ACTO SEGUNDO


 
Salen AQUILES, de dama bizarramente vestida de camino, y TETIS
AQUILES: ¡A extrañas cosas me obligas! TETIS: Transformaciones de amor dan a los dioses valor. AQUILES: Es verdad; mas no me digas, madre, que no degenero con aquestos trajes viles de mi ser. Yo soy Aquiles con gentil arnés de acero. ¿Para la guerra me ensayas que en Troya Grecia me ofrece? ¿Fama mi valor merece entre chapines y sayas? Afuera pasiones locas, que con cobardes cautelas corchos viles por espuelas y por la celada tocas entorpecen mi valor. ¡Vive Dios que he de rompellas, pues no es bien que infame en ellas mi opinión un torpe amor! TETIS: Cuando a Hércules se iguale el que disfraza tu ser, y en hábito de mujer le contemples con Onfale, dejarás de estar confuso; pues no te aconsejo yo que, si Hércules hiló, juegues tú a la rueca y huso. Nunca mucho costó poco, mucho si amas has de hacer. AQUILES: ¿Yo vestido de mujer y no me juzgas por loco? Bien lograré de Quirón las lecciones y ejercicios con que, refrenando vicios, pieles del tigre y león despedazados por mí por galas me acomodaba, y en vez de triunfos me daba los brazos viéndome así. ¿Qué diría si me viese de infame mujer vestido? TETIS: Eso fuera, hijo querido, cuando Quirón lo entendiese; mas sólo hemos de saberlo, después del cielo, los dos. AQUILES: Pues ¿no sabrá que algún dios en mi afrenta puede verlo? Esta razón te convenza; que merece infames nombres quien se esconde de los hombres y de Dios no se avergüenza. Cuanto y más que, aunque pudiera ser posible el ocultar de los dioses el obrar cosa que justa no fuera; el que en valor se señala no lo ha de dejar de hacer porque ellos lo puedan ver, mas porque es de suyo mala. Deidamia y su amor perdone, que, aunque la adoro, no es justo que oprima a la honra el gusto y tal infamia ocasione. ¡Vive Dios, que de afrentado de la vileza presente, tengo de huír de la gente y nunca entrar en poblado! ¿Yo joyas, sedas y rizos? ¿chapines y tocas yo? TETIS: Siempre el amor inventó galas, disfraces y hechizos; mas, pues no quieres usallos, procura olvidar, si puedes, a la hija de Licomedes que, aunque salen sus vasallos en su nombre a recibirnos, y él desea tanto vernos, fácil nos será volvernos y de su corte encubrirnos. Quien sus pasiones reprime no tenga amor, pise estrellas; Deidamia es de las más bellas que honran su deidad sublime; goce Lisandro las glorias que dejas tú, pues se casa con ella, y tú el tiempo pasa en atormentar memorias, de puro honrado, homicidas. Galas lascivas desnuda, de opinión y traje muda, asalta las defendidas murallas que en Troya empieza a guarnecer el valor mientras Lisandro al amor ejecuta en la belleza de Deidamia. AQUILES: ¿Quién es ése que a mi dueño ha de gozar? TETIS: Con quien la quiere casar su padre. AQUILES: Eso no, aunque fuese pública al mundo la infamia, de aquestos disfraces viles; pues sólo merece Aquiles la hermosura de Deidamia. Vence, Amor, vuestro poder, dioses, los que habéis amado. Aquiles enamorado se disfrace de mujer. No pierda yo mi opinión con vosotros, que no es nuevo en Neptuno, Jove y Febo transformarse. Dioses son y hombre Aquiles, que hoy imita a Júpiter vuelto en toro, águila, cisne, nube, oro con que mi amor acredita. Celoso estoy, mis desvelos fuerzan lo que amante dudo, que lo que el amor no pudo siempre lo acaban los celos. Madre, al rey vamos a hablar y a dar a Lisandro muerte. TETIS: Lo que te he enseñado advierte. AQUILES: Sólo dificulto andar sobre estos corchos, no quepo en ellos ni se regillos; fueran acerados grillos cadenas, prisiones, cepo, que con hacerlos pedazos quedara libre después; mas con corchos a los pies y con puños en los brazos, terribles cosas me mandas, ¡que prender puedan a Aquiles corchos y telas sutiles, y en vez de maromas, randas! TETIS: Todo es fácil a quien ama. Cuando estés en la presencia del rey, haz la reverencia que te he enseñado de dama; vuélvela a ensayar aquí.
Hace una reverencia de soldado
AQUILES: Si la errare no te asombre. TETIS: Ésa es reverencia de hombre. AQUILES: Y ésta de mujer. Caí.
