JORNADA SEGUNDA


Sale el CONDE como de noche y LEONOR
CONDE: Tengo un poco que deciros. LEONOR: ¿Vos a mí? Viniera bien, si yo fuera Inés, aquello de "un poco te quiero, Inés." CONDE: Decís verdad; mas no sufre la prisa con que me veis el remate de la copla, "yo te lo diré después" porque si esta ocasión pierdo, la esperanza perderé que en vuestro favor estriba. LEONOR: Terrible tiempo escogéis, mi señor. Es esa sala, que divide esta pared, con su hija y con don Pedro, hoy su yerno ausente ayer, conciertan las escrituras. Y están presentes con él su sobrina y de ambas partes deudos que han venido a ser agentes de nuestras bodas. Pues la hora... ya lo veis. El reloj las doce ha dado y vinieron a las diez.
Échale el CONDE en la manga un bolsillo
¡Ay! ¿Qué es esto que en la manga suena? CONDE: No os alborotéis que aunque pesan no son cantos que os descalabren. LEONOR: ¿Pues, qué? CONDE: Unos pocos de doblones para que facilitéis deseos; que cumple a damas la calle del interés. LEONOR: ¿En el siglo de vellón doblones? Vos entraréis mejor, si ansí granizáis, que el planeta ginovés. Baldada me habéis cogido del manjar que siempre fue, cuando se hace el amor hombre, codillo de la mujer. ¡No hay oros en todo el mundo! Mirad como no daréis un todo en aquesta casa. Hablad, servid, pretended; que aunque amantes peregrinen, dos primero, y con vos tres deseosos de alcanzar la villa del bienquerer llegaréis primero que ellos pues a la posta corréis por la senda de Galiana, vos volando, ellos a pie. Parecéisme un pino de oro pues fruto de oro escogéis, y ellos, en fe de difuntos, cada cual será un ciprés. ¿Amáis a Elisa o a doña Ana? CONDE: Antes que noticia os dé de mi amor, que en vos consiste, deciros quién soy es bien. ¿Conocéis al Conde Carlos? LEONOR: Conde Claros sois? ¿Tendréis el nombre como las obras porque no puede ofrecer estrellas de oro, doblones, sino un cielo cuando esté claro como un Conde Claros cual vos. Oí encarecer a un don Carlos, señoría nuestro vecino, de quien dicen que si el nombre es César, en el obligar es rey. CONDE: Y sacaré verdadera con vos esa fama. Haced mis partes, y si se logran, Leonor mía, no cuidéis de vuestro dote y ventura. LEONOR: Bésoos las manos y pies, que atada de ellos y de ellas vuestra esclava soy. CONDE: Oíd, pues: exageróme un amigo que tengo y vos conocéis con tanto extremo esta noche la dama a quien quiere bien. Tanto encareció sus partes, tan suspenso le escuché, tan ponderativo anduvo, tan curioso yo con él que ausentándose de mí sin dármela a conocer, en su retrato mi envidia pienso que puso el pincel. Como de la novedad hija la admiración es, y ésta madre del deseo, ¡juzgad de tanta preñez cual saldría el apetito! Porque en mí fue tan crüel que obediente a sus impulsos su amistad atropellé. Hice seguirle a un crïado. Fue diligente tras él. Vióle en casa de doña Ana. Que la amaba sospeché. Digna fuera su hermosura de abrasarme, a no saber que don Juan adora a Elisa; porque saliendo después de con doña Ana, turbado, en la calle le escuché fulminar con quien le sirve las locuras que un desdén, un olvido, una mudanza, suele arrojar de tropel. Impedíale el crïado la entrada, por conocer el riesgo de sus arrojos; pero tan en vano fue que a pesar de sus avisos, yo mismo le vi poner, ciego, la mano en la daga y en sus umbrales los pies. Entró, en fin, habrá dos horas mas no salió. Vos sabréis, como confidente suya, Leonor, lo que se hizo de él; que yo, con celos primero que amante, un rato dudé a las puertas de la calle entre celoso y cortés si entraría o no entraría hasta que por no ofender la quietud de quien adoro mis deseos retiré. De su padre y de don Pedro, don Álvaro y don Miguel, doña Ana y otros amigos, entre todos cinco o seis que son los que están agora, conforme dicho me habéis, haciendo las escrituras y dándola el parabién, disimuléme crïado con los demás y llegué a la presencia de Elisa, mereciendo en ella ver tanto cielo, gracia tanta que en don Juan quedó esta vez, aunque dijo cuanto pudo, avaro el encarecer. Yo la adoro, Leonor mía, yo estoy loco. Podrá ser que cuanto más imposible mis esperanzas la ven, me parezca más hermosa. Sin ella, no lo dudéis, es la vida en mí tan ardua como cortado el clavel, como sin calor el fuego, como sin su esfera el pez, como el pájaro sin aire, como sin agua el bajel. Vos sola, Leonor piadosa, Leonor