LA NINFA DEL CIELO

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de LA NINFA DEL CIELO fue preparada por Vern Williamsen en 2000 para incluirse en esta colección. La edición que tomamos como base para fijar nuestro texto es la del COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, II (Madrid, 1907), NBAE, tomo 9. Esa edición corrigida con el apoyo de una suelta LA CONDESA BANDOLERA (n.p., n.d.).


Personas que hablan en ella:


JORNADA PRIMERA


 
Salen ROBERTO y CARLOS de caza
ROBERTO: Dirás que no es necedad la caza, en que el tiempo pierdes y lo mejor de tu edad, pues pasas los años verdes, Carlos, en la soledad. Un filósofo decía que sólo un bruto podía vivir en ella contento; que al humano entendimiento agrada la compañía. Tú, entre robles y entre tejos, gustas de andar todo el año, siempre de la corte lejos, sin que te escarmiente en daño ni te enfrenen los consejos. Donde vas tras un halcón que, remontado y perdido, imita tu inclinación. CARLOS: Los criados siempre han sido, Roberto, de una opinión. ¿Cuándo el gusto en el servicio pareció del dueño bien? Porque es murmurar su oficio, y estar quejosos también de poca lealtad indicio. Nuestros altos pensamientos desdicen de los intentos que tenéis siempre vosotros, y nunca estáis de nosotros satisfechos ni contentos. Somos, cuando no gastamos, miserables; cuando hacemos grandezas, locos estamos, si callamos, no sabemos; si somos graves, cansamos; la llaneza nos estraga, nada intentamos sin paga; no hay cuando más les obliga hombre que verdad nos diga ni bien de balde nos haga; nunca tenemos amigos, porque son nuestros criados necesarios enemigos. ROBERTO: Serán los poco obligados; que los fieles son testigos que te sirvo como un perro en el cuidado y lealtad, siguiendo de cerro en cerro tu caza o tu necedad, siempre en perpetuo destierro; que de esto no he murmurado por costumbre de criado, de quien no hay señor seguro; como hombre humano murmuro por tu gusto desterrado. A ser las garzas, señor, que venimos a volar mozas, no fuera rigor de un marqués de Mantua andar hecho siempre cazador; pero una garza que al cielo sube, ¿qué me importa a mí que un neblí la abata al suelo si mi apetito es neblí de más ordinario vuelo? Toda mi volatería es conquistar a Lucía o a Marina, que jamás se resistieron, y es más descansada cetrería, comer bien, cenar mejor, haciendo después, señor, de la gala y del paseo alfaneques del deseo y tagarotes de amor; y no andar de sierra en sierra con oficio que embaraza y a tantos nobles destierra. Responderás que la caza es imagen de la guerra, que es de todos opinión para que gusto no atajen a los que de aquéste son; y yo digo que a esta imagen tengo poca devoción. Siempre que siendo aprendiz del mar, que es danés Urgel, me pongo el guante infeliz y luego el halcón en él, me considero tapiz y pienso que estoy colgado en la sala de un letrado entre David y Sansón. CARLOS: ¡Extraña imaginación! ROBERTO: Estoy como halcón templado y pueden cantar en mí. CARLOS: ¿Dónde dejaste, Roberto, nuestros caballos? ROBERTO: Allí los dejé arrendados. CARLOS: Muerto, por socorrer al neblí, traigo el bayo. ROBERTO: Mi alazán quiso correr por los vientos, y pienso que quedarán aguados como contentos, según cansados están. CARLOS: No hay que tener del halcón por esta noche esperanza. ROBERTO: Ni aun de cenar, que es razón; de quien hace confianza en viento, castigos son, que como camaleones hemos de gastar del viento donde tu esperanza pones, que son torres sin cimiento las alas de tus halcones. CARLOS: Ningún cazador parece de los míos; y anochece a más priesa, ¿qué haremos? ROBERTO: Buscar adonde cenemos, que fortuna nos ofrece aquí una hermosa alquería, aunque en edificios creo poco de la suerte mía hipócritas del deseo, todo vista y fantasía. CARLOS: No es bien la desautorices, que del dueño nos ofrece esperanzas más felices. ROBERTO: Todo es ventanas; parece edificio de narices. Más que dormir me remedia a mí el comer, y habra sido, como dicen, vida media, ya que nos hemos perdido como reyes de comedia.
