ACTO SEGUNDO


 
Salen el DUQUE, ROGERIO, CLEMENCIA y otros
DUQUE: Ya estás legitimado, y por sucesor mío declarado en Bretaña, que estima las partes con que el cielo te sublima. Ya yo, cansado y viejo, seguro de tus, letras y consejo, en tus hombros alivio el peso del gobierno que no envidio, sino ociosos descansos de cazas leves y de libros mansos, porque en viejez lograda me manda el tiempo jubilar la espada. Clemencia es mi sobrina, en hermosura y discreción divina, del de Borgoña hermana, de Orliens duquesa, que apacible y llana, mientras Roma dispensa, sólo en amarte, como a dueño piensa, juzgando a gloria inmensa el bien que gana. Rogerio, ¿pues qué es esto? ¿Tú, triste agora, cuando manifiesto secretos que ha tenido el tiempo en las entrañas del olvido? Cuando sólo creías heredar las groseras alquerías que viste el sayal pardo, hijo de un duque ya, no de Pinardo, en posesión segura del estado bretón, donde te jura por señor la nobleza, ¿melancólico tú? ¿Tú con tristeza? Pudiera hacerte agravio, a no llamarte tus estudios sabio, creyendo que echas menos montes de riscos y de encinas llenos, rústico por costumbre, y que te da la corte pesadumbre, el palacio tristeza, y bárbaro disgusto esta belleza; que aunque ilustre has nacido, podrás, como entre montes has vivido, de la costumbre hacer naturaleza. ROGERIO: Las razones que alegas contra el tropel de mis pasiones ciegas, a mi tristeza añaden grados, señor, que más me persüaden a la melancolía que ocupa mi confusa fantasía. Estaba yo contento con un mediano estado, fundamento de la alegre esperanza que intenta malograr esta mudanza; ni pobre jornalero, ni privado en la corte lisonjero, mas con la medianía que Salomón, prudente, a Dios pedía; porque ni la pobreza deja volar ingenios, ni la alteza que estriba en la abundancia, se escapa de soberbia e ignorancia; pues sólo hallan remedio estos extremos en el justo medio que forman la bajeza y la arrogancia. Era mi pasatiempo los libros y las armas, contra el tiempo que el ocio necio pierde. Ya el agua, el viento, y ya el campo verde, midiendo auroras frescas con envidiosas cazas y con pescas; y mientras estudiaba, agradecido al cielo, me preciaba, que a pesar de la herencia en que en el mundo estriba la potencia de necios opulentos, que llamo sabios yo por testamentos; yo con la industria mía, lo que no a la Fortuna, le debía a la Naturaleza, ambicioso de fama y de grandeza no heredada, adquirida con noble ingenio y estudiosa vida, que ilustra más la personal nobleza. Agora, pues, que veo frustrados mis estudios y deseo, y que en fe de esta herencia no hay entre mí y el necio diferencia, pues Fortuna inconstante con riquezas me iguala al ignorante, ¿no te parece justo que cuando adquiero estado, pierda el gusto, viendo, como soldado en la paz el ingenio reformado? A pocos poderosos he oído celebrar por ingeniosos, que en ellos, de honras llenos, es el ingenio lo que vale menos. Y así siento, ofendido, tener en menos lo que más ha sido, pues creerá quien me jura que no es sabio quien tiene tal ventura; y si es así ¿en qué precio tendré este estado, en opinión de necio, contra el ingenio que volar procura? DUQUE: Toda melancolía ingeniosa, es un ramo de manía, y no hay sabio que un poco, si a Platón damos fe, no toque en loco. En ti lo verificas, sintiéndolo del modo que lo explicas. Felíz Platón llamaba el reino donde el rey filosofaba. ¡Mira tú cuán opuesta es la opinión que triste te molesta! Probarás cuán süave es el gobierno para aquél que sabe, y en medio la experiencia, la divina hermosura de Clemencia será como instrumento que divierta tu triste pensamiento. Sus discursos reprime, que suele hacer más mal el más sublime, pues tal vez daña el mucho pensamiento.
