JORNADA SEGUNDA


Salen marchando VACA de CASTRO con bastón, Francisco CARAVAJAL, don ALONSO de Alvarado y SOLDADOS
VACA: Este fin tienen traidores, para escarmentar leales. ALONSO: Quien con pensamientos reales y juveniles ardores rehusó la cerviz al yugo blasonando libertalla, si muriera en la batalla y no a manos del verdugo, más dichoso hubiera sido. VACA: No es segura esa opinión; pues para la salvación que don Diego ha conseguido, según sus demostraciones, no le diera la milicia el lugar que la justicia; por que airados escuadrones, que el riesgo a los ojos ven dificil de resistir, siempre ayudan a morir, pero nunca a morir bien. Yo, Capitán, no recelo que de los que sentenciados padecen, aunque afrentados, los más asegure el cielo; mas no a los que en las violencias marciales muertos quedaron, porque tarde se hermanaron venganzas y penitencias. CARAVAJAL: Yo soy de ese parecer; porque ¿qué se le dará al cielo, si en gracia va quien le supo merecer, de que haya en un palo muerto, en la guerra o en la cama? Para el cielo, no hay más fama que el bien morir. VACA: Eso es cierto, como lo será también el premiar su majestad el valor y la lealtad de los que firmes estén en su servicio, y yo agora, (en su nombre agradecido) honraré a cuantos han sido de nuestra parte; no ignora el noble merecimiento a fuer de la sangre ingrata. Todo este imperio de plata, indios y repartimientos no pueden satisfacer lo mucho de estos empeños; pero llamándoos sus dueños tendrán menos que temer.
Sale TRIGUEROS
TRIGUEROS: Parabienes llega a darte de la victoria adquirida Gonzalo Pizarro. VACA: Pida triunfos que apetezca Marte, como el soldado mayor que ha visto este polo nuevo.
Sale don GONZALO, de luto
GONZALO: Por muchas razones debo encarecer el valor, que hace dichoso este día; pues el Perú restaurado; mi hermano, el marqués, vengado; postrada la tiranía y premiada la lealtad, vuelve a ser dueño segundo Carlos de este nuevo mundo, y debe su majestad, preciarse de la elección que ha hecho en vueseñoría, pues solamente podía su celo, su discreción, siendo capitán y juez, en la campaña, soldado, y en el tribunal, letrado, mostrar que suele tal vez, porque Marte no presuma enemistades de Apolo, juntar un sujeto solo al laurel la espada y pluma. VACA: Si yo, señor don Gonzalo, no hubiera reconocido emulador advertido, que á su valor no me igualo, vuesa merced crea en mí que nunca le suplicara que esta empresa me dejara; hícelo, porque advertí que llevándose la gloria, como en las demás ha hecho, no hubiera yo satisfecho deseos con la victoria presente, que a hallarse en ella quedara mi opinión triste; porque donde el sol asiste ¿cómo alumbrará una estrella? Este luto que ocasiona el marqués gobernador, desdice con su color la fama que le corona; pues muriendo en la defensa de su gobierno y su ley, de su lealtad y su rey, poco le estima quien piensa que con tristezas señale el dolor que manifiesta; si se vistiera de fiesta, si la ostentación y gala publicaran su valor, mostrara que en trance igual no vive más el leal de lo que quiere el traidor. La cruz que hizo en el postrero curso de su heroica vida, sacándola de la herida que abrió el desleal acero, autorizó la que al pecho el César Carlos le puso, pues católico dispuso en las conquistas que ha hecho el laurel que eterno gana; que, en quien triunfos apetece, más noble la cruz parece de sangre, que la de grana. Vivo, imitó á Dios humano, pues con doce compañeros, conquistadores primeros de este orbe nuevo cristiano, mil leguas rindió al bautismo; y porque del propio modo pudiese imitarle en todo quiso morir con él mismo. Pues la envidia, en su venganza sin que eclipsase su luz le dio en su sangre la cruz y en su Dios la semejanza. Si esta verdad, pues, advierte vuesa merced, ¿de qué fruto será que le agravie el luto? Envidie el leal su muerte y festéjela bizarro quien su valor acredita, pues el marqués resucita en don Gonzalo Pizarro. CARAVAJAL: ¡Vive Dios! que es eminente vueseñoría, señor, en todo: predicador, capitán y presidente. Úselo--¡cuerpo de tal!