DON GIL DE LAS CALZAS VERDES

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de DON GIL DE LAS CALZAS VERDES fue preparada por Francisco Florit (Universidad de Murcia, España) en octubre de 1995. Fue encodificada para esta colección por Vern Williamsen en el mismo mes de octubre. DON GIL DE LAS CALZAS VERDES se publicó por primera vez en la CUARTA PARTE de comedias de Tirso de Molina (Madrid, María de Quiñones, 1635), que es la edición que tomamos como base para fijar nuestro texto según el ejemplar de la Biblioteca Nacional de París, Yg. 24. La edición príncipe, cuyo texto está bien conservado, es la fuente última, directa o indirecta, de todas las ediciones posteriores. Nuestro texto regulariza las indicaciones de personajes que hablan y su disposición gráfica, resuelve las abreviaturas y moderniza la puntuación y las grafías siempre que no tengan relevancia fonética. Cualquier añadido o enmienda al texto de la príncipe va entre corchetes.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO

Sale Doña JUANA de hombre con calzas y vestido todo verde, y QUINTANA, criado
QUINTANA: Ya que a vista de Madrid y en su Puente Segoviana olvidamos, doña Juana, huertas de Valladolid, Puerta del Campo, Espolón, puentes, galeras, Esgueva, con todo aquello que lleva, por ser como inquisición de [la] pinciana nobleza, pues cual brazo de justicia, desterrando su inmundicia califica su limpieza; ya que nos traen tus pesares a que desta insigne puente veas la humilde corriente del enano Manzanares, que por arenales rojos corre, y se debe correr, que en tal puente venga a ser lágrima de tantos ojos; ¿no sabremos qué ocasión te ha traído desa traza? ¿Qué peligro te disfraza de damisela en varón? JUANA: Por agora no, Quintana. QUINTANA: Cinco días hace hoy que mudo contigo voy. Un lunes por la mañana en Valladolid quisiste fiarte de mi lealtad: dejaste aquella ciudad; a esta Corte te partiste, quedando sola la casa de la vejez que te adora, sin ser posible hasta agora saber de ti lo que pasa, por conjurarme primero que no examine qué tienes, por qué, cómo o dónde vienes, y yo, humilde majadero, callo y camino tras ti haciendo más conjeturas que un matemático a escuras. ¿Dónde me llevas ansí? Aclara mi confusión si a lástima te he movido, que si contigo he venido, fue tu determinación de suerte que, temeroso de que, si sola salías, a riesgo tu honor ponías, tuve por más provechoso seguirte y ser de tu honor guardajoyas, que quedar, yéndote tú, a consolar las congojas de señor. Ten ya compasión de mí, que suspensa el alma está hasta saberlo. JUANA: Será para admirarte. Oye. QUINTANA: Di. JUANA: Dos meses ha que pasó la pascua, que por abril viste bizarra los campos de felpas y de tabís, cuando a la puente, que a medias hicieron, a lo que oí, Pero Anzures y su esposa, va todo Valladolid. Iba yo con los demás, pero no sé si volví, a lo menos con el alma, que no he vuelto a reducir, porque junto a la Vitoria un Adonis bello vi que a mil Venus daba amores y a mil Martes celos mil. Dióme un vuelto el corazón, porque amor es alguacil de las almas, y temblé como a la justicia vi. Tropecé, si con los pies, con los ojos al salir, la libertad en la cara, en el umbral un chapín. Llegó, descalzado el guante, una mano de marfil a tenerme de su mano. ¡Qué bien me tuvo! ¡Ay de mí! Y diciéndome: "Señora, tened; que no es bien que así imite al querub soberbio cayendo, tal serafín", un guante me llevó en prendas del alma, y si he de decir la verdad, dentro del guante el alma que le ofrecí. Toda aquella tarde corta, digo corta para mí, que aunque las de abril son largas mi amor no las juzgó ansí, bebió el alma por los ojos sin poderse resistir el veneno que brindaba su talle airoso y gentil. Acostóse el sol de envidia, y llegóse a despedir de mí al estribo de un coche adonde supo fingir amores, celos, firmezas, suspirar, temer, sentir ausencias, desdén, mudanzas y otros embelecos mil, con que, engañándome el alma, Troya soy, si Scitia fui. Entré en casa enajenada: si amaste, juzga por ti en desvelos