ESCARMIENTOS PARA EL CUERDO

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)


Esta edición electrónica de ESCARMIENTOS PARA EL CUERDO fue preparada por Vern Williamsen en 2000 para incluirse en esta colección. La edición que tomamos como base para fijar nuestro texto es la de la QUINTA PARTE DE COMEDIAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA (Madrid: Imprenta Real, 1636).


Personas que hablan en ella

ACTO PRIMERO


Música de todos géneros y entran por un palenque con los instrumentos de un bautismo en fuentes de plata, gentileshombres bizarros en cuerpo; detrás de todos don JUAN, que lleva sobre una fuente un turbante y en él una corona, y en el remate una cruz. Luego vestido a lo turquesco, de blanco, el rey SAFIDÍN, descubierta la cabeza; a su lado GARCÍA de Sá, viejo, gobernador, bizarro, en cuerpo a lo antiguo. Por otro palenque SOLDADOS bizarros, uno de ellos con la banda de las Quinas de Portugal; y arcabuces, trompetas y cajas. Detrás, arrastrando una pica, MANUEL de Sosa, muy bizarro, y delante de él DIAGUITO con arcabuz pequeño, espada y daga. Arriba, en un balcón despejado y grande, la reina ROSAMBUCA a lo indio, coronada, y a su lado doña LEONOR, muy bizarra, y doña MARÍA, de hombre, muy galán. Va a besar la mano MANUEL, a GARCÍA, y tiénele
MANUEL: A los triunfos portugueses, cuyas belicosas quinas, armas ya, primero estrellas, tiembla el Asia, Europa envidia, después que logró la iglesia las católicas vigilias de Enrique, glorioso infante, que ocasiona las primicias de este dilatado imperio y en diez lustros vio su silla, Portugal, triunfante en Goa, freno absoluto de la India; a sus triunfos, pues, eternos, añada Vueseñoría, gobernador generoso de tanto emporio y provincias, el que la fama le ofrece con la victoria más digna de perpetuarse en bronces que conservó el tiempo escritas. Quiso el gran Nuño de Acuña dar fin dichoso a sus días y gobierno, que en diez años honraron tantas conquistas, con la inexpugnable fuerza de Dío, que vio cumplida, a pesar de resistencias, ya idólatras, ya moriscas. Diola cuatrocientas brazas de ruedo, con perspectiva y figura triangular, y en sus ángulos fabrica tres célebres baluartes, sin otro, que predomina en medio la plaza de armas; y al cabo la fortifica de fosos, muros, torreones, portas, puentes levadizas, armas, bastimento y cuanto mostró el arte a la milicia. Llamóla Santo Tomé, apóstol que santifica con su sangre a Meliapor y a Oriente con sus relíquias. Presidióla con mil hombres; y dándome su alcaidía premió en mí, cuando no hazañas, lealtad que la califica. El Soldán de Cambayá, que a la libertad antigua de su imperio vio poner tal yugo en su tierra misma, e impaciente de que extraños le registren las salidas y entradas que al Indo mar nuestro fuerte le limitan, por tres años de gobierno que estuve en aquella isla procuró mi destrucción, ya en fe de paces fingidas, disimulando asechanzas, ya en peligrosas caricias, convidándome a sus fiestas y frecuentando visitas, ya, en fin, viendo mi cuidado con descubierta malicia, asaltándome de noche varias veces; mas perdida la esperanza de vencerme, habiendo llegado un día a Dío el gobernador don Nuño con dos cuadrillas de naves de guerra, apresta el bárbaro la infinita multitud de sus vasallos --en secreto apercibida--. De paz al puerto se acerca y con él concierta vistas que don Nuño rehusó diciéndole que venía indispuesto; dióle fe el Soldán, y con festivas demostraciones, creyendo hacer en él presa rica y envïarle en una jaula de hierro al Gran Turco, avisa al capitán general que sus gentes aperciba. Despachó luego un presente de diversas salvajinas, como corzos y venados al enfermo, y se convida a entrar a verle a su nave; mas antes de darle, quitan a la caza pies y manos, señal ordinaria en la India, cuando tal regalo se hace, de que ya es gente cautiva sin pies ni manos aquella a