AMAR POR RAZÓN DE ESTADO

Tirso de Molina

Este texto electrónico fue preparado por Vern Williamsen en 2001. Se basa en el texto de DOCE COMEDIAS NUEVAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA, PRIMERA PARTE, (Sevilla: Francisco de Lyra, 1627) que ha sido cotejado con la edición de don Juan Eugenio Hartzenbusch (COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, BAE 5, 1858). Esta obra fue transcrita al formato HTML para ser presentada en esta colección.

Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen LEONORA y ENRIQUE a una ventana, de la cual pende una escala
LEONORA: Enrique, el sol nos da prisa; con esperezos la aurora, si celosa de mí llora, mis pesares le dan risa. ENRIQUE: ¡Qué presurosa que pisa, mi bien, el cóncavo espejo, de sus celajes bosquejo! ¡Qué bien muestra a su pesar, en su mucho madrugar, que tiene el marido viejo! ¡Oh! ¿Quién candados pusiera a las puertas de su oriente, porque presa eternamente, eterna mi dicha hiciera? ¡Quién, rompiendo la vidriera por donde su luz traspasa, pusiera a sus cursos tasa e impidiéndola el correr, la hiciera, pues es mujer, que aprendiera a estarse en casa. ¡No estuviera yo en Noruega, donde hay noches tan corteses, que regalan por seis meses a quien a su clima llega! LEONORA: Si Amor en ellos sosiega, ¿de qué, mi bien, serviría tan prolongada alegría, habiéndola de lastar llorando, con esperar otros seis meses de día? No alargues con dilaciones recelos de nuestro daño; mira que a dichas de un año riesgo de un instante pones. Baja, mi bien. ENRIQUE: Escalones de mi muerte bajaré.
Baja el primer paso
¿Cuándo a verte volveré? LEONORA: ¿Eso pregunta quien ama, y ausente del sol la llama, de su fuego esfera fue? Mientras está en Belpaís el Duque, y la noche oscura miedos del sol asegura, ¿qué preguntas? ENRIQUE: ¡Vos decís que me amáis, y permitís que me vaya! LEONORA: Es el temor ayo crüel del honor, y el sol que a nacer empieza, en su misma luz tropieza por descubrir nuestro amor. ¿Bajaste ya? ENRIQUE: El primer paso. LEONORA: Adiós, pues. ENRIQUE: Oye de aquí quejas del alma. LEONORA: ¡Ay de mí! Vete, Enrique, y habla paso. ENRIQUE: Si hicieras, Leonora, caso de mis penas... LEONORA: Si te ve el sol... ENRIQUE: Ya, mi bien, bajé otro escalón; que violenta mi fe, los pasos me cuenta, y no la haces de mí fe. LEONORA: Repara, amores, por Dios, que no es amante discreto quien pone a riesgo el secreto. ENRIQUE: Reparad en mi amor vos. LEONORA: Voyme. ENRIQUE: Ya bajé otros dos. LEONORA: No ocasiones mi cuidado. ENRIQUE: Mi bien, ¿pues qué juez no ha dado lugar que en cada escalón siquiera hable una razón el más vil ajusticiado? LEONORA: Mira que ya son las hojas ojos de Argos, que nos ven de este jardín. ENRIQUE: ¡Ay mi bien! Yo te adoro, y tú te enojas. LEONORA: Temo.
Acabando ENRIQUE de bajar
ENRIQUE: Cesen tus congojas; que ya me voy. Goce el sueño la gloria que en ti le empeño. LEONORA: ¿Soltaré la escala? ENRIQUE: Sí. LEONORA: ¿Vaste? ENRIQUE: Voyme, y quedo en ti. LEONORA: ¡Ay dulce esposo! ENRIQUE: ¡Ay mi dueño!