Vase el DUQUE
CLEMENCIA: Si como yo os tengo amor, ventura también tuviera para alegraros, señor contento Bretaña os viera y a mi con gusto mayor. Mas si para divertiros os pueden ser de provecho propósitos de serviros, deseos de un firme pecho, y de un alma fiel, suspiros, toda yo en vos empleada os me ofrezco, dedicada al templo de vuestra fe. Vos sois mi sol, yo seré nube por vos ayudada. Si estáis triste, en la tristeza se entretendrá el alma mía, que ya a imitaros empieza; si alegre, hará mi alegría alarde de esa belleza. Seré, en fin, espejo fiel que en todas las ocasiones, sin colores ni pincel, retrate hasta las acciones vuestras, mirándoos en él. ROGERIO: Perdóneme vuestra alteza, que merece su belleza un gusto más sazonado que el mío, agora asaltado de esta enfadosa tristeza. Para mejor ocasión guardo el agradecimiento que debo a tanta afición, cuándo el amor y el contento pongan el gusto en sazón. Y entretanto dé lugar a que sin más compañía que mi descortés pesar ceda a la melancolía el derecho del amar. CLEMENCIA: No tengo más gusto yo que el vuestro. (Ahí mi amor llegó Aparte de la esfera de mi cielo la llama, que envuelta en yelo, abrasándome me heló. Esta sequedad adoro, este entendimiento estimo, de este mármol me enamoro, y amando me desatino, porque si sospecho, ignoro. Discreto que tanto sabe, triste sin más ocasión de la que alega, no cabe en buen discurso y razón. Celos, falsead la llave de su escondido secreto, y aunque perdáis el respeto al recato y al temor, sabed si es la causa amor, porque llore yo el efecto. Mi sospecha temerosa sacara a sus desvelos, pues son, pasión amorosa, inquisidores los celos que no se les pierde cosa.)
Vase CLEMENCIA
ROGERIO: Todo esto es, Leonisa mía, con sofísticas razones, buscar necias ocasiones para mi melancolía. Si yo no te viera el día que perdí mi libertad, fuera esta prosperidad el colmo de mi contento. Ya sin ti, será tormento la más regia voluntad. Perdíte; ya no es posible, en desiguales estados, dar alivio a mis cuidados, ni ver tu rostro apacible; pues amar un imposible será eterno padecer. No amarte, no puede ser; pues, amarte, y no esperar, padecer, y no olvidar, es morir y no poder. Si yo de Pinardo fuera hijo, cual pensé, y te amara, cuando a mi ser te igualara, poco tu suerte subiera. Soy duque. ¡Ay, Fortuna fiera! Tormentos con honras das. Ya yo sé que igualado has midiendo amorosas leyes, los pastores a los reyes; mas yo soy sabio, que es mas. En cuanto rey, no era mucho llevarme de mi pasión; en cuanto sabio, es acción en que mi deshonra escucho. ¡Con qué de contrarios lucho! Amando, he de aborrecer; príncipe, tengo poder; sabio, ocasiono mi agravio, y amante, príncipe y sabio, queriendo, he de no querer. Pues dar alivio a mi amor por medio menos que honesto, ni aun pensarlo; porque he puesto todo mi honor en tu honor. Morir, Leonisa, es mejor. Batalle en mi fantasía esta contraria porfía, mientras la vida haga pausa, como se ignore la causa de tanta melancolía.
Sale ENRIQUE
ENRIQUE: Que el duque me haya quitado por vos, bastardo y espurio, a Bretaña, no me injurio, que mi nobleza me ha dado la sucesión suficiente que mi sangre ha merecido; legitime a un mal nacido el Papa, estando yo ausente, que de su elección aguardo el suceso que merece la provincia que obedece por duque suyo a un bastardo. Pero que con esta herencia el duque a Clemencia os dé, eso no, que os sacaré el alma yo con Clemencia. Si fuérades sabio vos, y por consiguiente, cuerdo, entrárades en acuerdo, y comparándoos los dos, vos y Clemencia, mi prima, temiérades su nobleza, porque en la naturaleza el Papa no legitima; ni por más que os habilite para el estado que os da, posible al Papa será que mancha de sangre os quite. Al aguja más limpia y clara, como a otro cualquier licor, se le pega el mal sabor del vaso vil donde para; y aunque de reyes franceses sangre el duque os haya dado, el vaso en que habéis estado por lo menos nueve meses, que os habrá pegado, es llano, el bajo ser que tenéis, pues sois duque, y no perdéis los resabios de villano; que no es más que villanía el soberbio pretender a Clemencia por mujer legítima, y sangre mía. ¿Conmigo competís vos, sin honra, ser, ni consejo. ROGERIO: Conde, miráos a un espejo, y vengaréisme de vos.
Vase ROGERIO
ENRIQUE: ¿Que yo a un espejo me mire, y de mí le vengaré? Extraña respuesta fue. Causa me da que me admire. ¡Cuando le injurio y espero que usando de su poder, o ha de mandarme prender, o vengar en mí su acero, sin airarse contra mí, sin hacer de injurias caso, sin descomponer el paso se parte y me deja así. Suceso es digno--¡por Dios!-- de admiración y consejo. "Conde, miráos a un espejo, y vengaréisme de vos." ¿Si quiso decir por esto lo que Séneca, adivino que la cólera y el vino en un mismo grado ha puesto, cuya furia y frenesí, si la razón no la aplaca, al hombre más cuerdo saca, para afrentarle, de sí? "Si el airado se mirase." dijo Séneca, "a un cristal, yo sé que viéndose tal, de si mismo se afrentase." Ya mi cólera se mira a vuestro espejo, razón y ya mi loca pasión afrentada se retira. Justamente os llaman sabio, pues por tal es bien se estime quien sus pasiones reprime y disimula su agravio. No haya más entre los dos, que me diréis, si me quejo, "Conde, miráos a un espejo, y vengaréisme de vos."
