LA JOYA DE LAS MONTAÑAS

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de LA JOYA DE LAS MONTAÑAS fue preparada por Vern Williamsen en 2000 para incluirse en esta colección. La edición que tomamos como base para fijar nuestro texto es la del COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, II (Madrid, 1907), NBAE, tomo 9.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Salen EUROSIA y BODOQUE
BODOQUE: Yo lo pensaré despacio. EUROSIA: Tu desatención me admira. ¿No basta que yo te ruego? BODOQUE: Sí, señora; mas--¡por vida de Bodoque!--que a cualquiera que tiene ley conocida, no pasando a mejorar, el mudar le hará cosquillas. EUROSIA: El mejorar en la ley es verdad bien clara y limpia, y pues razones no bastan a postrar tu rebeldía, basta ver que todo el pueblo y aun el reino lo confirma, pues que ya desengañada de la ciega idolatría, toda Bohemia promete, con inspiración divina, seguir a Cristo; ¿y tú sola con tan dañosa porfía quieres resistirte, necio, a tan soberana dicha? BODOQUE: Ya estuviera convertido si no por aquella lista de los mandamientos. EUROSIA: ¿Cómo? ¿Tanta gente convertida no te mueve? BODOQUE: No muy mucho, porque mi abuela decía que de espacio se arrepiente quien se determina aprisa. EUROSIA: ¿Es posible que no bastan tantas pláticas divinas de Metodio a convertirte? BODOQUE: Sí, señora; mas las tripas me dicen que no importa seguir aquella doctrina que me obligará a ayunar. EUROSIA: Esta ley es tan benigna que sólo obliga a quien puede abstenerse algunos días de alimentarse a deshora; y quien con acierto mira las cosas de Dios, bien puede experimentar debidas abstinencias en la ley para conseguir la dicha de ser amado de Dios. BODOQUE: Harto bien me solicita; mas agora, muerto de hambre, que no he comido en dos días, ¿cómo quiere que yo crea en ayunos, aunque diga que son buenos, si, al contrario, conozco por mi desdicha que los días que no como no tengo más malos días? EUROSIA: ¡Qué mal entiendes, Bodoque, de aquella esencia infinita los impulsos soberanos! La gula sólo apadrinas para estorbo a tantas luces de católicas doctrinas. ¿No has oído en el sermón las historias repetidas de tantas dichosas almas que con esta fe divina de la gracia resplandecen, fulgentes rayos de Cintia, en el cielo? BODOQUE: No me acuerdo. EUROSIA: ¡Qué neciamente te olvidas! BODOQUE: ¡Si siempre me da el sermón un sueño tan sin medida! Yo pienso dar en letargo si mucho más me predica. EUROSIA: ¿A dormir vas al sermón? Tu necedad me lastima. BODOQUE: Señora, con eso cumplo con lo que el sermón decía, que en latín, si no me engaño, como a quien se lo entendía, me dijo, dormite jam, y fue en mí moción tan viva, que me convertí al instante, pues todo el sermón dormía. EUROSIA: Tus necedades me cansan, y pues tan necio porfías en resistirte a mis ruegos, yo haré que mi padre siga mi parecer y te saque de palacio. (¡Luz divina, Aparte no neguéis vuestro esplendor a quien mi amor solicita!) BODOQUE: Ya parece que acá dentro me están convirtiendo aprisa. EUROSIA: De Dios fío este favor; un poquito te retira, que a solas quiero quedarme. BODOQUE: Bien está; mas, tripas mías, si a la cocina llegare no tendréis muy mala vida.
Vase. Saca EUROSIA un retrato de un crucifijo, que tendrá en el pecho
EUROSIA: ¡Divina luz de mis ojos, alumbrad los corazones que están haciendo baldones de vuestra ley; y en despojos de sus vencidos arrojos, con la debida humildad os doy mi virginidad, y con entera afición, alma, vida y corazón, con pureza y castidad!
Sale BODOQUE corriendo y comiendo un pedazo de carne
BODOQUE: Señora, que viene allí vuestro hermano en compañía del obispo de Lusacia. EUROSIA: ¿Qué querrá su señoría? ¡Oh, quién pudiera, Bodoque, diferir esta visita! BODOQUE: Deben de querer comer, que está a punto la comida. EUROSIA: ¿Qué es esto? Sucio, asqueroso, ¿carne comes este día? BODOQUE: Señora, que no la como. EUROSIA: ¿No sabes que está prohibida por la iglesia? BODOQUE: Sí, señora; mas acá dentro, en las tripas, tengo un rincón donde guardo esta poca fiambrería para alguna colación. EUROSIA: ¡Ah, qué necia es tu porfía!
