ACTO SEGUNDO


Salen el REY moro, doña BLANCA, ALÍ Petrán, y don TELLO
REY: ¿Qué importa que mi corona su jurisdicción me ofrezca en la ciudad que blasona imperios godos, y crezca con triunfos que Alá ocasiona? ¿Qué de la circunferencia de España, centro se llame, y en su apacible eminencia pródigo el cielo derrame lo mejor de su influencia? ¿Qué importa haber extendido el imperio que he adquirido, por todo lo que no enfrena fragosa Sierra Morena, Guadarrama presumido; que me tribute Sevilla; Córdoba a mis pies postrada, cuando ofrecen a mi silla parias el rey de Granada, treguas el rey de Castilla, si todo lo que interesa la gloria de mi corona, tanto triunfo, tanta empresa, lo desluce y desazona el mal de vuestra princesa? ¿Posible es que Alá permita que en tan hermosa presencia tanta enfermedad compita? No sé si su providencia ofende y desacredita; sé a lo menos que afectara blasón de deidad severa, si como suele ser rara maravilla permitiera que siempre el sol se eclipsara. ¿Para que tan extremada belleza en Casilda, rosa fresca a un tiempo y maltratada, si cuando la admiro hermosa la lloro siempre eclipsada?, TELLO: No es mucho que vuestra alteza pondere así tanto daño, que yo que vi su belleza, de ley y nación extraño, le acompaño en la tristeza ¿Es posible que no habrá remedio? REY: Ya no le espero. Arabia médicos da por ser patria del primero; pero la salud Alá. Un Avicena ha ofrecido Córdoba; en ella han nacido un Rasis, un Almanzor; mas fue su fama mayor que sus efectos han sido. No he dejado diligencia en todos sus profesores, mas esta invisible ciencia en estatua y en doctores vende sola la apariencia. ALÍ: Hipócrita es el que ignora efectos de su doctrina. REY: Dices bien, pues siendo ahora morisca la medicina no la halle la infanta mora. Treguas, don Tello, me pide vuestro rey que le concedo, sólo por vos, como olvide enojos, y de Toledo os permita, aunque lo impide su privado, que salgáis a su gracia reducido. Violento en mi reino estáis, puesto que en él aplaudido de los moros que obligáis. No se quiere desposar aquí vuestra dama bella; es tormento el esperar dichas que libráis en ella y aquí no podéis lograr. Iréis a Burgos los dos, aunque a ser tan cuerdo vos como sois enamorado, temiérades de un privado la enemistad, que si es Dios casi un rey, con tan profunda pasión, no sé en que se funda el amor que os desespera siendo Dios causa primera y obrando por la segunda; por la de un privado digo. TELLO: De doña Blanca, señor, el orden y gusto sigo. ALÍ: Es primer móvil amor y puede más que un amigo; yo lo soy vuestro y en fe de que estimo este blasón, a vuestra patria asalté, y dándola confusión vuestra dama os entregué. Seis meses ha que asistís en Toledo y desmentís pesares y competencias que os causaran impaciencias en Castilla. Si os partís, iréis, don Tello, advertido de la voluntad que os muestro, y sin ponerla en olvido siempre seré amigo vuestro, pero mal correspondido. TELLO: Eso no, que soy leal; a quedarme estoy dispuesto sirviéndoos.
Dentro
AXA: ¡Terrible mal! ¡Triste pérdida! REY: ¿Qué es esto?
Sale AXA y después CASILDA
AXA: Un accidente mortal, señor, robarnos procura con la infanta, la hermosura del más generoso mayo; disfrazada en su desmayo la muerte, a su edad perjura, en flor nos lleva esta rama, y la sangre que es su vida no sé por qué la desama, pues ingrata y homicida por el suelo se derrama Aquí el sol por ella llora.