cuerda, Leonor fiel, Leonor... LEONOR: Vuestra soy. Decid, Conde, y no me leonoréis. CONDE: Vos sola sois mi remedio. Vos tenéis, sola, poder para conservar mis años en el mayo en que los veis. ¿No es mejor para condesa la hermosa Elisa? ¿No es mejor para señoría, Leonor, que para merced? Pues con una acción no más que esta noche ejecutéis, ella os deberá mi estado, yo la vida os deberé. LEONOR: Conde, decid, que doblones en manga deben de ser, por San Juan, granos de helecho, pues desde que los toqué os quiero más que a mis ojos. CONDE: Quinientos de ellos tendréis, seguros para casaros. Oídme y proseguiré: don Pedro, Elisa y su padre, y los demás que sabéis, con las escrituras que hacen quieren mi sepulcro hacer. En el semblante de Elisa, que siempre del alma fue intérprete fidedigno, el pesar eché de ver con que estas bodas permite. Con causa maliciaré de que don Juan ocasiona la pena con que la ven. Si vos, antes que se firme el riguroso papel, alegando nulidades, por mi esperanza volvéis diciendo fuisteis testigo de que su palabra y fe me dio con la mano hermosa y que no consentiréis, que por temor del peligro quebrando al cielo la ley que en estos casos dispuso vos por ella os condenéis, sus intentos estorbáis, yo, en fin, resucitaré. Vos tendréis en mí un esclavo y a Elisa redimiréis de la vejación que llora, pues sosegadas después pesadumbres y alborotos, claro está que ha de querer a un conde más que a un don Juan su padre, y que vos seréis gratificada de todos y estimada en más después. ¿Qué decís? LEONOR: Que ya es más caro, Conde, de lo que pensé el oro que me enmangasteis; pero, ¿qué tengo de hacer? No me tengáis por ingrata. Cuanto mandáis cumpliré. Comprada soy que no mía. Vos fuisteis mi mercader; mas si al ímpetu primero pretende el viejo crüel ser en mí leonoricida, ¿quién me podrá socorrer? CONDE: Yo, Leonor, yo que he de estar, si advertida me escondéis donde de vuestras agencias siendo testigo sea juez. Cuando intenten agraviaros los unos y otros, saldré a sacaros verdadera; pues es forzoso que os den crédito viéndome oculto en casa, con que podréis libraros vos de su enojo, y yo sus dudas vencer. LEONOR: Alto, nunca las hazañas discursivas han de ser. Todo consejo es cobarde porque padre del miedo es. Entraos en ese aposento que es donde duermo, y poned toda el alma en los oídos. Sabrán lo que me debéis. (En el otro está don Juan. Aparte A pares empieza el mes. ¡En mi casa las tramoyas! Conde es Carlos, yo mujer; doblones los que me hechizan.) ¿Entráis? CONDE: Entro para hacer vuestra fortuna envidiada.
Entra el CONDE
LEONOR: Dios vaya conmigo, amén. Mas todos salen acá. Ocasión, Amor, me dé en que encaje mis mentiras y me saque de ellas bien.
Salen don ALONSO, don PEDRO, doña ANA, ELISA y otros
ALONSO: Elisa, no ocasiones sospechas a tu fama; que ni te han de valer tus evasiones, ni a quien con tantas veras y fe te ama consentiré quejoso; pues vino con gusto a ser tu esposo. ANA: Prima, si ésta no es tema y quieres a don Pedro, ¿qué hay que tema la dilación de un día que encareces? Quien liberal da luego, da dos veces. ELISA: Deja para los viejos, pues que no peinas canas, los consejos si no es que interesada te importa el verme a mi pesar casada. Conozco lo que medro feliz consorte del señor don Pedro, y estoy reconocida al amor que me muestra, mas tengo prometida una novena a la patrona nuestra de Atocha, y así trato que se queda por hoy este contrato. ALONSO: Harásla desposada con más quietud y menos registrada; que aunque las estaciones son tan santas de suyo, hay ocasiones en que las juventudes profanan oraciones y virtudes, y pocas hay que apenas no saquen verdadero a quien decía "Haberse de llamar," cuando las veía, "en [las muchas] novenas, las nobuenas." No apures mi paciencia. Firma esas escrituras o apercibe tu loca resistencia a un convento de Lerma en que tus tías en su clausura culpan tus porfías. ELISA: Escojo, pues a mi elección lo dejas, por mejor que entre rejas sujeta siempre viva que a quien no tengo amor servir cautiva; pues si uno y otro al fin es cautiverio, más noble me le ofrece un monasterio, y más vale medrando eterno nombre ser esclava de Dios que no de un hombre. Y porque creas cuán constante afirmo la determinación de tus venganzas, rasgo en estos papeles esperanzas;
Rásgalos
que de esta suerte yo violencias firmo. ALONSO: Detén, inadvertida.
