ACTO SEGUNDO


 
Sale la CONDESA
CONDESA: Yo os prometí, mi libertad querida, no cautivaros más, ni daros pena; pero promesa en potestad ajena, ¿cómo puede obligar a ser cumplida? Quien promete no amar toda la vida, y en la ocasión la voluntad enfrena, seque el agua del mar, sume su arena, los vientos pare, lo infinito mida. Hasta ahora con noble resistencia las plumas corto a leves pensamientos, por más que la Ocasión su vuelo ampare. Pupila soy de Amor. Sin su licencia no pueden obligarme juramentos. Perdonad, voluntad, si los quebrare.
Sale CLAVELA sin ver a la CONDESA
CLAVELA: Todas las veces que a mi hermano veo tan discreto, apacible y cortesano, se va la voluntad del pie a la mano, y sale de su límite el deseo. Como hermano le quiero; mas no creo que es bastante el amor, cuando es de hermano, a dormir tarde, a despertar temprano, ni a ver cuál con sus ojos me recreo. Decid vos la verdad, desnudo ciego; que aunque en amor de hermano no hay cautela; me dan que sospechar tantos desvelos. "La sangre hierve," me diréis, "sin fuego." Sí; pero amor de hermano no desvela, y cuando desvelara, no da celos. CONDESA: Clavela. CLAVELA: Señora mía. CONDESA: Despues que en mi casa estás, y con tu presencia das tregua a mi melancolía, cuanto tú más la deshaces, más la aumentan mis cuidados, que en esta guerra engendrados, no admiten medios de paces. Ninguna cosa me agrada. CLAVELA: No fueras tú tan prudente a no tener al presente pena de verte cercada. CONDESA: (¡No lo estuviera yo más Aparte de alterados pensamientos, que, todos atrevimientos, no vuelven un paso atrás!) Sentémonos aquí un rato, pues contra agravios del sol nos sirve de quitasol el compuesto y verde ornato de estos jazmines y nuezas, que con apacibles lazos traen estos muros en brazos, formando calles y piezas. CLAVELA: En aqueste cenador hay sillas. CONDESA: Siéntate en una. CLAVELA: No hagas a mi fortuna, señora, tanto favor. En el suelo estaré bien. CONDESA: Gocemos de la llaneza que alborota la grandeza de palacio. No nos ven crïados que nos murmuren. Siéntate, Clavela, aquí. CLAVELA: Aunque no hay partes en mí que esta merced aseguren, por servirte, te obedezco.
Siéntanse. CLAVELA se sienta en el suelo
CONDESA: ¿Quieres bien a Pinabel? CLAVELA: Si he de tener dueño en él, y por tu mano merezco darle título de esposo, cuando impedimentos quite mi hermano que los permite, quererle bien es forzoso. CONDESA: ¿Forzoso dices? Amor no es perfeto, si es forzado. Si anduviera Amor armado, llevárase por rigor. Desnudo nos da señales que quien le ha de conquistar, Clavela, ha de pelear con él con armas iguales. CLAVELA: Si Casimiro advirtiera aqueso, no te cercara. CONDESA: Es necio, pues no dudara que Amor, que espera se altera al ver espadas desnudas. CLAVELA: Sí, porque es de la paz dueño. CONDESA: El ver a amor tan pequeño materia ha dado a mis dudas; porque siendo tan antiguo cuanto ha que el mundo es amante, ya pudiera ser gigante; pero después que averiguo que entra por la vista Amor, y que tan pequeña puerta la entrada hace más incierta, cuanto es el que entra mayor, no me causa espanto el ver que a ser niño Amor se aplica; pues se desnuda y achica, Clavela, para caber mejor, pequeño y desnudo, por entrada tan estrecha. Pues si el conde se aprovecha de las armas, cuando pudo dejar marciales despojos, y pide en la vista entrada, no es bien que entre con la espada, que me sacará los ojos. Amor, Clavela, es ladrón. Siempre se entra sin rüido, y así del conde atrevido venganza me dará Otón, en quien miro, te prometo, un gallardo capitán, un cortesano galán, un secretario discreto, y un... (¿Dónde vais? Deteneos, Aparte pensamientos mal nacidos, que os arrojáis atrevidos tras desbocados deseos, que os tienen de despeñar.) CLAVELA: Por la parte que me cabe de que vuexcelencia alabe mi hermano; a poderla dar la corona de Alemaña, honrándose en su cabeza, aumentara su grandeza; aunque después que de España vino Otón tan mejorado en valor y cortesía, discrecion y gallardía, a merced con que le ha honrado vuexcelencia, la merece. CONDESA: Es muy sazonado Otón. Muy buena conversación tiene... (Y muy bien me parece.) Aparte Holgárame de saber qué dama es la que entretiene sus penas, por ver si tiene tan buen gusto en escoger como en lo demás. CLAVELA: ¿Quién duda que no querrá ser Otón en la mejor perfección imágen compuesta y muda? No creo que el pensamieato tan divertido tendrá, que algún tiempo no tendrá para algún atrevimiento digno de tan buen sujeto; pero Otón es tan callado, que hasta ahora no ha pagado censo a nadie su secreto. (Mucho se informa