DOÑA BEATRIZ DE SILVA

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de DOÑA BEATRIZ DE SILVA fue preparada por Vern Williamsen en 1999 para incluirse en esta colección. DOÑA BEATRIZ DE SILVA se publicó por primera vez en la CUARTA PARTE DE LAS COMEDIAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA (Madrid, María de Quiñones, 1635), que es la edición que tomamos como base para fijar nuestro texto con el apoyo de varias ediciones modernas. La edición príncipe, cuyo texto está bien conservado, es la fuente última, directa o indirecta, de todas las ediciones posteriores. Nuestro texto regulariza las indicaciones de personajes que hablan y su disposición gráfica, resuelve las abreviaturas y moderniza la puntuación y las grafías siempre que no tengan relevancia fonética. Cualquier añadido o enmienda al texto de la príncipe va entre corchetes. 


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Tiros de artillería; música de todo género; fiestas de dentro, y saca SILVEIRA sobre los corredores de arriba, a un lado, una bandera con las armas de Portugal y Castilla
SILVEIRA: La hermosa doña Isabel, infanta de Portugal, que va a dar mano de esposa al segundo rey don Juan, nieta del rey don Duarte hija de aquel capitán que con la cruz portuguesa ganó renombre inmortal, ¡viva siglos infinitos por gloria de nuestra edad!
Disparan y tocan chirimías
VOCES: ¡Vivan don Juan e Isabel Dentro por Castilla y Portugal!
Al otro lado saca arriba OLIVENZA otra bandera con las armas de Portugal y del Imperio
OLIVENZA: La infanta doña Leonor que gloria a estos reinos da y a Federico tercero, que del imperio alemán es monarca, llama esposo. ¡Viva! VOCES: ¡Viva! Dentro OLIVENZA: Desde el mar toquen festivos clarines, que a ellos responderá, con marciales intrumentos, Lisboa.
Éntranse los de arriba
SILVEIRA: Haced disparar las piezas de este castillo.
Música y tiros
VOCES: ¡Alemania! ¡Portugal! Dentro
Salen don JUAN y don FERNANDO
JUAN: Dejad las festivas voces crüeles, que atormentáis un alma, entre amor y celos, hecha esfera de un volcán. No disparéis culebrinas, o con ellas me apuntad al corazón, que hecho piezas suspira por su mitad. vuestra galas son mi luto, vuestras fiestas mi pesar, vuestras bodas mis obsequias; sin Leonor no vivo ya. FERNANDO: Mirad don Juan de Meneses, que dais nota en la ciudad con esos locos extremos, y que en vos parecen mal. Atentos en vos reparan cuantos castellanos hay en Lisboa, a quien envía por su esposa, el rey don Juan. Encubrid vuestras pasiones, o, si amigo me llamáis, decidme la causa de ellas, que ofendéis nuestra amistad. JUAN: Conde ilustre de Arroyolos, ¿para qué me preguntáis lo que a voces manifiestan mis desdichas? FERNANDO: Un año ha que de estos reinos, y vos ausente, troqué la paz en África, por la guerra que eterniza a Portugal. Libre entonces os dejé sin que arpones del rapaz pudiesen en vuestro pecho sus ciegas llamas lograr. Si agora, pues que he venido, olas al mar aumentáis, quejas de viento, a los vientos, sin que os merezca sacar la causa, ignorarla es fuerza. JUAN: ¡Ay, don Fernando! FERNANDO: ¿Qué hay? JUAN: El médico por el pulso conoce la enfermedad; todo es pulsos un celoso que son fuego de alquitrán los celos, y humo de Amor de sus incendios señal. Mas, pues, no sabéis la causa de mis ansias, escuchad; que mi pena, hasta aquí muda, ya revienta por hablar. Después que al rey don Duarte, que de Dios gozando está para luto de estos reinos, llevó la muerte voraz, entre los pequeños hijos, ramo de su tronco real, que nos dejó para alivio de su triste soledad, fueron. El rey don Alonso el quinto, en tan tierna edad que aún cinco años no tenía, dejándonosle en agraz, y doña Leonor, su hermana, que, de cuatro años no más, como el sol, nos amanece sobre su cuna oriental. Quedaron los dos a cargo del duque de Guimarán y de Coimbra, tío suyo, espejo de la lealtad. Púsoles casa, y a mí casi en los años su igual, me introdujo su menino; yo muchacho, Amor rapaz; criéme, con la licencia que suelen los años dar, con el rey y con la infanta, privando entre los demás; tanto, que sin mí los dos no acertaban a jugar, ni les supo cosa bien, ni en mi ausencia hubo solaz. Pero, quien se aventajaba en mostrarse liberal dándome favores tiernos, que en desdichas vuelto se han, fue la infanta, mi señora, comenzando Amor rapaz entre niños, a ser niño; fue creciendo, viejo es ya. Mil veces por el jardín, entre calles de arrayán y murtas, cogiendo flores se vinieron a encontrar las manos, al elegir ya el clavel, ya el azahar, abrasando a fuego lento su nieve mi voluntad. Y si entonces daban glorias estos encuentros, ¿qué harán cuando saliendo del nido sepa el ciego dios volar? Mil veces, que a los colores jugamos, sentí enlazar entre favores