Saca la daga
la mano, si no intentas que en tu vida mi enojo satisfaga. LEONOR: ¿Está en sí, vuesasted? Meta la daga, que siendo tan cristiana mi señora, (La chanza encajo agora.) Aparte y esposa de quien burlan, presumidos, no ha de tener a un tiempo dos maridos. ALONSO: ¿Qué dices? PEDRO: ¿Cómo es eso? ELISA: ¿Estás en ti, Leonor? LEONOR: Todo mi seso está como solía. Señores, mi señora es señoría. Un conde la confiesa; él por su esposa y yo por mi Condesa. Ayer le dio la mano besándosela amante y cortesano. Yo fui cura y testigo.
Aparte doña ELISA y LEONOR
ELISA: ¡Desatinada, advierte... LEONOR: Ve conmigo. ELISA: ...que está don Juan oyendo tus quimeras, y que ha de imaginar que hablas de veras.
En voz alta
LEONOR: En balde me cohechas al oído. Más quiero mi conciencia. Tu marido es el conde don Carlos.
A doña ELISA
Ve conmigo, que así puedes burlarlos. ALONSO: ¿Qué conde o desventura? LEONOR: Esto es notorio. Delante de mí se hizo el desposorio. ¿De qué forman espantos? ¿Es mucho un conde donde sobran tantos? Él jura, endoselando estas paredes, en señorías mejorar mercedes. Y que apetezca yo, no es maravilla, ver las espaldas vueltas a una silla. ALONSO: Ya digas la verdad o ya estés loca. Tu atrevimiento mi furor provoca a que en tu sangre vil... LEONOR: ¡Jesús, María! ¡Conde, vuelva por mí Vuesaseñoría!
Sale el CONDE
CONDE: La voluntad, caballeros, que el cielo quiso eximir de humanas jurisdicciones no ha de violentarse ansí. Elisa, en cuya belleza elíseos deleites vi, puesto que allá vive el gozo y acá el amarla es vivir, piadosa admitió finezas del alma que la rendí. ¡Corta oferta un alma sola quien quisiera darla mil! Poco más debe de haber de un mes que por competir con el sol, salió en un coche ella flora y él jardín a dar nueva vida al Prado. Pues, volviéndole a vestir de yerba y rosa soberbio, vio por noviembre su abril. Todas las ponderaciones que en los versos aplaudís cuando idiomas adulteran nuevos modos de escribir pudieran, si la pintaran, lograr su elocuencia aquí; mas, ¿para qué os la retrato si a su origen asistís? Sin libertad desde entonces diademas apetecí felices a coronar su hermosura emperatriz. Dila parte de mis penas, solicité, pretendí sin perdonar circunstancias que suele el amor lucir. Correspondiólas afable porque echó de ver que en mí eran una misma cosa el ponderar y el sentir. La víspera de año nuevo echó suertes y salí por elección de los hados su amante, y anoche en fin me entituló su consorte tan rendida, tan feliz que en nuestras manos amor nuestras almas vino a unir. Avisóme de la ofensa en que todos incurrís tiranizando su imperio. Caballeros advertid: que es mi esposa, que es Condesa, y que si lo resistís, será fuerza el defender mi acción y fama o morir. ALONSO: Conde, entre los generosos siempre ha sido acción civil hurtar el cuerpo a las leyes y al sol el rostro encubrir. Ilustre os conoce España, conde, os venera Madrid, rico Fortuna os conserva, la edad en vos es abril; mas aunque por tantas partes calidades presumís, no son menos las que Elisa nos debe al cielo y a mí. Valor, juventud y hacienda tiene igual; sólo añadís un título que aunque honroso no es difícil de adquirir. Si a Elisa, pues os iguala, conde, amáis como decís un mes ha con fin honesto, pudiéndomela pedir seguro de vuestro abono, ¿por qué de noche venís a usurpar jurisdicciones y esperanzas deslucir? Intenten pobres plebeyos medrar por medio tan vil calidades a sus casas ennobleciéndose ansí que es lo que disculpa en ellos. Viene a ser, pues lo seguís, defecto vituperable digno en vos de corregir. Oblígueos, pues sois tan noble, la templanza a que advertís a pesar de mis ofensas en mi enojo, y elegid a satisfacción de partes esposa con quien vivir sin que menosprecios llore después si os arrepentís; que amores no consultados y bodas sin prevenir pronostican las más veces buen principio y triste fin. ELISA: Señores, ¡qué disparates! ¿Me pretenden consumir el seso con la paciencia? Yo, ¿cuándo os correspondí? ¿Cuándo os tuve por amante? ¿Cuándo, conde, os llegué a oír deseos que me venciesen? ¿Cuándo os hablé? ¿Cuándo os vi?