principiantes qué tal llegué. No dormí, no sosegué; parecióme que olvidado de salir el sol ya se desdeñaba de dorar nuestro cenit. Levantéme con ojeras desojada, por abrir un balcón, de donde luego mi adorado ingrato vi. Aprestó desde aquel día asaltos para batir mi libertad descuidada. Dio en servirme desde allí; papeles leí de día, músicas de noche oí, joyas recibí, y ya sabes qué se sigue al recibir. ¿Para qué te canso en esto? En dos meses don Martín de Guzmán, que así se llama quien me obliga a andar ansí, allanó dificultades tan arduas de resistir en quien ama, cuanto amor invencible todo ardid. Dióme palabra de esposo, pero fue palabra en fin tan pródiga en las promesas como avara en el cumplir. Llegó a oídos de su padre, debióselo de decir mi desdicha nuestro amor, y aunque sabe que nací si no tan rica, tan noble, el oro, que es sangre vil que califica interés, un portillo supo abrir en su codicia. ¡Qué mucho, siendo él viejo, y yo infeliz! Ofrecióse un casamiento de una doña Inés, que aquí con setenta mil ducados se hace adorar y aplaudir. Escribió su viejo padre al padre de don Martín pidiéndole para yerno. No se atrevió a dar el sí claramente por saber que era forzoso salir a la causa mi deshonra. Oye una industria civil: previno postas el viejo y hizo a mi esposo partir a esta Corte, toda engaños; ya, Quintana, está en Madrid. Díjole que se mudase el nombre de don Martín, atajando inconvenientes, en el nombre de don Gil, porque, si de parte mía viniese en su busca aquí la justicia, deslumbrase su diligencia este ardid. Escribió luego a don Pedro Mendoza y Velasteguí, padre de mi opositora, dándole en él a sentir el pesar de que impidiese la liviandad juvenil de su hijo el concluirse casamiento tan feliz, que por estar desposado con doña Juana Solís, si bien noble, no tan rica como pudiera elegir, enviaba en su lugar y en vez de su hijo a un don Gil de no sé quién, de lo bueno que ilustra a Valladolid. Partióse con este embuste; mas la sospecha, adalid, lince de los pensamientos y Argos cauteloso en mí, adivinó mis desgracias, sabiéndolas descubrir el oro, que dos diamantes bastante[s] son para abrir secretos de cal y canto. Supe todo el caso, en fin, y la distancia que hay del prometer al cumplir. Saqué fuerzas de flaqueza, dejé el temor femenil, dióme alientos el agravio, y de la industria adquirí la determinación cuerda, porque pocas veces vi no vencer la diligencia cualquier fortuna infeliz. Disfracéme como ves y, fiándome de ti, a la fortuna me arrojo y al puerto pienso salir. Dos días ha que mi amante, cuando mucho, está en Madrid; mi amor midió sus jornadas. ¿Y quién duda, siendo ansí, que no habrá visto a don Pedro sin primero prevenir galas con que enamorar y trazas con que mentir? Yo, pues que he de ser estorbo de su ciego frenesí, a vista tengo de andar de mi ingrato don Martín, malogrando cuanto hiciere; el cómo, déjalo a mí. Para que no me conozca, que no hará, vestida ansí, falta sólo que te ausentes, no me descubran por ti. Vallecas dista una legua: disponte luego a partir allá, que de cualquier cosa, o próspera o infeliz, con los que a vender pan vienen de allá, te podré escribir. QUINTANA: Verdaderas has sacado las fábulas de Merlín; No te quiero aconsejar. Dios te deje conseguir el fin de tus esperanzas. JUANA: Adiós. QUINTANA: ¿Escribirás? JUANA: Sí.
Vase [QUINTANA]. Sale CARAMANCHEL, lacayo
CARAMANCHEL: Pues para fiador no valgo, sal acá, bodegonero, que en esta puente te espero. JUANA: ¡Hola! ¿Qué es eso? CARAMANCHEL: Oye, hidalgo: eso de "hola," al que a la cola como contera le siga y a las doce sólo diga: "olla, olla" y no "hola, hola". JUANA: Yo, que "hola" agora os llamo, daros esotro podré. CARAMANCHEL: Perdóneme, pues, usté. JUANA: ¿Buscáis amo? CARAMANCHEL: Busco un amo; que si el cielo los lloviera y las chinches se tornaran amos, si amos pregonaran por las calles, si estuviera Madrid de amos empedrado y ciego yo los pisara, nunca en uno tropezara, según soy de desdichado. JUANA: ¿Qué tantos habéis tenido? CARAMANCHEL: Muchos, pero