JORNADA SEGUNDA


Salen don LUIS y ALDONZA
LUIS: Segunda vez me persigues? ALDONZA: Al Amor pongo por juez, que solamente una vez te amé porque me castigues; un amor, una memoria, un cuidado y un deseo es siempre el mío, y no veo una palabra, una gloria un favor, una esperanza, un regalo, una afición, pues en ninguna ocasión hallo en tu rigor mudanza. Castiga, pues, mi porfía pues tu rigor la condena, que por librarme de pena quiero hacer tu culpa mía. LUIS: ¿Qué te debo yo? ALDONZA: No sé. LUIS: Pues ¿qué me pides? ALDONZA: Amor. LUIS: ¿Sin deberle? ALDONZA: No, señor. LUIS: Luego ¿debo? ALDONZA: Sí, a mi fe. LUIS: La fe sin obras es muerta. Mal fundada deuda cobras. ALDONZA: Si en mi fe faltaron obras fue por tu culpa, que es cierta. LUIS: Bien sé yo que en Torrejón, patria tuya, heredad mía, como de burlas tenía y te mostraba afición; porque el Amor desterrado del interés, de Madrid, se fue con discreto ardid al campo en que fue crïado, y jugando mano a mano con los dos junto a una fuente, sentí un ligero acidente, que, gloria a Dios, ya está sano. Cumplió su destierro Amor, y, al fin, se ha vuelto a la corte a pretensión que me importe de más gusto y más valor. No puedes llamarme ingrato siendo aquel amor un juego, pues si gané, te di luego mil requiebros de barato. ALDONZA: No da en barato el avaro amando de cumplimiento palabra de casamiento, que así lo barato es caro; mas como a todas le das y sé que juegas agora, vine a ver a esa señora, y así si me dieses más. Pero, pues me has despedido cuando tan humilde llego, entenderé que en el juego con esa dama has perdido, y más habiéndome dado ella de barato un gusto, que es despreciar como es justo al que a mí me ha despreciado, pues dio palabra el Amor de castigar el mal trato de cualquier amante ingrato con otro competidor. Doña Inés y el interés me vengan de tu inconstancia, que en ella, por su ganancia, es ya su amor ginovés. César, traidor, te usurpó la dama que juzgas fiel, que es César, y como él, al fin vino, vio y venció. ¡En buen cuidado te he puesto! LUIS: Solos estamos los dos, y a los celos, como a Dios, se les da la fe muy presto. Dime lo que en eso sabes, no aumentes más mis enojos, que en la boca y en los ojos no sufre la mujer llaves. Volverte a amar te prometo si aquesto vengo a saber. Di, pues paga una mujer a quien la escucha un secreto. ALDONZA: Es verdad; pero no en mí, que el saberlo me costó mil penas. LUIS: Páguelo yo con tu amor. ALDONZA: ¿Querrásme? LUIS: Sí. ALDONZA: Aunque tu dureza es tal, con nueva esperanza llego, pues los golpes sacan fuego del más duro pedernal. Digo, pues, escucha. LUIS: Di. ALDONZA: Que vine a entrar donde estaba tu dama. LUIS: Ya lo sé; acaba. ALDONZA: ¿Consientes el nombre? LUIS: Sí. ALDONZA: Luego ¿es tu dama? LUIS: ¿Pues no? ALDONZA: ¡Y a mí que me paren duelos! LUIS: ¡Oh! Pues, ¿si repican celos? ALDONZA: ¡Oh! Pues, si no he de ser yo tu dama, cuéntelo ella. LUIS: Vuelve, espera, que tú eres entre todas las mujeres. ALDONZA: ¿Tu esposa? LUIS: Mi prenda bella. ALDONZA: Esta dama de ajedrez, pues se queda con el nombre, y sin el dueño, aunque es hombre, que la pagará otra vez. LUIS: No haré tal si me ha ofendido. ALDONZA: Pues no ha ofendido en verdad, que si muestra voluntad es el señor su marido; que en saliendo de la calle tu persona amartelada, entró tentando la espada otro de tan lindo talle; y apenas tocó en la reja, cuando la buena señora, porque esperaba la hora, puesta a sus hierros la oreja, le respondió y ordenó un diálogo que llamas duo de galanes y damas, cual le tengamos tú y yo. "Alma, vida, corazón, quiero, estimo, adoro, amo, busco, pido, sigo, llamo; ventura, tiempo, ocasión; fe, lealtad, constancia, gloria; obras, palabras, deseos," y otros gustos y trofeos, reliquias de su victoria. LUIS: ¡Ay de mí! ALDONZA: Mucho más hay en su venturosa suerte; pídele, pues, a la muerte, si tienes celos, un ay, que aquesta noche los dos tienen, crüel, de gozarse, y esotro día casarse con la bendición de Dios. LUIS: Basta, calla, que aunque veo mi desengaño en tu hablar, la lengua te he de cortar, que puedo más que Tereo. Ni me hables ni veas jamás; vete. ALDONZA: Harélo; aunque me pesa, pues el ave que está presa por librarse se ata más.
