JORNADA TERCERA


Salen marchando don ALFONSO Enríquez, don EGAS, don GONZALO, don PEDRO y los más cristíanos que pudiesen
ALFONSO: No marchen más, hagan alto. TODOS: Hagan alto. ALFONSO: Aquéstos son los campos que mi nación llama de Obrique. En el alto cerro que mi gente agora ciñe, y el sol siempre adula, cuya cumbre se intitula "Cabezas del Rey," mejora de sitio nuestro pequeño ejército. Trece mil somos no más contra el vil ismaelita. Ya mi empeño, portugueses valerosos, de suerte adelante está, que el retirarnos será descrédito. En tan forzosos lances, contra tanta suma de infieles como nos cerca, tal vez el ánimo merca dichas que jamás consuma el tiempo. Vuestro consejo, con todo eso necesito, vuestro valor solicito; cada cual es un espejo de la fe que defendemos, de la fama que intentamos. Los capitanes estamos juntos aquí; consultemos lo que en tan preciso caso cada uno siente y desea; pero con tal que no sea dar atrás un solo paso. GONZALO: Gran señor, temeridades que traen consigo imposibles causan desastres terribles y anuncian adversidades. Cinco ejércitos están a nuestra vista de infieles; contra tantos, ¿qué laureles trece mil conseguirán? De doscientos y cincuenta mil moros consta el blasfemo campo, que de extremo a extremo sumas que agotan su cuenta, cubren valles y collados, como nosotros nacidos en nuestra España, escogidos y en guerra experimentados, veinte mil moros le toca a cada cual portugués, que aunque de manos y pies se la ataran, a la poca gente que la cruz ampara de tus leales vasallos, sólo para degollallos tiempo y manos nos faltara. Extiende, señor; los ojos por los campos, verás olas moriscas más que amapolas llenos de bonetes rojos; tentar a Dios no es cordura; acometer, perdición; morir, desesperación; buscar milagros, locura. Todo tu ejército pierde el ánimo, y no me espanto, porque entre bárbaro tanto, que agosta su sitio verde, cuando cada moro arroje sólo una flecha no más, ¿cómo resistir podrás doscientas mil? No te enojes, pues pides mi parecer, que mi lealtad te aconseje que aquesta empresa se deje, pues a veces suele ser más valor el retirarse que alcanzar mucha victoria. ALFONSO: Diga Muñiz. EGAS: Si es notoria la pérdida, el despeñarse, gran señor, no es valentía; aguardemos que se ausente el sol, y entonces tu gente, sin manifestarla él día, podrá entrarse en Santarén, que si el moro la cercare, lo que su sitio durare, como avisados estén el de Castilla y León con el navarro, no hay duda que vengan en nuestra ayuda sin que falte el de Aragón; y entonces a la campaña podrás seguro salir, y victorioso lucir la restauración de España. Demos al tiempo lugar, si admites mi parecer, que el dilatar no es temer, prudencia, sí, el conservar. PEDRO: Esto tu ejército pide, esto tu gente responde. UNOS: Retirar, excelso conde. OTROS: Retirar. ALFONSO: Cuando se mide con recelos aparentes lo que el temor dificulta, rara vez de la consulta salen acciones valientes. Algo habemos de dejar a la Fortuna, soldados; mas ya estáis determinados al huir o al retirar, déjenme solo en mi tienda, que otra consulta me falta más útil, cuanto más alta. Cuando sus horrores tienda la nocturna obscuridad a juntaros volveré, y entonces abrazaré lo que vuestra voluntad resolviere. EGAS: Gran señor, Santarén es una villa inexpugnable. ALFONSO: Esa silla me acercad. PEDRO: Tiempo mejor el cielo te ofrecerá.
Asiéntase ALFONSO
ALFONSO: Dadme esa Biblia y dejadme A solas. Egas, cerradme la tienda. EGAS: Cerrada está.