de Otón la Condesa, y la eficacia con que conserva su gracia, unos lejos de afición descubre de cuando en cuando. Celos, si sois adivinos, sospechando desatinos, la verdad vais apurando.) CONDESA: (Mucho, Amor, manifestáis Aparte mi fuego; pues sois su centro. Alma, amad puertas adentro. ¿Para qué lo pregonáis? Pero sois fuego que apura verdades contra el sosiego, y diréis que nunca el fuego supo profesar clausura. Divertir quiero a Clavela; no sospeche que amo a Otón.) Si en materia de afición cursara el conde la escuela de cortesía, y dejara las armas, pudiera ser que mereciera vencer, y mi rigor se ablandara; que no me pareció mal cuando desde las almenas, dando vidas a sus penas, del muro hizo tribunal. Buen talle tiene. CLAVELA: (Eso sí.) Aparte ¿Qué, tan bien te pareció? CONDESA: Después que el duque murió, no casarme prometí; pero esto de no tener herederos... CLAVELA: Deja achaques; que cuando sin ellos saques a luz tu amor, merecer puede el conde Casimiro que digas te ha desvelado más de una vez, y que has dado por él más de algún suspiro. CONDESA: No tanto. CLAVELA: ¿Por qué razón? ¿Hay más gallardo sujeto, más valiente, mas discreto? CONDESA: Sí, Clavela. CLAVELA: ¿Quién! CONDESA: Otón. CLAVELA: ¿Otón más que el conde? (¡Ay cielos!) Aparte CONDESA: (Desvelos, ¿queréis callar? Aparte ¿Qué? ¿No os puedo refrenar?) CLAVELA: (Despertad otra vez, celos.) Aparte CONDESA: Si ello va a decir verdad, bien quiero al conde, Clavela. Lo demás todo es cautela. Yo le tengo voluntad, y si desdén he finjido es porque el conde en rigor no diga, pudiendo Amor, que Marte me dio marido. Esto solo me hace esquiva, pues si me viene a vencer, no me tendrá por mujer sino sólo por cautiva. Por esto deseo que Otón le venza y traiga a mis ojos, y entre soberbios despojos humille su presunción. Podrá ser que entonces pruebe dichas, que ahora no es justo; porque agradezca a mi gusto lo que a sus armas no debe. Esto es verdad, en rigor. CLAVELA: Tu deseo veas cumplido. CONDESA: No piense, si no es vencido, verse el conde vencedor. CLAVELA: (Alguna satisfacción Aparte tenéis ya, niño tirano. ¡Que me dé celos mi hermano!) CONDESA: (¡Que quiera yo bien a Otón!) Aparte
Suenan cajas. Salen SOLDADOS, LIBERIO, CHINCHILLA, y detrás con bastón, don RODRIGO
RODRIGO: Ya el conde Casimiro ha levantado el cerco, excelentísima señora, no voluntariamente, mas forzado de vuestra suerte, siempre vencedora. La vuelta da a su tierra, castigado como merece, quien os cercó ahora de armas, mereciendo esa belleza cercos de oro que ciñan la cabeza. El deseo que anima mi ventura para que os sirva ardides me ha ofrecido con que rendir al conde, que procura esposa conquistada, amor vencido. Salí amparado de la noche escura, que apadrina al amante prevenido, y a la puerta que el mar combate a besos mil hombres embarqué, diez tiros gruesos. Fue Pinabel su capitan valiente, si cortesano en paz, diestro en la guerra; y alargándose al mar circularmente dos millas de distancia, saltó en tierra. Sacó las piezas luego, echó la gente y por las faldas de una cana sierra, marchó hacia el campo, las banderas bajas, sin dar licencia a vocingleras cajas. Un hora antes que el alba pise flores llegó a vista del campo, a quien incita el sueño con quiméricos vapores; y como Gedeón al madianita, al son de las trompetas y atambores "Viva Diana, la condesa," grita, escupiendo las piezas de campaña pelotas para chazas de esta hazaña. El campo cercador y ya cercado, de Casimiro, digo yo, despierto, que no duerme el amante descuidado, con más voces y gritos que concierto a la defensa acude alborotado, que para más temor, tuvo por cierto que el duque vuestro hermano a socoreros venía, dando acero a sus aceros. Yo entonces, que aguardaba prevenido en la ciudad el venturoso efeto, abro las puertas, la campaña mido, y al enemigo ejército acometo. De franjas de oro guarnecía el vestido a Flora hermosa el dios pastor de Admeto cuando entre sangre, muertos y alboroto vio el conde, no su amor, su campo roto. En fin huyó, dejándose a los ojos del mismo sol, cubierta la campaña de muertos, de banderas, de despojos, testigos nobles de esta ilustre hazaña. Así el Amor castiga los enojos que el conde os dio, quedando en Alemaña publicando la fama sus delitos; que también tiene Amor sus sambenitos. CONDESA: Otón, a vuestros hechos inmortales la fama ofrezca plumas y pinceles, si para celebrarlos son iguales versos de Homero, imágenes de Apeles; que cívicas coronas y murales, de grama, de oro, robles y laureles ya bastan a premiar vuestra persona si mis brazos no os sirven de corona.