más inormes, que Lazarillo de Tormes. Un mes serví no cumplido a un médico muy barbado, belfo, sin ser alemán, guantes de ámbar, gorgorán, mula de felpa, engomado, muchos libros, poca ciencia, pero no se me lograba el salario que me daba, porque con poca conciencia lo ganaba su mercé, y huyendo de tal azar me acogí con Cañamar. JUANA: ¿Mal lo ganaba? ¿Por qué? CARAMANCHEL: Por mil causas: la primera, porque con cuatro aforismos, dos textos, tres silogismos, curaba una calle entera. No hay facultad que más pida estudios, libros galenos, ni gente que estudie menos, con importarnos la vida. Pero, ¿cómo han de estudiar, no parando en todo el día? Yo te diré lo que hacía mi médico. Al madrugar, almorzaba de ordinario una lonja de lo añejo, porque era cristiano viejo, y con este letüario "aqua vitis," que es de vid, visitaba sin trabajo, calle arriba, calle abajo, los egrotos de Madrid. Volvíamos a las once; considere el pío lector si podría el mi doctor, puesto que fuese de bronce, harto de ver orinales y fístulas, revolver Hipócrates y leer las curas de tantos males. Comía luego su olla, con un asado manido, y después de haber comido, jugaba cientos o polla. Daban las tres y tornaba a la médica atahona, yo la maza y él la mona, y cuando a casa llegaba, ya era de noche. Acudía al estudio, deseoso, aunque no era escrupuloso, de ocupar algo del día en ver los expositores de sus Rasis y Avicenas; asentábase y apenas ojeaba dos autores, cuando doña Estefanía gritaba: "Hola, Inés, Leonor, id a llamar al doctor, que la cazuela se enfría." Respondía él: "En un hora no hay que llamarme a cenar; déjenme un rato estudiar. Decid a vuestra señora que le ha dado garrotillo al hijo de tal condesa, y que está la ginovesa, su amiga, con tabardillo, que es fuerza mirar si es bueno sangrarla estando preñada, que a Dioscórides le agrada, mas no lo aprueba Galeno." Enfadábase la dama, y entrando a ver su doctor, decía: "Acabad, señor. cobrado habéis harta fama, y demasiado sabéis para lo que aquí ganáis. Advertid, si así os cansáis, que presto os consumiréis. Dad al diablo a los Galenos, si os han de hacer tanto daño. ¿Qué importa al cabo del año veinte muertos más o menos?" Con aquestos incentivos el doctor se levantaba; los textos muertos cerraba por estudiar en los vivos. Cenaba yendo en ayunas de la ciencia que vio a solas, comenzaba en escarolas, acababa en aceitunas. Y acostándose repleto, al punto del madrugar se volvía a visitar sin mirar ni un quodlibeto. Subía a ver al paciente, decía cuatro chanzonetas, escribía dos recetas destas que ordinariamente se alegan sin estudiar, y luego los embaucaba con unos modos que usaba extraordinarios de hablar. "La enfermedad que le ha dado, señora, a vueseñoría, son flatos y hipocondría; siento el pulmón opilado, y para desarraigar las flemas vítreas que tiene con el quilo, le conviene, porque mejor pueda obrar naturaleza, que tome unos alquermes que den al hépate y al esplén la sustancia que el mal come." Encajábanle un doblón, y asombrados de escucharle no cesaban de adularle hasta hacerle un Salomón. Y juro a Dios que teniendo cuatro enfermos que purgar, le vi un día trasladar, no pienses que estoy mintiendo, de un antiguo cartapacio cuatro purgas que llevó escritas, fuesen o no a propósito, a palacio, y recetada la cena para el que purgarse había, sacaba una y le decía: "Dios te la depare buena." ¿Parécele a vuesasté que tal modo de ganar se me podía a mí lograr? Pues por esto le dejé. JUANA: ¡Escrupuloso criado! CARAMANCHEL: Acomodéme después con un abogado que es de las bolsas abogado, y enfadóme que, aguardando mil pleiteantes que viese sus procesos, se estuviese catorce horas enrizando el bigotismo, que hay trazas dignas de un jubón de azotes. Unos empinabigotes hay a modo de tenazas con que se engoma el letrado la barba que en punta está. ¡Miren qué bien que saldrá un parecer engomado! Dejéle, en fin que estos tales, por engordar alguaciles, miran derechos civiles y hacen tuertos criminales. Serví luego a un clerigón un mes, pienso que no