Vanse, dejando solo al conde ALFONSO, asentado con la Biblia en las manos
ALFONSO: A aconsejarse con vos mi fe, libro santo, viene, pues cuanto en vos se contiene te escribió el dedo de Dios. Consultémonos los dos, que por la parte que abriere, lo que primero leyere eso tengo de seguir, que vos no sabéis mentir ni errará quien os creyese,
Ábrela y lee
"Hi in curribus et hi in equis: autem in nomine Domini Dei nostri invocabimus." ¡Qué pronóstico, aunque breve, tan propicio a mi valor. Aliéntame el rey cantor en el salmo diez y nueve; dice que el alarbe aleve y los que nos desafían, en las máquinas se fían de sus carros y caballos, y en multitud de vasallos que contra el bautismo envían; mas porque ningún siniestro riesgo nuestra dicha asombre invocaremos el nombre del grande Señor, Dios'nuestro. ¡Oh profeta, rey, maestro de la milicia mayor, vos nos quitáis el temor, nuestras medras confiamos, en el nombre que invocamos de nuestro Dios y Señor.
Lee
"Ipsi obligati sunt et ceciderunt: nos autem surreximus et erecti sumus." Prosigue el profeta santo: "Ellos nos acometieron, pero postrados cayeron entre el horror y el espanto; nosotros, que a nombre tanto como el de Dios aplaudimos, restaurándonos vencimos, sus escuadrones postramos, triunfantes nos levantamos, y blasfemos oprimimos."
Lee
"Domine salvum fae regem: exaudi nos in die, qua invocaverimus te." Remata el salmo pidiendo que libre al rey que le invoca, que el corazón en la boca el alma le está ofreciendo. Yo de esta suerte lo entiendo, que le dé audiencia en el día que invocándole se fía, no en las armas, que es en vano, en el nombre soberano de Jesús y de María; que al rey conserve seguro pide el huésped de Sión. No soy rey yo, ni blasón tan arrogante procuro, conde sí, defensa y muro de Portugal, Dios su dueño, que de tan preciso empeño tiene de sacarme airoso. ¡Oh, cansancio fastidioso, venció mi sentido el sueño!
Duérmese. Tocan al arma y dicen dentro los versos siguientes y sale después GERALDO con el traje que en la cueva, y se levanta don ALFONSO medio despierto sacando la espada, y detiénele GIRALDO
UNO: ¡Al arma, invencible Alfonso! Que el ejército morisco asalta nuestras trincheras. TODOS: ¡Al arma! ALFONSO: Nombre benigno, nombre de Jesús glorioso, aceite en tierra vertido por la ingratitud hebrea, siendo la cruz vuestro olivo, favoreced nuestro celo. GIRALDO: Detente, joven invicto, sosiega el pecho y repara si acaso otra vez me has visto. ALFONSO: ¡Óh, senectud milagrosa! ¿No eres tú el que entre los riscos andando yo derrotado, tesoro te hallé escondido; el que, con sabios consejos, con celestiales avisos, mis pasiones refrenaste despertando mis sentidos; el que, cual perla en la concha, en el peñascoso hospicio, alma de su obscuro centro, cerrándote en sus retiros me advertiste ser en vano buscarte hasta que el peligro mayor ocasión te diese de volver a verme? GIRALDO: El mismo, el propio soy, claro Alfonso. Giraldo fue mi apellido, en la milicia estimado y en los yermos reducido. No temas la multitud de bárbaros, si, infinitos, tú Alcides, ellos pigmeos, te asaltaren fementidos. A Senaquerib mató el celestial paraninfo ciento ochenta y cinco mil blasfemos, como él asirios. Trecientos solos hebreos con Gedeón su caudillo, destrozaron de Madián los innumerables hijos; la mandíbula, en la mano del nazareno prodigio, dio muerte a mil filisteos. Dios, Alfonso, te es propicio; cuando oigas dentro tu tienda el favorable sonido de una campanilla sacra, sal al espacioso sitio de ese campo, alza los ojos, que cuando los tengas fijos en esos globos de estrellas que, engastadas en zafiros, rosas del jardín celeste le sirven al sol de anillos, verás lo que a la experiencia y a tus venturas remito. No se atreve mi silencio a más que esto, que no es digno lenguaje mortal y humano a explicar lo que es divino. Alienta--¡oh gran portugués!