ACTO SEGUNDO


 
Salen DOMINGA Y CALDEIRA
CALDEIRA: Yo pasaba a Santiago desde Francia, peregrino; robáronme en el camino los vestidos y un cuartago en que un compañero y yo descansábamos a ratos, llevando sobre él los hatos y alforjas. Él se quedó en la posada desnudo; yo, de medio arriba Adán, sobre el puro cordoban un calzón de lino crudo. Hallé sin dueño este sayo aquí y dije, no tan triste, "También a los pobres viste como a los campos el mayo." Caminaba, hecho un cacique por entre matas y tojos; escondiéronse los ojos, cada cual tras el tabique de los párpados; tendíme, por dorinir mas a mi salvo, al pie de un peñasco calvo, casa de monte sublime; y soñando en mis pecados, me pareció que llegaban y en volandas me llevaban dos demonios corcobados. Desperté, haciéndome cruces, cuando en su cama encarnada la última boqueada daba el día entre dos luces. Víte encima de esa loma decir, alzando la voz, "Hene, hene, hene, arrangoroz." Y no entendiendo el idioma de gallegos desaliños, vi acercarse en escuadrones, gruñendo, suegras lechones, que aquí llaman vacoriños. No supe yo que juntaban los cochinos de este modo en Galicia. Temblé todo pensando que me agarraban; quise huír; no supo el miedo; desmayéme, y tú piadosa, entre rolliza y hermosa, a medio engullir un credo, fulste mi segundo cura, bautizándome otra vez. Volví en mí, miré la tez de esa gallega hermosura; y aunque nunca tuve cuyo, como el alma te rendí, por andar siempre tras ti, quisiera ser puerco tuyo. DOMINGA: Si vos, el hechizador, lo sentís como lo habráis, a buen puerto vos llegáis; que a la fe que os tengo amor. No lo saben sermonear los de acá tan a lo miel; quizás lo hace el buriel, o el carrasqueño manjar. Mas vos, aunque carichato, en cada ojo socarrón, tenedes, si hechizos son, dos varas de garabato. Yo sirvo al mejor serrano que toda la Limia tien; es rico, y home de bien, y cinco ducados gano. Siete da a cada vaquero; si él os recibe y conoce, siete y cinco serán doce. Juntaremos el dinero; haremos hucha yo y vos. Diez años le serviremos. La alcancía quebraremos a los diez años los dos. A doce ducados, son diez años, sí bien lo cuento... Diez a doce... veinti ciento; que será lindo pellón. Compraremos vacoriños, que los gallegos son bravos, un prado en que sembrar nabos, diez cabras y dos rociños; cogeremos ya el centeno, ya la boroa, ya el millo. ¡Buen pan éste aunque amarillo, sano el otro, aunque moreno. Gallinas, que con su gallo mos saquen cada año pollos; manteca de vaca en rollos; seis castaños, un carvallo; una becerra y un buey; y los diez años pasados, podrá envidiarnos, casados, el conde de Monterey. CALDEIRA: ¡Diez años! DOMINGA: Pues ¿por qué no? CALDEIRA: ¡Diez años, y sin rascar! ¡Diez años! Será rabiar. DOMINGA: ¿Mondaré nísperos yo? CALDEIRA: ¿Cómo te llamas? DOMINGA: Dominga. CALDEIRA: Mi fiesta de guardar eres. Si a lo prestado me quieres, tu esclavo soy; ata y pringa. Ya estarás golosmeada... mas dudar en esto es yerro. ¿Pasaste la cruz del Ferro que vendrás desojaldrada? ¿No has querido a nadie? DOMINGA: ¿Yo? Soy, por vida de mi padre, tan vírgen como mi madre me parió. CALDEIRA: Deja el "parió" y a lo primero te llega; pues ya sé yo, aunque, porfías, que son muchas gollorías pedir doncellez gallega. DOMINGA: ¿Cómo es tu nombre? CALDEIRA: Godiño. DOMINGA: ¡Ay mi Godiño pachón!
Dale en la barba
Encaja. CALDEIRA: ¿Soy tu lechón? DOMINGA: No eres si mi vacoriño.
