LA ROMERA DE SANTIAGO

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de LA ROMERA DE SANTIAGO fue preparada por Vern Williamsen en 2000 para incluirse en esta colección. La edición que tomamos como base para fijar nuestro texto es la del COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, II (Madrid, 1907), NBAE, tomo 9. Este texto, en su torno, se basa en el de la PARTE XXXIII, de las COMEDIAS ESCOGIDAS (Madrid: José Fernández de Buendía, 1670).


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Salen los que pudieren de acompañamiento, y el conde don LISUARDO, de camino, y ORDOÑO:, rey de León, y doña LINDA, infanta, su hermana, y siéntanse el rey ORDOÑO: y la infanta LINDA
ORDOÑO: ¿Conde? LISUARDO: ¡Señor! ORDOÑO: Escuchad. La memoria de los reyes hace asegurar las leyes del temor y la lealtad, con el premio y el castigo que son los polos por donde suelen navegarse, conde, estos dos mares que digo. Porque la difinición de la justicia es igual medida que cada cual con la pena o galardón da lo que le toca. Yo estoy de vos obligado, y vos no tan bien pagado como el valor mereció de vuestra heroica persona, puesto que para pagallo es poco con tal vasallo partir, conde, la corona, y por ver si corresponde la paga al valor igual, quiero hacer un memorial de vuestros servicios, conde. Cuando el moro de Navarra, en ofensa de León quiso hacer ostentación de su persona bizarra, saliendo yo con la mía del marte alarbe navarro, al paso, vos tan bizarro anduvistes aquel día que nos dimos la batalla, que cuerpo a cuerpe le distes muerte y en fuga pusistes toda la alarbe canalla; y tanta africana luna metistes de esta ocasión arrastrando por León, que envidié vuestra fortuna más que la de haber nacido rey, en fin, porque es mayor imperio el que da el valor que el que en la tierra han tenido los príncipes que nacieron con la dicha de heredallo; que a tan valiente vasallo reyes llegar no pudieron. Cuando sobre el feudo entró Garci Fernández, el conde de Castilla, hasta adonde el Esla los pies bañó a sus soberbios caballos, sobre la puente del río no mostró el romano brío de Horacio para estorballos el paso más valentía que vos, pues a voces dijo que erais rayo, que erais hijo del sol, Castilla, aquel día. Cuando el moro cordobés las cien doncellas pidió que Mauregato le dio, rey infame, vil leonés, y le obligó mi respuesta a que pusiese en campaña de la morisma de España cuanta gente al arco apresta, adarga embraza y empuña, lanza jineta aprestando otro berberisco bando por la gallega Coruña haciendo empeñar el suelo y que el África se asombre, ¿no levantastes el nombre de Ordoño segundo al cielo? Si estos los servicios son del conde don Lisuardo, y hacerle merced aguardo, una Infanta de León, legítima hermana mía, sola los basta a pagar, y hoy la mano os he de dar; de más de que merecía vuestra sangre este favor, que no será la primera que honrar vuestra casa espera. LISUARDO: A tanta merced, señor, ni sé responder, ni acierto a agradecer con razones; bien que en tales ocasiones es cordura el desacierto. Considere vuestra alteza lo que propone mejor, porque le viene el favor muy sobrado a mi nobleza. ORDOÑO: Yo tengo considerado, conde, el favor que os he hecho, y es justicia y es derecho, razón y razón de estado; porque, a granjear los dos, conde, venimos así. Tanto me conviene a mí como os está bien a vos. Linda, mi hermana, ha de ser vuestra esposa, y dad la mano a la infanta. LISUARDO: El soberano favor me ha de enloquecer. ORDOÑO: Levántese, Linda, a dar la mano al conde. LINDA: Ocasión es, según sus partes son, que se pudo granjear a costa de mis deseos. LISUARDO: Llegar a tanto en tan poco me ha de hacer que goce loco tan soberanos empleos; traición parece que ha sido al gusto y a la ventura. ORDOÑO: Quien pagar, conde, procura lo mucho que habéis servido, de esta suerte lo ha de hacer. Vuestro valor os levanta a la alteza de una infanta. LISUARDO: Sólo os puede responder, Ordoño, en esta ocasión, para no caer en mengua, el silencio, que en la lengua no hay sentimiento en razón del saber encarecer tan