ACTO SEGUNDO


Salen el conde CARLOS y LEONOR
CARLOS: Tengo un poco que deciros. LEONOR: ¿Vos a mí? Viniera bien, si yo fuera Inés, aquello de "un poco te quiero, Inés." CARLOS: Decís verdad; mas no sufre la prisa con que me veis el remate de la copla, "yo te lo diré después" porque si esta ocasión pierdo, la esperanza perderé que en vuestro favor estriba. LEONOR: Terrible tiempo escogéis, mi señor. Es esa sala, que divide esta pared, con su hija y con don Pedro, hoy su yerno, ausente ayer, conciertan las escrituras. Y están presentes con él su sobrina, y de ambas partes deudos que han venido a ser testigos de nuestras bodas. Pues la hora... ya lo veis. Las doce el reloj ha dado y vinieron a las diez.
Échale el conde CARLOS en la manga un bolsillo
¡Ay! ¿Qué es esto que en la manga suena? CARLOS: No os alborotéis que aunque pesan, no son cantos que os descalabren. LEONOR: ¿Pues, qué? CARLOS: Unos pocos de doblones para que facilitéis deseos; que cumple a damas la calle del interés. LEONOR: ¿En el siglo de vellón doblones? Vos entraréis mejor, si ansí granizáis, que el planeta ginovés. Baldada me habéis cogido del manjar que siempre fue, cuando se hace el Amor hombre, codillo de la mujer. Parecéisme un pino de oro pues fruto de oro ofrecéis, y ellos, en fe de difuntos, cada cual será un ciprés. ¿Amáis a Elisa o a doña Ana? CARLOS: Antes que noticia os dé de mi amor, que en vos consiste, deciros quién soy es bien. ¿Conocéis al Conde Carlos? LEONOR: Conde Claros sois? ¿Tendréis como las obras el nombre porque no puede ofrecer doblones, estrellas de oro, sino un cielo cuando esté claro como un Conde Claros. Ya yo he oído encarecer a un don Carlos, señoría nuestro vecino, de quien dicen que si el nombre es César, que en el obligar es rey. CARLOS: Yo sacaré verdadera con vos esa fama. Haced mis partes, y si se logran, Leonor mía, no cuidéis de vuestro dote y ventura. LEONOR: Bésoos la[s] mano[s] y pie[s], que atada de ellas y de ellos vuestra esclava soy. CARLOS: Oíd, pues. Exageróme un amigo que tengo y vos conocéis con tanto extremo esta noche la dama a quien quiere bien. Tanto encareció sus partes, tan suspenso le escuché, tan ponderativo anduvo, tan curioso yo con él que ausentándose de mí sin dármela a conocer, en su retrato mi envidia pienso que puso el pincel. Como de la novedad hija la admiración es, y ésta madre del deseo, ¡juzgad de tanta preñez cual saldría el apetito! Porque en mí fue tan crüel que obediente a sus impulsos su amistad atropellé. Hice seguirle a un crïado. Fue diligente tras él. Vióle en casa de doña Ana. Que la amaba sospeché. Digna fuera su hermosura de abrasarme, a no saber que don Juan adora a Elisa; porque saliendo después de con doña Ana, turbado, en la calle le escuché fulminar con quien le sirve las locuras que un desdén, un olvido, una mudanza, suele arrojar de tropel. Impedíale el crïado la entrada, por conocer el riesgo de sus arrojos; pero tan en vano fue que a pesar de sus avisos, yo mismo le vi poner, ciego, la mano en la daga y en sus umbrales los pies. Entró, en fin, habrá dos horas mas no salió. Vos sabréis, como confidente suya, Leonor, lo que se hizo de él; que yo, con celos primero que amante, un rato dudé a las puertas de la calle entre celoso y cortés si entraría o no entraría hasta que por no ofender la quietud de quien adoro mis deseos retiré. De su padre y de don Pedro, don Álvaro y don Miguel, doña Ana y otros amigos, entre todos cinco o seis que son los que están agora, conforme dicho me habéis, haciendo las escrituras y dándola el parabién. Disimuléme crïado con los demás y llegué a la presencia de Elisa, mereciendo en ella ver tanto cielo, gracia tanta que en don Juan quedó esta vez, aunque dijo cuanto supo, avaro en encarecer. Yo la adoro, Leonor mía, yo estoy loco. Podrá ser que cuanto más imposible mis esperanzas la ven, me parezca más hermosa. Sin ella, no lo dudéis, es la vida en mí tan ardua como, cortado, al clavel. Vos sola sois mi remedio, vos tenéis sola poder para conservar mis años en el