JORNADA TERCERA


 
Salen don Gonzalo de VIVERO y doña ISABEL
ISABEL: ¡Que pueda tanto el exceso de la envidia y sus engaños! ¡A cabo de tantos años en este castillo preso quién díó a España, al rey y a Dios, un mundo! VIVERO: Isabel hermosa; fuera su prisión penosa a no ser su alcaide vos. Don Fernando volvió a España a desmentir enemigos que, huyendo de sus castigos en vano, de tanta hazaña eclipsan el resplandor. Hánle puesto muchos cargos; que siempre en servicios largos se alarga, ingrato, el rigor, los que en el Perú siguieron a Almagro, a aquel desleal contra la corona real y los que le ennoblecieron. Ayudó Dios la justicia, prevaleció la prudencia, conoció la inobediencia de quien, con ciega codicia al Cuzco tiranizaba; y, viéndole éstos perdido, preso, confuso y vencido, cuando esperanzas les daba de poner infame yugo a aquel orbe conquistado y que murió sentenciado a manos de un vil verdugo, persiguen a don Fernando, que, como gobernador del Cuzco fue ejecutor de su muerte, y adulando al César--¡ciegos engaños!-- le puso en la Mota preso y formándole proceso crece el rigor con los anos. Renunció Carlos invicto a España en su sucesor, que a estar el emperador vivo, de tanto delito como a Fernando levantan, averiguara verdades castgando falsedades que, lisonjeras, encantan. ISABEL: Quísole el César muy bien. VIVERO: Debióselo a sus servicios, como pueden dar indicios los que sin pasión lo ven, y saben cuantas riquezas en el Perú recogió con que al César acudió, sufriendo las asperezas de los que le murmuraban, cuando para él les pedía y a su augusta monarquía tantas guerras apretaban. Reina en su lugar, agora, el gran Filipo segundo, que del uno y otro mundo es monarca; y como ignora quién es don Fernando y quién el que enemigo le acusa, rigores severos usa hasta que se informe bien. Yo espero en Dios que, postrados sus émulos, saldrá el sol de tan leal español libre, a pesar de nublados, y que vos, señora mía, alegréis, siendo su esposa, esta noche tenebrosa, como el alba alegra al día. ISABEL: Cuando yo la esperara, más dé para que os pudiese pagar, lo que es bien confiese a amistad tan firme y rara. Sumamente lo deseo, pues podéis atribüiros los Orestes, los Zopiros, que con más lucido empleo en vos honran nuestra edad, cuando todos le han dejado, inseparable a su lado y asombro de la amistad. VIVERO: No tengo yo otro blasón que se iguale al que consigo, de merecer tal amigo. Pero, decidme, ¿quién son estos que bajan agora de visitar nuestro preso? ISABEL: Dos cortesanos; que en eso la mentira aduladora satisface obligaciones y afectando sentimientos disfraza con cumplimientos, estoy por decir traiciones, pasaron por aquí acaso y entráronle a visitar. Creeréis que esto es maliciar; mas yo que al discurso paso tal vez los ojos y oídos no sé que los escuché a solas, que causa fué de que imaginé fingidos sus ponderados extremos; y porque advirtáis cuan vana es la amistad cortesana, desde aquí los escuchemos, que, sin vernos nos darán de sus intentos noticia. VIVERO: Si ansí doran su malicia cualquiera vileza harán.
Retíranse los dos y salen de camino, don PEDRO y don RODRIGO
PEDRO: Compadecíme en los ojos y holguéme en el corazón. RODRIGO: Más rigurosa prisión merecían los enojos que estos Pizarros han dado a nuestros deudos y amigos en el Perú. PEDRO: Los castigos que en el pobre adelantado hizo este hombre, no se pagan con sólo tenerle preso. RODRIGO: Sustanciárase el proceso, que porque se satisfagan los muchos que allá ofendió sabrá Filipo el prudente vengar a Almagro inocente. PEDRO: Bueno es, que quien despojó aquel reino de riquezas, y le llenó de crueldades, alegre ahora lealtades y afirme, fueron finezas dignas de premio y favor haber dado aleve muerte al varón mis claro y fuerte que tuvo el emperador. RODRIGO: Con las alas de su hermano, ¿a qué no se atreverá? PEDRO: Murió Carlos quinto ya, con los Pizarros humano. Rey tenemos que, severo, volverá por la inocencia. VIVERO: ¿Esto sufre mi paciencia? ISABEL: Don Gonzalo de Vivero reportaos ¿a dónde váis? VIVERO: A poner, si puedo, seso a estos locos. ISABEL: Ved que de eso se seguirá... VIVERO: No temáis.