entero, de lacayo y despensero. Era un hombre de opinión: su bonetazo calado, lucio, grave, carilleno, mula de veintidoseno, el cuello torcido a un lado y hombre, en fin, que nos mandaba a pan y agua ayunar los viernes por ahorrar la pitanza que nos daba, y él comiéndose un capón, que tenía con ensanchas la conciencia, por ser anchas las que teólogas son, quedándose con los dos alones cabeceando, decía, al cielo mirando: "¡Ay, ama, qué bueno es Dios!" Dejéle, en fin, por no ver santo que tan gordo y lleno nunca a Dios llamaba bueno hasta después de comer. Luego entré con un pelón que sobre un rocín andaba, y aunque dos reales me daba de ración y quitación, si la menor falta hacía, por irremisible ley, olvidando el "Agnus dei, quitolis ración" decía. Quitábame de ordinario la ración, pero el rocín y su medio celemín alentaban mi salario, vendiendo sin redención la cebada que le hurtaba con que yo ración llevaba, y el rocín la quitación. Serví a un moscatel, marido de cierta doña Mayor, a quien le daba el señor por uno y otro partido comisiones, que a mi ver el proveyente cobraba, pues con comisión quedaba de acudir a su mujer. Si te hubiera de contar los amos que en varias veces serví y andan como peces por los golfos deste mar, fuera un trabajo excusado. Bástete el saber que estoy sin comodo el día de hoy por mal acondicionado. JUANA: Pues si das en coronista de los diversos señores que se extreman en humores, desde hoy me pon en tu lista, porque desde hoy te recibo en mi servicio. CARAMANCHEL: ¡Lenguaje nuevo! ¿Quién ha visto paje con lacayo? JUANA: Yo no vivo sino sólo de mi hacienda, ni paje en mi vida fui. Vengo a pretender aquí un hábito o encomienda, y porque en Segovia dejo malo a un mozo, he menester quien me sirva. CARAMANCHEL: ¿A pretender entráis mozo? Saldréis viejo. JUANA: Cobrando voy afición a tu humor, CARAMANCHEL: Ninguno ha habido, de los amos que he tenido, ni poeta ni capón; parecéisme lo postrero, y así, señor, me tened por criado, y sea a merced, que medrar mejor espero que sirviéndoos a destajo, en fe de ser yo tan fiel. JUANA: ¿Llámaste? CARAMANCHEL: Caramanchel, porque nací en el de Abajo. JUANA: Aficionándome vas por lo airoso y lo sutil. CARAMANCHEL: ¿Cómo os llamáis vos? JUANA: Don Gil. CARAMANCHEL: ¿Y qué más? JUANA: Don Gil no más. CARAMANCHEL: Capón sois hasta en el nombre, pues si en ello se repara, las barbas son en la cara lo mismo que el sobrenombre. JUANA: Agora importa encubrir mi apellido. ¿Qué posada conoces limpia y honrada? CARAMANCHEL: Una te haré prevenir de las frescas y curiosas de Madrid. JUANA: ¿Hay ama? CARAMANCHEL: Y moza. JUANA: ¿Cosquillosa? CARAMANCHEL: Y que retoza. JUANA: ¿Qué calle? CARAMANCHEL: De las Urosas. JUANA: Vamos... (Que noticia llevo Aparte de la casa donde vive don Pedro. Madrid, recibe este forastero nuevo en tu amparo). CARAMANCHEL: ¡Qué bonito que es el tiple moscatel! JUANA: ¿No venís, Caramanchel? CARAMANCHEL: Vamos, señor don Gilito.
[Vanse.] Salen don PEDRO, viejo, leyendo una carta, don MARTÍN, y OSORIO
PEDRO: (Lee) "Digo, en conclusión, que don Martín, si fuera tan cuerdo como mozo, hiciera dichosa mi vejez trocando nuestra amistad en parentesco. Ha dado palabra a una dama desta ciudad, noble y hermosa, pero pobre; y ya vos veis en los tiempos presentes lo que pronostican hermosuras sin hacienda. Llegó este negocio a lo que suelen los de su especie, a arrepentirse él y a ejecutarle ella por la justicia. Ponderad vos lo que sentirá quien pierde vuestro deudo, vuestra nobleza y vuestro mayorazgo, con tal prenda como mi señora doña Inés. Pero ya que mi suerte estorba tal ventura, tenelda a no pequeña, que el señor don Gil de Albornoz, que ésta lleva, esté en estado de casarse y deseoso de que sea con las mejoras que en vuestra hija le he ofrecido. Su sangre, discreción, edad y mayorazgo, que heredará brevemente de diez mil ducados de renta, os pueden hacer olvidar el favor que os debo, y dejarme a mí envidioso. La merced que le hiciéredes recibiré en lugar de don Martín, que os besa las manos. Dadme