Salen ARCISCLO, obispo, y CORNELIO
ARCISCLO: ¡Con qué espíritu y fervor el predicador inclina las almas con santo celo a proseguir la divina carrera de la virtud! CORNELIO: Es Metodio quien aspira a la salvación del alma desterrando idolatrías que en toda Bohemia andaban, y con eso se ejercita a dar en pláticas santas el fruto de su dóctrina. ARCISCLO: A la princesa he de hablar y deseo que reciba con cariño la embajada sola, en vuestra compañía. CORNELIO: El cuarto de Eurosia es éste, y mi hermana la que miran como enojada mis ojos. Sin duda estará ofendida de vernos aquí, que pasa en virtud tan fuera mida, que el retiro la recata o el recato la retira; pero en conociendo, creo, hoy a vuestra señoría, reconocerá dichosa lograr tan buena visita. ¿Hermana Eurosia? ARCISCLO: ¿Cornelio? CORNELIO: Dios te guarde, hermana mía. Nuestro tío es quien desea, así Dios se lo permita, hablar con los dos de espacio. EUROSIA: La obediencia solicita corresponder cariñosa en ocasión tan precisa. BODOQUE: (Algún sermoncito habrá; Aparte mala la verán mis tripas si esto dura tanto o cuanto.) ARCISCLO: Escucha, hermosa sobrina, que, pues estamos a solas, antes que otra compañía sea de la atención estorbo, deseo darte noticia de algunas cosas que a todos nos han de ser de alegría. EUROSIA: ¡Ay, señor, válgame el cielo! Nunca mi Dios me permita la menor inobediencia; sólo quisiera este día servir al suelo de alfombra por las plantas que le pisan. ARCISCLO: Estimo vuestra humildad. EUROSIA: Ser vuestra esclava es gran dicha ARCISCLO: Esclavitudes hay nobles que ensalzan a los que humillan. BODOQUE: (Esto se anda en cumplimientos, Aparte y lleve el diablo sus vidas si el obispo no anda a caza de alguna sobrada mitra.) ARCISCLO: Importa que ese crïado se vaya. BODOQUE: (¡Qué brava risa! Aparte ¿Cuánto me dará que vaya y no vuelva acá en mi vida?) CORNELIO: Señor, éste es un crïado que desde su niñez misma ha vivido en el palacio de mi padre y es la risa de toda la corte, y pienso, según acá se imagina, que por ser poco constante en lo poco a que se inclina, y haberse vuelto cristiano, hoy mi hermana solicita tenerle consigo siempre, por lo poco que en él fía. ARCISCLO: Pues quede acá, que no importa, que capacidad sencilla a nadie puede ofender. BODOQUE: (Pues gánome las albricias Aparte y me quedo.) ¡Ah, señora! ¿Iré a avisar a Llocinda que haga algún guisado nuevo? EUROSIA: En comida o en bebida es todo tu anhelo siempre. ¿No es mejor oír la misa, acudir pronto al sermón, pegarse una disciplina, tener continua oración, ayunar algunos días y servir a Dios gustoso con la conciencia muy limpia? BODOQUE: Todo aqueso lo concedo; por señal que el otro día el cura me prometió decirme treinta y tres misas y treinta y cinco sermones. EUROSIA: ¿Por qué? BODOQUE: Porque el otro día, estándose espeluznando, y hay quien dice tiene tiña porque está todo pelado, pasó una ave de rapiña, y con furióso ademán le quitó la gorretilla. Cayósele luego al punto junto a casa de Llocinda, y ella que la vio caer a su casa la retira, sin duda para limpiarla, que la muchacha es muy limpia, y el otro día cenando en su casa, que por dicha me convidó, por mi suerte la hallé dentro una morcilla. EUROSIA: ¡Y que esa limpieza alabes! BODOQUE: ¡Es para mí cosa rica! EUROSIA: Ya te he dicho muchas veces no te ausentes de mi vista sin mi licencia. BODOQUE: Está bien. EUROSIA: Sepa vuesa señoría, tío y señor, que mi anhelo es conservar, si por dicha pudiese, en este crïado la cristiana disciplina, pues de sus primeros años, antes que mi madre en cinta de mí estuviese, y aun antes que de la idea divina donde todos los posibles tienen su ser, a la dicha de ser actual persona, con inspiración de vida la omnipotencia de Dios me trasladase propicia, en servjcio de mis padres estaba ya muchos días