Llégase a ellos
Grandes amigos serán vuesas mercedes, sin duda, del preso, pues no les muda su peligro, cuando están algunos más obligados a compadecerse de él, que en el olvido crüel y ingratitud sepultados huyendo las tempestades las bonanzas lisonjean. PEDRO: Los bien nacidos desean desempeñar amistades en los peligros lucidas si en los gustos granjeadas. RODRIGO: Correspondencias pasadas, y, agora reconocidas, nos traen a Madrid a ver a don Fernando. VIVERO: Es fineza digna de tanta nobleza; y a mí me llega a caber parte de la obligación en que a don Fernando ha puesto su proceder, y en fe de esto, si se ofreciere ocasión en que se sirvan de mí, no será favor pequeño acudir al desempeño de un amigo que adquirí a costa de mi lealtad sin perder jamás su lado. Dos años fui su soldado pasando la inmensidad del mar del sur y del norte y en el Perú fui testigo de hazañas que, si las digo, a envidiosos de la corte, podrán causar confusión y desbaratar procesos. Mas ya sabrán sus sucesos vuestras mercedes. PEDRO: No son para ignorarse estas cosas. VIVERO: ¿Saben que el marqués, su hermano, aquel Hércules indiano, en las conquistas gloriosas que han rendido al occidente fue de los hombres milagro; y que don Diego de Almagro puso en ellas solamente la industria y la granjería de una parte del dinero que, como su compañero entre otros dos le cabía; y que mientras arriesgaba don Francisco fama y vida, en tantos trances perdida, en Panamá descansaba don Diego? ¿Y que es bien se entienda, por quien fe a sus hechos da la diferencia que va de las vidas a la hacienda? Pues sume el que fuere fiel si, cuando ajuste partidas, sacó el marqués más heridas que maravedises él. Y si cuando Almagro entró en el Perú, ya sin guerra, preso el Inca, en paz la tierra, del tesoro se llevó la mitad, y en tal empresa como absoluto señor, con el ajeno sudor se halló el manjar en la mesa. RODRIGO: Todo eso es indubitable. VIVERO: Cuando don Fernando vino a España de su camino, ¿qué premio considerable medró, sino el adquirirle título de adelantado de Chile, con que elevado quiso, después, destruirle? Don Fernando, ¿no tenía en el Cuzco justa acción a aquella gobernación? Don Francisco, ¿no le había nombrado en ella? ¿No saben que con su valor y acero la defendió un año entero, para que envidias le alaben, de cuatrocientos mil hombres? ¿No saben que, codicioso, desleal, ciego, ambicioso, y digno de infames nombres, se concertó con el Inca contra su patria, su ley, su amistad, nación y rey, para que no se distinga de un conde don Julián, de un Bellido, un Galalón y que, prendiendo a traición, mientras que treguas se dan, a don Fernando, le quiso dar garrote, y que, después que vió en el Cuzco al marqués puso el pleito en compromiso de jueces doctos y santos; pasando por la sentencia, y que si él, en la apariencia, después de debates tantos, confesó que no tenía al Cuzco acción ni derecho, y quedando satisfecho, partiendo la hostia un día, que el marqués y él comulgaron, juró Almagro, "Este Señor por perjuro, por traidor, como los que le negaron, me condene, si intentare contravenir al sosiego de estas paces?" Si don Diego, aunque la pasión le ampare, contra tanto juramento convocó campo después, y, vuelto a Lima el marqués, en bárbaro atrevimiento, quebró las leyes divinas, y a don Fernando siguió y la batalla perdió que llaman de las Salinas, quedando confuso y preso. ¿No merecio su malicia que, sin pasión, la justicia le fulminase proceso y como traidor muriese? PEDRO: ¿Pues quién dice lo contrario? VIVERO: El ingrato, el temerario, el desleal. PEDRO: ¿Quién es ése? VIVERO: El que agora fiscaliza en la corte sus acciones y por dorar sus pasiones testimonios autoriza, con que su muerte procura; el que para consolarle a la Mota a visitarle viene, y después le murmura; pero, si ignoran quien es, el que así su opinión mengua, esta espada será lengua, si no se me van por pies, que con honrosos alardes para poder convencellos, les mostrará que son ellos los ingratos, los cobardes, los viles, los para poco...
Echa mano
Saquen el intacto acero... ISABEL: ¡Oh, valeroso Vivero!
Éntrase doña ISABEL y mete VIVERO a los otros a cuchilladas
RODRIGO: ¡Huye, don Pedro, este loco!