muchas y buenas nuevas de vuestra salud y gusto, que el cielo aumente, etc. Valladolid y julio, etc. DON ANDRÉS DE GUZMáN." Seáis, señor, mil veces bien venido para alegrar aquesta casa vuestra, que para comprobar lo que he leído sobra el valor que vuestro talle muestra. Dichosa doña Inés hubiera sido si para ennoblecer la sangre nuestra prendas de don Martín con prendas mías regocijaran mis postreros días. Ha muchos años que los dos tenemos recíproca amistad, ya convertida en natural amor, que en los extremos de la primera edad, tarde se olvida. No pocos ha también que no nos vemos, a cuya causa en descansada vida quisiera yo, comunicando prendas, juntar como las almas, las haciendas. Pero pues don Martín inadvertido hace imposible el dicho casamiento, que vos en su lugar hayáis venido, señor don Gil, me tiene muy contento. No digo que mejora de marido mi Inés, que al fin será encarecimiento de algún modo en agravio de mi amigo, mas que lo juzgo creed, si no lo digo. MARTÍN: Comenzáis de manera a aventajaros en hacerme merced, que temeroso, señor don Pedro, de poder pagaros aun en palabras que en el generoso son prendas de valor, para envidiaros en obras y en palabras vitorioso, agradezco callando y [mudo] muestro que no soy mío ya porque soy vuestro. Deudos tengo en la Corte, y muchos dellos títulos, que podrán daros noticia de quién soy, si os importa conocellos, que la suerte me fue en esto propicia. Aunque si os informáis, de los cabellos quedará mi esperanza que codicia lograr abrazos y cumplir deseos, abreviando noticias y rodeos. Fuera de que mi padre, que quisiera darme en Valladolid esposa a gusto más de su edad que [a] mi elección, me espera por puntos, y si sabe que a disgusto suyo me caso aquí, de tal manera lo tiene de sentir, que si del susto destas nuevas no muere, ha de estorbarme la dicha que en secreto podéis darme. PEDRO: No tengo yo en tan poco de mi amigo el crédito y estima, que no sobre su firma sola, sin buscar testigo por quien vuestro valor alientos cobre. Negociado tenéis para conmigo, y aunque un hidalgo fuérades tan pobre como el que más, a doña Inés os diera si don Andrés por vos intercediera.
[Habla don MARTÍN] a OSORIO aparte
MARTÍN: (El embeleco, Osorio, va excelente.
[Aparte a él]
OSORIO: Aprieta con la boda antes que venga doña Juana a estorbarlo. MARTÍN: Brevemente mi diligencia hará que efeto tenga.) PEDRO: No quiero que cojamos de repente, don Gil, a doña Inés, sin que prevenga la prudencia palabras para el susto que suele dar un no esperado gusto. Si verla pretendéis, irá esta tarde a la Huerta del Duque convidada, y sin saber quién sois haréis alarde de vuestra voluntad. MARTÍN: ¡Oh, prenda amada! Camine el sol porque otro sol aguarde y deteniendo el [paso] a su jornada haga inmóvil [la] luz, para que sea eterno el día que sus ojos vea. PEDRO: Si no tenéis posada prevenida y ésta merece huésped tan honrado, recibiré merced. MARTÍN: Apercebida está cerca de aquí, según me han dado noticia, la de un primo; aunque la vida, que en ésta sus venturas ha cifrado, hiciera aquí de su contento alarde. PEDRO: En la huerta os espero. MARTÍN: El cielo os guarde.
Vanse. Salen INÉS y don JUAN
INÉS: En dando tú en recelar, no acabaremos hogaño. JUAN: Mucho deseas acabar. INÉS: Pesado estás hoy y extraño. JUAN: ¿No ha de pesar un pesar? No vayas hoy, por mi vida si es que te importa, a la huerta. INÉS: Si mi prima me convida... JUAN: Donde no hay voluntad cierta no falta excusa fingida. INÉS: ¿Qué disgusto se te sigue de que yo vaya? JUAN: Parece que el temor que me persigue triste suceso me ofrece sin que mi amor le mitigue. Pero en fin, ¿te determinas de ir allá? INÉS: Ve tú también y verás cómo imaginas de mi firmeza no bien. JUAN: Como en mi alma predominas, obedecerte es forzoso. INÉS: Celos y escrúpulos son de una especie, y un curioso
Sale don [PEDRO] al paño
duda de la salvación, don Juan, del escrupuloso. Tú solamente has de ser mi esposo; ve allá a la tarde. PEDRO: (¡Su esposo! ¿Cómo?) JUAN: A temer voy. Adiós. INÉS: Él te me guarde.