LEONOR habla aparte a doña ELISA
LEONOR: ¡Que lo echamos a perder, señora! ¡Pobre de mí! El conde viene a librarte con este ingenioso ardid de tu padre y de don Pedro. Por don Juan ha entrado aquí que es íntimo en sus amores. Si esta vez sabes fingir date por libre y dichosa.
LEONOR habla aparte a doña ANA
Señora, sólo por ti me engolfé en esto. Si el conde a Elisa llega a adquirir te queda libre don Juan. Que es su esposo el conde di, y dale todo por hecho. ELISA: (¿Hay quimera más sutil? Aparte Lo que Leonor me aconseja está de perlas.) ANA: (Salid, Aparte Amor, a la causa vuestra; que si llegáis a impedir que don Juan de Elisa sea, mi esperanza conseguí.) El callar es ya culpable, señores, y el resistir al cielo y temeridad. Con Leonor testigo fui de cuanto ha propuesto el conde. Él la dio el alma, ella el sí; conformidad las estrellas, la noche ocasión y, en fin, don Pedro culpe a sus hados y téngase por feliz esta casa, pues, merece dueño tanto. ALONSO: ¡Que por ti, inadvertida, liviana, haya mi honor de salir a la vergüenza! ¿Qué dices? ¿Qué respondes? ELISA: Que encubrir tan manifiestas verdades no es posible; que seguí los consejos de doña Ana sin poderme persuadir a querer bien a don Pedro, y que el conde vive en mí.
Sale don JUAN
JUAN: Ya es infame el sufrimiento. Déjame salir a dar desahogos al pesar, avisos al escarmiento. Pretender que en el tormento sufra las penas atroces la congoja y no dé voces con el agravio es lo mismo que amansar sobre el abismo los huracanes veloces. Quien quiere en los evidentes ímpetus de la violencia que esté oculta la paciencia y los agravios patentes, llegue a enfrenar las corrientes que entre desatados hielos forman airados los cielos, reprima el fuego en los bronces. Podrá ser que amanse entonces la tempestad de los celos. Todos me habéis ofendido; de todos juntos me quejo: de la imprudencia de un viejo por avaro inadvertido; de un amigo fementido que, vuelto competidor, Vellido fue de mi amor; de un amante que pretende obligar a quien ofende por los medios del rigor; de una olvidada hermosura que siendo noble se venga y porque efecto no tenga mi amor turbarle procura de quien fue mi ventura solícita intercesora y ya a mi fe burladora su lealtad osó vender que no es infamia ya el ser por el interés traidora; de mí mismo que creí en la duración liviana de la flor, la sombra vana, del sueño, del frenesí, de Elisa, en fin, a quien di crédito y fe sin temer que en su leve proceder es, de las mudanzas dueño, flor, frenesí, sombra, sueño, la palabra en la mujer. No ha un hora que me juró con afectos apacibles atropellar imposibles que en mi favor despreció. No ha media que me escondió donde la creí diamante. No ha un instante que inconstante anegó mis esperanzas. ¡Considerad las mudanzas de una hora, media, un instante! Todos mi mal prevenís. Loco por todos parezco. A todos os aborrezco pues todos me perseguís. Si estos oprobios sentís, venid a contradecirme. Sígame el necio que afirme que no es infeliz quien ama, que Amor su imperio no infama y que hay hermosura firme.