Vase
LUIS: ¡Oh, tiempo riguroso! ¡Oh, noche aleve encubridora del amor tirano! ¡Oh, quién al ángel que a los cielos mueve pudiera detener la diestra mano! ¡Oh, quién al día, cuyo curso breve la sucesora noche sigue en vano, le pudiera aumentar mil horas largas, por más que á mi temor fueran amargas! Extranjero, ladrón, rico dichoso, metal de estima lejos de su origen, río a larga corriente caudaloso, pues ondas tuyas mi chalupa afligen, dinero con mujeres poderoso, cuyas arenadas letras vencen, rigen, atropellan, subliman, sueltan, prenden, dan, quitan, menosprecian y defienden; atrevido, cobarde, avaro, franco, maná que a todo sabes, ¿qué me quieres? Dinero en reales blancos cuyo blanco es al que miran hombres y mujeres, si estás como en galera puesto en banco, ¿por qué me haces remar? ¿por qué prefieres a mi amor el de César extranjero? Mas ¿quién es natural como el dinero?
Salen don DIEGO, leyendo una carta, y LILLO
DIEGO: Beso mil veces la amorosa firma de aquella mano venerable y santa cuya memoria tierna me confirma el bien que espero y mi temor espanta. "Juana" no más por humildad se firma, que es cifra Juana y la abundancia es tanta de gracia en Juana, que a su letra vista la puede acreditar San Juan Bautista. LUIS: Mi padre viene y por su edad anciana, contrario a mi deseo y verdes años, favores busca de la Santa Juana; no sé si diga en mi opinión engaños. ¡Ay de mí triste! Que a su tiempo vana produce mi esperanza tantos daños. LILLO: ¡Y ay de mi! Que he purgado en pie y vestido en verso suelto el alma y el sentido. DIEGO: ¿Quién da voces, que en ellas me parece mi caro don Luis? LUIS: Yo soy, que siento de mi fortuna que en desdichas crece la fuerza que ha de hacer mi fin violento. Muero rabiando, que morir merece en tierna edad un loco pensamiento; rabiando, pues jamás tendrá ventura para gozar del gusto que procura. DIEGO: Querido hijo, imagen de mi alma; calor de mi vejez helada y fría; de mis trabajos merecida palma, siempre verde laurel, corona mía, cuando parece que en serena calma navega mi esperanza en quieto día, se me obscurece el cielo porque sienta cifrada en ese rostro mi tormenta. De mis hijos, Luis, fuiste el postrero; tomó la muerte en los demás venganza, quedaste sólo, y como tal te quiero, por no tener de otros esperanza. Cuando tu atrevimiento considero como eres tú mi ser y semejanza, si quiero castigarte, al punto digo, no dice bien amor con el castigo. Luis, ¿qué tienes? ¿quién te da disgusto? No sólo al corazón, al rostro llega.