nunca vistos favores. ORDOÑO: Si pudieran ser mayores no los dudara de hacer. Dé la mano vuestra alteza, hermana, al conde. LISUARDO: Dejad que imagine que es verdad tanto bien, tanta grandeza primero, Ordoño valiente, generoso, heroico y justo, porque el gusto como el susto puede matar de repente. Con mil vidas que perdiera por vos, con que derramara de sangre un mar, no bastara para que comprar pudiera lo menos del bien que aguardo tan sin pensarlo. LINDA: Yo estoy pagada en saber que soy del conde don Lisuardo. Ésta es mi mano y con ella el alma os rindo también. LISUARDO: Si no es sueño tanto bien, loco estoy. Linda, más bella que el sol en belleza y nombre, a tanto cristal, a tanto del cielo y de amor espanto, no hay alma que no se asombre y mil tener estimara para ofrecer con la mano a vuestro pie soberano, prodigio de la más rara belleza que ha visto el suelo, de cuya mano divina con la mía el alma indina mide al sol rayo de hielo; puesto que en empresa igual más lince Amor, que Dios ciego hoy trueca flechas de fuego a cometas de cristal. Pero, señor, ¿con qué intento si esta merced me intentastes hacer, ponerme mandastes de camino? Un casamiento tan alto, ¿no requería galas cortesanas, antes que cosas que tan distantes son para tan grande día como las botas y espuelas? Perdonad, que enigmas son tan notable prevención de caminar, tantas velas de plumas en mis criados, tremolando al aire ya, adonde copiando está la primavera los prados en las galas de colores y a quien el sol hace fiesta, de cuya hermosa floresta son clarines ruiseñores, y tanto apercibimiento como León sale a ver, dando, Ordoño, en qué entender al sol, al abril y al viento, y todo tan diferente que obliga a esta admiración. ORDOÑO: No ha sido sin ocasión; escuchadme atentamente. Desde el día que tomé la resolución postrera de casaros con la infanta, mi hermana, con su belleza premiando vuestros servicios, quise que las bodas nuestras fuesen en un mismo día, para juntar ambas fiestas y para mostrar el gusto que yo tengo, conde, en ellas, porque corramos los dos en el estado parejas; pues para tomarle yo fue necesario que hiciera primero las de mi hermana, que es obligación y endeuda con que los varones nacen; y aunque Polonia y Bohemia, Flandes, Borgoña y Castilla me la han pedido, más fuerza las obligaciones, conde, que os tengo, me han hecho, y éstas con la merced de la infanta aún no quedan satisfechas. Ésta es la causa de haberos mandado con la grandeza que tenéis, conde, aprestada, que os pusieseis las espuelas para que, luego que a Linda la mano dieseis, partiera vuestra persona a tratar mis bodas a Ingalaterra con Margarita, segunda hija de Enrico, tan bella, que la fama pasó el mar hasta León con las nuevas, para cuyo efecto agora en la Coruña os esperan cuatro bajeles, redondos escollos que el mar navegan, tan valientes y veloces caballos en la carrera, del campo de las espumas, que en pocos días las leguas que hay desde allí hasta Plemúa medirán, poniendo en ella duda al viento si son hijos de su propia ligereza. En aqueste pliego, conde, va la carta de creencia, la instrucción y mi retrato. Dadme los brazos y sepa lngalaterra por vos de la Corona leonesa la grandeza y el valor. LISUARDO: Perdonara a vuestra alteza la merced por la pensión que viene, Ordoño, con ella. Si fuera llevando a Linda fuera donde el sol no llega, adonde trueca en la Libia por átomos las arenas; pero no sé con qué vida, con qué esperanza sin ella podré llegar donde voy. ORDOÑO: Con el gusto de la vuelta la ausencia puede sufrirse. LISUARDO: Como el rigor de la ausencia primero se ha de pasar, es necesario que sea el valor más confiado, más valiente la paciencia, más sufrida la memoria, la esperanza más resuelta; mas donde méritos faltan justo es que haya en recompensa tanto infierno a tanto cielo, a tal gloria tanta pena. ORDOÑO: Esto, es tan forzoso, conde, como veis, que porque fuera a esta embajada con más autoridad y grandeza vuestra persona, he querido honraros de esta manera, dando primero la mano a la infanta. De su alteza os despedid, y adiós, conde.