quien tal presente envían. Disimuló su soberbia, y admitiendo su visita le hicieron bélica salva bombardas y chirimías. Llegó en seis fustas el moro; pero apenas subió arriba por la escala al galeón cuando manda que le embistan trescientos juncos y paraos --naves son de la milicia indiana--con que en un punto el mar, que de tanta quilla se vió oprimido, espumando cólera, montes enrisca tan altos, que pudo en ellos volverse la luna ninfa. Seis mil flecheros disparan a un tiempo jaras y grita tanta, que sordos y ciegos temió el oído y la vista; pero haciéndose a la mar los nuestros, las naves viran, y, parteando preñeces de bronce, las olas limpian con las esconas de fuego, cuyas pelotas derriban mil cabezas para chazas de la fama que eternizan. Tembló la armada blasfema, huyendo las que fulminan nubes de metales roncos los Falaris de sus vidas, y el bárbaro que intentaba, mientras sus flechas granizan, prender al gobernador, viendo la mortal rüina de sus indios, temeroso se arroja al agua, y encima de sus olas con los brazos lisonjas al mar dedica. Blanco de nuestros mosquetes, llegó con tantas heridas, que para escribir victorias su sangre al mar prestó tinta. Tomó puerto ya sin alma el cuerpo infiel, y a la orilla, en mausoleos de arena, no echó menos los de Libia. Saltamos en tierra todos, y barriendo la marina de la infinidad cobarde, la venganza hizo tal riza que, temerosas las almas de la estrecha compañía de sus cuerpos, diez mil moros a la muerte hicieron rica. Asaltamos la ciudad, que de nuestro fuerte dista dos leguas, y entrando en ella, ni la inocente puericia, ni la decrépita plata, ni el sexo hermoso que priva de las armas el furor y vence a la cortesía, admitió sus privilegios; porque igualmente la ira portuguesa añadió a Troya, si no lástimas, cenizas. Satisfizo su hambre el fuego, como su sed la codícia, con los robados despojos, y después que por tres días unos lloran y otros cantan, el gran Nuño fortifica la plaza; añade soldados a la fortaleza e isla; encarga a Antonio Silveira, persona tan noble y digna, de su gobierno, que puede serlo de esta monarquía. Cumplidos ya mis tres años, llevarme en su compañía quisiera el gobernador; pero la amistad antigua del nuevo alcaide Silveira pudo tanto, que me obliga a militar a su sombra, y la inclinación y estima que a Dío y su fortaleza tengo, pues fue hechura mía, y yo su primer caudillo, me compele a que le asista. Murió el gran Nuño, si muere quien, a pesar de la envidia, en archivos de la fama al tiempo se inmortaliza, y entró el gran don Juan de Castro, tercer virrey de la India, que cargado de victorias en flor la muerte marchita. Muerto, pues, el Soldán viejo, Baduz de la fuerte dicha, y siendo su sucesor un sobrino--que no estiman los hijos para herederos en estas anchas provincias, sino a los hijos de hermanas, pues de este modo averiguan ser su sangre y aborrecen sospechosas bastardías por las dudas de los padres, que en la mujer no peligran-- deseando la venganza del tío, en secreto envía embajadores a Grecia que al Turco favor le pidan con que destierren del Asia las portuguesas reliquias, y sujetando el Oriente usurpe su monarquía. Es el bravo Solimán el que agora tiraniza el otomano gobierno; aquél que tembló en Hungría de la fortuna de Carlos, y afrentoso se retira de las águilas del César, luz de Austria y sol de Castilla. Éste, pues, considerando que si codicioso esquilma las orientales riquezas, sus drogas y especierías, señor del globo terrestre será fácil su conquista y del un trópico al otro no habrá nación que no oprima, arroja al Bermejo mar por las riberas egipcias sesenta y cuatro galeras y en ellas turcos alista. Trece mil rumes--así a los turcos apellidan en estas partes, creyendo que de Roma se originan-- genízaros los seis mil y esotra gente escogida, ejercitada en Europa, los más de su guardia misma; nómbrales por general