LA HUERTA DE JUAN FERNÁNDEZ

Tirso de Molina

Este texto electrónico fue preparado por Vern Williamsen en 2002. Se basa en el texto de PARTE TERCERA DE LAS COMEDIAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA, (Tortosa: Francisco Martorell, 1634) que ha sido cotejado con la edición de don Juan Eugenio Hartzenbusch (COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, BAE 5, 1858).


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen de la venta doña PETRONILA, vestida de hombre, y en traje de camino, con botas y espuelas; TOMASA, también de hombre y como lacayuelo, el capotillo con muchas cintas
TOMASA: Un cuartillo de cebada le basta y sobra; que en fin es pollino y no rocín. PETRONILA: ¿Hacéis a Madrid jornada, gentil hombre? TOMASA: A su servicio. PETRONILA: ¿De dónde? TOMASA: Hoy salí de Ocaña. PETRONILA: ¿Vais solo? TOMASA: No me acompaña sino un jumento, novicio en la albarda, porque es nuevo, y anteayer se destetó. PETRONILA: Si tres leguas caminó, no me parece, mancebo, que es el pienso suficiente de un cuartillo. TOMASA: Coma paja. PETRONILA: Quien no come, no trabaja. TOMASA: Como pobre se sustente; que no tiene de igualarse, dando ocasion a la gula, un asno con una mula. La paja ha de compararse en las bestias con el pan, la cebada con el queso; y ya sabéis, según eso, que es poco el queso que dan. ¿Por qué pensáis vos que España va, señor, tan decaída? Porque el vestido y comida su gente empobrece y daña. Dadme vos que cada cual comiera como quien es, el marqués como marqués, como pobre el oficial; vistiérase el zapatero como pide el cordobán, sin romper el gorgorán quien tiene el caudal de cuero; no gastara la mulata manto fino de Sevilla, ni cubriera la virilla el medio chapín de plata; si el que pasteliza en pelo, sale a costa del gigote, el domingo de picote y el viernes de terciopelo; cena el zurrador besugo y el sastre come lamprea, y hay quién en la corte vea como a un señor al verdugo; ¿qué perdición no se aguarda de nuestra pobre Castilla? El caballo traiga silla, y el jumento vista albarda; coma aquel un celemín y un cuartllo a esotro den, porque el jumento no es bien que le igualen al rocín. PETRONILA: No os han de faltar molestias si no templáis ese humor, y os pudrís reformador comenzando por las bestias. ¿Quién diablos os mete a vos, tan mozo, en esos pesares? Los vestidos y manjares comunes los hizo Dios. TOMASA: Engañaisos. PETRONILA: ¿Que me engaño? TOMASA: Perdonadme esta simpleza. ¿Por qué hizo naturaleza el tabí, la seda, el paño, la holanda, el cambray y estopa, distintos al tacto y vista? Porque cada cual se vista según su estado la ropa. Dentro de una misma especie hallaréis que el universo hizo su manjar diverso, de que cada cual se precie: el racimo moscatel y albillo, que al noble pinta, la cepa jaén y tinta para el que rompe buriel, el noble melocotón que deleita al caballero, con el durazno grosero para los que no lo son. el amacena regalada que el delicado conozca, la chabacana, mas tosca para el pobre dedicada. Ofrece una misma granja, en fe de esta distinción, para el príncipe el limón, para el no tal la naranja. En el campo y el verjel la primavera arrebola pare el pastor la amapola, para la dama el clavel. El jazmín que al muro sobre, al rico aromas derrama, al oficial la retama, tomillo y romero al pobre. Pues ¿por qué --¡cuerpo de tal!