-- el pecho, pues te ha escogido la Omnipotencia monarca para que, en futuros siglos, por casi cien lustros tengan sus sucesores invictos el portugués solio regio, ellos ramas, tú el principio. Ya tiemblan de sus espadas la Etiopía, junto al Nilo; en Arabia el mar Bermejo; en Asia, el Ganges y el Indo. Reinará tu descendencia hasta parar en Filipo, segundo en los castellanos y en el portugués dominio primero, el sabio, el prudente, y tras él, el santo, el pío, tercero en los de este nombre, heredando su apellido, con dos mundos a sus plantas, el cuarto, el grande, el temido. Esto te promete el cielo, esto en su nombre te digo; ¿quién se atreverá a tus armas, si Dios es tu patrocinio?
Vase
ALFONSO: Profético viejo, espera; alienten tus vaticinios pechos que, aunque belicosos, temen tan arduo conflicto. ¡Oh nombre siempre inefable! ¡Oh grano eterno de trigo que en Belén, casa de pan, de la espiga virgen quiso nacer, para que muriendo en heredad del bautismo, produjese mieses tantas como la fe ampara hijos! Pan que maná en el desierto tierno, sabroso y melifluo, fortaleció cuarenta años el pueblo fiel contra Egipto. Pan que contra Jezabeles, viático en el camino de Oreb, alienta al profeta celador y palestino, Pan panal, que, león primero, cordero ya puro y limpio de la boca formidable para Sansón almena hizo; pan que asegura victorias, a Abraham contra los cinco reyes infieles, que a Lot osaron llevar cautivo, en vos solamente espero, en vuestro nombre confío, en virtud vuestra me aliento, yo en vos y vos conmigo.
Tocan dentro chirimías y una campa- nilla
¡Ay. cielo! Ésta es la señal que el venerable me dijo. Salgo temblánddme el alma al campo, aplazado sitio. ¡Qué densas obscuridades al cielo entristecen viudos del sol, su esposo, que a medias parte con él luz y giros! Pero, válgame su amparo; un rayo cuanto benigno luciente, sirve de Apolo a sus cóncavos recintos, cabellos de Ofir y Arabia peine en el aire dormido y entre el ocioso silencio regocijan sus bullicios.
Suena música y sobre un trono muy curioso baje un niño, que haga a CRISTO crucificado, con la decencia que está advertida
ALFONSO: Ya se añaden esplendores que en su oriente cristalino perfilan nubes, espejos cada cual un sol de vidrio sobre un querúbico trono escabel de sus vestigios, ángeles son pedestales de un piadoso crucifijo.
La capilla cante "Christus regnat," y ténganse de rodillas
Postraos, alma; postraos, cuerpo; ojos de este objeto indignos, reverenciadle humillados, que yo con la fe le miro. CRISTO: Alfonso Enríquez, no temas pelea, yo estóy contigo. Si a los infieles asaltas, vencerás en nombre mío. ALFONSO: ¡Oh, serpiente misteriosa de aquel metal peregrino, humano; por mis pecados si por vuestro ser divino, que en el desierto de un monte os colocan los heridos del áspid que venenoso irritaron vuestros vicios! ¡Oh Juez, ya todo clemencia, que para perpetuo olvido de las locuras humanas, aunque al mundo habéis venido a residenciar culpados, sois de suerte compasivo que os echáis a las espaldas la vara de los castigos! ¡Oh pan que levanta el bieldo de la cruz en fe que limpio dice la vil sinagoga mitamus in panem lignum. ¡Oh fruto de promisión! Pues en vos goza el racimo de la vid de ese madero, la iglesia, Moisés su tipo, exprímaos la cruz lagar, amáseos la cruz, mi Cristo, porque en la mesa os gocemos juntamente pan y vino.
