo. Con deshonrarte me vengo para que publíque el mundo con tu afrenta mi venganza, que es la que ha tanto que busco." Di voces, pidiendo al cielo rayos, que siendo verdugos contra tiranas ofensas, mi honor dejasen seguro. Oyólas un labrador, en cuerpo y traje robusto, puesto que noble en los hechos, a quien mi vida atribuyo, que con un tosco bastón, despojo de un roble duro, contra el bárbaro atrevido sirvió a mis quejas de escudo, y sin temer los traidores, cobardes, puesto que muchos, testigo de sus hazañas, hizo los montes incultos. Huyó el tirano afrentado, siendo testigo su insulto, que no hay valiente traidor; pues tantos temblaron de uno, y el vencedor cortesano hasta esta quinta me trujo, sagrado de mis ofensas, restauración de mis gustos, y asegurando recelos de Grimaldo, padre suyo, me revistió de labradora, lenguas enfrenando al vulgo. De este modo, gran señor, desde ayer ocasión busco para darte larga cuenta de mis agravios y tuyos. Si el torpe disimulado negarlos intenta astuto, su enemistad y mis quejas serán testigos seguros. Escarmienta desde hoy más, y de enemigos perjuros no te fíes otra vez cuando aborrecen por uso; que ni al río has de pedir que retroceda su curso, al sol que engendre tinieblas, ni que discurran los brutos. La enemistad heredada, si a mil ejemplos acudo, es otra naturaleza. Con el presente te arguyo. Armas, valor y honra tienes; vuelva el acero desnudo a dar filos a tu agravio, a asaltar traidores muros, que primero que me obligues a su aborrecido yugo, dándome muerte violenta cubriré a Mántua de luto. DUQUE: Bárbaro conde, ¿qué disculpa tienes, que a descargarte de este insulto baste? ¿Armado a celebrar tus bodas vienes? Culpado estás, pues contra mí te armaste; que pues defensa a tu traición previenes, la enemistad y bandos que heredaste intentas proseguir, porque no ignoras que en fiestas, armas son siempre traidoras. ¿Lo que con tantas guerras no has podido, intentas con traiciones, y blasonas de ilustre, de cortés y bien nacido? A tus armas añade esas coronas. Con el papa y con Dios tengo cumplido. Tú mismo, contrario traidor, pregonas la guerra en que ha de ser mortal retrato de Roma por Nerón tu Monferrato. ¡Viven los cielos y mi injuria vive, que no ha de quedar piedra sobre piedra en ella, si obediente te recibe, y amparando traidores crece y medra! Habitarála cuando la derribe, en vez de gente, solitaria hiedra, que siempre verde en fe de tu castigo, de mi justa venganza sea testigo. Vete a tu padre, como tú, engañoso, y podrásle decir cuando le avises de tu intento burlado y cauteloso, que deje engaños para el griego Ulises, y que si sale al campo belicoso, las hierbas teñiré que huyendo pises con más copia de sangre que dió Italia a los trágicos campos de Farsalia. CONDE: A no saber que con tan vil engano de darme a tu Clemencia arrepentido, tus embustes reduces en mi daño, con aquesa mentira prevenido, fácil pudiera darte el desengaño; y de mi amor honesto persuadido, mostrar quién causa aquese trato doble, quién su sangre envilece y quién es noble. Mas el amor con que es razón estime a madama Clemencia, cuya mano pensé gozar, mi cólera reprime, que siempre Amor es cuerdo y cortesano. Injurie mi valor, quejas intime de que inocente estoy, llámeme en vano corsario de su honor, que en su decoro no podré decir más de que la adoro; y que pues niegas, duque, al juramento la obligación y paces ya quebradas, no descortés, pero injuriado intento hacer que a mi valor te persüadas, los tafetanes lisonjeando al viento, brillando al sol las hojas aceradas, dando voces las cajas, mi justicia publicarán mi amor y tu malicia.