Dentro relinchos y alegría
CARLOS: Gente suena. ROBERTO: Labradores deben de ser que de flores dulcemente coronados son ladrones de estos prados y cantando, ruiseñores. CARLOS: El trabajo y la labor deben de acabar. ROBERTO: Es cierto, y se irán a Valdeflor. CARLOS: ¡Alegre vida, Roberto! ROBERTO: Para un jabalí, señor.
Salen los LAURA, ERGASTO y los MÚSICOS y la MÚSICA, todos de villano con guirnaldas, y cantando esta letra
MÚSICOS: "Que si viene la noche presto saldrá el sole, que si viene la noche, con la luna alegre presto saldrá el sole, de estos campos verdes el día y la noche presto saldrá el sole." ROBERTO: Buenas noches, gente honrada. MÚSICO 2: Vengan muy enhorabuena, que aliñada está la cena. ROBERTO: Más el embite me agrada que la música, ¡par diós! MÚSICO 3: Debemos de cantar mal. ROBERTO: Traigo una hambre cerval, aquí para entre los dos, y ésa es la causa. MÚSICO 2: No habéis llegado a casa vacía. CARLOS: ¿De quién es esta alquería? MÚSICO 2: ¿Sois noble y no lo sabéis? CARLOS: No estuve otra vez aquí, porque esta vez que he venido ocasión la caza ha sido por socorrer un neblí que ha que seguimos tres leguas con este mismo cuidado, hasta que la noche ha entrado pidiendo al cansancio treguas, que los caballos están de cansados y rendidos sobre la hierba tendidos. LAURA: Ergasto, ¿no es muy galán? ERGASTO: ¿Ya le has mirado? LAURA: ¡Pues no! ¿Estoy yo ciega? ERGASTO: Ojalá quedes. Pues Laura, lo está la que antes. Loca, miró. Así fuerais las mujeres ciegas como la Fortuna, porque no hubiera ninguna de tan varios pareceres; la vista os echa a perder, que para nuestros enojos son basiliscos los ojos de la más bella mujer. No habéis menester oídos ni lengua, que si son bellos y libres, tenéis en ellos todos los cinco sentidos; que fuerais--no son antojos sino experiencia de males-- bellísimos animales a haber nacido sin ojos. LAURA: Pues yo me los sacaré por no darte pesadumbre. ERGASTO: Y verás por la costumbre que tienes de ver. LAURA: A fe que no imaginé jamás darte celos. ERGASTO: No son celos, sino unos nobles recelos de estimarte, Laura, en más. CARLOS: Al fin, ¿Ninfa, la condesa de Valdeflor, vive aquí? MÚSICO 3: Gusta del campo, y así la caza también profesa, porque después que heredó a Valdeflor, esa villa que está del mar en la orilla, aunque tan moza quedó, se retiró a esta alquería, donde de esta suerte pasa que os he dicho. CARLOS: ¿No se casa? MÚSICO 2: ¡Lindo es aqueso, a fe mía, para su condición! CARLOS: ¿Cómo? MÚSICO 3: Da en aborrecerlo en suma. CARLOS: Mire que el tiempo es de pluma para esperanzas de plomo, y si le deja pasar, pensando verse empleada en un rey, vieja y burlada será posible quedar sin dejarle a Valdeflor heredero, porque dura poco la humana hermosura. MÚSICO 2: No hay en Nápoles señor que no la haya pretendido para casarse con ella, y ella a todos atropella porque no quiere marido. Su inclinación solamente es el campo y ejercicio de la caza, y no otro vicio. ROBERTO: Debe de ser impotente. CARLOS: Calla, loco. MÚSICO 2: De los hombres, en tratándole, señor, de casamiento o amor, aborrece hasta los nombres; y como si un hombre fuera, hace dos mil maravillas a caballo en las dos sillas, y a pie robusta y ligera. No hay quien la gane a tirar todo cuanto alcanza a ver, quien la aventaje a correr ni quien la rinda a luchar. Fatiga