Vase el rey ORDOÑO
LISUARDO: No tiene valor ni fuerza para tanta empresa el alma. LINDA: Conde, Dios os guarde y vuelva a León con la salud que, como es razón, desea quien ha de ser vuestra esclava. Porque, si es igual la ausencia, entre dos que están amando del que parte y del que queda, partamos los sentimientos entre los dos, por que sean, partidas y acompañadas, conde, menores las penas; que yo os aseguro, conde, que lleváis a Ingalaterra un alma que os acompaña, tan fina y tan verdadera amante, en fe de la mano que os di, que podréis con ella tener del tiempo al pesar penas y gustos a medias. Y a Dios que os guarde. LISUARDO: Esperad, dejad que deje en la esfera de la nieve de esas manos con la boca el alma impresa. LINDA: En el alma queda, conde, donde con firmeza eterna ha de vivir; Dios os guarde. LISUARDO: Haced, Oriente, esas rejas para verme partir; nazcan vuestros dos soles en ellas otra vez, no se me pongan tan presto. LINDA: Conde, quien tenga menos causa de querer, menos razón de estar ciega, atreverse puede a tanto. Permitidme, pues es fuerza el ausentaros, que escuche el mal, y que no le vea, y guárdeos Dios.
Vase la infanta LINDA
LISUARDO: Dios os guarde. Loco voy, y no me dejan las mismas ansias partir. ¡Mal haya, enemiga ausencia quien de amor te llama olvido siendo pasión que te aumentas en la misma privación!
Sale RELOJ, de camino con fieltro
RELOJ: No ha de ser mi norabuena la postrera, ¡vive Dios! Perdone la palaciega. ceremonia el caminante traje de fieltro y librea que a pisar indignamente éntre estas salas; y luengas edades goce vusía, vueselencia o vuestra alteza a la infanta, mi señora, que se me ha puesto en la testa que ha de heredar a León, porque le he visto con muestras de impotente al rey notables. LISUARDO: ¿De qué suerte? RELOJ: Es cosa cierta. Todo lampiño de barba y bigotes no procrea, porque son en el varón señales de fortaleza, como en éstos de templanza, y si alguna vez engendran en sus cluecos desposorios, son aves para la iglesia. LISUARDO: ¿Cómo? RELOJ: Capón es no más. Gente que trae sin vergüenza huevos de avestruz por caras, que las pestañas y cejas les han dado de barato, aunque algunos se consuelan cuando ven los angelitos pintados, pues con ser esta gente más honrada que ellos, en cinco mil primaveras de edad jamás han barbado. LISUARDO: Siempre estás de una manera. ¡Oh lo que envidio tu humor! RELOJ: También tengo mis tristezas; también gozo mis pesares; también lloro mis ausencias; también hay Juana y Lucía, Marina, Aldonza y Quiteria de quien despedirse el hombre; que llevo de una gallega en el alma atravesados trece puntos de chinela que, a estar en un facistol, pudieran cantar por ellas un motete, porque anduvo, según la apariencia enseña, con esta nación de pies pródiga naturaleza; ` y no tres puntos, seis puntos... ¡Jesús! En unas talegas traigo los pies, y son vainas donde el juanete profesa tan gran clausura, que obliga con las meninas tijeras a la cuchillada en cruz, y dice abajo una letra, "Aquí mataron a un callo, rueguen a doña Teresa que se calce un punto más, porque de esta suerte tenga su apretado pie en descanso de cordobán y de suela." LISUARDO: Reírme has hecho sin gana de tus disparates. RELOJ: Pecas mortalmente contra Amor y no has de hallar quien te absuelva. ¿Sin gana? ¡Qué grosería! ¡Qué ingrata correspondencia! ¡Qué poca fineza! ¿Cómo te puede sufrir la tierra? ¡Jesús, Jesús, qué notable delito! Dios te convierta, despojado Jeremías, amante de la ley vieja, Heráclito de los Condes. LISUARDO: ¡Ah borracho! RELOJ: ¿Quién lo niega? LISUARDO: Adiós, Linda; adiós, hermoso cielo de amor, pues es fuerza dejaros, que hasta volver el alma en rehenes queda, y adiós, que parto sin alma.
Vase LISUARDO
RELOJ: ¿Sin alma? ¡Qué borrachera! Dóysela de dos la una a cualquier difunto. ¡Oh bestias de Amor! ¡Oh locos amantes, qué presto que el alma dejan, y como quien no hace nada se van por su pie sin ella trecientas leguas! Bien haya un lacayo, que si llega a despedirse de Elvira, de Catalina o de Menga, no trata de almas ni trata de más que de dar la vuelta con alma y cuerpo y tomar lo que le dan por fineza, si son cuellos o camisas y sin lágrimas ni quejas, suspiros ni otras embrollas, se despide a media rienda con un abrazo en aspón y un beso de castañeta; y sin hacer más misterios el se va y ella se queda. Yo le sigo. ¡Ah, pobre conde! ¡Cuál baja las escaleras de palacio! No me espanto de que la causa merezca este enamorado aplauso, que Linda, la infanta, es bella, y es infanta de León.