de cintas mi crédula libertad que sin saber los peligros, como el pájaro que va al reclamo que le burla, quise bien, salióme mal. Crecimos y creció el fuego, volviéndose en natural la costumbre poderosa; y cuando a filosofar comenzaban mis discursos en alegre facuitad de amor, todo sutilezas, que inventa la ociosidad. Con los años en la infanta creciendo el respeto real, crecieron los imposibles, avaros en ver y hablar. Desde entonces comencé, Fernando, a experimentar los efectos de mi fuego, leve hasta allí, ya alquitrán. Tuve celos, desveléme, versos hice, di en rondar, saqué galas, lucí motes, frecuenté la soledad, y otros varios ejercicios de esta profesión; juzgad con tales huéspedes, conde, qué tal mi alma estará. Las veces que, desde entonces, permitió la autoridad de la infanta y sus retiros, para asistirla lugar, con equivocos favores, con afable gravedad, tuvo en pie mis pensamientos y mi amor entre el compás de esperanzas y recelos non plus ultra de este mar, puesto que juzgaréis loco un amor tan desigual; pero, no tanto, que dado que es rama de un tronco real y de Düarte heredera, dio a mi sangre calidad el conde de Portalegre, primero, heroico Anibal en las guerras, y del rey don Pedro hijo natural. Abuelo materno mío fué el marqués de Villareal, descendiente de Diademas Augustas, cuya igualdad y la de mi amor perdido pueden, conde, disculpar altiveces de mi empleo, si amor es temeridad. En efecto, llegó el fin de mi vida, ya se va la infanta doña Leonor a Alemania, a coronar por fénix de Federico y por sol que osen mirar las dos cabezas de un cuerpo blasón del ave imperial. Ya se parte de Lisboa, ya, conde, se va embarcar sobre los hombros del Tajo que, de perlas y coral guarneciendo su cabeza, celos tiene, porque el mar en sus brazos la reciba y su azul hurtando está, como yo, que, imagen suya, de los muros de San Gian, arrojándome a sus olas, mi fuego he de sepultar; pues en mortajas turquíes bien los celos morirán que me abrasan, si para ellos no es poca su inmensidad. ¡Hoy muero, hoy fenezco, conde! FERNANDO: Los imposibles, don Juan, cuando es discreto el amante, redimen la libertad; no lo ha sido vuestro amor, su bien pudo recelar tan remontados enipleos; mas serálo desde hoy más, que es la infanta emperatriz sol que nació en Portugal y va a derretir la nieve del venturoso alemán, de quien antípoda sois; y, pues a oscuras quedáis, a otra luz, no tan difícil, si sois cuerdo, os alumbrad, y Leonor goce mil años el tálamo conyugal del tercero Federico que la aguarda en Aquisgrán. JUAN: Ya van saliendo las damas. FERNANDO: ¡Brava salva!
Música y tiros
JUAN: Imitarán a mis suspiros, que encienden celos, xonde, de alquitrán.
Salen don Pedro PEREIRA Y don PEDRO Girón y en medio doña BEATRIZ de Silva, de camino, todos muy bizarros
PEREIRA: Cuando en público acá la infanta sale, un caballero solo ocupa el lado de la dama a quien sirve, porque iguale el premio de su dicha a su cuidado; mi amor quiere que en ello me señale, y la presente suerte me ha costado un año de servicios y desvelos que aumentan ya esperanzas y ya celos. Si allá en Castilla, noble caballero, no se practica este uso cortesano, ya que os aviso, aconsejaros quiero, dejéis el puesto que ocupáis en vano. PEDRO: Nunca es blasón el término grosero, que acostumbra el que es noble castellano, que la corte del rey don Juan segundo puede enseñar mesura a todo el mundo. Esa ley, que contáis por maravilla, es muv antigua allá y hala heredado Portugal, de la corte de Castilla, como el reino también, antes condado. Obligación os corre de cumplilla; pues siendo negligente enamorado ni el uso que alegáis es de provecho, ni a este lugar, por hoy, tenéis derecho. Yo le ocupé primero y daré nota de para poco, si por vos le dejo. PEREIRA: ¿Sabéis quién soy? PEDRO: Nunca eso me alborota; seréis de sangre y de valor espejo. PEREIRA: Soy nieto del que os dio en Aljubarrota, mozo en el brío si en los años viejo, noticia de la sangre de Pereira. PEDRO: La hazaña saldrá aquí de la Forneira que hacéis de blasonar esa victoria, propio del pobre, cuya corta hacienda no se le cae jamás de memoria, y más cuando se cifra en una prenda; hidalgo parecéis de ejecutoria que no hay corrillo, calle, plaza o tienda, donde venga ó no venga, dando enfado, no salga el pergamino iluminado. Castilla tantas veces ha vencido a Portugal, desde su rey primero, que la memoria de ellas ha perdido, aunque no vuestra sangre, nuestro acero. Pero, por qué del caso hemos salido, si vos hidalgo sois, yo caballero; si vos Pereira, yo Girón, que enseña los tres, blasón antiguo del de Ureña. Si vos acción tenéis a la ventura que se me sigue de este hermoso lado, yo le adquirí primero, y no es cordura el ser tras negligente, mal crïado.