-- predique, hará maravillas, y ahorraráse de capillas el Perú. VACA: Caravajal, vos habláis como soldado, mezclando burlas y veras; sabéis abatir hileras y ordenar un campo armado. Esta victoria se os debe y está á mi cargo el premialla. Vuestro acero en la batalla, mientras osado se atreve a los riesgos ¿no predica? Sí, que las grandes acciones también sirven de sermones cuando el valor las practica. Con sus hechos, cada cual el crédito pierde o cobra; bien predica quien bien obra, pero mal quien obra mal; y porque saber deseo la prodigiosa jornada, puesto que no afortunada, de la canela y os veo, como en las armas bizarro, en la paz entretenido, que nos la contéis os pido, pues triunfos de tal Pizarro justo es que los celebremos. CARAVAJAL: Si hazañas púlpitos son, y á mí me toca el sermón, obediencia, y prediquemos. Deseoso de ensanchar la cesárea monarquía de España, el marqués Pizarro renunció, asistiendo en Lima, en don Gonzalo el gobierno de Quito, cuyas provincias eran el límite entonces de las cristianas conquistas. Dióle quinientos soldados de la gente más lucida, que alistó, para estos orbes, el valor y la codicia. Con ellos, pues, y su esfuerzo hacia el oriente encamina cuatro mil indios armados, y alegres con la noticia de que, pasadas las sierras, a las márgenes y orillas del monarca de las aguas, de esa undosa hidropesía que tantos Nilos se sorbe y por mil leguas desliza piélagos de inmensidades potable su oro en almíbar. Marañón le dan por nombre; perdone vueseñoría, si excedo ponderador; porque agora no se estiman discursos en canto llano mientras no se hiperbolizan; que vocablos con guedejas, son los que el vulgo autoriza. Digo, pues, que codiciosos con la fama recibida de los árboles canelas que aquellos peñascos crían, marchamos al son del parche hasta una tierra que el Inca Vaynacap rindió a su imperio, pienso que se nombra Quinja. Recibiéronnos de guerra; mas cuando ven que los brindan, en vez de vino y jamones, confitones de Castilla, fantasmas, desaparecen y en un instante se enriscan donde, o el infierno los traga o nos bambollan la vista; porque cuantos en su busca diligencias exquisitas hacen, sin topar persona, tiempo y pasos desperdician. Apenas, pues, se nos vuelan cuando aquella noche misma, conjurándose los cielos elementos amotinan; porque la tierra temblando, de los rayos que granizan al son de atambores truenos, tenebrosas culebrinas, hasta su centro abre bocas que bostezan o respiran diluvios de azufre en llamas, entre alquitrán y resina. Como quien se sorbe un huevo, quinientas casas pajizas se merendó, cual si fuera tiburón y ellas sardinas. Tocó después a rebato el hambre, en la gente viva, y saliendo a pecorea nuestro ejército en cuadrillas, el regalo más sabroso que nos guisó la desdicha fué, a falta de gallipavos, culebras y lagartijas. Salimos, cual digan dueñas de aquella región maldita, y fué escapar de Caribdis para tropezar en Scila; porque, el Mar del Sur a un lado y al otro sierras prolijas, con cuyas cumbres se ahorrara Nemrot de la Torre Egipcia, de manera se eslabonan que la esperanza nos quitan de proseguir, ni tornarnos, porque el hambre ejecutiva nos amenaza a la vuelta; atreverse a la subida de las estrellas, sin alas, aun pensarlo atemoriza. Empanados de este modo en agua y sierras, anima el gran Pizarro la gente, y llevándole por guía trepamos, gatos monteses, volatines por las picas, hincando, tal vez, las dagas por troncos y redendijas, y tal echando a los ramos las cuerdas y las pretinas para guindarnos por ellos; porque el pobre que desliza, de risco en risco volando, de tal manera le trinchan, que aún no valen sus migajas después para hacer