Arriba en una ventana LINDA y BLANCA
BLANCA: Del conde es esta librea. LINDA: Llámale, por vida tuya, Blanca. RELOJ: Adiós, paredes llenas de nidos de golondrinas, mondongas y urracas dueñas. Adiós, patios de palacio donde tantas y tan necias pretensiones paseadas hacen señal en las piedras. BLANCA: ¡Hola! ¡Ah, lacayo del conde! RELOJ: ¡Qué soberana belleza en tiple me está oleando! ¿Quién sin ser cura me olea? LINDA: ¿Partióse ya el conde? BLANCA: Mira que te está hablando su alteza. RELOJ: Ya lo miro con dos ojos y con treinta reverencias. LINDA: ¿Partióse el conde? RELOJ: Según su sentimiento y su flema pienso que no. LINDA: ¿No eres tú su criado? RELOJ: Y de su alteza muy servidor, porque soy, hablando con reverencia, a quien tiene el conde muchas obligaciones y deudas, de hacer merced por servicios, que de persona y de lengua le he hecho veinte años ha. LINDA: Privarás con él, que muestras desenfado cortesano. RELOJ: Tengo muchas excelencias. LINDA: ¿Cómo te llamas? RELOJ: Reloj. LINDA: ¡Notable nombre! RELOJ: A mi abuela le debo, después de Dios, porque fui desde la teta al reloj tan semejante, que no hay cosa que convenga tanto conmigo en tener puntualidad en la eterna vigilia de no dormir, porque tengo la cabeza con notable sequedad; y no se halla quien duerma menos que el reloj, pues nunca como frenético deja de dar en su tema a voces, como yo doy en mi tema, en estar midiendo siempre el tiempo en aguar las fiestas, diciendo, "Las doce son, las dos darán las primeras, mañana es viernes, señores." Y ya que en dar no parezca reloj, en pedir lo soy; sólo doy en las tabernas, que son mis parroquias, donde tragos por horas me cuestan por cuartos y por cuartillos. LINDA: Pues haz, Reloj, que no sean del tiempo a pesar las horas tan largas en esta ausencia; apresura al sol los pasos, los siglos al tiempo abrevia y te deberá la vida, aunque es tan a costa de ella.
Salen GARCI Fernández y XIMENO, criado
XIMENO: A gran cosa te aventuras si el mismo dia que llegas enamorado a León en demanda de esta empresa al conde don Lisuardo da el Rey a Linda, pues quedan capitulados y dadas las manos, premisas ciertas de que su esposo ha de ser, luego que de Ingalaterra vuelva el conde. GARCI: Nunca amor de lo más fácil se precia. Garci Fernández, el conde de Castilla soy, y heredan más altas obligaciones mi valor y mi nobleza. Y aunque me niegue su hermana por nuestras pasadas guerras y diferencias, Ordoño, pretendo ser dueño de ella, o en la empresa he de morir. RELOJ: Dadme, señora, licencia, porque el conde, mi señor, a estas horas galopea fuera de León, por dar más presto a veros la vuelta, y soy de la infantería y he de caminar por fuerza delante de su caballo o al lado de su litera. LINDA: Dile al conde... GARCI: Damas hay, don Ximén, en estas rejas que caen a los corredores. RELOJ: Guarde Dios a vuestra alteza. GARCI: La infanta es, y éste sin duda que despidiéndose de ella está, es lacayo del Conde. LINDA: Dios te guarde. RELOJ: Adiós. LINDA: Espera, y esta banda que te arroja Blanca, al conde, Reloj, lleva para que al cuello en mi nombre le acompañe en esta ausencia, a quien le da mi esperanza la color y mi firmeza el oro, y vuélvale el cielo con la salud que desean mis ojos verle en León.
Da la banda a BLANCA y vase
GARCI: Ximén, si no pareciera locura de amor, matara al lacayo. BLANCA: Reloj, ésta es la banda; adiós...
Echa la banda y vase
RELOJ: Adiós.