sirviendo de bullicioso, y no quisiera, advertida de su inocencia, malogre de ser cristiano la dicha. Con este celo, señor, de la virtud noble guía, a las razones de estado he faltado inadvertida; perdón os pido, señor, y si vos mandáis que os sirva, en cuanto os fuera de agrado os serviré de rodillas. ARCISCLO: Alzad, ilustré señora, querida y noble sobrina, que en princesas como vos tanta humildad no se estila. EUROSIA: De cualquier modo, señor, a vuestra planta es debida esta acción. (¡Ay, Jesús mío! Aparte ¿Qué será esto a que aspira mi tío?) ARCISCLO: Escucha, señora, que, pues la ocasión obliga, sobre cosas de importancia quiero hablaros este día, si me diéredes licencia. EUROSIA: Vuestra voluntad es mía. ARCISCLO: Pongo toda mi embajada en palabras muy sucintas. EUROSIA: ¡Ah, Bodoque! BODOQUE: Ya te entiendo; por Bodoque rastra sillas.
Siéntanse
ARCISCLO: Bien sabes, princesa ilustre, aquel estrago tremendo de la destrucción de España el año de setecientos y diez y seis, según dicen los coronistas del tiempo, y que parcial causa fue de tan lastimosos hechos el rey inicuo Ubitiza porque introdujo en el reino tantas enormes costumbres contra Dios y contra el cielo que, por ser tan mánifiestas, referirlas es superfluo. Dio complemento a la causa, aunque no sé yo si es cierto, que aunque el mundo lo publica puede ser falso el concepto. El rey de España Rodrigo, de los godos el postrero, dicen que estupró a Florinda, --¡desdichado atrevimiento!-- hija del conde Julián, y sentido el caballero de tan deshonesta acción, pasó en África, con celo de levantar escuadrones de bárbaros sarracenos para destruir a España y dar al rey el más cierto pago de su vil acción; y prosiguiendo su intento puso por ejecución su bárbaro pensamiento. En España perseveran --¡extraño rigor del cielo!-- de aquel pérfido Mahoma las leyes y los decretos. Sólo se excepta Aragón, que de sus montes soberbios hacen fortines que espantan los mauritanos intentos, defendiendo valerosos la ley del manso Cordero que, sacrificado en aras de aquel sagrado madero, sacó a los hombres que estaban en el común cautiverio. García Íñiguez, su rey, empuñó el sagrado cetro, y ya el segundo Adriano, vicario de Dios supremo, le apadrina desde Roma como merece su afecto, cuya beatitud sagrada, con amor y santo celo, me quiso honrar con mandarme viniese a Bohemia luego con una cierta embajada a vuestros padres; y creo que quiso honrar mi persona sólo por ser vuestro deudo. Comuniqué a vuestros padres la voluntad del supremo pontífice, y me responden que será el mayor contento que puede darles el mundo si se lograre su intento. Importa, pues, noble Eurosia, que como tal os venero, perdone el sacro decoro, que sin ajar tu respeto he de arrojarme a deciros que para el sacro himeneo con don Fortunio Garcés, varón justo y verdadero y príncipe de Aragón os tiene escogida el cielo. Vuestros padres lo desean, y yo os suplico, rindiendo mi persona a vuestras plantas, no se malogre mi afecto, así vea a vuestra alteza con las dichas que deseo. EUROSIA: (¡Ay de mí! ¿Qué turbación Aparte es la que tiene mi pecho? ¡Si acertaré a responder! Déme su favor el cielo.) Tío y señor, mucho estimo vuestra voluntad y afecto. (Cielos, ¿he de resistirme?) Aparte
Dentro