Suena música
CALDEIRA: ¿Qué es esto? DOMINGA: Hay fiesta en el valle. CALDEIRA: ¿Pues por qué? DOMINGA: Cumpre años hoy la serrana de quien soy crïada, el más lindo talle que toda Galicia tien; y su padre, que la adora, convida a la sierra agora. Vamos... Mas nueso amo vien con sus serranos. CALDEIRA: En fin, ¿hay hoy fiesta? DOMINGA: Y colación. ¿Bailas? CALDEIRA: Como un Salomón... digo como un matachín. DOMINGA: Todo es uno. CALDEIRA: ¿ Y tú? DOMINGA: En el aire doy mil vueltas. CALDEIRA: ¡Ay chancera! DOMINGA: (¡Qué en tan mala cara hubiera Aparte tan quillotrador donaire!)
Salen MARÍA, GARCI-HERNÁNDEZ, y don ÁLVARO
GARCÍA: En casa, garzón, estáis. María pide por vos. ÁLVARO: Viváis mil años los dos. GARCÍA: Consuelo en veros me dais. ¿Sabréis arar? ÁLVARO: En la huebra no doy a nadie ventaja, y por agosto la paja que el trillo empedrado quiebra, del grano aparto, amarillo. GARCÍA: Los gallegos al limpiallo, robustos juegan el mallo y menosprecian el trillo. ÁLVARO: De todo sé lo que basta. GARCÍA: ¿Cómo os llamáis? ÁLVARO: Yo, Vireno. GARCÍA: Para vaquero sois bueno. ÁLVARO: Eso me viene de casta. GARCÍA: Vaquero seréis. MARÍA: Ya llega el baile. GARCÍA: Asentemonós.
Hablan aparte don ÁLVARO y MARÍA
ÁLVARO: ¿Qué no seré yo por vos, Mari-Hernández la gallega?
Salen CARRASCO, MARTÍN, BENITO, CORBATO, GILOTE, y otros SERRANOS, y SERRANAS por un lado; por el opuesto el CONDE de Monterey y ACOMPAÑAMIENTO
CONDE: Razón, García, fuera que en vuestra fiesta yo parte tuviera, si no por conde vuestro por vecino a lo menos. GARCÍA: Señor nuestro, regocijos serranos no son para tan grandes cortesanos. La mano vitoriosa nos dad. CONDE: Alzad, alzad. ¿Quién se despose GARCÍA: Nadie, señor; María mi hija, y vuestra esclava, aqueste día cumple años, y festejo la sierra, remozándome, aunque viejo, amor en fin de padre, que en ella ve la imagen de su madre. CONDE: Hermosa estáis, María. No sé qué aguarda en darnos un buen día Vuestro padre espacioso; que ya vuestra belleza pide esposo. ¿Cuándo os casáis? MARÍA: ¿Qué manda? CONDE: Que es bien daros marido. MARÍA: Ya se me anda. GARCÍA: Pues, señor, ¿qué venida es ésta? Mas quien sabe vuestra vida o en guerras ocupada, o en cazas de la paz ejercitada, no pregunta discreto. CONDE: A negocios me envían de respeto nuestros reyes, García, que concluír con Portugal querría. Por esto me he pasado tan cerca de vosotros, que olvidado mi Monterey, habito a Portela, castillo del distrito de esta sierra. GARCÍA: Debemos gracias al rey Fernando, pues tenemos tal señor por vecino a causa suya.
Hablan aparte don ÁLVARO y CALDEIRA
ÁLVARO: Pues el conde vino, Caldeira, a coyuntura que pueda conocerme, no asegura mi peligro este traje. Quiérome retirar; que será ultraje el verme de esta suerte. CALDEIRA: El conde es noble; no importara el verte cono no se siguiera que el rey don Juan de ti nuevas tuviera. ÁLVARO: En esto me resuelvo. MARÍA: ¿Vaisos? ÁLVARO: Sí. MARÍA: ¿Pues el baile? ÁLVARO: Luego vuelvo.
Vase don ÁLVARO
CONDE: No sea yo, García, estorbo en vuestra fiesta y alegría. Prosígase, si es justo que participe yo de vuestro gusto. GARCÍA: Alto; pues quiere honrarnos su señoría, no hay por qué excusarnos. Siéntese en este escaño, que a falta de nogal, es de castaño.
Siéntase el CONDE
CONDE: Y vosotros y todo. GARCÍA: No, señor; bien estamos de este modo CONDE: Ésta es voluntad mía. GARCÍA: Obedecer.