Vase don JUAN
PEDRO: Inés. INÉS: Señor, ¿es querer decirme que tome el manto? Aguardándome estará mi prima. PEDRO: Mucho me espanto de que des palabra ya de casarte. ¿Tiempo tanto ha que dilato el ponerte en estado? ¿Tantas canas peinas, que osas atreverte a dar palabras livianas con que apresures mi muerte? ¿Qué hacía don Juan aquí? INÉS: No te alteres, que no es justo; que yo palabra le di, presuponiendo tu gusto, y no pierdes, siendo ansí, nada en que don Juan pretenda ser tu yerno, si el valor sabes que ilustra su hacienda. PEDRO: Esposo tienes mejor; detén al deseo la rienda. No te pensaba dar cuenta tan presto de lo que trazo, pero con tal prisa intenta cumplir tu apetito el plazo, no sé si diga en tu afrenta, que, aunque mude intento, quiero atajarla. Aquí ha venido un bizarro caballero, [que es muy] rico, y bien nacido, de Valladolid. Primero que le admitas le verás. Diez mil ducados de renta hereda y espera más, y corre ya por mi cuenta el sí que a don Juan le das. INÉS: ¿Faltan hombres en Madrid con cuya hacienda y apoyo me cases sin ese ardid? ¿No es mar Madrid? ¿No es arroyo deste mar Valladolid? Pues por un arroyo, ¿olvidas del mar los ricos despojos? ¿O es bien que mi gusto impidas, y entrando amor por los ojos, dueño me ofrezcas de oídas? Si la codicia civil que a toda vejez infama te vence, mira que es vil defeto. ¿Cómo se llama ese hombre? PEDRO: Don Gil. INÉS: ¿Don Gil? ¿Marido de villancico? ¿Gil? ¡Jesús, no me le nombres! Ponle un cayado y pellico. PEDRO: No repares en los nombres cuando el dueño es noble y rico; tú le verás, y yo sé que has de volver esta noche perdida por él. INÉS: Sí haré. PEDRO: Tu prima aguarda en el coche a la puerta. INÉS: Ya no iré con el gusto que entendí. Dénme un manto. PEDRO: Allá ha de estar, que yo se lo dije ansí. INÉS: ¿Con Gil me quieren casar? ¿Soy yo Teresa? ¡Ay de mí!
Vanse. Sale doña JUANA de hombre
JUANA: A esta huerta he sabido que don Pedro trae a su hija, doña Inés, y en ella mi don Martín ingrato piensa vella. Dichosa he sido en descubrir tan presto la casa, los amores y el enredo, que no han de conseguir, si de mi parte, Fortuna, mi dolor puede obligarte. En casa de mi opuesta he ya obligado a quien me avise siempre; darle quiero gracias destos milagros al dinero.
Sale CARAMANCHEL
CARAMANCHEL: Aquí dijo mi amo hermafrodita que me esperaba, y vive Dios, que pienso que es algún familiar que en traje de hombre ha venido a sacarme de jüicio, y en siéndolo, doy cuenta al Santo Oficio. JUANA: ¿Caramanchel? CARAMANCHEL: Señor, [muy] benvenuto. ¿Adónde bueno o malo por el Prado? JUANA: Vengo a ver a una dama por quien bebo los vientos. CARAMANCHEL: ¿Vientos bebes? Mal despacho; barato es el licor mas no borracho. ¿Y tú la quieres bien? JUANA: La adoro. CARAMANCHEL: Bueno, no os haréis, a lo menos, mucho daño, que en el juego de amor, aunque os déis priesa, si de la barba llego a colegillo, nunca haréis chilindrón más capadillo. Mas ¿qué música es ésta? JUANA: Los que vienen con mi dama serán, que convidada a este paraíso, es ángel suyo. Retírate y verás hoy maravillas. CARAMANCHEL: ¿Hay cosa igual, capón y con cosquillas?
[Salen los] MÚSICOS cantando, Don JUAN, Doña INÉS, y Doña CLARA como de campo
MÚSICOS: "Alamicos del Prado, fuentes del Duque, despertad a mi niña porque me escuche, y decid que compare con sus arenas sus desdenes y gracias, mi amor y penas, y pues vuestros arroyos saltan y bullen, despertad a mi niña porque me escuche." CLARA: ¡Bello jardín! INÉS: Estas parras, destos álamos doseles, que a los cuellos, cual joyeles, entre sus hojas bizarras traen colgando los racimos, nos darán sombra mejor. JUAN: Si alimenta Baco a Amor, entre sus frutos opimos no se hallará mal el mío. INÉS: Siéntate aquí, doña Clara y en esta fuente repara, cuyo cristal puro y frío besos ofrece a la sed. JUAN: En fin, ¿quisiste venir a esta huerta? INÉS: A desmentir, señor, a vuesa merced y examinar mi firmeza. JUANA: ¿No es mujer bella? CARAMANCHEL: El dinero no lo es tanto, aunque prefiero a la suya tu belleza. JUANA: Pues por ella estoy perdido. Hablarla quiero. CARAMANCHEL: Bien puedes.