el Bajá de Egipto, digna persona para tal cargo por la experiencia y noticia en las cosas militares; pero de tan peregrina crasitud y corpulencia, que dicen que le caía sobre los pechos la carne de la barba, y que las tripas con una faja al pescuezo atadas, le daba grita nuestra gente, y le llamaba ganapán de su barriga. Éste, pues, aunque tan grueso, inmóvil en una silla, lo que en las fuerzas le falta equivale en lo que arbitra; desembarcó en Cambayá y recibióle en su orilla, con aplausos y lisonjas, el Soldán y su familia; y deseosos los dos de dejar la tierra limpia de lusitanos estorbos, marcharon al otro día, llevando en entrambos campos, sin chusma y gente baldía, cuarenta y siete mil hombres, los treinta de flechería, los demás ejercitados en el mosquete, la pica, y los demás que en Europa honra nuestra disciplina. Llegados por tierra y mar tercios y naves nos sitian, y luego al asalto tocan, porque no nos aperciban la prevención y el sosiego; pero al instante que arriman escalas a la muralla, las coronan por encima portugueses que, animosos, trescientos turcos derriban a la ruciada primera de nuestra mosquetería. Éramos sólo quinientos, cincuenta mil la enemiga multitud; contad ahora a qué tantos nos cabría. Matáronnos seis no más, y cobardes se retiran a las tiendas de Cogá, general de la provincia. Hubo entonces portugueses a quien el valor anima de suerte, que abren las puertas y la retaguardia pican hasta coger treinta de ellos, que con música festiva colgaron de las almenas, para mayor ignominia, con sus arcos a los cuellos, cimitarras en las cintas, turbantes en las cabezas, vestidos de telas ricas. Blasfemaba el bajá grueso, que nuestro valor admira; pero lo que sintió más es ver que el mar solemniza nuestra victoria de modo que, aplaudiendo nuestra dicha, montes de vidrio levanta por que en los cascos embistan. Chocaron unos con otros de suerte que, sumergidas seis galeras, las demás, destrozadas, se retiran al puerto de Madrefaba, cinco leguas más arriba de Dío, donde ancorando, cansancio y temor alivian. Atrincheróse en el cerco el campo; y la artillería, a caballero plantada, comenzó la batería; y porque nuestros reparos menos al esfuerzo sirvan, una máquina echó al agua, que puso al principio grima. Era un galeón cargado de pez, pólvora y resina, de salitre y alquitrán, que al fuerte del mar arriman, para que, dándole fuego, mientras le vuelven ceniza las llamas, les den entrada, y el humo que desatina estorbe nuestra defensa. La traza era peregrina, a no ser tan grande el peso, que aguardaron aguas vivas para poderle arrimar; pero osó la valentía de Francisco de Gobea, capitán de infantería, hacer una hazaña hasta hoy sin ejemplar e inaudita, española, temeraria, portuguesa, ejecutiva. Aguardó a la media noche, y arrojándose en camisa al agua con una mecha dentro un cañón encendida, y una bomba de alquitrán, al galeón se avecina, y en un instante le pega la contagiosa malicia, con que los tres elementos, aire, tierra y fuego, lidian sobre el cuarto de tal forma, que reventando en astillas, luminarias de esta hazaña fue que al turco atemoriza. Quedó el bárbaro asombrado; y ciego, al cuarto de prima, el castillo de Rumeo asalta, y a escala vista le entró, perdiendo los nuestros en su defensa las vidas, sin quererse dar jamás, y entre ellos la valentía de su capitán Pacheco, cuya muerte en bronce escrita, siendo herencia de la fama, a un tiempo alegra y lastima. Diez asaltos generales nos dieron en veinte días, sin dejarnos sosegar uno solo; pero diga si ardides y estratagemas, tiros, flechas, fosos, minas, hallaron la vigilancia de nuevo valor vestida. Treinta hombres quedamos solos de quinientos, mas suplía el ánimo cantidades, hasta que al fin nos animan veinte fustas de socorro que don Juan de Castro envía con armas y bastimentos, y de noche dieron vista a nuestro fuerte, trayendo con