Vase el CONDE
DUQUE: ¿Adónde está el labrador de nuestra honra defensa? CLEMENCIA: Ese nombre le hace ofensa, que es caballero, señor. El dueño de aquesta quinta, noble, aunque pobre, es su padre; y su generosa madre Octavia, que en Otón pinta como en imagen el ser de su heredada nobleza. GRIMALDO: Dénos los pies vuestra alteza. DUQUE: ¡Oh, Grimaldo! el conocer quien érades me impidió del conde el villano agravio. Ya sé que sois noble y sabio; pero, ¿qué cosa os movió a vestir en tosco traje a Otón, si es vuestro heredero? GRIMALDO: Tiene el ingenio grosero siendo ilustre su linaje. Quisiera que se aplicara a las letras, y valiera por ellas; mas de manera la Fortuna le fue avara, que en un año no ha podido sus principios alcanzar, y quísele castigar, de su ignorancia ofendido, con tenerle retirado aquí donde oculto asista y el traje grosero vista con su ingenio conformado, que quien no sabe ser hombre no es bien que con hombres viva. DUQUE: No en sola la ciencia estriba, Grimaldo, el glorioso nombre que ilustra un hidalgo pecho, que si todos sabios fueran poco las armas valieran que tantos reyes han hecho. Providencia es celestial que conserva el universo el dar natural diverso y distinto a cada cual. Por eso son las estrellas tantas, porque a los mortales den distintos naturales, naciendo en los climas de ellas. Y pues no está en la elección del hombre la facultad que pretende, a Olón dejad que siga su inclinación. ¿Dónde está? GRIMALDO: Téngole preso por lo que si yo no fuera crüel, premio mereciera. DUQUE: Imprudente andáis en eso. Id por él, que he de premiarle, pues en fin le soy deudor cuando menos del honor.
Vase GRIMALDO
CÉSARO: Ya yo comienzo a envidiarle. ROSELA: Y yo, hermano, a arrepentirme de haberle menospreciado. CRISELIO: (Los sucesos que he escuchado Aparte han venido a persuadirme que el engaño que fingí con Clemencia fue verdad. ¿Si en fe de la enemistad del conde, mientras salí por mi gente, al bosque entró el conde y robó a madama? Pero, pues, ella le infama y Otón ayuda le dió, ¿qué hay que dudar? Suerte mía, mi dicha profetizasteis; ayer mintiendo acertasteis. Sosegad, sospecha fría, que, pues ya se desbarata la amistad y el casamiento del conde, a mi honesto intento no será Clemencia ingrata.) CLEMENCIA: (Lo que Enrique intentó hacer Aparte dije anticipádamente. Industria ha sido prudente; aborrezco, y soy mujer. Destrúyase Lombardía, y no destruya mi honor quien se casa sin amor/) OCTAVIA: (Será Otón desde este día, Aparte aunque incapaz de saber, por modo extraño dichoso; que para ser venturoso poca ciencia es menester.)
Salen GRIMALDO y OTÓN, con gabán
GRIMALDO: Éste es, gran señor, mi hijo. DUQUE: Otón, mucho os soy a cargo, De vuestro aumento me encargo. Por capitán os elijo de esta guerra, que mi honor por vos tan bien defendido contra el conde fementido espera en vuestro valor; pues si solo y desarmado le hacéis huír y temer, mejor le sabréis vencer de mi gente acompañado. OTÓN: Aunque no tengo experiencia en el marcial ejercicio, el ser en vuestro servicio y de madama Clemencia suplirá cualquier defeto que haya, gran señor, en mí. Pero ¿yo cuándo vencí al Conde? DUQUE: Querréis, discreto, disimular el afrenta de quien vencido se ve por vos. Todo el caso sé, y el prernio queda a mi cuenta. CLEMENCIA: Lo que en mi ayuda habéis hecho no es encubrirlo razón.