al agua y el monte con los perros diligentes y con aves diferentes las que tiene este horizonte, y así en el agua, en los vientos y en la tierra poder tiene y a ser absoluto viene dueño de tres elementos. A competir con el sol, a quien en belleza gana, salió al monte esta mañana en un caballo español, sobre cuya piel manchada mostró tanta bizarría, que acobardó los del día llenos de espuma dorada. Sobre una corta basquiña un vaquerillo sacó, que pienso que el sol bordó, porque de rayos le ciña, formando crespas espumas de oro el cabello en su esfera con un sombrero o montera hecho una selva de plumas; espada pendiente al lado, una pistola al arzón y en esta mano un halcón. CARLOS: ¡Bellamente la has pintado! Parte de dicha habrá sido perderme, aunque puede ser que de ver esta mujer, Roberto, esté más perdido. ROBERTO: No hayas miedo, que no tienes tan honrada inclinación; si esta mujer fuera halcón, pudiera ser. CARLOS: ¡Lindo vienes! MÚSICO 2: Estimará la condesa hospedar vuestra persona por lo que el talle os abona y su grandeza interesa, que a muchos que por aquí pasan lo mismo hacer suele. CARLOS: ¿No es hora ya de que vuele? MÚSICO 2: Ya no tardará, que así a recibirla salimos muchos, cantando y bailando todas estas noches cuando viene de caza, y venimos cantando delante de ella y bailando, que le agrada esta llaneza, cansada de la corte. ROBERTO: No hay doncella de tan extrañas costumbres desde un mar al otro mar, amiga siempre de andar entre brutos y legumbres, siendo mujer tan hermosa. Tórtola debió de ser antes que fuese mujer; no puede ser otra cosa, porque tanta soledad sin admitir compañía es de la sospecha mía prueba. LAURA: Tañed y cantad, que la condesa nuesa ama viene.
Sale NINFA, la condesa, acompañada de muchos pastores, en un caballo, con halcón en la mano, como se ha dicho
CARLOS: ¡Gallardía excelente! MÚSICO 2: Venga con bien. CARLOS: Justamente, Roberto, Ninfa se llama. MÚSICOS: Que si viene la noche presto saldrá el sole. UNO: Que si viene la noche con la alegre luna presto saldrá el sole de nuestra hermosura. TODOS: El día y la noche, presto saldrá el sole. NINFA: Pasead ese caballo antes que al pesebre vais con él. MÚSICO 2: Con salud vengáis; que no hay labrador vasallo vuestro, señora, que en viendo esa divina hermosura, respete la noche oscura que entra estos campos vistiendo. Agora empieza a nacer de vuestros ojos la aurora, y en estos prados, señora, el abril a florecer; agora el sol ha salido y las aves se han cantado, el alba aljófar llorado y estas fuentes se han reído. NINFA: Guárdeos Dios a todos. Pues, ¿qué se ha hecho todo el día? LAURA: Desean, señora mía, estos prados, vuestros pies; vuestros ojos, estas fuentes; vuestras doradas mejillas, las alegres maravillas; los jazmines, vuestros dientes; que en tanto que estos favores aguardan con vuestro aliento, buenaa nuevas daba el viento, mensajero de las flores; y a vuestro hermoso arrebol, haciendo nosotros salva, como pájaros al alba, esperábamos al sol. NINFA: A tus ojos, Laura, hacían esas lisonjas, que son albas de más perfección que a las del sol desafían. MÚSICO 2: ¿Cómo os fue al fin por allá? ¿Hallastes en la laguna garzas? NINFA: Y entre muchas una, que es cometa pienso ya. MÚSICO 2: ¿De qué suerte? NINFA: Yo llegué a la parte que esos cerros la cercan, y con los perros del