Abrázale
¿Hate faltado en ocasión de gusto Fortuna aleve, que es mudable y ciega? Gasta mi hacienda, tu deleite es justo, inventa galas, enamora, juega, mi amor conoces, mi escritorio sabes, saca dineros, ves aquí las llaves; mas--¡ay de mí!--que en esta carta leo otras razones de mayor estado. La santa Juana culpa mi deseo dándome de tu bien mayor cuidado; su aviso santo y su prudencia creo, que no suele gozarse mal logrado el hijo libre, si en edad tan tierna su padre no le enseña y le gobierna. Una cuenta santísima me envía porque en el nombre de tan alta cuenta me acuerde que he de darla cada día de esa tu edad y libertad violenta. Ea, pues, hijo, cara prenda mía, como pasados tus descuidos cuenta y vive de manera que tu vida no la dejen los vicios mal perdida. LUIS: ¡Oh, mal haya mi vida, pues en ella, cuando yo rabio tu sermón escucho! Quien dio de corta edad larga querella, de el mundo y de su ley no sabe mucho. ¿Tan vicioso soy yo? ¿Tan mala estrella me precipita? Con tus quejas lucho, y pienso yo cuando me miro y veo que aquesa monja me pintó más feo. ¿Qué cosa hay en el mundo tan cumplida que no llegue a tener alguna falta? El sol hermoso, padre de la vida, con un eclipse se obscurece y falta; el diamante, en firmeza no vencida que con sus rayos los del sol esmalta, no está de faltas y malicia ajeno, porque, deshecho, sirve de beleno. La tierra, el agua, el aire, es bueno y malo, y ya sirve tal vez un elemento de gusto, y da al manjar vida y regalo y tal vez de castigo y de tormento. Humano soy, por serlo los igualo, a uno tendré quejoso, a otro contento; soy bueno y malo, ajeno de artificio, tendré alguna virtud como algún vicio. No mida más la monja por su gusto los de mi edad, que puede ser que sea de esta mi injusta vida el fin tan justo que ella le envidie cuando en mí le vea; y si no se pretende mi disgusto, ni se reciba cuenta ni se lea carta de Santa Juana, que es lisonja llamarla santa cuando sobra monja. DIEGO: Ya te debo responder a dos cosas. La primera, don Luis, porque quisiera que mudases parecer, es en la estima y respeto de Santa Juana, a quien yo por ver que le mereció, guardarle siempre prometo; porque si Naamar me avisa que tanto estima y respeta la santidad de un profeta y aquella tierra que pisa, que lleva a su patria de ella por reliquia soberana, yo estimo a mi Santa Juana su tierra y sombra por ella. Ninguna disculpa salva a quien culpa un religioso, que suele vengar un oso el murmurar de una calva; cuanto y más que si recibes por su oración y virtud los consejos, la salud y hasta la vida que vives, no la debes murmurar, porque parecen tiranos contra José sus hermanos, pues él les lleva el manjar y ellos le venden a él; pasión de envidia inhumana, y sustenta Santa Juana a quien le vende crüel. LILLO: ¡Que tantas letras alcance y las historias que escucho un viejo! Pero ¿qué mucho, si hay sermones en romance? DIEGO: La segunda cosa es que, respetando su nombre, agora vivas como hombre y como santo después; que si yo te di el consejo, no fue por darte pesar, sino que quise pagar la deuda de padre y viejo.
Hablan entretanto padre e hijo
LILLO: Agora llega mi vez, y convertido en dotor. si quieres santir, señor, y dar alegre vejez a tu padre, está en mis manos su salud y vida. Espera. Récipe: una purga entera de Cubas y sus villanos, y verás que en pocos días, como yo, si a esto te atreves, serás un santo si bebes purga de bellaquerías sin quedar una no más, porque hice mil seguidillas, más que la cera amarillas, y fui poeta por detrás. LUIS: Padre mío, estoy de suerte que no me puedo alegrar, y pienso que has de llorar por culpa tuya mi muerte si no me haces un favor y me cumples un deseo. DIEGO: Dile, hijo, que no creo que te le niegue mi amor. LUIS: César me importa que esté por esta noche en prisión. DIEGO: Pues, ¿cómo o por qué razón? LUIS: (Buena es la que imaginé.) Aparte Por las cuchilladas que hoy tuvo conmigo a mi puerta. DIEGO: Poca razón, aunque cierta. A darle noticia voy a un alcalde amigo mío, que, sin mostrar que es hacer mi causa, le hará prender de justicia. LUIS: Yo confío de tu amor y diligencia que me ha de dar este gusto. DIEGO: Vence, aunque no fuera justo, el autor a la conciencia. Yo voy. LUIS: Vamos, Lillo, pues. LILLO: Pienso que tu mal gobierno nos va llevando al infierno como recua a todos tres.