Aparte a OTÓN
El disimularlo, Otón, os ha de ser de provecho. Yo vuestra dicha procuro; daos por entendido ya. DUQUE: La guerra otra vez está declarada, y yo seguro, pues vais de mi parte vos, y el conde es vuestro vencido. OTÓN: ¿Qué es esto, cielo? DUQUE: Cumplido tengo con el papa y Dios. Pues Enrique desbarata las paces que romper quiero y haciéndole mi heredero afrentar mi sangre trata, nadie culpe mi venganza si castigo a un desleal. Otra vez sois general, Criselio. CRISELIO: La confïanza, gran señor, que de mí hacéis castigará al conde ingrato destruyendo a Monferrato. DUQUE: Con vos quiero que llevéis, primo, por acompañado a Césaro, que es espejo de Italia, y con el consejo de tan famoso letrado, vuestro esfuerzo y su prudencia juntas harán extremada, en vos, primo, con la espada, y en Césaro con la ciencia. CÉSARO: Yo procuraré, señor, sacándote verdadero trocar libros por acero, reconociendo el favor de que la lealtad escojas que en mi amor tus ojos ven. DUQUE: Libro es la guerra también; las espadas son sus hojas. Pues sois en las unas sabio, sed en las otras valiente. Tinta es la sangre caliente, con ella escribid mi agravio, y pues por mí sentenciasteis y mi justicia entendéis, id y mostrad que sabéis defender lo que estudiasteis; que si volvéis con victoria, por letrado y capitán Marte y Minerva os darán laurel de eterna memoria. CÉSARO: Beso tus pies. DUQUE: Vuestra hermana queda a cargo de Clemencia. Si del conde de Placencia la soberbia humilláis vana, un título la dará mano de esposo. ROSELA: En la vuestra, gran señor, mi dicha muestra que toda mi dicha está. DUQUE: A Otón, Criselio, os encargo; ya sabéis lo que le debo. CRISELIO: Seguro voy, pues le llevo en mi ayuda y con tal cargo. DUQUE: Grimaldo, el término es mío de toda aquesta comarca. Cuanto en dos leguas abarca esta sierra, valle y río, os doy, para que juntéis a vuestra quinta esta hacienda. GRIMALDO: Jamás tus canas ofenda el tiempo. DUQUE: Esto le debéis a Otón, y más lo que intento hacer por su intercesión con vosotros. CÉSARO: (A este Otón Aparte temo ya.) ROSELA: (Que medre siento.) Aparte DUQUE: Vamos a Mántua, de donde salgáis armados los tres para postrar a mis pies la ingrata cerviz del conde. CLEMENCIA: Yo quedo alegre y vengada. CLAVELA: Yo celosa y no segura. OCTAVIA: Hijo, sigue la ventura que Dios te tiene guardada.
Vanse; quédase OTÓN y sale GILOTE
GILOTE: Diz que vais por capitán del duco, Otón. OTÓN: ¡Oh, Gilote! es verdad. GILOTE: Si mi capote, el que os di cuando en gañán, de escolar os hizo ser vueso padre, no hace al caso, pues que vistiéndoos de raso ya no le habréis menester, volvédmele, que no me hallo, si he de hablar verdad, sin él. Tres varas tién de buriel; abrígame, y he de honrallo con mi buena compañía, o si no pagadmelé. OTÓN: Vente conmigo y te haré hombre. GILOTE: ¡Bueno! ¿Eso sería hombre? ¿Pues soy yo mujer? OTÓN: No es hombre quien de su tierra no sale. Prueba en la guerra tu esfuerzo. GILOTE: ¿Y qué me heis de her? OTÓN: Irás conmigo y si fueres valiente, cabo serás de escuadra. GILOTE: ¿Cabo y no más? OTÓN: Conforme lo que valieres. Hasta alcanzar la jineta te ayudaré. GILOTE: El cargo alabo. Llevadme por vueso cabo, seré cabo de agujeta. ¿Y qué hemos de her allá? OTÓN: Matar á los enemigos. GILOTE: Y si hay proceso y testigos el alcalde me ahorcará. OTÓN: Anda, necio. GILOTE: Vo a mudar el traje. Pardiós, que es vicio ser médico en el oficio, Otón. Vamos a matar.