presencia ostentativa cada uno cuatro faroles. Oyeron sus culebrinas los turcos, y sospechando tener a toda la India sobre sí, pegando fuego a su alojamiento, guían a embarcar, tan temerosos, que el bagaje, artillería y cuatrocientos heridos dejó, por que no le sigan. Veinte mil le degollamos en dos meses, cuyas vidas nos costaron cuatrocientas, a cincuenta bien vendidas. Recogimos los despojos; y con fiestas y alegrías en procesión venerable dimos las gracias debidas a Dios y a su madre intacta. No cuento, por infinitas, hazañas particulares. Los extraños las escriban. Sólo digo que hubo esfuerzo --el ánimo desatina-- de portugués que, faltando la munición, se derriba los dientes con el cañón --es loca la valentía-- matando a turco por diente. Estime vueseñoría esta célebre victoria, y valerosa prosiga las hazañas portuguesas porque el Asia se nos rinda. GARCÍA: Estando vuestro valor en Dío, Manuel de Sosa, la victoria era forzosa, por más difícil mejor. Safidín, rey de Tanor, --provincia es de Malabar-- se ha venido a bautizar; que mientras reino conquisto en paz, también sabe Cristo coronas a su ley dar. Él y la reina han honrado nuestra corte, y yo, padrino de Safidín, determino festejar tan gran soldado. A buen tiempo habéis llegado; ponga luminarias Goa, y de la mejor canoa hasta el mayor galeón, con festiva ostentación adornen de popa a proa. MANUEL: Déme a besar vuestra alteza la mano. SAFIDÍN: Las vuestras dan asombros a Solimán y a Cambayá fortaleza. Cristiano soy, la llaneza de Portugal es la mía; alistad desde este día, sin reverenciar mi estado, Manuel de Sosa, un soldado, hermano de don García. El nombre dejo primero con la ley. Ya soy nuevo hombre; en las obras y en el nombre imitar vuestro rey quiero. Déme don Juan el Tercero con el suyo su valor; don Juan soy, gobernador; que este blasón inmortal como ilustra a Portugal ha de ilustrará Tanor. Cuando en el agua divina mi esposa vuelva a nacer, el nombre le ha de poner vuestra reina Catalina. A Dios la cerviz inclina, y a pesar del Alcorán, pues ley y nombre nos dan vuestros reyes, ¿qué más fama, si Catalina se llama y el Rey Safidín don Juan? GARCÍA: Gracia, señor, significa; gracias al cielo se den, pues en vos los nuestros ven la gracia que os vivifica; en cuerpo real alma rica de virtudes; envidiar os pueden A un tiempo y dar parabienes mi contento: reinar sin Dios es tormento, servirá Dios es reinar. JUAN: Dadnos, capitán de Dío, los brazos, si merecemos los que vuestros triunfos vemos gozarlos. MANUEL: ¡Oh don Juan mío! El alma que alegre os fío con ellos es bien que os dé. JUAN: ¡Grande valor! MANUEL: Corto fue, y mis hazañas pequeñas sin don Juan de Mascareñas, columna de nuestra fe. Mucho traigo que contaros. DIAGUITO: Si mi pequeñez merece esa mano que ennoblece a cuantos llegan a hablaros, haga mis principios claros y honre vuestra señoría con ella la boca mía. GARCÍA: ¿Quién sois vos, rapaz hermoso, tan portugués en lo airoso, tan hombre en la bizarría? DIAGUITO: Poca cosa en lo chiquito, si grande en lo portugués; hidalgo me dicen que es mi padre, y yo soy Diaguito. GARCÍA: Manuel: ¿es vuestro? MANUEL: Un delito amoroso en Portugal me le dejó por señal y pena de mi ignorancia. GARCÍA: Qué, ¿hijo es vuestro? MANUEL: Es de ganancia. GARCÍA: Ganancia fué de caudal. DIAGUITO: Nadie diga que es mi padre; que a mí nadie me engendró en el mundo mientras yo no sepa quién es mi madre. Esa ganancia le cuadre al que es torpe mercader, y ninguno ose poner en mí, con viles empleos, que por o corpo de deos que os bofes lle he de comer. CARBALLO: Tomaos con el rapacito. SAFIDÍN: ¿Vióse donaire más bello? GARCÍA: Es portugués. Basta sello; no haya más, señor Diaguito. LEONOR: Gusto me ha dado infinito. MARÍA: Subid al balcón, amores. GARCÍA: Las damas arrojan flores, hagámoslas cortesía. MANUEL: Plegue al cielo, Leonor mía, que no paren en rigores.