Los ojos en tierra
Mas no, mi Dios; no, mi amante; no, mi bien, no necesito veros con ojos corpóreos mientras en la tierra vivo; dejad que mi fe os merezca deseándoos mis suspiros, creyéndoos con mis afectos, no viéndóos mis ojos tibios; a vuestro glorioso trono estas venturas remito, aquí, mi Dios, se merezca que allá os gozaré infinito. CRISTO: Alfonso, alabo tu celo, agradezco tus servicios, tus afectos me enamoran, finezas tuyas estimo; no disminuyo tu fe, que el haberte aparecido en la cruz corporalmente es por que, habiéndome visto, te fervorice mi amor ................ [ -i-o] tú y tu gente, y animosa postréis a mis enemigos. Buscáronte tus vasallos, si con temor al principio, ya por mi de esfuerzo llenos, porque en sus pechos asisto; su rey han de coronarte de Portugal; mis auxilios son impulsos de esta acción, no procures resistirlos. Las armas que a Lusitania otorga mi amor propicio, en cinco escudos celestes han de ser mis llagas cinco; en forma de cruz se pongan, y con ellas, en distinto campo, los treinta dineros con que el pueblo fementido me compró al avaro ingrato, que después, en otro siglo, tu escudo con el Algarbe se orlará con sus castillos.
Desclava la mano diestra y dale la bandera con las armas que ha de traer uno de los ángeles
Yo te las doy de mi mano, yo con mi sangre te animo, yo tu estandarte enarbolo, yo victorioso te afirmo. ¡Alfonso, al arma! Debela a un tiempo alarbes y vicios. Reinarás en Lusitania, y eterno después conmigo.
Música, y desaparece
ALFONSO: Mi Dios, ¿esperanzas tales? Tal favor, tales cariños, ¿qué no engendrarán de alientos, qué valor no, qué no bríos? ¿Quién por otro gusto os deja? ¿Quién al amoroso silbo de tal pastor, tal amante no pone al mundo en olvido?
De dentro
TODOS: ¡Arma! ALFONSO: Ya apellidan mis soldados el combate. EGAS: ¡Alfonso invicto, al arma, al acometer! GONZALO: ¡Muera el bárbaro morisco!
Salen don GONZALO, don PEDRO, don EGAS, y todos los portugueses que pudiesen
PEDRO: Gran señor, toda tu gente pide la batalla a gritos. Cada cual es un león, si hasta aquí cordero ha sido; no los dejes entibiar. ALFONSO: Hoy del Apóstol divino, heroico patrón de España, de nuestro Redentor primo, es el día venturoso; su nacimiento, festivo celebra la fe y la Iglesia lo mesmo es que su martirio. Tantas dichas y favores en un día a un tiempo mismo, ¿qué victorias no prometen? Aqueste estandarte, amigos, estas armas consagradas, que de los granates ricos de la redención del hombre púrpura eterna ha teñido, bajá a honrar nuestra corona desde el, alcázar impíreo; seis ángeles las pintaron, mi Dios su artífice ha sido. Venérenlas por más noble, de hoy más los franceses lirios, las barras aragonesas, los leones y castillos. Eternizarlas promete por años, lustros y siglos, la omnipotencia del cielo; quien nos las dio fué Dios mismo. EGAS: Pues si Dios a Portugal con armas ha enriquecido, rey se sigue que tengamos, rey en su nombre pedimos.
Trompetas
UNOS: ¡Viva Alfonso, rey primero! OTROS: ¡Viva Alfonso, rey invicto!