Vase ENRIQUE. Salen CLEMENCIA y CARLÍN
CLEMENCIA: Yo gusto de esto. Dejalde. CARLÍN: ¿Pues por qué no habían de entrar? CLEMENCIA: Cuando yo salí a cazar te conocí. CARLÍN: Ni ell alcalde, ni el cura, me quita a mí que no entre, si se me antoja, en la igreja. CLEMENCIA: ¿Quién te enoja? CARLÍN: Un vicio, porque entro aquí. CLEMENCIA: Es aquése el guardadamas. CARLÍN: ¡Válganos Dios! ¡que hay quien deba guardar damas, y se atreva a que no quemen las llamas! Pues aun no puede un marido guardar sólo a su mujer, ¿y habrá quien pueda tener tanto pájaro en un nido? Él tiene gentil tempero. CLEMENCIA: ¿A qué has venido a palacio? CARLÍN: En el campo hay más espacio que acá. Mas diga, ¿es de vero que Rogerio es duco? CLEMENCIA: Sí. ¿Vendrásle a pedir mercedes? CARLÍN: Si viniere o no... CLEMENCIA: Bien puedes, que yo rogaré por ti. CARLÍN: Y qué, ¿el duco viejo es ya su padre? CLEMENCIA: Él le ha dado el ser. CARLÍN: ¿Y ella diz que es su mujer? CLEMENCIA: Mi esposo ha de ser. CARLÍN: ¡Verá! Hombre hué siempre de chapa; desde mochacho lo tuvo. Cura en nuso lugar hubo que adivinó el verle papa. CLEMENCIA: ¿Cómo? CARLÍN: Desde el primer día que empezó de gorgear, a todos los del lugar taita y papa les decía; y como no se le escapa nada al cura al punto dijo, "¿Papa sabéis decir, hijo? pues yo espero veros papa." CLEMENCIA: ¡Graciosa rusticidad! Pues le vais, serrano, a ver, procuradle entretener, y su tristeza aliviad, que después que es duque, vive melancólico en extremo, y al paso que le amo, temo su salud. CARLÍN: ¡Oh! si recibe cierto envoltorio que aquí le traigo, yo le aseguro que ella vea cual le curo. CLEMENCIA: ¿Es regalo? CARLÍN: Creo que sí. CLEMENCIA: Mostralde acá. CARLÍN: Viene oculto. CLEMENCIA: ¿Es de Pinardo? CARLÍN: No es de él. CLEMENCIA: ¿Pues cuyo? CARLÍN: Es cierto papel. CLEMENCIA: Regalo que no hace bulto, ¿qué será? CARLÍN: ¿No lo penetra? CLEMENCIA: Son unos polvos. ¿De qué? CARLÍN: De carta, que si los ve, también podrá ver la letra. CLEMENCIA: ¿Es billete? CARLÍN: Sí por Dios. CLEMENCIA: ¿Quién le escribe? CARLÍN: No hay decirlo. CLEMENCIA: ¿Por qué? CARLÍN: Mándanme encubrirlo, principalmente de vos. CLEMENCIA: ¡Ay, cielos! ¿Y es quien le avisa en él alguna serrana? CLARÍN: Más fresca que la mañana. CLEMENCIA: Bueno; ¿y llámase? CARLÍN: Leonisa. CLEMENCIA: Según eso, no me espanto, si es su amante, y no la ve, que triste Rogerio esté. ¿Quiérense mucho? CARLÍN: Tanto cuanto. CLEMENCIA: ¿Y cuál de aquellas dos era, que cuando a caza salí con Regerio hablando vi? CARLÍN: Picando os va la celera. La que me ha dado esta carta, cuyo porte pagáis vos, es, señora, de las dos, barbinegra y cariharta. CLEMENCIA: ¿Ésa es Leonisa? CARLÍN: ¿No bonda decir que sí? En muesa villa la llaman "la albondiguilla" por ser tan carirredonda. CLEMENCIA: ¿Y a ésa quiere? CARLÍN: Es bella moza CLEMENCIA: Mostrad el papel acá. CARLÍN: Mas no nada. CLEMENCIA: Acabad ya, villano. CARLÍN: ¡Ay, que me retoza! CLEMENCIA: ¿Vos sabéis aquestas tretas, rústico, zafio, villano? CARLÍN: ¡Aquí del rey, que la mano quiere meterme en las tetas!