Siéntanse GARCÍA y MARÍA- HERNáNDEZ
CONDE: ¿No ha de bailar María? MARÍA: ¿Quién duda, si él lo manda? CONDE: Ruégoslo yo. MARÍA: Pues llegará mi tanda.
Habla MARÍA-HERNáNDEZ aparte con su padre GARCÍA y DOMINGA
¡Qué apacible! GARCÍA: Qué llano! MARÍA: Es conde. GARCÍA: Es Acebedo. DOMINGA: Es castellano.
Bailan los SERRANOS y SERRANAS. Canta DOMINGA
DOMINGA: "Cando o crego andaba no forno ardéra lo bonetiño e toudu. Vos si me habés de levar, mancebo, ¡Ay! non me habedes de pedir celos. Um galan traye da cinta na gorra; diz que lla deu la sua señora. Quérole bem a lo fillo do crego; quérole bem por lo bem que le quero. ¡Ay miña mai! Passaime no río; que se levam as agoas as lirios. Assenteime em um formigueiro; Docho a o demo lo assentadeiro."
Óyense tiros de armas de fuego. Sale OTERO
OTERO: ¡Nueso amo! ¡Aquí de la sierra! ¡Aquí del valle de Limia! ¡Aquí de Dios y del Rey! GARCÍA: Otero, ¿qué es esto? OTERO: Aprisa; que vienen contra nosotros los portugueses que habitan, desde Chaves a Braganza, las comarcas fronterizas. Una mujer huye de ellos --mejor diré rayo-- encima de un caballo, que en los aires estampa huellas que pisa. Socórrala, señor conde; que las balas que le tiran, entre nubes de humo y fuego llueven, si no es que granizan.
Desde adentro, como que está léjos
BEATRIZ: ¡Serranos de estas montañas! ¡Favor,ayuda! EGAS: La vida te ha de quitar esta bala. OTERO: ¡Aquí de la serranía! ¡Que se pasa Portugal a las sierras de Galicia. GARCÍA: ¡A ellos, pues, mis serranos! CARRASCO: ¡Traigan chuzos, mallos, vigas! CONDE: ¡Hay igual atrevimiento! GARCÍA: Esto es, señor, cada día.
Dentro, ya más cerca
BEATRIZ: ¡Favor, montañeses nobles! GARCÍA: Lijera dejó la silla la animosa portuguesa, y a nosotros se avecina. CONDE: Bajemos a darle ayuda. GARCÍA: El celo que trae, la libra de tanto arcabuz. DOMINGA: Ya llega al piede nuesa montiña.
Sale doña BEATRIZ, de corto, una espada desnuda en la mano, un tahalí, y en él una pistola, mucha pluma en el sombrero, y un gabán de tela
BEATRIZ: Serranos de esta aspereza, conservación de la antigua nobleza, de quien descienden tantas casas de Castilla... ¡Ilustre Conde...! CONDE: ¡Marquesa! ¿Qué desgracias os obligan a que honrando nuestros montes, crezcáis con ellos mis dichas? BEATRIZ: Ya no las tendré por tales, pues en vuestro amparo olvidan iInjustas persecuciones de la ambicion y la envidia. Desleales que disfrazan con apariencias fingidas, que al rey venden por verdades, testimonios y mentiras, Cómplice, señor, me han hecho de inocentes, que castigan a persuasión de traidores, autores de falsas firmas. Mandóme prender el rey, y a un don Egas, en quien cifra el poder de su privanza, a darle me necesita palabra y mano de esposa. Yo, que por no ver cautiva la prenda mejor del alma, menospreciaré la vida. Con favor de la lealtad de vasallos, que en mi estiman el valor que el rey desprecia, me dieron la noche misma de mi prisión un caballo y, hechas las sábanas tiras, quiebran rejas y ventanas, y generosos me libran. Discurrí toda la noche a su sombra que encamina los pasos a mi inocencia, hasta que publicó el día, revelador de secretos, mi fuga, y forzó a la ira de un traidor, que priva, amante a que con otros me siga. Alcanzáronme a la raya de este reino; y a la vista la traición de mi lealtad. Viendo que el cielo la libra, para que el paso me atajen, ministros de plomo envían; que en tribunal de venganzas son varas de su injusticia. Desvaneciólas mi suerte, y de las sierras de Limia, viendo mi sagrado cerca, vergonzosos se retiran. Ésta es, gran conde, mi historia si desdichada por mía, ya tan dichosa por vos, que mis agravios olvida. CONDE: A vuestros sucesos queda nuestra tierra agradecida, y yo más, que me ocasiona, señora, a que en ella os sirva. No echéis menos vuestro estado, mientras el tiempo averigua verdades que permanecen eternas, si perseguidas. Haced cuenta que trocáis Portugal por Castilla, y a Chaves por Monterey, pues desde ahora en su silla sois absoluta señora; y ella, estimando esta dicha, amorosa os obedece como a la condesa misma. Los reyes Fernando y Juan quieren renovar antiguas amistades, ya cansados de que castillos y quinas desconformes se maltraten, y yo, porque se consigan, vengo, Marquesa, a tratarlas. Entre tanto que se firman, la condesa os servirá, y regalaráos Galicia. Ya en Monterey, ya en Portela, esa fuerza que a la vista tenéis, llave de este reino, que coronando la cima de aquel apacible monte, entrambas rayas registra. BEATRIZ: Sois conde, al fin, Acebedo. Con razón Fernando os fía el peso de su privanza.