ÁNGEL: El fin es bueno y honesto. EUROSIA: Una voz oigo que dice, "el fin es bueno y honesto." Si es el ángel de mi guarda, que así lo luzgo y lo creo, bien podré yo dar el sí sin que Dios se ofenda de ello, que si le ofrecí gustosa mi virginidad al cielo, no ha de permitir me falte valor para el complemento. Pues digo, señor, que admito lo que me tenéis propuesto, y me pena haber tardado a resolverme, pues tengo por cierta mi dicha, estando vuestra persona por medio. ARCISCLO: Sois muy prudente, sobrina. EUROSIA: ¿Qué te parece, Cornelio? CORNELIO: Yo estoy, hermana, que adoro tan bien acertado intento. Tomar estado es cordura; diferirlo no es acierto. Vuestra edad apenas entra en los tres lustros y medio, y podrá ya coronarse del puro y sacro himeneo. Yo os ofrezco, hermana mía, si no me falta el aliento, acompañaros gustoso. ARCISCLO: Pues yo lo mismo prometo. BODOQUE: ¿Y yo piensan que no iré, a darme entre burla y juego, cuatro o cinco buenos días? EUROSIA: Con tales socios bien puedo ir. ¡Hermoso Sol divino, acompañad mis deseos! BODOQUE: Éstos deben ser los sucios, porque según de mí pienso, soy un hombre muy pulido, y crean que si me afeito no hay muchacho como yo para andar en casamientos. CORNELIO: De dicha tan singular parabienes me prevengo. ARCISCLO: Bien podéis creer, sobrina, que estoy loco de contento. EUROSIA: A mi cuarto me retiro a dar a Dios lo que debo. CORNELIO: Hermana, el cielo os asista y os haga ilustre dueño de la corona de España. ARCISCLO: Sobrina, ayúdeos el cielo. EUROSIA: Adiós; tío; adiós, hermano.
Vase EUROSIA
BODOQUE: Ojalá que empuñe el cetro, aunque me cueste de casa lo que Dios quiera por ello. CORNELIO: Y yo, por dar a mis padres noticias de este suceso, voy al punto. ARCISCLO: Yo también soy nuncio de su contento.
Vanse CORNELIO y ARCISCLO
BODOQUE: El obispo se hace nuncio; ¿cómo puede ser? Mas cierto que debe andar a la parte de la ganancia, y por eso en lo público es obispo, pero nuncio en lo secreto; para ganar las albricias corro por llegar primero.
Vase. Salen el CONDE de Aznar y MOSQUETE envainando las espadas
CONDE: Mejor van descalabrados de lo que yo presumi. MOSQUETE: Escondámonos aquí por si vienen más soldados de estos morazos. ¡Qué fiero iba aquel calzaparrillas! ¡Ay, pobres de mis costillas! CONDE: ¿Adónde vas, majadero? MOSQUETE: A esconderme aquí. CONDE: Pues ¿cómo? ¿Qué temes, si estás conmigo? MOSQUETE: Temo siempre que te sigo porrazos de lomo a lomo. Apenas los dos herejes seguiste, cuando vinieron seis o siete, que me dieron, sin que de mi honor te quejes, mil cuchilladas aquí. CONDE: Pues ¿por eso has de esconderte? Villano, has de ser muy fuerte o jamás irás con mí. ¡Ay, Leonor, extraño caso! Cuando Marte más me busca el niño dios más me ofusca. ¡Que me quemo, que me abraso! Hermosísima Leonor, ¡qué veloz mi amor se fragua! MOSQUETE: Pues arrójate en el agua si tienes mucho calor. CONDE: ¡Ay, Mosquete, cómo ignoras del niño ciego los tiros! Son envenenados giros de Circes encantadoras. ¿Quién como yo desdichado tiene de qué se quejar? MOSQUETE: La triaca puedes tomar por si estás envenenado. CONDE: ¿No sabes que una mujer es de mi alma hermoso nicho? MOSQUETE: Pues si nunca me lo has dicho, ¿cómo lo puedo saber? CONDE: Leonor, aquella ingrata, con su desdén me atropella; Leonor es la centella que con incendios me mata; Leonor es por quien vivo amante de sus rigores, y entre estos mis ardores muero de su amor cautivo. MOSQUETE: ¡Jesús y qué disparates en tu grave pecho encierras! ¿Agora en tiempo de guerras con mujercillas combates? Dices que Leonor te mata, que ella tiene tu alma viva, ella dices te cautiva y te favorece grata; todas son contradiciones de una loca f&ntasía, y si das en la manía de tan necias presunciones, ¿qué diablo te ha de entender? CONDE: Damas hay de mucha estima, mas como mi hermosa prima no tiene el mundo mujer. MOSQUETE: No me espanto estés tan tierno por esa dama Leonor; mas presumo que su honor llevarás aún al infierno. CONDE: Siempre a mi gusto te opones con muy toscas necedades. MOSQUETE: Pues si va a decir verdades, soy tu amigo. ¿Qué dispones? CONDE: lmporta, Mosquete amigo, si quieres darme consuelo, que aqueste papel de un vuelo le lleves. ¿Estás conmigo? MOSQUETE: Sí, señor. CONDE: Pues mira, advierte que si al príncipe topares no le digas mis pesares, porque fuera darme muerte. Toma, vete.