mayo en que los veis. ¿No es mejor para condesa la hermosa Elisa? ¿No es mejor para señoría, Leonor, que para merced? Pues con una acción no más que esta noche ejecutéis, ella os deberá mi estado, yo la vida os deberé. LEONOR: Conde, decid, que doblones en mangas deben de ser, granos, por San Juan, de helecho, pues desde que los toqué os quiero más que a mi vida. CARLOS: Quinientos de ellos tendréis, para casaros, seguros. Oídme y proseguiré. Don Pedro, Elisa, su padre y los demás que sabéis, con las dichas escrituras quieren mi sepulcro hacer. En el semblante de Elisa, que siempre del alma fue intérprete fidedigno, el pesar eché de ver con que estas bodas permite. No sin causa malicié que don Juan es el motivo de que no las lleve bien. Si vos, antes que se firme el riguroso papel, alegando nulidades, por mi esperanza volvéis diciendo fuisteis testigo de que su palabra y fe me dio con la mano hermosa y que no consentiréis, que por temor de su padre, quebrando al cielo la ley que en estos casos dispuso, vos por ella os condenéis, sus intentos estorbáis, yo, en fin, resucitaré. Vos tendréis en mí un esclavo y a Elisa redimiréis. ¿Qué decís? LEONOR: Que ya es más caro, Conde, de lo que pensé el oro que me enmangasteis; pero, ¿qué tengo de hacer? Mas si a los primeros lances pretende el viejo crüel ser en mí leonoricida, ¿quién me podrá socorrer? CARLOS: Yo, Leonor, yo que he de estar, si advertida me escondéis donde de vuestras agencias siendo testigo sea juez. LEONOR: Alto, nunca las hazañas discursivas han de ser. Todo consejo es cobarde si padre del miedo es. Entraos en ese aposento que es donde duermo, y poned toda el alma en los oídos. Sabrán lo que me debéis. (En el otro está don Juan. Aparte A pares empieza el mes. ¡En mi casa las tramoyas! Conde es Carlos, yo mujer; doblones los que me hechizan.) ¿Entráis? CARLOS: Entro para hacer vuestra fortuna envidiada.
Entra el conde CARLOS
LEONOR: Dios vaya conmigo, amén.
Salen don ALONSO, don PEDRO, doña ANA, ELISA y otros
ALONSO: Elisa, no ocasiones sospechas a tu fama; que ni te han de valer tus evasiones, ni a quien con tantas veras y fe te ama consentiré quejoso pues con tu gusto vino a ser tu esposo. ANA: Prima, si ésta no es tema y quieres a don Pedro, ¿qué hay que tema la dilación de un día que encareces? Quien liberal da luego, da dos veces. ELISA: Deja para los viejos, pues que no peinas canas, los consejos si no es que interesada te importa el verme a mi pesar casada. Conozco lo que medro feliz consorte del señor don Pedro, y estoy reconocida al amor que me muestra, mas tengo prometida una novena a la patrona nuestra de Atocha, y así trato que se quede por hoy este contrato. ALONSO: Cúmplela desposada con más quietud y menos registrada; que aunque las estaciones son tan santas de suyo, hay ocasiones en que las juventudes profanan ejercicios de virtudes. No apures mi paciencia. Firma esas escrituras o apercibe tu loca resistencia a un convento de Lerma en que tus tías en su clausura enmienden tus porfías. ELISA: Escojo, pues a mi elección lo dejas, por mejor que entre rejas sujeta siempre viva que a quien no tengo amor servir cautiva; pues si uno y otro al fin es cautiverio, más noble me le ofrece un monasterio, y más vale medrando eterno nombre ser esclava de Dios que no de un hombre. Y porque creas cuán constante afirmo la determinación de tus venganzas, rasgo en estos papeles esperanzas;
Rásgalos
que de esta suerte yo violencias firmo. ALONSO: Detén, inadvertida.
Saca la daga
la mano, si no intentas que en tu vida mi enojo satisfaga. LEONOR: ¿Está en sí, vuesasted? Tenga la daga, que siendo tan cristiana mi señora, (La chanza encajo agora.) Aparte y esposa de quien burlan, presumidos, no ha de tener a un tiempo dos maridos. ALONSO: ¿Qué dices? PEDRO: ¿Cómo es eso? ELISA: ¿Estás en ti, Leonor? LEONOR: Todo mi seso está como solía. Señores, mi señora es señoría. Un conde la confiesa; él por su esposa y yo por mi condesa. Ayer le dio la mano besándosela amante y cortesano. Yo fui el cura y testigo.