Llega GARCI Fernández y cógela al vuelo
GARCI: Aparta, villano, y deja trofeos de quien tus manos son tan indignas, y cuenta a tu dueño cómo un hombre de más valor, de más prendas, enamorado y celoso, con esta banda se queda; que me la pida del modo que quisiere cuando vuelva de Ingalaterra, que yo le aguardo en León, si fuera un Hércules, un Aquiles, que no es razón que merezca favores tan soberanos menos que quien dueño sea del mundo, como Alejandro, para hacer a Linda reina del mundo, o Garci Fernández, conde de Castilla, esfera donde esta banda ha de ser, a pesar de la tormenta de mis celos, arco hermoso de la paz que amor desea Vamos, Ximén. RELOJ: ¡Vive Dios! GARCI: ¿Qué dices? RELOJ: ¿Yo? que me tengas por tu amigo. GARCI: Vete, pues. RELOJ: Ya me voy; pero... GARCI: ¿Qué esperas? RELOJ: Nada, por cierto; mas mira, si es posible con más flema, que es de la infanta esa banda y que no hay burlar con ella ni con el conde, mi amo, a quien se dirige, y fuera razón tener cortesía; y cuando no se la tengan ausente, soy hombre yo que la banda de su alteza con tanta superchería tiranizada por fuerza, y en este lugar, sabré... GARCI: ¿Qué sabrás? RELOJ: Irme sin ella.
Vase RELOJ
GARCI: Loco con la banda voy. XIMENO: ¡Notables cosas intentas! GARCI: Para los pechos tan grandes se hicieron grandes empresas.
Vanse. Sale LINDA
LINDA: Cansada ausencia, dolor en el alma tan asido, parece que habéis nacido de un parto con el Amor. Vuestro enemigo rigor a un mismo tiempo sentí que del amor conocí el movimiento primero, tanto que de ausencia muero desde que al amor nací. Cuando yo no conocía qué era amor, imaginaba que quien a querer llegaba de ningún pesar sabía; mas agora cada día los daños de la apariencia desengañan la paciencia, que hallando a su mal testigos va descubriendo enemigos en el campo de la ausencia. Pensaba yo que el mayor era la ausencia no más; y vanme enseñando más, las espías de mi amor, porque celoso temor, las sospechas y el olvido acometen al sentido, monstruos.de tanto poder que se dan a conocer primero que hayan nacido.
Sale BLANCA
BLANCA: Señora. LINDA: Blanca. BLANCA: Tu hermano manda avisarte primero porque cierto caballero, embajador castellano, quiere besarte la mano, y él excusa darle audiencia con esto, que en tu prudencia libra el desengaño. LINDA: Ya entiendo al rey. ¿Dónde está? BLANCA: Aquí, aguardando licencia. LINDA: Dile que entre, que su intento justamente de mí fía. Notablemente porfía Castilla en mi casamiento; en pie recibirle intento, por que no quiero obligarme, que se siente con sentarme.
Sale GARCI Fernández con la banda puesta
BLANCA: Llegad, que su alteza espera. GARCI: ¡Qué hermosamente severa el audiencia aguarda a darme! ¡No he visto mayor valor con tan divina belleza! Deme los pies vuestra alteza. LINDA: Levantaos, Embajador. GARCI: Como otra deidad de amor suspende, turba y admira a quien su hermosura mira. LINDA: (O es deseo o ilusión, Aparte o hace la imaginación casi verdad la mentira, o ésta es la banda que di para el conde.) Blanca, escucha. GARCI: Mucha es su cordura, y mucha su beldad; no estoy en mi. LINDA: ¿No es ésta mi banda? BLANCA: Sí, señora, o tan semejante, que es a engañaros bastante. LINDA: La semejanza me está quitando el sentido. GARCI: (Ya, Aparte para poder ser amante más dichoso y confiado, en sus divinos despojos la infanta ha puesto los ojos con particular cuidado; siempre la Fortuna ha dado victoria al que es atrevido.) LINDA: (Perdiendo estoy el sentido. Aparte ¡Qué notable confusión!) GARCI: De tan justa suspensión como viéndoos he tenido, puedo