Sale ROGERIO
ROGERIO: ¿Qué es aquesto? CLEMENCIA: La ocasión de vuestra melancolía, si de la desdicha mía presagios ciertos no son, Triste estáis; tenéis razón, que el mudar naturaleza, ¿a quién no causa tristeza? Y mas a vos, que trocado habéis un ilustre estado por esta vil rustiqueza. Será para vos destierro la corte que os recibe, porque donde el gusto vive, que vive la corte es cierto. Cambio os da el Amor, abierto en letras que os ha librado, cobrad, quedaréis pagado, si aceptáis de mejor gana una morada villana que un generoso ducado. Y alegraos, que ya os avisa de que en vuestra triste ausencia no ha de malograr Clemencia esperanzas de Leonisa. Guardad para ella la risa, y para mí los enojos que si villanos despojos el alma os tiranizaron, yo, porque a vos os miraron, sabré castigar mis ojos.
Vase CLEMENCIA
ROGERIO: ¡Bárbaro! ¿que has hecho? CARLÍN: ¿Yo? no me sé. ¿Qué quiere que haga? Aquésta será la paga del parabién que le dó. ROGERIO: ¿Envióte acá Leonisa? CARLÍN: ¿Pues quién me había de enviar? ROGERIO: ¿Y escribe? CARLÍN: Todo un plenar, por más que la daba prisa. ROGERIO: Y le habrás dicho a Clemencia todo cuanto en mi amor pasa. CARLÍN: Pues si con ella se casa, ¿no era encubrirlo conciencia. ROGERIO: ¿Hay disparate mayor? CARLÍN: El marido y la mujer, ¿una carne no han de ser y un alma? El sermonador mos lo dijo el otro día. ROGERIO: ¿Qué querrás decir por eso? CARLÍN: Pues si es su carne y su hueso, el papel que a él le traía, y yo le negué importuno, cuando a su mujer le diera, ¿qué importa que le leyera? ROGERIO: ¡Hay tal necio! CARLÍN: ¿No es todo uno? ROGERIO: ¿Dístesele al fin? CARLÍN: ¡Mal año! ROGERIO: ¿Qué es dél? CARLÍN: Aquí está metido. ROGERIO: Discreto tercero has sido. CARLÍN: No hay ya discretos hogaño. ROGERIO: Muestra acá. CARLÍN: ¡Qué mala cuca la duca debe de ser! ROGERIO: ¡Ay, mi bien! CARLÍN: Un Lucifer es si enoja la duca.
Lee ROGERIO la carta
"Del pláceme que os envío volvedme el pésame a mí, pues lo que siempre temí llora ya mi desvarío. Duque sois, y no sois mío. Gocéis en gusto mayor mejoras de vuestro amor, que si en esta triste ausencia fuere allá todo clemencia todo acá sera rigor. Entre celosas mudanzas mis deseos faetones, envidiando posesiones sepulturán esperanzas. Dad, sin injuriar, venganzas a quien me ha de suceder; que yo que os supe querer, y nunca sabré olvidar, siempre, duque, os sabré amar si no os supe merecer." ROGERIO: ¡Ay, imposible querido! Tus parabienes son tales, que mas serán para males del bien que sin ti he perdido. Quejas, Leonisa, me das, cuando en tus valles amenos quisiera yo valer menos que aquí, por gozarte más. Sin ti ¿que vale la corte, si lo es por ti el monte? En fin perdonándote, Carlin, te vengo a pagar el porte de este papel. Ven acá; ¿llora por mi mi Leonisa? CARLÍN: Todo es llanto, si era risa, suspiros de a legua da. ROGERIO: ¿Tanto llora? CARLÍN: Ojos y cholla tién, que es verla compasión, y más si hace salpicón y es picante la cebolla, no embargante que haya quien ocupando el lugar vueso, ande por ella sin seso y la quillotre también. ROGERIO: Será algún pastor CARLÍN: ¡Mal año! Es caballero, que hereda dos castillos, cruje seda, y guarnece de oro el paño. ROGERIO: ¿Quién es? CARLÍN: Filipo, el señor de Castel y Fuen-Molino. ROGERIO: ¿Filipo, nuestro vecino? CARLÍN: Ése la tién tal amor, que a dó quiera que la ve la pestilencia le toma. No hay desde París a Roma quien tales musquinas dé. Anoche cantó a su puerta con otros dos una trova, y por Dios que no era boba; pero no estaba despierta la moza, y quedóse en seco. ROGERIO: ¿Y qué dice a eso Leonisa? CARLÍN: Aunque hace de su amor risa --perdóneme Dios si peco-- que ella es hembra, y él es tal, que temo ha de derriballa a la postre. ROGERIO: Torpe, calla. CARLÍN: Hurtáronmos del corral el gallo el lunes pasado no sé cual de las vecinas, y viüdas las gallinas no atravesaban bocado. Llevélas otro mejor, y él todo plumas y gala, ya quillotrando él una ala hasta el suelo alrededor, ya escarbando, apenas toca el muladar con la mano, cuando por darlas el grano se le quita de la boca. Ellas con los gustos nuevos, menospreciando el ausente, que dó no hay gallo presente diz que no se ponen güevos, darán a Leonisa olvido, y hará en la memoria callos, que de galanes y gallos, uno ido, otro venido. Mas no sé quien entra acá. ROGERIO: Espérame afuera un rato, mientras que responder trato a Leonisa. CARLÍN: ¿Escribirá? ROGERIO: ¿Pues no? CARLÍN: Acabe, que es tarde. Al puebro, par Dios, me acojo, que me miró de mal ojo la duca, y el diabro aguarde.