salchichas. Venció, en fin, dificultades la industria, y subiendo arriba el que sudó de congoja helado después tirita; porque hallamos nieve tanta que de las escuadras indias, cantimploras de la muerte, dejamos ciento en cecina. Encaramados, en fin, sobre las cándidas cimas de los Peruleros Andes, pudimos tender la vista por infinidad de tierras, cuyas poblaciones ricas, templos, palacios y casas, nos parecieron hormigas, y bajando, con los ojos en los pies, catorce días gastamos en vericuetos, ya a gatas, ya de cuclillas. Dimos en un valle, al cabo, que el Marañón fertiliza, de yucas y de maizales cuyas gentes se apellidan Zumacos, donde un volcán sobre una sierra vomita cerros enteros de llamas, la vez que se encoleriza. Alojámonos en él haciendo que nos reciban a puros escopetazos los bárbaros que le habitan; donde estuvimos dos meses que nos duró la comida, sin que el sol en este tiempo su cara vernos permita, ni las nubes taberneras cesen de echarnos encima diluvios inagotables que hasta el alma nos bautizan. Cayeron los más enfermos; porque las ropas podridas con el eterno "agua va," nos dejó en las carnes vivas. Buscamos temples mejores, hasta que la apetecida canela, en montes inmensos descubierta, nos alivia. Son unos árboles éstos que á los laureles imitan en las siempre verdes hojas, con ramas tan presumidas que se burlan de las flechas sin que se osen a sus cimas; su corpulencia tan grande que no es posible la ciñan tres personas con los brazos; su flor blanca y amarilla, su fruto ciertos capullos que se aprietan y arraciman formando mazorcas de ellos y en cáscaras quebradizas conservan menudos granos, que, sembrados, son semilla. Es su forma de bellotas y con una virtud misma raíces, hojas, cortezas, flor y fruto, se asimilan en el sabor y substancia a la canela que cría el oriente, y por Europa Portugal nos comunica. Hay selvas y bosques de ella; mas la que se beneficia y con cuidado se labra, según los indios afirman, es mucho más excelente. En fin, los que la cultivan fundan su caudal en ella; porque acuden las vecinas naciones a su comercio, y les dan por adquirirla maíz, algodón, venados, y mantas con que se vistan. Crecen de modo estas plantas que, llevándose a Castilla un árbol solo, pudiera sazonar cuantas cocinas tiene la gula en España, y estarále agradecida a don Gonzalo Pizarro que descubrió su conquista. Pero atrévase a buscarla como él quien le tiene envidia y sabrá, sudando sangre, a cómo sale la libra. Volvió el hambre a ejecutarnos; porque ¿de qué nos servía faltando el arroz y leche canela que muerde y pica? Y andando a caza de gangas, la necesidad nos guisa zambos, monos, papagayos, pericos y catalinas. En más de doscientas leguas que caminamos, a vista del Briareo Marañón, no hallamos otras delicias que ñames, agios, papayas, guayabos, cocos y piñas; porque iguanas y alcatreces fuera pedir gollorías. Llegamos al cabo de ellas a un salto que precipita la soberbia inmensidad, sus aguas todas ceñidas en la estrechez de dos sierras que le encarcelan y humillan tanto, que no hay veinte pasos de la una a la otra orilla. Éste, pues, con la impaciencia de que dos cerros le opriman, doscientos estados salta y a unos llanos se derriba, con estrépito tan grande que las gentes convecinas oyen su infernal estruendo, distantes de él veinte millas. Determinamos pasarle por las angosturas dichas, juntando a entrambas riberas una puente levadiza; y haciendo cortar maderos --¿a qué no se determina el valor necesitado?-- nos dio la industria tal prisa, que, armándola aquella noche, y de bejucos y pilas --hay mucha en aquellos campos-- torciendo sogas rollizas la atamos el día siguiente, y a fuerza de ingenio y grita a la otra batida la echamos, causando a los indios grima. Proseguimos, en efecto, aquella costa prolija, dos meses, cuyos trabajos, hambres, lluvias y fatigas han de pasar, si las cuento, en los que ociosos nos sigan, si no plaza de novelas, por vislumbres de mentiras. Pero--¡voto a Dios!