Vase don JUAN
PEDRO: Prevención discreta ha sido, Elisa, la que hecho habéis; pues, porque os sobren tenéis en cada sala un marido. De los tres que hemos venido podéis a gusto escoger y esta casa no temer lo que muchas necesitan si las que poco se habitan a pique están de caer. ¡Tanto huésped encerrado! ¡Notable capacidad tiene vuestra voluntad pues a tres lugar ha dado! Puesto que he sido llamado renuncio el ser escogido. En Talavera he vivido, en ella de mí os servid aunque aquí y allá advertid: se quiebran de una manera los platos de Talavera y las damas de Madrid.
Vase don PEDRO
CONDE: Ya, señora, dificulto lo que antes facilité aunque crédito no dé a vislumbres de esta insulto. ¡Pero a tal hora y oculto en vuestra casa don Juan! Permisiones de galán exceden del justo extremo. No os culpo yo, pero temo peligro del qué dirán.
Vase el CONDE
LEONOR: (Miedos, ¿qué hacemos aquí Aparte si en esta tempestad toda soy la vaca de la boda y ha de llover sobre mí? Por el conde me perdí, de él me voy a socorrer; y cuando no pueda ser, pues a embelecos me atrevo, oficio conmigo llevo que me gane de comer.)
Vase LEONOR
ANA: Prima, por verte en altura que a tus deudos nos honrase, procuré que se casase con un conde tu hermosura. El amor todo es ventura. No la supiste tener. Don Juan te ha echado a perder y es quien de ti más se ofende; que quien todo lo pretende todo lo viene a perder.
Vase doña ANA
ELISA: En tu silencio, padre generoso, conjeturo señales del pesar congojoso que crece a la medida de tus males, pues cuando es tan valiente de mucho sentimiento no se siente. Esto causan agravios desiguales y yo, en la ocasión de ellos inocente al paso que culpada, el cuello rindo a tu pasión airada. Mas óyeme primero, no clemente sino ofendido sabio. Sabrás en qué estoy libre, en qué te agravio, y seré en la opinión que me desdora de mí misma fiscal y defensora. Un año ha, poco más, que agradecida a finezas de amantes rendí a don Juan la voluntad y vida con afectos de amor tan semejantes, con tal conformidad de corazones, que, si fueran verdad las opiniones que afirman haber sido la mujer y el varón un cuerpo solo y haberlos dividido severo el dios progenitor de Apolo, creyera mi cuidado que de don Juan me habían separado y que en los dos las almas, dos mitades, deseaban unir sus voluntades. Al mismo tiempo, pues que me inclinaba a don Juan, a don Pedro aborrecía con tanto extremo que...¡si le pintaba mi ciega fantasía! Y opuesta a su deseo tan inclinados tus afectos veía a que mi amor en él hiciese empleo. Desmayos de la muerte el alma me asustaban sintiendo el no poder obedecerte y sólo con la vista se aliviaban de don Juan, que no ofrece la humana medicina pítima tan cordial y peregrina como el ver a quien ama quien padece. Ausentóse a mi instancia don Pedro y, ya seguro de él mi amante en su fe y mi constancia, labraba Amor finezas de diamante. Sentiste verle ausente, permitiste obediente que volviese a Madrid. ¡Qué desatino! A desposarse vino, desesperó esperanzas quien adoro y perdiendo el decoro a su cortés templanza, aumentó con sus ansias mis desvelos. Sólo quien tiene amor perfecto alcanza las congojas rabiosas de los celos. Causómelos doña Ana. Vivir yo sin don Juan fuera imposible. Aseguréle humana. Redujéle apacible. Entraste a hacer las tristes escrituras. Prosiguió mi don Juan en sus locuras. Temí que si le vieses descrédito a mi fama honesta dieses. Resistí tu violencia rigurosa. Salió, no sé de donde ni quien le ocultó en casa, aquese conde que mi opinión lastima. Mintió Leonor, mintió también mi prima en lo que falsa alega; que es ciego Amor y hasta los nobles ciega. Ocasionóme a enojos porque en mi vida puse en él los ojos. Afirmóme Leonor que fiel amigo de don Juan me procuraba ver si con tal engaño me libraba de don Pedro. Por esto que soy, digo, esposa de ese Carlos. Salió don Juan celoso. Multipliqué peligros por obrarlos. Lo seguro arriesgué por lo dudoso. La verdad te he propuesto. El medio elige agora más honesto. Ya a morir me apercibas, ya ausente de tus casa vengativas de Madrid me destierres, ya entre paredes trágicas me encierres, o ya, advertido sabio, reduzcas con don Juan a amor tu agravio.