Música y sube don GONZALO en un pavés, y levántanle en alto
GONZALO: Portugueses, levantadle sobre ese pavés conmigo. TODOS: ¡Portugal por don Alfonso! ALFONSO: Ni repugno, ni resisto porque sé que Dios lo ordena, puesto que yo no sea digno. Portugueses valerosos, alentaos, apercibíos para cuando nazca el sol en brazos del alba niño a envidiar vuestras hazañas. TODOS: ¡Viva Alfonso esclarecido! ALFONSO: Mi Dios, mi crucificado, ¿qué más vivir que serviros?
Vanse. Sale BRITO de moro gracioso
BRITO: Hambriento de carne mora, el día que no la mato o de engañarla no trato, ando mustio. A la Leonora desemperramos ayer y con su Muñiz está. Cercado el moro nos ha celoso por la mujer; pues antes que el sol los riscos aforre de su oropel, a pesar del Ismarrel me he de almorzar dos moriscos. Aún me vengo enmahometado en mi alquicel y bonete, y con el nombre de Hamete a su ejército he llegado. Dios me la depare buena; que si a dos o tres engaño, haremos, año, buen año para el almuerzo y la cena; mas, hételos a los dos que al cielo mi hambre pedía.
Salen un ALFAQUÍ y otro MORO
ALFAQUÍ: No escapará de este día el cristiano. MORO: Siendo vos morabito y alfaquí, habráoslo ya revelado Mahoma. ALFAQUÍ: De él he alcanzado su destrozo. BRITO: (Perro, ansí, Aparte pues, estaos en ese tema, que ambos me lo pagarés.) ¡Ah de los moros! ALFAQUÍ: Quién es? BRITO: Buzterona Alá y Salema.
Hace una reverencia muy grande
¿Quién es vuesa morería que anda a estas horas en vela? ALFAQUÍ: ¿Quién sois vos? BRITO: Só centinela y hasta ahora he sido espía. ALFAQUÍ: Yo tengo por Alfaquí licencia. BRITO: No se debate, moro alfaquíes a alfayate, de ese preito más aquí, que ya mi enojo se apraca y es josticia que os respete. ALFAQUÍ: ¿Llamáisos? BRITO: El moro Hamete. MORO: ¿Hamete? BRITO: Hamete y Hasaca, porque he sido pirinola. ALFAQUÍ: Púes bien, ¿qué nos queréis? BRITO: Que penitencia me deis de una culpa que, aunque es sola, es la tal culpa mayor que dos puños. ALFAQUÍ: ¿Contra Alá? BRITO: Contra allá y contra acullá, que soy grande pecador. ALFAQUÍ: Pues yo que soy alfaquí y el Alcorán he estudiado, si me decís el pecado sabré el remedio. BRITO: Comí cuatro libras de jamón. ALFAQUÍ: ¿Y qué es jamón? BRITO: ¿Qué? Tocino. ALFAQUÍ: Quitaos de allí.
Escupen con asco
BRITO: Y más que vino con chorizo, salchichón y una morcilla por cabo de escuadra, pero no fraca, porque dije, si se saca un cravo con otro cravo, ya que hice tal desatino, porque Mahoma se apraque, no es mucho que también saque un tocino a otro tocino, y más que hubo vino y pan.