-- si hizo el cielo distinción del abadejo y salmón, no comerá el oficial aquel que importa a su esfera y el pobre jornal que saca? Paciendo para él la vaca, ¿ha de gastarse en ternera? Están los hombres perdidos. No lo entiendo, ¡vive Dios! PETRONILA: Ya se labra para vos hospital de los podridos. Dejaos de eso, por mi vida; que aunque con sal reprendéis, imposibles pretendéis. Miéntras guisan la comida en esa venta, y mi mesa alegráis, a que os convido, si lo que muestra el vestido vuestra inclinación profesa, decidme de quién sois paje. TOMASA: Helo sido de gineta de un capitán que sujeta la voluntad a mi ultraje. Alojóse en mi lugar --Cabañas de Yepes es-- estuvo en Ocaña un mes; proeuréle regalar en mi casa labradora, y el hospedaje pagó en que de ella nos llevó una hermana que le adora. PETRONILA: Paga siempre ansí el soldado. TOMASA: Salí ofendido tras él, quejándome, y el crüel dejóme a un olivo atado. Sé que en la corte ha de estar y voy a darle noticia al rey, y a pedir justicia. PETRONILA: Fácil la vendréis a hallar; que la que a Madrid gobierna no sufre burlas agora. Buscaréis la labradora con plumas y galas tierna, y entre tanto, si queréis servirme, estaréis conmigo. TOMASA: Por lo desbarbado, digo que igual elección hacéis. Vuestro soy desde este día; que engendra la semejanza Amor, y tengo esperanza de que en vuestra compañía tengo de hallar buen despacho del agravio que recelo. Ya soy vuestro lacayuelo, a lo aragonés, regacho. Mudad, señor, en "tú" el "vos;" que el "vos" en los caballeros es bueno para escuderos. PETRONILA: Donaire tienes, por Dios. TOMASA: ¡Oh! Pues veréis maravillas, y sabréis historias largas. PETRONILA: ¿Es tu nombre? TOMASA: Hasta aquí, Vargas, pero para vos, Varguillas. ¿Y el vuestro? PETRONILA: Don Gómez. TOMASA: ¡Bravo! ¿La patria? PETRONILA: Jaén. TOMASA: Mejor. Seréis hombre de valor. PETRONILA: Téngole, mas no me alabo. TOMASA: ¿Y a qué a la corte venís? PETRONILA: A casarme. TOMASA: No lo apruebo. PETRONILA: ¿Por qué? TOMASA: Porque, apenas huevo, de la cáscara salís, y ya aspiráis para gallo. Nazcan las plumas primero; probad a Madrid soltero; quizá después de proballo, mudaréis de parecer. PETRONILA: Llámame un suegro hacendado, con un ángel que pintado, aunque le nombran mujer, en belleza es superior. TOMASA: Renegad de quien tal pinta. Diz que hay ángeles en cinta en este lugar, señor. Como está Madrid sin cerca, a todo gusto da entrada. Nombre hay de puerta cerrada; mas pásala quien se acerca. Doncella y corte son cosas que implican contradicción. PETRONILA: ¡Malicioso! TOMASA: ¡Y con razón! Las ciruelas más sabrosas, mientras con su flor se están en el árbol, se aseguran; pero al momento maduran que a la banasta las dan. Una doncella en su casa, Ciruela en el árbol es, que a veces, de treinta y tres, es con flor, ciruela pasa. Pero en Madrid no hay ninguna que sea lo que parece, porque en naciendo, se mece en un coche en vez de cuna, con que a madurarse basta, cochizando de día y noche; que, en fin, doncellas en coche son ciruelas en banasta. PETRONILA: Y vos un grande bellaco. Mucho os tengo de querer vamos agora a comer. TOMASA: Si yo de Madrid os saco, madrigado entendimiento me prometo. PETRONILA: Dad cebada sin tasa en esta jornada, Vargas, al pobre jumento; que en llegando a Valdemoro, le venderéis, y allí habrá mula en que vais. TOMASA: Comprará quien le ferie un asno de oro como el que Apuleyo pinta. PETRONILA: ¿Cómo? TOMASA: Sabe caminar, siendo jumento, y callar; que es gracia de otros distinta; que el jumento no merece nombre de tal, si se halla de este humor, pues mientras calla el Necio, no lo parece. Y hay otros mil que procuran cobrar nombre de discretos que contra ajenos defetos rebuznan cuando murmuran. ¡Qué de ellos ocupan sillas, dignos de alabarlos! PETRONILA: Comamos. TOMASA: Lampiño don Gómez, vamos. PETRONILA: Sígame, señor Varguillas.