Vanse. Salen MARÍA, monja, y la SANTA
MARÍA: Doña Ana Manrique está, madre, de un mortal dolor de costado cual dirá esta carta, y con temor
Dásela
yo de que está muerta ya. Fue de don Jorge mujer, y por lo que a los dos debo, madre, llego a interceder por ella. A mucho me atrevo pero por mí lo ha deshacer. Escríbele, madre mía, que ruegue por ella a Dios que es hoy el séptimo día, y a mí, por ver que las dos nos hacemos compañía. También me escribe le acuerde esto mismo, madre Juana. Duélase de la edad verde de su devota doña Ana que aprisa la vida pierde. SANTA: Siempre doña Ana Manrique con obras y devoción me ha obligado a que publique su valor y mi afición le muestre y le signifique; y así yo tendré el cuidado que a su mucho amor le debo, y Dios será importunado de mí, pues siempre me atrevo a su llaga de el costado en cuya fuente divina la experiencia y la esperanza salud y vida imagina, que aun al dueño de su lanza le sirvió de medicina. En su costado pondré el dolor que en él padece doña Ana, y Jesús le dé la salud que ella merece, si no por mí, por su fe; que fue mi perseguidor don Jorge, y por su persona la debo tener amor, pues me labró la corona de tanto precio y valor. MARÍA: ¡Ay madre del alma mía! Que renueva la memoria que de él tengo cada día. ¿Si está don Jorge en la gloria, cómo de Dios se confía? Si por ventura padece en purgatorio por mí, ¿qué más la causa merece que en este mundo le di? SANTA: Dios es quien le favorece. Vaya y tráigame recado de escribir; responderé a la carta que me ha dado. MARÍA: Favor debido a la fe que doña Ana la ha mostrado.
Vase sor MARÍA
SANTA: Sabe Dios cuánto deseo, como la madre María, saber el dichoso empleo de don Jorge desde el día que murió, que aunque sé y creo que Dios a mi instancia y ruego le perdonó, y es notorio que ha de gozar su sosiego, no sé si en el purgatorio aún da materia a su fuego.
Aparécese un toro, al parecer de bronce, echando llamas
Regalado Esposo mío, soy, como mujer, curiosa de saber. Ruego y porfío que fue el alma venturosa de don Jorge; en Vos confío.
Sacan el toro echando fuego
Pero ¿qué monstruo de fuego de otro Fálaris tirano, cielos, turba mi sosiego? Laurel, Ángel soberano, que os dejéis ver, pido y ruego.
Sale el ÁNGEL por arriba, después don JORGE
ÁNGEL: ¿Cuándo fue el enamorado de la dama que pretende, si llamado importunado, pues que viene y condeciende luego, a su amor y cuidado? Aunque yo no he merecido, Juana mía, el ser tu amante, Dios es por quien he venido, y en tu amoroso semblante su paje de guarda he sido. SANTA: Con la quietud y reposo, Ángel mío, que estáis vos, sereno el rostro y hermoso, bien dice que veis a Dios y que le gozáis glorioso.
Ábrese por un costado el toro y esté dentro Don Jorge
¡Ay mi Laurel! ÁNGEL: Muestra aliento; mira a don Jorge en sus penas. JORGE: Vuelve, Juana, el pensamiento, que en penas de penas llenas excedo al rico avariento; mas, por lo mucho que alcanza tu oración, de los favores de Dios espero bonanza, que entre las llamas mayores es céfiro la esperanza. En el purgatorio estoy por tu favor y merced; pues de mí te acuerdas hoy y es tan terrible mi sed, piadosas voces te doy Madre Juana, la ocasión tienes de pagar agravios con piadoso galardón; recrea mis secos labios con agua de tu oracion.
Encúbrese
SANTA: Alma pacífica, en medio de tantas penas espera, que yo por darte remedio estas penas padeciera. ¡Si hallar pudiera algún medio!