Van andando los tres
ALFAQUÍ: Tal bebida y tal vocablo el Alcorán lo ha vedado. BRITO: Si le vedó el Alcorán, por eso vos pido yo el perdón por mi dinero; pero decidme primero: Mahoma, cuando mandó al moro que nunca coma tocino, ¿por qué se ofende? ¿De qué manera se entiende el tocino de Mahoma? Porque hay mucha distinción; según lo que yo imagino, entre el jamón y el tocino y no mos quita el jamón el que al tocino mos quita. MORO: Pues ¿no es una carne propia? BRITO: Ésa es muy gentil gazopia. Vamos andando. Limita nueso profeta arriero todo manjar embarazo, el jamón es un pedazo y el tocino es todo entero, si no, escochar la razón. Quien dice, "compre un tocino," entero a llamarle vino. Quien dice, "Compre un jamón," dice un pedazo, esto es vero, y así la ley de Mahoma manda que nadie se coma un tocino todo entero. ALFAQUÍ: Pues ¿quién le había de comer entero? MORO: (Bien lo adjetiva.) Aparte BRITO: Mahoma nunca nos priva de lo que es fácil de hacer; mas de lo imposible si, que es su ley muy apacible, y como es tan imposible que un tocino quepa en mí todo entero, hay privación del tocino y no ha lugar en no poderse almorzar lo menos, que es el jamón. Pero dejando esto a un lado... ALFAQUÍ: Vos blasfemáis o estáis loco.
Andando poco a poco hacia el vestuario
BRITO: Vamos andando otro poco; el vino me da coidado, que es argumento distinto, porque Mahoma en su estanco no dijo tinto ni branco. ALFAQUÍ: Privónos del blanco y tinto. BRITO: Sí; mas para remediarlo y comprir su mandamiento, siempre que a beber me asiento hago voto de mezclarlo, conque no le ofendo en nada ni hay en qué culparme pueda, que si el branco y tinto veda no veda la calabriada. MORO: ¿Adónde nos alejáis del ejército? ¿Qué hacéis?
Echa mano
BRITO: Adonde, aunque más gritéis, ningún socorro tengáis. Coma tocino o no coma, alfaquín dell anticristo, o adorar en Jesucristo y errenegar de Mahoma, o aparejar el garguero. ALFAQUÍ: Luego, ¿no eres moro? BRITO: ¿Cómo, si almorzándome un solomo me bautizó un tabernero. Acabar, que estó de prisa, y alargarme los gaznates. ALFAQUÍ: Cristiano soy, no me mates. BRITO: Pues quedárseme en camisa que ese ropaje es morisco y quien cristiano ha de ser cristianas tien de traer las ropas. MORO: ¿Y éstas? GRITO. Al cisco. Acabemos. ALFAQUÍ: ¡Que al fin pudo burlarnos un portugués! BRITO: ¡Ropa afuera! ¡Acabar, pues! ALFAQUÍ: Ya acabo. MORO: Ya me desnudo.
Desnudándolos saca al uno una servilleta y en ella un pedazo de jamón, y al otro una botella llena
BRITO: Hasta quedar en pelota. ¿Qué hay en este borujón? Un pedazo es de jamón. Sigan. ¿Y estotro? Una bota. Pues, hipócritas, picaños, alcahuetes de la gula, ¿jamón y vino sin bula? ¿sois vosotros ermitaños?
Tráiganlo al cuello debajo de la ropa
Buenas reliquias al cuello contra los rayos colgáis; por Dios, si no os bautizáis, que os he de pringar con ello. Éntrense en esa bodega donde moros deposito a quien ropa y vidas quito; que si cada cual me ruega que le deje cristianado, un tabernero vecino lo hará, pues, bota y tocino es tenerlo más andado. Entrar, señor alfaquín, mientras con llave los cierro.
Dales
ALFAQUÍ: ¡Mahoma! BRITO: ¿Qué dice el perro? MORO: ¡Alá! BRITO: ¿Qué gime el mastín? Galgos, entrar y chitón,
Éntranse
mientras hacer determino gorgoritos con el vino, pinitos con el jamón.
Come, bebe y vase. Salen don ALFONSO, don EGAS, don PEDRO, y don GONZALO
ALFONSO: Cumplir las obligaciones del alma en primer lugar, animosos portugueses, y alcanzaréis lo demás. EGAS: Ya todos, rey generoso, confesados, llorado han, sus culpas y en el convite incruento del altar han recreado las almas. ALFONSO: Pues en fe del sacro Pan, Sol que entre nubes se absconde, Ambrosía celestial, Cordero cuando Pastor, Amor que acechando está por viriles y canceles de ese cándido cristal, la victoria os aseguro. Dioses sois si a Dios lleváis.