Suelta LEONORA la escala, y se retira. Salen el DUQUE y dos CRIADOS
DUQUE: ¿A estas horas hombre aquí? Matadle, si no se da. ENRIQUE: (Ya, Amor, descubierto está Aparte vuestro secreto por mí. Restaure el acero agora culpas que por tardo os doy.) DUQUE: ¿Quién eres? ENRIQUE: Un hombre soy. DUQUE: Pues ¿qué haces aquí a tal hora? ENRIQUE: Idolatrar estas piedras, de mi hechizo semejanza y comparar mi esperanza a sus siempre verdes yedras. DUQUE: ¿Amas en palacio? ENRIQUE: Adoro. DUQUE: ¿A quién? ENRIQUE: Si fueras discreto, no ofendieras al secreto de Amor mas rico tesoro. DUQUE: ¿Por dónde al parque cerrado entraste? ENRIQUE: Si Amor es ave que penetrar nubes sabe, ¿qué preguntas? DUQUE: Al sagrado de este lugar, es delito entrar de noche. ENRIQUE: Al Amor, que es el monarca mayor ningún lugar le limito. DUQUE: Di quién eres. ENRIQUE: Todo yo soy amor, y no soy más. DUQUE: Si te encubres, morirás. ENRIQUE: Amor esfuerzo me dio para defenderme. DUQUE: ¡Muera! ENRIQUE: Mal mi valor conocéis.
Echan mano a las espadas los cuatro y éntranse acuchillando el DUQUE y ENRIQUE. Los CRIADOS huyen al punto. Dentro
DUQUE: ¡Valiente brazo! ¿Qué hacéis? ¡De un solo hombre [huís]!
Salen el DUQUE y ENRIQUE, volviendo a salir. El DUQUE retirándose de ENRIQUE
DUQUE: Espera. Advierte que el duque soy. ENRIQUE: Vuestra alteza me perdone, si mi espada se le opone; porque resuelto estoy de morir, antes que sepa quién la espada le ha ganado, venturoso desgraciado, aunque en mi valor no quepa el justo merecimiento que consigue mi osadía. Vuestra alteza honre la mía, porque con la suya intento dar principio a mi ventura, y mi sangre ennoblecer. DUQUE: Tu valiente proceder de mi enojo te asegura. Dos crïados me has herido, pero no temas por eso. ENRIQUE: Que me ha pesado confieso, aunque en mi defensa ha sido DUQUE: Descúbrete, caballero. ENRIQUE: Vuestra alteza tiene fama de crüel contra quien ama sangre suya, y de aquí infiero lo mal que me puede estar hacer de quien soy alarde. El sol sale. Adiós; que es tarde, e indecente este lugar.
Vase ENRIQUE
DUQUE: ¡Determinado valor! ¿Qué es esto? ¡Válgame el cielo! ¡Una escala está en el suelo! Cayó por ella mi honor. El arrogante embozado, autor de mi afrenta ha sido; que el peligro hace atrevido al más cobarde culpado. ¿Qué hay que dudar? ¿No me dijo, "Vuestra alteza tiene fama de crüel contra quien ama sangre suya?" Si colijo de aquí consecuencias llanas, a mi sangre fue traidor, y torpe ofende mi honor una de mis dos hermanas. ¿Si será Leonora? No; que en su temprana viudez la virtud ha sido juez de que Artemisa perdió el casto blasón con ella. ¿Será Isabela? Tampoco, pues al deseo más loco reprime ardores de vella. Pues ¿quién será de las dos, si no tengo en Belpaís otra sangre? ¿Qué decís, honra, en estas dudas vos? Este cuarto es de Leonora y de Isabela; esta escala en la culpa las iguala, si cómplice, acusadora. Para poder sentenciar, información se ha de hacer. ¿Vos sois casa de placer? Mejor diréis de pesar. ¿Llamaré gente que siga mi enemigo? Sed mas sabio, honor mío; que el agravio no lo es miéntras no se diga. Ni el sol que empieza a nacer, con verlo todo y ser mudo, de las ofensas que dudo testigo tiene de ser. El tiempo dará noticia de quién es quien me ofendió, pues en mi espada llevó la insignia de mi justicia. Ella le dará castigo, pues aunque encubrirse prueba, no va seguro quien lleva a la justicia consigo; y yo guardaré entre tanto este instrumento agresor. Tratos de cuerda el Amor da a la honra. No me espanto que os venza, mudable hermana, pues la mas firme mujer frágil cuerda viene a ser, y la mas cuerda, de lana.