Dale el papel
MOSQUETE: Ya tercero me voy haciendo a mi ver. CONDE: ¿Por qué? MOSQUETE: Nunca puedo ser ni segundo ni primero. CONDE: Cuando el amor es honesto no es deshonra fomentarle. MOSQUETE: Pues yo imagino obligarle honestamente, y con esto me llaman todos Mosquete, que es algo más que arcabuz; pero en mí, por esta cruz, que es lo mismo que alcahuete.
Vase MOSQUETE
CONDE: Sale el sol por el cielo luminoso las nubes pardas de oro perfilando, y con su luz los montes matizando ilustra el campo su zafir hermoso. Veloz pasa su curso muy furioso y cuando la quietud solicitando halla otro mundo que voceando al sol le pide su esplendor hermoso, a la campaña salgo defendido de fuertes rayos de mi estoque ardiente quien se rinde el bárbaro vencido. Y cuando de el descanso solamente busco un instante, torpe mi sentido me acomete el amor eternamente.
Sale MOSQUETE corriendo
MOSQUETE: Señor, el rey viene aquí y él príncipe, no sé a qué; a Leonor no la topé en su casa, y advertí ................ [ -era] .................... [ -é] lo que después te diré. CONDE: No quisiera que me vieran ocioso en esta ocasión, que al verme así coligieran de mi semblante, o tuvieran sospechas de mi pasión. MOSQUETE: ¡Ay, que llegan! CONDE: Ven conmigo; abrevia el paso, apresura. MOSQUETE: En cualqulera conjetura como sea huír te sigo.
Al irse topan a LEONOR y LAURA que salen
CONDE: ¡Ay cielos, y qué ventura! LEONOR: ¿Adónde, conde y señor? ¿adónde vais tan de prisa? CONDE: ¡Ay de mí, bella Leonor! Tocando al arma precisa dar alas a mi valor. LEONOR: Siempre vais muy ocupado en negocios de la guerra. CONDE: Con mucho ardor abrasado, los que hoy mi pecho encierra, me tienen puesto en cuidado. MOSQUETE: Vamos luego sin tardar, porque llegan, ¡voto a Cristo! CONDE: Sin ti me voy a penar.
Salen el REY y el PRÍNCIPE
LEONOR: Ya no os podéis apartar, porque entiendo que os han visto. REY: La fortuna se mejora, pues en este mismo día la victoria da alegría y otra nueva me atesora el bien que más convenía. Pero ¿no es aquéste el Conde? CONDE: A vuestros pies, gran señor, postro mi alma y mi valor. REY: A mis brazos corresponde vuestra lealtad. ¿Leonor? LEONOR: Señor, postro agradecida mi humildad a vuestras plantas. REY: Levanta. PRÍNCIPE: Prima querida: belleza tan recogida, ¿cómo sale a luces tantas? LEONOR: Acaso, señor, salí a divertir un cuidado con esta crïada, y vi, sin saber que estaba aquí, al conde con su crïado. REY: Y Mosquete, ¿también fue a la campaña? MOSQUETE: Acomete como un rayo, porque sé que no vale mi amo un cé si no va con él Mosquete. REY: Las gracias, conde, os doy de la victoria pasada. CONDE: Vuestro leal vasallo soy. PRÍNCIPE: Muy asegurado estoy del valor de vuestra espada. No sin causa el mundo todo de la guerra os llama rayo, pues con valeroso modo sois venganza del rey godo, del sarraceno desmayo. CONDE: A vuestro lado, señor, cualquier soldado es valiente. PRÍNCIPE: Con solo vuestra valor ha de extinguirse el furor de aquel bárbaro insolente. MOSQUETE: Tomad, Leonor, esta carta que un caballero os envía; perdonadme la osadía, que el oficio me descarta de cualquiera cortesía. LEONOR: Sin saber de quién, la tomo. (Mas el corazón advierte Aparte cúyo es el papel, de suerte que adivina; no sé cómo mis disimulos acierte.) PRÍNCIPE: ¿Cúyo es el papel? MOSQUETE: ¿Señor? PRÍNCIPE: A mi prima, ¿quién le escribe? MOSQUETE: Otro primo que aquí vive, que es pariente de Leonor, y sus despachos recibe. PRÍNCIPE: ¿Quién con tanto atrevimiento, sabiendo que yo la adoro, se arroja a tener intento de escribirla? MOSQUETE: ¿Hay tal cuento? Ayer lo supe de coro y hoy a vistas no lo sé. Yo pienso que lo escribí, y turbado me engañé, que el papel de Laura fue, aunque a Leonor le di. CONDE: ¿Hay desatención igual? ¿Hay simple como Mosquete? Aparta, bruto, animal. MOSQUETE: Eso tiene el alcahuete que sirve tan puntüal. PRÍNCIPE: ¿No es éste vuestro crïado? ¿Cómo es tan inadvertido? REY: ¿Qué es aquesto? CONDE: (Cielo airado, Aparte ¿en qué os tengo yo ofendido?) LEONOR: (Mal Mosquete lo ha entendido.) Aparte PRÍNCIPE: Del semblante conocí, prima, del papel el dueño. LEONOR: Señor, nunca presumí... PRÍNCIPE: No es tiempo de dar aquí satisfacción del empeño. REY: Retiraos a esotra parte, que a solas tengo que hablar con Fortunio. MOSQUETE: ¡Lindo azar! Vamos, Laura, que contarte quiero lo que has de estimar.
A una parte el REY y el PRÍNCIPE Fortunio, a otra el CONDE y LEONOR, y otra MOSQUETE y LAURA
REY: Fortunio, el retrato es éste; contempla la hermosa cara de princesa tan ilustre y de reina tan cristiana para que cases con ella, que es la dicha más extraña. El príncipe de la iglesia con santo celo te llama dichoso esposo de Eurosia, de cuya virtud la fama por todo el orbe extendida sus perfecciones esmalta. PRÍNCIPE: ¿Que es ésto, cielos divinos? ¡Qué pintura tan bizarra! ¿Puede haber más perfección? Ninguna pienso la iguala en cuanto calienta Febo ni en cuanto Neptuno baña. CONDE: Y en tanta ausencia, mi bien, ¿puede haber alguna falta? LEONOR: Soy bronce en esta materia, soy noble y tan obligada a cumplir lo que prometo, que antes quedaré sin alma que sin tus memorias viva. REY: Es su pintura extremada. PRÍNCIPE: ¡Qué humildad tan excelente! CONDE: Logro de mis esperanzas serás, mi bien; mas es cierto me voy con tristeza tanta que aunque dentro el corazón te llevo, joyel del alma, temo--¡ay de mi!--perderte. LEONOR: ¡Y qué poca confïanza haces de mi noble pecho! CONDE: Fío mucho en tu constancia, pero no en Amor, que es niño. LEONOR: Tus intenciones son claras; ya estás entendido, conde. ¿Quieres que contigo vaya hecha enternecida Venus, disfrazada en fuerte Palas aunque muera? Desde aquí no tengo de estar en Jaca, contigo tengo de ir siempre. Siempre he de seguir tus plantas, soldado he de ser valiente en la más cruel campaña que el más tirano enemigo ordenase, y con mi lanza he de hacer tales estragos y he de ser tan arrojada, que pueda perder la vida para que puedas contarla entre las que se perdieron. CONDE: Tente, tente, que me matas. Perdona, hermosa Leonor, de tus enojos la causa. MOSQUETE: Pues hable claro, señora. Diga usted, señora Laura: ¿ha tenido nunca amor? LAURA: Nunca estuve de eso falta después acá que te vi. MOSQUETE: No estás mucho enamorada cuando no me das un beso. LAURA: Vaya en mucho enhoramala, que es un pícaro. MOSQUETE: No tal; ¿por pedírtelo me tratas de esta suerte? Pues ya sé que tienes alguna falta. LAURA: ¿Yo falta? Mientes, villano, que dé todo estoy sobrada. MOSQUETE: Por lo menos, sí de lengua; mas de juicio, ¡calabaza! PRÍNCIPE: Al original me apelo, pintura hermosa del alma, que me provoca el pincel a ser amante idolatra. REY: Dichoso serás, Fortunio, si con tu mano se enlaza la de esta princesa ilustre, y es muy evidente y clara tanta dicha, porque el cielo es quien aboga esta causa. CONDE: Sé que el príncipe te adora y su mano soberana se llevará la que el