Cáese de los chapines
Juráralo madre yo que en haciéndome mujer había luego de caer. Mas ¿qué es esto? TETIS: El rey salió de mi venida avisado, tu dama y competidor. AQUILES: Sólo esta vez el temor mi corazón ha usurpado; los efectos del vestido me pegan su liviandad. TETIS: Hijo, en la dificultad tu ciego amor te ha metido; ten con las acciones cuenta que te enseñé. AQUILES: Harélo así. TETIS: Si te conocen aquí caerás en mayor afrenta. Mira no eches a perderlo. AQUILES: Amor, ayudadme vos, porque si no, vive Dios, que habemos de revolverlo.
Salen LICOMEDES, viejo; DEIDAMIA, con otro vestido; BRISEIDA, dama; PELORO y LISANDRO
LICOMEDES: Ya se me cumplió el deseo que de conocer tenía a quien, siendo sangre mía, es esposa de Peleo. Dadme, señora, los brazos. TETIS: Con ellos el alma os doy, pues asegurando estoy en ellos mortales lazos que mi agravio pronostican, no hallando en vos, gran señor, el esperado favor que mis remedios publican. Llegad a besar la mano, Nereida, al rey vuestro tío. AQUILES: En ella el amparo fío que ha de hacer mi temor vano; pues, fuera de ser mujer, soy, gran señor, deuda vuestra, y vos espejo en quien muestra la clemencia su poder. (¿Cuál de aquellos dos será Aparte que Deidamia trae al lado, el que a mi amor y cuidado, veneno entre celos da? Gana tengo, vive Dios, de dar tras todos.) LICOMEDES: Admiro, de la belleza que miro, hermosa sobrina, en vos, de vuestros padres la suerte, pues que les dió su ventura en vos toda la hermosura y en vuestro hermano el más fuerte héroe que la guerra apoya; pues, según dice la fama, su Marte, Grecia le llama, y destrucción suya Troya. AQUILES: No quedará vuestra alteza de esa dicha defraudado, pues en mi prima ha cifrado su amor, armas y belleza. Belleza con que enamora y armas con que quita vidas, puesto que por bien perdidas se den por vos, gran señora. DEIDAMIA: No sé yo con qué pagar, prima, tan nuevos favores; mas salgan por mis fiadores los brazos que os llego a dar. AQUILES: (¡Ay! Quién en ellos pudiera Aparte sosiego eterno tener.) Deseo de conocer, princesa, a quien sea espera dueño de vuestra hermosura. (Causa de mi envidia ha sido Aparte y mi camino.) LISANDRO: Elegido para tan alta ventura espero ser, si llamado soy por el rey, mi señor. AQUILES: Yo sé cierto opositor, a quien celos habéis dado, que podrá ser no consienta que malogréis su esperanza. LISANDRO: Basta para mi venganza que él tanto mis dichas sienta; que en las victorias de amor son los triunfos más lustrosos que tienen más envidiosos; mas ¿quién es mi opositor? AQUILES: Yo que basto, y yo que sobro.
TETIS habla aparte a su hijo
TETIS: Hijo: ¿te quieres perder? LISANDRO: Si de mujer a mujer hay celos, yo no los cobro, Nereida hermosa, de vos; pues antes acrecentáis el amor que en mí envidiáis. AQUILES: (Que esto sufro, ¡vive Dios, Aparte que estoy...) TETIS: (Hijo: sé discreto.) Aparte LISANDRO: Ya por vos en más me estimo. AQUILES: (¡Ay, si los corchos arrimo, Aparte qué mala boda os prometo!) LISANDRO: Descansad, prima querida, porque quede satisfecho del favor que me habéis hecho. ¿Sabré de vuestra venida la causa? DEIDAMIA: (La imagen propia Aparte del monstruo hermoso a quien di el alma retrata en sí Nereida; basta ser copia de tan bello original para adorarla. TETIS: (¡Hijo mío! Aparte refrena el gallardo brío de tu inquieto natural.) AQUILES: (Pídeselo tú á los cielos; Aparte que si libre de pasiones, despedazaba leones Aquiles, ¿qué hará con celos?) LISANDRO: Peloro: hermosa mujer. PELORO: Por extremo. LISANDRO: Al lado de ella, si fue sol Deidamia bella, sombra suya viene a ser.