--señor, que entre plagas infinitas que nos brumaron las carnes, sus cicatrices lo digan, cuando sufriéramos solo enjambres de sabandijas, murciélagos de á dos varas, arañas, tábanos, niguas, mereciéramos coronas de mártires, a adquirirlas en los siglos Diodecianos por la fe y no la codicia. Mosquitos hay tan valientes que taladran, cuando pican una bota de baqueta, porque son aleznas vivas. Jejenes hay aradores, que, imposibles a la vista dan más dolor, si se ceban que una azagaya morisca. Pruébelo quien lo dudare; que nusotros, hechos cribas, y en puribus, conquistamos Mainas, Guemas, Urariñas, Cerbataneros, Cocamas, Troncheros, Guainos, Paninas, y otros mil que a la ignorancia darán, si los nombro, risa. Resolvióse don Gonzalo a una cosa, sólo digna de los caprichos Pizarros; porque temoso fabrica un bergantín que asegure los enfermos que peligran, llevándolos agua abajo con el fardaje y comida. Cimentó dos fraguas y hornos; árboles quema y derriba con que carbón amontona, y que le den solicita las armas de los que han muerto, cascos, arneses, cuchillas, herraje de los caballos, hasta las propias pretinas deshierra, forjando luego todo lo que necesita un bajel, de esta materia. ¡Tanto puede una porfía! Don Gonzalo era el primero; que porque todos le sigan, ya en el taller, ya en la fragua trabaja, sopla, martilla, compasa, mide, dispone, desbasta, asierra, acepilla; porque en tales ocurrencias más noble es quien más se tizna. Bejucos sirven de jarcias, y la goma que destilan los árboles de las selvas suplió la brea y resina. Para que no falte estopa mantas de algodón deshilan que el casco calafatean, y de las rotas camisas velas remendadas hacen; con que, logrando fatigas, al agua alegres le arrojan y en él su remedio libran. A Francisco de Orellana, por ser persona de estima de su sangre y de su tierra, su gobierno le confía, y con cincuenta españoles lo manda, que a toda prisa por el Marañón abajo descubrimientos prosiga, y que a las ochenta leguas aguarde porque le avisan que allí con el Marañón dos ríos pierden la vida. Partióse el falso pariente; y en perdiéndonos de vista, con el bajel se levanta, la gente toda amotina, y al padre Caravajal, de la sagrada familia del mejor Guzmán de España, porque de su tiranía los excesos reprehende, echa en tierra, y fue harta dicha que no pereciese de hambre, pues no comió en cuatro días. Llegamos al cabo de ocho por tierra, a la referida región y encontrando al fraile, nos cuenta la fuga indigna de tal hombre y tal nobleza, con que en efecto nos pilla más de cien mil pesos de oro que nos dieron las conquistas. En carnes y sin hacienda, juzgue vuestra señoría la cara que en los soldados la pobreza hereje pinta, que de vinagre las nuestras, con "reniegos" y "por vidas," impaciencias desfogamos --permisión de la milicia-- cuando al querer dar la vuelta, nos asaltan infinitas legiones de hembras armadas, en los rostros serafinas pero en las obras demonios, pues tanta piedra lloviznan, tantos dardos nos arrojan, tantos flechazos nos tiran que, si no se enamorara de la airosa bizarría de don Gonzalo Pizarro su hermosa reina o cacica, y de mí su bruja hermana --¡por Dios!--que nos desbalijan de las almas, y que, hambrientas o nos asan o nos guisan; porque comen carne humana mejor que nosotros guindas. Éstas son las Amazonas que las historias antiguas tanto ensalzan y ponderan, y allí viven sus reliquias. Picadas, en fin, las dos de nosotros, nos convidan a que su tierra poblemos, y de repente nos brindan con el santo maridage, ofreciéndome la mía en dote cuantos demonios sótanos de azufre habitan. Era, aunque hermosa, hechicera de suerte la diablininfa que habló en lengua castellana mejor que las de Sevilla. Y apretaba el matrimonio; mas con excusas