A ella
Pero por no ofender vuestra hermosura, hermoso sol de quien será traslado el del cielo, decid pues se os concede quién gustáis que se vaya y quién se quede. PEREIRA: A no haber señalado juez tan presto yo, castellano, a hablar os enseñara, menos despreciador y más modesto, y del lado o la vida os despejara; mas, pues en tales manos habéis puesto la justicia y acción que alego clara, de ella y de vos, señora mía, espero el mal despacho de este caballero. BEATRIZ: Fidalgos, siempre fue consejo sano no juzgar entre amigos, quien no intenta perder el uno, y más en día que gano tanta honra y con los dos voy tan contenta. A don Pedro Girón, por castellano a cuyo reino voy, me corre cuenta como a huésped servirle y serle afable, si la ley del hospicío es inviolable. A don Pedro Pereira también debo, por deudo, conterráneo y pretendiente, toda correspondencia y no me atrevo pagar su honesto amor ingratamente; dos Pedros a mi lado, ilustres, llevo, cada uno galán, noble, valiente, sin saber, cuando tanto entre ellos medro, distinguir lo que va de Pedro a Pedro. Y así, porque ninguno quejas tenga, ni yo pierda la dicha de tal lado, dispénsase esta ley. Cada uno venga en el puesto que halló desocupado. PEREIRA: Con vuestro gusto es bien que me convenga, pues estoy en el sitio mejorado, que si el derecho es, con tal cosecha, tendré en serviros buena manderecha. PEDRO: Yo, que al izquierdo voy, no creo que pierdo la acción de venturoso, pues me cabe, el corazón, que yendo al lado izquierdo podré experimentar tierno y süave. PEREIRA: Más noble es el derecho. PEDRO: Si sois cuerdo ved que del corazón gozo la llave. PEREIRA: Sabréosla yo quitar. BEATRIZ: Hidalgos, paso, que me descuartizáis a cada paso. JUAN: ¡Oh hermosa hermana! En fin Castilla puede prívándonos de vos dejarnos solos. FERNANDO: En noche triste nuestro reino quede, pues se le ausentan juntos tres Apolos. BEATRIZ: Ese título solo se concede a las infantas, conde de Arroyolos, que en mí no caben excelencias tantas. FERNANDO: Reina en belleza sois, si ellas infantas. BEATRIZ: Señor don Juan, ¿con tal melancolía; ¿Tan llano traje, cuando el mundo os loa por Adonis en gala y bizarría y es ramillete del placer Lisboa? ¿En tanto gozo, en tan festivo día, que no hay en tierra coche, en mar canoa, que desde el tope hasta el humilde lastre, telas no arroje, púrpuras no arrastre? ¿Vos sin una señal, sin una pluma con que escribáis en el papel del viento de esta jornada la felice suma, asunto ilustre a tanto pensamiento? JUAN: Borde, doña Beatriz, cándida espuma el turquesado y húmedo elemento, y brille al sol su inquieta superficie, porque del mar celosa llore Clicie. Retrate a abril y mayo el cortesano, y en varios campos recamados pinte, siendo abeja oficiosa, que el verano flores de seda coge, que hizo el tinte; y mientras, envidioso el tiempo cano, perfiles de oro en años no despinte, ni los países de la edad destemple, pues es la juventud pintura al temple. Quien gustos logra y al pesar no ha visto dé galas al Amor, plumas al viento, que, si con ellas veis que me enemisto, siento esta ausencia y visto como siento. BEATRIZ: En fin ¿no hacéis jornada? JUAN: Aquí resisto ímpetus de un ligero pensamiento que me quiere llevar sobre sus alas, y a pesar del pesar envidia galas. BEATRIZ: Yo a Alemania creí que ennobleciera vuestra gentil presencia y nobles años, y que la emperatriz os persuadiera a su asistencia. JUAN: Todos son engaños; mas vale, hermana, que entre ausencias muera, que no entre irremediables desengaños.