Vanse. Salen ULISES y DIOMEDES, de camino, y GARBÓN de soldado gracioso
ULISES: En fin, ¿vos fuísteis crïado de Aquiles y de Quirón? GARBÓN: De Arquillas y de Esquilón los bueyes he apacentado; mas como Arquillas se ha ido y Esquilón llora por él, yo, que no me hallo sin él, en busca suya he venido de soldado, como ve. DIOMEDES: ¿Sois valiente? GARBÓN: Temerario. Mi padre fué boticario de mi pueblo, y le heredé, no en tanto bote y redoma como dejó el pecador, que eso dio en un acreedor; mas con su pan se lo coma, sin tenerle nadie envidia; porque tal vez cuando mozo vi venderle agua del pozo por de llantea y de endivia; y porque no se muriera un su amigo que enfermó, dos rábanos le vendió por raíz de escorzonera. No le heredé, en fin, en esto. ULISES: Pues ¿en qué estribó la herencia? GARBÓN: A cabo de la dolencia, el pie en el estribo puesto, antes de expirar me dijo, "Id a la guerra, Garbón, ganaréis más opinión que en este oficio prolijo; que no van los boticarios al cielo, ni yo allá iré; armas, Garbón, os daré, que maten vuesos contrarios mijores que las saetas que el dios Marte inventó." Y luego sacar mandó estas sartas de recetas,
Saca debajo del vestido dos sartas de recetas como las de los boticarios
diciéndome, "No os asombre con éstas miedo o fortuna, que no hay receta aquí alguna que no haya enterrado su hombre." ¿Cuando empuñe la jineta tendrá mi valor segundo si despacho al otro mundo a troyano por receta? DIOMEDES: No decís mal. GARBÓN: Vo a buscar a Arquillas, porque reparta con él de estas la una sarta, y ambos podremos matar troyanos que sea un joicio. ULISES: Pues ¿sabéis dónde está vos? GARBÓN: ¿Si lo sé? Bueno, por Dios, ¿pensáis que vengo de vicio? ¿No andáis los dos a buscarle? DIOMEDES: Impórtanos saber de él. GARBÓN: Pues yo, que andaba con él esta tarde, pienso hallarle. ULISES: ¿Cómo? GARBÓN: Mira, el otro día cazaba por esta sierra la señora de esta tierra, que se llama... ULISES: Ésa seria Deidamia. GARBÓN: Pienso que sí, hija del rey...Nicomedes... Nicenades... ULISES: Licomedes se llama el que reina aquí. GARBÓN: De ésa, pues, se enquillotró nueso Arquillas de manera, viéndola en una ribera, que con ella se emboscó por una alameda obscura. Quiso librarla su gente y el muchacho, que es valiente, acometerlos procura y a mí me encarga el guardarla. Esquilón tiró con ella y a su padre fue a traella. Yo, luego que vi llevarla, metíme en un alcornoque de miedo de su amador. Dio conmigo su furor; mas primero que me toque afufélas lindamente, y entre matas me escondí. Él, que quiso dar tras mí, a su madre topó enfrente. DIOMEDES: La reina Tetis es ésa. GARBÓN: Si la reina Tetas fue, yo, lo que le habró no sé, que estaba la mata espesa y lejos; pero llevóle consigo; seguílos yo, que en fin Arquillas me dio su pan, y luego vistióle de mujer en la espesura; el para qué, Dios lo sabe, y vuelta una dama grave no vi más bella figura. Anocheció y acogióse con él del modo que digo, y yo, como veis, le sigo, sospechoso de que cose costuras de amor agora con su dama hecho mujer. Malicias deben de ser, que es la malicia pastora; mas sea lo que se fuere, a que me reciba voy por su dueña, que aunque estoy tan barbado, quien me viere, así, dirá, si es persona, que es invención pelegrina que a una dama masculina sirve una dueña barbona.
Vase
ULISES: Diomedes, este villano malicioso dio en lo cierto. Aquiles está encubierto ciego de un amor liviano. El oráculo divino así lo significó; el cargo Grecia medió de buscarle; hoy determino de mis astucias valerme hasta descubrir a Aquiles. Entre galas femeniles vela Amor y Marte duerme. DIOMEDES: Si no se puede ganar Troya, como pronostica Apolo, sin él, aplica marañas con que sacar de tal afrenta al mejor héroe que conoce Grecia. ULISES: Puesto que Aquiles desprecia torpemente su valor, Ulises soy, mercader; he de comprar una joya que tenga por precio a Troya. DIOMEDES: ¡Tal varón en tal mujer!