Bájase a tomar la escala, halla papeles rotos, y cógelos
Papeles pedazos hechos hay por aquí, que arrojados, son despedidos crïados; y descubriendo sus pechos, podría ser que se vengasen de quien los despedazó. Sospechas, ¡dichoso yo, si en verdades os trocasen! Esta letra es de Leonora. Medio renglón dice ansí,
Lee
"Mi bien, cuando estoy sin ti... " Mas indicios hay agora, Isabela, en tu favor, que a Leonora culpa dan... ¡Qué dichoso que fue Adán libre de riesgos de honor!
Lee
"Mi bien, cuando estoy sin ti..." ¿De tú, Leonora mi bien a un hombre, y no sé yo a quién? ¿Viuda noble que habla ansí? Muy adelante está ya en materia de afición. Leamos otro renglón; que puesto que roto está, si indicios de estotro iguala, no habrá que imaginar más.
Lee
"Mañana a verme vendrás... y estotra noche la escala..." Bien los delincuentes pinta la sospecha, sabio Apeles, en estos rotos papeles.
Lee
"La respuesta en esta cinta..." No entiendo esto. Alguna traza para escribirse los dos, les dio el mal nacido dios.
Lee
Éste dice, "...duque a caza." Es verdad, ayer salí.
Lee
"...cinta, asegura cuidados de enemigos no excusados." Ya este misterio entendí. Leonora le escribiría, y por guardar el respeto al siempre cuerdo secreto, de una cinta colgaría el papel, el sol ausente, porque acudiendo por él su amante, aliviase en él llamas de su amor ardiente. Vendría de noche en fin, y la cinta serviría de tercera, y llevaría cuando entrase en el jardín, la respuesta, cuerda y muda. ¡Nuevo modo de querer! Mas ¿qué no hará una mujer, si sobre discreta, es viuda? "Enemigos no excusados..." los vivos terceros llama. Bien dice, porque la fama anda enferma entre crïados. Si como supo guardar secretos, guardar supiera papeles, poner pudiera escuela nueva de amar. Ahora bien, yo he de saber con industria y con secreto quien es el feliz sujeto que en Leonora pudo hacer tan no pensada mudanza. Mi espada lleva, y la suya me dejó por ella; arguya quién puede ser, mi venganza. A la corte he de volverme; que tal vez en la lleneza del campo está la grandeza a peligro, donde duerme el cuidado. Torre, quinta, no veré más vuestras flores, que dan entrada a traidores y hacen tercera una cinta.
Vase el DUQUE llevándose la escala. Sale ENRIQUE
ENRIQUE: ¿De la escala se olvida quien adora a quien al sol en hermosura iguala? ¡En tal ocasión, cielos! ¡A tal hora! ¿Y por discreto Cleves me señala? ¿Yo amante? ¿En posesión yo de Leonora, y la escala me olvido? ¿Y en la escala dejo indicios al duque sospechoso contra la fama de mi dueño hermoso? Asaltóme su hermano de improviso; no pude prevenir con el cuidado en mi defensa a daño tan preciso; descuidéme, y Amor que es descuidado, ¿qué merece? Por necio o por remiso mi Leonora dirá, "Ser olvidado, pues si un amor con otro amor se paga, olvido es bien que a olvido satisfaga." ¡Un año de secreto, en un instante perdido por mi culpa, cuando pinta la discreción trofeos de un amante, si no en bronces, en flores de una quinta. ¡Un amor sin tercero que le espante, cifrado cada noche en una cinta, mudo correo de amorosas quejas, letras de amor librándome a unas rejas! El duque halló la escala, ¿quién lo duda? Y en ella la opinión de mi Leonora, o desacreditada o puesta en duda por culpa mía, mis descuidos llora. ¿Con qué ojos, pues, idolatrada viuda, a los tuyos podrá llegar agora quien te ha ofendido, si el mayor culpado es en casos de amor el descuidado?