Disparan
FERNANDO: Hermosa confusión. PEDRO: Célebres fiestas; la emperatriz y reina son aquéstas.
Salen Doña LEONOR y Doña ISABEL muy bizarras, de camino
LEONOR: En fin, Portugal, que os dejo; que me parto, Lisboa, en fin. OLIVENZA: Llorando y riyendo el Tejo, de escamas de oro un delfín rompe en el cristal su espejo, creyendo que ha de llevar á Vuestra Alteza á embarcar; llore nuestro Tejo y ría, pues pierde y goza en un día el sol que le usurpa el mar. ISABEL: ¿Desde aquí hasta Aldea Gallega hay tres leguas de agua solas? PEDRO: Tajo a vuestra alteza ruega que pise plata en sus olas y la lengua humilde llega conque lisonjero lame la arena para que os llame y a que la piséis os lleve. ISABEL: Quien a dejarle se atreve bien es que otro mar derrame. PEDRO: Antes de veros partir de aquí aumenta su placer, y vos le podéis seguir, si en Cuenca le veis nacer ya que aquí le veis morir; que estimará en mucho el Tejo que, mirándoos en su espejo, le gocéis, dándole nombre, niño en Cuenca, en Toledo hombre y en nuestra Lisboa viejo.
A doña LEONOR
OLIVENZA: Hora es ya que vuestra alteza se embarque, porque el mar, rico en poseer tal belleza, aseguró a Federico tranquilidad y llaneza.
A doña ISABEL
SILVEIRA: Ya es hora de que piséis un barco sobre que honréis, desde la quilla a la gavia, de Tiro, esquilmos y Arabia.
A doña LEONOR
PEREIRA: Gran señora no lloréis. LEONOR: Lisboa es merecedora de esta amorosa señal; pues no la ama quien no llora, ni tiene ciudad igual el orbe en cuanto el sol dora.
Sale el CONDE de Portalegre
CONDE: Dénos los pies vuestra alteza. LEONOR: Don Diego de Silva, alegre vuestra vista, mi tristeza, pues Conde de Portalegre os llama vuestra nobleza. CONDE: Yendoos vos, señora mía, no me pidáis alegría. LEONOR: Doña Beatriz, vuestra hermana, no quiere ser alemana ni admite mi compañía. BEATRIZ: La reina, nuestra señora doña Isabel, cuya hechura soy, me honra consigo. LEONOR: Adora Portugal, vuestra hermosura; sin vos esta corte llora y yo, que quiero seguilla en esto, ya que a la silla del imperio voy, gustara de que Alemania os gozara que está envidiando a Castilla; mas pues no gustáis, adiós. BEATRIZ: Federico, gran señora, al mundo deje de vos sucesión, que cuanto dora el sol, rija por los dos. ISABEL: En fin, conde, ¿acá os quedáis? CONDE: Alfonso, el rey, mi señor, me lo manda. ISABEL: ¿Y vos gustáis? CONDE: Pero al de Campomayor, mi hermano, por mí lleváis; y de su prudencia fío, pues en mi nombre le envío, que hará como portugués. ISABEL: Don Alfonso Vélez es buen lleno de tal vacío. LEONOR: Pues, don Juan ¿vos solamente ni me habláis, ni os despedís? JUAN: No es la lengua suficiente a explicar, cuando os partís, lo mucho que el alma siente; y pues viéndoos mudo quedo, y todo lo que decir puedo y vuestra alteza advertir, juzgue que llego a decir cuando aun lo posible excedo. Mudo el pesar me consuma con que triste os reverencio mas vos me entendéis, que, en suma, a veces habla el silencio. más que la lengua y la pluma. LEONOR: Ni os despidáis, ni deis nombre de ausente, ni así os asombre la navegación que sigo; porque quiero que conmigo vengáis, por mí gentilhombre. Juntos nos hemos crïado; lo que la niñez imprime nunca el tiempo lo ha borrado; ella da causa a que estime la fe que me habéis mostrado. En mi nave os embarcad. JUAN: Ponga vuestra majestad esos pies en estos labios, pisará en ellos agravios de una necia liviandad que estuvo desconfïada de tal merced y favor, y ya vive restaurada. LEONOR: Don Juan, simpre os tuve amor; servidme en esta jornada. ISABEL: Vuestra majestad me dé licencia y brazos. LEONOR: Mejor pena y lágrimas daré en empeños del amor que, desde niña, cobré a vuestra majestad. ISABEL: Diga el sentimiento que obliga en mis ojos a llorar, gran señora, mi pesar. LEONOR: ¡Ay prima, ay reina, ay amiga! Vuestra majestad se queda en España, que reporta su pena y lágrimas veda, pues, ¿con jornada tan corta qué mal hay que durar pueda? Mas yo, que desde el oriente de nuestra patria excelente, por tanto piélago paso hasta el alemán ocaso, lloraré más justamente. ISABEL: Presto se consolarán con un monarca del mundo llantos que penas nos dan. LEONOR: Del rey don Juan el segundo gocéis un tercer don Juan, señora, que os dé a los dos un nuevo orbe. ISABEL: Y nos deis vos un sol en la imperial silla. LEONOR: ¡Adiós reina de Castilla! ISABEL: Augusta alemana ¡adiós!