Sale un CAZADOR
CAZADOR: Señor, si la caza estimas, ponte a caballo y verás la mas apacible riña que entre brutos desconformes vieron estas sierras frías. Abrazado a una colmena un oso, que de su almibar enamorado, escaló la custodia de una encina. Se defiende de tres perros, que por más que le persigan, sin que el robo dulce suelte, sus ardides desatina. Guarda el hurto con un brazo, y con el otro, a la esgrima dando licián, ensangrienta colmillos que en carne afila. Es cosa hermosa de ver las abejas que a cuadrillas, en defensa de su alcázar, le asaltan, cercan y pican; y el desenfado con que con los dientes les fatiga, trasladando a sus entrañas sus golosas oficinas. CONDE: No es presa de perder ésta. Si os servís, señora mía, esperadme aquí entre tanto que vuelvo. CAZADOR: Has de darte prisa, si quieres llegar a tiempo. GARCÍA: Vamos todos allá. CAZADOR: Encima de esta loma se verá.
Vanse el CONDE y su ACOMPAÑAMIENTO, GARCÍA y los SERRANOS
DOMINGA: Cosa será entretenida. ¿No vas a verlo, serrana? MARÍA: No estó para golosinas de miel robada. DOMINGA: ¿Por qué? MARÍA: Porque estó hecha un acíbar. DOMINGA: ¿Que te ha dado? MARÍA: ¿Qué sé yo? DOMINGA: El mal que se comunica, dice el cura que se aplaca. MARÍA: Ven y sabráslo, Dominga.
Vanse DOMINGA y MARI-HERNÁNEZ
CALDEIRA: Vuelva los ojos acá, Y hable Vuestra Señoría a un diptongo portugués, y gallego hermafrodita. BEATRIZ: ¡Caldeira! CALDEIRA: Dame a besar dos dedos de zapatilla. BEATRIZ: ¿Y mi conde? CALDEIRA: Ha renegado. BEATRIZ: Acaba. CALDEIRA: La verdad limpia te digo. Moro es el conde, y aun peor, si el refrán miras de "ántes moro que gallego." Pero si me das albricias, sígueme y verásle. BEATRIZ: Vamos. ¡Ay dichosa fuga! CALDEIRA: Imita al vaquero que en Moraina calza abarca, y viste frisa. BEATRIZ: ¿A qué no obligan traidores? CALDEIRA: Y el Amor ¿a qué no obliga, pues me hace sábado? BEATRIZ: ¿Cómo? CALDEIRA: Porque vaya tras Dominga.