Vase CARLÍN. Sale ENRIQUE
ENRIQUE: Primo sabio, en el espejo me he visto de la razón, donde para confusión de mí mismo, faltas dejo. Vuestro prudente consejo a pedir perdón me obliga, y a que respetándoos diga, que no hay más cuerda venganza que aquella que con templanza aconsejando castiga. Pues sois sabio, perdonad mi necia descompostura. ROGERIO: Conde, amor todo es locura, ciega es toda voluntad. Yo estimo vuestra amistad sin haceros competencia. Remitildo a la paciencia, y tendréis presto noticia que hay para todos justicia, pero para vos clemencia.
Vase ROGERIO
ENRIQUE: ¿Para mí Clemencia? Enigma es, que mi ventura entabla. Rogerio es sabio y no habla sino sentencias de estima. Esta esperanza me anima. Haced mi duda, obediencia, amor, y tened paciencia, pues Rogerio os da noticia que hay para todos justicia, pero para mí clemencia.
Vase ENRIQUE. Salen PINARDO y FILIPO, caballero; los dos en traje de campo
PINARDO: Es Leonisa una hermosa labradora, Filipo, que si bien se considera, es en belleza y discreción señora, aunque la humilla calidad grosera. Su padre, mozo entonces, viejo ahora, en los principios de su edad primera, extranjero la trujo a esta montaña para ilustrar sayales, de Bretaña. Rentero ha sido mío muchos años, y aunque pobre, os afirmo que parece que desmintiendo su prudencia engaños, algún valor oculto le ennoblece. Vaivenes causa la Fortuna extraños; mas sea humilde o noble, ella merece ser excepción entre esta rustiqueza de tosca sangre y de común belleza. No porque vos la améis, pierde conmigo la elección que habéis hecho en su hermosura FILIPO: Si tal abono en mi favor consigo, ¿por qué recela estorbos mi ventura? Estoy sin padres, y, aunque noble, sigo la inclinación, Pinardo, que procura de mi oro noble y de su lana escasa telas tejer con que adornar mi casa. Desdéñame Leonisa; no me espanto, que no creerá promesas generosas en donde amor promete tanto y paga al cabo en ditas mentirosas. Si vos la persuadís que al yugo santo conmigo ate coyundas amorosas, pues siempre os tuvo obedencial respeto, la vida os deberé. PINARDO: Yo os lo prometo.
Sale FIRELA con unos corales en la mano
FIRELA: Cuando los corales pierde Leonisa, perdida está; pero quien perdido ha su esperanza, un tiempo verde, y ya marchita, ¿qué mucho que de cuentas no haga cuenta? Amor, suspensión violenta, ¡qué de males de ti escucho! PINARDO: ¿Qué hay, Firela, por acá? FIRELA: Perdió en la fuente Leonisa, lágrimas dando a su risa, estos corales. Si está en casa, mande, señor, que los salga a recibir. FILIPO: ¿Suyos son? FIRELA: Y ha de sentir. pena el perderlos. FILIPO: Mejor será, dándoos el hallazgo, que me los deis a mí. FIRELA: ¿A fe? FILIPO: Y en cabeza los pondré de mi noble mayorazgo. FIRELA: ¿Para qué quiere él corales? FILIPO: Para aliviar mi pasión, que en el mal de corazón me afirman que son cordiales. FIRELA: Desear bienes ajenos es pecado. FILIPO: Restituye en ellos quien me destruye cuando no lo más, lo menos. Tomad vos esta sortija. FIRELA: ¿Puedo yo ser liberal de hacienda agena? FILIPO: Mi mal me manda que los elija. FIRELA: Si lo sabe, ¿qué dirá? FILIPO: Dadle vos esta cadena por ellos. FIRELA: Enhorabuena; mas no la recibirá, ni habrá quien dársela ose.