Vanse. Salen AQUILES, de mujer y DEIDAMIA
DEIDAMIA: Ya, prima, que se partió vuestra madre, y asegura en mi corte la hermosura que, prudente, receló, en su reino, tendré yo con vos entretenimiento que dilate mi contento y haga sabrosos los días que en tristes melancolías me daban antes tormento. AQUILES: Yo en vuestra conversación, prima hermosa, transformado, como hombre, por Dios la he hallado transformado el corazón. Perderé la inclinación que a ejercicios varoniles tengo, juzgando por viles los del femenil regalo, porque en cuanto esto me igualo y soy lo mismo que Aquiles. Cuando el parche ronco suene, el estrado y la almohadilla por el arnés y la silla trocar mi valor ordena. Como Paris robó a Elena y vio en furor encenderme mi madre, temió perderme, y en vos, para asegurarme, quiso, Princesa, emplearme, mejor diré suspenderme; que a no haberos visto a vos, yo soy hombre... DEIDAMIA: ¿Cómo es eso? AQUILES: ...en el valor que profeso. Soy hombre... DEIDAMIA: Bien. AQUILES: Que a los dos adúlteros...¡Vive Dios!... DEIDAMIA: Pues, ¿juráis siendo mujer? ULISES: En llegándome a encender tengo el corazón soldado; lo jurado sea jurado; no me pude contener. Tratemos en otras cosas más apacibles y blandas. DEIDAMIA: En labrar sedas y holandas las mujeres generosas pasan las horas ociosas. ¿Qué labor hacéis mejor? AQUILES: Cadeneta, con que amor me prende, bordo y esmalto, y también haré punto alto, si alcanzo vuestro favor. DEIDAMIA: Lisonjera estáis. ¿Sabéis bordar? AQUILES: Lienzos de murallas, de escalas con que asaltallas. DEIDAMIA: ¿A las armas os volvéis? AQUILES: Como vos no refrenéis mi bélica condición, llévame mi inclinación a los marciales extremos. DEIDAMIA: ¡Extraña cosa! Bordemos en buena conversación. Divertiréisos así. Sacadnos los bastidores.
Sacan dos bastidores de bordar
AQUILES: (Dos balas fueran mejores; Aparte ya llegó lo que temí.)
Siéntanse a la labor
DEIDAMIA: Sentaos, prima hermosa, aquí. Lo que el ingenio dibuja, matice después la aguja. AQUILES: (¡Cielos! ¿Hay afrenta igual? Aparte Mejor que aguja y dedal fuera la lanza en la cuja.) DEIDAMIA: No os asentáis como dama. AQUILES: La culpa tienen los pies, que no se doblan después que toca parches la fama. DEIDAMIA: ¡Notable mujer! AQUILES: Quien ama, poco, a la labor se aplica. DEIDAMIA: Esta banda, es cosa rica, bordadla. AQUILES: Bordadla vos; que yo no sé, vive Dios, punto, labor ni vainica. Mas, ¿qué esto?
Salen esgrimiendo con espadas negras un MAESTRO de esgrima y LISANDRO
MAESTRO: De la lanza bien las lecciones sabéis; ahora ensayar podéis lo que en la esgrima se alcanza. LISANDRO: Para cortar una pica rebatiendo el bote así. ¡Oh señoras, rinda aquí las armas que Marte aplica A las de vuestra belleza,
Suelta la espada negra, y vase el MAESTRO
pues siempre fue vencedor desnudo y ciego el Amor .................. [ -eza]. DEIDAMIA: Tan bien, Lisandro, parece en un príncipe la espada, como la aguja ocupada en la mujer que ennoblece. Ejercitad vos, señor, las armas y ejercitemos las nuestras, y cumpliremos nuestra profesión. LISANDRO: Mejor es que goce quien os ama la ocasión que Amor ofrece. Guerra la labor parece no menos digna de fama que la que Belona encierra; en las telas que tejió Aragnes desafió a la diosa de la guerra. Señal de su semejanza, de telas la aguja gusta, y en la tela el valor justa labrando hazañas la lanza. De la celada es retrato el dedal, y siendo así, bien puedo aprender aquí lo que entre las armas trato. Labrad vos, que de rodillas tomaré lección más bien.
Hinca la rodilla al lado de DEIDAMIA
AQUILES: Nunca parecieron bien espadas entre almohadillas. Quitaos, Lisandro, de ahí, o si no quitaréos yo. LISANDRO: ¿No amó Marte a Venus? AQUILES: No. LISANDRO: Historias dicen que sí. AQUILES: Dejemos historias ya y tened en más estima las armas. DEIDAMIA: ¿Qué es esto, prima? AQUILES: Desprecio de ver que está a los pies de un bastidor una espada afeminada; que estimo en más yo una espada que a toda vuestra labor. ¿Vos sois hombre? Por los cielos, que estoy... Dejad ese lado. LISANDRO: ¿De esto os habéis alterado? AQUILES: Tengo razón, tengo celos.