Por diferentes puertas se entran las dos y todos los demás con mucha música tiros, y quédase don JUAN
JUAN: Muy enhorabuena vayas, bello Fénix portugués, esfera y patria de amor. Mayo augusto, real vergel; vayas muy enhorabuena premiadora de mi fe, alivio de mis congojas, cifra de todo mi bien, Leonor, honor de este siglo. Celoso desesperé, cuando, piadosa, cortaste a mi garganta el cordel; por tu gentil hombre gustas que vaya contigo, iré Leonor, por tu nombre gentil, pues como tal he de hacer altares en que idolatre en ti mi amor, siempre fiel, sin que se atreva mi vida a otra imagen, a otra ley.
Sale MELGAR
MELGAR: Par Dios, señora Lisboa, que desde este día no de un zeoti de Portugal por toda vuesa merced. Sin Leonor se queda A oscuras, desierta sin Isabel, en el limbo sin Beatriz y viuda sin todas tres. JUAN: ¿Qué es esto Melgar? MELGAR: Desdichas. JUAN: ¿Desdichas? ¿Cómo o de qué? MELGAR: Bueno es el qué que preguntas. ¿Qué fidalgo, hombre de bien o de mal, hay en Lisboa; qué sucesor de Moisén; qué mercader a caballo o qué caballero a pie que sus lacayos no vista, pues desde el pícaro al rey con galas hacen la corte un tablero de ajedrez? ¿Es hoy día de bayeta? Cuantos muchachos me ven me tiran de pepinazos, llamándome, y hacen bien, paje o lacayo de réquiem. JUAN: Desesperarme pensé; corté luto a mi esperanza, marchitábala un desdén, mas ya salió de peligro, dame galas, mudaré el traje con los pesares; plumas vengan, porque den alas a mis pensamientos. MELGAR: ¿Burlámonos? JUAN: Anda, ve. MELGAR: ¿Qué color? JUAN: Azul y plata. MELGAR: ¿Celos castos? ¡Oh, que bien! ¿Qué plumas? JUAN: Del color propio. MELGAR: Y yo ¿qué me vestiré? JUAN: El que llevé de camino, cuando partí a Santarén. MELGAR: Ya se me folija el alma; y luego, ¿qué hemos de hacer? JUAN: Embarcarnos con la augusta. MELGAR: ¿Cuándo? JUAN: Al punto. MELGAR: ¿Luego? JUAN: Pues. MELGAR: ¿Qué correncia te da prisa? JUAN: Esto manda una mujer. ¿Mujer dije? Un cielo, un ángel. MELGAR: Patudo, si tiene pies. JUAN: La emperatriz me ha ordenado que fin a mis penas dé, y por gentilhombre suyo vaya a Alemania. MELGAR: Hace bien; pero, quítale el gentil y por hombre suyo ve. JUAN: ¡Ay, cielos! MELGAR: Diablos son bolos, virla y prueba; pero, ven, si es que habemos de vestirnos. JUAN: Amor, como alas me des, Ícaro, me atrevo al sol. ¡Ojalá me abrase en él!
Vanse. Salen don Pedro PEREIRA y don FERNANDO
PEREIRA: Aguas del Tejo doradas, que con las del mar tejéis listones de azul y plata, parad el curso, tened. La hermosura se nos huye, la discreción, el placer, con doña Beatriz de Silva si su asistencia perdéis. No crezcáis con la marca; vuestro cristal en sus pies sirva de grillos piadosos; ¡corréos aguas de correr a desterrar vuestra dicha! que para tanto inierés honra es el volver atrás si acá con ella volvéis. FERNANDO: ¿Por qué, pródiga Lisboa; ínclita ciudad, por qué pobre atreves a quedarte y a otros vas a enriquecer? Si a Leonor das a Alemania, como a Castilla a Isabel, dejárasnos a Beatriz que cifra de todos es. PEREIRA: Ya, Amor, pues ella se ausenta, no os llaméis más portugués; pasad gustos a Castilla que aquí no los puede haber. Galas, convertíos en lutos; saraos, desde hoy no tendréis el aplauso que hasta agora veíais, pues Beatriz no os ve. Cerrad puertas y ventanas; cortesanos, no habitéis corte que queda tan corta, ausente Amor, que es su rey.