Vanse. Salen DOMINGA y MARI-HERNÁNEZ, muy triste
DOMINGA: Mal segura zagaleja, la de los lindos ojuelos, grave honor de los azules, dulce afrenta de los negros, ¿qué tienes de ayer acá, que a lo que colijo de ellos, desveladas inquietudes les tiranizan el sueño? Ojeras se les atreven, si es, serrana, atrevimiento que patenas de cristal guarnezca el amor de acero. Risueñas y alegres niñas daban risa al prado, y celos a la flor de aquestos lirios, al turquí de aquellos cielos. Aojado te han, mi serrana. Mucho lloras; mal te han hecho. ¡Pregue a Dios que no te opilen pensamientos indigestos! Callan lenguas y hablan ojos; que a fe cuando sale el huego, serrana, por las ventanas; que no huelgan allá dentro. ¿Qué tienes, la mi querida? Dímelo a mí, y apostemos que te curo por ensalmo. MARÍA: Ay, Dominga, que me muero DOMINGA: ¿Hásete antojado algo? Que diz que en aquestos tiempos hay doncellas con antojos. ¿Has comido barro o yeso? MARÍA: No, Dominga. DOMINGA: ¿Dónde sientes el dolor? MARÍA: Aquí so el pecho más de dos mil aradores el alma me están royendo. Son, mi serrana, agridulces, y entre pesar y contento, causan lágrimas con risa; hártanse de puro hambrientos. Ven acá. ¿Qué es cosicosa, que lo que adoro aborrezco, lo que me pesa hallar busco, lo que me abrasa es de yelo? Sin querer, ando acechando de ayer acá. DOMINGA: Serán celos, medio nieve y medio brasas, calosfríos del enfermo. MARÍA: ¿Celos se llama este mal? DOMINGA: Sí, amiga. MARÍA: ¿Y por qué no infiernos? DOMINGA: Si allá hay frío con calor, el nombre les viene a pelo. MARÍA: Y este mal ¿tiénenle muchos? DOMINGA: ¿Quién hay que se libre de ellos? Más que flores el verano, más que escarchas el invierno. ¿Ves esas yedras y parras, de esos alamos enredos? Pues celosas de sus hojas, tienen ya sus troncos secos. Celos que del prado tiene, hacen que aquel arroyuelo, hechos labios sus cristales, se coma aquel lirio a besos. No hay criatura sin amor, ni amor sin celos perfeto, ni celos libres de engaños, ni engaños sin fundamento. El ave, la planta, el bruto, [cuanto hay padece tormentos celosos, en fe de que ama.] Soldemente escapa el necio de su daño, porque dicen que es sólo mal de discretos. Hasta el cielo les hurtó el nombre, si no el efeto. MARÍA: Pues si ésos celos se llaman, mi Dominga, celos tengo. DOMINGA: ¿Luego amor? MARÍA: ¿Qué me sé yo? Mal me pagan, y bien quiero; sola, estoy acompañada, como poco, menos duermo. DOMINGA: ¿Enamorada y celosa? ¡Buen guisado habemos hecho! Convida a la voluntad, que ése es su mejor sustento; mas carga poco la mano de celos, que son pimientos, y pocos le dan sabor; muchos echan a perderlo. Mas ¿qué va, que es esta dicha del polido forastero? MARÍA: ¡Ay prima! No me le nombres. DOMINGA: ¿Le aborreces? MARÍA: Le aborrezco, pero es de puro adorarle. DOMINGA: Pues ¿cómo puede ser eso? MARÍA: Ámole por ser tan lindo, tan sabio y tan hechicero; y ahorrézcole, Dominga, por ver el mal que me ha hecho, porque ell alma me ha robado, porque me mata de celos. DOMINGA: ¿De celos? ¿Pues sabes tú que quiere bien? MARÍA: A saberlo, Dominga, ahí fuera el diabro; mas si no lo sé, lo temo. DOMINGA: Ya eres maesa de amar; mas pues descubres secretos, sábete que yo también... MARÍA: ¿Amas? DOMINGA: Estó dada a perros. MARÍA: ¿Por quién? DOMINGA: Por un bellacón, que enamora por lo feo, por lo socarron hechiza, por lo gracioso me ha muerto. MARÍA: ¿Y quién es? DOMINGA: Es un Godiño, que si no es sol, por ser negro, si cual dicen anda en carro, puede ser su carretero.