Aparte doña ELISA y LEONOR
ELISA: ¡Desatinada, advierte... LEONOR: Ve conmigo. que esto importa al engaño. ELISA: ¿Pues no ves que resulta ya en mi daño; que está don Juan oyendo tus quimeras y que ha de imaginar que hablas de veras.
En voz alta
LEONOR: En balde me cohechas al oído. Más quiero mi conciencia. Tu marido es el conde don Carlos.
A doña ELISA
Ve conmigo, que así puedes burlarlos. ALONSO: ¿Qué conde o desventura? LEONOR: Esto es notorio. Delante de mí se hizo el desposorio. ¿De qué forman espantos? ¿Es mucho un conde donde sobran tantos? Él jura, endoselando estas paredes, en señorías mejorar mercedes. Y que apetezca yo, no es maravilla, ver las espaldas vueltas a una silla. ALONSO: Ya digas la verdad o ya estés loca. Tu atrevimiento mi furor provoca a que en tu sangre vil...
Va a darla
LEONOR: ¡Jesús, María! ¡Conde, vuelva por mí Vueseñoría!
Sale el conde CARLOS
CARLOS: La voluntad, caballeros, que el cielo quiso eximir de humanas jurisdicciones no ha de violentarse ansí. Elisa, en cuya belleza elíseos deleites vi, puesto que allá vive el gozo y acá el amarla es vivir, piadosa admitió respetos del alma que la ofrecí. ¡Corta oferta un alma sola quien quisiera darla mil! Poco más debe de haber de un mes que por competir con el sol, salió en un coche ella flora y él jardín a dar nueva vida al Prado. Pues, volviéndole a vestir de yerba y rosa soberbio, vio por noviembre su abril. Dila parte de mis penas, solicité, pretendí sin perdonar circunstancias que suele el amor lucir. Correspondiólas afable porque echó de ver que en mí eran una misma cosa el prometer y el cumplir. La víspera de año nuevo echó suertes y salí por elección de los hados su amante, y anoche en fin me entituló su consorte tan rendido, tan feliz que en nuestras manos Amor nuestras almas vino a unir. Avisóme de la ofensa en que todos incurrís tiranizando su imperio. Caballeros advertid que es mi esposa, y que si os pesa, y lo queréis resistir, será fuerza el defender mi acción y fama o morir. ALONSO: Conde, entre los generosos siempre fue hazaña civil hurtar el cuerpo a las leyes y al sol el rostro encubrir. Elisa casi os iguala, si la amáis como decís un mes ha con fin honesto, pudiéndomela pedir seguro de vuestro abono, ¿por qué de noche venís a usurpar jurisdicciones y esperanzas deslucir? PEDRO: Intenten pobres vulgares medrar por medio tan vil calidades a sus casas ennobleciéndose ansí; que es lo que es disculpa en ellos viene a ser, pues los seguís, defecto vituperable digno en vos de corregir. ALONSO: Oblígueos, pues sois tan noble, la templanza que advertís, a pesar de tanto agravio, en mi enojo, y elegid a satisfacción de partes esposa con quien vivir sin que menosprecios llore después si os arrepentís. ELISA: Señores, ¿qué disparates nos pretenden consumir el seso con la paciencia? Yo, ¿cuándo os correspondí? ¿Cuándo os tuve por amante? ¿Cuándo, conde, os llegué a oír deseos de pretendiente? ¿Cuándo os hablé? ¿Cuándo os vi?
LEONOR habla aparte a doña ELISA
LEONOR: ¡Que lo echamos a perder, señora! ¡Pobre de mí! El conde viene a librarte con este ingenioso ardid de tu padre y de don Pedro.
LEONOR habla aparte a doña ANA
Si esta vez sabes fingir, libre tu don Juan te queda.
LEONOR habla aparte a doña ELISA
Que es tu esposo el Conde di, y dale todo por hecho. ELISA: (¿Hay quimera más sutil? Aparte
A doña ANA
Doña Ana, ayúdame ahora; que sólo te importa a ti que se case con el conde.
