LA GUARDA CUIDADOSA

Miguel Sánchez


Texto basado en la edición de Hartzenbusch (BAE, 43) y la de Hugo Rennert en su TWO "COMEDIAS" BY MIGUEL SÁNCHEZ (EL DIVINO), [Boston: Ginn, 1896]. Fue editado y luego pasado al HTML para ser presentado en esta colección por Vern Williamsen en 1998.


LOA EN ALABANZA DE LOS MALES

                  Son los ingenios humanos
               de nuestros tiempos tan grandes
               que lo merecen sus dueños
               serlo en las cortes reales.
               Tienen tanta sutileza
               en cuanto dicen y hacen
               que agudos no se despuntan
               y delgados nos e parten.
               Abrazan tanto caudal
               y miran tan perspicaces
               que son ríos caudalosos
               y son águilas caudales.
               Allanen los altos montes,
               encumbran los altos valles,
               taladran los cielos gruesos,
               hacen camino en los mares;
               pero, para que se entienda
               que aun hay quien pasa adelante,
               tengo de alabar lo malo:
               bien hayan tan buenos males.

                  Para lo cual consideren
               que todos los bienes grandes
               que en el mundo han sucedido
               fue su origen un desastre.
               Crió a los ángeles Dios,
               y luego Luzbel el ángel
               se quiso alzar a mayores
               contra el hijo de Dios padre.
               Derribáronle al infierno,
               diéronle perpetua cárcel,
               echáronle maldiciones
               para que siempre penase.
               De este mal nació un gran bien
               pues, para que se enllenasen
               aquellas sillas vacías
               de aquella tercera parte, 
               hizo Dios el paraíso
               y en él los primeros padres,
               llenos de gracia y justicia
               recta, todos a su imagen.
               Dióles leyes y preceptos,
               fueron virreyes y alcaides
               del ámbito de la tierra
               y grandezas de los mares;
               de manera que, si Dios
               les hizo bienes tan grandess,
               este mal le ocasionó:
               bien hayan tan buenos males.

                  Puestos en aquel estado
               les agradó prima facie
               la manzana de aquel árbol
               de los bienes y los males.
               Comieron de ella y cometen
               crimen lesae majestatis.
               Perdieron gracia y justicia,
               quedaron puestos en carnes,
               que resultó de este mal
               que el signo León entrase
               en el signo de la Virgen,
               que fuese cordero y Aries,
               que naciese entre nosotros,
               que nos predique y nos hable,
               que dé vista a tantos ciegos,
               que a tantos muertos levante,
               que se ponga en una cruz,
               que nos dé su propia sangre,
               que en el pan del sacramento,
               se transforme y transustancie,
               que resucite glorioso,
               que se quede aunque se parte,
               que el Santo Espíritu venga,
               que nos dé salud el Padre.
               Luego podremos decir,
               como Gregorio lo hace,
               feliz culpa, mal dichoso;
               bien hayan tan buenos males.

                  El medio por qué los santos
               gozan hoy de aquella imagen
               del Verbo eterno en el cielo
               tantos bienes y tan grandes
               fue mal comer, mal dormir,
               mal lecho, mal hospedaje,
               mal calzado, mal vestido,
               maltratar tan mal sus carnes.
               Grillos, cadenas, pealeras,
               redes, cepos, bretes, cárcel,
               saetas, palos, cuchillos,
               aceite, hiel y vinagre,
               y más que Pablo nos dice
               que Christum oportuit pati,
               para que entrase en su gloria
               y la posesión tomase,
               quiere Dios, permite digo,
               que Pedro niegue y le ultraje
               y Mateo sea logrero,
               que el ladrón saltee y mate,
               que Magdalena viciosa
               hombres y galas arrastre,
               y que la Samaritana
               se envicie y abarragane.
               Luego podremos dcir
               como Gregorio lo hace,
               feliz culpa, mal dichoso;
               bien hayan tan buenos males.

                  Veréis a un hombre en salud
               vicioso, necio, arrogante,
               olvidado de su Dios,
               haciendo mil disparates;
               pero luego que le viene
               una calentura grande,
               un mal agudo y terrible,
               como es otro del que antes.
               Luego da al cielo clamores,
               a sus hijos muchos ayes,
               perdona a sus enemigos,
               da los pobres ricos gajes.
               Alégranse sus amigos,
               sus crïados y sus pajes.
               También el convaleciente
               que vio de la muerte el trance
               y dando gracias a Dios
               procura luego enmendarse,
               y da el mal por bien pasado:
               bien hayan tan buenos males.