Vase GILOTE. Sale GRIMALDO
GRIMALDO: Agora tengo de ver para lo que eres, Otón. Las armas ventura son, si méritos el saber; pues para aquestas no has sido, en las otras te aventaja. Gente humilde, pobre y baja por las armas ha subido hasta la suprema altura que en el imperio se encierra. Verás siguiendo la guerra que todo en ella es ventura. La ventura de una escala cuelga sin riesgo la vida. Tal vez viniendo perdida pasará por ti una bala matándote el compañero y, dejándote seguro, caerá al foso desde el muro todo un escuadrón entero, y la ventura podrá, a pesar del enemigo, conservarte por testigo de la ayuda que te da. ¿Quién a una posta perdida, blanco de tanto cañón, sino la ventura, Otón, hace que vuelva con vida?
Sale OCTAVIA
El que sin dicha se emplea, ni el coselete grabado, ni el puesto más retirado, ni la militar trinchea darán defensa segura, si una bala se abalanza que a todas partes alcanza. [Todo te da la ventura.] Pues ésta te favorece, usa de ella con valor. El duque te hace favor; en palacio sólo crece, del modo que en la milicia, la ventura. En él verás quedarse el mérito atrás y arrinconar la justicia. Sólo medra el venturoso. No por esto te aconsejo que del valor, que es espejo para el noble y valeroso, apartes tu juventud; que si en él la dicha manda, mucho más puede cuando anda al lado de la virtud. Dios una y otra te dé para que no degeneres en la ocasión de quien eres. OCTAVIA: Hijo, llega y te daré los brazos. OTÓN: Adiós, señora; padre, adiós. Vuestros consejos serán desde hoy mis espejos en que me mire cada hora.
GILOTE sale de soldado gracioso
GILOTE: ¿Vengo bueno? GRIMALDO: ¿Va Gilote contigo? OTÓN: Quiérole bien. GILOTE: Vo con Otón, que no tién con que pagarme el capote. Soldado soy ya de casta; encomiéndoos mi cortijo. OCTAVIA: Ventura te dé Dios, hijo, que el saber poco te basta.
Vanse todos. Salen marchando CRISELIO y CÉSARO
CRISELIO: Decidme otra vez la traza de ese estratagema nuevo; que aunque mi elección la abraza, es extraño y no me atrevo a ejecutarle. CÉSARO: Esta plaza, con las paces descuidada, mientras que la guerra ignora, segunda vez publicada, no se ha de guardar agora con la prevención pasada. Lo más de la guerra estriba en ardides e invenciones, que aunque el esfuerzo derriba murallas y torreones, la industria el valor aviva. Por eso es tan estimada la soldadesca de Flandes; porque en su región helada consigue victorias grandes el ingenio, y no la espada. Allí sus gentes inquietas con ardides cada vez ganan victorias discretas, y como en el ajedrez, se suelen vencer a tretas. Como vuestra valentía a mi ingenio se sujete, fácil, Criselio, sería la victoria que os promete la traza y industria mía. CRISELIO: Guiarme el duque ha mandado por vos en esta ocasión, y yo estoy determinado de ver si las letras son hazañas en el soldado. Decid lo que hemos de hacer. CÉSARO: Que se embosque nuestra gente, Críselio, al anochecer en ese pinar, que enfrente de Monferrato ha de ser su perdición. Cortarán de leña seis u ocho carros, que a la ciudad llevarán cuatro soldados bizarros a sombra de un capitán, y en villanos transformados, dándoles franca la puerta de este engaño descuidados, pondrán en viéndola abierta dos de ellos atravesados, y harán luego una señal a la cual acudiremos con dicha y esfuerzo igual, y sin sangre ganaremos la fuerza más principal; con que en llevando en prisión al marqués y al conde, puede mostrar, ganando opinión, que a las fuerzas siempre excede el ingenio y la ocasión. CRISELIO: Alto, yo os he de seguir como el duque me ha ordenado. Si no hay más que prevenir, ya el sol su curso ha acabado; al bosque podemos ir. Veamos si vuestra ciencia tiene en las armas valor. CÉSARO: Mostrarálo la experiencia. CRISELIO: (Dadme preso al conde, Amor, Aparte y gozaréis a Clemencia.)