Descübrese la Santa CASILDA en una silla, desmayada
TELLO: Gualda es ya, la que clavel. REY: ¡Casilda! ALÍ: ¡Hermana! BLANCA: Señora. REY: Contigo el cielo crüel rubíes llueve y no es aurora; hija, que, en fin, se eclipsó el sol que a Toledo dio luz más clara que el Oriente. CASILDA: Ay, Lagos de San Vicente, ¿cuándo os he de gozar yo? REY: Amanezca alegre el día segunda vez en tu cara, cesará la muerte avara que en tinieblas nos tenía. No hay médico ni aforismo que así al enfermo asegure, por más que recete y cure, como el que padece el mismo, si resistiendo a la muerte y dando ALÍento a la vida pasiones del alma olvida y sus tristezas divierte. Hazlo, mi Casilda, así; no añadas al mal molesto suspensiones, que con esto me darás salud a mí. CASILDA: ¡Ay padre y señor, que en vano, cuando el mal se ve de lejos suele mal lograr consejos en el que padece el sano! Un solo medio me ofrece el cielo para sanar, pero hásmele de negar, y así por instantes crece. Pues que no he de conseguirle, el remedio es padecer. REY: Remedio y en mi poder, ¿y tú rehusando el pedirle? Sin razón mi amor olvidas. Pide a Toledo desde hoy, que en albricias te le doy sólo de que me le pidas. CASILDA: Has de juzgarme indiscreta mientras no le dificulto, si cuerda no le consulto aunque salud me prometa. Este cristiano es prudente y en tu servicio leal, fïaré de su caudal todo lo que el alma siente, y sabré de él esta tarde si estará puesto en razón decirte mi petición. REY: Todo pedir es cobarde. Sed, don Tello, consejero de la infanta, persuadilda a que es padre de Casilda un rey con todos severo; con ella no. Ay, si por vos cobra salud, no es bastante premio un reino. Ven, Infante. TELLO: ¿Qué es esto, válgame Dios?
Vanse el REY, ALÍ Pedtrán y AXA por una parte, y los demás por otra
BLANCA: ¿Qué oís, temor indiscreto? ¿La Infanta a don Tello a solas? Celos, si amenazáis olas, mil naufragios me prometo. ¿Que por difícil no diga el remedio de su daño la Infanta? ¡Ay recelo extraño, cuando ¡a tristeza obliga! Todo el pecho enamorado y triste a la infanta veo. ¿Dudaré de su deseo que el alma al amor ha dado? Y si enamorada está, ¿podré dudar yo tampoco que de su apetito loco no es don Tello el dueño ya? Mi sospecha es evidente. ¿No dijo, "Por ser leal, fïaré de su caudal todo lo que el alma siente?" Pues con él, ¿qué ha de sentir, --cielos--a solas un alma que tiene la lengua en calma para no se descubrir a su padre y sólo fía de don Tello sus desvelos? Amor, si crecéis con celos ponzoñosa madre os cría.
Sale AXA
AXA: Blanca: en fe de la amistad que he profesado contigo, si es que con ella te obligo, confiésame una verdad. ¿Tienes mucha voluntad a don Tello? BLANCA: Mereciera que ninguna le tuviera a quien amante se llama y osa, Axa, robar su dama porque forzada le quiera. Por esta sola ocasión no me desposo en Toledo con él, porque nunca el miedo hizo firme una afición. Diránme, y tendrán razón, que si aquí le doy la mano es por temerle tirano de tu rey favorecido, y que mereció atrevido lo que nunca cortesano. AXA: Y si a Castilla te lleva, ¿querrásle mucho? BLANCA: ¿Quién duda? Con los afectos se muda amor, que méritos prueba. AXA: En fin, ¿le adoras? BLANCA: No es nueva, Axa, en mí esa voluntad; mas, si te digo verdad, yo te juro que no ha un hora que le amaba menos que ahora. AXA: ¿Cómo? BLANCA: La seguridad se entibia aposesionado el amor que después crece en los peligros que ofrece la sospecha y el cuidado. AXA: ¿Tienes celos? BLANCA: Hanme dado no sé que vislumbres de ellos. AXA: ¿Son de mí? BLANCA: Tus ojos bellos bastaran, Axa, a engendrallos, mas no son celos vasallos cuando Altezas miro en ellos. AXA: ¿Celos de la Infanta? BLANCA: Digo que no son más que vislumbres o asomos de pesadumbres. AXA: Declárate más conmigo. BLANCA: No sé de qué fui testigo, que por más que me atormente a mí misma me desmiente; pero, dime, ¿quién te envía con tanta instancia, Axa mía, a que mis cosas te cuente? Algo debe de importarte el saber si quiero o no al contenido. AXA: Hago yo de cierto ausente la parte. Impórtame preguntarte cosas para su sosiego. ¿Quisiste bien a un don Diego, de tu rey favorecido, por ocasión tuya