Dale FIRELA los corales a FILIPO y toma de él la cadena y sortija
PINARDO: Soy yo su casamentero, y darla a Filipo quiero. FIRELA: Como ella acepte, acabóse. PINARDO: Vos habéis de interceder; que, en fin, más podremos dos. FIRELA: Como se lo mandéis vos, ¿qué hay que dudar ni temer? PINARDO: Decís bien, que es mi vasalla. (Bien Rogerio la ha querido; Aparte si es Filipo su marido, y él sabio, vendrá a olvidalla.) Vamos. FILIPO: Convertíos en risa, lágrimas de amor leales den esperanza a mis males y corales de Leonisa.
Vanse FILIPO y PINARDO. Sale LEONISA
LEONISA: Anticipóse el invierno, valles, si hasta aquí floridos, ya secos, mi bien ausente, ageno sí, que no mío, ya no esperéis coronar de verbenas y de lirios las márgenes de sus fuentes, los límites de estos ríos. Sin Rogerio todo es falta. FIRELA: Leonisa, de los suspiros que das, si no son de amor, lo que buscas adivino. Si lloras por tus corales, halládolos ha un perdido, que tu has ganado en perderlos. LEONISA: Todo lo que causa olvido lo pierdo yo, mi Firela. Más ¿quién los tiene? FIRELA: Filipo. LEONISA: ¿Quién se los dio? FIRELA: Su ventura. LEONISA: ¡Qué mal dueño han escogido! Cóbramelos mi serrana, así poblando tus hijos todos estos despoblados, cortes vuelvan sus cortijos. FIRELA: Levántasete con ellos y alega en tu perjüicio que le tienes acá el alma, y así, que le es permitido cobrar de donde pudiere; fuera de que, como es rico, lo que te usurpa en corales, en oro pagarte quiso. Esta cadena me dió para ti. LEONISA: ¿Qué desvaríos, Firela, te descomponen o la lealtad, o el juicio? ¿Tú eres mi amiga? FIRELA: Por serlo esposo te solicito igual, ya que no a tu estado, a tu pensamiento altivo. LEONISA: ¿Pues en quién puede emplearse si subir ha merecido hasta adorar a Rogerio, que ya no caiga abatido? FIRELA: Rogerio es duque. LEONISA: ¿Qué importa? FIRELA: Cásanle. LEONISA: Puesto que envidio venturas de mi contraria, no por eso desconfío. Mi amor es sólo potencia del alma, que no apetito; y el amor por sólo amar, es perfección, si es martirio. Que se case o no Rogerio, ni con Clemencia compito, ni se amortiguan las llamas de mi amor perfecto y limpio. Tú eres apasionada; cohechos has recibido; para amiga no eres buena; ni sé si hasta aquí lo has sido. Quédate a Dios con tu oro, cómplice de tus delitos, que según hace traiciones, no es mucho que ande amarillo FIRELA: Oye, espera, vuelve acá; que es Rogerio, y no es Filipo, quien con prisiones doradas encadena tus sentidos. LEONISA: ¿Qué dices? FIRELA: Que en tu amistad la poca firmeza he visto, con que a la prueba primera, en vez de bronce, eres vidrio. ¿Así obligaciones rompes? LEONISA: Nunca el verdadero amigo, en riesgo de su lealtad, usa de ardides fingidos. Mas ¿vienes tú de la corte? ¿has hallado al dueño mío? ¿dióte para mí esa prenda? ¿qué ha pasado? ¿qué te ha dicho? FIRELA: ¿Tan andariega me hallaste? Si con Carlín le has escrito, y ha vuelto con la respuesta, ¿qué preguntas? LEONISA: ¿Carlín vino?