Salen don FERNANDO, preso, y doña FRANCISCA
FRANCISCA: Dicen, Fernando, que amor, en fe de ser tan guerrero, usó las flechaS primero que otro ningun vencedor. Estaba yo en este error y viéndoos tan gran soldado animaba mi cuidado, porque juzgaba imprudente que al paso que sois valiente érades enamorado. Crédula, pues mi esperanza, dos años merecí ser, vos ausente y yo mujer, de la firmeza alabanza. Fundóse mi confïanza en una equivocación, que os escuchó mi afición, estando ya de partida, necia, por mal entendida, que Amor todo es presunción. Volvistes con más laureles que al mar burlastes espumas que a escribir se atreven plumas, que en lienzos osan pinceles; persecuciones crüeles, de envidiosos conjurados, cobardes y apasionados, preso os tienen; querrá Dios que la verdad triunfe en vos contra mal intencionados. Pero si entre las prisiones suele Amor causar alivio, ¿cómo, Fernando, tan tibio dilatáis obligaciones? Decir que persecuciones hielan vuestro incendio amante será disculpa ignorante, pues sois vos tan dueño de ellas que aún no alcanza a conocellas la vista en vuestro semblante; más, porque me satisfaga diréis, que en moneda igual quien cobra sus deudas mal peor las que debe paga. ¿Querréis que una cuenta se haga en vos y en mí, y que perdidos estemos, no agradecidos, a costa de disfavores, si os paga el rey en rigores me paguéis vos en olvidos? FERNANDO: Nunca en tan viles libranzas satisfizo la nobleza, ni es bien que de tal bajeza me arguyan desconfïanzas; pero empeñ:os de esperanzas, ¿cuando hacen ejecucion en el gusto y la afición si falta, Francisca, el gusto? Aunque pagarlas sea justo libranzas fallidas son. Preso yo, y en contingencia mi fama por tribunales donde envidias son fiscales y la pasión quien sentencia; ¿qué mucho que no dé audiencia, entre pleitos y cuidados a efectos enamorados, si Amor en tales empleos pide ociosos los deseos y huye los embarazados? Querrá el cielo que comience mi inocencia a hacer alarde de mi lealtad, que aunque tarde la verdad mentiras vence; esperad que se avergüence el engaño, en mi favor, que para entonces Amor con seguro desempeño, os hará de un alma dueño digna de vuestro valor. Yo sé, si el cielo me libra, que no tendréis de mí queja.
Vase doña FRANCISCA. Sale don Alonso MERCADO
MERCADO: Cobardes son las desgracias. No es posible que se atrevan a acometer una a una; juntas como alarbes llegan, y eslabonando infortunios, tarde acaban cuando empiezan. Colegid en mi semblante, Fernando amigo, las nuevas que es forzoso que os intime, aunque se excuse la lengua. ¡Ojalá nunca esta casa vuestro valor conociera! Casa que esta medra tuvo, nunca de vuestra promesa se hubiera cumplido el plazo, pues cuando os juzgaba en ella hermano, deudo y señor, me obligó la suerte adversa el rey, mi corta fortuna, a que vuestro alcaide fuera, y al cabo de tantos años preso en esta fortaleza quiere ahora...--¡Ah, suerte ingrata! FERNANDO: ¿Qué es lo que quiere? ¿Qué ordena? ¿Mándaos, don Alonso amigo, que me corten la cabeza? ¿Salió la envidia triunfante? ¿Logró ya la pasión ciega, con mentiras disfrazadas maliciosas diligencias? No os congojéis, declaráos; que cuando ese premio tengan mis lealtades y servicios las historias están llenas de ejemplos, que pueden darme, si no consuelos, paciencias. Escipiones tuvo Roma, Belisarios lloró Grecia, y un gran capitán España con quien compararme pueda. Todos murieron a manos del disfavor y aspereza, y el ser único en desgracias es la más civil miseria. MERCADO: Propias de vuestro valor son prevenciones tan cuerdas; porque el vencerse a sí mismo es divina fortaleza. En fe, pues, de lo que alabo en vos, sabed que ya trueca caducas felicidades por posesiones eternas. El gran marqués don Francisco la ambición y la soberbia de un mestizo, de un bastardo, que a su padre Almagro hereda las locuras y la envidia de otros traidores cabeza le ha dado, sobre seguro, en Lima, muerte violenta; y como en los desatinos, los insultos se encadenan, contra su rey y lealtad, amotinando la tierra tiranizaba aquel orbe, hasta que los parches templa el héroe Vaca de Castro, para que en él resplandezcan, a un tiempo Marte y Apolo; en las armas y en las letras, pues, venciéndole con unas, con las otras le sentencia, sobre un funesto cadalso a muerte que así escarmienta el cielo temeridades que la juventud despeñan. FERNANDO: Llore tal pérdida España; que mi hermano no cumpliera con su valor a morir de otra suerte. Su tragedia eternizará su nombre. Amaneció en él apenas el uso de la razon, cuando siguió las banderas del católico Fernando; y en Nápoles, dando muestras de la luz de sus hazañas, fama añadió a su nobleza. Contra el rebelde alemán sirvió al siempre invicto César, oprimiendo victorioso desatinos y blasfemias; pasó después a las Indias donde sacó verdaderas las fábulas que de Alcides hipérboles griegas cuentan; pues si a los doce trabajos, que ensalzan tantos poetas, Hércules quedó divino, para que los obscurezca mi hermano, en aquellos orbes no doce, infinitos prueba, que crédito harán dudoso cuando historias los refieran. Con solo trece soldados, imitación verdadera de Cristo y sus doce alumnos, rindió a su rey, a la iglesia la infinidad de gentiles, que por naciones diversas oprimidos del engano habitan más de mil leguas. Rebeldes venció en Italia; rindió luteranos belgas; idólatras en las Indias por él nuestra ley confiesan. Faltaba