agua la levanté, y por dar al viento velas, quité, luego que la vi, el capirote al neblí, las lonjas a las pigüelas. Hizo una punta en el cielo, y ella temiendo la punta, al mismo cielo se junta desmintiendo al neblí el vuelo; revuelve el halcón las alas, y tan alta punta dio, que encima de ella se vio poniéndole al cielo escalas; vuelve a bajar como el viento y el neblí sobre ella baja, que parece que la ataja por el mismo pensamiento; el pico en ella arrebola dos veces y al viento iguala, y por debajo del ala le descompone la cola; otra vez la garza sube con más furia que bajó, y junto al sol pareció él átomo y ella nube. Llegó el neblí a acometella, y pienso que en este estado le dio en el cielo sagrado el sol por alguna estrella, que nunca más pareció; y deslumbrado el neblí, hecho un Ícaro, de allí a la laguna bajó; socorríle, y a la tarde, adonde la garza eché, dos martinetes volé. MÚSICO 2: Muchos años Dios te guarde para gloria, para honor de estos campos. ROBERTO: ¡Bien por cierto! CARLOS: Admirado estoy, Roberto; no vi gallardía mayor. NINFA: ¿Quién es este caballero? ROBERTO: ¿No dirá--¡cuerpo de Dios!-- vueseñoría estos dos? NINFA: Tenéis talle de escudero suyo más que de su igual. ROBERTO: De talle sois entendida; mucho sabéis, por mi vida. CARLOS: Aparta. ROBERTO: Trátame mal, por que no parezca bien. ¡Oh envidia, en cualquiera parte tu veneno se reparte! CARLOS: Tiemblo y ardo a su desdén con ser mayor su hermosura. ROBERTO: Luego ¿estás enamorado? CARLOS: ¡Y loco! ROBERTO: Aun ese cuidado es disculpada locura. CARLOS: Quiero gozar la ocasión de haberme tan bien perdido. NINFA: Vos seáis muy bien venido. ¡Hola¡ guardad ese halcón. CARLOS: Téngame vueseñoría por su esclavo. NINFA: Yo lo soy. CARLOS: Roberto, temblando estoy. ROBERTO: ¡Qué amorosa cobardía¡ CARLOS: Otro neblí me ha traído, que socorrer pretendí, más de tres leguas de aquí; donde tan dichoso he sido y espero tanto favor. NINFA: La persona y ejercicio de la caza dan indicio de vuestra sangre y valor. Cuando os falte ese neblí y no le podáis cobrar, bien podéis en su lugar serviros del que está aquí; que a fe que no es menos bueno que el vuestro, y le estimo en más que a Valdeflor, pues jamás, estando el cielo sereno, se le escapó, si no es hoy, en el viento martinete o garza que no sujete. CARLOS: Puesto que buscando voy el que perdido no está, no es razón ni cortesía quitarle a vueseñoría lo que estima tanto ya, antes presentarle entiendo algunos que aún tengo alas con que servirla. NINFA: Jamás cuando dar algo pretendo di lo que menos estimo, porque no es dádiva aquella en que el dueño no atropella grande valor. CARLOS: No me animo a ofreceros cosa mía, que para vuestra grandeza corto don es la riqueza que toda el Arabia cría. NINFA: Conforme a mi condición, no tiene cosa ninguna de cuantas da la Fortuna valor. CARLOS: Y tenéis razón. NINFA: Sólo estimo en el presente el valor de quien le da; mas cesen ofertas ya, que es lisonja impertinente, y entrad donde descanséis, que el halcón que habéis perdido puede ser, si aquí ha caído, que al nuevo sol le cobréis, que no es mala esta posada para una noche. CARLOS: El favor que ofrece vuestro valor, de que estáis acreditada, y os rinde esta soledad, no puedo dejar, señora, de recibir. NINFA: Desde agora será vuestra la mitad, y toda entera también para