Baja el ÁNGEL
ÁNGEL: Basta el deseo que tienes para que a don Jorge valga la ayuda que le previenes; por ti querrá Dios que salga a gozar, Juana, sus bienes. SANTA: ¡Qué bien conoces quién es el dueño de aquesa gloria! Eres nube de sus pies; por mí no encubrió la historia de sus ángeles Moisés; mas antes que tu hermosura me deje triste y se parta, la salud que aquí procura doña Ana en aquesta carta, Laurel divino, asegura. ÁNGEL: ¿Quisieras tú que yo fuera y que a doña Ana Manrique, salud en su nombre diera, por que de tu amor publique honra y fama verdadera? SANTA: Por mí no; mas por la gloria que ha de resultarle a Dios de aquesta hazaña notoria. ÁNGEL: Vamos a verla los dos; será tuya esa vitoria. SANTA: ÁNGEL mío, dadme luego vuestras alas y favor.
Sale MARÍA con tinta y papel
MARÍA: Madre Juana, tarde llego, si hay tardanza en el amor; escriba a Madrid la ruego; mas ¡ay de mí! que la veo penetrando el aire puro. Goce yo de ese trofeo. Alguna prenda procuro cual de Elías a Eliseo. Arroje siquiera el velo, si Elías arrojó el manto. SANTA: Hermana, tenga consuelo, no soy digna, ni levanto por tanto tiempo mi vuelo; yo volveré a verla luego, que voy a ver a doña Ana.
Desaparece
MARÍA: Sin vos no tendré sosiego. Yo voy a contarlo, Juana, con doce lenguas de fuego.
Vase. Salen LILLO y don LUIS, como de noche
LILLO: Si va a decir la verdad, cosa que no suelo hacer, yo no acabo de entender tu enredada voluntad. LUIS: ¿Qué dudas? Pregunta. LILLO: Escucha. Cuando hablé a la madre Juana, en la cual, con ser humana, la divinidad es mucha, me dijo un largo sermón que te dijese y no digo, porque pienso que contigo pudiera más un salmón; y al fin cifró sus consejos con que el hombre es vidrio en todo; quiébranse del mesmo modo los vasos nuevos y viejos. No es el concepto muy grave a quien no le entiende bien. LUIS: Yo sí entiendo. LILLO: Y también un tabernero lo sabe. Volví a Madrid con respuesta esta tarde, en ocasión que tratabas de prisión de César. La duda es ésta: ¿para qué has hecho prender este ginovés, que ha dado sospechas de que ha quebrado, y a quién has venido a ver? LUIS: ¿Dudas más? LILLO: ¿No son tres dudas el por qué, cómo y a quién, y por ser hombre de bien, por dudas, no se ahorcó Judas? LUIS: ¿Prendieron a César? LILLO: Sí; que apenas llegó, un soplón a un alguacil motilón, no de los graves de aquí. LUIS: ¿Qué es motilón? LILLO: Alguacil de la villa. ¿Esto no sabes? LUIS: Pues ¿quién son esotros graves? LILLO: En criminal y en civil los alguaciles de corte son como más estimados .................... [ -ados] .................... [ -orte] los de córte, si los pones en danza los más honrados, maestros y presentados y esos son los motilones. Embolsáronle en la red; que una vara pesca ya ginoveses. LUIS: Porque está preso te he de hacer merced de un vestido. LILLO: Tal que pueda parecer tu mayordomo. Fácil es hacerle. LUIS: ¿Cómo? LILLO: De tus marañas de seda. LUIS: Respondiendo a tu pregunta, digo que él tiene una dama hermosa y de mucha fama. LILLO: Ésa es mucha gracia junta; pero pregunto, ¿héisla visto por la mañana en ayunas? LUIS: ¿Por qué? LILLO: Porque sé de algunas que, antes de tomar el pisto, la unción, el ajo, el betún, el no sé cómo le llame, tienen una cara infame y un frontispicio común; y después de preparado de el rostro, alguna mujer tiene mejor parecer que puede dar un letrado. LUIS: Basta decir que es muy bella. LILLO: No basta. LUIS: Pues ¿por qué no? LILLO: Quiero contestarme yo, si tengo de hablar con ella. LUIS: Pues por gozar de esta dama que pretendo y solicito, al ginovés se la quito, por más que le quiere y ama, porque esta noche tenía aplazado el primer bien. LILLO: Luego, ¿es doncella también? LUIS: Doncella, por vida mía. LILLO: Las doncellas de por vida se han dado agora en mudar en doncellas al quitar. LUIS: Es doncella y bien nacida. LILLO: ¿Así que nació doncella? Esó aún se puede creer de tan honrada mujer por tu respeto y por ella. LUIS: Yo vengo, en fin, a gozar esta cesárea afición. LILLO: Tú vienes a ser ladrón; Amor te ha de disculpar. Dijo un buen entendimiento, por cortesano lenguaje, que la ocasión tiene un paje llamado arrepentimiento; porque es forzosa razón que se duela y se arrepienta cualquier persona que sienta que se pasó la ocasión; y tú, que en aqueste ensayo nadie quieres que te ultraje, por excusar aquel paje vienes con este lacayo. LUIS: Calla, que ya en la ventana hacen señal. LILLO: Pues espera, que si ella te conociera fuera tu esperanza vana. Déjame. Llegaré yo, y creerá que soy crïado de César. LUIS: Bien has pensado.