Vanse todos. Salen el CONDE Enrique y soldados
CONDE: Llegar Tántalo al árbol avariento y huír la fruta cuando el labio toca; el líquido cristal besar la boca, y burlarle dejándole sediento; a la mesa asentarse el rey hambriento, y cuando apenas el manjar provoca al apetito, ver que el Arpía loca alza los platos y convida al viento. Lo mismo por mí pasa. No sintiera Tántalo el hambre tanto, a no incitarle del árbol la presencia apetecible. Vi a Clemencia y perdíla. ¡Ay, suerte fiera! Que ver tan cerca el bien, y no gozarle es hacer el tormento más terrible.
Sale ALBERTO, soldado
ALBERTO: Buena ocasión en las manos te ha ofrecido la ventura; hoy te da la noche escura a tus contrarios tiranos. En ese pinar están emboscados y seguros, que de tu ciudad los muros esta noche asaltarán. Con ellos fui por espía; una salida no más tienen; vencerlos podrás antes que al sol mire el día. Pega fuego al monte espeso, y entretanto que le abraso tus soldados pon al paso que aseguren el suceso. Saldrán sus ardides vanos, y del fuego vengador huyendo, el mismo temor hoy te los pondrá en las manos. CONDE: ¡Válgame el cielo! ¿Eso es cierto? ALBERTO: Tu victoria sea testigo de que la verdad te digo. CONDE: Si salgo con ella, Alberto, una jineta te aguarda. Abrásese el monte luego. Un amante todo es fuego; no es mucho que el monte se arda a imitación de mi pecho. ¡Oh, quién pudiera abrasar tu ciudad, duque, y vengar los agravios que me has hecho!
Vanse todos. Salen OTÓN, bizarro, y GILOTE
OTÓN: Pesárame haber llegado tarde. GILOTE: ¡Buena flema tienes! ¿A qué fiesta o boda vienes? ¿Qué mesa te ha convidado? OTÓN: ¿Hay mesa de más valor que la que la fama envía? GILOTE: La mesa de una hostería es más barata y mejor. Allí a pasto bebo y como; que aquí en esta mortal venta dan pólvora por pimienta y albondigillas de plomo. ¡Miren qué conejo o polla! ¡Fuego de Dios en cocina donde es una culebrina la más sazonada olla; alemaniscos manteles los lienzos de una muralla, que intentan desmantelalla pajes de tiros crüeles; sangre el vino que promete a quien su brindis admite, y el postre de su convite confitura de un mosquete! ¿Qué pecados te han traído a la muerte convidado? De tu madre regalado, en tu quinta entretenido, levantándote a las once, y aguardándote al hogar el lomo para almozar, no en asadores de bronce, como los que usa la guerra; la torreznada con huevos o los pichones, que nuevos apenas pisan la tierra. Crïado entre miel y natas sin haber visto desnuda una espada, ¿quién te muda que ansí malograrte tratas? OTÓN: El esfuerzo suplirá lo que falta a la experiencia; pues no soy para la ciencia, la guerra me ensalzará. GILOTE: ¿Qué guerra--¡pese a mi suegra!-- si en la aldea los disantos nunca esgrimiste entre tantos, una vez la espada negra? No lo echemos a perder; demos vuelta a casa, Otón. OTÓN: Calla, necio.
Salen el CONDE y ALBERTO, desnudas las espadas
CONDE: La razón de mi amor vino a vencer. Lo que el fuego perdonó ha consumido la espada. ALBERTO: Victoria ha sido extremada. CONDE: ¿Criselio está preso? ALBERTO: No. CONDE: Dejaríase abrasar. por no verse en mi poder.