herido? BLANCA: Algo, sí; no te lo niego. AXA: ¿Y en qué te desmereció ese algo, Blanca, que escucho, don Diego? BLANCA: En llegar un mucho con que ese algo se olvidó. Don Tello se me ausentó, y dándome por esposo a don Diego, fue forzoso en fe de que soy mujer, lo fácil aborrecer y amar lo dificultoso. AXA: De todo lo dicho advierto que don Diego es ya el querido y don Tello aborrecido; aquél dudoso, éste cierto. BLANCA: Hubieras dado en lo cierto según en nuestro amor pasa, mas como en celos se abrasa mi pecho, que es todo extremo, amo a Tello porque temo que se me quiere ir de casa. Mas ¿no sabré yo a que efeto es tan larga información? AXA: Cosas que te importan son fïadas de mi secreto. Blanca, si es tu amor discreto, fériame a Tello y tendrás otro que te estime más. Por dueño suyo te adora nuestro príncipe; señora de esta corona serás. Reina te eligen los cielos, como tu amor lo permita. BLANCA: No es cuerdo quien solicita voluntad que abrasan celos. Son de suerte sus desvelos, por más que los aconsejan, que del remedio se alejan; y quedando el gusto en calma, como ocupan toda el alma, nada para el otro dejan. AXA: Pues repare tu desdén en que Alí Petrán te adora, y la infanta mi señora, quiere a tu don Tello bien; en que don Diego también asiste aquí disfrazado. BLANCA: ¿Quién? AXA: Don Diego, a quien he dado las llaves de mi sosiego. Templa del príncipe el fuego, porque es locura pensar que hemos de dejarte amar ni a don Tello ni a don Diego.
Vase AXA
BLANCA: ¿De tres en tres los recelos y no las dichas, Fortuna, si quiera de en una en una? ¿Dos competencias, dos celos? Unos de don Tello--¡ay cielos!-- que si los lloré vislumbres, ya pasan de pesadumbres, pues cuando ofender intentan celos en duda atormentan y matan en certidumbres. Por más que me solicite el príncipe es disparate que vencer mis penas trate mientras con celos compite. Allane tropiezos, quite estorbos a mi sosiego, podrá ser logre su fuego; que mal me podrá obligar no permitiéndome amar ni a don Tello ni a don Diego.
Vase doña BLANCA. Salen CASILDA y don TELLO
CASILDA: Tan satisfecha en oírte, tan persuadida en creerte, tan pronta en obedecerte y tan dispuesta a seguirte estoy, cristiano discreto, después que te comunico que en tu ley me certifico y a su yugo me sujeto. Dichosa yo que merezco llamarte, maestro mío. TELLO: Si yo, infanta, como fío en el cielo, a Dios te ofrezco, ¿qué más bien? CASILDA: Siéntate aquí. TELLO: Mira mi desigualdad. CASILDA: Descansa mi enfermedad con alivios que hallo en ti. Siéntate, Tello, a mi lado que quiero mostrar si sé los misterios de la fe que el alma me han alumbrado; pero ley que el mundo adora merece veneración en pie. TELLO: ¡Qué cuerda razón! CASILDA: Oye, Tello: escucha ahora. Dios, conforme me enseñaste, que es principio sin principio, substancia sin accidentes, fin sin fin, todo infinito, sólo una simplicidad, un ser, un acto sencillo, una forma sin materia, una entidad, un distrito sin límites, no causado, no en tiempo, no producido, de sí sólo dependiente, de sí sólo comprendido, antes que de los tesoros de su amor diese al prodigio de tantas esferas ser, no forzado, porque quiso, primero que eslabonase con asombroso artificio esos cielos, elementos, planetas, astros y signos, influencias, calidades y especies que en individuos se fuesen perpetuando, ya insensibles y ya vivos, estaba solo en sí solo, siendo asiento de sí mismo su mismo ser, que no ocupa Dios lugares circunscritos. Todo está en Dios y él está en sí, porque lo infinito por esencia es necesario que sólo de sí sea sitio. Y aunque solo, no por eso en sus eternos retiros estaba incomunicable, pues conversando consigo, entendiéndose y amándose, sin cansancio, sin fastidio, obra necesariamente; que el ocio en Dios fuera vicio. Con todo eso, pudo tanto en él su amor excesivo, que para comunicarse a lo mortal y finito cuando fue su voluntad, sin que hubiese más motivo que su libre providencia, crïó todo el laberinto de lo celeste y terreno: sol, luna, planetas, signos, estrellas, esferas, polos, elementos, mares, ríos, hierbas, plantas, flores, frutos, selvas, prados, valles, riscos, con todo lo que contienen; y