Salen don HERNANDO, de jardinero, y LAURA, de dama
HERNANDO: Permitid, Laura mía, que mis sabrosos anales, de estas flores haciendo tribunales, sitial y trono de esta fuente fría, formen de vos querellas, y os digan mis agravios; vos la acusada, los testigos ellas, serviránles de labios estos claveles bellos, quejándome de vos por todos ellos. Tres meses los sayales en esta huerta, de Madrid recreo, me ofrecen bienes, y me ferian males. Jardinero de amor por vos me veo, vestido de esperanzas que en tristes dilaciones se engolfan, por recelos de mudanzas, de quimeras de amor, de suspensiones; y apenas descubierto de lejos miro el puerto cuando vientos contrarios se resuelven a perseguirme, y a engolfarme vuelven; porque el Amor, que mi lealtad conoce, la playa llegue a ver y no la goce. Heredé de mi patria las desdichas que significa el nombre que le dio el fundador suyo primero. Málaga la llamó, porque me asombre, pues comenzando en "mal," no tendrá dichas quien es de las desgracias heredero. Di muerte a un caballero por celos de una dama; temí a los ofendidos; partíme a Italia por cohechar olvidos; amparóme el de Feria cuya fama digna de eternizarse entre pinceles vuela con plumas no mas con laureles. Servíle capitán de infantería, y Marte, fuego que el de Amor enfría, favorable conmigo, hizo a Milán testigo de que aunque solo, ausente y desdeñado salí, si amante no, feliz solado. Acabóse la guerra; publicóse la paz en el Piamonte; llamábame mi tierra; fue forzoso, mudando su horizonte, pretender en Madrid premios debidos al riesgo de dos años. Saqué papeles bien favorecidos del duque; mas pagaron desengaños hazañas; que a los fieles se les vuelven mortajas los papeles. Nombróme camarada Pompeyo, vuestro tío, en la jornada a que le dio motivo vuestro pleito; díjome que, aunque deudo, os competía --en contar mis desdichas me deleito-- porque al condado justa acción tenía, que en Valencia de Po, por sucesor de vuestro padre, vuestro nombre adora. Llegamos a esta corte de quien sois el Apolo, el alba, el norte; supimos que esta quinta, que eternos mayos en sus cuadros pinta, huéspeda os adulaba. Visitóos vuestro tío; que entre la sangre que el valor alaba --puesto que sea el pleito desafío-- pelean los letrados y oficiales, hacen campos de guerra tribunales, [ejércitos testigos], y litigan los nobles como amigos. Merecí, Laura hermosa, veros para perderme; que mata el áspid cuando en flores duerme. Vi en vuestro rostro de clavel y rosa dorados girasoles; jazmines en su cuello trasladados; en vos vi muchos soles, puesto que en vuestros ojos duplicados. Vi, en fin, la nieve en fuego, costándome el miraros quedar ciego. Partióse brevemente el conde; que vencido en el pleito presente, y vitoriosa vos, habéis podido con la justicia vuestra, y más con la hermosura, dar en la corte muestra que competir con vos será locura; pues, para dar enojos, mil "fallamos" pronuncian vuestros ojos. Quedéme tan sin vida que para recobralla, la libertad perdida la busca, mas no la halla, puesto que, jardinero, entre esperanzas flores, desespero. Aquí mudando el traje, cultivaba desvelos, grosero en el lenguaje; que en fe de que son rústicos los celos, celoso yo, aunque en vano, por vestirme de celos, soy villano. Declaréos una tarde al borde de esta fuente que mis pesares en sus risas llora mi amor, haciendo alarde de humilde pretendiente, y fueme la Fortuna protectora; pues oyéndome grata, me hicistes poco a poco de puro feliz loco con favores que agora me dilata, perseguido de agravios y tensores, que ocasionan sin fin competidores; pero es común tributo sembrar flores Amor sin coger fruto. Tres meses de esperanzas sirviéndoos entretengo; recelo las mudanzas del mar y la mujer, y agora vengo o a que os mostréis clemente, y aseguréis partidas que me baraja tanto pretendiente, o a que desesperadas y homicidas mis ansias y la fe de mis amores, en flores muera, pues nació entre flores. LAURA: ¡Ay don Hernando Cortés! ¡Qué bien sigues el estilo de la corte presurosa porque te dio su apellido! A dar fondo a los quilates de tu amor la fe que al mío, horas llamaras los años, si llamas las horas siglos. ¿Dilaciones encareces? Caro vendes, o amas