Sale a la ventana doña INÉS
LILLO: ¿He de llegar? LUIS: ¿Por qué no? INÉS: ¡Ce! LILLO: De. INÉS: ¿Sois vos? LILLO: ¿Eres tú? INÉS: ¿Es César? LILLO: Y caballero con seis letras de dinero bien venido del Pirú. LUIS: ¿Qué dices? LILLO: Aún no me ha oído. LUIS: Habla como su crïado y no como él. LILLO: Yo he pecado; que pude ser conocido. INÉS: ¿Quién es? LILLO: Soy un servidor o orinal de César, que viene con él, y llegué por él hablarla. ¿Señor? INÉS: No me hables que le está mal a mi honor. Entra, que es hora. LILLO: Ya llega César, señora, como un reloj puntüal, como un reloj concertado, como un reloj cuidadoso, como un reloj dadivoso y como un reloj armado. LUIS: ¡Mi bien! INÉS: Entrad, gloria mía; gozad, César, la ocasión.
Vanse
LILLO: Si es César o Cicerón allá lo veréis de día. Pero ¡por Dios, que he quedado a la luna de Valencia! El no entrar fue impertinencia, lacayo soy serenado. Bien me pudiera yo ir a acostar, porque mi amo no puede, si yo le llamo, socorrerme ni acudir. No me acuerdo que haya santo abogado contra el miedo. El mejor santo es san Credo y si alguien viene san Canto.
Sale don DIEGO y habla cada una de por sí
DIEGO: Preso está César, y temo alguna gran travesura de Luis, que es quien procura que esté preso. LILLO: Por extremo tiemblo. DIEGO: He venido a rondar esta calle, por si acaso le hallo. LILLO: Ya siento un paso; Judas debe de pasar. DIEGO: La casa de doña Inés pienso que es aquélla; sí. LILLO: Un bulto negro está allí, Mauregato pienso que es. Voyme, que es descortesía defenderle yo la puerta. DIEGO: Pues él se va, cosa es cierta que no es su casa. Querría saber quién es. ¡Hola, hidalgo! LILLO: No soy hidalgo. DIEGO: ¿Galán? LILLO: No soy galán. DIEGO: ¿Sacristán? LILLO: No soy sacristán. DIEGO: ¿Sois algo? LILLO: No soy nada; que es mejor no ser nada en paz que mucho en guerra. DIEGO: Escuchad. LILLO: Escucho. DIEGO: ¿Es Lillo? LILLO: Yo soy, señor; y si no supiera yo que es mi amo quien me humilla, triunfara con la espadilla que muchas bazas ganó. DIEGO: ¿Dónde está Luis? LILLO: No sé. DIEGO: Pues, ¿no está aquí? LILLO: Sí, estará. DIEGO: Luego, ¿sabes dónde está? LILLO: No sé yo si estará en pie, sentado, acostado o cómo; porque el amor y Mahoma permiten que duerma y coma sin decirnos duermo y como. DIEGO: No sé si entraré; no es justo darle pesadumbre en eso; pues su contrario está preso, huélguese, siga su gusto. ¡Ay, Amor, qué mal cumplís, las leyes de vuestro honor! Mas soy padre, tengo amor, y no más que a don Lüís. Huélguese, que aunque no es justo haberle en esto ayudado, más quiero verme culpado que verle a él con disgusto. Quedaos Lillo.
Vase
LILLO: ¡Oh, padre tierno, amoroso y tan sufrido que, de amor desvanecido, llevas tu hijo al infierno!