Sale RICARDO
RICARDO: Enrique. ENRIQUE: ¡Padre y señor! RICARDO: ¿Cómo has madrugado hoy tanto? ENRIQUE: Son enemigos del sueño el calor y los cuidados. RICARDO: ¡Cuidados tú! ¿Pues de qué? ENRIQUE: No son razones de estado, ni de amor ciegos desvelos; pues nunca ha podido tanto conmigo el bárbaro ocio, que haya degenerado de la crïanza que en mí hacen tus consejos sabios. Como soy hechura tuya y tu sangre propagando en mí, procuras al tiempo dejar tu mismo retrato; eres mi padre y maestro armas y letras cifrando en avisos y en liciones, por quien dos veces te llamo dueño natural. Deseos de no desmentir, Ricardo, esperanzas que en mí siembras. Mil noches me han desvelado. No has permitido hasta agora que rompa el límite escaso, prisión de mi juventud, de estos montes y estos prados. Diez leguas dista de aquí la corte, que alabas tanto, de Carlos, duque de Cleves; veinte veces ha pisado rosa abril y escarcha enero que de los maternos lazos a la luz del sol salí, sin haber de ti alcanzado que a ver la corte me lleves, preso entre los riscos altos de estas asperezas frías, cuyas faldas bordan mayos. Si intentabas, padre noble, que viviese entre villanos, donde por dueño te tienen un castillo y pueblos cuatro; ¿para qué tan cuidadoso las artes me has enseñado liberales? ¿Para qué el hacer mal a un caballo, saber jugar el acero, acometer un asalto, dar dos botes de una pica, el noble lenguaje y trato de las cortes de los reyes, si, como sabes, es llano ser inútil la potencia que no se reduce al acto? (¡Ay mi Leonora ofendida! Aparte Divirtiendo estoy en vano sentimientos de mi ofensa, ocasiones de tu agravio.) RICARDO: Enrique, mozo estudié, hombre seguí el aparato de la guerra, y ya varón las lisonjas de palacio. Estudiante gané nombre, esta cruz me honró soldado, y cortesano adquirí hacienda, amigos y cargos. Viejo ya, me persuadieron mis canas y desengaños a la bella retirada de esta soledad, descanso de cortesanas molestias, donde prevengo despacio seguro hospicio a la muerte, con prudencia escarmentado en los viejos que en la corte, de su libertad tiranos, mueren sin haber vivido, pródigos de canas y años. Antes que honrase mi pecho con el blasón soberano malta de esta blanca cruz, del valor y hazañas blanco; saliste al mundo, y quedó tu crïanza, Enrique, a cargo de mi amor y mis consejos. Creciste en fin y dejando con la infancia los estorbos que en el natural humano el uso de la razón impiden en tiernos años; fui a los nueve tu maestro, por causa tuya colgando las armas y pretensiones; y a esta quietud retirado, desde las primeras letras tu ingenio dócil y blando, hasta la filosofía por mi industria ha granjeado. Sin éstas no puede un hombre perder el nombre de esclavo pues en fe de hacerle libre, liberales se llamaron. La militar disciplina en tu natural bizarro lograr hazañas pretende que te ganen nombre claro. Con las armas y las letras podrás, si a César te igualo, vencer de día, y de noche escribir tus comentarios. Voyte enseñando también la policía y el trato, modos, términos, respetos, que en la corte hace el engaño, maestro de ceremonias; que llevo, Enrique, por blanco sacarte de aquestos montes un perfeto cortesano. Para serlo, no te falta sino resumir de paso, habituando el ingenio, lo que hasta aquí te he enseñado. Presto cumplirás deseos, los míos después logrando a satisfacción del mundo y de la corte de Carlos. ENRIQUE: (¡La escala se olvida un hombre Aparte a tal hora y en tal paso! ¿Qué disculpa, amado dueño, podré dar a tus agravios?) RICARDO: Dejando, pues, por agora deseos que sazonados se cumplirán a su tiempo, será razón que volvamos, Enrique, a nuestro ejercicio. Ayer tarde repasamos los metéoros, y en ellos bastantemente informado, sabes de lo que proceden las nubes, lluvias y rayos, cometas y exhalaciones que la región infamando del elemento tercero al vulgo causan espanto, como crinitas, caudatas y otras, que por no ser largo, dejo porque ya las sabes, por ellas conjeturando guerras, muerte de señores, hambres, mudanzas de estados, y otras desdichas que anuncian los cuerpos simples y varios, de cuyo influjo dependen los vivientes de acá abajo. Agora has de resumirme lo que ayer para hoy dejamos en materia de los cielos, sus ortos y sus ocasos. ENRIQUE: (¡Vive Dios, que no merece Aparte quien ama y es descuidado, nombre de hombre!) RICARDO: ¿Cómo es eso? ¿Estás en ti? ENRIQUE: (Y repasando Aparte lo que esta noche olvidé...) RICARDO: Di pues. ENRIQUE: (¡Qué haya yo agraviado Aparte por un descuido, Leonora, vuestra opinión? ¡Y me llamo amante vuestro!) RICARDO: ¿No dices? ENRIQUE: Sí, señor. (¡Ay! ¡Cuán contrario Aparte son desvelos del estudio de los de un enamorado!) La fábrica de los cielos, de los dedos de Dios digna, eterna en su inmensa idea, y en tiempo el primero día, según opinión probable, es de la materia misma que las demas criaturas, en cuanto es materia prima; pues dado caso que aquesta intrínsecamente siga el apetito que tiene a la forma que varía, de donde es fuerza que nazca la corrupción que aniquila la sustancia que le informa porque las demás reciba, y no pudiendo mudarse en los cielos la adquirida desde su creación primera, ya parece que es distinta; lo cierto es que toda es una, y esencialmente se inclina a las formas que no tiene aunque nunca las consiga, como el hombre, que es risible puesto que jamás se ría, ni ponga esta forma en acto como de algunos se afirma. Los que se mueven son diez, y once con la esfera impírea, corte de quietud eterna de santos y jerarquías. Su hechura es cóncava y hueca, cuyas esferas contiguas se tocan unas a otras, porque darse vacuo impidan de sus físicos contactos. Hay filósofos que afirman aquella música acorde cuya inefable armonía no nos parece escuchar pues según buena doctrina, ab asuetis non fit passio, aunque es opinión de risa. Excédense unos a otros lo que por la perspectiva de sus ángulos se saca, conforme a la astrología de Alfagrano, diferencia sexta y vigésima prima y otros de su sabia escuela del modo que aquí se pinta.
Distráese ENRIQUE
(¿Que me dejase la escala Aparte olvidada yo? ¿Y que diga que a Leonora quiero bien?) ¡La escala yo! RICARDO: ¿Desvarías, Enrique? ¿Qué es esto? Di. ENRIQUE: Influjos que se derivan desde los cuerpos celestes y en la tierra predominan son como escalas señor. RICARDO: No, Enrique; tú desatinas, o alguna pasión secreta tu memoria tiraniza. No estás hoy para cuestiones sutiles; ven a la esgrima y, por las prácticas, deja artes especulativas.
Toman espadas de esgrima
Toma aquesa espada negra. La destreza de Castilla es la que en Europa agora comunmente se practica. En el juego de Carranza estás docto. Más estima tiene el de Liébana. En éste quiero ver cómo te aplicas.
Esgrimen
Mete el pie derecho; saca el izquierdo, uñas arriba. Tírame esa punta al pecho; cruza la espada ala vista. Rebate mi acero agora. ENRIQUE: (Por la honra y por la vida Aparte es natural la defensa. Duque, aunque el paso me impidas, he de llevarme la escala, sin que por ella colijas quién es la prenda que adoro. Muere y mi secreto viva.)
Distráese esgrimiendo, dale a Ricardo una cuchillada en la cabeza y derríbale el sombrero
RICARDO: ¡Loco! ¿Qué has hecho? ENRIQUE: ¡Ay, señor! Siguió la espada atrevida, sin regirse por el alma, desconciertos de la ira. Necio es quien reduce a leyes el furor, que nunca mira en preceptos militares, si la venganza le incita. Ciego de él dejé llevarme; mas no hay disculpa que impida mi bárbara inobediencia. La mano, padre, castiga que ha herido a quien debe el ser. Dame con mi espada misma la muerte, y vengue la blanca lo que en la negra te indigna.
Arroja ENRIQUE la espada negra, saca la blanca; ofrécesela, y dale el sombrero de rodillas
¡Que herí a mi padre! RICARDO: No creas que eres mi hijo, ni permitas afrentar el orden sabio con que sus especies cría la cuerda naturaleza; porque si como imaginas, fuera, Enrique, yo tu padre, cuando, el alma divertida, me fueras a herir, la sangre te detuviera, a ser mía. El brazo, reverenciando la fuente que la origina. A la cabeza defiende la mano, y contra la ira de quien la injuria, recibe naturalmente la herida. Si yo tu cabeza fuera, mal agraviarme podía ramo de quien tronco soy, sangre de quien eres cifra. No, Enrique, no soy tu padre. ENRIQUE: Consuelos crecen desdichas, pues mezclas, crüel piadoso, dos contrarios de un enigma. ¿Que no eres mi padre? RICARDO: No. ENRIQUE: ¿Pues quién...? RICARDO: Sabráslo algún día; que yo no lo sé hasta agora, hasta que el tiempo lo diga.