Sale un PAJE
PAJE: Gran señora, [el rey te llama.] DEIDAMIA: A ver lo que manda voy; mientras que con él estoy no sentiréis con tal dama mi dilación, prima mía; sustituid vos por mí, que al momento vuelvo aquí. Mas mirad que no querría formar celos de los dos, que temo vuestra hermosura
Vanse DEIDAMIA y el PAJE. Quédanse, AQUILES labrando y LISANDRO hinca la rodilla a su lado
AQUILES: Andad, que menos segura estáis de mi prima vos. LISANDRO: Agradecer debo a Apolo, mi Nereida, esta ocasión, pues terciando en mi pasión con vos me ha dejado solo. Antes que vuestra belleza nuestra corte y reino honrase y en ella a vistas sacase milagros naturaleza, amaba a Deidamia yo; mas, en viéndoos, mis deseos mejoraron los empleos del alma que se os rindió. Y si no es que presunciones mi amor loco desvanecen, yo sé que me favorecen, vuestras imaginaciones; pues los celos que mostráis porque amo a Deidamia bella, siendo vos mujer como ella, ¿quién duda que los formáis por quererme bien a mí? Y tan loco de esto estoy, que el alma rendida os doy olvidando desde aquí de la princesa hasta el nombre, que mis dichas violentaba. AQUILES: (¿Esto Aquiles os faltaba? Aparte ¿A mí me enamora un hombre? A menos que esto vendremos; basta que debo de ser hermosa para mujer. ¿Hay amores más blasfemos?) LISANDRO: Queréis, Nereida divina, admitir mi fe? AQUILES: (¡Oh, malhaya Aparte el disfraz e infame saya que me afrenta y afemina!) LISANDRO: Dadme una mano a besar y en mi vida os daré celos. AQUILES: No puedo negarla.
Dásela, y apriétale y da gritos LISANDRO
LISANDRO: ¡Ay cielos! Soltad, ¿queréisme matar? AQUILES: No; mas premiar el cuidado de vuestro amor. LISANDRO: No apretéis de esa suerte. AQUILES: ¿Qué queréis? Yo siempre quiero apretado. Mas para que no seáis mudable, cuando mi prima por dueño suyo os estima, y lecciones aprendáis que os den nombre de valiente, yo enseño de esta manera.
Levántase y toma la espada de esgrima, y échale a espaldarazos
LISANDRO: Señora, señora, espera. AQUILES: ¡Ah cobarde! LISANDRO: Mujer, tente. AQUILES: Mirad si me sé tener de aquesta suerte mejor que en corchos. LISANDRO: ¡Favor, favor, que me mata esta mujer!
Vase. Sale DEIDAMIA y vuélvese AQUILES a la labor
DEIDAMIA: ¿Qué es esto? ¿quién está dando voces? ¿Quién alborotó el palacio, prima? AQUILES: ¿Yo? Aquí me he estado bordando. DEIDAMIA: ¿Qué es de Lisandro? ¿Qué has hecho? ¿Qué fue? AQUILES: Que no ha sido nada. Ahí tomamos la espada los dos, y no es de provecho lo que sabe por tu vida. DEIDAMIA: ¿Luego con él reñido has? AQUILES: Que no, prima; no fue más de echar una ida y venida. DEIDAMIA: ¿Hay semejante mujer? Pues ni has de esgrimir. AQUILES: ¿Qué quieres? También ha habido mujeres belicosas. Iba a hacer la naturaleza en mí un varón, y arrepintióse, hizo medio hombre y quedóse, lo que en mí faltaba, así acabó lo que quedaba en mujer. DEIDAMIA: Extraña estás. AQUILES: Como estaba hecho lo más y el alma que me animaba fue varonil, no te asombre que corresponda a mi ser. En la cara soy mujer y en todo esotro soy hombre. DEIDAMIA: ¿Qué dices, prima? ¿Qué es esto? AQUILES: Que, si me tienes amor, sigas, princesa, mi humor; solas estamos, yo he puesto los ojos en ti de suerte que, como si varón fuera, no sufro que otro te quiera, porque mi vida es quererte. Supón que no soy mujer, sino un hombre que te adora, ama, cela, riñe, llora, podremos entretener el tiempo así, y yo quedar satisfecha en este empleo, que extrañamente deseo saber si sé enamorar. Finge que mi dama eres y yo tu galán. DEIDAMIA: ¡Quimera donosa! AQUILES: De esta manera se entretienen las mujeres cuando apetecen casarse, engañando el gusto así unas con otras; yo vi muchas damas ensayarse cuando niñas, que amor ciego travesea a todas horas. Los señores y señoras llaman los niños a un juego en que contentos imitan lo que a sus padres oyeron. Y en materia de amor vieron, con que después facilitan dificultades mayores que trae consigo el recato. Holguémonos así un rato, que aun de burlas, los amores entretienen, prima mía; si esto me niegas, me enojo. DEIDAMIA: Alto, cúmplase un antojo y acaba con tu porfía. AQUILES: ¿No tengo yo la apariencia para un galán extremada? DEIDAMIA: A lo menos, retratada miro en tu rostro y presencia la de un hombre cuya copia eres y me hechizó a mí no ha mucho. AQUILES: ¡Oh! Pues siendo así, saldrá la fiesta más propia. Veamos cómo se ensaya nuestro amor y mi ventura. DEIDAMIA: ¿Yo, en fin, hago la figura de dama? AQUILES: Sí. DEIDAMIA: Vaya. AQUILES: Vaya.