Abrázale
(¡Ay amor! Deteneos, que los lazos Aparte rompéis del alma, donde os tuve preso.) RODRIGO: Si mi cuello coronan vuestros brazos, los premias, las coronas intereso de la triunfante Roma. Estos abrazos ¿qué triunfos no aventajan? CLAVELA: (Pierdo el seso, Aparte celos rabiosos. ¡Nunca Otón viniera, si en daño mío tal favor espera!) RODRIGO: A Pinabel se debe, gran señora, esta vitoria. CONDESA: Ya yo sé que tengo en él un gran vasallo, y desde ahora premios de amor que goce le prevengo. Pues a Clavela por esposa adora, ella le premie. PINABEL: A suplicaros vengo que a su hermano mandéis que acorte plazos, pues no quiero más premio que sus brazos. CONDESA: Alcaide de Albareal quiero que sea Pinabel desde hoy. PINABEL: ¡Mercedes tantas, gran señora! CONDESA: A Clavela doy la aldea, en dote, de Belflor. CLAVELA: Ya te adelantas a Cleopatra magnífica. (No vea Aparte mi amor en su poder, estrellas santas, Pinabel en su vida, o de la mía el curso corte en flor la muerte fría.) CONDESA: Liberio, que tal hijo nos ha dado para defensa nuestra y honra suya, será gobernador de mi condado, porque en sus canas su valor se arguya. LIBERIO: Con que él os sirva a vos quedo yo honrado; su dicha a vuestra fama se atribuya. CONDESA: Y a vos, que de valor sois un trasunto, os quiero yo pagar, Otón, por junto. Pensando estoy qué os dar. (¡Ay, quién pudiera Aparte hacerle de mí misma eterno dueño!) RODRIGO: Del sol hermoso la dorada esfera, no os sirviendo, será premio pequeño. CONDESA: (Quiero huír de mí misma; que ligera, por los ojos el alma ardiente enseño.) Venid, porque Momblán, Otón, os goce pues por su defensor os reconoce. CHINCHILLA: ¿Pues cómo! ¿De Chinchilla no hay más cuenta que en esta guerra desplumó la fama? CONDESA: ¿Pues qué habéis hecho vos? CHINCHILLA: Eso me afrenta. Quité ayer los cordeles a mi cama, y juntando seis mil ciento y sesenta chinches que, como celos y quien ama pican, marchando fui--¡gran maravilla!-- con tanta chinche, el capitán Chinchilla. Ellas y yo vencimos, y quisiera, que en premio de ser yo tan gran soldado, me hiciera vuexcelencia... CONDESA: ¿Qué? CHINCHILLA: Me hiciera tabernero mayor de este condado. RODRIGO: Necio, véte de ahí. CONDESA: (¡Ay! ¡Quién pudiera, Aparte Otón, hacerte conde! ¡Que a un crïado tenga yo amor! El verle me enloquece. Mas es bizarro Otón. Bien lo merece.)