valerme, señora, para salvar el cuidado de no haberos preguntado, lo que es tan justo, hasta agora. ¿Cómo estáis? LINDA: Como quien llora la ausencia del conde... GARCI: (¡Ay, cielos! Aparte Cuanto escucho y miro es celos.) LINDA: ...que en bienes tan deseados es centro de mis cuidados y blanco de mis desvelos. GARCI: El de Castilla pudiera, señora, formar de vos quejas, pues siendo los dos de un nacimiento y esfera, permitís que los prefiera de vuestro hermano un vasallo. LINDA: Ya en él tantas partes hallo, después que le he dado el sí y que la mano le di de esposa, que aun igualallo quien goza la monarquía del imperio no podrá; y desengañarse ya el de Castilla podría sabiendo que no soy mía, y que a sus cartas molestas tan diferentes respuestas tiene de Ordoño, mi hermano. GARCI: Ama como castellano. LINDA: Son necias finezas éstas cuando me ve en esperanzas de otro dueño. GARCI: No es razón que hasta estar en posesión que tenga desconfianza; y hasta agora prenda alcanza de esas manos, que a su amor da esperanzas el calor con que a dar celos se atreve al sol, aunque no le lleve otro bien su embajador; que está dando afrenta al día de tus soles que hurtó al viento; perdona el atrevimiento y sus colores confía, que una amorosa osadía méritos gana. LINDA: Es verdad, cuando está la voluntad de cobarde recatada; mas prenda sin gusto hurtada tiene poca calidad; porque tan necia osadía, y a persona como yo, si en delito no incurrió no escapa de grosería; y no es bien que prenda mía nadie goce a mi pesar, que no quiero averiguar de la manera que ha sido, sino dejarte corrido con llegártela a quitar.
Arráncasela del cuello
De mi firma y de mi mano esta respuesta y no más a tu dueño llevarás, embajador castellano; y por vida de mi hermano y del conde, si en razón de esto has hecho relación de mi autoridad ajena, que te cuelguen de una almena, la más alta de León.
Vase
GARCI: Esquivos arrojamientos, varoniles bizarrías contra obstinadas porfías de imposibles escarmientos; que cuando los pensamientos ciegos con su error se casan, más los límites traspasan del fin en que se desvelan con desengaños que hielan y con desdenes que abrasan.
Vase. Salen el conde don LISUARDO y FRUELA, LAURO, RAMIRO y RELOJ, criados
LISUARDO: Ya me parece que es hora de caminar, que los rayos del sol, licencia a las sombras por el ocaso van dando; que basta lo que hemos sido, mientras su fuerza ha durado, huéspedes de estos laureles y de estos cristales claros. RELOJ: El marqués de Mantua fuiste, hoy con todos tus criados. LISUARDO: ¿Cómo, Reloj? RELOJ: Porque a todos, dando a la merienda aplauso, alrededor de una fuente mandaste sentar. LISUARDO: El campo nos brindó. RELOJ: ¿Qué te parecen los de Galicia? LISUARDO: Retratos de los jardines Hibleos. LAURO. Los Elíseos los llamaron muchos antiguos. LISUARDO: Tuvieron razón, que pienso que el mayo de estos campos, de estas cumbres, es eterno ciudadano, y que pueden a cristales hechos en peñas pedazos, apostar el Sil y el Miño con Guadalquivir y el Tajo, cuyas fértiles riberas, para hacer por abril palio al sol, parece que están flores a estrellas copiando. Plata y verde es la librea que dan los montes bizarros, siendo por faldas y cumbres los arroyos pasamanos, bendiciendo con las lenguas que primero murmuraron, al zafiro de los cielos, la esmeralda de los prados, que a no gozarlos tan triste de ausente y enamorado, fuera pasar por el cielo. RELOJ: Alabando estás de espacio los arroyos y los ríos, cuando nos está brindando Ribadavia, a quien venera santa nación, por el santo licor, que sobre un