oponerse agora a la traidora insolencia del padre y del hijo Almagros, matáronle en la defensa de su rey, sus asechanzas, porque faltando en la tierra nuevos mundos que conquiste juzgó su vida superflua el cielo, entre los mortales, por esa ocasión le lleva a los triunfos que le aguardan pisando glorioso estrellas. Su muerte la fama envidie, porque es de algún modo afrenta que quien vivió entre las armas, viejo ya, en la cama muera. MERCADO: Decís bien; si a su lealtad agora no se opusieran, para eclipsar sus blasones, descaminadas tinieblas. Gonzalo Pizarro dicen que aquellos reinos altera, y que saliendo en campaña mató a Blasco Núñez Vela, primer virrey del Perú. Duda el rey inteligencias que tendréis como su hermano; y aunque de la lealtad vuestra consta a todos y despacha a aquellas parte su alteza al de la Gasca, varón ................. [ -e-a] de admirable industria. FERNANDO: Ya con esas cosas cesa, que me lastiman el alma, que el corazón me atraviesan; me despedazan la vida, los rigores de tu lengua ¿Contra su rey, don Gonzalo? ¿Mi sangre, aleve en sus venas? ¡No es posible que sea mía! ¡Mintió la Naturaleza! ¿Pizarro y traidor? Alcaide, mas fácil será que crea que el sol retrocede líneas, que el cielo desclava estrellas, que el mar permite pisarse, que su inmensidad se seca, que sus profundos se habitan, que son flores sus arenas. MERCADO: Esto publica la fama; si bien hay quien por él vuelva y al virrey eche la culpa, cuya condición severa en las Indias ha imitado no sé qué ordenanzas nuevas, que en general perjüicio mandó ejecutar el César. Nombróle el reino del Cuzco procurador, en defensa de cuantos conquistadores temen quedar sin la hacienda que adquirieron sus hazañas, si estas leyes, de que apelan, en su agravio se ejecutan y su valor no se premia; suplicábale en su nombre don Gonzalo, que a su alteza representase los daños que teme se sigan de ellas, y que hasta la sobrecarta suspendiese con prudencia, protector, amparo y padre, resolución tan molesta. Alteróse Blasco Nüñez, y añadiendo fuerza a fuerza contra don Gonzalo se arma y por traidor le condena; él entonces, en virtud de una cédula que alega, de Carlos Quinto en que le hace merced que al marqués suceda en todo el gobierno indiano, al virrey se la presenta intimándole, que en tanto que en la corte se resuelva cuál gobierna de los dos, si jurisdicción suspenda y deje el dominio libre a aquel imperio, a la audiencia. Quiso prender los oidores Blasco Núñez, y ellos templan los ánimos alterados de la plebe y la nobleza, y, viendo que es imposible, si al virrey gobernar dejan, que el rigor de sus pasiones aquellos orbes no pierda, a una nave le retiran, porque en España dé cuenta al consejo, de los cargos que ofendidos le procesan. A don Gonzalo tras esto, la audiencia el gobierno entrega hasta que, lo que el rey mande sobre este punto, se sepa. Pero el virrey, obligando a los que preso le llevan, en Trujillo desembarca, forma ejército y presenta la batalla a don Gonzalo que, junto a Quito, en defensa de su gobierno y su vida al virrey despojó de ella. Si esto es ansí no es tan grave su delito. FERNANDO: La nobleza, amigo Alonso, a la sombra de su príncipe venera, a sus ministros se humilla, al nombre de su rey tiembla, a sus órdenes adora. Tenga disculpa o no tenga mi hermano el marqués, que en todo mereció alabanza eterna, siempre que en las fundiciones del oro, la real hacienda de sus quintos acendraba, si por descuido, en la tierra algún grano se caía, con los labios, con la lengua del suelo le levantaba diciendo, "De esta manera se han de venerar migajas qué pertenecen al César." ¿Contra el virrey, don Gonzalo? ¿Contra las reales banderas? ¿Contra su nombre y milicia? ¡Ah, cielo! ¡Ah, Fortuna! ¡Ah, estrellas! Permítame el rey venganzas, déme a castigos licencia; haréle pleito homenaje de dar a esta cárcel vuelta dentro un año, que yo solo ocasionaré materias al espanto, a las crueldades, a la fama, a la experiencia, de que si un Pizarro ha habido, uno solo, entre la inmensa propagación de mi sangre, que a su príncipe se atreva, hay otro que, derramando la que envilece sus venas, miembros bastardos castiga, manchas limpia, infamias venga. ¿Agora yo detenido? ¿Preso yo agora? ¡Quién viera a aquel bárbaro! MERCADO: Fernando, ¿que es de la cordura vuestra? FERNANDO: ¿Sin honra, buscáis cordura? ¿Sin fama, queréis prudencia? ¿Sin crédito, áurea templanza? ¿Sin opinión, hay paciencia? Acrecentará desdichas la Fortuna, siempre adversa; añadiera el rey prisiones, quitárame la cabeza, y no el honor, don Gonzalo, que la verdad e inocencia en el leal, no da fruto si primero no se entierra. Mas ya, Alonso, ¿con qué alivio morirá quien tal bajeza de su sangre participa? No, cielos, ninguno crea que de ese desatinado los espíritus alienta. Pizarra sangre es la mía, engaño la continencia de quien le parió a mi padre pues da causa a la sospecha, la que con unos liviana que con otros no es honesta. MERCADO: Agora, amigo, aprovecháos de vuestra templanza cuerda en la presente desdicha y advertid, que el rey me ordena que apriete vuestras prisiones, y que a ninguno consienta que os escriba, ni os visite; como la fe se atraviesa que debe al rey mi confïanza, ya juzgaréis si me pesa el haber de hacer alarde la lealtad de mi obediencia. Prevenid vuestro valor, porque según lo que aprietan émulos, temo que está vuestra vida en contingencia.