Vanse todos, menos don RODRIGO y CHINCHILLA
RODRIGO: ¡Ay Chinchilla! Si en los ojos el Amor su idioma tiene, y a quien a mirarlos viene habla regalos o enojos, y en las amorosas dudas son sus niñas hechiceras cuando callan más parleras porque hablan por señas mudas, ya la condesa Dïana, leyendo sus ojos bellos, me ha dicho cosas por ellos divinas. No hay lengua humana tan discreta y elegante, aunque a la de Tulio exceda, que en un año decir pueda lo que ellos en un instante. ¡Qué de cosas me ha advertido! ¡Qué de regalos me ha hecho! ¡Qué bien me mostró su pecho! ¡Qué bien me ha favorecido! Loco estoy. CHINCHILLA: Mira que son quimeras todas y antojos. RODRIGO: Si hay retórica en los ojos con colores de afición, yo sé bien que no me engaño. Lenguaje es éste de amor. CHINCHILLA: Basta, que eres Galaor. Bien habrás mudado ogaño cien damas. ¿Qué yerbas pisas! ¿Quién te ha vuelto camaleón? En un año ciento son aun muchas para camisas. ¿No te estaba bien Clavela, mujer rica y principal, en sangre y amor tu igual? Que en sabiendo la cautela con que finges ser su hermano, y que eres, en vez de Otón, un castellano Girón, del de Osuna el más cercano, mienta yo, si no imagino que olvidando a Pinabel, te hiciera dueño en vez de él de su talle peregrino. Vuelve a casa, pan perdido, Clavela te está mejor. RODRIGO: No menosprecio su amor, pues que tengo entretenido a Pinabel. Mientras sé si me tiene voluntad la soberana beldad de la condesa, podré contemporizar, Chinchilla, con Clavela. CHINCHILLA: ¡Plegue a Dios que no volvamos los dos trasquilados a Castilla. Ya es de noche. RODRIGO: No es posible que pueda dormir quien ama. Al terrero de mi dama, no en la cama aborrecible, me tiene de amanecer. Dame otra capa y sombrero. CHINCHILLA: No quieres cenar primero? RODRIGO: No, Chinchilla. CHINCHILLA: ¿Sin comer amas? ¡Lindo desvarío! Tú te pondrás pronto flaco, porque sin Ceres ni Baco dicen que Amor tiene frío.
Vanse los dos. Salen CASIMIRO y FLORO
CASIMIRO: Floro, en vano me aconsejas. Si a la muerte de un rigor estoy, ¿no será mejor morir delante estas rejas? Oiga este muro mis quejas, pues aquestas piedras frías a mis malogrados días obsequias haciendo están. Quizá las ablandarán las tristes lágrimas mías. FLORO: Refrena el atrevimiento Con que en las manos te pones De Dïana. CASIMIRO: En sus prisiones moriré, Floro, contento. Entre estas piedras intento escoger sepulcro igual a mis penas, Floro leal, para que mi ingrata bella conozca que si no en ella, en piedras hacen señal. Palma ingrata, cuyo fruto no goza el dueño en su vida, ¿por qué, si sois homicida, dando muerte os ponéis luto? ¿Por qué no pagáis tributo a Amor, cuyo tribunal tiene imperio universal? ¿Cómo puede, ingrata, ser que tenga en todos poder, y en vos nunca, por mi mal?
Sale CLAVELA, a una ventana del palacio sin ver a nadie
CLAVELA: En vano, locos desvelos, prueba a dormir mi temor; que no tiene mucho amor quien puede dormir con celos. ¡Que me hayan dado los cielos un mal con pensión tan fiera, que aunque sin remedio muera, no me consientan hablar a quien me pueda quejar que estoy enferma siquiera! Mi hermano me tiene loca de amor y celos. ¿No es mengua, Amor, que os ate la lengua, y os tape el temor la boca? Quejándose, el fuego apoca de la fiera calentura el enfermo que procura sanar; mas--¡ay suerte avara!-- que mal que no se declara, difícilmente se cura. ¿Con qué cara será justo que me atreva a declarar con mi hermano? No ha lugar. Pensarlo me causa susto. ..................[-usto] ¿Es bien pagar tal pensión, mi ciega y nueva pasión? Decidle vosotros, ojos, la causa de mis enojos; que la lengua no es razón. CASIMIRO: Los acentos de unas quejas oigo, Floro, a una ventana del palacio de Dïana. FLORO: Suyas son aquellas rejas. Quejaráse desvelada entre sus damas alguna contra el amor y fortuna, o celosa, o desdeñada. CASIMIRO: Pues déjamela escuchar que si desdichas ajenas disminuyen propias penas, los dos podrémos llorar a versos la tiranía de este amor, que puede tanto; que hasta en la pena y el llanto consuela la compañía. CLAVELA: (Hablar siento en el terrero. Aparte Saltos me da el corazón. Si adivina que es Otón, y muere del mal que muero? La condesa le ha mirado con tan eficaz afeto, que si al paso que es discreto, es Otón considerado, ya habrá su amor conocido; y no pienso yo de Otón que perderá la ocasión, favorable al atrevido. ¿Si le quiere bien? Querrá, y tras querer bien, ¿quién duda que amante al terrero acuda si ya entre los dos no está concertado que a estas horas la venga a este puesto a hablar? Mi mal quiero averiguar. ¡Ay sospechas embaidoras! Caminante que anda a escuras, astrólogo que experiencias conoce por consecuencias, médico por conjeturas, en vano pienso que trazo averiguar mis desvelos; que de ordinario los celos ven por tela de cedazo.