tibio, porque enfermo está el amor que desmaya a los principios. Los propósitos jugamos, y son tan firmes los míos en materia de quererte, que por causa tuya olvido parientes obligaciones, que en derecho más antiguo fundan tálamos deseos, que si los oigo, no admito. Sobre palabra se juega; el crédito tengo rico; ganancioso te levantas cuando cédulas te libro; que no son ditas quebradas, pues paga a plazo cumplido el que es noble, cuando pierde, por palabra o por escrito. Si cultivando esperanzas vives labrador fingido, yo también porque te quiero patria dejo y quintas vivo. ¿Qué celos tus flores hielan? ¿Qué mudanzas, qué desvíos el fruto te desazonan que ya tan cercano has visto? Tus esperanzas dilata un amor con artificio que intenta probar finezas de un diamante, al cabo vidrio. En Madrid me tienen pleitos de parientes que, enemigos usurpándome mi estado, dieron causa a mi camino. Conde de Valencia fue mi padre, que a falta de hijos, tuvo en mí la sucesión de su sangre y apellido. Criábame yo en Milán a la sombra y patrocinio del conde de Monteflor que es quien te trujo consigo. Estaba en mi patria entonces por alcaide del presidio que en aquella plaza tienen las banderas de Filipo, Alejandro Malatesta que, hermano del padre mío por la línea de varón, alega desvanecido pertenecerle el condado que me usurpa; y a los filos de las armas remitiendo los derechos de los libros, de todo se apoderó, amparándole el castillo en la posesión violenta que rehusan sus vecinos. Viéndome desamparada, ausente, y favorecido del duque gobernador mi contrario, aunque mi tío, fue forzoso el socorrerme en España del asilo de su rey y consejeros donde descansan peligros. Hospedáronme ha seis meses cortesanos deudos míos con licencia de su dueño, en este apacible sitio, digna elección de un buen gusto, donde recreada olvido los que en Italia curiosos retratan el paraíso. Pretensorcs conterráneos, que en Madríd después me han visto, unos generosos deudos, otros ilustres amigos, intentan lícitos lazos que pudieran haber sido prisión de mi libertad a no haberte conocido. Obligásteme discreto, vencísteme comedido, amásteme recatado, adeudásteme atrevido, hasta usurpar mis deseos, si bien hoy, Hernando, admiro que méritos desquilates, presuroso y mal sufrido. Sentencia espero en favor, que alentada de padrinos y segura en mi derecho con los jueces solicito. Mi opositor receloso, por los que le dan aviso de la poca acción que tiene, algunas veces me ha escrito sobre conciertos que paran en que dé la mano a un hijo que afirma llegará presto a esta corte; mas yo digo, puesto que no le conozco, que si pleitos dan maridos de tan mal casamentero poca paz me pronostico. Salga yo con la sentencia y entonces, español mío, tendré caudal que te pague empeños de amor tan fino; Y entre tanto, vive cierto que ni vuelve atrás el río ni retroceden los cielos, ni al viento es veleta el risco, ni en mí, que los aventajo, y a la eternidad dedico trofeos de mi firmeza mientras su constancia imito, bronces, aceros, diamantes, sol, esferas, tiempo, ríos, robles, cedros, lauros, palmas, muros, torres, peñas, riscos. Mientras mi amor te fío, tendrán valor constante igual al mío. HERNANDO: Si deseos dilatados Hallan en ti tal alivio, dulce empleo de mis ojos, poco tiempo he padecido. Más valen las esperanzas que en ti logro, los suspiros que en ti alegro, las sospechas que en ti aseguradas miro, que las posesiones de otros. Liberal premias servicios, piadosa remedias penas, pródiga haces beneficios. Injustas mis quejas fueron; perdón humilde te pido. Jacob soy; mi Raquel eres; su amor y paciencia imito. No trocaré desde hoy mas estos jardines elíseos, estos dichosos burieles, estas fuentes y este sitio, por la silla del imperio, por los tesoros del indio, por los brocados del persa, por las púrpuras del tirio. Jardinero soy de Amor; mis esperanzas cultivo; mientras que méritos siembro, galardones pronostico. Vén, y haréte un ramillete de matices, que distintos, te interpreten mis afetos; que flores tal vez son libros. ¿Me perdonas? LAURA: Amorosa. HERNANDO: ¿Me quieres? LAURA: Como al más digno. HERNANDO: ¿Me pagas? LAURA: Castos deseos. HERNANDO: ¿Me llamas? LAURA: Amante mío.