Sale don JUAN muy bizarro, y MELGAR bien vestido
JUAN: ¡Oh, Conde amigo! ¡Oh, don Pedro! A que los brazos me deis os traen los cielos. Adiós. FERNANDO: Don Juan de Meneses, ¿pues, qué mudanza repentina tan presto os pudo volver de triste alegre y gozoso? JUAN: Efectos del bien querer. FERNANDO: ¿A dónde vais? JUAN: A Alemania. FERNANDO: ¿Y tan gustoso? JUAN: Hay por qué. FERNANDO: ¿Quién lo manda? JUAN: Quien me hechiza. FERNANDO: Será la emperatriz. JUAN: Es. FERNANDO: ¿Lleváis esperanzas? JUAN: Muchas. FERNANDO: ¿En qué las fundáis? JUAN: No sé. FERNANDO: ¿Contra un águila imperial voláis? No la alcanzaréis. JUAN: Es Amor sacre sublime; empresa de su fuego es, conde, o vencer o morir venceréla o moriré.
Tocan y disparan
MELGAR: A leva tocan. ¿Qué esperas? Sube, que allí está el batel y ha de ir a la capitana. FERNANDO: Ventura la suerte os dé. JUAN: ¡Adiós, fundación de Ulises! MELGAR: Adiós, seboso Babel, Castillo, Plaza, Rua Nova, Palacio, San Gian, Belén, Cruz de Cataquifaras; adiós, Chafarí do Rei, bayeta, boas botas, luas, blancos y negros también; que voy a beber cerveza por no olvidar el beber.
Tocan y disparan
JUAN: Arraez la plancha, que tocan a leva segunda vez.
Vanse don JUAN y MELGAR
FERNANDO: Alegre estruendo. PEREIRA: Decid triste y así acertaréis; pues se despuebla la corte. FERNANDO: Ya empiezan a descojer linos que el viento se vista. Si las naves queréis ver, que ya de la barra salen, y el barco donde Isabel y Beatriz dan luz al Tajo, aquí, don Pedro, os poned.
Dentro con música, tiros y grita
UNOS: ¡Leva, leva! OTROS: ¡Buen viaje! PEREIRA: ¿Que esto nuestros ojos ven? UNOS: ¡Alemania! OTROS: ¡Portugal! UNOS: ¡Viva el César! OTROS: ¡Viva el Rey! TODOS: ¡Castilla y Portugal, vivan! OTROS: ¡Vivan Leonor e Isabel! PEREIRA: ¡Viva Beatriz! Y yo muera pero sin verla; si haré.
Vanse don FERNANDO y don Pedro PEREIRA. Salen el REY don Juan de Castilla, don ÁLVARO DE ESTÚÑIGA y los infantes de Aragón, don ENRIQUE y don Pedro de ARAGÓN, de camino todos
REY: Bien habemos caminado. ENRIQUE: De Valladolid a aquí no has descansado. REY: Seguí los afectos de un cuidado. ARAGÓN: Ya estamos en Badajoz. REY: Presto, primos, veré en él si es tan hermosa Isabel como publica la voz que enamora a todo el mundo. ENRIQUE: Cuando sea tan hermosa merecerá ser esposa del rey don Juan el segundo. Mas mucho me maravilla que llegue a ser la fortuna de don Álvaro de Luna tan poderoso en Castilla, que él solo baste a casar a vuestra alteza con quien no es hija de rey, ni es bien, pues me llego a declarar, que, cuando lo contradice la castellana nobleza solo por él, vuestra alteza, estas bodas solemnice. REY: La infanta doña Isabel es, pues en eso advertís, nieta ilustre del de Avís rey de Portugal, de aquél que en Aljubarrota un día a Castilla destrozó, y con su esfuerzo borró manchas de su bastardía. Mas, si va a decir verdad, y veis que por todo paso, por don Álvaro me caso mas que por mi voluntad; quiérole bien y no sé decirle a cosa de no. ENRIQUE: Ninguno a su rey casó, guardando lealtad y fe, por su elección solamente. ARAGÓN: Ni se elige la mujer por ajeno parecer. REY: Cuerdo es Álvaro, y prudente; no hará cosa que me esté, primos, mal el condestable; pero rigor es, notable, que antes que cuenta me dé de estas bodas, las concierte con el rey de Portugal. ARAGÓN: ¿Y no le estará eso mal a vuestra alteza, si advierte, lo que don Álvaro habrá de esos conciertos sacado? ENRIQUE: Yo sé que no lo ha tratado en balde. REY: Ello es hecho va. ENRIQUE: Bien se puede deshacer. REY: "Sí" que don Álvaro dió, por mí, no puede ser, no; quien mi amigo intente ser de don Alvaro lo sea. Cuando Isabel no sea tal como afirma Portugal; si me pareciere fea; primero que llegue a vella, a don Álvaro veré que, como él contento esté luego la tendré por bella. ESTÚÑIGA: Solo falta que le den la silla y corona real. REY: Nada me parece mal como a él le parezca bien.