Sale don RODRIGO, de noche, hablando con su criado CHINCHILLA sin reparar en nadie
RODRIGO: Chinchilla, aguárdame aquí. CHINCHILLA: ¿Con qué brasero a los pies? ¿Piensas tú que Flandes es Madrid o Sevilla? Di. En mayo estamos, y nieva como por la Candelaria. RODRIGO: ¿Siempre has de ser de contraria opinión? CHINCHILLA: Párate y prueba. ¿Tú no ves con cuánta prisa el cielo a la tierra llana, porque es domingo mañana, la está vistiendo camisa? Los hielos ¿no te congojan, ni el ver que aquí a todas horas son las nubes cardadoras? Mira los copos que arrojan. Mira asomar, por gateras de nubes despedazadas, estrellas, de puro heladas, temblando. ¿No consideras tú cuál están, señor mío? Pues cree que aunque estrellas sean, parece que centellean, y es que tiritan de frío. RODRIGO: Gente ha venido al terrero. ¡Válgame Dios! ¿Quién será?
Floro habla aparte con el conde CASIMIRO
FLORO: Rondantes tenemos ya. CASIMIRO: Apártate aquí, que quiero saber, Floro, si la dama que se quejaba le espera y quién es él. FLORO: Considera, señor, que a la puerta llama del alba el sol. CASIMIRO: No amanece. ¿No dejaste el barco atado? FLORO: Junto a este muro bañado del mar, que besos le ofrece. CASIMIRO: Déjame ahora, que presto, dando los remos al mar, nos pueden asegurar;
Apártanse a un lado
RODRIGO: Despejado me han el puesto. No les debe de importar este sitio lo que a mí. CLAVELA: ¡Ay, si fuese Otón! RODRIGO: (Yo oí Aparte de una reja a Otón nombrar. ¡Cielos! ¿Hay dicha mayor?) CHINCHILLA: (¡Pese a los hielos judíos! ¡Tiritando con dos fríos, de la nieve y del temor! ¡Y alcahuete centinela!
Paséase
Eso sí; pasear y dalle, por no pasmarme en la calle, pues no he cenado cazuela.) RODRIGO: (¿Qué dudo? ¿No puede ser Aparte que sea la condesa? ¡No! ¿Si me quiere? ¿Qué sé yo? ¿No soy hombre7 ¿No es mujer? Llego.) ¡Ah de arriba! CLAVELA: ¿Quién llama? RODRIGO: Otón que ausente merece que de él se acuerden. CLAVELA: (Parece Aparte que es mi hermano.) RODRIGO: (¿Si es mi dama?) Aparte CLAVELA: ¿Sois vos, Otón? RODRIGO: Sí señora. Vos ¿quién sois? CLAVELA: Mirad primero qué gente está en el terrero. RODRIGO: Dos estaban aquí ahora; pero o se fueron, o yo con la mucha oscuridad no alcanzo a verlos. CLAVELA: Llegad más cerca. RODRIGO: ¿Que mereció esta suerte mi ventura? ¿Que esto mi amor interesa? (Sin duda que es la condesa.) Aparte CLAVELA: ¡Cómo! ¿En noche tan oscura, rondando vos? Mucho gana conmigo vuestra opinión. Buen amante hacéis, Otón RODRIGO: En palacios de Dïana, nunca falta luz, señora. CLAVELA: Agora no hay luz ninguna; que está enlutada la luna por el sol que muerto llora. RODRIGO: ¡Ay! ¡Quién pudiera enjugar sus lágrimas! CLAVELA: ¿Vuestra dama tan pocas por vos derrama, que os deseáis ocupar así en lágrimas ajenas? RODRIGO: A merecer yo saber quién sois vos, pudiera ser que os declararan mis penas si son ajenas o no las lágrimas que deseo enjugar. CLAVELA: A lo que veo, la dama le os mereció, es dama de la condesa. RODRIGO: Tan su querida, que alcanza harto más que mi esperanza. CLAVELA: Si queréis que en esta empresa os sirva yo de tercera... RODRIGO: No admite de su favor tercero el juego de Amor; pero para que no muera del deseo que me abrasa, queréisme vos declarar ¿quién sois? CLAVELA: No os ha de importar. Una dueña de su casa. RODRIGO: Dueña, porque la señora sois de esta casa. CLAVELA: Eso no. RODRIGO: ¡Pluguiera a Dios, como yo os conozco a vos ahora, quisiésedes conocer vos un pecho agradecido! CLAVELA: ¡Qué mal me habéis conocido! La condesa no es mujer que a tal hora había de estar en ventanas del terrero, siendo viuda. RODRIGO: Yo no quiero la ocasión averiguar; pero a veces el león huye cuando no le ven; y la condesa también conservará su opinión en público; pero a solas, ¿qué perderá porque aquí se divierta? CLAVELA: ¿Hácenlo así las viudas españolas? RODRIGO: Españolas y alemanas. ¿Queréis no hacerme penar? CLAVELA: Pues ¿habíaos yo de hablar de noche por las ventanas, si la que vos pensáis fuera? RODRIGO: Y aun por ver que lo negáis, más mi sospecha aumentáis. CLAVELA: Ahora bien, Otón, no quiera el cielo que a quien me ha dado vitoria y libertad hoy, tenga suspenso. Yo soy la condesa de este estado.