Sale don ÁLVARO
ÁLVARO: Preguntando yo a las flores, adónde, serrana mía, mi deseo te hallaría, dijeron que en sus colores. Tus cabellos robadores la yerba del sol pintaban; azucenas retrataban en tu frente su candor, las niñas del niño Amor flores al lirio robaban. Rosas fueron los pinceles de tus mejillas hermosas; mas no envidiaron sus rosas de tus labios los claveles. Como Amor era el Apeles, supo en tu boca copiar dientes y aliento de azahar, pasándose satisfechos los jazmines a tus pechos, y envidiando yo el lugar. El todo de tu belleza, las maravillas; de modo que eres maravilla en todo de nuestra naturaleza. Realce su sutileza el campo, sabio pintor, de tanta agregada flor; que pues en ti se ve junto, serás siendo él tu trasunto, ramillete del Amor. MARÍA: ¡Que arrumaquero venís! ¡Qué de juncia derramáis! ¿Haciendo halagos llegáis? ¡Culpado, a la hé, os sentís! En las flores que fingís que en mí emplea el campo verde os escondéis; mas recuerde vuestro engaño mis temores; que la culebra en las flores vende rosas, cuando muerde. ÁLVARO: ¿Culpado yo? ¿Pues por qué? MARÍA: ¿Es poco haberme quitado el sueño anoche, y llorado hasta que me levanté? ÁLVARO: ¿Llorado vos? MARÍA: Sí, a la hé. ÁLVARO: ¿Tanto mal la vista os hizo? MARÍA: Mal y bien. ÁLVARO: ¡Ay bello hechizo! MARÍA: Estáis en amar muy ducho, engañáis y sabéis mucho, Quisiéraos yo primerizo. Dejaréis en vuesa tierra la memoria y voluntá; traeréis las sobras acá para que a mi me hagan guerra. Pues también los de la sierra son personas, lisonjero. DOMINGA: Coger aquel nido quiero; que en juegos se amor, ya es llano que se juega mano a mano mejor, que cuando hay tercero.
Vase DOMINGA
MARÍA: ¿Habéis tenido allá amor en vuestra tierra? ÁLVARO: Tenía; mas viéndoos a vos, María, luego se olvidó. MARÍA: ¡Ay traidor! ÁLVARO: Por la hermosura mayor, no es maravilla olvidar la menor. MARÍA: Ni en mí el dudar que quien se olvida y ausenta, haciendo de su amor venta, querrá comer y picar. ÁLVARO: ¿Hay donaire, hay gracia, hay gusto, que con esto se compare? No haya más, mi bien; repare mi buen crédito ese susto. Si tiene mi amor más gusto del que en tu hermosura veo, si contigo el sol no es feo, mi esperanza y afición, sin llegar a posesión, se queden en el deseo. MARÍA: En fin, ¿no la queréis bien? ÁLVARO: Tú sola eres mi querida. MARÍA: ¿Por mi vida? ÁLVARO: Por tu vida. MARÍA: ¿Y por la vuestra? ÁLVARO: También. MARÍA: ¿Era hermosa? ÁLVARO: Los que ven ese hechizo, aunque serrano todo otro amor juzgan vano. MARÍA: Pues jurad, si sentís eso, sobre esta cruz. ÁLVARO: Juro y beso.
Tómale la mano, y bésasela. Sale doña BEATRIZ
MARÍA: Sí, por besarme la mano. BEATRIZ: (Aquí dicen que quedaba.) Aparte ÁLVARO: Marquesa... BEATRIZ: Marquesa soy, que a marcar agravios vengo, en vez de marcos de amor. Quien tan bien penas divierte, y con tanta prevención a enfermedades de ausencia tan presto antídoto halló, no morirá malogrado. ¡Qué cortesano que sois! Besamanos dais cumplidos; que hasta aquí pensaba yo que se daban de palabra, mas puestos por obra no; si no es que le dais el pulso, vos enfermo, ella dotor. ¡Bien pagáis obligaciones de quien desprecia por vos créditos, que ya fallidos pone el vulgo en opinión! Mas quien a palabras de hombre deudas de fama empeñó, cobre en crédito de injurias desengaños de su amor. No sin causa el rey don Juan... ÁLVARO: Basta, Marquesa. BEATRIZ: No soy sino infierno de mis celos. ÁLVARO: Basta; templad el rigor, y admitid satisfacciones. MARÍA: No hay que dar satisfacción a quien en preitos ajenos se mete. Aqueste garzón ha de ser mi esposo. BEATRIZ: ¿Cómo? MARÍA: Comiendo. BEATRIZ: Y matándoos yo. MARÍA: ¿Matar? ¡Verá la sebosa! BEATRIZ: ¡Oh rústica! Vive Dios, que mis celos y tu vida han de acabar juntos hoy.