fingidas, guarnecidas de requiebros, don Gonzalo las obliga a que nos dejen volver a Quito y que nos permitan alistar más gente y armas, jurando que en breves días tornaremos a sus ojos, porque alegres nos reciban no en los puros cordobanes sino con galas lucidas. Concediéronlo por fuerza; y llorando enternecidas, por otros rumbos echamos. No me consientan que diga las desgracias de la vuelta, pues fueron tan inauditas que las juzgarán patrañas. Trujillo se las repita, que nos recibió esqueletos; y aunque ropas nos envía, no quiso nuestro Pizarro que ninguno se las vista, sino que, para trofeo del valor que le eterniza, manda que entremos en carnes desde el cuello hasta la cinta. Amábanle de manera sus vecinos que, sabida su resolución, salieron los más de la suerte misma a recibirle en pelota. Triunfo parece de risa, pero fineza es de España que en bronces la fama escriba. Ésta fué la tal empresa para nosotros maldita, mas para España dichosa si ganarla solicita. Quien canela apeteciere, al rey su gobierno pida; porque yo le voto a Dios de no probarla en mi vida. VACA: A vos, maese de campo, os sobra tanta y endulzáis narraciones lastimosas de suerte que si oírlas nos espanta, vuestra sazón las sabe hacer sabrosas; sólo caben por vos en su sujeto vencer valiente y deleitar discreto. Crió el cielo en España al señor don Gonzalo, para acciones al crédito imposibles; y mostró en esta hazaña que para él los peligros son regalo, más deseados cuanto más horribles. Si Carlos a su lado le tuviera, temblara Argel y Solimán huyera.
A don GONZALO
Vuesa merced consuele a su sobrina, hija del gran marqués, pues le sucede en esta obligación y sólo puede restaurar su presencia la ruina que con su muerte llora. Tendrá doña Francisca, mi señora, pues a su amor la fío, juntamente en su amparo, padre y tío. Yo doy la vuelta á Lima, porque el Perú recela las ordenanzas que el consejo intima, y que despacha a Blasco Núñez Vela por su virrey primero, al paso bien nacido, que severo. Si el César, cual se afirma, hizo al marqués merced de que nombrase gobernador que en su lugar quedase, presénteme su cédula, o su firma, que si, antes que muriese el marqués, ordenó que sucediese vuesa merced en su gobierno y cargo, renunciaré yo el mío, sin embargo de que hasta agora en posesión le tenga. Y antes que á Lima Blasco Núñez venga, la real chancillería le admitirá por tal, a instancia mía; que las reales mercedes concedidas no se derogan mientras no sucede insulto que las vede; y dándose el gobierno por dos vidas, siendo vuesa merced, como sospecho, por el marqués nombrado ¿qué derecho alegará el virrey, con que le prive de la acción que le ampara mientras vive? GONZALO: Debe á vueseñoría todas sus medras la fortuna mía; y es cierto que mi hermano antes que me partiese quiso que después de él le sucediese; y haciendo testamento ante escribano, en virtud de la cédula adquirida, al gobierno me llama que Carlos concedió por otra vida, y así esta vez dijo verdad la fama. Pero yo, que hasta en eso la fe y lealtad publico que profeso, mientras a España envío, suspenderé mi acción, porque confío de la imperial palabra y celo justo; que, si el César, en guerras divertido, dió lugar al olvido para nombrará otros, como augusto, como rey y senor de sus acciones, revocará al virrey sus provisiones. Entretanto a la Charcas retirado, treguas daré al cuidado, ocios al pensamiento y en las minas de mi repartimiento, donde sus indios me han encomendado, descansaré seguro. Mas, si el virrey que viene turba la paz que agora el Perú tiene, como de él se recela y conjetura, y a mis servicios muestra ingrato pecho, por fuerza habré de usar de mi derecho. VACA: Hará mal, si no estima tal valor el virrey. Mándeme en Lima vuesamerced, verá con cuanto celo le procure servir. GONZALO: Prospere el cielo, señor, á vueseñoría para patrón de la justicia mía.