Vase MERCADO
FERNANDO: Estuviéralo la vida y no la reputación. ¡Ah, cielos! ¡Qué de pensión paga la fama oprimida! Felicidad conocida gozara el hombre, si fuera como el ángel, y pudiera de los otros distinguirse en especie, y atribuirse a sí solo el mal que hiciera. En aquel segundo instante que el ángel de su albedrío usó, cuando el desvarío derribó al querub gigante; su castigo el arrogante y su premio el obediente se granjeó solamente sin tocar en otro alguno, porque, en fin, era cada uno de los otros diferente. ¿Pues por qué el rigor humano querrá, con desdoro igual, que participe el leal los insultos de su hermano? ¿Gonzalo--¡cielos!--tirano; y que eclipse su vileza tanto servicio y nobleza, tanta lealtad española? Mas sí, que una mancha sola destruye toda una pieza.
Sale doña ISABEL
ISABEL: A despedirme de vos me traen forzosos extremos; pues dicen que nos veremos esta sola vez los dos. No quiere, Fernando, Dios, dar a mi amor más reparos, ni me vende menos caros los gozos del mereceros, pues, instantes de poseeros compro a siglos de lloraros. No sin ocasión temía, al cabo de tantos años, la ejecución de estos daños, Fernando, la suerte mía; lo mismo que apetecía os rehusaba tantas veces, no desprecios, ni altiveces, sino el cuerdo recelar, que en mí se habían de juntar el tálamo y las viudeces. Un año ha que os admití al nombre de esposo y dueño, pero muchos que el empeño de estas desgracias temí; adivinaba--¡ay de mí!-- la cortedad de mi suerte, el daño que agora advierte, y que era lance forzoso el llamaros vos mi esposo y el llorar yo vuestra muerte. No anunciaban mejor fruto, a advertirlo mi razón, desposorios en prisión que solemnidad de luto; un año ha que os da tributo la fe que medré en quereros, porque en mis hados severos los infortunios y males son los bienes gananciales que en dote pude ofreceros. FERNANDO: Dos muertes me dió el rigor con solo un golpe crüel, vos en el alma, Isabel, y mi hermano en el honor. Vos mi esposa, él agresor contra la fe que he heredado. Sin la fama, el desdichado que afrentas cual yo recibe, de balde en el mundo vive, mejor parece enterrado. Un año guardó el secreto gozos, que sin merecer mi amor, llegó a poseer y a ocultar vuestro respeto; si consiguieran su efeto dichas, que ya adversidades aumentan riguridades, esperábamos los dos libre yo y mi esposa vos festejar solemnidades. Uno y otro nos ha negado mi estrella, en todo fatal, que a ser yo menos leal no fuera tan desdichado. Todo el aprieto pasado, con vos, dulce esposa mía, tan gozoso me tenía, que en mi prisión el juzgar que se había de acabar, me daba melancolía. Desleal el mundo llama a mi sangre, y fuera error tener vos, mi bien, amor a quien ya no tiene fama; pega su vicio la rama a cuanto se le avecina, sola una piedra arrüina el templo más soberano; ¿qué mucho, pues, si mi hermano mi crédito ciescamina? Máteme el rey, que un consuelo llevaré en rigor tan grave, y, es el ver que sólo sabe nuestros amores, el cielo. Viviréis vos sin recelo de perder vuestra opinión, y yo daré a la pasión piedades, porque la muerte dicen que tal vez convierte la venganza en compasión. ISABEL: Yo sé de mi pena fiera que antes que llegue esa hora os prevendré precursora el sepulcro que os espera. Seré en morir la primera y en vuestra patria querida a donde estoy de partida, nos enlazará una suerte los cuerpos, allí la muerte; las almas, allá la vida. Reliquias de vuestro amor aposentan mis entrañas, traslado de las hazañas que en vos malogra el rigor. Ojalá suerte mejor que a vos el ciclo la ofrezca, y en él vuestra fama crezca, porque a pesar de desdichas, en el valor, no en las dichas a su padre se parezca. Pero, ¿por qué aumenta enojos mi pena en vuestros agravios? Enmudezca el dolor labios y hablen mis ansias los ojos; los brazos, para despojos últimos, llegad a darme. FERNANDO: ¡Ay, mi Isabel! Si al dejarme solo, en tan triste partida con vos os lleváis mi vida; no tiene el Rey qué quitarme. Pero, ¿acabará consigo que os ausentéis vuestro hermano? ISABEL: Ya a mis ruegos está llano en fe de ser vuestro amigo; una novena le digo que a Guadalupe ofrecí por vos, y estando de allí Trujillo cerca, un convento podrá honestar el tormento que es fuerza acabarme aquí; si, en tan rigurosa empresa, preso, el rey manda mataros, ¿qué más dicha que imitaros muriendo, como vos, presa? FERNANDO: ¿Tanto rigor, tanta priesa al dividirnos los dos? ISABEL: El alma queda con vos, partir sin ella es forzoso. FERNANDO: ¡Ay, luz mía! ISABEL: ¡Ay, caro esposo! FERNANDO: ¡Adiós, mi bien! ISABEL: ¡Dueño, adiós!