Vase RICARDO
ENRIQUE: "¿Que yo no lo sé hasta agora, hasta que el tiempo lo diga?" ¡O presunción enemiga! ¿Cómo amaréis a Leonora? Mi soberbia burladora hijo noble de Ricardo me llamó; mas ya ¿que aguardo, si aun me niegan mi bajeza la humilde naturaleza que pensé tener bastardo?
Cíñese la espada
Arrogante pensamiento, ¿A Leonora os atrevistes? ¿Cómo tan alto subistes con tan bajo fundamento? ¡Que aun no sé mi nacimiento! ¡Ay amorosa fatiga! Vuestro vuelo no prosiga pues sus principios ignora; "Que yo no lo sé hasta agora, hasta que el tiempo lo diga. "
Sale LUDOVICO, de campo y sin espada
LUDOVICO: Dicha el no matarme fue de la caída que di. Enrique... ENRIQUE: Señor. LUDOVICO: Caí... ENRIQUE: Válgame el cielo! LUDOVICO: Y quebré la espada de más estima que caballero ciñó. El caballo tropezó en un tronco y, dando encima, tres partes hizo la hoja. ENRIQUE: Mucho daño os pudo hacer. LUDOVICO: A nuestro duque iba a ver; que en no haciéndolo, se enoja. Prestadme, Enrique, la vuestra... ENRIQUE: (La del duque--¡cielos!--es. LUDOVICO: ...y volveréosla después con mejoras.
Dásela
ENRIQUE: ¿Qué más muestra de que ya está mejorada, que vos, marqués, la pidáis, si a vuestro lado la honráis?
Sácala
LUDOVICO: ¡Hermosos filos de espada! Enrique, feriadmelá; Daréos un lugar por ella. ENRIQUE: Si gustáis serviros de ella, ya, señor, feriada está, aunque tengo en ella puesto mi gusto. LUDOVICO: ¡Ah! ¿Sí? Pues no es justo que yo os quite tan buen gusto. Yo os la remitiré presto; y porque no vuelva sola, enjaezado os traerán el más brïoso alazán que parió yegua española.
Enváinala
ENRIQUE: Bésoos las manos. LUDOVICO: ¿Queréis que vamos a Belpaís los dos? ENRIQUE: Si vos os servís de mí, ¿por qué no? LUDOVICO: Seréis del gran duque conocido; que tiene satisfacción de la fama y opinión que vuestro estudio ha adquirido. ENRIQUE: A vuestra sombra, señor, ¿qué dicha no intentaré? LUDOVICO: Soy primo suyo, y podré haceros con él favor. ENRIQUE: Entrad, veréis nuestra quinta, y tomaré yo otra espada. LUDOVICO: No será tan extremada como la que está en mi cinta, aunque siempre se ha preciado vuestro padre de tener armas con que alarde hacer de haber sido gran soldado. Vamos. ENRIQUE: (No pude negarle Aparte la espada que me pidió. Si el duque que la perdió, la conoce, acompañarle ¿no es locura? Mas ¿qué importa? ¿Ya qué tiene que perder hombre que no tiene ser? Acabe mi dicha corta; que cuando el duque importuno la muerte me mande dar, a nadie podré afrentar pues soy hijo de ninguno.)