A doña ELISA
ANA: Amiga, vuelve por mí. (Lo que Leonor me aconseja Aparte me está de perlas. Salid, ciego Amor, a vuestra causa; que si llegáis a impedir que don Juan de Elisa sea, mi esperanza conseguí.) El callar es ya culpable, señores, y el resistir al cielo y temeridad. Con Leonor testigo fui de cuanto ha propuesto el Conde. Él la dio el alma, ella el sí; conformidad las estrellas, la noche ocasión y, en fin, don Pedro culpe a sus hados y téngase por feliz esta casa, pues, merece dueño tanto. ALONSO: ¡Que por ti, inadvertida, liviana, haya mi honor de salir a la vergüenza! ¿Qué dices? ¿Qué respondes? ELISA: Que encubrir verdades tan manifiestas no es posible; que seguí los consejos de doña Ana sin poderme reducir a querer bien a don Pedro, y que el Conde vive en mí.
Sale don JUAN
JUAN: Ya es infamia el sufrimiento. Déjame salir a dar desahogos al pesar, avisos al escarmiento. Pretender que en el tormento sufra las penas atroces la congoja y no dé voces con el agravio es lo mismo que enfrenar sobre el abismo los huracanes veloces. Todos me habéis ofendido; de todos juntos me quejo: de un ciego y avaro viejo; de un amigo fementido; de mí mismo inadvertido; de Elisa, en cuyo poder me he perdido sin temer que es de las mudanzas dueño y sombra, flor, pluma, sueño, la palabra en la mujer. No ha un hora que me juró con afectos apacibles atropellar imposibles que en mi favor despreció. No ha media que prometió ser a violencias diamante. No ha un instante que inconstante anegó mis esperanzas. ¡Considerad las mudanzas de una hora, media, un instante! Todos mi mal prevenís. Loco por todos parezco. A todos os aborrezco pues todos me perseguís. Si estos oprobios sentís, venid a contradecirme. Sígame el necio que afirme que no es infeliz quien ama, que Amor su imperio no infama y que hay hermosura firme.
Vase don JUAN
PEDRO: Oye, don Juan, que es preciso el medio que ha de valerme. Arrojado he de perderme. No perdonarte remiso. Yo pondré a tu poco aviso freno y límite bastante aunque desde aquí adelante juzgue quien mi agravio siente que le restauré prudente si le descuide ignorante. Prevención discreta ha sido Elisa, la que hecho habéis; pues, porque os sobren tenéis en cada sala un marido. De los tres que hemos venido podéis a gusto escoger y esta casa no temer lo que muchas necesitan si las que poco se habitan a pique están de caer. ¡Tanto huésped encerrado! ¡Notable capacidad tiene vuestra voluntad pues a tres lugar ha dado! Puesto que he sido llamado renuncio el ser escogido. En Talavera he vivido, en ella de mí os servid aunque aquí y allá advertid: se quiebran de una manera los platos de Talavera y las damas de Madrid.
Vase don PEDRO
CARLOS: Ya, señora, dificulto lo que antes facilité aunque crédito no dé a vislumbres de esta insulto. ¡Pero a tal hora y oculto en vuestra casa don Juan! Permisiones de galán exceden el justo extremo. No os culpo yo, pero temo peligro del qué dirán.
Vase el conde CARLOS
LEONOR: (Miedos, ¿qué hacemos aquí Aparte si en esta tempestad toda soy la vaca de la boda y ha de llover sobre mí? Por el Conde me perdí, de él me voy a socorrer; y cuando no pueda ser, pues a embelecos me atrevo, oficio conmigo llevo que me gane de comer.)
Vase LEONOR
ANA: Prima, por verte en altura que a tus deudos nos honrase, procuré que se casase con un conde tu hermosura. El amor todo es ventura. No la supiste tener. Don Juan te ha echado a perder y es quien de ti más se ofende; que quien todo lo pretende todo lo viene a perder.
Vase doña ANA
ELISA: ¿Qué intentará agora-- ¡cielos!-- mi airado padre conmigo que entre el perdón y el castigo me derrotan sus desvelos? ¡Tanta tempestad de celos, Fortuna! Pues multiplique olas que a mi fe dedique; que si engolfándome van y no es Santelmo don Juan, el remedio es irme a pique.
Vanse. Salen doña ANA y LEONOR
LEONOR: Esto es todo lo que pasa. ANA: En efecto, ¿qué tú fuiste la que a Carlos escondiste? LEONOR: Ocultéle por ti en casa y, de ella salgo por ti, huyendo. ANA: Mientras la mía de ti su esperanza fía, en ella tendrás, y en mí, la acción que yo. Y, si don Juan hace caso de su honor y paga mi honesto amor, mis dichas te deberán las medras de nuestro engaño. LEONOR: Ten por cierto que no esté en Madrid quien más te dé pesares en todo este año. Yo vi a sus puertas el coche con las mulas de camino; que ha de sacarla imagino el viejo esta misma noche. ANA: Logre mis dichas, Amor y sáqueme de estas olas.