Sale ISMAEL con alfanje y adarga
ISMAEL: Alfonso desvanecido, rey de un instante no más, que te coronaste anoche por que llegues a juntar el laurel a tus cipreses, los gozos con el pesar, ¿qué esperas que no te rindes? Cercado, mísero, estás de trescientos mil infantes, tigre hambriento cada cual; no necesitan de flechas, no de alfanjes que esmaltar en sangre que el temor hiela, que a soplos os matarán. Yo mismo vengo en persona, compasivo de tu edad, a que uses de mi clemencia, acción que no hice jamás. Dame a Leonora por dueño, desocupa a Portugal, niega la ley del bautismo, sigue la de mi Alcorán, casaréte con Celima, deuda mía, y poseerás a Jerez de Extremadura en dichosa y quieta paz. ALFONSO: ¡Oh, bárbaro descreído, que, descendiente de Agar, su esclavitud, es tu herencia, pues ella lo fue de Abrahán! ¿Tú persuadirme a que siga la secta torpe y bestial de tus bárbaros errores, de tu profeta infernal? Saca el frenético acero, que presto en éste verás cuán poco te favorece tu blásfema impunidad. ISMAEL: Aguarda, desvanecido.
Pelean los dos
Mis alarbes, ¿qué esperáis? Segura tenéis la presa; sino es que saben volar, no se os irá de las manos.
Tocan al arma
ALFONSO: Ea, héroes de Portugal, ¡cierra España, Santiago! ¡Que en su fiesta peleáis!
Peleando entran; y salen ALFONSO peleando, EGAS contra los Moros y peleando se entra, luego sale doña LEONOR peleando, lo mismo los demás
MORO: ¡Viva Ismael invencible, nuevo sol, segundo Alá, competidor de Mahoma! OTRO: Aquí de nuestro Alcorán; que este prodigio del cielo, este español Anibal, este Hércules portugués es de bronce. LEONOR: Hoy vengarán mis enojos a mi padre. Canalla torpe, esperad a una mujer portuguesa, porque a sus pies advirtáis que hay Semíramis cristianas, que amazonas castas hay, que hay en Portugal Minervas, prodigios de nuestra edad.
Éntrase tras los MOROS, y sale GIRALDO peleando con el mismo traje
GIRALDO: En defensa de la cruz, justo es, canas, que volváis al ya jubilado acero, pues Dios aliento nos da.
Vase peleando. Sale don ALFONSO con la bandera de sus armas siempre, y don EGAS contra los MOROS, y éntrese don ALFONSO peleando y también los demás Portugueses
ALFONSO: Ea, valiente Muñiz; ea, valeroso Páez; fuerte Amaya, Fría, Coutiño, Viegas noble, destrozad, romped, seguid los infieles. Hierba es inútil que está esterilizando torpe la católica heredad. Segadores de la iglesia sois, su cizaña arrancad, que Dios, padre de familias, os apercibe el jornal. De sus llagas soy alférez, Cristo es nuestro capitán, ¡vivan con tanto caudillo las quinas de Portugal!
Éntranse peleando. Sale BRITO tras los MOROS
BRITO: Pollos con agraz por julio diz que es sabroso manjar; pues en el temor sois pollos yo he de poner el agraz. Vaya agora aqueste grumo.
Dales y caen
UNO: ¡Ay, Mahoma! BRITO: ¡Y como que hay! Hendo buñuelos de azufre en el entresuelo está. OTRO: Huye de este fiero lobo. BRITO: No por ahí, por acá:
Acuchilladas los mete en la cueva
métanse en la ratonera donde los chero embolsar para her de ellos baratillo. Aquéste se llama ¡zas!
Dales
OTRO: ¡Alá,,favor! BRITO: Allá busca, pues por aquí van allá.