en la cumbre del empíreo, de substancias incorpóreas nueve ejércitos distintos. Eran éstos de palacio y la cámara continuos del Monarca omnipotente asistentes y ministros. El más hermoso, pues, de ellos, que con tantos requisitos de gracias y perfecciones naturales en el vidrio de su estimación liviana se miró primer Narciso de sí mismo enamorado, contra su autor, presumido, juzgó, necio, a menoscabo dar el respeto debido al príncipe su señor después de haberle previsto un supuesto y dos substancias, y que a fuerza de suspiros y opresión de sus retratos su deidad humana quiso. Soberbio, pues, el lucero contra el Sol--¡qué desatino!-- osó amotinar parciales y de rebeldes caudillo, tocó cajas contra Dios, cómplices de su delito la tercer parte de estrellas que ya asombran basiliscos, dióse la campal batalla en palestras de zafiros, el ¿Quién como Dios? venciendo del alférez paraninfo. Cayó el querub contumaz relajado al sambenito de llamas, que eternamente son mordaza de precitos. Como es incapaz de enmienda el ángel nuestro enemigo, y lo que una vez aprende jamás lo pone en olvido, y que no pudo vengarse de quien le echó eternos grillos, contra el hombre, su retrato, fulmina flechas y tiros. Gozaba Adán, vice Dios, aunque formado del limo y organizado del polvo, si en la materia abatido, de un espíritu inmortal, de una alma, que siendo tipo de la primera substancia, ya en lo uno, ya en lo trino, de una forma y tres potencias imperaba en el dominio de la ínfima redondez amado como temido. Acompañábale hermosa aquel doméstico hechizo, costilla antes, ya mujer, uno y otro tan unidos, que siendo hueso de huesos, carne de carne indivisos al conyugal sacramento dieron fecundos principios. La justicia original, sin fómite ni incentivo, fue el privilegio rodado con que tan nobles los hizo, que sin pagar a las leyes pecho, sólo les previno con el reconocimiento de un árbol del Paraíso que les vedó reservado; pena que si atrevido el hombre le profanase fuese mortal su castigo. E ángel dragón entonces, envidiando el ver tan digno lo humano que le heredase las dichas que había perdido, transformándose en serpiente la torpe blasfemia dijo de aquel "Seréis como dioses si dais rienda al apetito." Acometió la mujer como al más flaco portillo, sin atreverse, cobarde, al consorte discursivo. Comió Eva, y el amor, más que el engaño, al fin vino con elocuencias de llanto a despeñar al marido; delinquieron contra Dios, y como se opuso al mismo la culpa--infinita ya es cuanto lo relativo-- quedamos tan sin remedio todos sus humanos hijos, que los que mejor libraban eran rehenes del Limbo. Compadecióse el Amor, y viendo que era preciso que un Dios hombre a Dios le diese por infinito infinito, humanóse el Verbo eterno, y redimiéndonos quiso ser deudor, siendo acreedor, pagándose a sí consigo. Vistióse mortalidades, trabajos, calores, fríos, oprobios, persecuciones, destierros, hambres, martirios, en el intacto obrador del más puro vellocino de la más cándida oveja que vio el sol, que adoró el siglo. Dando, pues, ésta la lana y el telar, si humano limpio, organizó el Paracleto aquella Paloma armiño, toda amor, ternura toda, al Verbo, el terreno hospicio, alojamiento de un alma que unió la Deidad consigo. Sólo el Espíritu amante fue su autor, que no intervino causa parcial eficiente de varón así lo afirmo. María dió materiales y el amor tejió los hilos, quedando entera la pieza de que se cortó el vestido. Atropéllanse misterios aquí, estórbanse prodigios unos a otros que agotan el discurso más activo. Concibió virgen el Alba, parió virgen a Dios niño, quedó virgen después de esto, que como era el Sol divino el Hombre Dios, ilustrando a aquel cristal, a aquel vidrio, los rayos de su substancia pudo, sin abrir camino, penetrándose dos cuerpos, desmentir nuestros sentidos; tres substancias y una unión formaron un solo unido, la divina, la corpórea y la del alma, ¿hay tal mixto? Espíritu puro el alma, barro el cuerpo quebradizo, Dios el supuesto de entrambos, ¿quién vio en actos tan distintos tal unidad de diversos? ¿Tal distinción de propincuos? ¿Tal parentesco de extraños? ¿Tal conformidad de abismos? Tomó la