Sale don LUIS
LUIS: ¡Oh, mal haya! LILLO: ¿Ya lo escupes? ¿Tan malo es el bodegón? LUIS: En gozando la ocasión nunca más la calle ocupes.
Sale CÉSAR
CÉSAR: El alcaide, aficionado de mi dinero y de mí, me da licencia que salga por esta noche a dormir a mi casa. LUIS: Gente suena. LILLO: Si suena será nariz. ¿Si es tu padre? LUIS: Sea quien fuere, vámonos, Lillo, de aquí.
Vanse don LUIS y LILLO. Sale a la ventana doña INÉS
INÉS: Ya perdido el primer sueño será imposible dormir, y así quiero ver si César se fue ya. ¿No es aquél? Sí. César, mi bien... CÉSAR: Inés mía, dichoso he sido en venir a tal punto, pues mi amor a la reja recebís. No sabéis como estoy preso por un señor alguacil, que es como necesidad con cara de hereje al fin. Prendióme por causa leve, que apenas llegué a reñir, sino a mostrar de mi espada el toledano buril. INÉS: ¿Cómo no me lo habéis dicho hasta aquí? CÉSAR: Porque no os vi hasta agora. INÉS: ¿Cómo es eso? César mío, ¿qué decís? CÉSAR: Digo, mi bien, que estoy preso, y por dineros salí esta noche de la cárcel, y mi amor vengo a cumplir. Mandad, señora, a una esclava de quien fïando os servís, que, porque espero a la puerta, venga más de prisa a abrir. INÉS: ¿Qué decís, César? CÉSAR: ¿Qué digo? ¿Qué confusión hay aquí de lenguas? Nunca yo os dije cosas de amor en latín. Mandadme abrir; no os burléis. INÉS: Si vos no os burláis de mí, no os entiendo. CÉSAR: ¿Cómo no? INÉS: Pues ¿agora no salís? CÉSAR: Sí, señora, de la cárcel. INÉS: No, sino de mi jardín, donde, en amorosos lazos, palabra de esposa os di; donde, con atrevimiento más que fuera justo en mí, Venus matizó las rosas de mi mal logrado abril. CÉSAR: ¿Qué es lo que decís, Inés? Yo no soy, porque no fui el venturoso ladrón, abeja de ese jazmín, Otro Paris ha gozado lo que a mí me atribuís, que no guarda más sus frutos el paraíso de Madrid. INÉS: Ya, cortesano extranjero y desatino gentil, te entiendo; ya sé que niegas las prendas que yo te di. No es este lugar de quejas ni he de dar voces aquí; mujer soy, si me injuriaste yo me vengaré de ti.
Vase doña INÉS
CÉSAR: Escucha, engañada hermosa; mira si fue don Luis el ladrón del dulce sueño que ha tenido tan mal fin. Él es, sin duda ninguna. ¡Plegue a Dios, si fuese ansí, que marchite y seque el tiempo la verde edad de mi abril! ¡Plegue a Dios no vuelva a Italia sin padecer y sentir, tormentas donde me anegue sin darme ayuda el delfín! ¡Plegue a Dios que Dios me falte si no me vengare en ti o matándote o muriendo, pues es vengarse el morir!
Vase. Sale la SANTA sola
SANTA: ¿No sabremos, cuerpo bajo, qué cansancio o aflicción os da pena? Mas no son ruINÉS para el trabajo. ¿Diréis que andáis todo el día, lo que el coro da lugar, ocupado, ya en curar monjas en la enfermería, ya en los ejercicios santos del fregar y del barrer, ya en ir al horno a cocer el pan para pobres tantos, ya en llevar de la obediencia el yugo, y querréis decir que ya no podéis sufrir tanto ayuno y penitencia, que os dé descanso de hoy más? ¿Y parecerá muy bien que, cual los hijos de Efrén, volváis la cabeza atrás, cuando la victoria espera el premio que merecéis, y que cansado os paréis en mitad de la carrera? No, cuerpo, hasta la vitoria, si la queréis alcanzar, todo ha de ser pelear, que al fin se canta la gloria. Quien quiere tener caudal cuando el alma se despida en el día de la vida ha de ganar el jornal que en la noche de la muerte, como el jornalero, cobra; que no ha de alzar de la obra hasta la noche el que es fuerte. Caminad, que se apresura la noche, y si tenéis cuenta, a vista estáis de la venta, si es venta la sepultura; si viene el cansancio, echalde, y anímeos el interés por que no os digan después que tomáis el pan de balde.