cuando algunos días, venciendo melancolías que los tráfagos os den de la corte, andéis cazando y lleguéis a esta alquería, que honráis. CARLOS: Si vueseñoría de esa suerte me va honrando, quedaré para servilla siempre corto y obligado. NINFA: Si os hubiereis bien hallado mañana en esta casilla, y os quisiereis detener a divertir algún día en caza o pesca, os podría alguna lisonja hacer, porque el duque generoso de Calabria, cuyos pies besan esos mares, que es tan rico y tan poderoso, no me podrá aventajar. ROBERTO: Pienso que te ha conocido. CARLOS: ¿Cómo, estando sin sentido? NINFA: Estos campos y este mar diferentemente arados rinden feudo a esta alquería cada noche y cada día de cazas y de pescados que me tributa Neptuno con el anzuelo y las redes. CARLOS: Ser quiero a tantas mercedes agradecido importuno, que por fuerza he de aguardar algunos criados míos que por mar, valles y ríos perdidos deben de andar, y, no sé si tanto ya como yo. NINFA: No lo estáis mucho. CARLOS: ¡Ay cielo! ¿Qué es lo que escucho? ROBERTO: Picada pienso que está también; déjala poner en el anzuelo que mira y luego el carrete tira, que también Ninfa es mujer. CARLOS: Roberto, es ninfa del cielo. ROBERTO: Está en carne humana agora. NINFA: (¡Buen talle de hombre!) Aside CARLOS: Señora, que soy grosero recelo en deteneros aquí. NINFA: Vamos. CARLOS: No digas quién soy. ROBERTO: Ya sobre el aviso estoy. CARLOS: Mayor belleza no vi. ROBERTO: Habla, atrévete, importuna, no acobardes los sentidos, pues a los más atrevidos favorece la Fortuna. CARLOS: Temo el natural desdén. ROBERTO: Nunca quien temió venció. NINFA: Venid. (No me pareció Aparte hombre en mi vida más bien.) ¿Cómo os llamáis? CARLOS: Yo, señora, Carlos. NINFA: Buen nombre tenéis. ROBERTO: Y para lo que mandéis, yo Roberto, y seré agora por vos Roberto el diablo. NINFA: (Carlos, atrevido andáis; Aparte dentro del alma os entráis.) ROBERTO: ¿A quién digo, con quién hablo? También soy de carne y güeso; labradora celestial, que estoy herido del mal de vuestros ojos confieso, que dentro el alma me ha hecho cosquillas y estoy perdido. Una mano sola os pido. LAURA: Ésa os hará mal provecho. ERGASTO: Hidalgo, apártese un poco, no se le llegue tan cerca a la labradora. ROBERTO: ¿Es terca? ¿tira coces? CARLOS: Yo voy loco. ROBERTO: Y necio. NINFA: (¿En qué ha de parar Aparte tanto porfiar, amor, que me güeles a traidor? ¡Ay Carlos!) LAURA: Volvé a cantar. MÚSICOS: "Que si viene la noche presto saldrá el sole."
Vanse todos cantando. Suena ruido dentro de embarcación y hablan dentro los MARINEROS
MARINERO 1: Antes que sople más el viento, amaina. Tomaremos el faro de Mesina con más próspero tiempo. MARINERO 2: Echa el esquife, tomaremos de tierra algún refresco, o por lo menos agua en esta playa. MARINERO 3: Amaina, echa las áncoras a tierra. ¡Fondo, fondo!
Sale ROBERTO por un lado del tablado o en alto
ROBERTO: ¡Notable vocería! MARINERO 1: De aquí saldremos a la luz del día. ROBERTO: Nave llegó a la playa y fondo ha dado, que desde estos balcones con la luna las blancas velas amainar se han visto; o viene de Mesina o pasa el faro cuyo estrecho de mar términos pone a las Sicilias dos, siendo de Rijoles el puerto de Mesina opuesta playa. ¡Qué calma goza el mar! Dátiles pide; déselos, pues los tiene, Berbería. ¡Oh, mala bestia! ¿Quién de ti se fía?