Vanse los dos. Salen doña FRANCISCA y CASTILLO
FRANCISCA: En fin, ¿va a Guadalupe doña Isabel, mi hermana? CASTILLO: Ahora supe que en devotas novenas de don Fernando intenta aliviar penas. FRANCISCA: Piadoso es su camino y el medio soberano; mas mientras el favor busco, divino, pretendo yo, Castillo, que el humano de la industria se valga porque tu dueño de este trance salga. CASTILLO: Las llaves que en la cera imprimiste, coecharon de suerte la codicia cerrajera que, cuando se ensayaron, adúlteras hicieron las cerraduras que lugar les dieron. Pero es tal la entereza del preso, que tu amor, todo fineza ver libre solicita, que dudo que permita lograr esta agudeza, porque dirá, que si huye verifica lo que la envidia falsa de él publica. Yo a lo menos, señora, no me atrevo a aconsejarle que su muerte excuse; pues si las llaves que me des le llevo, y sabe que a este engaño te dispuse, mientras que a tus consejos le apercibo, dudo que de sus manos salga vivo. FRANCISCA: No creas que la vida, del hombre sobre todo, apetecida, cuando en tal riesgo está, tenga en tan poco, que Fernando esta vez sola sea loco. No es deslealtad huir persecuciones de mentiras, enganos y traiciones; pues vivo tu señor y estando ausente podrá desengañar al rey, que agora como empieza a reinar, aunque prudente, lo mucho que a Fernando debe, ignora, que el tiempo contra engaños y malicias es padre de verdades y noticias, y si la vida cara agora pierde de los muertos, después, no hay quien se acuerde. Mas ven, que ya procura mi amor, Castillo, traza más segura, con que escusarte quiero del ímpetu primero de su enojo. CASTILLO: Celebre en tu hermosura, igual a tu cordura, España tu valor, para que imites, del orbe maravillas cuando a tu amante las prisiones quites a la que al primer conde de Castilla sacó libre de riesgo semejante, fiel a su esposo, como tú a tu amante.
Vanse los dos. Sale don FERNANDO
FERNANDO: Tarde, cielos, a ver llego que ha fundado la virtud en las honras, la inquietud, en el trabajo, el sosiego. Ya con vista, si antes ciego, puesto que el tiempo perdí, conoceré desde aquí que quien vanidades deja cuanto más de ellás se aleja más se va acercando a sí. Nunca el alma tan cautiva como cuando, toda sueño, de otros se imagina dueño pues de sí propia se priva; nunca menos discursiva que cuando en más dignidad, porque la prosperidad es madre de la torpeza, como de la sutileza la ingeniosa adversidad. Esta prisión es mi escuela; aquí enseña el escarmiento materias al sufrimiento que el necio estudiar recela; aquí el peligro consuela, la injuria enfrena sus labios, vence la paciencia agravios y atropella,sin razones, que solas persecuciones sacan discípulos sabios. ¡Venturoso aquel que sabe convertir lo malo en bueno y transformar el veneno en antidoto süave!
Arrójale doña FRANCISCCO desde arriba un papel y una llave de loba
FRANCISCA: En ese papel y llave, Fernando, hallarás salida, tu reputación y vida; si es que estimas estas dos, sé cuerdo. FERNANDO: ¡Válgame Dios! ¿Honra hasta aquí combatida? ¿Llave y papel?
Cógelo
Dos asaltos son del honor más crüeles. ¿Cuándo no dieron papeles a la opinión sobresaltos? ¿qué importan los muros altos si un poco de hierro sabe abrir la cerca más grave la traición falseó? Ni, ¿qué puedo esperar yo de un papel y de una llave? Doña Francisca pretende, en fe de lo mucho que ama, que huyendo eclipse su fama, pues su amor lealtades vende. Ignorante el que la enciende de que es mi esposa Isabel, la llave me ofrece infiel que a mi fuga dé lugar; mas ni ella me la ha de dar ni aconsejarme el papel.
Rásgale y arrójale
Lea en pedazos el viento sospechosas persuasiones, que quien escucha razones ya las da consentimiento. No parezca el instrumento de esta traición, pues le arrojo.