Éntranse con música, como vinieron, y quedan CARBALLO y BARBOSA
BARBOSA: Pues, Carballo, ¿cómo ha ido allá con tanto rebato? CARBALLO: Como tres con un zapato. Poetas habemos sido. BARBOSA: ¿Cómo? CARBALLO: Hicimos maravillas. Entre los tiros diversos hay unos llamados versos que arrojaban redondillas. Otros de mayor estima que, porque si disparaban, a ocho los arrimaban, se llaman octava rima. Poetizaba un culebrón al turco de un parapeto que se llamaba soneto, mas dad al diablo su son; porque derribaba a bulto, echando su consonante, cuanto topaba delante. BARBOSA: Ese tal debe ser culto. CARBALLO: Otro de una cota armado con dos quintales de bola de catorce pies. BARBOSA: ¿Y cola? Soneto fue estrambotado. CARBALLO: Pues ¿qué ciertos falconcillos que enramados escupían balas y piedras? BARBOSA: Serían romances con estribillos. CARBALLO: De esto hubo abundantemente, y más que si disparaban todos ellos se preciaban de poetas de repente, asombrándose de vellos en llegándose a entender. BARBOSA: Sátiras debían de ser pues que todos huyen de ellos. Ahora bien, señor Carballo, si no tiene alojamiento, el mío estará contento de servirle y de hospedallo. CARBALLO: Beixo o as maos. BARBOSA: La amistad premia con lo que tiene, y acá, si en versos de bronce da toda Goa es academia.
Vase. Sale doña MARÍA en hábito de hombre
¡Ah fidalgo! CARBALLO: Ése es mi nombre. MARÍA: Una palabra entretanto que entran. CARBALLO: ¡Jesu, corpo santo! ¿qué he visto? ¿Quién eres, hombre? MARÍA: ¡Ah, Carballo! ¿quien podía ser, sino una desdichada sin honor y ya olvidada? CARBALLO: Señora doña María, ¿en la India vos? ¿Vos en Goa, y en traje tan indecente? MARÍA: Mujer amante, y ausente aborreciendo a Lisboa, donde promesas y engaños acaudalaron enojos, pagando en llanto los ojos olvido de tantos años; cuando llegué a aventurar lo menos, si ya perdí lo más, ¿qué mucho que aquí me halléis? CARBALLO: ¿Que el inmenso mar y sus peligros se atreva a pasar una mujer? MARÍA: ¿Qué mar como el bien querer? ¿Qué golfos como hacer prueba en un hombre que olvidado de obligaciones de amor, cuando profesa valor, su valor ha amancillado? Salí por ver si hallaría el que llama la confianza cabo de Buena Esperanza, mas no le tiene la mía. Y no me anegó la suma de tanto golfo y rigor; que no anega el mar a amor porque es nieto de su espuma. Hombre con obligaciones tan precisas de remedio, con un hijo de por medio, que suelen ser eslabones que encadena voluntades, y en él, el que trujo ha sido Leteo para su olvido, no para mis soledades. Sin escribirme en tres años siquiera una letra sola, registrando yo cada ola y engañando desengaños que apaciguaban deseos; y por la ribera abajo pidiendo cartas al Tajo, creyendo que eran correos las crecientes que a mis puertas ondas daban sucesivas, para todos aguas vivas y para mi sola muertas. Cansóse ya la paciencia; nombre me dio de su esposa mil veces Manuel de Sosa; tomó como tal licencia que aposesionaron ruegos. Partióse y llevó consigo de un año un solo testigo de mis disparates ciegos. Debiéronse de anegar entre inmensidad de espumas, palabras; que éstas y plumas lleva el viento; ¿qué hará el mar? CARBALLO: La guerra y tiempo divierte el ocio de esos cuidados; no es amor para soldados y la ausencia es otra muerte. Mucho os quiso mi señor, y viendo vuestra belleza realzada con la fineza de tanta lealtad y amor le obligará, cosa es clara, y si olvidarse es delito, hará las paces Diaguito, que es los ojos de su cara. MARÍA: ¡Hijo de mi corazón! Sus deseos solamente causa ha sido suficiente a mi peregrinación. ¿Quién duda que de su madre olvidado, el capitán, aquí sus gustos tendrán empleo que más les cuadre? CARBALLO: No sé, aunque tientan a pares las indianas hermosuras, que pruebe sus aventuras con las damas malabares; que en la India, porque se note, las caras que soplan brasas, unas son ciruelas pasas y otras son de chamelote. Las daifas más estimadas, y que aquí se solemnizan, si no negras, mulatizan y son ninfas nogueradas. Ninguna el rostro se adoba, no se perfuma ninguna, las más huelen a grajuna y todas son de caoba. ¿Qué voluntad amarilla las ha de amar, si es discreta, habiendo dama con teta que la llega a la rodilla? El gusto de mi señor es de noble portugués; llegad a hablarle después que deje al gobernador; que puesto que en su palacio se aposenta, tiempo habrá que amante os satisfará. Ellos vienen; más despacio podréis estimar, señora, finezas de vuestra fe; que si de repente os ve le alborotaréis ahora.