Sale CARLOS
CARLOS: ¡Roberto! ROBERTO: ¿Qué hay, señor? CARLOS: Dichosas nuevas. ROBERTO: ¿Has heredado a Nápoles acaso, o el neblí pareció? ¿Qué traes de nuevo? CARLOS: La aventura mayor que el cielo ha dado a un tierno, a un loco, a un firme enamorado. ROBERTO: ¿Tan presto estás enamorado y tierno, loco y firme? ¡Notable viento corre! Vuelve a cenar, que estás desvanecido y yo lo estoy de haber mejor bebido; porque en entrando aquí pregunté luego del santo botiller por la posada, y con tanto jamón seis veces tuve del vino Pusílico las veces, aunque para mi sed bastaban heces. Pero dime el suceso de tu historia. CARLOS: Roberto, Ninfa pienso que me quiere, o me engaña mi propio pensamiento. ROBERTO: A mí me preguntó si eras casado, cuando entraba contigo. CARLOS: ¿Y qué dijiste? ROBERTO: Que no, por no decir verdad en nada. CARLOS: La mentira, Roberto, fue acertada. ROBERTO: Preguntóme tu estado, y respondíle que eras señor de doce mil ducados de renta y de los buenos de Sicilia, aunque era de Calabria tu familia. CARLOS: Todo eso importa para el bien que aguardo. Gozarla determino. ROBERTO: ¿De qué suerte? CARLOS: Con una dama suya me ha enviado a decir que me quiere hablar a solas; que en abriendo la puerta de un retrete que en esta parte está, con el recato que es necesario llegue; y me apercibe que como quien soy haga. Y yo pretendo engañarla, Roberto, con la mano de marido, y gozar la más felice mujer que vio Calabria y que dio Grecia a Troya para incendio. ROBERTO: ¿Y si es Lucrecia en los intentos castos? CARLOS: ¡Ah Roberto! ¿Qué mujer hay en la ocasión tan fuerte que salga vencedora y no vencida de un hombre tan a solas persuadida? ROBERTO: ¿Y qué piensas hacer después? CARLOS: Estarme gozando su hermosura algunos días alargando las vanas esperanzas del casamiento, que te juro, amigo, que fuera su marido si Dïana me faltara esta noche. ROBERTO: A su excelencia guarde mil años Dios, pues es tan justo, que más vale su vida que ese gusto. CARLOS: Están locos y ciegos los amantes, y yo lo soy, Roberto, no te espantes. ROBERTO: Ya han abierto la puerta, y la condesa pienso que está a la puerta. CARLOS: Pues retírate.
Asómase al paño NINFA
NINFA: A Carlos, mi señora está esperando. CARLOS: Y yo el alma en sus ojos abrasando.
Éntranse; queda solo ROBERTO
ROBERTO: ¡Entróse! ¡Vive Dios, aquesto es hecho! hágale al uno y otro buen provecho! Obligación me corre de esperalle, aunque mejor aquí que no en la calle.
Vase. Salen los MARINEROS
MARINERO 1: Ya con el alba parece que empieza el viento a soplar. MARINERO 2: Y del faro estrecho el mar, alegre pasaje ofrece. Antes que otra vez el sol que vuela en doradas plumas, vuelva a la cama de espumas por el ocaso español, si este viento por bolina dura, en favor está, fondo habremos dado ya en el puerto de Mesina. MARINERO 3: Ninguna señal da el cielo que favorable no sea, donde la nave desea. MARINERO 1: De los vapores del suelo a la parte de Levante unos celajes están que esperanzas ciertas dan de viento. MARINERO 2: Y en el semblante de la luna nos señala el cerco que os dije yo, cuando anoche se escondió al dar fondo en esa cala. MARINERO 3: Y ayer se vieron delfines en el mar; en conclusión, que cuando muchos no son prometen prósperos fines. MARINERO 1: Nunca faltaron jamás esas señales, Leumeno, estando el cielo sereno. MARINERO 2: Ya se ha declarado más el viento con la mañana. MARINERO 1: Pues las áncoras alcemos y al dulce Levante demos el trinquete y la mesana.