cielo crió para mi desgracia. LEONOR: No llevará, que primero ha de ser mi pecho aljaba o túmulo de una flecha para que me quite el alma; y si no estuviera aquí el rey, mi señor, miraras en mi mismo corazón la verdad, y si faltara instrumento para abrirme el pecho, con esta espada, ¡vive el cielo! CONDE: No te inquietes, que el príncipe tus palabras atiende, aunque divertido en lo que su padre le habla, y el rey llegará a entender de tu semblante la causa de tu justa alteración, porque, convertida en nácar, haces tu mejilla rosa lo que fue azucena blanca. MOSQUETE: Pues toma aqueste pellizco, porque no me digas, maña, que jamás te he dado cosa. LAURA: ¡Ay, Jesús, que me maltratas! MOSQUETE: No te trato sino bien. LAURA: ¡Los diablos lleven tu alma, que el corazón me has sacado! MOSQUETE: Ya estás descorazonada. LAURA: ¡Pícaro, necio, insensato, avestruz! ¡Aparta, aparta, que si no fuera tener en mi presencia a mi ama, te diera treinte reveses! MOSQUETE: Yo a ti treinta bofetadas. LAURA: ¿Él a mí? MOSQUETE: Y ¿por qué no? A ella y a todas cuantas me enfadaren, ¡voto a Dios! Y aun aquí si más me enfada, le daré a la muy puerca más de veinte mil patadas. LAURA: Quien a patadas defiende con una mujer su causa no es digno que siendo bestia lleve ceñida una espada.
Quítale la espada y dale
¡Toma, pícaro, bufón! MOSQUETE: ¡Aquí, señor, que me mata! PRÍNCIPE: ¿Qué es aquesto? CONDE: ¡Vive Dios! ¿Mosquete? LEONOR: ¿Qué es esto, Laura? LAURA: Señora, aqueste crïado... MOSQUETE: Señor, aquesta crïada... LAURA: ...que es más negro que avestruz... MOSQUETE: ...que es más bestia que una parda... PRÍNCIPE: Cesen estas competencias. ¿Quién, desatento, profana el sagrado de mi padre? MOSQUETE: ...este dimoño de Laura... LAURA: ...ese pícaro embustero... LEONOR: Laura, vuélvele esa espada. CONDE: Toma esa espada, Mosquete. MOSQUETE: Venga. LAURA: Tome; mas es harta desdicha que lleve estoque quien puede llevar albarda. MOSQUETE: Alguna vez nos veremos los dos solos, zarpa a zarpa. PRÍNCIPE: Siempre, Mosquete, has de ser quien busca todas las causas de inquietud, y muchas veces se vuelven veras tus chanzas. LEONOR: La necedad de Mosquete y desatención de Laura piden perdón, pues se debe de posesión esa gracia. PRÍNCIPE: Por vos, hermosa Leonor, ¿qué mármoles no se ablandan? REY: Valeroso Conde amigo, sobrina Leonor amada, dadme alegres norabuenas. Mientras que gozaba el alma se está previniendo alegre a la dicha más extraña. Ésta es célebre sin duda, pues hoy mi Fortunio ensalza sus estados y persona a divinidades altas. La princesa de Bohemia, en hermosura y en gala luciente sol que en grandeza al del Olimpo aventaja, ha de casarse con él, que así lo dispone y manda el pontífice, y presumo que será esta dicha tanta que sólo con este medio ha de quedar ensalzada la fe de Cristo, a pesar de la bárbara canalla; porque la virtud de Orosia merece ser colocada, según la fama publica y según el mundo aclama, más allá de las estrellas, siendo en la celeste estancia blandón hermoso de luces a cuyos rayos, turbadas, se avergüencen las febeas puestas en su misma patria. PRÍNCIPE: Y si consigo esta dicha, y si esta dicha alcanza mi corazón, nadie dude que ya la Fortuna avara es pródiga en este día, pues la más hermosa dama que en Bohemia resplandece, por inspiraciones altas ha de ser esposa mía. Y si mira a luces claras ese rutilante Febo que desde la esfera cuarta hace diáfanos los aires con sus madejas doradas, hecho