Vanse. Salen LEONORA y el DUQUE
DUQUE: ¿Pues podrásme tú negar no ser esta letra tuya. Cada pedazo te arguya, pues para multiplicar los testigos que dan nota de tu descompuesto amor, convencen tu roto honor razones de carta rota. Niega que la infame escala que al pie de tus rejas vi, liviana, intentó por ti meter la afrenta en tu sala. Niega el perdido respeto a tu difunto consorte, honesta viuda en la corte, y en Belpaís, del secreto y la noche apadrinada, pagando torpe tributo a la liviandad en luto, hipócrita disfrazada; que cuando excusas alegues que estás maquinando en vano, desmentida de tu mano, no es posible que esto niegues. LEONORA: (¡Ay desacertado Enrique Aparte perdí mi opinión por ti y tú me perdiste a mí. ¿Qué he de hacer?) DUQUE: Cuando fabrique tu ingenio agravios que hacer a mis sospechas, Leonora, no te han de excusar agora sutilezas de mujer. Convencida estás. LEONORA: Confieso lo que en mi vida pensé; y puesto que perderé, cuando no la vida, el seso, por la reputación mala, duque, en que contigo quedo; dejarte seguro puedo que los pasos de esa escala que has hallado y me desdoran, no han llegado a profanar, fuera del alma, el lugar que dentro mi cuarto ignoran. Ofendió el consentimiento al recato, no al honor, pues no le agravia el amor que al primero sacramento que vio el mundo, se sujeta. Con aqueste fin cristiano, aunque el medio fue liviano, y la pasión indiscreta, le escribí aquese papel, que después rompió el temor, arrojándole el honor por las rejas. Funda en él delitos de voluntad que no se han puesto en efeto, y advierte que es el sujeto de tan noble calidad como la tuya. DUQUE: ¿Y la escala, de tu deshonra instrumento? LEONORA: Amor, cuyo pensamiento por los ojos se señala, a mi amante le diría que consigo la trujese. DUQUE: Si pedazos te leyese de este papel, bien podría probarte cuán adelante de lo que dices está el liviano amor que da tanta licencia a tu amante. Mas declárame quién es el pretendiente atrevido. LEONORA: Señor, no pidas... DUQUE: Yo pido lo que te ha de estar después tan bien, que juzgues por sabio el remedio de tu honor. LEONORA: (Perdona, Enrique, al temor; Aparte que es fuerza que te haga agravio.) Temo, si quién es publico que has de enojarte. DUQUE: ¿Por qué, si es tan noble? Di. ¿Quién fue? LEONORA: El marqués... DUQUE: ¿Quién? LEONORA: Ludovico. DUQUE: ¿Mi primo? LEONORA: Ése me desvela. DUQUE: Pues siendo merecedor Ludovico de tu amor, ¿por qué con tanta cautela y secreto te pretende, pues cuando me declarara su amor, era cosa clara ser tu esposo? LEONORA: No te ofende; pero pretendió primero a mi hermana. DUQUE: Eso es verdad. LEONORA: Mudóse la voluntad; que amor es fuego lijero. Viéndome en fin viuda, puso los ojos con tanto afeto en mí, que amante y secreto a servirme se dispuso; y por no dar a Isabela celos, y enojarte a ti, ha un mes que me sirve ansí. DUQUE: Cuerdo ocasiones recela, y cuerdo intento también atajar inconvenientes. Amorosos accidentes disculpa, hermana, te den siquiera por la elección que en tan noble prenda has hecho. Sosegado has ya mi pecho. Al Marqués tengo afición. Con Isabela intenté casarle; mas pues se muda, disimula cuerda y muda, porque a tu hermana no dé celos, infiernos de amor entre tanto que dispongo las cosas, y medios pongo que a Isabela estén mejor. LEONORA: Dame a besar esos pies, pues satisfaces ansí tu honor y mi gusto. DUQUE: En ti se emplea bien el marqués. Cosas que tan adelante en materia de honra están mal remediarse podrán si con medio semejante no sueldo el daño que has hecho. LEONORA: (Enrique inconsiderado, Aparte causa a tus celos has dado, oculte tu amor mi pecho; que aunque crea tu impaciencia que al marqués hago favor, te adoraré en lo interior, y al marqués en la apariencia.)
Salen la DUQUESA e ISABELA
DUQUESA: Dícenme, duque y señor, que dejáis a Belpaís por la corte. DUQUE: Si el calor, duquesa, aquí divertís, Venus entre tanta flor; yo que de mi corte ausente, hago a mi gobierno agravio, juzgo por inconveniente, pudiendo ser Catón sabio, ser cazador imprudente. Hoy nos hemos de partir. ISABELA: Más razón es acudir al bien común, gran señor, que al propio. DUQUESA: No sabe Amor replicar ni resistir. Vamos cuando vos gustéis.