Salen CARLOS y ROBERTO
CARLOS: Si va a Mesina, Roberto, será desmentir espías dudando en las prendas mías. MARINERO 1: Gente hay, Leumeno, en el puerto. MARINERO 2: Deben de querer pasaje. CARLOS: En, ella nos embarquemos y de aquí a Sicilia iremos con poco matalotaje; de allí, volviendo a pasar el faro en una tartana, daré en Calabria mañana, que no hay diez de millas mar; que ésta es nave aragonesa, que a Sicilia para Malta viene por trigo, y sin falta va a Mesina. ROBERTO: ¿Y la condesa? ¿Y Ninfa? CARLOS: No sé, Roberto; ya sigo nuevos cuidados. ROBERTO: ¿No esperas a tus criados? CARLOS: Que se han vuelto es lo más cierto a la corte. ROBERTO: No te acabo de entender. CARLOS: Bien fácil es, si sabes lo que después, cuando el apetito, esclavo de sí mismo, se redime con la vitoria alcanzada cansa una mujer gozada aunque el amor más le anime, y más si de las promesas resultan obligaciones. ROBERTO: Pues ¿no gozan esenciones, duque, las que son condesas, tan nobles, tan estimadas que fueron soles y lunas? CARLOS: Roberto, todas son unas en llegando a ser gozadas. ROBERTO: No ha durado todo un hora. CARLOS: César en la impresa fui que partí, llegué y vencí, y vuelvo la espalda agora, que es más triunfo. ROBERTO: ¿De qué suerte la dejas? CARLOS: Durmiendo queda, porque persuadirse pueda que soñó cuando despierte. ROBERTO: Esta vez, a su despecho, en su tragedia crüel, hará de Olimpa el papel, pues tú el de Vireno has hecho; y a la nave y al mar cano dará voces como loca subida en un alta roca, y será el quejarse en vano. CARLOS: Ésta es la traza mejor; que por tierra ser pudiera que, ofendida, me siguiera, y fuera el daño mayor si llegara a los oídos de la duquesa. ROBERTO: ¿El neblí al fin dejamos aquí? CARLOS: ¿No basta llevar sentidos? MARINERO 1: El viento ha picado el mar favorable al marinaje. MARINERO 2: ¡Buen viaje! MARINERO 1: ¡Buen pasaje! MARINERO 2: ¡Alto, a embarcar y a zarparl ROBERTO: ¿Estos fueron los amores y finezas? CARLOS: Ten por cierto que antes de gozar, Roberto, todos somos habladores.
Vanse todos. Sale NINFA como que sale de la cama, medio desnuda
NINFA: ¡Hola, hola! ¿No hay ninguno que me responda? ¿No vela sino solo mi cuidado? ¡Hola! Mi desdicha es cierta. ¡Hola, hola! El eco mismo me da escasa la respuesta, que una mujer desdichada endurece más las piedras. ¡Hola!
Salen los dos MÚSICOS como salieron al principio, de villanos y la MÚSICA con ellos, que es LAURA, pastora, y ERGASTO
MÚSICO 2: ¿Qué mandas, señora? MÚSICO 3: Voces daba la condesa. NINFA: ¿Sabéis de Carlos? MÚSICO 2: ¿Qué Carlos? NINFA: Uno que el alma me lleva. LAURA: ¿Carlos le ha llevado el alma? Loca está. NINFA: ¿No se os acuerda del huésped que encontré anoche y le di posada y cena, y el alma con la posada para partirse con ella? MÚSICO 2: ¿No quedó contigo a solas? NINFA: ¿Por qué averiguo sospechas que están ya tan de su parte? ¡Ah, ingrato Carlos! MÚSICO 2: ¿Qué ofensas te ha hecho el güésped ingrato que lloras y te lamentas, para que tomando todos tus labradores sus yeguas, le sigamos, aunque el viento tomar por sagrado quiera? NINFA: ¿Qué mayor ofensa, amigos, que en el honor, en fuerza del gusto, en la libertad del albedrio, en la prenda más respetada del alma, en la joya que más precia la noble sangre, en la vida, pues no se estima sin ella? Seguidle todos, seguidle, y si hiciere resistencia, para no volver, matadle. No le matéis... Pero muera... No, esperad MÚSICO 2: ¿Qué determinas? NINFA: No sé, amigos. Dadme apriesa un caballo tan veloz que a mi pensamiento exceda, que yo seguiré su alcance mejor, porque en la carrera venceré el viento volando, que siempre amor alas lleva. MÚSICO 2: Ya están por él. NINFA: Ya se tardan. LAURA: ¿Qué novedades son éstas, de amor y de honor, Ergasto? NINFA: ¿Qué esperáis? LAURA: Ergasto, vuela.