magosto de castañas, hace raros milagros. Perdonen todos cuantos hay, tristes y blancos, que éste es el rey de los vinos, o el monarca. LAURO: Eso está claro. LISUARDO: Fértil tierra. RELOJ: De esa suerte bien puede un lacayo honrado decir que es gallego agora. LISUARDO: ¿Por qué no, si estos peñascos a Castilla y a León tan honrada sangre han dado, que para gloria del mundo basta el blasón de los Castros, en Galicia tan antiguo? RELOJ: Y los Relojes, ¿es barro desde que se usaron horas? Gente que siempre está dando, a imitación de los condes y marqueses. LISUARDO: Reloj, paso, no te desconciertes. FRUELA: Siempre, cuando está desconcertado el reloj, suelen decir, "el reloj está borracho." RELOJ: No quitando lo presente, señor escudero, hablando con reverencia. LISUARDO: En efecto, ¿el camino de Santiago es éste? RAMIRO: Y en toda Europa no hay camino más cosario, aunque entre el de Roma y entre el del Sepulcro sagrado de Jerusalén. LAURO: No tiene el mundo provincia en cuanto el bautismo se predica que a este antiguo santuario, de nuestro patrón no envíe peregrinos, ni apartado mar, adonde el pasajero y el piloto del naufragio en la pared de su templo no cuelgue tabla o milagro, ni en las mazmorras de Fez o Argel, cautivo cristiano que no traiga la cadena de su libertad, pagando las gracias en esto al cielo y al Patrón de España. FRUELA: Es tanto, que al camino que en el cielo por causa de estar cuajado de estrellas llamó el gentil camino de leche, han dado en llamarle vulgarmente el camino de Santiago. RELOJ: Y es de suerte, que viniendo cierto labrador cansado del campo a su casa humilde una noche de verano, queriendo hacerle su esposa lisonja, en medio de un patio le puso la cama al fresco; mas él, los ojos alzando al cielo y mirando encima el camino de Santiago, dio voces a su mujer, y dijo, "¿No habéis mirado dónde la cama habéis hecho? ¿Queréis que se caiga acaso un bordón de un peregrino de los que van caminando, frasco lleno o calabaza, y que me quiebre los cascos?" Y creyéndolo los dos, a un aposento, temblando, con más miedo que vergüenza, los colchones retiraron. LISUARDO: El cuento me ha dado sed. RELOJ: ¿Y risa no? ¡Caso extraño! LISUARDO: Basta la que aquella fuente entre cristalinos labios muestra, brindando a beberla. LAURO: ¿Quieres agua? LISUARDO: Tráela, Lauro, en un cristal que compita con el hermoso y helado de esa fuente.
Va por ella
RELOJ: ¡Infame antojo! En mi vida me brindaron para beber fuentecicas ni arroyuelos despeñados por traidores contra el vino. Siempre entre dientes hablando, y si por desdicha enferma de tercianas un cristiano, no hay fuente que le socorra, con andar por esos campos, sin tener que hacer baldias, y no puede ser aguado sino un rocío.
Sale LAURO con un vidrio de agua
LAURO: Aquí está el agua. LISUARDO: Muéstrala, Lauro, y partamos.
Salen doña SOL y URRACA de peregrinas
SOL: ¿Señor conde?... LISUARDO: ¡Notable belleza! SOL: Dadnos limosna a estas dos romeras que vienen de Santiago. LISUARDO: Del mismo cielo parece que las dos habéis bajado. Merced me haced de correr a los rostros soberanos de los volantes dichosos las cortinas. SOL: No llegamos haciendo esta ostentación; si sois servido de darnos limosna, hacednos merced, y si no, el apóstol santo en esta jornada os guíe. LISUARD: ¡Esperad, esperad! SOL: Vamos con diferentes intentos. LISUARDO: No es cortés término darnos con las espaldas tan presto, ni novedad suplicaros que los volantes quitéis. SOL: A quien es tan cortesano, tan caballero y señor, no será razón negarlo, por no parecer nosotras descorteses también.