Saca doña BEATRIZ una daga, y MARI- HERNÁNDEZ se desciñe una honda y toma una piedra
MARÍA: Téngase ahuera, la digo. ÁLVARO: ¡Estáis sin seso! BEATRIZ: Sí estoy. MARÍA: Yo tambien, pues tiro piedras. BEATRIZ: Pasaréle el corazón. MARÍA: Pues pasad y no me erréis; que si erráis, a fe de Dios, que al primer morro que os tire, no me habéis de esperar dos.
Andan una tras otra y metiéndose en medio don ÁLVARO
ÁLVARO: María, marquesa, basta. BEATRIZ: Quita de en medio, traidor. MARÍA: Déjenmos a mi y a ella. ÁLVARO: ¿Hay mas ciega confusión? BEATRIZ: Ya yo sé matar ingratos. MARÍA: Ya yo sé, si vuelta doy al cáñamo, dar en tierra con el toro mas feroz. ÁLVARO: Marquesa, serrana mía... BEATRIZ: ¿Mía, villano? Eso no. MARÍA: ¿No, sebosa? Aunque os repese.
Sale DOMINGA
DOMINGA: María, padre y señor llama. MARÍA: No hay padre que tenga. DOMINGA: Que da voces. MARÍA: Venid vos conmigo, e iré Vireno; porque en quedándoos, me estoy. ÁLVARO: Id, serrana; que entre tanto que dais la vuelta, los dos averiguaremos pleitos, que en provecho vuestro son. MARÍA: Dad al diablo esos provechos que no quiere más amor, para echar a un lado enojos, si que haya averiguación.
Sale OTERO
OTERO: Nueso amo llama, María. MARÍA: Mal llamado le dé Dios.
Dentro
GARCÍA: María! MARÍA: Sebosa, para esta. ¡Ay Dominga! ¡Muerta voy!
Vanse MARÍA, DOMINGA y OTERO
BEATRIZ: Estoy tan arrepentida de los extremos que he hecho, conde, cuanto satisfecho vos de vuestra fe rompida. Una injuria conocida ¿a quién no saca de sí? Y más siendo frenesí cualquier ímpetu de Amor. Ya ha cesado su rigor gloria a Dios, ya he vuelto en mí. Quien con tal facilidad quiera quien ama, la ley, mal probara que a su rey no ha quebrado la lealtad. La duda de esta verdad tan a mi costa ha salido que estado y honor perdido vienen a cobrar mis daños a plazos de desengaños, deudas de Amor en olvido. Pero, pues así sucede, restaurará su caudal el alma; que no es gran mal el que remediar se puede. Aquí sepultada quede mi memoria desdichada en vos tan mal empleada porque después se mejore. No os espante que la llore pues muere, en fin, malograda. ÁLVARO: Sintiera ser su homicida, si escondido no supiera que cuando para mí muera, para el rey la daréis vida. Memoria tan prevenida, que a costa de su firmeza, quiere a un conde en la corteza, y ama a un rey en lo interior, siendo de dos este amor, no es razón que os dé tristeza. ¿Por qué llamáis malograda la memoria y voluntad de un cuerpo con libertad que encierra un alma casada? Si está en un rey empleada, no culpéis mis escarmientos; no desechéis fundamentos de quien puede conservar el cuerpo libre, y gozar casados los pensamientos. BEATRIZ: De culpas que me argüís, conde, excusas no esperéis; que bien sé que lo entendéis al revés que lo sentís. Cauteloso os prevenís; que ya yo sé que es traición de tan sutil discreción, que cuando Amor deudas forma, cartas de pago trasforma en cartas de obligación. Negad, puesto que discreto, desleal la que os obliga; y de vuestras quejas diga la causa, conde, este efeto. Por guardar al rey respeto, y engañar vuestro enemigo, fingiendo amarle, le obligo. ¡Ved cuán recto juez hacéis, pues por gracias que debéis, me dais sin culpa el castigo! Que para que sea mayor e mí, si en esto os agrado, restituida en mi estado, haré pechero mi amor. A vuestro competidor daré, aunque muera, la mano, [ues la gracia del rey gano; y vos con igual mujer, villano en el proceder, seréis del todo villano. ÁLVARO: Marquesa, Beatriz, mi bien, celos necios e impacientes fiscales impertinentes de Amor, disculpa me den. Llámanse Argos, y no ven; son necios por presumidos y dividiendo sentidos, por dar a su dueño enojos, viendo al amor en los ojos, viven siempre en los oídos. Oí lo que, a no ser loco, diera paz a mis desvelos; que son lógicos los celos, mi bien, y discurren poco. Sus pareceres revoco; castiga tú mi impaciencia y si das a la prudencia más lugar que a la venganza, disculpen esta mudanza celos, ocasión y ausencia. BEATRIZ: ¿Paréceos a vos bastante ese descargo? ÁLVARO: Mi bien, perdón tus brazos me den, y no pases adelante. Si no basta el ser tu amante, daga tienes homicida. Sácame el alma rendida. BEATRIZ: Será, ingrato, porque así, si tu alma vive en mí, me dé a mí misma la herida. Mucho tiene de rapaz Amor. ¡Qué presto se enoja! ¡Qué presto que el arco arroja ya de guerra, ya de paz! No eres de perdón capaz; pero ¿cuándo le negó quien tierno y constante amó pues cuando lo dilataras, y a pedirle no llegaras, era fuerza el llegar yo.