Salen la VIRGEN, nuestra señora, y el niño JESÚS, el ANGEL y otro ANGEL arriba. Toquen chirimías
VIRGEN: ¡Juana! SANTA: Virgen amorosa, luna, sol, palma en cadés, plátano, cedro, ciprés, lirio, clavellina, rosa. JESÚS: ¡Dulce esposa! SANTA: Eterno amante, David, Salomón, Asuero, hombre Dios, león, cordero, pastor, Rey, niño, gigante, siempre he de subir a veros, amor, con santa ventaja. JESÚS: Ansí ensalzo al que se abaja. SANTA: Amores son verdaderos. JESÚS: ¿Qué haces? SANTA: Reprender, mi Dios, un cuerpo holgazán que, comiendo vuestro pan, la carga deja caer que la religión encierra; pero como fue formado de tierra y está cansado, no hay quien le alce de la tierra. VIRGEN: ¿Quiéreste, Juana, venir con nosotros? SANTA: Si ha de ser el ir para no volver, no tengo que prevenir; todo, reina soberana, está a punto; vamos luego. JESÚS: A mi celestial sosiego irás brevemente, Juana; ruegos de tus monjas son los que hasta aquí han impedido tu muerte. SANTA: Tu amor ha sido, mi Dios, larga dilación de este destierro pesado; y siendo, Señor, ansí, con David diré, "¡Ay de mí, que me le habéis prolongado!" Pero, amores, ¿dónde bueno vais, que así me convidáis? JESÚS: A recrearte. SANTA: Bien dais, amoroso nazareno, muestras que es vuestro blasón el amor que aquí os envía. JESÚS: Ven. SANTA: En vuestra compañía todo será recreación. Dejadme, mi Dios, besar estos soberanos pies, porque a los vuestros después, Virgen, me pueda postrar. JESÚS: ¡Ay prenda cara, y qué de ello te quiero! SANTA: ¡Qué tal escucho! ¡Ay mi Dios! JESÚS: ¿Quiéresme mucho? SANTA: Mucho. JESÚS: ¿Cuánto? SANTA: Tanto de ello. JESÚS: Pídeme mercedes. SANTA: Pido dos cosas no más, mi Dios; mas siendo tan largo Vos corta en el pedir he sido. Un muerto y un vivo son los que por intercesora me han puesto, y de Vos agora tienen de alcanzar perdón. El alma, Esposo divino, de don Jorge está penando y entre llamas apurando, como metal rico y fino, los quilates de aquel oro que en vuestra mesa ha de estar; yo le vi, Señor, penar dentro de un ardiente toro, con un tormento excesivo; alcance yo de estos pies que esté ya libre. JESÚS: ¿Quién es el segundo? SANTA: Un muerto vivo; muerto en vicios vino al mundo. Es, mi Jesús, don Lüís, y si Vos le reducís tendréis un Saulo segundo. JESÚS: Hijo que desobedece a su padre, Juana mía, y en sus pecados porfía obstinado, no merece mi perdón. SANTA: Sí, sí, mi Dios, que es mi devoto su padre; pues sois su divina Madre, Virgen, pedídselo vos. VIRGEN: Hijo, a cosa que os suplica Juana, no digáis de no. JESÚS: Madre, no sea; cesó mi enojo. SANTA: Ya quedo rica. JESÚS: Yo haré que, cual otro Saulo, si a la virtud hace guerra, caiga don Luis en tierra y imite después a Paulo. SANTA: ¿Y de don Jorge, Señor? JESÚS: Por ti, Juana, le perdono. SANTA: Vuestro eterno amor pregono. JESÚS: Hoy a mi eterno favor subirá. SANTA: ¿Qué, por los dos tal favor se me concede? VIRGEN: Sí, que todo aquesto puede Juana de la Cruz con Dios.
Toquen chirimías, y vanse todos

FIN DEL ACTO SEGUNDO

La santa Juana, Tercera Parte, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 25 Jun 2002