De rodillas
A tus plantas rendida la cabeza te ofrezco con la vida. Lastime al escarmiento la libertad que oprime a un convento, a don Juan toda el alma, que si es suya forzoso es que a su amor se restituya; pero a don Pedro, al conde inadvertido, con desdén inmortal eterno olvido. ALONSO: Ya está, indiscreta Elisa, en estado tu fama que da al remedio prisa, y cuando de tu amor la ciega llama obligarme pudiera a que don Juan te diera, de puro pretendida ninguno hay que te quiera porque vale el honor más que la vida. Oculto el conde Carlos que en fe de ser tu esposo presenta, verdadero o mentiroso, testigos que no puedes recusarlos, ¿de qué suerte pretendes que don Juan, a quien amas cuando ofendes, arroje a la malicia el honor, vidrio al fin tan delicado que al aliento no más le mancha, quiera vil para todos una vez quebrado? Haz el mismo argumento del conde que ofendido vio salir a don Juan de tu aposento, en él por tu imprudencia conducido. Y mira, cuando amaras a don Pedro y mi gusto obedecieras, ¿cómo le persuadieras desmintiendo apariencias que tan claras nuestra opinión lastiman? ¿Y es bien que tiemblen los que su honra estiman? Pocos serán mis días. Presto dará esta pena cabo de ellas. En Lerma están tus tías. Déjame con sosiego fenecellos y vive tú entre tanto cuando no religiosa, retirada. Estarás, si no alegre, regalada mientras Madrid, apetecido encanto, este desaire olvida y elegirás, en viéndome sin vida, a gusto tuyo estado: ya de don Juan esposa o ya, con más acuerdo, religiosa. Segura mi vejez de este cuidado, prevenirte procura que Madrid con no verte al vulgo enfrenará si te murmura, pues si se olvida todo con la muerte y la ausencia retrato suyo ha sido, podrás ausente ocasionar su olvido. ELISA: ¡Tan sabio medio ofreces! ALONSO: No me agradezcas lo que no mereces. Por mi honor me reporto. Ocupa el plazo corto, Elisa, en prevenirte porque dentro de una hora has de partirte.
Vase don ALONSO
ELISA: ¡Ay, caro don Juan mío, ofendido te dejo! ¿Cómo es posible si de ti me alejo yo toda amor, tú todo desvarío, que no muera impaciente quien a un tiempo es culpada e inocente?
Vase doña ELISA. Salen LEONOR y doña ANA
LEONOR: Esto es todo lo que pasa. ANA: En efecto, ¿que tú fuiste la que a Carlos escondiste? LEONOR: Ocultéle por ti en casa y, de ella salgo por ti, huyendo. ANA: Mientras la mía de ti su esperanza fía, en ella tendrás, y en mí, la acción que yo. Y, si don Juan hace caso de su honor y paga mi honesto amor, mis dichas te deberán las medras de nuestro engaño. LEONOR: Ten por cierto que no esté en Madrid quien más te dé pesares en todo este año. Yo vi a sus puertas el coche con las mulas de camino; que ha de sacarla imagino el viejo esta misma noche. ANA: Logre mis dichas, Amor y sáqueme de estas olas.
Sale don JUAN
JUAN: Pésame no hallarte a solas. Retírate allá, Leonor. LEONOR: (Bueno se le va poniendo Aparte el ojo al hacha. ¿Ya están los amores de don Juan de otro temple? No lo entiendo.)