Sale CARLÍN
CARLÍN: ¿Quién hurta a Carl1n el nombre? LEONISA: ¡Oh, leal y fiel ministro de mi amor! dame esos brazos. CÁRLÍN: Estése queda. ¡Oh, qué lindo! Por Dios, que piense Firela que se los pongo. ¡Bonito soy yo para dar celera! LEONISA: En fin, ¿Rogerio no ha sido hombre en mudarse? En fin, ¿es de la firmeza prodigio? En fin, ¿no sabe olvidar? CARLÍN: ¿Pues quién diabros se lo dijo? ¿Ha habido berros y artesa? LEONISA: En esta cadena estimo, no el oro, que es lo de menos, el dueño sí, que ha tenido. Al dártela para mi, despidióte enternecido? ¿Encargóte mi constancia? ¿Comparó a su metal fino los quilates de mi fe? ¿Qué dices? CARLÍN: ¿Habla conmigo? LEONISA: Dirás que te pague el porte. Escoje el mejor cabrito de mi manada. CARLÍN: ¿Por qué? FIRELA: Carlín, todo lo que finjo aquí me importa que otorgues, o de mi amor te despido. CARLÍN: ¿Hay son callar y otorgar? LEONISA: ¿Qué dices? CARLÍN: Lo que yo digo es, que en cuanto a la cadena, a Firela me remito. LEONISA: ¿Cómo es ello? CARLÍN: ¿Qué sé yo? FIRELA: Éste es un asno. Hame dicho cuanto con él ha pasado. Como viene de camino cansado, y yo lo sé ¿quieres que te lo cuente? CARLÍN: Eso pido. LEONISA: ¿No me responde el papel? CARLÍN: Así leyó el vueso y vino la duca, que es una suegra, y el duco, de quien es hijo, tuvo celera la duca; hubo llanto y suspirito; temí alguna empalizada; mandóme el duque novicio que aguardase el responsorio, y yo entonces, adivino de cualque paloteado, acogíme de improviso, y véngome sin la carta. Ya la debe haber escrito. LEONISA: Pues cuándo te pudo dar la cadena que recibo, si hubo luego tanto estorbo? CARLÍN: A Firela me remito. FIRELA: ¿Hay bárbaro semejante? Mentecato, ¿no me has dicho que en viendo el duque el papel, amante y tierno te dijo que en fe del constante amor, con que a pesar del olvido, ausente a Leonisa tiene, este oro hacía testigo de su invencible firmeza, y que, como su cautivo, lo que enviarle podía eran prisiones? CARLÍN: Sí, dijo. LEONISA: ¿Entrarían todos luego, y con ellos divertido te mandó que le esperases? CARLÍN: A Firela me remito. LEONISA: En fin, ¿se acuerda de mí? CARLÍN: Como la olla del tocino; como el rocín de la yegua, y como la sed del vino. Mas yo vengo tan cansado de la corte y del camino, que si hay más que pescudar, a Firela me remito.
Vase CARLÍN
LEONISA: ¿Ves ahora cuán constante es Rogerio, y que el olvido no tiene jurisdicción en él? FIRELA: Tu ventura he visto de que te doy parabienes. LEONISA: ¡Qué contenta los recibo! FIRELA: Déte amor fines tan buenos como gozas los principios.
Vase FIRELA y LEONISA se echa al cuello la cadena
LEONISA: ¡Ay, bienvenida cadena! Mal te pago, pues te envidio al cuello donde has estado, de amorosos brazos digno. Tú adornarás desde agora el pecho que te dedico. Mi gala eterna ha de ser las fiestas y los domingos.
Sale FILIPO, con los corales al cuello, revueltos en una banda
FILIPO: (¡Que busque yo intercesores Aparte para que mi esposa sea una pastora, y se vea mi esperanza entre temores; mas--¡ay, cielos!--aquí está, y con mi cadena al cuello. Alma, si podréis creello; viento en popa amor os da. ¡Oh, solícita Firela!) LEONISA: (Si vuestros quilates toca Aparte mi fe, que os bese mi boca, cuando el alma se desvela por el dueño que os envía, no hago a mi honor agravios.) FILIPO: (¿En mi cadena los labios? Aparte ¿Qué esperáis ventura mía? Seguro puedo llegar, pues de mi parte está Amor.) Si ausente hacéis tal favor a quien le viene a adorar, y ya le tenéis presente, no ocasionéis mis desvelos, que tengo de ese oro celos, pues en mi agravio consiente labios de inmenso tesoro, dignos que amor los asalte, pues vale más ese esmalte que los quilates de ese oro; que aunque ya son celestiales, pues tal ciclo los tocó, más justo es que bese yo por vuestros estos corales, LEONISA: ¡Ay, mis corales perdidos! Agora sí que lo estáis. FILIPO: Hallélos yo, y vos halláis más perdidos mis sentidos. Al Amor, Leonisa mía le rogaba yo me diese retrato vuestro, que fuese apoyo de mi alegría. Mas como excedéis al arte, favorecióme de modo, que no atreviéndose en todo vino a copiaros en parte; y dando alivio a mis males, me dijo, "Suspende agravios, pues el coral de sus labios retratan esos corales." Hallélos en ocasión, y en fe de lo que intereso, lo que significan beso,
Bésalos
no, Leonisa, lo que son. Mas si vos besáis también, por ser mía, esta cadena, ¿qué más dicha? LEONISA: ¿Qué más pena que la que mis ojos ven? ¿Esta cadena era vuestra? FILIPO: Y vuestros estos corales. LEONISA: (Firela, con desleales Aparte industrias su pecho muestra.) ¡Fiad de amistad dorada! Filipo, engañada he sido; que destroquemos os pido prendas que han de hacer culpada la opinión de mi decoro, pues dan sospechas iguales caballeros con corales y labradores con oro. Lo que es vuestro os restituyo. Haced otro tanto vos.