Hace que sale del vestuario
En busca de un alma vengo que en un monte me robaron dos ojos que saltearon tesoros que en ella tengo. De sus descuidos me vengo si el vengarlos es llorar. DEIDAMIA: Espera. ¿No has de tornar nombre de hombre? AQUILES: Prima, sí. Aquiles soy desde aquí. DEIDAMIA: Vaya. AQUILES: Vuelvo a comenzar. En busca de un alma vengo que en un bosque me robaron dos ojos, en quien cifraron el sol que en el alma tengo. ¡Oh qué albricias os prevengo si la vuelvo a hallar, amor! Sed vos su descubridor; pues siendo la luz efeto del fuego, no habrá secreto contra vuestro resplandor. DEIDAMIA: En un bosque, cazadora, me dio caza una belleza que de la naturaleza, siendo efecto, es vencedora. En su ausencia el alma llora, y huyendo de ella la sigo. ¡Ay doméstico enemigo! ¡Qué mal su remedio prueba quien huye amando, si lleva lo mismo que huye consigo! AQUILES: ¡Prenda mía! DEIDAMIA: ¡Amado dueño! AQUILES: No se huelga el que soñó que sus tesoros perdió viendo después falso el sueño, ni cuando restaura el dueño el primogénito huído, como yo restituído al sol que mis ojos ven, pues no se conoce el bien como después de perdido. DEIDAMIA: No se regocija tanto el que en el naufragio llora si ve que el tiempo mejora y cesa el mortal espanto; ni el que tras la pena y llanto goza su gusto cumplido, como yo, dueño querido, hoy que mis dichas os ven, pues no se conoce el bien como después de perdido. AQUILES: ¿Que tal merezco escuchar? Pero claveles que amparan jazmines que a Amor separan, ¿qué han de brotar sino azahar? Bien pueden dioses gozar el néctar que consagrado su ser ha inmortalizado, que no iguala al que adquirí, ni hay tal néctar para mí como un favor sazonado. DEIDAMIA: ¡Qué llegó la suerte impía, después de tantos suspiros a transformar por oíros mis penas en alegría! Bien puede de su ambrosía gozar Jove regalado, que aunque inmortal, no ha igualado al que con vos adquirí, pues no hay gusto para mí como un amor sazonado. AQUILES: ¿Hay tal contraposición de palabras y favores? Dioses, envidiad amores de tan sabrosa sazón. Labios, gozad la ocasión de los cristales presentes; manos, de quien manan fuentes de eterna felicidad, mis labios comunicad y admirarán elocuentes. Brazos en que Amor procura depositar su consuelo, zodiaco sois del cielo, ceñid orbes de hermosura. Lengua que en tal coyuntura su intérprete el alma os llama, pedid lenguas a la fama porque en hipérboles sabios alma, brazos, lengua y labios celebren a quien os ama.