Vanse todos. Salen MENALIPE y MARTESIA
MENALIPE: No dudes, Martesia mía, la muerte que darme tratas, si la vista me dilatas del español sólo un día. Amor y melancolía martirizan mis desvelos; la ausencia, que es toda hielos, llamas en mi pecho aumenta; su memoria me atormenta y me enloquecen mis celos. ¿No fué ingratitud notoria, hermana, no fué crueldad, llevarme mi libertad y dejarme su memoria? ¿Robarme el alma es victoria y no el cuerpo en que se encierra? Mas--¡ay cielos!--que en la guerra, quien al asalto se arroja, las joyas y oro despoja y echa la casa por tierra. Blasonaba mi rigor desprecios de mi desdén; ¡guárdese de querer bien quien nunca ha tenido amor! Que, cuando con más valor el bronce suele mostrarse al fuego, que apoderarse de su materia pretende, cuando más tarde se enciende dura más en conservarse. Martesia, cara, yo muero, yo perezco, yo me abraso; si de mi vida haces caso págame lo que te quiero. Ya suele el viento ligero servirte de augusto carro; más que el de Febo bizarro forma de sus alas coche, y haz que me lleve esta noche a ver mi Apolo Pizarro. MARTESIA: Si con la facilidad que en eso puedo agradarte pudiera yo asegurarte la española voluntad, sabrosa felicidad en sus brazos poseyeras. ¿Pero qué logros esperas de un hombre tan desdichado que a muerte le han destinado las superiores esferas? Un juez ha de degollarle. Los mismos que le acompañan, y aduladores le engañan, le han de vender y dejarle. A la guerra han de forzarle, y al tiempo del asistirle, la victoria han de impedirle, el imperio han de ofrecerle y han de insistir en perderle, por no querer admitirle. Si del amor que conservas remedio a mi ciencia pides, yo te daré con que olvides esas memorias protervas; aguas, metales y hierbas me fían sus propiedades, y si con ellas añades conjuros y caracteres, verás, si olvidarle quieres, que sé mudar voluntades. MENALIPE: No curas como discreta; que el alma, espíritu puro, ni a las hierbas ni al conjuro como el cuerpo se sujeta; su sustancia es tan perfeta que por libre la reputan los sabios, con que confutan tus astrólogas violencias, porque agüeros e influencias si señalan, no ejecutan. No se deje llevar de ellas el absoluto albedrío del gallardo español mío y mentirán las estrellas, ni tú, hermana, por tenellas que le olvide has de alcanzar; puesto que en esto de amar suele en un ingrato ser el premio del poseer motivo para olvidar. No en mí, que vive en su llama, salamandria, mi afición, y es especie de traición buscar olvido quien ama. Miente la ciencia y la fama que en las plantas piensa hallar virtudes con que curar penas que no admiten medio, porque no hay otro remedio para olvidar que olvidar. Pero, disputas dejemos y venturas prevengamos; ¿para qué olvidos buscamos si ver y gozar podemos? ¿No sientes tú mis extremos? ¿Pues con ellos no te obligo? MARTESIA: Sí siento, pues que los sigo, de tu gusto ejecutora. Yo te pondré dentro un hora con tu amante; ven conmigo.
Vanse MARTESIA y MENALIPE. Salen don GONZALO Pizarro y doña FRANCISCA, de luto y llorando
GONZALO: Enjugad los ojos bellos que sin culpa maltratáis; mirad que hechizos lloráis y podréis matar con ellos. Llevóse el cielo al marqués, padre vuestro, hermano mío; la vida, sobrina, es río que, corriendo al mar, sin pies en su golfo viene a hallar imperio más dilatado, pues con sus olas mezclado, muere río y vive mar. Haced el discurso mismo con vuestro padre y mi dueño, pues si murió, río pequeño, ya es, con Dios, inmenso abismo, y poned, Francisca, en él, toda vuestra confïanza. FRANCISCA: Diera á la muerte venganza mi sentimiento crüel, a no templar su dolor la dicha que en vos reparo, pues quedáis para mi amparo por mi padre y mi señor. GONZALO: Título más venturoso querrá el cielo que me cuadre, si, como me llamáis padre, venís á llamarme esposo; que no es, Francisca, razón, cuando restaurarse puede, que por ser vos hembra, quede sin hijos la sucesión de quien este imperio indiano por su Alejandro confiesa. Este inconveniente cesa, vos su hija y yo su hermano. Si volvemos a anular quiebras de tantos cuidados, pues en semejantes grados suele el papa dispensar; que admitiendo el amor mío, a pesar de este defeto, conseguís en mí sujeto, juntos padre, esposo y tío. FRANCISCA: Si yo guardara la ley de los Incas, aunque vana, solamente con su hermana se casaba nuestro rey. Mi abuelo fue Guainacapa, Yupangui y Pizarro soy. Mi consentimiento doy para que dispense el papa. Pues si Dios lo determina y nuestra ley lo consiente, no es tan grande inconveniente casar con vuestra sobrina, como lo fue con la hermana en nuestros Incas primeros. GONZALO: Ni puedo yo encareceros el bien que mi gozo gana, si no es sellando los labios con estos puros candores; que extremos ponderadores adulando hacen agravios. Sólo con silencio igual mi amor sus extremos muestre.