Arroja la llave al vestuario
Satisfaga el rey su enojo y sepa que, por no dar a las malicias lugar, morir inocente escojo. ¿Qué más la envidia quisiera, sino que huyendo rigores acreditara a traidores y verdad su engaño hiciera? Muriendo, mi fama espera lo que vivo dificulta; si mi inocencia está oculta, resucite mi lealtad que, aunque entierren la verdad, la virtud no se sepulta.
Tocan dentro chirimías y tiran cohetes
MERCADO: No quede en la fortaleza Dentro almena que no se vista de luces; que, innumerables, con las del cielo compitan, artiflciales cometas que, inquietando, regocijan, tinieblas obscuras borden de impresiones peregrinas; músicas al vulgo alegren que puesto que tanta dicha agüen pesares caseros lo más a lo menos priva. FERNANDO: ¡Válgame el cielo! ¿Qué nuevas son las que al alcaide obligan a tales demostraciones? ¿De qué será esta alegría? Siente, como amigo caro, que envidiosos me persigan, teme que el rey me dé muerte, mi inocencia patrocina; ¿y, en medio de estos desaires, ostentaciones festivas truecan recelos en gozos y contentos solemniza? No sin causa los celebra. MERCADO: Los contentos de esta, vida Dentro para que no den la muerte con el pesar se limitan. Celebraremos mañana las obsequias compasivas de la malograda prenda que la Fortuna nos quita. Córtense lutos groseros que muestren en mi familia, con demostración llorosa mi justa melancolía; vayan por mí a convidar la nobleza de Medina, porque mañana en las honras deudos y amigos asistan; prevénganse, para entonces, órdenes y cofradías; cubran el templo bayetas; cera y pobres se aperciban; el túmulo se levante; no quede en toda la villa campana que no se doble. FERNANDO: ¡Válgame Dios! ¡Qué distintas diligencias entretejen acciones que aterriorizan ¿fiestas a un tiempo y clamores? ¿Luto y galas? ¿Llanto y risa? ¿Si acaso ha dado la reina algún infante a Castilla, de Carlos, príncipe, hermano, que asegure con su vista la sucesión de estos reinos? ¿Si las flamencas provincias, a Filipo rebeladas le reconocen vencidas? ¡Oh, quiera Dios que algo de esto suceda, aunque pronostican las tristezas que previene trágico fin a mi vida! Lutos, obsequias, campanas, una prenda que lastima a mi amigo don Alonso con muestras tan compasivas, ¿quién duda de que se ordenan por mí, y que el rey determina que esta noche me den muerte y se vengue la malicia? "Celebraremos mañana las obsequias merecidas, dijo mi amigo el alcaide, al bien que el cielo nos quita." De su amistad me prometo las finezas, que le obligan a lo que en estas razones, su pesar me significa. Si es ansí esta noche muero, quien con el papel me avisa y con la llave me alienta, ¡bien mis riesgos adivina! Pude y no quise librarme; permanezca mi honra limpia que al morir, tarde o temprano, es en todos común dita. ¡Ojalá salgamos ya de las manos de la envidia y libre de aduladores vuelva a nacer mi justicia. Ella ampare mi inocencia que siempre, de las cenizas de leales mal premiados, las verdades resucitan!
Salen de luto don Alonso MERCADO, Doña FRANCISCA, don Gonzalo VIVERO y CASTILLO
MERCADO: Amigo, dispuso el cielo con providencia divina, como las fábulas cuentan; que, en efecto moralizan los sucesos de los hombres, que imitase nuestra vida a una tela, que las parcas de varios colores hilan. Si todo fuera dichoso, como siempre desatinan al hombre felicidades y al soberbio precipitan, ¿qúién con él se averiguara? Si todas fueran desdichas, más valiera nacer bruto, peñasco, o planta sin vida. Tejió de lanas opuestas nuestra duración fallida el influjo de los cielos que en lo mortal predominan; ya los males, ya los bienes mezclan diferentes listas mas, como aquellos son tantos poco estotros se divisan. Fernando, empezar intento a contar vuestras desdichas, guardándoos para la postre nuevas que os den alegría. Murió Gonzalo Pizarro, con lástima de las Indias, a las manos del rigor que ciego, tal vez castiga, lo que amigos le engolfaron en acciones, que peligran cuando a los jueces se oponen que el nombre real apellidan, dejándole al mejor tiempo imitaron las hormigas que huyendo las tempestades la prosperidad esquilman. Degollóle la entereza que, atada a la ley, no mira que el sumo celo en los cargos sella la suma injusticia. No pocos son en su abono que, disculpándole afirman la lealtad con que a sus plantas el cetro ofrecido pisa. Gobernador de aquel reino era por cédula y firma del César, y de la audiencia que vino entonces a Lima. Si es ansí, ¿qué deslealtades los envidiosos le intiman, cuando, en nombre de su rey, defiende lo que conquista? En efecto, en opiniones la suya está dividida, si sus émulos le cargan los benévolos le libran. No ha dejado descendencia y así esta mancha no eclipsa la sangre que de él nos toca. ¡Fenezca en él su mancilla! Murió--¡ay cielos!