naturaleza humana el Verbo divino mas no la humana persona porque ésta halló ya impedido por el eterno supuesto su lugar, que a confundirlo con dos personas no fueran una cosa el Verbo y Cristo. En efecto, este Hombre Dios, apenas se vio nacido, cuando a precio de granates compra de nosotros hizo, derramólos al día octavo, adoráronle pellicos, postráronsele coronas, huyó amenazado a Egipto, volvió después de dos años y llorándole perdido su Virgen madre. A los doce trocó penas en jubilos viéndole infante maestro entre sabios aplaudido. Catedrático por claustro de tanto jurisperito salió en público de treinta a poner en ejercicio la restauración del orbe, tentóle el dragón precito, vencióle a los tres combates, dio al tálamo patrocinio honrando con su presencia las bodas que antes bendijo. Hizo aquel protomilagro del agua, que vuelta en vino tantos misterios encierra, materia dio a tantos libros. Santificó del Jordán los raudales cristalinos, dando testimonio el Padre al mundo de que era su Hijo. Soltó la presa después su amor tierno y excesivo a tanta suma de asombros, milagros y beneficios, que si todas las esferas sirvieran de pergamino, sus estrellas caracteres, tinta los mares y ríos, manos cuantas nacen hojas, plumas cuantas viven nidos, desmayaran al sumarlos, pasmaran al escribirlos. Juntó los legados doce, los setenta y dos discípulos, Pedro futura tïara, los demás del orbe obispos. Permitió que le vendiese el apóstol fementido; sacramentóse primero y hallándose de camino para su Padre, quedarse a irse supo a un tiempo mismo. Sudó en el huerto licores purpúreos, que los delitos humanos le antecedieron aflicciones y fastidios. Prendióle la ingratitud, dejáronle sus amigos, rasgaron su cuerpo a azotes, dióle corona un espino. Llevó en la cruz nuestras penas, vióle el rigor suspendido rogando por sus contrarios. ¡Oh amor de Dios inaudito! Dejó a su madre en custodia de Juan, allí vice Cristo, quedando con su adopción mejorado en tercio y quinto. Oyó al salteador infame blasfemias y desatinos, ganando al bueno por serlo el cielo de prometido. Intimó su desamparo al Padre, y el pueblo impío dándole vinagre y hiel delito añadió a delito. Sed de pasar más tormentos le obligó a decir el sitio de más hiel, de penas más, y viendo el plazo cumplido de la redención del hombre, libertando a sus cautivos, "Acabóse," dijo a todos, del vil tirano el dominio. Penetró su voz los cielos y con clamoroso grito el espíritu dio al Padre y a los hombres finiquito de tanto infinito empeño, pues tácitamente dijo al inclinar la cabeza, "Pagado estoy, yo lo afirmo."
Baja aquí la cabeza
Conmovióse lo criado; sintió el sol aquel deliquio sobrenatural, tan nuevo que aun hoy asombra a Dionisio. Ilustró los calabozos prisión de los bien nacidos, despejando dadivoso un seno de los dos Limbos. Tres días durmió cadáver sin ser hombre, dividido lo corporal de su forma aunque uno y otro divinos. Resucitó al cabo de ellos ya impasible, ya vestido de gloria y eternidad, penas volvió en regocijos. De su iglesia y de su madre incrédulos satisfizo, instituyó sacramentos, puerta de ellos el bautismo. Subió a la diestra del Padre en lenguas de fuego. Vino aquel tercero de amores no engendrado, procedido. Promulgó su ley a todos, bañó el consagrado río, que da la primera gracia, al orbe nuevo y antiguo. Congregación de los santos tiene aquí, que son arrimos de la barca militante, pilotos de sus peligros, doctores que nos enseñan yugo leve con que unirnos, preceptos que nos declaran pontífices y concilios. Volverá segunda vez a juzgar muertos y vivos, para premio de los buenos y de los malos castigo. Esto es lo que me enseñaste, esto adoro, aquesto elijo, corrígeme en lo que yerro y dame, Tello, el bautismo. TELLO: No adquirida, no estudiada es la doctrina que has dicho, ciencia infusa te dio el cielo, por su doctora te admiro. Mas, quedo, ha entrado gente. CASILDA: Pues ven, Tello, que es fastidio de mi descanso el tratar sino es de Dios; mis cautivos querrán comer, su socorro es mi amoroso ejercicio. Llevarélos, como suelo, ocultamente el alivio ordinario, vuelva Dios por su pena y mi peligro, que es riguroso mi padre.