Vanse. Salen PETRONILA, en jubón, con una daga en la mano, corriendo tras TOMASA
PETRONILA: ¡Vive Dios, que he de matarte! ¿Hay igual atrevimiento? Dormido yo en mi aposento, ¿Osas A tal Hora entrarte? Ladron eres. Tú intentabas robarme.. TOMASA: Lo que no hallé. Téngase vuesamercé. Meta allá la daga. PETRONILA: Acabas de descalzarme las botas, y mandándote cerrar las puertas, porque a acostar Te vayas, ¿nos alborotas asaltándome dormido? Traidor, ¿qué es de la maleta? TOMASA: No es eso lo que me inquieta. Téngase. ¿Nunca ha leído del conde Partinuplés, cnando estaba de Amor preso...? PETRONILA: Pues, ¿qué tiene que ver eso? TOMASA: Oiga, y sabrálo después. Enamorábale a escuras una princesa o infanta de aquéllas que el arte encanta y buscan las aventuras. Dábale invisiblemente de comer y de cenar. De noche se iba a acostar con él --¡mire qué insolente!-- Avisándole del daño y peligro que corría, si conocerla quería hasta que pasase el año. El pobre conde que a tiento gozaba oscuros despojos ................... [ -ojos], quiso, contra el mandamiento de no verás, informarse si era la dicha persona arrugada setentona que intentaba, con taparse, pasar plaza de doncella. Que se durmiese aguardó, y una linterna buscó encendida, para vella; y cuando ya satisfecho estaba de su cautela el conde, lloró la vela, y pringóla medio pecho, cayendo dos o tres gotas que a la dama despertaron que es lo mismo que causaron en mí esta noche tus botas. Deseos de conocer lo que eras y agora he visto para servirte más listo, me animaron a emprender la que ves, nocturna hazaña. PETRONILA: Pues ¿qué has visto tú, traidor, en mí? TOMASA: A Venus y al Amor, que en un cuerpo nos engaña. Sosiégate, así los cielos lo que buscas te deparen; que no ignoro yo que paren estos disfraces los celos. Mandásteme descalzarte la diestra bota tiré, y en viendo el meñique pie con la media, dije aparte: "¡Oh pie digno de un chapín, que por lo corto das cinco mejor fueras para brinco de un letrado camarín! ¡Válgame el cielo! ¿Que esté en tan chico pedestal todo un cuerpo? No hará mal de aqueste pie un puntapié. Comprárale yo, a ser Fúcar; celebrárale poeta." Quité escarpín y calceta, y vi un juguete de azúcar, una manteca soriana, un bollo de manjar blanco, y dije: "¡Oh, quién fuera banco de tal pie cada mañana!" Tan igual, tan ampollado, tau tierno, con tanto aliño, tan melindroso, tan niño, y en fin, tan desjuanetado, que imprimiendo su retrato en el alma mi afición, se calzó mi corazón, como si fuera zapato. "¡Vive Dios!" dije entre mí pie adarme, que os han crïado más para alfombra y estrado que para que andéis ansí. Sospechas hembras, dudar en esto, será mentir. Mejor sois para parir, pie, que para engendrar." Vuelvo la vista al jubón y vi un par de burujones en forma de naterones jubilados del cartón. Miro el cabello al instante, y advierto que contra el uso, el artificio le puso atrás, naciendo adelante, y dije, aunque soy bisoño: "Femenina caballera, moños tapan la mollera; pero en cogotes no hay modo. De vuestro traje y de vos, o sueño o he colegido, vos mujer y hombre el vestido, que seréis común de dos." No quisiste desnudarte en mi presencia; la puerta me hiciste cerrar, más cierta ocasión de maliciarte, que me llevase la llave y la vela me advertiste; salí entre confuso y triste y mi inquietud que no sabe sino allanar trampantojos, aguardándote adormida, entró, una vela encendída, e, inquisidores los ojos, vi lo que el Partinuplés en la infanta Perdigada. La cera, de enamorada, se derritió; y ya tú ves si llorando sobre ti, te había de despertar. Voces empezaste a dar; soplé la luz, y salí al patio, donde procuras castigarme por curioso. Yo pequé de malicioso; pero si no te aseguras, porque conozco lo que eres, estálo de mi lealtad; que si va a decir verdad, para ser las dos