CASIMIRO habla aparte con FLORO
CASIMIRO: ¡Ay, Floro! ¿No escuchas esto? Sin duda tiene afición la ingrata condesa a Otón. Él me ha vencido, él me ha puesto en este estado. ¿Será justo que le demos muerte? FLORO: Señor, tu peligro advierte. CASIMIRO: No hay temer peligros ya. Con las alas del batel volveremos por el mar. La noche nos da lugar, y prisa el odio crüel que a Otón tengo. FLORO: Espera un poco. Satisfácete primero de a quién ama. CASIMIRO: Si eso espero, fuerza será el verme loco. RODRIGO: No en balde el alma adivina, contra la sospecha vana, hermosísima Dïana, conoció la luz divina que eclipsa el funesto luto que traéis. CLAVELA: Nuevos cuidados, para el sosiego pesados, han usurpado el tributo que al descanso paga el sueño. No puedo pegar los ojos. RODRIGO: ¡Ay! ¿Quién de aquesos enojos supiera quién es el dueño? ¿Queréis decírmelo a mí? CLAVELA: Vos la ocasión de mi bien sois, y de mi mal también. CASIMIRO: (¿Esto escucho?) Aparte RODRIGO: ¿Cómo así? CLAVELA: De mi bien, porque vencido habéis al conde, que a amor quiere obligar con rigor, sabiendo que el bien nacido con alhagos y blandura se deja mejor llevar; de mi mal, porque el pesar que al conde distes procura desvelarme como veis. RODRIGO: ¿Pesar del conde os desvela? CLAVELA: Con vos no ha de haber cautela; y pues ya lo más sabéis, ¿veis el aborrecimiento que al conde he mostrado, Otón? ¿Veis que arriesgo mi opinión, huyendo mi casamiento, rebelde, por resistir las armas con que pretende el amor con que me ofende? Pues más hago en reprimir desvelos que han de vencer al cabo. CASIMIRO: (¡Ay, piadosos cielos! Aparte ¿Esto es verdad?) RODRIGO: (¡Viles celos! Aparte ¿Esto venimos a ver y me dejáis con la vida? !Ay esperanza engañada, tan despacio conservada, y tan aprisa perdida!) Pues si queréis bien al conde, y su valor y grandeza con vuestro estado y riqueza igualmente corresponde, señora, y el duque Arnesto, vuestro hermano, os ha pedido que le admitáis por marido siendo el medio tan honesto, ¿por qué le habéis despreciado, y vuestro rigor le ofende? CLAVELA: Porque por armas pretende lo que se ha de hacer de grado. Amor se cobra por plazos, como censo, por desvelos, suspiros, penas, recelos, pero no a fuerza de brazos; que es dios, y ha de poder más. Si el conde querer supiera, menos armado viniera; que no se rindió jamás Cupido a Marte, y es loco quien inquieta su sosiego; que Amor, del modo que el fuego se introduce poco a poco. A fe que si por despojos de vuestra vitoria, Otón, en prueba de su afición, trujérades a mis ojos al conde preso y rendido, que sospecho de mi amor que viéndose vencedor, se sujetara al vencido. ¡Ay Otón! Si en lugar vuestro el conde me oyese...
Habla CASIMIRO aparte con FLORO
CASIMIRO: Floro, ¿diré a voces que la adoro? ¿Daré del gozo que muestro señales? ¿Diré quién soy? FLORO: Calla. CASIMIRO: ¿Qué espero? ¿Qué aguardo? CLAVELA: ¿Hay príncipe mas gallardo que el conde en el mundo hoy? Del imperio es eletor, y pretendiente también. RODRIGO: En fin, vos le queréis bien, que es la ventura mayor. (¡ Ay de mí!) Aparte CHINCHILLA: (¡Que el cielo esté Aparte echando chuzos aquí, y se estén los dos así, sin por qué ni para qué! Maldiga Dios tal paciencia. Aquesto va muy despacio; alborotar a palacio quiero, fingiendo pendencia. Meto mano.)
A voces, dando cuchilladas al viento
¡Perro, advierte que es de Chinchilla esta espada. Muere. De esta cuchillada, le espeto. ¡Ay! Dile la muerte. CLAVELA: ¿Qué rüido es este? ¡Ay cielos! CHINCHILLA: Muera.
Vase CHINCHILLA
CLAVELA: Otón, mirad por vos, y guardad secreto. RODRIGO: Adiós.