Vanse los dos. Salen doña BLANCA y AXA.
AXA: ¿Estás contenta? ¿no has visto sombra a Tello de la Infanta, ingrato, Blanca, contigo? ¿Negarás que no se quieren? BLANCA: Negaré que basiliscos con sólo la vista maten, pues no muero y esto miro; desengaños son venganzas, venganzas son desatinos, desatinos hace un loco, loca estoy, perdí el jüicio. Dime adónde está don Diego que si a Toledo ha venido a satisfacer su agravio como vuelva por los míos le daré... AXA: ¿Qué piensas darle? BLANCA: ...un alma que sacrifico a la desesperación. AXA: ¿Para qué, si yo le rindo otra que es de más quilates? Compite, Blanca, conmigo y envidiarás mis victorias. BLANCA: ¡Ay cielos! la muerte envidio; daréle al Príncipe moro, como me vengue, el dominio de mi libertad y fama, satisfaré sus suspiros, mate a don Tello, y querréle.
Vase doña BLANCA. Sale ALÍ Petrán
ALÍ: ¿Qué es esto? AXA: Agencias que libro en las medras de tu amor, la Infanta halló en los bajíos de su salud derrotada, si no remedios, ALÍvios; a don Tello quiere bien y él la paga agradecido, pondera tú, como hermano, si esto es virtud o delito. Doña Blanca está celosa, véngala, y haráte digno de su amor, que éste obligado crece gigante de niño. No pierdas esta ocasión pues ves cuán bien he cumplido con la agencia encomendada dichosa en ver que te sirvo. (¡Ay Tello, con qué quimeras Aparte mis celos ejecutivos buscan remedio a mi agravio, y qué en vano los resisto!) Vengaréme de la Infanta mientras con Blanca compito, que no es poco dar en tierra de dos, con un enemigo.
Vase AXA
ALÍ: Si Axa ha sido testigo de que Tello a mi hermana ama, quien no fue fiel con su dama, ¿podrá ser leal amigo? Sea castigo de su ingratitud, la mía: ame a la infanta en quien fía su esperanza; sea premio la venganza de su poco firme fe; consentiré, ella mora y él cristiano que a mi hermana dé la mano porque Blanca me la dé.
Sale don TELLO
TELLO: ¿Qué nuevas causas de enojos dan ocasión a la ira de Blanca, que si me mira fulminan rayos sus ojos? ¿Sin hablarme cuando pasa junto a mí? ALÍ: ¿Tello? TELLO: ¿Señor? ALÍ: Dícenme que un nuevo amor tus pensamientos abrasa, y a ser verdad, sentiré descréditos de firmeza que en nota de tu nobleza te culpan de poca fe. TELLO: ¿Yo, Príncipe, amor que nuevo tenga de mudable fama? ALÍ: Tal vez como amor es llama y ésta se muere sin cebo, faltándola el interés hasta en los nobles se apaga. TELLO: Amor con amor se paga. ALÍ: ¿Amor con amor? ¿No ves que cuando a lo deleitable se junta lo provechoso suele un pecho codicioso rendirse a lo interesable? Páguese amor con amor no más, si otro amor se hallase que con ese amor juntase intereses de valor, ¿cuál de los dos te parece que discreto admitirás? ¿Amor con amor no más? ¿O amor con amor que ofrece, de más a más una alteza que a majestad casi aspira? TELLO: Amor que intereses mira no es amor. ALÍ: ¿Pues qué? TELLO: Vileza. ALÍ: ¿Pues qué será la intención con que tu fe, aunque cristiana, deja a Blanca por mi hermana? TELLO: ¿Por quién, señor? ALÍ: Tu afición me contaron fidedignos testigos. TELLO: Querrán ponerme mal contigo. ALÍ: Nunca duerme la envidia en ojos indignos. Pero quien me dio este aviso es de mucha cALÍdad. TELLO: Bien pudiera la beldad de la infanta al más Narciso hacer que de sí olvidado se rindiera a su hermosura; pero cuando mi ventura despeñara