                  Quieren matar a José
               sus once hermanos infames.
               Métenlo en una cisterna,
               sácanle luego al instante,
               véndenle al isamelita,
               vése preso en una cárcel
               metido entre galeotes
               sin que de él se acuerde nadie
               y, cuando menos se catan,
               declara sueños reales.
               Quita al rey mil pesadumbres,
               al reino muchos azares,
               con Faraón priva luego,
               virrey de Egipto le hace
               y, para mayor grandeza,
               sale en un carro triunfante
               con el mismo rey al lado
               rüando plazas y calles.
               Lleno de trigo las trojes,
               remedia siete años de hambre.
               Llamáronle Salvador
               las provincias y ciudades.
               Vienen por trigo los otros,
               llénales bien los costales,
               adóranle arrepentidos,
               ríe en viéndole su padre.
               Y si bien se consideran
               estos bienes inefables
               del primer mal procedieron:
               bien hayan tan buenos males.

                  Murmurarános el necio
               y dirá, "Ninguno hace
               lo que toca a su papel;
               todos dicen disparates.
               ¡Qué mal acento y acción!
               ¡Qué mal vestido y mal talle!
               ¡Qué mal sale y a mal tiempo!
               ¡Oh, qué mal representante!
               ¡Por Dios, que no hay quien lo sufra;
               mal hay quien lo escuchare!
               ¿Ésta es comedia?  ¿Ésta es loa?
               Paréceme que es ultraje."
               Y así respondiendo a esto
               por todos y por mi parte,
               diga que damos licencia
               que murmuréis hoy que os cabe,
               que digáis mal de nosotros;
               porque, como no se hace
               sino por Dios solamente,
               no nos dañará el que hablare;
               que antes si alguno dijere
               mal de los representantes,
               nos hará Dios mayor bien:
               bien hayan tan buenos males.

               EL BAILE DE LA MAYA

                  El primera día de mayo
               se juntaron en su aldea
               las mozas de Tordesillas
               con pandero y castañetas.
               Quieren hacer una maya,
               y entre todas, suertes echan,
               y en fin le cupo a Marina
               que es serafín en belleza.
               Adornándola de galas,
               de joyas y de patenas,
               de collarejo y manillas,
               de corales y de perlas.
               Sacándola de la mano,
               al puesto escogido llegan
               y alegres bailan y cantan
               aquesta siguiente letra:

Salen acompañando a la Maya algunos labradores, y pónenla en su silla. Cantan.
"Esta maya se lleva la flor que las otras no. Suspendiendo con su canto a las aguas cristalinas que van esparciendo aljófar por las arenas y guijas, al son de los instrumentos a coros todos decían, al mayo rico de flores dándole la bienvenida. Entra mayo y sale abril. ¡Cuán garridico le vi venir! Las plantas del campo que el invierno hiela, con la su venida alegres se muestran. Gozosas las aves saltando entre peñas la letra repiten con arpadas lenguas: Entra mayo y sale abril. ¡Cuán garridico le vi venir! Vinieron Tirso y Gerardo que de su amor se querellan, siendo sus desdenes causa de que pasen pena eterna. Saliéronles al encuentro y, estando en su presencia, limpiándoles los vestidos les dicen de esta manera: --Dén para la Maya que es bonita y galana. Echad mano a la bolsa, cara de rosa, echad mano al esquero el caballero. Viendo ocasión oportuno de decubrir su firmeza, los amantes que el amor con mil deseos inquieta, dícenles dulces requiebros que a un mármol enternecieran y, despreciando su amor, sólo lesdan por respuesta: --Pase, pase el pelado que no lleva blanca ni cornado. Íbanse desesperados, formando tristes querellas; mas ellas les detuvieron y a su gustose sujetan. Gozosos de estos favores inventaron muchas fiestas y con gallardo compás el siguiente juego empiezan: --Hola, lirón, lirón, ¿de dónde venís de andare? --Hola, lirón, lirón, de San Pedro el altare. --¿Qué os dijo don Roldane? --Que no debéis de pasare. --Quebradas son las puentes. --Mandaldas adobare. --No tenemos dineros. --Nosotros los daremos. --De cáscaras de huevos. --¿En qué los contaremos? --En tablas y tableros. --¿Qué nos daréis en precio? --Un amor verdadero. Viendo los amantes firmes que amaban en competencia a su dueño cada cual con amorosas ofertas, que Febo se iba al ocaso y los montes sin luz deja, llevan la Maya a su casa dando este fin a la fiesta. No os llamen, Amor, villano sino lindo cortesano. En estos prados nacido sino lindo; llamemos galán pulido también lindo, pues triunfáis, Amor, ufano, no os llamen, Amor, villano sino lindo cortesano."