--Isabel de congojas oprimida que vuestros riesgos causaron, porque el amor homicida cuando aquilata finezas a Roma las Porcias quita, para que celebre España como Caria otra Artemisa; encerróse en un convento de Trujillo, en que cautiva por su propia voluntad dio renombre a sus cenizas; esposa vuestra se nombra, yo os la ofrecí, aunque creía que para tiempos mas claros el valor que os acredita los tálamos reservar; mas, como amor todo es prisa, no me espanto que en prisiones congojas su fuego alivia. La herencia que me ha dejado es un ángel, en una hija, perla del nácar honesto que mi casa ha de hacer rica; criaréla como vuestra, pues la carta en que me avisa que en secreto, os desposó su calidad legítima. Yo espero en Dios que por ella con estrella más propicia goce España descendencias que ilustren muchas familias. Todo esto hasta aquí, Fernando, es pesar, son compasivas nuevas, que el alma os congojen, penas que el pecho os aflijan. Pero, ya en las tempestades que os persiguieron prolijas en San Telmo se aparece que bonanzas certifica. Filipo, prudente, santo, a pesar de las malicias de vuestros perseguidores, cuando más os fiscalizan, conoce vuestras lealtades, lo que os debe en las conquistas prodigiosas, que a sus plantas le postra coronas Incas; la fidelidad, prudencia y valor que os eterniza tanto, que contra los tiempos, aras la fama os fabrica, libertad noble os concede, la hacienda, que detenida por su fisco y sus embargos creyó el engaño oprimirla, que os restituyan ordena, y la Fortuna corrida, confiesa que a vuestras plantas es bien que su rueda os rinda. A esta causa son las fiestas que estas comarcas convidan, si bien, funestos malogros que de mi hermana nos privan, mezclan los gozos con llantos, demostraciones festivas con lutos que, lastimosos, compasiones solicitan. Débeos alardes alegres mi amistad, ya convertida en nobles afinidades; debo a mi Isabel querida el sentimiento presente. Llorad pérdida tan digna de lástimas amorosas, y alégreos la conseguida libertad; saldrán a un tiempo lágrimas, Fernando, ambiguas, que, afirmando lo que niegan, derramen pesar y risa. FERNANDO: Tan costosa libertad Alfonso, no es conseguirla, es perderla. ¡Ojalá el cielo trocara suertes y viva mi cara esposa acabaran con mi muerte apetecida! Desgracias que agora empiezan mas fieras y ejecutivas sin mi Isabel, sin mi esposa. ¿De qué valor, de qué estima será el vivir? MERCADO: Don Fernando, ya Isabel en las delicias, estrellas pisando, entre ellas riesgos caducos olvida; su virtud nos lo promete, y vuestro amor os obliga a celebrar las mejoras que goza en más quietas Indias. El de la Gasca ha envïado a España a vuestra sobrina, del marqués, hermano vuestro, única heredera e hija; su retrato hasta en el nombre pues llamándose Francisca, mezcla, para nuevas famas, los Pizarros con los Incas. El rey casarla pretende con un grande de Castilla, y para hacerlo, en su corte la aguarda desde Sevilla. Licencia trae para veros, y hoy he tenido noticia que, en fe de lo que desea, mañana entrará en Medina. Amígo, pues que los hados quieren en una hora misma lloréis bodas y viudeces de vuestra Isabel querida, juntad segunda vez sangre, añudad quebradas líneas, dad a vuestro hermano nietos porque eterno en ellos viva. Dispensaciones remedian estorbos, cuando encaminan los cielos felicidades que a tanto blasón aspiran. Consolará su belleza los pesares que os lastiman con pérdidas restauradas en vuestra hermosa sobrina. FERNANDO: Tal fineza de amistades sólo es de un Mercado digna, que, por mis dichas y medras, las suyas propias olvida. Consultaréme a mí mismo; pero, entre tanto que elija lo que mejor pueda estarme, sabed que a doña Francisca, vuestra hermana y mi señora, está la palabra mía empeñada, y que he de darla prenda ilustre que la sirva. Ya sabéis vos lo que debo a la fe y amistad limpia de don Gonzalo Vivero, y que desde el primer día que los dos la profesamos, las almas juntas y unidas a pesar de adversidades, puesto que éstas examinan los amigos, le han mudado; su nobleza es conocida, su valor sin semejante. Vivero, porque yo viva contento, su esposo sea, que como esto se consiga, imposible de pagaros obligaciones antiguas, añadís otras mayores. MERCADO: Esta será nueva dicha para mi honor y mi casa.
A ella
VIVERO: Vuestra mano me permita honrar mis labios en ella. FRANCISCA: Mi voluntad reducida al imperio de mi hermano, por dueño es bien que os reciba. MERCADO: Vamos, pues, y celebremos las obsequias en Medina, de aquel ángel malogrado que eternas luces habita; y aprenda el prudente, cuando envidiosos le persigan, en don Fernando, pues vence la lealtad siempre a la envidia.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002