OTÓN y GILOTE hablan aparte
OTÓN: ¿Cómo es esto? GILOTE: Esto es temer, y eso debe ser temblar. OTÓN: Retírate aquí, sabremos quién son éstos y qué ha sido de Criselio. ALBERTO: Yo he venido a darte cuenta. OTÓN: Escuchemos. CONDE: Deja que el campo despoje lo que el fuego no ha desecho, pues es debido derecho de la guerra; y mientras coge el premio de su victoria mi gente, repara, Alberto, en que Clemencia me ha muerto porque viva su memoria. Con esta postrera injuria cerrado habrá la venganza las puertas a la esperanza. Ya no habrá aplacar la furia del duque, que por no darme el galardón prometido, si en las paces fementido, traiciones vino a imputarme; ¿con agravios verdaderos, quién vencerá su rigor? ¡Ay, desatinado Amor, imposible es socorreros! OTÓN: Oye. El conde de Placencia es éste, y he colegido que Criselio está vencido y él adorando a Clemencia. ¡Vive Dios, que he de probar dónde llega mi ventura! GILOTE: ¿Qué intentas? OTÓN: La noche escura preso al conde me ha de dar. GILOTE: ¿Estás loco? OTÓN: Solos dos son cual nosotros. ¿Qué espero? GILOTE: Yo, Otón, no soy más que cero que nada valgo. Por Dios, que no des triste viudez a mi Torilda. OTÓN: Importuno, si eres cero y yo soy uno, contigo valgo por diez.
Al CONDE
Enrique, daos á prisión. CONDE: ¿Qué es esto? GILOTE: (¡Ay, Torilda mía! Aparte No hay Gil desde aqueste día; tocas de viuda te pon.) CONDE: ¿Quién eres tú que arrogante a tal locura te atreves? OTÓN: Después que mi esfuerzo pruebes sabrás quién tienes delante. CONDE: Eres Criselio? OTÓN: No tengo la experiencia militar que le ha venido a ilustrar; pero con más dicha vengo. Date a prisión, o prevente si no temes mi valor. ALBERTO: Dale la muerte, señor, mientras que llamo tu gente; que pues habla confïado, no viene solo.
Vase ALBERTO
GILOTE: ¡Buen modo de huír! Tras él me acomodo. CONDE: Si del duque eres soldado, déjale y mi campo sigue, que yo capitán te haré. OTÓN: A la lealtad que heredé no hay interés que la obligue, que en mi vida fui traidor. Date.
(Pelean, y pierde el CONDE la espada
CONDE: La espada he perdido y en un brazo me has herido; mostrado has bien tu valor. Esto basta; no me lleves al duque, y pide el rescate que gustares. OTÓN: Disparate es que con el oro pruebes mi lealtad. Allá has de ir preso, o quedar sin vida aquí. GILOTE: Valiente revés le di; cortéle el brazo hasta el hüeso. CONDE: ¿Eres noble? OTÓN: Y caballero. CONDE: ¡Cielos! ¡Después de la gloria de tan felice victoria, tal azar! Tu prisionero soy; haz, soldado famoso, de mí lo que más gustares. OTÓN: Todo es encuentros y azares la guerra. Sufre, animoso. Ata a la herida este lienzo y esta banda aplica al brazo; que cortés rendirte trazo, ya que en las armas te venzo. Y en ese caballo mío sube; que en él de éste iré. GILOTE: Heme aquí ginete a pie. Lleve el diablo el desafío. CONDE: Tu noble y hidalgo trato, aunque enemigo, me obliga a que envidioso te siga. ¡Que a vista de Monferrato me haya preso un hombre solo! OTÓN: Tu gente temo que venga y corro en que me detenga peligro si sale Apolo. Vamos. CONDE: ¡Ingrata Clemencia! Cuando me quite la vida tu padre, por bien perdida la juzgaré en tu presencia. 0TÓN: Si con él soy de provecho, no tengas de eso temor. GILOTE: ¿Qué dices de mi valor? ¡Bravamente lo hemos hecho! OTÓN: ¿Tú? GILOTE: Yo, pues. OTÓN: ¿Detrás de mí, cobarde, no te ponías? GILOTE: Siendo cero ansí tenías todo el valor que te di; si no, júzgalo tú mismo. ¿Cuando el cero va detrás no vale el número más? OTÓN: Valiente eres. GILOTE: En guarismo. OTÓN: Gran lebrón eres, Gilote. CONDE: ¿Victorioso y prisionero, cielos? GILOTE: Llámame tu cero que a fe que ha habido cerote.