Vanse. Salen el gobernador GARCÍA de Sá y MANUEL de Sosa
GARCÍA: Cuando pasé ahora un año por Cambayá, y la aseguré del daño que Dío recelaba con el bárbaro cerco que esperaba, mi gobierno acabado en Caúl, fui de vos tan regalado, que mi Leonor no sabe sufrir conversación que no os alabe. Dice que lo que estuvo con vos en Dío, a nuestra patria tuvo de tal suerte olvidada, que, en vuestra compañía agasajada, ni echó menos a Goa ni supo si en el mundo había Lisboa. Ahora, pues, quisiera, capitán, hospedaros de manera, ya que os tiene en palacio, que descansando en él por espacio largo saliera de este empeño, que según le encarece no es pequeño. Su fiador he salido, y así, mientras gobierno la India, os pido que en nuestra compañia cumpláis con mi deseo y su porfía. MANUEL: Términos portugueses son pródigos en ella; por dos meses que merecí hospedaros en Dío y con deseos regalaros, que con obras ya vía que era imposible a vuesa señoría en una fortaleza tan pobre agasajar tanta nobleza, por término tan breve no es bien confiese deudas que no debe. GARCÍA: Es muy agradecida, Leonor, y estáos, Manuel, reconocida; mas no tratando de esto, sabed, Manuel de Sosa, que he dispuesto darla seguro estado; yo estoy de canas y de vejez cargado; Leonor es mi heredera y única sucesora; en fin, quisiera que la honrara un esposo fidalgo en sangre, en obras generoso. Para esto había elegido a don Juan Mascareñas, conocido por su valor y hazañas, no sólo en su nación, en las extrañas; mas repúgnalo tanto que ofende su obediencia con su llanto. Dice que mientras vivo culpará mi crueldad si la cautivo, pues en mí la dio el cielo amparo, esposo y padre. Este desvelo me causa pesadumbre, y el dársela también, porque es la lumbre y objeto de mis ojos y llegárame a ellos darla enojos; vos podéis persuadirla, pues os tiene respeto, y reducirla a lo que yo no puedo. MANUEL: (¡Ay cielos rigurosos!) Aparte GARCÍA: Ved que quedo en vos, Manuel, confiado. Don Juan es vuestro amigo, gran soldado, su edad en primavera, su sangre ilustre y que heredar espera un mayorazgo rico; galán, y en condición os certifico que un ángel me parece; decid que goce el bien que Dios la ofrece. MANUEL: Si en mis ruegos estriba el daros gusto a vos, mi persuasiva, señor, puesto que tosca, procurará que humilde reconozca lo mucho que en serviros interesa. GARCÍA: Venid a divertiros a la marina un rato conmigo, si gustáis, que ya su ornato la noche mercadera, ausente el sol su opuesto, saca afuera y apercibid mañana razones concluyentes, que si allana Leonor su resistencia y por vos califica su obediencia, deberáos don García, una alegre vejez. MANUEL: (¡Ay Leonor mía; Aparte siendo ya vos mi esposa igualmente constante como hermosa qué desacierto ha sido hacer casamentero al que es marido!)
Vanse. Salen doña LEONOR dando un papel a doña MARÍA
LEONOR: Mira que de ti me fío, Acuña. MARÍA: Daré el papel puntüal, secreto y fiel; pues siendo vos dueño mío y debiéndoos lo que os debo desde que os entré a servir, mi contento es asistir a vuestro gusto. LEONOR: Me atrevo en fe de esa confïanza a extrañas cosas por ti. MARÍA: No fuera no hacerlo así tanta con vos mi privanza. LEONOR: Mi padre no hay que avisar, si eres discreto. MARÍA: Ni es justo; ¿Llévoles cosas de gusto? LEONOR: No son sino de pesar. Encárgole cierta cosa difícil y de importancia. MARÍA: Perdónese mi ignorancia; creí que Manuel de Sosa era vuestro pretendiente dichoso y correspondido con asomos de marido. LEONOR: ¡Jesús! Es tan diferente de esto lo que le encomiendo, que antes ha de disuadir a mi padre e impedir pretensiones. MARÍA: Ya lo entiendo; no hay que declararos más; cumpliré mi comisión como tengo obligación. LEONOR: En el jardín me hallarás.