Vase RODRIGO
CLAVELA: Yo he dado gentiles celos a Otón, y quizá por ellos mudará de parecer; que no querrá pretender de Dïana los ojos bellos, compitiendo con el conde; mas ¿qué os aprovecha, Amor, el ser vos enredador, si un imposible os responde que no puedo, aunque a mi hermano adore, ser su mujer? Mas diréis que queréis ser el perro del hortelano.
Quítase CLAVELA de la ventana
CASIMIRO: ¿De qué sirve el encubrirme? ¡Ah mi condesa! ¡Ah mi bien! Luz esos ojos me den. El conde soy; a rendirme vengo a esos pies. Yo fui necio en pretender conquistaros por armas. Con adoraros por sol de divino precio, con veros no más, Dïana, pudiera alegre vivir solo por mí sé decir que fue cólera alemana. Mas, mi bien, yo aguardaré desde aquí, si he sido loco, un año, un siglo, y es poco. FLORO: Aqueso sí; cansaté; que una hora ha que se quitó de la reja la condesa. CASIMIRO: O muros, ¿cómo no os besa quien en vosotros oyó tal favor? ¡O rejas mías, cera sois, no hierro duro! FLORO: Deja las rejas y el muro, y mira que desvarías. CASIMIRO: Si la condesa ha propuesto, viéndome a sus pies rendido, darme el nombre de marido, volveréme al duque Arnesto, y pediréle perdón, y cuando me le conceda, procuraré que interceda con la condesa. Razón será que a los bellos pies de Dïana humilde pida, o que me quite la vida, o lo que más cierto es, me dé con Oberisel la gloria que merecí. FLORO: Quieres que nos vamos? CASIMIRO: Sí. Desata, Floro, el batel. ¿Que intenté con mano armada venceros, viuda constante? ¡Mal haya, amén, el amante que quiere mujer forzada!
Vanse los dos. Salen RODRIGO, CHINCHILLA
RODRIGO: ¡Vive Dios! Si no mirara el amor que me has tenido y lo mucho que te debo, loco, necio, sin jüicio, que te cortara las piernas, y sirvieras de castigo y venganza a mis agravios. CHINCHILLA: ¿Así se pagan servicios? ¿Qué te he hecho? RODRIGO: ¿Qué, cobarde? Fingir, borracho o dormido, cuando estoy con la condesa, pendencias vanas. CHINCHILLA: ¡Bonito soy yo para fingimientos! ¿Qué había de hacer, si vino al encuentro...? RODRIGO: ¿Quién, borracho? Dilo presto. CHINCHILLA: Vino el vino, o un gigante con cien pies, doce brazos, mil colmillos, seis gaznates, diez quijadas, un ojo, y tres colodrillos. Díjome, "Suelta la capa." Respondile yo, "Hace frío." Diome una coz, y dejóme la chinela en el ombligo; eché mano... RODRIGO: Calla, infame.
Habla dentro CASIMIRO
CASIMIRO: Adiós, palacios propicios, donde vive mi condesa; que antes de un mes Casimiro será su dichoso dueño. Boga, Floro. RODRIGO: ¡Ay Dios! ¿Qué he oído? ¿Dijo "Casimiro"? CHINCHILLA: Sí, "Casimiro" la voz dijo. RODRIGO: ¿Luego Casimiro ha estado aquí? CHINCHILLA: ¡Y cómo! Todo ha sido encantamentos; que andan estantiguas o estantiguos. RODRIGO: Si vino a hablar la condesa, llamado, el conde atrevido? Mas pues aquí le aguardaba, llamado por ella vino. ¡Oh altanera presunción! ¡Qué presto por vos imito a Luzbel en el caer de la altivez de mí mismo!
Sale la CONDESA a la ventana
CONDESA: (Voces oigo en el terrero, y a esta ventana he sentido hablando no sé yo a quién. Desvelos y desatinos engañan mi pensamiento. ¿Cómo, Amor, si os pintan niño no dormís? ¿Cómo si viejo tenéis de mozo los bríos? RODRIGO: Alto, pensamientos locos, hagamos cuenta que ha sido lo que por mí pasó, un sueño; de la memoria os despido. La condesa es muy discreta; Casimiro, el conde, digno de su hermosura y estados. Gócense años infinitos; que a Clavela por hermosa, por hija de un padre rico, por discreta y principal, desde aquí otra vez elijo. ¿Declararéle quien soy? ¡Ay cielos! CONDESA: (Entre suspiros oigo quejas lastimadas, aunque el por qué no percibo. ¿Quién será? ¡Válgame el cielo! CHINCHILLA: Escucha; que aun no se ha ido tu dama de la ventana; que la luz que por resquicios de nubes nos da la luna, nos muestra lejos y visos de una dama en embrión. RODRIGO: ¿Mi dama? ¿Qué dices? CHINCHILLA: Digo que habemos de amanecer como besugos. RODRIGO: Si es ido el conde, ¿qué aguardará la condesa? CHINCHILLA: Un romadizo.