Vanse todos. Salen el DUQUE, CLEMENCIA, ROSELA y CLAVELA
DUQUE: No temo infeliz suceso de esta guerra, pues me ampara la justicia cierta y clara del agravio que confieso. Buen general señalé; vencedor Criselio ha sido mil veces del fementido marqués, y si aseguré su valor con la prudencia de Césaro, cuerdo y sabio, ¿quién duda que de mi agravio, juntando al valor su ciencia, he de quedar satisfecho? GLEMENCIA: Y más cuando te asegura, señor, de Otón la ventura. CLAVELA: Ya el conde estará deshecho. DUQUE: Ésta es la hora que vienen triunfando a Mántua los tres, y, presos conde y marqués, por mí a Monferrato tienen. ROSELA: De mi hermano no hay dudar siendo César, que presuma juntar la lanza a la pluma y vencer como estudiar. DUQUE: Si él con la victoria sale con Criselio os casaré. CLAVELA: (¡Ay, cielo!) Aparte DUQUE: Y conde le haré de Regio, para que iguale el estado a su valor. ROSELA: Eres Gonzaga; no puedes hacer menores mercedes. CLAVELA: (Si le pierdo vencedor, Aparte haced que vuelva vencido; no le deis ayuda, cielos. Salidle al encuentro, celos, pues yo de seso he salido.)
Salen marchando destempladas las cajas, CÉSARO y CRISELIO, de luto. CRISELIO se pone de rodillas
CRISELIO: Ésta es, la primera vez, invicto duque de Mántua, que, vencido, tus pies beso, que Enrique pisa tus armas. No atribuyan a descuidos, desorden, culpables faltas o impericia militar tu daño y nuestras desgracias, sino a la ciega Fortuna, que en las guerras y privanzas por parecer más hermosa quiere mostrarse más varia. Dísteme por companero a Césaro, con quien mandas que estratagemas consulte, pida ardidos, siga trazas. No digo yo, aunque pudiera, la diferencia y distancia que hay del arnés a la joya, de la borla a la celada, cuán mal que se compadecen hojas de libros y espadas, ejércitos con esquelas y cátedras con murallas; pero diga la experiencia lo que hay de obras a palabras, de las plumas a la pluma, de argumentos a batallas, que si ejemplos testifican, el presente, duque, basta, pues por seguir a las letras vuelven vencidas las armas. CÉSARO: No eches la culpa al ingenio, Criselio, cuyas ventajas a tu pesar reconocen las fuerzas más celebradas. Cátedras lee la milicia que universidades pagan, y s especulación reducen experiencias practicadas. Mi parecer fue ingenioso, y si a ejecución llegara, Monferrato y su marqués fueran proverbio en Italia. Di tú que no bastan ciencias, que peine el consejo canas, que asalte el esfuerzo muros, que arroje el enojo balas si no asiste la ventura; porque la vez que esta falta, ni Pompeyo entre legiones, ni Marco Antonio entre armadas a la fortima de César se opondran, que en una barca del miedo, asegura a Amiclas y atrevido el mar contrasta. Mandéte emboscar la gente para que al cuarto del alba, ganando al marqués las puertas diesen al valor entrada. Dio la Fortuna envidiosa de este ardid cuenta a la fama; contóselo al enemigo, que el monte y la genta abrasa, y por él peleando el fuego la victoria a voces canta, no el esfuerzo, la ventura; no el valor, sino las llamas. Si no fuimos venturosos, no culpes las letras sabias que ponen Marte y Minerva sobre sus cabezas. DUQUE: Basta. Vencidos venís los dos; las letras sin manos hablan, el valor obra sin lengua, uno Ulises y otro Ayax; pero los dos sin ventura. La elocuencia y la arrogancia, las armas junto a las letras, decís bien, no valen nada. Volvéos, Césaro, a los libros; abogad, sentenciad causas, que no es bien paséis la pluma de la mano a la celada. De vuestro centro os saqué, y fuera de él pesa el agua, no traen armas los juristas. Con, sólo un "fallamos" matan. ¿Qué es de Otón? CRISELIO: No sé si afirme en su afrenta o alabanza que el temor y la ventura previnieron su tardanza. DUQUE: No fue al campo. Yo lo creo, que si en él Otón se hallara salieran con la victoria su valor y mi venganza. CÉSARO: ¿La victoria un ignorante que en su vida ciñó espada? DUQUE: Mejor sois para fiscal que para soldado. Basta.