Vase
MARÍA: Billete doña Leonor para mi Manuel de Sosa, de su padre recelosa con tal secreto y temor. Sospechas si no es amor, ¿qué puede ser? ¡Qué presto empiezo a temer! Mas es del amor efeto, ¿papel secreto sin verle yo y soy mujer? Celos míos, eso no; que para desestimaros con indicios menos claros sospecho mis males yo; amor por oficio os dió andar inquietos y acechar siempre indiscretos lo que no alcanzáis a ver; donde hay mujer y celos nunca hay secretos. ¿Yo, amante menospreciada; doña Leonor cuidadosa; papel a Manuel de Sosa; mi amor y fama olvidada, y qué no ha de saber nada don García? No, celosa pena mía, más mal hay del que parece; esto merece mujer que en mujer se fía.
Rómepele. Lee
"Permisiones de mi amor han dado causa a un delito que, por no ser para escrito, la pluma enfrena el temor. Vuestra vida con mi honor corren riesgo, don Manuel. La honra es siempre crüel que sus agravios conoce, diréos viéndome a las doce lo que no osó este papel." ¡Ay, ofendida esperanza!, ya de vos no hay que hacer cuenta; ten tierra, celos, tormenta? ¿En el mar, amor, bonanza? Peligros de esta mudanza ya los temieron mis daños. ¿Al cabo de tantos años me anegan agravios, cielos? Sí, que no son donde hay celos, Santelmo los desengaños. ¿Qué dudo, si por escrito confiesa doña Leonor permisiones de su amor que condena por delito? Remedios que solicito mis desengaños los borren, riesgo le escribe que corren su honor y vida--¡ay de mí!-- mi amor los corre, eso sí, pues dichas no le socorren. ¿Qué riesgos pueden correr sin terceros sus amores? Mas amor que esconde flores mal puede el fruto esconder. Ceben de echarse de ver hurtos de su amor liviano; y de su padre, no en vano temerá la justa pena; mas pues sembró en tierra ajena que lo pague el hortelano. Palabra me dió de esposo y un hijo que en su resguardo no le ha de afrentar bastardo; don García es generoso; ya, secretos, es forzoso que os saque el peligro afuera; a hablarle voy aunque muera; que si se han dado los dos las manos, para con Dios, de palabras la primera.
Vase. Salen don GARCÍA y don JUAN
GARCÍA: Iréis, don Juan, con una escuadra mía de galeras, armadas para guarda del rey recién cristiano, cuando el día salude el alba con su luz gallarda; labraréis en Tanor la factoría que Safidín ofrece, y si se tarda, y su gente en negarla está resuelta, cargaréis la pimienta y daréis vuelta. JUAN: ............................. [-osa] ...............................[ -ida] ...............................[ -osa] ...............................[ -ida]. Si promete premiar, Leonor hermosa, por ti--¡oh, señor!--la fe con que es querida, corto trabajo a largo premio mides. Los doce añade con que se honra Alcides. Iré a Tanor, y como se me encarga, persuadiré a su rey cuando le lleve, al tributo, al presidio y a la carga de especia y drogas que cumplirnos debe la dilación que amor juzgará larga; ya portugués Jacob, tendrá por breve mi esperanza, aumentando en sufrimientos, a mis servicios más merecimientos. GARCÍA: Id, pues, don Juan amigo, a apercibiros, que quiere Safidín salir mañana antes que el sol. JUAN: ¡Oh golfo de zafiros! Dad prisa al alba de jazmín y grana; no hay vientos que esperar donde hay suspiros; no hay mares que temer cuando se allana a quererme Leonor; de Alción los días serán al mar las esperanzas mías.