Vase LEONOR
JUAN: Doña Ana, yo necesito de tu amor y tu consejo. Herido a don Carlos dejo, castigo de su delito. Aguardéle en esa calle; ciego me salió a buscar. La razón me pudo dar aceros para sobralle. Enemigo es poderoso, peligrosa mi asistencia, el retirarme prudencia. Partirme luego es forzoso. Débote la voluntad que pagarte no he podido, cuando más reconocido no quiere mi adversidad que llegue a corresponderla. El peligro me da prisa; la poca lealtad de Elisa ocasión de aborrecerla. Sirva el ver que me despido de ti sola y te doy cuenta de esta desgracia violenta de señal si te he ofendido que te vengué castigado, que reconozco tu amor, que soy de tu fe deudor, que me ausento enamorado deseoso de agradarte sin recelos de ofenderte, indigno de merecerte y resuelto en adorarte. ANA: No querrá mi suerte airada, don Juan, ya en mi favor cuerda que cobrándote te pierda hoy dichoso, hoy desdichada. De Madrid saca mi tío a Elisa. Si aquí estuviera tu partida permitiera porque en efecto no fío, viendo la de tus mudanzas. Si se ausenta y tú te vas temo que la seguirás; que con amor no hay venganzas. Haga el Conde diligencias buscándote; que en mi casa mientras este rigor pasa desmentirás sus violencias. En ella es bien te asegure; que nadie creerá de mí que por socorrerte a ti yo mi opinión aventure. Este cuarto, ese balcón, pues en amar te aventajo, pasándome yo al de abajo te ha de servir de prisión. Sus espesas celosías registros deslumbrarán y en ella divertirán tus penas melancolías. No hay padres a quien temer; de mis acciones soy dueño. Ocultándote te empeño nuevamente. Esto has de hacer y, si no, daré noticia antes que salgas de aquí a la justicia de ti. JUAN: ¿Para qué, mi bien, justicia donde reina la piedad, donde triunfa tu firmeza? Si es mi alcaide tu belleza mi prisión es libertad. Mas témome de Leonor que me vio entrar. ANA: No hay temella. Téngola grata y por ella se ha de lograr nuestro amor. De casa no ha de salir ni la permitiré hablar con otros, pero cuidar de tu regalo, asistir a lo que hayas menester. Eso sí. Vínose huyendo de la de Elisa y pretendo que no lleguen a entender que apruebo sus demasías. Mis crïadas callarán también porque, en fin don Juan, te quieren bien por ser mías. JUAN: Tú lo dispones de suerte que en las dichas que intereso soy ya dos veces tu preso. ANA: Libros en que entretenerte hay sobre ese contador y aderezo con que escribas versos, que a Elisa apercibas, mientras que viene Leonor a traerte de cenar y a disponerte la cama. JUAN: La aurora aljófar derrama. Tarde es para reposar. ANA: No tienes en qué ocuparte. Los presos duermen de día. JUAN: Desvela amor, Ana mía, y amo yo. ANA: Quiero cerrarte que te temo fugitivo.
Cierra con llave
JUAN: Si me buscare Coral, fíate de él que es leal. ANA: Adiós, pues, dueño cautivo.
Vase doña ANA
JUAN: Deleita el color verde, que consiste entre el blanco y el negro, y la Esperanza le elige porque el medio y punto alcanza perfectamente de lo alegre y triste. Pobre de él si el color negro le viste y le enluta tal vez su destemplanza, pues le imposibilita su mudanza que el medio alegre que perdió conquiste. Lo mismo pesa en la pasión celosa que entre amor y temor alcanza el medio y alegrando tal vez, tal entristece. Ya es imposible amarte, Elisa hermosa, mi esperanza enlutaste. ¡No hay remedio! ¡Qué mal puede esperar quien aborrece!
Abre CORAL y entre
CORAL: Déjame la llave y vete a tus haciendas, Leonor. Aunque siendo haciendas tuyas no tendrán mucho de Dios. JUAN: ¡Oh, mi Coral, bien venido! CORAL: Coral y tan tuyo soy que esta vez he de quitarte todo el mal de corazón. Déjame cerrar la puerta. Retirémonos los dos donde, ya que nos acechen no nos oigan. Atención: después que al coso saliste picado del garrochón de los celos, si no toro torote atropellador, de lo roso y lo velloso, y tu furia nos abrió el toril o el aposento... sigo mi comparación pues toros y desengaños con una misma armazón de cabeza nos lo vende la experiencia su pintor. Sin osarme rebullir ovillo de mi temor, tuve envidia en las paredes a las letras de carbón, deseando transformarme en ellas con saber yo ser cartapacio del necio y sátira del lector. Temblando, en fin, de valiente, telaraña de un rincón, me juzgaba palatino. Del viejo a la primer tos cuando después que te fuiste cada cual competidor sarpullido de tus celos, le dio a tu dama un jabón. Quedaron ella y su padre... ¡Ya ves qué tales los dos! Como en las uñas del gato el ánima del ratón, él suspenso, ella turbada. Fue el miedo tan orador como en las mujeres se usa que el peligro es Cicerón. Ponderó lo que te amaba, tus finezas, tu valor, la tempestad de tus celos, lo limpio de tu afición y que próvida en no dar sospechas al pundonor en los que a vistas vinieron