Besa la mano
¡Ay nieve, que helada abrasas! ¡Ay fuego, que ardiendo hielas! ¡Ay mano, en fin, que consuelas cuando con flechas traspasas! Por la boca al alma pasas; y cuando mis penas locas envidian penas que tocas, todos mis miembros se holgaran, porque todos te besaran, a ser un Argos de bocas. DEIDAMIA: Paso, prima, que parece que va esto de veras. AQUILES: Pues, ¿luego esto de burlas es? DEIDAMIA: ¿No jugábamos? AQUILES: Ofrece Amor, que entre juegos crece, nuevo fuego a mis quimeras; de burlas matarme esperas cuando de mi amor te burlas. Lleguéme al fuego de burlas y heme abrasado de veras. Mas di, prima, ¿te pesara, ya que lo más hemos hecho, si mi amor te ha satisfecho, que en hombre me transformara? DEIDAMIA: Que estás perdida repara. ¿Eso, cómo puede ser? AQUILES: ¿Júpiter no puede hacer que mi ser conforme al nombre? Tiresias fue primero hombre y después se vio mujer. Haz cuenta, pues, que hombre soy DEIDAMIA: Ésta es cuenta sin provecho. AQUILES: ¿Te holgaras, di, di? DEIDAMIA: Sospecho que en la ocasión en que estoy... Déjame, prima. AQUILES: Y si hoy fuera yo hombre generoso, ¿me admitieras por esposo? DEIDAMIA: Como padre no tuviera, o a Lisandro despidiera, mi amor fuera el venturoso. Pero ¿de qué ha de servir desvanecernos en esto? Ya yo al juego fin he puesto. AQUILES: Y yo tirano al vivir. En fin, ¿piensas admitir a Lisandro? DEIDAMIA: Si los cielos quieren premiar sus desvelos, ¿qué he de hacer? AQUILES: Pues oye ahora, verás que como enamora sabe Aquiles pedir celos. No creyera yo, a latir de tan generoso pecho y tan divina hermosura, que las mudanzas del tiempo tuvieran jurisdicción sobre vuestros pensamientos, hoy mudables y olvidados, ayer amantes y tiernos. Yo soy hermana de Aquiles, y Aquiles es a quien dieron en un monte vuestros ojos vida y muerte en un sujeto. Contado me ha los amores que en una fuente pudieron retratar en vuestra cara engaños y fingimientos; retratos en agua, en fin, mudable y común espejo, que cuantos llegan imita en aire, acciones y cuerpo, y en apartándose de ella desaparece en el viento la imagen representada con todos lo mismo haciendo. Llega el hombre, el ave, el bruto, y con líquidos reflejos los imita sin saber distinguir merecimientos; fuente es vuestra voluntad, pues con los mismos efectos sin hacer distinción ama, imita y olvida luego. Llegó mi hermano a adoraros, vióse en vuestros ojos bellos retratado y admitido, ¿quién creyera que tan presto como se ausentó borraran olvidos, en vos ligeros, copias que amor ingenioso creyó eternizar con fuego? No hacéis honrosa elección --porque el agua os presta ejemplos-- entre Lisandro y Aquiles; siendo éste un héroe no quiero loárosle, que en fin es mi hermano, aunque compitiendo se permite el alabanza que alegue de su derecho; díganlo las fieras mismas que tantas veces sirvieron a sus brazos de despojos, a su valor de trofeos. Díganlo las inclemencias de un monte, pues no pudieron defraudar a su hermosura milagros que admira el cielo. Díganlo los dioses mismos, pues, encerrado en desiertos, a sus oráculos hacen de su valor pregoneros. Díganlo sabios y reyes y hasta el injuriado griego que, sin más en su favor que en el que de tantos reinos vienen a vengar su agravio, pues sin Aquiles es cierto que no ha de ganarse Troya, según vaticina Delfos. Dilo tú misma, que absorta, en medio de un bosque espeso, la caza hiperbolizaste de quien ya haces menosprecio por Lisandro, por un hombre en quien, indigno de serlo, sacó una espada de esgrima a vistas su infamia y miedo; huyendo le eché de aquí. Mira en que defensa has puesto tu honra. Si como a Elena te roba Paris, soberbio, dirás que obedeces gustos de tu padre, rey severo, cuyo natural dominio te violenta a su respeto; pero engáñaste, Deidamia, que sólo engendran los cuerpos los padres, las almas no, que Dios las infunde en ellos, y no siendo el hombre causa del alma, pues no es su efecto, no tiene jurisdicción sobre ella, si no es el cielo. Amor de la voluntad es acto, cuando es perfecto; la voluntad es potencia del alma, que es su sujeto. El padre no engendra al alma, pues la crían dioses, luego fuera estará del dominio de tu padre; y según esto, no tienes obligación de sujetar a decretos humanos lo que al divino pertenece de derecho. Di tú que la ingratitud e inconstancia de tu pecho; el ser mujer semejanza del humo, la sombra, el viento, te han inclinado a Lisandro, y por parecerte a Venus, afeminados Adonis amas, no Martes de acero. Que siendo así, si a mi Aquiles no dan la muerte sus celos, pues he venido a tu corte por dar a su amor remedio, él es tal y tal amante, que antes que lloren incendios los troyanos robadores asolará aqueste reino, dará la muerte a tu padre, pondrá a sus presidios fuego, vestirá de tocas viles a su opositor molesto. Y yo, que en fin soy su hermana, y ya como propias siento injurias de tus olvidos, pues obligarte no puedo, ministros de mi venganza hará el agua, el aire, el fuego, tierra, brutos, peces, aves, montes, prados, selvas, cielos, que a todos los injuria tu desprecio, pues aborreces lo que adoran ellos.