Vase. Sale doña ISABEL a una puerta con un niño en los brazos
ISABEL: Si está avisado, él será. GARCÍA: ¿Qué es esto, a tal hora abierta, cielos, del jardín la puerta? ISABEL: Fidalgo, llegaos acá. GARCÍA: Disimular es mejor. ISABEL: ¿Sois Manuel de Sosa? GARCÍA: Sí. ISABEL: ¡Qué presto le conocí! ¿Dónde está el gobernador? GARCÍA: Rondando las portas. ISABEL: Bien; lo mismo Acuña me dijo. Poned en cobro este hijo de que os doy el parabién; que es tan parecido a vos que en él se verá su padre; riesgo ha corrido su madre, mas ya está mejor. Adiós.
Cierra y vase
GARCÍA: ¿Sueño? ¿Estoy despierto o loco? Durmiendo debo de estar; mas, temor, si esto es soñar, ¿qué puede ser lo que toco? A quimeras me provoco que desmienten mi sentido. ¿Manuel de Sosa hoy venido y con hijo que nace hoy? No, cielos, durmiendo estoy. Pero despierto y dormido a un tiempo no puede ser... ¡Qué de sospechas colijo! "Poned en cobro este hijo." ¡Y hoy venido, ausente ayer! Donde es forzoso el creer excusado es el dudar, peligroso el sospechar, afrentoso el permitir, pusilánime el sufrir y cuerdo el averiguar. Nueve meses ha que en Dío su alcaide nos hospedó; ¿si la posada pagó a mi costa el honor mío? Cuanto más de Leonor fío menos hay que hacer caudal de la que es más principal, y más cordura el temer; que es el vicio en la mujer defecto trascendental. Mas no ofendamos su estima hasta aquí sólo iniciada; en Dío entró acompañada de doña Isabel, su prima. Menos la bala lastima que está del cañón más lejos; procuren sanar consejos lo que culpas informaron; que no en balde se estimaron en más los médicos viejos. Mas nunca doña Isabel me alabó tan oficiosa y necia a Manuel de Sosa como Leonor siempre en él. Si noble, sólo Manuel con la nobleza se alzó; si discreto, él se llevó la cátedra de los sabios... ¿Siempre Manuel en los labios y no en el alma? Eso no. ¿De qué sirve en mi porfía hacer discursos a obscuras, si todas mis conjeturas paran en deshonra mía? Mi sangre a Leonor envía, mi sangre, que no se infama; de mi sangre, Isabel, rama, corre también por mi cuenta; pues si cualquiera me afrenta, ¿qué está dudando mi fama? ¡Oh, quién en tal confusión sin riesgo de la prudencia, imitara la sentencia que hizo sabio a Salomón! Supiera en la partición del infante pleiteado por dos madres, mi cuidado, aunque dos partes le hiciera, quién era la verdadera y quédase yo vengado. Pero yo sé que no osara dar la sentencia que dió, Salomón, si como yo su infamia participara. Callemos, que si a la cara se asoma la enfermedad, ella dirá la verdad y yo vengaré mi mengua, pues la discreción sin lengua veneró la antigüedad.
Salen MANUEL de Sosa y CARBALLO
CARBALLO: En paje se ha transformado; mira, al tiempo que has venido. MANUEL: ¡Qué para poco que ha sido el mar, pues no la ha anegado! En todo soy desdichado. CARBALLO: Si con dos has de casarte, lo mejor será ausentarte. GARCÍA: (Éste es.) Aparte MANUEL: ¡Ay, Leonor hermosa! GARCÍA: Capitán Manuel de Sosa, una palabra aquí aparte. MANUEL: ¿Quién sois? GARCÍA: Estaráos mejor no saberlo. MANUEL: ¿Otro cuidado? GARCÍA: Esto para vos me han dado; guardáos del gobernador.
Vase
MANUEL: ¡Ay, cielos! CARBALLO: ¿Hirióte? ¡Ay, Leonor! Hijo es éste. ¿Hay más azares? CARBALLO: ¿Qué tienes? MANUEL: Nada. ¿Pesares, tantos juntos? No me sigas. Vete. CARBALLO: Voime. MANUEL: No lo digas. CARBALLO: (¡Mujeres e hijos a pares!) Aparte
Vanse, cada uno por su puerta

FIN DEL PRIMER ACTO

Escarmientos para el cuerdo, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002