mi cuidado, y el ver que es hija de un Rey de quien amo me apartara y por ella profanara los preceptos de mi ley, su virtud, su honestidad, es tan digna que se estime, que con verla se reprime la más torpe voluntad; no haga agravio vuestra alteza a mi fe y a su valor. ALÍ: ¿Cómo no? Tenla tú amor y usúrpame mi grandeza. No disimules conmigo; ámala, dala la mano; llámate, Tello, mi hermano como te llamas mi amigo. Yo te aseguro temores, no trueques la profesión de tu antigua religión, que bien lograrás amores, aunque de ley diferente; yo te casaré con ella. TELLO: A no ser Blanca tan bella, yo tan fiel, tú tan prudente, tan poco afecta tu hermana a todo lo que desdice su honestidad, contradice a la permisión cristiana el favor que te agradezco. Yo adoro a Blanca, señor. ALÍ: En fin, ¿no tienes amor a la infanta? TELLO: No merezco apetecer tal empleo, ni cuando posible fuera que tal dicha mereciera diera riendas al deseo. ALÍ: Pues, Tello, yo soy tu amigo, y aunque tengo voluntad a tu dama, la amistad ha de poder más conmigo. Pártete al punto con ella; tu Rey, a mi intercesión, te vuelve la poseión de tu patria; no he de vella por no ocasionarte enojos que temo me hagan torcer de intentos y parecer tiranías de sus ojos; joyas y tesoros torna con que generoso vivas. TELLO: Señor, pues ¿de ti me privas? ALÍ: Hoy has de irte--¡por Mahoma! Hoy tengo de ser espejo de amigos. TELLO: Tu gusto haré. ALÍ: Di que el reino te dejé, pues a tu Blanca te dejo.
Vanse. Salen la santa CASILDA y PASCUAL, de cautivo
PASCUAL: Sí, señora; de zagal a doña Branca servía en la Bureba aquel día que el pobre de Juan Pascual se apartó de Mari Pabros, y a enmoriscar me trujeron. CASILDA: No llores. PASCUAL: ¿Qué, que no lloren? Si mas vemos entre diabros de mastines, con perdón, donde nenguno se ve que rezando a San Noé se encomienda a san Jamón? Si ella sopiera, señora, las gracias, la donairía que Mari Pabros tenía, renegara de ser mora y huera cristiana vieja. CASILDA: (¡Qué sencillez!) Aparte PASCUAL: Cuando hilaba, ¡con la sal que mas contaba al hogar una conseja! Y dormiéndose después, --que hué brava roncadora-- más el candil en media hora hilaba que ella en un mes. ¿Pues qué si el brazo desnudo la espetera estropajaba? con media azumbre lavaba, y aun menos, todo un menudo. Era limpia a maravilla, al cura se le perdió la escofieta y la hallé yo cenando en una morcilla. Cuajares la vieron her que se espantara de oíllos, rellenar supo obispillos que Papas pudieran ser. CASILDA: Ahora bien, Pascuál; de ti, pues que con don Tello estás, me fío, presto tendrás libertad, espera en mí y saca la provisión que a las cautivos llevemos, pues seguros entraremos a consolar su prisión. Nadie ahora nos verá. PASCUAL: Pardiez, que es, señora mía, piadosa su morería; aquí una banasta está llena de roscas y queso, de carne, arroz y verdura.
Sacan una canasta llena de platos, pan y legumbres que PASCUAL traslada en una cesta curiosa, y cúbrenla con unos manteles
CASILDA: Pues trasladarlo procura en esotra. PASCUAL: Sí, que el peso de esotra es demasiado para su delicadeza y quebrará, si tropieza, la loza. Mas como ha dado en que por sus mismas manos los quiere dar de comer, apricarlo es menester. CASILDA: Quiero mucho a los cristianos. PASCUAL: Helo aquí todo compuesto, y los manteles encima.