Sale TRIGUEROS
TRIGUEROS: Nuestro de campo maestre, Francisco Caravajal, dice que que le importa hablarte cosas que llama el latino arcanas, y es femenino según Nebrija y el Arte. GONZALO: Seránlo pues él lo dice que es de los hombres primeros, valientes y consejeros, de España; el cielo autorice, mi Francisca, nuestro amor. Trigueros, guarda esa puerta. No entre nadie. TRIGUEROS: Aunque esté abierta, a ser yo tan guardador de lo que me desbalija el vuelco de un dado solo, como de que no entre Apolo ni aún por una redendija, yo tuviera más dineros que en Castilla paga un juro. Vaya Vuesasted seguro que buena tranca es Trigueros.
Vanse don GONZALO y doña FRANCISCA. Salen tapadas de medio ojo a lo español MENALIPE y MARTESIA
MARTESIA: Así las damas de España averiguan los temores de sus sospechas y amores. Presto verás si te engaña tu amante. MENALIPE: Bien satisfaces prodigios que prometiste. Mas ¿de dónde apercibiste tan brevemente disfraces con que viendo sin ser vista temeridades ocultes? MARTESIA: Nunca en eso dificultes mientras vieres en mi lista los espíritus sujetos que ejecutan cuanto pido. Si por el viento has venido a experimentar secretos que después te den enojos, quien lo más, hermana, pudo ¿no podrá lo menos? MENALIPE: Dudo lo que veo. TRIGUEROS: ¿Medios ojos ya en Indias? No hay patacón que no tiemble de fayancas en el aire y manos blancas. Busconas de España son. ¿Qué es lo que mandan aquí vuestras medias ojerías?
Quiérense las dos entrar sin hablarle
Damimudas, que en mis días sois las primeras que vi; zamparos sin responder, siendo yo la cerradura es descortés travesura. Téngase toda mujer, que hay orden de no pasar de estos umbrales un dedo.
Dale MARTESIA
¡Ay, cuerpo de Cristo! ¡Quedo! ¿Quijadas sabéis birlar, manecilla de manteca? Más parecéis de almirez. ¡Tan blanda en la vista y tez y en las dádivas tan seca! Mano sois del Jueves Santo; mano de tigre y tejón; si ha de haber conversación desenfardelen el manto, que hablar a ojo será mengua.
Valas a descubrir, y pégale MARTESIA
¡Paso, ofrézcolas á Judas! ¡0 tener las manos mudas o pasarlas a la lengua! Mas ya sale mi señor; dense con él a entender, que yo no acierto a leer bellezas de un borrador, ya que hacerlas retirar dos manotadas me cuesta. MARTESIA: ¡Don picarón, para ésta que me lo habéis de pagar!