mujeres --repara en lo despoblado falta tan poco, te doy mi fe, que si no lo soy lo más de ello tengo andado; porque de suerte negocia lo tiple en mí --verdad digo-- que estoy, con estar contigo, en Madrid y en Capadocia. PETRONILA: En Madrid no lo estarás, bárbaro, descomedido, ya que loco y atrevido fuiste hoy, aquí morirás. Sal de la corte al momento. TOMASA: ¿No es mejor, si has de fïarte de alguno...? PETRONILA: ¡Oh villano! Parte. TOMASA: ¿En qué, si vendí el jumento? Verás, si de mí te encargas... PETRONILA: ¿Que la muerte no te doy? TOMASA: Pues, a fe que si me voy, que se ha de acordar de Vargas. ¿Mas que ha de soñr mi nombre? PETRONILA: ¡Oh infame! TOMASA: Daré noticia, pues que me echa, a la justicia, que hay mujer vestida de hombre en esta posada. Adiós. PETRONILA: Espera. ¡Ay cielos! TOMASA: No quiero. PETRONILA: Mataréte. TOMASA: Pues ya espero. No me haga mal; que los dos acompañados podremos hacer nuestro hecho más bien. Yo soy capón muy de bien. Al capitán buscarémos que a mi hermana me llevó, y si su historia me cuenta, y algún hombre la hizo afrenta, fíese de mí que yo la sacaré a paz y a salvo. ¡Ea! ¿Quiéreme perdonar? PETRONILA: No sé. TOMASA: Me atrevo a engañar a un corcovado y a un calvo. PETRONILA: ¿Qué he de hacer? ¿Me guardarás lealtad y secreto? TOMASA: ¡Dalle! ¿Eso me ha de decir? Calle. Chitón eterno. No hay más. Haga cuenta que en la hucha echa lo que me dijere y mientras que no me rompiere, ni esto saldrá. PETRONILA: Pues escucha: Aquella ciudad que el Bétis pasea, sirve y conquista, incansable enamorado, porque en su espejo la mira, y en fe de que es dama al uso con ella prodigaliza los tesoros que le pechan Paladiones de las Indias, es, Vargas, mi ilustre patria, y en ella bien conocida la nobleza generosa que dio nombre a mi familia. A los pechos de mi madre me dejaron las desdichas de una juventud traviesa que heredé; por ser su hija, Ausentándole una muerte, si ocasionada, atrevida, a aquel orbe todo de oro, hoy español, antes inga. Crióme el cuerdo recato de una madre medio rica, que lloraba, aunque casada, soledades como viuda, cuidadosa centinela en mis aeciones y vista, principalmente en saliendo de los límites de niña. Veinte años contaba alegre mi edad, aunque recogida, licenciosa por la patria --si es bien que culpe su clima-- cuando llegó a casa huésped un deudo que llamó prima a mi madre, y la obligó a regalos y caricias. De Málaga le trujeron ocasiones que en Sevilla le detuvieron un mes para mí, Vargas, un día. En todo él no permitió la prudencia prevenida de mi madre, que me viese por no ocasionar malicias; pues si bien ella a su mesa, las cenas y las comidas se hallaba encerrada yo, ocasiones desmentía. La privación es deseo; el deseo solicita la voluntad, y esta crece al paso que la limitan. Contábanme mis crïadas la apacible gallardía de don Hernando Cortés, ansí el huésped se apellida, y como antojos mujeres son como el fuego en la mina que violentado revienta, aunque libre se amortigua; curiosidades doncellas acecharon atrevidas privaciones que las noches usurpaban a los días. Las junturas cohecharon de una puerta ojos espías por donde dieron al alma pesadumbres en albricias del deleite de su objeto, porque en él vieron en cifre cuantas gracias en Adónis fabulosas plumas pintan. Venus yo, si antes Dïana, resplandores maldecía de la aurora, porque al sol envidiosa daba prisa. Desvelando pensamientos las noches, por celosías, que en la puerta coadjutoras ventanas sostituian, contemplé diversas veces venenosa bizarría, Tisbe ya, por agujeros mirando y no siendo vista; hasta que una a su crïado escuché que le decía, mientras que le desnudaba, Estas razones: "Mansilla, pues se casa doña Inés y el oro de don García rinde un alma interesable que se llamaba antes mía, no más Málaga, no más ciudad, si