Salen el CONDE, GARCI-HERNÁNDEZ y ACOMPAÑAMIENTO
CONDE: No be tenido yo, García, mayor entretenimiento después que la caza curso. GARCÍA: ¡Valiente defensa ha hecho el oso! CONDE: ¡Oh marquesa ilustre! La vuelta a Monterey demos, porque la condesa goce brazos de huésped tan bello. BEATRIZ: Otro, gran conde, tenéis, que ocasiona mi destierro, y a vuestra sombra se ampara. CONDE: ¡Don Álvaro! ¿Qué es aquesto? ÁLVARO: Disfraces de la lealtad, que traidores persiguieron, y en vuestro valor confían. CONDE: Infinito debo al cielo, pues me ocasiona a serviros. García, vuestro vaquero fue don Álvaro Ataíde. GARCÍA: Gran señor, los pies os beso. ¿Hay suceso semejante?
Salen MARI-HERNÁNDEZ, DOMINGA, y CALDEIRA
MARÍA: En fin, Dominga, Vireno y la portuguesa... Aguarda. CONDE: Mi rey Fernando y el vuestro quieren perpetuar paces, y espero de sus conciertos, conde, vuestra libertad.
CALDEIRA habla aparte con su amo
CALDEIRA: ¿Luego ya te conocieron? ÁLVARO: Sí, Caldeira. A ser dichoso desde este punto comienzo, pues está Beatriz, conmigo. CONDE: Vamos, señores, que quiero dar a mi estado un buen día.
A MARI-HERNÁNDEZ
ÁLVARO: De la voluntad que os debo, y es imposible pagaros, servirá de desempeño, serrana, aquesta sortija. MARÍA: Si es señal de matrimonio y conmigo heis de casaros, espetádmela en el dedo. ÁLVARO: Yo, María, soy el conde de Silveira, y es mi dueño Beatriz, marquesa de Chaves. MARÍA: Pues echadla con mal huego. ÁLVARO: Adiós, graciosa serrana. MARÍA: ¿Y qué? ¿Sois conde, de vero? ÁLVARO: Y la marquesa mi esposa. MARÍA: ¡Ay padre! Desmayos tengo.
Aparte con DOMINGA
CALDEIRA: Dominga, adiós; que me acojo. DOMINGA: ¿Te vas? ¿Cuándo nos veremos? CALDEIRA: Los domingos, si es que gustas ser mi sayo dominguero. DOMINGA: ¿Pescudaré por Godiño? CALDEIRA: Caldeira por nombre tengo. DOMINGA: Seguiréte, porque vaya la soga tras el caldeiro.
Vanse todos, ménos MARI- HERNÁNDEZ
MARÍA: ¡Cielos! ¡Que es Vireno conde! ¡Que tiene esposa Vireno, y llevándose allá ell alma, a escuras me deja el cuerpo! ¡Aquí de Dios y del reye! ¿Él casado y yo en tormento? ¿Ella alegre, yo llorando? ¿Los dos vivos, yo muriendo? No lo sufrirá mi injuria; no lo admitirán mis celos. Donde hay agravio, hay venganza; donde hay amor, hay ingenio. Uno y otro han de mostrar como castiga desprecios la gallega Mari-Hernández. ¡Ay portugués feiticeiro!

FIN DEL ACTO SEGUNDO

La gallega Mari-Hernández, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002