Don RODRIGO se acerca a la ventána y CHINCHILLA se arrima a una pared
RODRIGO: ¡Ah de la reja! CONDESA: ¿Quién llama? RODRIGO: ¿Cómo habéis desconocido a Otón, que ahora os hablaba? ¡Tanto rigor! ¡Tanto olvido! CONDESA: (¿Otón aquí y a tal hora, Aparte y que hablaba en este sitio con dama de mi palacio? ¿Qué es aquesto, celos míos? Fingirme Clavela quiero. Amor, ¿tan en los principios, en celos vais dando de ojos? ¿Qué haré yo, pobre, que os sigo?) RODRIGO: ¿Ya, señora, no me hablaís? CONDESA: Si no os hablo, hermano mío, es porque estoy enojada con vos, y mucho he sentido que con vuestras dilaciones Pinabel pierda el sentido, entre esperanzas dudosas. Perdonadme si esto os digo, que la vergüenza a la noche licencia, Otón, ha pedido. RODRIGO: ¡Cómo! ¿Pues sois vos Clavela! CONDESA: Clavela soy, que he venido a entretener esperanzas de quien padece el martirio de un año de noviciado, sin ser en amor novicio. Aquí a Pinabel espero. RODRIGO: ¿Queréisle mucho? CONDESA: Infinito; que es muy galán Pinabel, muy discreto y bien nacido. RODRIGO: Alto, pues; si eso es así, desde aqneste lugar mismo me parto, por desdichado, al desierto del olvido; mas porque sepáis primero las desgracias que han seguido mi suerte desde la cuna, --¡Ojalá que hubiera sido mi sepulcro juntamente!-- yo no soy, verdad os digo, no soy vuestro hermano Otón. CONDESA: ¿Cómo? ¿Estáis en vos? RODRIGO: Perdido estoy; mas esto es verdad. Madrid, corte de Felipo, Clavela, es mi patria ingrata, y mi nombre don Rodrigo Girón: de reyes desciendo, no obstante que el cielo quiso hacerme tan desdichado, señora, cuan bien nacido. Tengo un hermano mayor con un mayorazgo rico, de quien cobraba alimentos muy cortos y muy reñidos. Tratábame mal mi hermano; sufríle mil desatinos, por ser menor y más pobre; mas como no es infinito el sufrimiento en un hombre, acabóse en fin el mío. Descompúsose una vez demasiado; reñimos, sin ser bastantes terceros; con que dejándole herido, fue fuerza salir de España, pobre y desapercebido. Vine a Flandes confïado en cartas de deudos míos para el archiduque Alberto. Llegué a Momblán de camino. Tuvístesme por Otón, que si me es tan parecido en desdichas como en cuerpo, poco su fortuna envidio. Porfiastes de manera, Liberio que era su hijo y vos que era vuestro hermano, que obligado y persuadido de porfías y pobrezas, la necesidad me hizo contemporizar con todos. Yo, Clavela, os he querido de modo, que he dilatado la boda, como habéis visto, de Pinabel, siendo yo aquel caballero mismo que fingí esperar de España. Bien que intentos atrevidos me prometieron quimeras, que por serlo, no las digo. Pero pues a Pinabel amáis, como me habeis dicho, y yo que soy caballero, engañaros no permito, a España quiero volverme; que si en ella y aquí he sido desdichado, mal por mal, moriré entre mis amigos. Adiós, mi fingida hermana. CONDESA: Esperad. (¡Cielos benignos! Aparte Detenédmele.) No os vais; que ya seáis don Rodrigo, como decís, o ya Otón, con juramento os afirmo de no amar aPinabel; antes si sé y averiguo que no soy hermana vuestra os daré de esposo mío mano y palabra, a pesar de desdichas y peligros. RODRIGO: Clavela, ¿será esto cierto! CONDESA: Como el volar sucesivo el tiempo; como el correr para su centro los ríos. RODRIGO: Pues, querida esposa, adiós. CONDESA: Adiós, esposo querido. Fingid que sois vos mi hermano. RODRIGO: Sólo en amaros no finjo. CONDESA: (Porque no se me ausentase, Aparte quimeras le he prometido, que no cumplirá Clavela, si yo puedo.) RODRIGO: Dueño mío, adiós. CONDESA: Adiós, mi español. (Amor, de este laberinto Aparte me sacad.) RODRIGO: Chinchilla, vamos. CHINCHILLA: Por Dios, que me había dormido.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

El castigo del penséque, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002