Sale don ÁLVARO de Luna
ÁLVARO: Vuestra Alteza, gran señor, con sus grandes se aconseje, y este casamiento deje, que es; lo que le está mejor. A don Álvaro, dé oídos, de Estúñiga, que es justicia mayor, y tiene noticia de los tratos conocidos que tengo con Portugal, y lo que en casarle medro; a don Enrique y don Pedro, que me llaman desleal, como a infantes de Aragón, oiga también, y no pase por conciertos, ni se case en virtud de mi elección; que cuando sin hijos quede, por no casarse, aquí está don Enrique, en quien tendrá prenda que a Castilla herede. Donde asiste su persona no hace falta mi presencia; déme su mano y licencia, retiraréme a Escalona. REY: En vos se ha comprometido mi voluntad, condestable; murmure Castilla y hable, que si por vos he venido a Badajoz a casarme, y porque agradaros trato sin haber visto retrato de la infanta, ni informarme de su hermosura, o su edad, no más de por daros gusto, ................... [ -usto] firme está mi voluntad. Por vida de vuestro rey que os desenojéis. ÁLVARO: Señor, el ausentarme es mejor, que no os guardo amor ni ley, pues contra mí os aconsejan los tres que me han calumniado, no he de andar a vuestro lado mientras ellos no le dejan. ESTÚÑIGA: A no estar el rey delante y respetar este puesto... REY: Justicia mayor, ¿qué es esto? ENRIQUE: Yo os buscaré. REY: Paso, infante, salid los tres de mi corte. ENRIQUE: A salir de la lealtad con que vuestra majestad obliga a que me reporte, yo mis agravios vengara; pero, ocasión habrá alguna en que quite de esa Luna vuestra majesiad la cara, y la ponga en la razón. ESTÚÑIGA: Luna en breve menguaréis; que puesto que llena os veis, estáis en oposición.
Vanse los tres. Sale don PEDRO Girón
PEDRO: Mande, señor, vuestra alteza todos los grandes salir si tienen de recibir la reina, que a entrar empieza en Castilla, y ya estará en el río que divide los reinos. REY: Si es bien se olvide este sentimiento ya, id, Álvaro, a recibilla; no riñamos más los dos, andad y llevad con vos los títulos de Castilla, que porque estemos en paz y vos partáis como es justo, que os llame su conde, gusto, Santisteban de Gormaz. ÁLVARO: Besaré estos pies.
Tiénele
REY: No es bien, cuando los brazos os doy que mis pies, aunque rey soy, encima la Luna estén.
Vase don ÁLVARO de Luna
PEDRO: ¡Favor y dicha notable! REY: Contra las leyes de amar, don Pedro me he de casar, a elección del condestable; y aunque el suyo es tan conforme y tan ajustado al mío, que de él estas cosas fío, manda el alma que me informe de quien su dueño ha de ser. Don Pedro, ¿es Isabel bella? ¿Es discreta? ¿Podré en ella mi sosiego entretener? PEDRO: Dos retratos traigo aquí, que ha podido, gran señor, el uno pintar Amor, y la lealtad que hay en mí, el otro...éste es de la infanta.
Dale uno de los dos retratos
Vuestra majestad le vea y la valentía crea que se atrevió a copia tanta. REY: Si iguala al original ésta, que al sol mismo agravia, ya el Fénix faltó de Arabia ya enriquece a Portugal. ¡Bella mujer! PEDRO: (¡Ay de mi! Aparte Los retratos he trocado; el que es hermoso traslado de doña Beatriz, le di. ¿Qué haré?) Advierte, gran señor... REY: Don Pedro Girón ya advierto, que si me ha vencido muerto tema vivo al vencedor. No sale en su hermosa cuna más bello el cuarto planeta elección, al fin, discreta de don Álvaro de Luna. Tan perdido estoy por él, que si original no hubiera o en nada se pareciera a esta imagen mi Isabel, aunque su amor perdonara, a pesar de su hermosura, adorando esta pintura con el naipe me casara. PEDRO: (¡Bien mi amor ha satisfecho! Aparte ¡Bien a la reina obligado y con el rey informado muy bien su partes he hecho! Quiérole desengañar de que es de doña Beatriz, que amor tierno en la raíz no es difícil de arrancar.)