Tocan cajas, y sale OTÓN, bizarro, y el CONDE Enrique, sin armas y con banda
OTÓN: Atribuye a mi ventura y no al valor que me falta el ofrecerte, señor, a Enrique preso a tus plantas. Vencedor, viene vencido. Yo tengo pocas palabras. Tarde al campo me enviaron cumplimientos de mi casa; hallé al conde que con otros su victoria celebraba; pedí ayuda a mi fortuna, y de suerte me acompaña, que en fin, vine, vi y vencí. Por relación esto basta, y por premio de mis dichas que de ellas te satisfagas. Solamente te suplico que mires que eres Gonzaga, y que el valor resplandezca en ti más que la venganza. En tu poder está el conde. El que es generoso paga agravios con beneficios; perdónale si te agravia. DUQUE: A vuestras cortas razones y a vuestras hazañas largas, con largos premios prometo juntar cortas alabanzas. Mi honor os debo dos veces. Vencido habéis otras tantas a Enrique y restituído a su ser mi antigua fama. Pues me dais un conde preso, bien será que conde os haga. Conde sois de Val Hermoso. OTÓN: Esclavo tuyo me llama. DUQUE: Criselio, el bastón os vuelvo, y pues la dicha acompaña a Otón, seguid su ventura, que mientras Césaro trata en mi tribunal de pleitos, si al valor la dicha ensalza valor tenéis y Otón dicha. Restaurad vuestras desgracias. CRISELIO: Castigando, señor, premias. Si avergüenzan tus palabras, tus mercedes dan valor; justamente a Otón levantas. Con su feliz compañía, ni temo suerte contraria, ni enemigo poderoso, ni empresa con que no salga. DUQUE: Conde, a intercesión de Otón, debajo vuestra palabra, la ciudad tened por cárcel sin prisiones y sin guardas. CONDE: Yo la doy, y a tu grandeza rindo las debidas gracias, deseoso que sin ira de mi amor te satisfagas. (¡Dichosa prisión, si estoy Aparte en presencia de mi dama. Amor, más cierto anduvieras si libertad la llamaras.) CLEMENCIA: ¿No me habláis, Otón? OTÓN: Señora, poco agradece quien habla. La suspensión siempre mira, la obligación siempre calla; por vos tengo el bien que tengo. CLEMENCIA: Ya sois conde. OTÓN: Serme basta esclavo vuestro. CLEMENCIA: Yo haré que envidien vuestra privanza. CLAVELA: (Pues no se casa Rosela Aparte con mi Criselio, esperanzas dadle, pues vuelve vencido, pésame no, alegres gracias.)
A OTÓN
CÉSARO: El nuevo titulo goce vueseñoría, edad larga. OTÓN: ¡Oh, señor gobernador! pésame de sus desgracias. Si hay en que pueda servirle, no hacer placer, que es hidalga siempre en mí la cortesía, acudiré con el alma. ROSELA: No doy a vuestra excelencia el parabién de turbada con el encarecimiento que debe quien tanto te ama. OTÓN: ¡Oh, hermosa Rosela! Ya llegó la hora deseada en que esté en vuestro servicio; y a Otón honre vuestra casa; pues sirviéndoos de la mía, mientras que condesa os llama un título, vuestro esposo, y el duque, con él os casa, por dichoso me tendré, no en que si se ofrece, os haga cualquiera comodidad, que fuera poca crïanza, sino que como señora, me mandéis. ROSELA: (Dióme en el alma.) Aparte CÉSARO: (¡Que se anteponga a mis letras Aparte de este modo la ignorancia de hombre que sabe tan poco!) ROSELA: (La envidia el pecho me abrasa.) Aparte CÉSARO: (A quien le sobra ventura, Aparte el saber poco le basta.)

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

Ventura te dé Dios, hijo, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 25 Jun 2002