Sale don JUAN
JUAN: Pésame no hallarte a solas. Retírate allá, Leonor. LEONOR: (Bueno se le va poniendo Aparte el ojo a la haca. ¿Ya están los amores de don Juan de otro temple? No lo entiendo.)
Vase LEONOR
JUAN: Doña Ana, yo necesito de tu amor y tu consejo. Herido a don Carlos dejo, deslumbróle su delito. Aguardéle en esa calle; ciego me salió a buscar. La razón me pudo dar aceros para sobralle. Enemigo es poderoso, peligrosa mi asistencia, si se evita con mi ausencia, partirme luego es forzoso. Débote la voluntad que pagarte no he podido, cuando más reconocido no quiere mi adversidad que llegue a corresponderla. El peligro me da prisa; la poca lealtad de Elisa ocasión de aborrecerla. ANA: No querrá mi estrella airada, don Juan, ya en mi favor cuerda, que cobrándote te pierda hoy dichoso, hoy desdichada. Haga el Conde diligencias buscándote; que en mi casa mientras este rigor pasa desmentirás sus violencias. Este cuarto, ese balcón, pues en amar te aventajo, pasándome yo al de abajo te ha de servir de prisión. JUAN: Donde reina la piedad, donde triunfa tu firmeza, si es mi alcaide tu belleza mi prisión es libertad. Mas recelo de Leonor que me vio entrar. ANA: No hay temella. Téngola grata, y por ella se ha de lograr nuestro amor. JUAN: Tú lo dispones de suerte que en las dichas que intereso soy ya dos veces tu preso. ANA: Libros en que entretenerte hay sobre ese contador y aderezo con que escribas versos, que a Elisa apercibas, mientras que viene Leonor a traerte de cenar y a disponerte la cama. JUAN: La aurora aljófar derrama. Tarde es para reposar. ANA: No tienes en qué ocuparte. Los presos duermen de día. JUAN: Desvela Amor, Ana mía, y amo yo. ANA: Quiero cerrarte que te temo fugitivo. JUAN: Si me buscare Corral, fíate de él que es leal. ANA: Adiós, pues, dueño cautivo.
Vase cerrando con llave
JUAN: ¡Extraña temeridad he intentado, ciego Amor! Contento estoy con vivir tan cerca de quien murió.
Sale CORRAL [por otra puerta, abriendo con llave,] y habla hacia dentro
CORRAL: Déjame la llave y vete a tus haciendas, Leonor. Aunque siendo haciendas tuyas no tendrán mucho de Dios. JUAN: ¡Oh, mi Corral, bien venido! CORRAL: Corral y tan tuyo soy que esta vez he de quitarte todo el mal de corazón. Déjame cerrar la puerta. Retirémonos los dos donde, ya que nos acechen no nos oigan. Atención: después que al coso saliste picado del garrochón de los celos, si no toro torote atropellador, de lo roso y lo velloso, yo, herido de mi temor, tuve envidia en las paredes a las letras de carbón, deseando transformarme en ellas con saber yo ser cartapacio del necio y sátira del lector. Cuando después que te fuiste cada cual competidor sarpullido de los celos, le dio a tu dama un jabón. Quedaron ella y su padre... ¡Ya ves qué tales los dos! ¡Como en las uñas del gato el temoroso ratón! Ponderó lo que te amaba, tus finezas, tu valor, la tempestad de tus celos, lo limpio de tu afición y que próvida en no dar sospechas al pundonor en los que a vistas vinieron a esconderte te obligó. Que a don Pedro aborrecía más que el buho el resplandor, al buen año el avariento, a la Hermandad el ladrón. Juró como un catalán no saber quien ocultó a aquel Conde entremetido, de nuestra paz Galalón, que ni de él tuvo noticia ni en su vida le dignó la memoria ni aun los ojos. Mas que, a pura persuasión de doña Ana que la dijo ser tu amigo protector y querer con tal engaño redimir su vejación, concedió con su embeleco, y la cláusula cerró con ofrecer a su espada el cuello todo candor. Oyóla pro tribunali el viejo ponderador, resolviéndose después de media hora de sermón en que había de llevarla a Lerma antes que, veloz, diese el alba afeite al Prado y a su oriente bermellón. Entró a prevenirse Elisa. El viejo aprestar mandó el coche con dos crïados y, entre tanto... oye el mejor caso que escribió poeta que, a serlo a fe de