Se acerca [doña JUANA]
JUANA: Besando a vuesas mercedes las manos, licencia pido, por forastero siquiera, para gozar el recreo que aquí tan colmado veo. CLARA: Faltando vos, no lo fuera. INÉS: ¿De dónde es vuesa merced? JUANA: En Valladolid nací. INÉS: ¿Cazolero? JUANA: Tendré ansí más sazón. INÉS: Don Juan, haced lugar a este caballero. JUAN: Pues que mi lado le doy, con él cortesano estoy. (Ya de celos desespero.) Aparte INÉS: (¡Qué airoso y gallardo talle! Aparte ¡Qué buena cara!) JUAN: (¡Ay de mí! Aparte ¿Mírale doña Inés? Sí. ¡Qué presto empiezo a envidialle!) INÉS: ¿Y que es de Valladolid vuesarced? ¿Conocerá un don Gil, también de allá, que vino agora a Madrid? JUANA: ¿Don Gil de qué? INÉS: ¿Qué sé yo? ¿Puede haber más que un don Gil en todo el mundo? JUANA: ¿Tan vil es el nombre? INÉS: ¿Quién creyó que un "don" fuera guarnición de un "Gil," que siendo zagal anda rompiendo sayal de villancico en canción? CARAMANCHEL: El nombre es digno de estima, a pagar de mi dinero, y si no... JUANA: Calla, grosero. CARAMANCHEL: Gil es mi amo, y es la prima y el bordón de todo nombre. Y en Gil se rematan mil, que hay perejil, toronjil, cenojil, porque se asombre el mundo de cuán sutil es [él], que rompe cambray, y hasta en Valladolid hay puerta de Teresa Gil. JUANA: Y yo me llamo también don Gil, al servicio vuestro. INÉS: ¿Vos [don] Gil? JUANA: Si en serlo muestro cosa que no os esté bien o que no gustéis, desde hoy me volveré a confirmar. Ya no me pienso llamar don Gil; sólo aquello soy que vos gustéis. JUAN: Caballero, no importa a las que aquí están que os llaméis Gil o Beltrán; sed cortés y no grosero. JUANA: Perdonad si os ofendí, que por gusto de una dama... INÉS: Paso, don Juan. JUAN: Si se llama don Gil, ¿qué se nos da aquí? INÉS: (Éste es sin duda el que viene Aparte a ser mi dueño; y es tal que no me parece mal. ¡Extremada cara tiene!) JUANA: Pésame de haberos dado disgusto. JUAN: También a mí, si del límite salí; ya yo estoy desenojado. CLARA: La música en paz os ponga.
Levántanse
INÉS: Salid, señor, a danzar. JUAN: (Este don Gil me ha de dar Aparte en qué entender. Mas disponga el hado lo que quisiere, que doña Inés será mía, y si compite y porfía, tendráse lo que viniere.) INÉS: ¿No salís? JUAN: No danzo yo. INÉS: ¿Y el señor don Gil? JUANA: No quiero dar pena a este caballero. JUAN: Ya mi enojo se acabó. Danzad. INÉS: Salga, pues, conmigo. JUAN: (¡Que a esto obligue el ser cortés!) Aparte CLARA: (Un ángel de cristal es el rapaz; cual sombra sigo su talle airoso y gentil.) Con doña Inés danzar quiero. INÉS: (Ya por el don Gil me muero, Aparte que es un brinquillo el don Gil.)
Danzan las dos damas y "don GIL". Cantan [los MÚSICOS]
[MÚSICOS]: "Al molino del amor alegre la niña va a moler sus esperanzas; quiera Dios que vuelva en paz. En la rueda de los celos el Amor muele su pan, que desmenuzan la harina y la sacan candeal. Río son sus pensamientos que unos vienen y otros van, y apenas llegó a su orilla cuando ansí escuchó cantar: 'Borbollicos hacen las aguas cuando ven a mi bien pasar, cantan, brincan, bullen y corren entre conchas de coral, y los pájaros dejan sus nidos y en las ramas del arrayán vuelan, cruzan, saltan y pican torongil, murta y azahar.' Los bueyes de las sospechas el río agotando van, que donde ellas se confirman pocas esperanzas hay. Y viendo que a falta de agua parado el molino está, desta suerte le pregunta la niña que empieza a amar: 'Molinico ¿por qué no mueles?' 'Porque me beben el agua los bueyes.' Vio al Amor lleno de harina moliendo la libertad de las almas que atormenta, y ansí le cantó al llegar: 'Molinero sois, Amor, y sois moledor.' 'Si lo soy, apártese, que le enharinaré.'"