patria, enemiga donde en ferias de mudanzas cobra el interés partidas. Málaga que en mal comienza, los que lloro pronostica dorados gustos vencieron Amor, si ya él es alquimia. Cásese Inés con doblones, que suelen doblar desdichas y obligaciones desprecie más seguras por sencillas. Memorlas anega el mar, la ausencia agravios olvida, la guerra divierte celos, Italia hazañas alista, el rey despierta leones que a las voces de la envidia la ingratitud piamontesa para daño suyo incita. Partirme quiero mañana. Plumas que Amor afemina adornan galas de Marte y fieles a su rey sirvan." Alentábale el crïado, y yo que amorosa oía con gusto el que no le amasen con pesares su partida, si le juzgaba primero por Adónis, ya la envidia por sol me le retrataba. ¡Qué extrañamente apadrinan los celos, Vargas, las partes de la prenda que querida, cuando se contempla ajena, al deseo añade estima! Fuíme a dormir; pero en vano pues lloré recién nacidas esperanzas, que la muerte se causaban a sí mismas. Determinéme, en efeto, manifestar escondidas brasas, de quien la vergüenza y el temor fueron ceniza. La siguiente oscuridad aguardaba que propicia limitase luz a Febo y a mi amor diese osadía, cuando le traen un papel a mi madre, donde escrita la sentencia de mi muerte dio don Hernando en su firma. Disculpábase, ya ausente, de que ocasiones precisas, en su honor interesadas, le ausentaban de Sevilla sin permitirle siquiera pagar a la cortesía deudas de hospicio y regalo, para mi disculpas tibias; que a la guerra del Piamonte le llevaban bien nacidas esperanzas y lealtades que hazañosas se autorizan; que le encomendase a Dios porque si le daba dicha, pensaba pagarla yerno mercedes que le hizo prima. Yo triste, ausente y celosa, poco amé pues quedé viva, ya mártir de sus tormentos, puesto que en ellos novicia. Un año de soledades y mil de melancolías, cuanto menos publicadas más crüeles escondidas, pasé, si bien alentando esperanzas en reliquias conservadas con dos pliegos de Génova y Lombardia que a mi madre encaminó, hasta que tuvo noticia por otro, que ya en la corte la cruz roja daba estima a su pecho y sus hazañas; y que si, cual pretendía, fuese el hábito encomienda, a obligaciones antiguas grato y noble, procuraba con su licencia lucirla, añadiendo afinidades a las deudas consanguíneas, esperanzas revivieron en mí, y en ella alegrías, de saber que caudaloso estaba mi padre en Lima reduciendo hacienda a barras con que casándome rica, la cruz nueva autorizase el monarca de las minas. Mézclanse lanas diversas en el telar de la vida, unas de color alegre, otras que tristes lastiman. Siempre el contento es pechero del pesar. Oye y admira de esta verdad ejemplares, Vargas, en la historia mía. En prosperidad como ésta, llegó aquel infausto día en que las olas del Bétis, desde el diluvio homicidas, cansadas del largo cerco que ha tantos siglos que sitia nuestra metrópoli hispana, asestando baterías, ya de las pródigas nubes, ya del mar en aguas vivas, ya de renteros arroyos que pechan siempre a sus ninfas, cañoneando de noche las celestes culebrinas que rayos en vez de balas partos abortos fulminan, al son de atambores truenos puertas y muros derriban, calles y plazas pasean, casas y templos registran, y dando a sacoriquezas, huye la plebe dormida, clausuras vírgenes quiebran, montes de casas conquistan. Brazos de mar son las calles, al Bermejo parecidas, pues para ahogar Faraones de endurecida malicia, no ya vara de piedad, la vara sí de justicia levanta Moisés airado que en mansiones las divida. Al mar restituye el Bétis los bienes y hacienda misma que en veces por tantos años nos feriaba de las Indias; y ya enemigo, si amante, severos reyes imita, que lo que dan poco a poco por junto al privado quitan. No quiero contar tragedias con vislumbres de infinitas cuando ni plumas