Salen LUDOVICO y ENRIQUE
LUDOVICO: Por cumpliros el deseo que de conocer tenéis, gran senor, a Enrique, os veo tarde hoy. Honrar podéis en él, con satisfacción de su fama y experiencia, la nobleza y discreción, valor, cortesía y ciencia, que sus tributarias son. Disculpe lo que he tardado el padrino que he buscado. DUQUE: Poco madrugáis, marqués; pero todo amante es cuidadoso, descuidado. Más os debe Belpaís de noche, que cuando Apolo logra los rayos que huís. Las estrellas os ven solo, con padrino al sol salís. Negáis de noche secreto quien sois a la cortesía, y publicáisla, en efcto, al sol; no sois vos de día como de noche, discreto.
El DUQUE habla aparte con LUDOVICO
Esa espada no hace alarde de hazáñas que adquirís tarde; guardarla os fuera mejor si no es que a vuestro señor notais, marqués, de cobarde. LUDOVICO: ¡Señor! ¿qué decís? DUQUE: Que en ella mi desprecio se señala; mas si os honráis de traella, haré yo sacar la escala, y os castigaré por ella.
Vase el DUQUE. Síguele LUDOVICO
LUDOVICO: Gran señor, decid. ¿Qué espada? ¿Qué escala? ¿Qué confusión mi lealtad tienen culpada? Admitid satisfacción de quien no os ofende en nada.
Vase LUDOVICO
DUQUESA: Airado el duque se fue con el Marques. Isabela, ¿Qué es esto? ISABELA: Aunque no lo sé, el amor que me desvela, por intercesor pondré. A vuestra alteza suplico que a desenojarle venga. DUQUESA: Que me pesa, os certifico de que causa el duque tenga de reñir con Ludovico.
Vanse la DUQUESA e ISABELA
LEONORA: A poder yo aborreceros, osara, Enrique, reñiros, o ahorrara mi amor suspiros, pues ya no excusa el perderos. Tan dificil será el veros, como imposible el hablaros. No supistes conservaros, ni yo supe retirar deseos que han de pagar con la vida el adoraros. Por un instante de gusto, años hemos de perder del recíproco placer que tiraniza un disgusto. Límite tiene amor justo que el necio desórden pasa. Quien sin prudencia se abrasa, arrepentido se hiela; quien al gastar no recela, corrido vive con tasa. Un papel nos ha vendido, una escala descubierto, un descuido nos ha muerto, una desdicha perdido. Todo el duque lo ha sabido; a Ludovico he culpado. ¡Nombre de esposo le he dado, y si de pesar no muero, he de fingir que le quiero por sólo razon de estado. ¡Ved de un yerro los que nacen! ENRIQUE: Enlazan las ocasiones desdichas en eslabones que eternas cadenas hacen; pero si se satisfacen matando, morir procuro pues con la vida aseguro el peligro que tenemos porque muriendo, quedemos libre vos, y yo seguro. Sois mi esposa en posesión y yo con vos desigual, nuestro peligro mortal, cierta nuestra perdición. Razón de estado es razón que contradicen los cielos. La muerte ataja desvelos; muera quien os ha perdido, a vuestros ojos querido, antes que ausente y con celos.
Sale ISABELA
ISABELA: ¡Ay hermana de mis ojos! Llevar manda el duque preso al marqués. Perdere el seso si duran estos enojos, porque con justos antojos, difíciles de entender, le obligan a enfurecer. Quejas forma de una espada que ciñe al lado dorada y mi homicida ha de ser. Luego nos manda partir a la corte. Ven, Leonora, y serás su intercesora, o aquí me verás morir. LEONORA: Yo, ¿qué le puedo decir con que se venga a aplacar? ISABELA: Nada te sabe negar. Roguemos por él las dos. Hidalgo, también a vos os manda el duque llamar.
Vase ISABELA
ENRIQUE: Habrá sabido que es mía la espada. Si me da muerte, dichosa será mi suerte. LEONORA: ¡Tantos males en un día ! ENRIQUE: ¡Ea, amorosa osadía! Muera Enrique desgraciado pues tan mala cuenta ha dado de la dicha que ha perdido, cuando no por atrevido, por amante descuidado.

FIN DEL ACTO PRIMERO

Amar por razón de estado, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002