Acaban el baile
INÉS: Don Gil de dos mil donaires, a cada vuelta y mudanza que habéis dado, dio mil vueltas en vuestro favor el alma. Yo sé que a ser dueño mío venís; perdonad si, ingrata, antes de veros rehusé el bien que mi amor aguarda. ¡Muy enamorada estoy! CLARA: (Perdida de enamorada Aparte me tiene el don Gil de perlas) JUANA: No quiero sólo en palabras pagar lo mucho que os debo. Aquel caballero os guarda, y me mira receloso; voyme. INÉS: ¿Son celos? JUANA: No es nada. INÉS: ¿Sabéis mi casa? JUANA: Y muy bien. INÉS: ¿Y no iréis a honrar mi casa, pues por dueño os obedece? JUANA: A lo menos a rondarla esta noche. INÉS: Velaréla, Argos toda, a sus ventanas. JUANA: Adiós. CLARA: (Que se va. ¡Ay de mí!) Aparte INÉS: No haya falta JUANA: No habrá falta.
Vanse doña JUANA y CARAMANCHEL
INÉS: Don Juan, ¿qué melancolía es ésa? JUAN: Esto es dar [al] alma desengaños que la curen y aborrezcan tus mudanzas. Ah, Inés, en fin, ¿salí cierto? INÉS: Mi padre viene; remata o para después olvida pesares. JUAN: Voyme, tirana; mas tú me lo pagarás.
Vase
INÉS: ¡Ay que me la jura, Clara! Más quiero el pie de don Gil que la mano de un monarca.
Salen don MARTÍN y don PEDRO
PEDRO: ¿Inés? INÉS: Padre de mis ojos, don Gil no es hombre, es la gracia, la sal, el donaire, el gusto que amor en sus cielos guarda. Ya le he visto, ya le quiero, ya le adoro, ya se agravia el alma con dilaciones que martirizan mis ansias. PEDRO: Don Gil, ¿cuándo os vio mi Inés?
[Habla bajo con don MARTÍN]
MARTÍN: Si no es al salir de casa para venir a esta huerta, no sé yo cuándo. PEDRO: Eso basta. Milagros, don Gil, han sido desa presencia bizarra. Negociado habéis por vos; llegad y dalda las gracias. MARTÍN: Señora, no sé a quién pida méritos, obras, palabras con que encarecer la suerte que a tanto bien me levanta. ¿Posible es que sólo el verme en la calle os diese causa a tanto bien? ¿Es posible que me admitís, prenda cara? Dadme... INÉS: ¿Qué es esto? ¿Estáis loco? ¿Yo por vos enamorada? Yo a vos, ¿cuándo os vi en mi vida? (¿Hay más donosa maraña?) Aparte PEDRO: Hija, Inés, ¿perdiste el seso? MARTÍN: ¿Qué es esto, cielos? PEDRO: ¿No acabas de decir que a don Gil viste? INÉS: ¿Pues bien? PEDRO: ¿Su talle no ensalzas? INÉS: Digo que es un ángel, pues. PEDRO: ¿No le ofreces sí y palabra de esposa? INÉS: ¿Qué sacas deso, que de mis quicios me sacas? PEDRO: ¡Que a don Gil tienes presente! INÉS: ¿A quién? PEDRO: Al mismo que alabas. MARTÍN: Yo soy don Gil, Inés mía. INÉS: ¿Vos don Gil? MARTÍN: Yo. INÉS: ¡La bobada! PEDRO: Por mi vida, que es el mismo. INÉS: ¿Don Gil tan lleno de barbas? Es el don Gil que yo adoro un Gilito de esmeraldas. PEDRO: Ella está loca, sin duda. MARTÍN: Valladolid es mi patria. INÉS: De allá es mi don Gil también. PEDRO: Hija, mira que te engañas. MARTÍN: En toda Valladolid no hay, doña Inés de mi alma, otro don Gil, sino es yo. PEDRO: ¿Qué señas tiene ése? INÉS: Aguarda. Una cara como un oro, de almíbar unas palabras, y unas calzas todas verdes, que cielos son, y no calzas. Agora se va de aquí. PEDRO: ¿Don Gil de cómo se llama? INÉS: Don Gil de las calzas verdes le llamo yo, y esto basta. PEDRO: Ella ha perdido el juicio. ¿Qué será esto, doña Clara? CLARA: Que a don Gil tengo por dueño. INÉS: ¿Tú? CLARA: Yo, pues, y en yendo a casa procuraré que mi padre me case con él. INÉS: El alma te haré yo sacar primero. MARTÍN: ¡Hay tal don Gil! PEDRO: Tus mudanzas han de obligarme... INÉS: Don Gil es mi esposo; ¿qué te cansas? MARTÍN: Yo soy don Gil, Inés mía; cumpla yo tus esperanzas. INÉS: Don Gil de las calzas verdes he dicho yo. PEDRO: Amor de calzas ¿quién le ha visto? MARTÍN: Calzas verdes me pongo desde mañana si esta color apetece. PEDRO: Ven, loca. INÉS: ¡Ay, don Gil del alma!

FIN DEL ACTO PRIMERO

Don Gil de las calzas verdes, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002