Quítase la cadena y ase los corales. Sale ROGERIO
ROGERIO: Amor, en fe de que es Dios, en mí muestra el poder suyo. Con color que salgo a caza mi Leonisa vengo a ver. LEONISA: Los favores han de ser voluntarios, no de traza; que causen pena a su dueño. Soltad. FILIPO: ¡Leonisa! ROGERIO: ¡Ay de mí! ¿Filipo y Leonisa aquí? Bien se quieren, o yo sueño. LEONISA: ¡Rogerio! FILIPO: ¡Señor! ROGERIO: Extrañas suertes halla un cazador. LEONISA: (¿Qué habéis hecho, ciego Amor?) Aparte ROGERIO: (¡Ocasionadas montañas!) Aparte Bien os están los corales, y el oro os está a vos bien. ¡Qué de cosas nuevas ven cada día los mortales! FILIPO: ¿Qué diré, que estoy confuso? ROGERIO: ¿Queréis que se use el coral entre gente principal? No me parece mal uso, que habiendo hombres con gorgueras, guedejas, faldas, anillos, y ojalá no con zarcillos, si ya no son orejeras, para que queden iguales con la dama más curiosa, no faltaba ya otra cosa que chapines y corales. Quitáoslos, que no debéis dar gusto a quien os los puso. FILIPO: Gran señor... ROGERIO: Vestíos al uso, pero no los inventéis.
Sale CARLÍN
CARLÍN: Estos ducos no mos dejan. ¿Acá también estáis vos? ROGERIO: ¿Qué dices? CARLÍN: Que esotros dos nuesos ganados aquejan. El viejo y la duca nuera helos aquí donde están. ROGERIO: A aumentar mi mal vendrán. LEONISA: Perdida soy. CARLÍN: Plaza, afuera.
Salen el DUQUE, PINARDO, CLEMENCIA y FIRELA
PINARDO: No aguardaba yo, señores, tan impensada ventura. DUQUE: La ociosidad apresura, Pinardo, a los cazadores. Rogerio, ¿sin darnos cuenta, os salís a caza así? ROGERIO: Criéme, señor, aquí, y así mi tristeza intenta buscar en mi natural alivios que allá no tengo. ¡Gran señora! CLEMENCIA: Por vos vengo a cazar también. ROGERIO: Mi mal me obliga a divertimientos del campo. CLEMENCIA: Tenéis razón, y más en esta prisión, cifra de vuestros contentos. ROGERIO: Pinardo, también os cabe parte a vos de mi venida. PINARDO: Los pies os beso. ROGERIO: ¡Qué vida pasé aquí, quieta y süave! PINARDO: Diviértase y no imagine vuestra alteza, gran señor, en eso. ROGERIO: Aun estoy peor después, Pinardo, que vine. PINARDO: ¿De qué procede este mal tan lastimero? ROGERIO: Yo creo que es, conforme a lo que veo, ramo de gota coral.
Habla LEONISA aparte a FIRELA y CARLÍN
LEONISA: Por mis corales lo dice. Aparte ¡Ay, Firela! ¡qué de daños han causado tus engaños! FIRELA: Pues yo por tu bien lo hice. LEONISA: Tú también, villano, fuiste. ....................... [ -ena.] CARLÍN: ¿Pues yo, por qué? LEONISA: La cadena que ser del duque fingiste hace cierto tu delito. Si es Filipo, su señor, ¿porqué burlaste mi amor? CARLÍN: A Firela me remito. CLEMENCIA: Envidia tengo, serrana, al donaire que tenéis. Tras vos la corte os traéis, dícenme que en viéndoos sana cualquier tristeza que os mira. LEONISA: Pues vos triste me miráis, y viéndome, no sanáis; creed, señora, que es mentira. ROGERIO: Yo imaginé divertirme por estos montes agora, pero mi mal empeora, todo ha dado en afligirme. Volvámonos, si es servido vuestra alteza, gran señor, que como está en lo interior, mi mal disparate ha sido. .................. [ era.] CLEMENCIA: No los halléis vos aquí, duque, y hallaréis en mí medicina y enfermera. Démosle, gran señor, gusto, aunque la caza perdamos. DUQUE: Pues que vos le tenéis, vamos. ROGERIO: Filipo, no fuera justo, habiendo sido los dos amigos y comarcanos, dejaros entre villanos sin acordarme de vos. Sed mi secretario. FILIPO: Beso a vuestra alteza los pies. ROGERIO: Seguidme, Filipo, pues. FILIPO: (¿Hay más infeliz suceso?) Aparte ROGERIO: Que miro muchos respetos en vos de satisfacción, secretario, y más si son parientes nuestros secretos. CARLÍN: ¿Tengo de ir por el cabrito que en albricias me mandó? LEONISA: Traidor, tú me has muerto. CARLÍN: ¿Yo? A Firela me remito.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

El melancólico, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002