de la hermosa Cintia amante, sino idolatra, la hermosura de esta reina, la virtud, donaire y gracia, aunque celeste criatura, no fuera mucho ostentara envidia de la grandeza cuanta hoy mi amor aguarda. Conde, Leonor, sin duda de vuestro cariño esmalta en mi pecho la atención debida a tanta esperanza. No puedo negar que tuve algún tiempo a la argentada flecha de aquel niño dios una sujeción extraña. Y pues ya el tiempo permite perdonen las nobles canas de mi padre aqueste arrojo, que yo declare la causa de mis inquietos suspiros de mis continuas ansias, y digo, que a Leonor, mi prima, con atenciones tan castas como en el sacro himeneo se sacrifican, miraba, por ser la que en sangre noble a la mía más se iguala; y no dejé de advertir con desabridas palabras desprecios de la grandeza que con mi mano heredaba afectos que sólo nacen de virtud más soberana que la corona y el cetro; y tuvo sospecha el alma que de otro nuevo amor os llevó, prima, arrastrada la inclinación amorosa que a muchos hace idolatras. El conde, prima Leonor, es quien ilustra y levanta el árbol de la nobleza que conservan las montañas; nadie con mejores prendas puede pretender la gracia de vuestro sagrado afecto, y advertir que mi esperanza; que yerta algún tiempo estuvo, quedará muy bien pagada siendo el conde quien consiga la posesión; pues mi alma aspira ya deseosa a la unión más soberana con sacrosanto himeneo de la más noble bohemiana. CONDE: Por tanto favor, señor, goce vuestra alteza larga vida, y a pesar del mundo, tanta bárbara canalla postre su cerviz altiva a vuestras cristianas plantas. REY: El orgullo de los moros temo, que de su arrogancia puedo presumir no faltan a daros nueva batalla. PRÍNCIPE: De la divina piedad tengo tanta confianza, que ha de volver, si lo intenta, con la cabeza quebrada. CONDE: Si hasta aquí he sido conde, en adelante mi espada ha de conquistar de Marte la corona soberana. REY: Ven, Fortunio; vamos, conde. Leonor, sobrina amada, quedaos con Dios. LEONOR: Norabuenas me doy a mí misma tantas de las dichas que previene de aquella infinita estancia la divina Omnipotencia a vuestras ilustres casas. MOSQUETE: No va malo esto, por Dios; ello va de buena data. Yo rabio ya de contento si es que el príncipe se casa. LAURA: Pues ¿qué interesas, Mosquete? MOSQUETE: Oigan, que se quema Laura; que me casaré contigo si te enmiendas. LAURA: ¡Noramala para el pícaro bufón! MOSQUETE: ¡Qué lindamente me trata! LAURA: ¿En qué delitos me ha hallado? MOSQUETE: A fe que si yo te hallara la primera al escondite, que pagaras la ganancia. LAURA: ¿Qué dominio tiene en mí? MOSQUETE: Mira, no te enojes, Laura, que eso lo echaré por coste y lo tomaré de gracia. LAURA: No me trate de esa suerte si conmigo quiere chanzas, ni me aplique sus mentiras. MOSQUETE: Ésas no lo saben malas, porque si digo verdad, las verdades siempre amargan. REY: Vamos, que deseo dar estas nuevas a mi Urraca. PRÍNCIPE: Adiós, divina Leonor. LEONOR: Vuestra alteza con Dios vaya. CONDE: Adiós, dueño de mi vida. LEONOR: Adiós, conde de mi alma. CONDE: Yo cumpliré mi promesa. LEONOR: Yo cumpliré mi palabra. CONDE: ¿Irás conmigo? LEONOR: Sí iré. CONDE: Mas ¿adónde? LEONOR: A la campaña. MOSQUETE: Adiós, Laura; ya me entiendes. LAURA: Adiós digo, y eso basta.
Vanse los caballeros por una puerta y las damas por otra

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

La joya de las montañas, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002