Salen el REY moro y AXA
REY: Axa, ¿qué dices? AXA: Que estima, no sé si con fin honesto, la infanta a don Tello más que a su ley, padre y hermano; que quiere más a un cristiano que a Toledo. REY: Ciega estás. AXA: Todas las noches les lleva por sus manos de comer, si ahora lo quieres ver haz por tus ojos la prueba. A buen tiempo te he traído por que de dudas te saque; lleno lleva aquel tabaque de relieves que ha escondido de tu mesa, para dar de comer a los cristianos; cógela el hurto en las manos.
Llévanlo los dos, cada uno por una asa y sáleles al encuentro el REY
PASCUAL: Dambos lo hemos de llevar, porque ella sola no basta. REY: ¡Por Mahoma, que he de ser su su verdugo! PASCUAL: Que comer tienen bien en la canasta y que cenar. REY: Detén, loca, los pasos con que me afrentas. PASCUAL: Rematamos con las cuentas. CASILDA: ¡Padre y señor! PASCUAL: (Tapaboca Aparte con padre y señor le da.) REY: ¿Qué es lo que lleváis ahí? PASCUAL: Si me lo pescuda a mí, padre y señor, la verdá es que ni yo lo endilgué, padre y señor, ni cocí la carne, ni el arroz, ni, padre y señor, lo compré. Yo señor, padre y señor, porque yo, señor y padre, Gila Alonso hué mi madre, Mari Pabros con amor me dixo par dell molino, pero aún no era mi mujer; ello si la quiere ver no tien pizca de tocino. REY: ¿Qué desatinos son éstos? ¿Tú sustentar los cristianos? ¿Tú, torpe, infamas tus manos? ¿Tú en amores deshonestos con los que aborrece Alá? CASILDA: Reprime, señor, la ira; detén la cólera, mira. REY: Tus insultos miro ya. No busques excusas nuevas; sustento das y favor a los cristianos. CASILDA: Señor, advierte... REY: ¿Qué es lo que llevas ahí? CASILDA: Flores que he cogido para divertir tristezas. ¡Mi Dios, de vuestras grandezas haced alarde! REY: Ofendido estoy más de tus mentiras que de tu bárbaro insulto; pero mal estará oculto si al cielo no le retiras. Descubre, Axa, vuelca, arroja, esa infame provisión.
El suelo del tabaque, o canasta, se quita por debajo del tablado, y por el mismo lugar se llena de flores y hierbas diversas que vuelca después AXA
CASILDA: Ahora verás si son flores todas; quien te enoja contra mí y da pesadumbres no te estima como yo. PASCUAL: (Pardiobre, que se volvió Aparte nuesa comida en legumbres.) REY: Válgame Alá, ¿estás contenta, Axa envidiosa? AXA: Corrida, loca, confusa, perdida estaré con tanta afrenta.
Dase con las flores por el rostro y ma- nos
REY: La fragancia que me ofrecen, lo aromático que exhalan, al paso que me regalan mis canas rejuvenecen. Del cielo vino este olor que aquí no los hay iguales; primaveras inmortales te han tributado su flor. Su Amaltea hacerte quiso, imperio tienes en él, mayo eres de su vergel, abril de su paraíso. Dame los brazos, no dudes de cuanto pedir quisieres. Flora has sido, serás Ceres como en frutos flores mudes. Pídeme dificultades con que el agravio redima que te hice. CASILDA: El cielo estima sencilleces y piedades. En la palabra que ofreces te tengo hoy de ejecutar, no me lo osarás negar si mi salud apeteces. REY: Por Alá, por su profeta y por ti--que iba a decir que eres más que él--de cumplir cuanto me pidas; discreta eres, por fuerza ha de ser lo que apetezcas decente. CASILDA: (¡Ay, Lagos de San Vicente, Aparte y qué presto os pienso ver! Vamos, diréte en secreto la merced que me otorgaste.)
Vase CASILDA
REY: Mi senectud remozaste, flores, por vos me prometo nueva vida. AXA: Yo estoy loca. ¡Ay, envidias infelices! PASCUAL: Cautivos, a las narices podéis hoy pasar la boca.

FIN DEL SEGUNDO ACTO

Los lagos de San Vicente, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 24 Jun 2002