Éntranse peleando. Salen todos de marcha
ALFONSO: Murió el blasfemo Ismael. TODOS: ¡Victoria por Portugal! ALFONSO: ¡Victoria por. nuestras quinas! GONZALO: Huyendo los moros van. PEDRO: Innumerables han muerto.
Ponen la bandera de las quinas en un trofeo eminente, y al colocar la cruz toquen chirimías y todos se hincarán de rodillas cuando lo diga don ALFONSO
ALFONSO: Esas armas colocad, católicos portugueses, sobre nuestro trono real. Postrar todos las rodillas. ®Cruz santa que al Leviatán mortífero nos rendistes, árbol del segundo Adán, que la fruta del primero venenosa, remediáis con ese engerto pendiente, Dios eterno, hombre mortal; llagas por mi bien abiertas, aunque las abrió mi mal, que hasta vuestro corazón la entrada nos franqueáis, vuestra ha sido esta victoria; triunfad, mis llagas, triunfad, y eternice en vuestras quinas sus blasones Portugal."
Levántanse y música
Premiemos ahora, amigos, hazañas que el lauro os dan. Yo he prometido a la cruz una orden militar. Las aves que el vuelo alzaron cuando nos dieron señal de esta vitoria celeste también a esta Orden darán nombre que no eclipse el tiempo; que, aunque de Alcántara es ya, las aves del vaticinio de Avis la han de intitular. Sed vos su primer maestre su caudillo y capitán, valiente Gonzalo Viegas. GONZALO: Feliz si tus pies me das. ALFONSO: A vos, que en vejez dichosa, Giraldo, pronosticáis laureles hoy conseguidos, os tengo de presentar para arzobispo y pastor Bracarense. GIRALDO: Ya mi edad... ALFONSO: Basta; haráme esta merced la romana santidad. Gonzalo Méndez de Amaya adelantado será mayor, pues lo es en sus hechos, del reino de Portugal. GONZALO: Siglos en vez de años cuentes. ALFONSO: A vos también, Pedro Páez, mi arferez mayor os nombro. PEDRO: Premio es de tu mano real. ALFONSO: Déle a don Egas Muñiz por amante y por leal, Leonor la mano de esposa; pues es de mi casa ya caballerizo mayor. EGAS: Llegó mi felicidad a lo sumo del deseo. ALFONSO: Y a doña Elvira Gualtar, un tiempo amoroso hechizo de mis años, mejorar supo afectos religiosa, Teresa y Urraca están á mi cargo y son mis hijas; la primera casará con don Fernando Martínez, Marte en guerra, Numa en paz, siendo señor de Braganza, y la segunda tendrá al noble don Pedro Alfonso de Viegas, nuevo Anibal, por consorte esposo y dueño. Ya surca Matilde el mar, bella infanta de Saboya, para que pueda reinar, como mi esposa en mi pecho, como sol en Portugal.
Sale BRITO
BRITO: Vengan a la almoneda. ALFONSO: ¡Brito! BRITO: ¿Chérenme comprar para agujetas de perro, porque si no rabiarán, una hacina de moriscos? ALFONSO: ¿Haslos muerto tú? BRITO: Verá si soy médico perruno, ¿quién los había de matar? ALFONSO: Doyte por cada cabeza cien cruzados. BRITO: Pues cruzán y vayan grande con chico, hételos adónde están,
Descubre un montón de moros muertos unos sobre otros en diferentes posturas
ALFONSO: Cobarde valiente fuiste, mayores premios tendrás. De tu aldea eres señor. BRITO: Pues no me pienso casar. ALFONSO: Vamos al templo celeste, a la mesa del Maná, a las aras del Cordero, al convite del altar, donde entre puros viriles la fe nos muestra al Isaac de su padre sacrificio, del mundo felicidad. Cantarále esta victoria himnos dulces en la paz, pues han triunfado en la guerra Las quinas de Portugal.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002