Vase
DEIDAMIA: Oye, prima, escucha, aguarda. Piadosos dioses, ¿qué es esto? ¿Son estas veras o burlas? ¿Es esto verdad o juego? Juego no, que es muy pesado; verdad sí, que ha descubierto amores que solos sabe el monstruo elocuente y bello. Si fue Aquiles; si es su hermana la que por tantos rodeos segunda vez ha encendido amores ausentes muertos, ¿qué mucho que al uno adore y a la otra pague el ingenio, para Aquiles favorable y para mi amor discreto? Todo el mundo en su alabanza se hace lenguas, los supremos oráculos y los sabios, pues quien en plazas y templos en vida está deificado y solamente sujeto a mi amor, más poderoso que todos, pues que le ha preso. ¿Qué mucho que el vencedor vencido goce trofeos de un alma que ya le adora, de un corazón que le ofrezco? Perdone mi padre el rey y perdóneme...
De dentro AQUILES
AQUILES: ¡Ay! DEIDAMIA: ¿Qué es eso? AQUILES: Tirana: tu ingratitud pide castigo a los cielos; tu desdén a Aquiles mata; más daños tu olvido ha hecho, pues tal capitán le quitas, que el torpe Troyano al griego, .................... desdeñado de ti el pecho donde indignamente vives. DEIDAMIA: ¿Qué escucho? ¡Nereida! ¡Ay cielos! AQUILES: Abre esa puerta y verás espectáculos funestos de una fe menospreciada. DEIDAMIA: Triste de mi, si eso es cierto; mas, ¡válgame Apolo santo! ¿Quién eres, hombre sin seso? ¿Qué desleal te dio ayuda? ¿Por dónde entraste aquí dentro?
Tira una cortina y halla a AQUILES, de hombre con calzas y jubón bizarro
AQUILES: Tu Aquiles soy, prenda cara. DEIDAMIA: A tan grande atrevimiento castiguen desdén y voces. AQUILES: Nereida soy, ten sosiego. DEIDAMIA: Acaba, pues, de aclarar estos confusos misterios, que en sola tu cara miro dos rostros, uno y diversos. ¿Eres Nereida o Aquiles? AQUILES: Uno y otro, que no quiero con amorosos engaños tener tu temor suspenso. Disculpen llamas de amor disfraces que han encubierto con peligro de mi fama el valor que en tanto tengo; y tú, agradecida y noble, paga servicios y excesos de quien su ser ha negado por dar a su amor sosiego; ¡Vive Dios, si eres ingrata... DEIDAMIA: No acabes el juramento, que me vences atrevido y que me enamoras tierno. ¿Serás mi esposo? AQUILES: Y tu esclavo. DEIDAMIA: Si me olvidas... AQUILES: ¿Cómo puedo? DEIDAMIA: Mudándote. AQUILES: Soy Aquiles. DEIDAMIA: Eres hombre. AQUILES: Y aun por eso... DEIDAMIA: Búscate Grecia. AQUILES: ¿Qué importa? DEIDAMIA: Llevaráte. AQUILES: No hayas miedo. DEIDAMIA: Dejarásme. AQUILES: Es imposible. DEIDAMIA: Mataréme. AQUILES: Forma ejemplo. DEIDAMIA: Promete amor. AQUILES: Es verdad. DEIDAMIA: Nunca cumple. AQUILES: El vil hace eso. DEIDAMIA: Goza y huye. AQUILES: El mal nacido. DEIDAMIA: Jura y miente. AQUILES: El lisonjero. DEIDAMIA: ¿No lo eres tú? AQUILES: Yo soy noble. DEIDAMIA: Vendrá Ulises. AQUILES: Sin efecto. DEIDAMIA: Hallaráte. AQUILES: No podrá. DEIDAMIA: ¿Dónde estarás? AQUILES: Encubierto. DEIDAMIA: ¿Como hasta aquí? AQUILES: Sí, mi bien. DEIDAMIA: ¿Qué tanto? AQUILES: Mide tú el tiempo. DEIDAMIA: Mientras durare... AQUILES: Mi vida. DEIDAMIA: No, esta guerra. AQUILES: Yo lo acepto. DEIDAMIA: Largo plazo. AQUILES: Por ti es corto. DEIDAMIA: Jura. AQUILES: Por tus ojos bellos. DEIDAMIA: ¡Ay perjuro! AQUILES: ¡Ay gloria mía! DEIDAMIA: Tu esposa soy. AQUILES: Di, mi cielo.
Danse las manos
DEIDAMIA: Perdone el rey, que por Aquiles dejo a Lisandro. AQUILES: ¡Ay mi bien! DEIDAMIA: ¡Ay dulce dueño!

FIN DEL ACTO SEGUNDO

El Aquiles, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 22 Jun 2002