Descúbrense
LISUARDO: ¡Raro y más que admirable extremo de hermosura! No me acabo de persuadir que es verdad tan peregrino milagro de honestidad y belleza. SOL: Bebed, señor, y mandadnos dar limosna. LISUARDO: ¿Cómo pide limosna quien está dando pródiga, al mundo hermosura, rica, al sol rayos dorados, poderosa, al cielo envidia, divina, al tiempo milagros? Quien ha menester pediros, romera, ¿cómo ha de daros, ni qué ha menester pedir quien almas viene robando? SOL: Yo soy, conde, una mujer de Castilla, noble tanto como su conde. Hice voto de visitar el sagrado sepulcro de nuestro apóstol; de esta suerte caminando a pie y pidiendo limosna, aunque traigo mis criados detrás con una litera para los forzosos pasos del camino, vuelvo agora después de haber visitado su sepulcro y su patrón, a Castilla, publicando mi devoción en las conchas, veneras y santiagos de azabache y de marfil, que; como es costumbre, traigo en sombrero y esclavina; y quien sois, sabiendo acaso de los vuestros, a pediros las dos limosna llegamos. Ved si nos la habéis de dar, o guárdeos Dios. LISUARDO: Alejandro quedara corto, señora, en esta ocasión. No hallo para serviros, si no es esta cadena que alabo los diamantes, cuando estén en vuestras hermosas manos, por los mejores que ha visto Ceylán. SOL: Nosotras no vamos sino es pidiendo limosna por el voto de que os hago, señor conde, relación, y los diamantes dejadlos para quien tan bien los luce, que allá en Castilla no estamos las mujeres como yo tan faltas de ellos, que traigo algunos con que poder serviros y regalaros, que pueden desafiarse con más de una estrella a rayos. Y el cielo os guarde con esto, que me parece que estamos los dos mal de esta manera; vos, el tiempo dilatando de caminar; yo, con vos pasando ya del recato los límites que me debo, y que por quien soy me guardo, y es razón no detenerme, ni entreteneros hablando, caminaréis más aprisa y beberéis más despacio. LISUARDO: Detente, que, vive Dios, que es rigor demasiado partirte de esa manera. SOL: Pues ¿qué quieres? LISUARDO: ¿Qué más claro te pueden hablar mis ojos de lo que te están hablando? RELOJ: Y vos, dulce motilona, de este hermoso castellano serafín, no os vais; mirad que hay también quien os ha dado más corazón que a Belerma. URRACA: ¿Y es Durandarte el lacayo? RELOJ: ¡Qué presto me conociste! URRACA: No basta el fieltro por ramo a el vinagre que vendéis? RELOJ: Romera de los diablos, poco a poco, que, por Dios, que somos de un mismo paño, y que te haré una manera, sin saber cómo ni cuándo, en el alma. URRACA: ¿De qué suerte? RELOJ: Con un beso y dos abrazos. URRACA: Yo lo doy por recibido; pero sepa que me llamo Urraca y soy de Castilla, y conmigo, señor ganso, no hay zorroclocos. RELOJ: Vertiendo estás por ojos y labios seis mil ducados de renta. URRACA: ¡Encarecimiento extraño! RELOJ: ¿Pues hay más que encarecer que con dinero sepamos? ¿Hay mayor donaire? ¿Hay cosa de más hermosura? SOL: Tanto os hacéis desentendido de lo que soy, que me canso de estar cansada con vos de advertiros y escucharos; hacedme merced de hacer como quien sois, y dejarnos proseguir nuestro camino, sin que nos impida el paso poco decoro a la sangre que tengo, al antiguo y claro blasón de algún apellido que honra a España y que heredaron estos nobles pensamientos que veis, y que están brotando valor y honor por los ojos, por las palabras, por cuantos átomos de sangre tengo de ser mujer; que esto al alto y al humilde suele siempre obligar, y al más bizarro. Sabed ser galán cortés, no grosero cortesano. LISUARDO: Dejadme besar la nieve de una mano. SOL: De mi mano esperad, conde, más castas hazañas, y reportaos; no pasen las groserías a poder llamarse agravios, que--¡vive Dios!--que mujer como soy, sepa dejaros con desengaños de libre, con presunciones de ingrato, con escarmiento de necio y castigos de villano. Vamos, Urraca.
Vanse doña SOL y URRACA
RELOJ: ¡Y por Dios que ella no es mal papagayo! LISUARDO: ¡Mujer peregrina en todo! LAURO: ¿Has de beber? LISUARDO: No, me abraso; para tan poco remedio, reparte a esas flores, Lauro, ese cristal para perlas, y caminemos, que parto sin mí, dejando los ojos en ese prodigio helado de Amor, en ese desdén peregrino, en ese mármol imposible. RELOJ: ¿Y Linda? LISUARDO: Linda, de mi amoroso cuidado ha de ser eterno dueño; y es en semejantes casos mujer propia, diferente de la que ciego idolatro por invencible y ajena, RELOJ: ¿Apenas estás casado, cuando al primer trascartón quieres dar matrimoñazo? LISUARDO: Déjame, necio. RELOJ: Confieso que es verdad, que no te hablo al gusto, que eres señor al fin, y yo un mentecato. Digo, que la peregrina es querubín soberano, y que puede con los ojos matar a Poncio Pilato; y el contrapeso me deja perdido por sus pedazos, y que pretendo ser tordo de tan dulce Urraca. LISUARDO: Vamos, y pase la gente toda delante, y sólo un lacayo, que es Reloj, quede conmigo, y cuatro o cinco criados, que quiero ir un poco a solas. RELOJ: ¡Oh, mental enamorado! LISUARDO: Loco por tus ojos voy romera de Santiago.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

La romera de Santiago, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002