Retíranse las dos sin descubrirse. Salen don GONZALO, CARAVAJAL y doña FRANCISCA
CARAVAJAL: Notificó en Panamá Blasco Núñez, como digo, las severas ordenanzas. No habemos de tener indios; no ha de haber encomenderos. Yanaconas de servicio, ni por la imaginación; llevar para el beneficio de minas los naturales será criminal delito. Con que estériles los centros de estos codiciosos riscos, a falta ya de comadres, quiero decir de ministros, nos dificultan los partos de sus preciosos esquilmos; podrán los conquistadores aprender de hoy más oficio, y en pago de sus hazañas pedir limosna sus hijos. Todo esto ocasiona el celo de escrupulosos caprichos; todo esto inventan ociosos; todo esto causan arbitrios. Los españoles que dieron, a costa de más peligros que tiene ese mar arenas, que quiebran sus costas vidrios, cerros, al César, de plata con que enfrenar ha podido Luteranos en Sajonia y en Milán franceses lirios, por medio del presidente Vaca de Castro, han pedido al virrey que, suspendiendo leyes de tanto perjuicio, permita suplicar de ellas al César Rey, siempre invicto; informándole verdades y advirtiéndole precisos inconvenientes y riesgos que van abriendo camino a intentos desesperados, de la fé española indignos. Pero él, sordo a nuestras quejas, rebelde a nuestros gemidos, quiere perderse y perdernos, por no humanarse y oírnos. Los oidores de la audiencia, tan sabios como advertidos, disponen que a Lima vaya a consolar sus vecinos doña Francisca Pizarro, mi señora, en cuyo arrimo, por ser animada imagen del gran marqués don Francisco, fundan todo su remedio; porque, con su patrocinio, creen que el virrey, cuando llegue, como ilustre compasivo, venerará las memorias en ella de aquel prodigio que tanto España celebra, que tanto honró Carlos Quinto. El cuerdo Vaca de Castro, señor, os pide lo mismo; y para esto me despacha de la mitad del camino. Id, piadoso, a interponer vuestro valor y servicios entre el rigor y los ruegos, la aspereza y los suspiros. Gozad la acción que tenéis al gobierno que os intimo, pues os le ofrece la audiencia, pues sucesor suyo os hizo, en nombre del César Carlos, el marqués que tanto os quiso; pues os llama el presidente, pues todos os lo pedimos; que yo en fe de lo que os amo, y lo que ofrezco serviros, sin esperar la respuesta, voy a dar a los amigos la nueva de vuestra entrada; pues si lo contrario afirmo, vituperándoos de ingrato, daréis a guerras motivos.
Vase CARAVAJAL
GONZALO: Sobrina, no han de poder las persuasiones conmigo más que el valor que profeso, más que la lealtad que estimo. Mientras el emperador no derogare el dominio que, en daño de mi derecho, han negociado validos para Blasco Núñez Vela, a Las Charcas me retiro, donde en quietud y descanso saldré de estos laberintos. Id vos a Lima, señora, pues bastarán los hechizos de vuestras tiernas palabras, de vuestros ojos benignos, para suavizar rigores; y hagan los cielos propicios las partes de nuestro amor, para que, el nombre de tío mejorado en el de esposo, podamos los dos unidos lograr en tálamo casto deseos que duren siglos.
Salen MENALIPE, Y MARTESIA, quienes descúbrense y lléganse a don GONZALO y TRIGUEROS
MENALIPE: Venganzas, que a deslealtades den escarmiento y castigo, verás, ingrato, primero en mi agravio y en tu olvido. ¡Ah, inconstante! ¿Estos engaños son de la nobleza dignos, que injustamente blasonas, tan fácil yo en admitirlos? ¿Es blasón de caballeros el prometer, fementidos, correspondencias amantes burlando pechos sencillos? ¿Así se cumplen palabras? ¿Así se estiman suspiros? ¿Así se sueltan empeños? ¿Así se pagan hospicios? Pues en mi favor los hados, en mi venganza los signos, en mi amparo las estrellas, en mi abono los auspicios, con don Fernando, tu hermano, celebrarán regocijos las bodas, que no mereces, porque él solamente es digno de ser de tu dama esposo, y con generosos hijos resucitar del marqués los hazañosos prodigios. ¡Plegue a los cielos, mudable!... MARTESIA: ¿Para qué, hermana, pedimos lo que ellos ya a cargo tienen según muestran los destinos? Ven, que amanece el aurora.
A TRIGUEROS
Y vos, grosero ministro, alcaide de ingratas puertas, seguidme, que así imagino vengar descomedimientos.
Cógele de una oreja, y vuelan los tres todo el patio
TRIGUEROS: ¡Madre de Dios! ¡Jesucristo! ¡Que me arrebatan los diablos, que me desoreja un grifo, que me encaraman sin alas, que si del aire deslizo, cien contadores de hacienda no han de sumar mis añicos! FRANCISCA: ¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto? GONZALO: Sobrina, fuerza de hechizos; que en esta tierra el demonio con esto engaña a los indios.

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

Amazonas en las Indias, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002