se atreven ni moldes a referirlas. Las de mi casa no más será fuerza que te diga como ocasión lastimosa de mis presentes fatigas. En la mitad del silencio el cuarto donde dormía mi inocente y cara madre, le arroja el diluvio encima. Sepultada antes que muerta, el llanto, alboroto y grita de domésticos y extraños con clamores solemnizan las obsequias funerales de tanta plebe y familia, dejando historias al tiempo, Troya de agua ya Sevilla. Yo turbaba si ignorante, y si dudosa, advertida del daño que todos temen, bien triste, aunque mal vestida, a la más alta azotea subo y aguardando arriba al sol que salió enlutado por los destrozos que admire, me pasaron, por más fuerte, a la casa que vecina comunicaba terrados de donde vi que enemigas las nubes, la tierra, el agua, en un instante me privan de madre, casa y hacienda, y--¡ojalá que de la vida! No encarezco sentimientos que es justo que los colijas de quien a deudas de sangre libraba obediencias de hija. Pasóse la tempestad al cabo de largos días. Halléme huérfana y pobre y si los males alivian ajenos, yo te prometo que hallara en otras desdichas consuelos con que olvidar las que propias me lastiman; porque muchos que el día antes con los Cresos competían, el siguiente mendigaban puerta a huerta su comida. Yo, en fin, amante aunque pobre, que el firme amor no peligra como el falso en las desgracias, antes gigante se anima, en busca de don Hernando del modo que ves vestida vengo a probar lo que valen palabras que ya son ditas. Sé que asiste aquí, no dónde; mas ya por tí conocida, de tu lealtad contada, quiero ver cómo averiguan tu diligencia y mi amor promesas que antes, escritas, me causan recelos pobre si me aseguraban rica. Éste es, Vargas, mi suceso; si de mí y de él te lastimas, ya suelen fidelidades hallar el premio en sí mismas. TOMASA: Yo te prometo, señora, que no he llorado en mi vida otro tanto, aunque he escuchado sermones de disciplina; pero porque estés más cierta del secreto que me fías, pues tu historia me contaste, escucha también la mía. En Yepes, emulación de Ocaña, una y otra villa donde muere el vino moro, porque allá no le bautizan, me criaron...
Ruido dentro
mas ¿qué es esto? PETRONILA: Huéspedes nuevos.
Hablan dentro el CONDE Galeazo, ROBERTO, MARCOS y PABLO
MARCOS: Avisa la patrona, Pablos, que eche lana blanda y ropa limpia. PABLO: Llevarémos al mesón las mulas. ROBERTO: Si está dormida, por ser tarde, la hostalera, mal almuerzo se me aliña. MARCOS: No hay sueño donde hay dinero advenedizo.
Salen el CONDE, ROBERTO, MARCOS y PABLO, de camino
CONDE: ¡Hola! Quita esas maletas, Roberto. ¿Qué hora es? ROBERTO: Dice la risa del alba que son las cuatro. CONDE: Fue la jornada prolija; no me espanto. MARCOS: Madalena, crïados, Pedro, Cristina, bajen a alumbrar al conde.
A TOMASA
PETRONILA: ¡Conde, Vargas!
A ellos
Vueseñoría, mil veces bien llegado. CONDE: Oh hidalgo, para que os sirva, ¿sois de casa? PETRONILA: Huésped soy. CONDE: Vuestra presencia autoriza la opinión de la posada. PAULO: ¿No hay velas?
Una voz dentro
VOZ: Suban arriba; que velas habrá y velones.
A los mozos
ROBERTO: Alto, pues. MARCOS: Con menos prisa. CONDE: Subo con vuestra licencia. PETRONILA: Démela vueseñoría para que vaya... CONDE: Eso no. PETRONILA: Señor... CONDE: No, por vida mía. PETRONILA: Désela Dios muchos años. (¡Bravo talle!) Aparte
Aparte a doña PETRONILA
TOMASA: Huele y brilla.
Vanse el CONDE, MARCOS y PABLO. TOMASA habla con ROBERTO
TOMASA: Hidalgo, ¿conde? ¿Y de qué? ROBERTO: Conde, y de Italia. TOMASA: ¿Y camina...? ROBERTO: Aquí no más. TOMASA: ¿Y se llama...? ROBERTO: Galeazo. TOMASA: ¿Y a qué, diga, viene a Madrid? ROBERTO: A casarse. TOMASA: ¡Zape! PETRONILA: Alto de aquí, Varguillas.

FIN DEL ACTO PRIMERO

La huerta de Juan Fernández, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002