Al REY
Considere vuestra alteza que este retrato... REY: Ya sé que me pediréis que os dé el porte de esta belleza. Marqués de la Mota os hago. PEDRO: Advierta que no es razón. REY: Diréis, don Pedro Girón, que con escaseza os pago. Nunca el amor es avaro, y más cuando es el amor de un rey como yo. Señor sois de Villaescusa de Haro, y si esto os parece poco, pedid, que más se os dará. PEDRO: (¿Qué remedio? El rey está Aparte por mi portuguesa loco; pero, advertirle conviene el engaño en que le he puesto. Señor, la verdad...
Suena música
REY: ;Qué es esto?
Sale don ÁLVARO
ÁLVARO: La reina, gran señor, viene, y entra ya por la ciudad; salgámosla a recibir. PEDRO: (¡Que no me ha querido oir!) Aparte REY: Si iguala a vuestra beldad bella imagen, vuestro dueño, conquiste don Juan segundo, para que os le ofrezca, un mundo porque mi reino es pequeño.
Vanse sino es don PEDRO Girón
PEDRO: ¿Tan presto ha enternecido una pintura, del rey el corazón, que fue diamante? ¿Libre en un punto, en otro ciego amante? ¿Y yo por descuidado, sin ventura? Pero Amor, cuando llega a coyuntura, introduce su forma en un instante y obra la voluntad, si ve delante el objeto eficaz de una hermosura. ¿Que haya podido hacer tan grave daño el trueco de un papel pintado? ¡Ah, cielos! Y que yo en el remedio ignore el modo. Perderé a mi Beatriz, verá mi engaño el rey don Juan, tendrá la reina celos y yo, inocente, pagarélo todo.
Salen por una parte la reina doña ISABEL y doña BEATRIZ y acompañamiento, y por la otra el REY y los suyos. El REY habla a doña BEATRIZ
REY: Vuestra alteza ha enriquecido mi Castilla; y pues en ella reina sol de luz tan bella, día es ya si noche ha sido. Lisonjero había creído que era con vos el pincel, y haciendo cielo un papel consolaba vuestra ausencia. Mas ya sé la diferencia que hay de Isabel a Isabel. Bella es Isabel pintada, pues mi libertad cautiva; pero con Isabel viva será sombra inanimada. Elección bien acertada de don Álvaro de Luna, para mi amor oportuna, y este hemisferio español; pues fué bien que de tal sol fuera tercera la luna. BEATRIZ: Mire, señor, vuestra alteza que no soy la reina yo, vuestra esposa. REY: ¿Cómo no? PEDRO: Aquí mi peligro empieza. REY: Don Pedro, ¿de esta belleza este retrato no fue? PEDRO: No, señor, que le troqué cuando turbado os le di. REY: (Tarde en la cuenta caí; Aparte mal remediarme podré.)
A doña ISABEL
Vuestra alteza me perdone, que a tanta luz deslumbrado, no es mucho me haya engañado la que delante me pone; y porque mi yerro abone baste que en esta ocasión conjeture mi elécción, aunque avergonzada está, ¿qué tal la reina será si tales sus damas son? ISABEL: No es nuevo adorar, señor, a Efestión, yendo al lado de Alejandro, el que ha juzgado por la presencia el valor; pues haciendo este favor a doña Beatriz hermosa, diré, sin estar celosa, que vuestra alteza acertó pues doña Beatriz y yo somos una misma cosa. REY: Discreta habéis satisfecho mi inadvertencia, yo sé cómo os desagraviaré.
A don PEDRO aparte
¡Ay don Pedro! ¿Qué habéis hecho? aposentóse en mi pecho doña Beatriz, que sosiega de mi amor la llama ciega, y a Isabel dejo burlada; que el alma, como es posada, se da al primero que llega.
A doña ISABEL
Venga Vuestra Majestad. (¡Ay engañosos despojos Aparte que del modo que los ojos me lleváis la voluntad!) PEDRO: (Celos, desde hoy castigad Aparte mis descuidos con desvelos.) PEREIRA: (Si a Beatriz ama el Rey ¡cielos! Aparte ¿qué hará quien viene a servilla?) ISABEL: (Basta; que he entrado en Castilla Aparte por la puerta de los celos.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

Doña Beatriz de Silva, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002