quien soy, que sin mendigar asuntos yo enriqueciera a un autor. Entre tanto, como digo, por un pariente envió, confidente de su casa, celoso de su opinión. A éste, pues, en puridad le dijo, "&áacute;lvaro, yo estoy resuelto a honrar con la sangre del conde mi sucesión. Persuadir que trueque Elisa en desdén la inclinación que a don Juan tiene es querer que el abril viva sin flor. Fïado, pues, en el tiempo cuya cuerda dilación muda afectos y apetitos, he fingido que llevo hoy a un monasterio de Lerma a Elisa, en cuya prisión escarmiente rebeldías y se mude su rigor. Sacaréla luego al punto de la corte y, yendo yo, Dorotea y Alvarado con ella, sin permisión que a persona comunique, ni vea aun el resplandor del cielo con las cortinas echadas. Mi prevención estriba en que ignore el pueblo que ha de darla habitación. Llegaremos de esta suerte a la una o a las dos a sestear a las ventas que llaman de Torrejón. Retiraréla a una cuadra hasta que cubra de horror la noche nuestro hemisferio y, siguiendo mi ficción daremos vuelta a Madrid persuadiéndola que estoy resuelto a que viva oculta en Illescas, donde vos la esperáis a instancia mía mientras la murmuración, sepultada en el olvido, no lastime nuestro honor. Vendrémonos tan despacio que entremos cuando el rumor y bullicio de la gente no pueda darla ocasión para advertir que a la corte mi engaño la restauró. Vos, don álvaro entre tanto, en fe que mi amigo sois y que en vuestra lealtad tengo antigua satisfacción, despejando aquesta sala de cuanto adorno la dio la calidad de mi estado y de mi hacienda el valor, cuadros, escritorios, sillas, colgaduras, contador, cama, estrado, sin que quede un clavo que dé ocasión a que reconozca el sitio, pediréis al corredor, Luis de Toledo se llama, otra tanta ostentación que de modo la disfrace que no la conozca yo. Retirada en ella Elisa, y las puertas del balcón clavadas, dando la luz la vidriera superior, ni creerá que está en la corte ni viéndola sino vos. Hará don Juan diligencias que despierten su afición. Solicitaré entre tanto que el conde, que sospechó mal del desaire pasado, haga cuerda información de la honestidad de Elisa y, buscando intercesor poderoso, si es su amante lograré mi pretensión." Esto dijo, esto escuché, temeroso acechador, por el hueco de la llave. Esto mismo prometió el don Álvaro, pariente, partiendo a su ejecución como el coche a su jornada. Salí a tiento a un corredor. Topé con una escalera. Hasta un patio me guió. Di desde él en un corral. Salté desde un paredón. Supe que el Conde iba herido. Mi lealtad adivinó que estabas en esta casa. Doña Ana abrirme mandó. Y la noche que se sigue volverá a la posesión de su cuarto nuestra Elisa. Si permanece tu amor, pared en medio la tienes, Tisbe y Píramo los dos. No os veréis por redendijas mas de balcón a balcón. Para que os comuniquéis con toda circunspección sin riesgo de la conciencia, que no lo permita Dios, traza tengo imaginada que ha de hacerme arquitector balconero con que admire al artífice mayor. Ya sabes mi habilidad. Mi ingenio es ensamblador. Lo que te quiero infinito. Consulta a tu suspensión durmiendo agora sobre ello y si te está bien o no; que después queda a mi cargo el lograr esta invención. JUAN: Corral, cosas me refieres que, al paso que nuevas son, causan en mí novedades extrañas.
Sale doña ANA
ANA: Vendrá Leonor, que es hora que don Juan cene. JUAN: Abre, Corral. ANA: Pues, señor, ¿cómo os va de carcelaje? JUAN: Doña Ana, ¿cómo con vos? Tarde es para que cenemos. CORRAL: Almorzar será mejor y reposarás de día.
Don JUAN habla aparte a CORRAL
JUAN: No hay plato de igual sazón como el hablar de mi Elisa. CORRAL: Déjame a mí. JUAN: Vuelva yo por ti a la gracia de Elisa y mi hacienda a tus pies pon.

FIN DEL SEGUNDO ACTO

Los balcones de Madrid, II, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 22 Jun 2002