a esconderte te obligó. Que a don Pedro aborrecía más que el buho el resplandor, al buen año el avariento, a la Hermandad el ladrón. Juró como un catalán no saber quien ocultó a aquel Conde entremetido, de nuestra paz Galalón, que ni de él tuvo noticia ni en su vida le dignó la memoria ni aun los ojos. Mas que, a pura persuasión de doña Ana que la dijo ser tu amigo protector y querer con tal engaño redimir su vejación, concedió con su embeleco, y cerró la confesión con ofrecer a su espada el cuello todo candor. Oyóla pro tribunali el viejo ponderador, resolviéndose después de media hora de sermón en que había de llevarla a Lerma antes que, veloz, diese el alba afeite al Prado y a su oriente bermellón. Entró a prevenirse Elisa. El viejo aprestar mandó el coche con dos crïados y, entre tanto... oye el mejor caso que escribió poeta que, a serlo a fe de quien soy, que sin mendigar asuntos yo enriqueciera a un autor. Entre tanto, como digo, por un pariente envió, confidente de su casa, celoso de su opinión. A éste, pues, en puridad le dijo, "Álvaro, yo estoy resuelto a honrar con la sangre del Conde mi sucesión. Persuadir que trueque Elisa en desdén la inclinación que a don Juan tiene es querer que el abril viva sin flor. Fïado, pues, en el tiempo cuya cuerda dilación muda afectos y apetitos, he fingido que llevo hoy a un monasterio de Lerma a Elisa, en cuya prisión escarmiente rebeldías y llore su obstinación. Sacaréla luego al punto de la corte y, yendo yo, Dorotea y Alvarado con ella, sin permisión que a persona comunique, ni vea aun el resplandor del cielo con las cortinas echadas. Mi prevención estriba en que ignore el pueblo que ha de darla habitación. Llegaremos de esta suerte a la una o a las dos a sestear a las ventas que llaman de Torrejón. Retiraréla a una cuadra hasta que cubra de horror la noche nuestro hemisferio y, siguiendo mi ficción daremos vuelta a Madrid persuadiéndola que estoy resuelto a que viva oculta en Illescas, donde vos ya esperáis a instancia mía mientras la murmuración, sepultada en el olvido, no lastime nuestro honor. Vendrémonos tan despacio que entremos cuando el rumor y bullicio de la gente no pueda darla ocasión para advertir que a la corte mi engaño la restauró. Vos, don Álvaro entre tanto, en fe que mi amigo sois y que en vuestra lealtad tengo antigua satisfacción, despejando aquesta sala de cuanto adorno la dio la calidad de mi estado y de mi haciendo el valor, cuadros, colgaduras, sillas, escritorio, contador, cama, estrado, sin que quede un clavo que dé ocasión a que reconozca el sitio, pediréis al corredor Pedro de Ávila, el que vive junto a la Puerta del Sol, que os alquile por un mes otra tanta ostentación que de modo la disfrace que no la conozca yo. Retirada en ella Elisa, y las puertas del balcón clavadas, dando la luz la vidriera superior, ni creerá que está en la corte ni viéndola sino vos. Hará don Juan diligencias que despierten su afición. Solicitaré entre tanto que el Conde, que sospechó mal del desaire pasado, haga cuerda información de la honestidad de Elisa y, buscando intercesor poderoso, si es su amante lograré mi pretensión." Esto dijo, esto escuché, temeroso acechador, por el hueco de la llave. Esto mismo prometió el amigo confidente partiendo a su ejecución como el coche a su jornada. Salí a tiento a un corredor. Topé con una escalera. Hasta un patio me guió. Di desde él en un corral. Salté por un paredón. Supe que el Conde huyó herido. Mi lealtad adivinó que estabas en esta casa. Doña Ana abrirme mandó. Y la noche que se sigue volverá a la posesión de su cuarto nuestra Elisa. Si permanece tu amor, pared en medio la tienes, Tisbe y Píramo los dos. No os veréis por rehendijas mas de balcón a balcón. Para que os comuniquéis con toda circunspección sin riesgo de la conciencia, que eso no lo quiera Dios, traza tengo imaginada que ha de hacerme arquitector balconero con que admire al artífice mayor. Ya sabes mi habilidad. Mi ingenio es ensamblador. Lo que te quiero infinito. Consulta a tu suspensión durmiendo agora sobre ello si te estará bien o no; que después queda a mi cargo el lograr esta invención. JUAN: Coral, cosas me refieres que, al paso que nuevas son, causan en mí novedades extrañas.
Sale doña ANA
ANA: Entra, Leonor, que es hora que don Juan cene. JUAN: Coral, abre. ANA: Pues, señor, ¿cómo os va de carcelaje? JUAN: Doña Ana, ¿cómo con vos? ANA: Tarde es para que cenéis, almorzar será mejor y reposaréis de día. JUAN: No hay plato de igual sazón como el ver vuestra belleza. ANA: Venid.
Aparte a CORAL
JUAN: Coral, vuelva yo por ti a la gracia de Elisa y mi hacienda a tus pies pon.

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

Los balcones de Madrid, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002