Sale un PESCADOR
PESCADOR: Si te ha ofendido, señora, el que anoche en esta mesma casa albergaste con tanto noble decoro y grandeza, ya es imposible vengarte; que esa nave aragonesa que al mar da velas agora, soberbia de verse en ella, burlándose de tus iras, a tu ingrato güésped lleva, no sé si a España o Sicilia, a Francia o a Ingalaterra, que al primer reír del alba le vi embarcándose en ella, viniendo de echar un lance para que con varia pesca, tan vil güésped regalases, y alargándose de tierra dieron las velas, zarpando que ya del viento se empreñan, a cuya soberbia ayudan los clarines y trompetas con la saloma ordinaria, las flámulas y banderas; mas vuelve, y verás la nave que ya del puerto se aleja. NINFA: Calla, no más, que me matas, y esos clarines que suenan al viento, son en mi muerte músicos de mis obsequias.
Aquí tañen, y pasa la nave, si la hubiese
¿Es verdad esto que miro? ¡Villano güésped, espera, que te me vas con la paga, si no es la paga mi afrenta! ¿Dónde me llevas el alma, que con tan grandes ofensas echará a fondo el navío que más que la tierra pesan? ¿Cómo, güésped enemigo, por dulces abrazos truecas olas del mar y una casa que a tantos vivos encierra. Monstruo fiero, en quien las jarcias parecen nervios y venas, caballo del mar con alas que para mi daño vuelas. Cárcel movediza, arado de las olas, que no dejas acabando de pasar la señal del surco apenas; monte arrojado en las aguas, cuyas secas arboledas son mástiles y mesanas, raíles, cables y cuerdas; caballo griego preñado de traiciones y promesas, para fuego de la Troya que dentro en mi pecho queda. ¡Plega a Dios que en un escollo o en algún banco de arena dejes la gavia y las jarcias y la quilla en las estrellas! ¡Rayos los cielos airados en tu plaza de armas lluevan; el viento te rompa el árbol, el agua las obras muertas; a la pelota contigo de la mar y de la tierra jueguen los vientos y falta hagan en alguna peña, y ese ingrato que llevas, cuando todos escapen sólo él muera! MÚSICO 2: Mira quién eres, señora. Vuelve en ti. NINFA: Dejadme, afuera, que estoy loca, que me abraso. LAURA: ¡Hay desdicha como aquésta! NINFA: Dejadme todos, dejadme, que en el mar... MÚSICO 2: Señora, espera. NINFA: Dejadme morir, amigos. ¿Qué importa que yo perezca? MÚSICO 2: Mucho importa a tus vasallos. NINFA: ¿Para qué queréis condesa y una señora afrentada con la culpa de esta pena? Pero yo me vengaré de este agravio, de esta ofensa, aborreciendo las vidas de los hombres de manera que hasta encontrar con mi ingrato he de matar cuantos vea; porque es bien que paguen todos lo que un hombre solo peca, y saliendo a los caminos como víbora sedienta de su sangre, me pregono por pública bandolera, y de no tener, al cielo juro, con hombre clemencia hasta morir o vengarme. MÚSICO 2: ¿De quien eres no te acuerdas, señora? NINFA: Ya de la nave no se descubren apenas los penoles de las gavias. ¡Mal haya, amén, la primera mano ingrata que esas tablas con resina, pez y brea, juntó para mi desdicha y para tantas ofensas! Pero ¿de qué cosa pudo en la mar como en la tierra ser la codicia inventora que no fuese inorme y fea? ¡Qué lejos va de los ojos! Ya parece que al sol llega tendidas las alas pardas el águila de madera. ¡Oh, aleve máquina! Bajes al centro pedazos hecha, porque enseñes las entrañas que tantos males encierran, ¡y ese ingrato que llevas cuando todos escapen, sólo el muera!

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

La ninfa del cielo, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002