LA GUARDA CUIDADOSA


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen el PRÍNCIPE, LEUCATO y ROBERTO, todos de caza
LEUCATO: Príncipe, ¿tantas mercedes, como tal grandeza, acierta a una granja tan desierta y tan yerma de paredes? ¿Entre aquesta soledad tal bien a buscarme viene? PRÍNCIPE: Leucato, esa fuerza tiene la virtud y la verdad. Si es granja, codicia mía me trae; que en pechos reales hacer merced a leales es la mayor granjería. LEUCATO: No te suplico, rey mío, que otra vez el pie me des porque, como favor es, nadie quepa en mi vacío. A casa desierta en monte a ser huésped has venido de un pobre no prevenido; a lo que viniere ponte si ya de deseos buenos no quisiera regalarte; que de estos, en esta parte, están casa y monte llenos. PRÍNCIPE: En esto no se repare. Trátame como a tu amigo. Arcabuz traigo conmigo. Comeré lo que cazare. LEUCATO: Habrá de ser de ese modo. PRÍNCIPE: ¿Hay caza? LEUCATO: Medianamente. PRÍNCIPE: pues como ésa me contente, estará muy bueno todo. ¿Cuánto ha que estás aquí en este bosque? LEUCATO: Un mes ya. PRÍNCIPE: Y, ¿no estás cansado ya? LEUCATO: ¿Tan mal te parece a ti? PRÍNCIPE: No es parecerme mal, mas porque son muchos días de soledad. LEUCATO: Ya me enfrías el gozo, pues das señal que abreviarás tu partida. PRÍNCIPE: ¿Quieres que esté yo acá un mes? LEUCATO: La vida toda poca es si a mi deseo se mida. PRÍNCIPE: Mejor será que nos vamos juntos a la corte. LEUCATO: Iré si en ella le serviré. PRÍNCIPE: No es bien que sin ti vivamos; desde que de la jornada de España veniste, estás retirado aquí lo más. LEUCATO: No puedo servirte en nada y por eso estoy aquí, y por dar gusto a mi hija; que el campo la regocija. PRÍNCIPE: Nunca tal de dama oí. LEUCATO: Con un arcabuz pasea el monte, y mata el conejo; con esto, y su padre viejo, ni más quiere ni desea. PRÍNCIPE: Ésa es notable virtud y milagro peregrino. LEUCATO: Después que de España vino, anda falta de salud. PRÍNCIPE: Pésame que no esté buena. En España, ¿cómo estuvo? LEUCATO: Con mejor salud anduvo. PRÍNCIPE: ¡Y con ser en tierra ajena! LEUCATO: Con condiciones para ella a más de ser mejor clima. Así, por más que se anima, siempre suspira por ella.
Salen NISEA y ARSINDA, de campo
Ella sale acá. Nisea, besa a tu príncipe el pie. NISEA: Vuestra alteza me le dé. PRÍNCIPE: Los brazos pedid, Nisea. No soy señ, huésped soy. Campo es. Todo se permite. NISEA: Mi lugar no se me quite. PRÍNCIPE: Dando el pecho, el vuestro doy. LEUCATO: En todo me favoreces. PRÍNCIPE: ¿Cómo estáis, Nisea? NISEA: Buena, para servirte. LEUCATO: Aunque llena de tristeza las más veces. Es lástima ver su humor. PRÍNCIPE: Pues, ¿en tanta discreción halla lugar la pasión siendo tan notable error? LEUCATO: Ríñela, señor, muy bien en tanto que yo doy traza de prevenirte la caza. Roberto, conmigo ven.
Vanse [LEUCATO y ROBERTO]
PRÍNCIPE: Aprovechen mis consejos como en bueno mi deseo; que remediado el mal, veo no está tu salud muy lejos. NISEA: Buen suceso me promete. PRÍNCIPE: Pues para poderle haber importa mucho tener del médico buen consejo; y si es la buena intención bastante para acertar, .................[-ar] .................[-ón] .................[-or] ....................[-ar] podéisme el preso fïar como a vuestro confesor. El mío, en igual cuidado la salud os buscará. NISEA: Si el mal en el alma está, ¿qué remedio habrá acertado? PRÍNCIPE: ¿Para quién faltó jamás remedio a quien le buscó? Esperé tenerlo yo, y tú, ¿no lo esperarás? NISEA: ¿Tienes tú mal? PRÍNCIPE: Inhumana. NISEA: Pues necio suelen llamar a quien se pone a curar con médico poco sano. No querría yo caer en aquesta inadvertencia. PRÍNCIPE: Ya me receto paciencia que es lo que más puedo hacer, y aun queda remedio alguno. Quizá se verá adelante si es nuestro mal semejante y curarse ambos en uno. NISEA: A la cuenta hacer deseas primero experiencia en mí por no aventurarte a ti. PRÍNCIPE: Quiero que al revés lo creas. En mí la he de aventurar; en mí la experiencia haré. NISEA: Pues si mueres, yo no sé cómo tú podrás curar. PRÍNCIPE: Con el gusto que podrá quedarte de haberme muerto. NISEA: También el yerro o acierto en mí de la cura está. También puedo matar yo; que no te entiendo aseguro si que no soy yo quien curo. PRÍNCIPE: Bien sé que hasta agora no. Más remedio podrás dar con que tu nombre eternices. NISEA: También a lo que me dices el pulso importa tomar. Materia se me hace oscura. Arsinda, ¿haslo tú entendido? ARSINDA: En lo que hasta aquí he oído, todo el príncipe lo cura. PRÍNCIPE: No la llamaré yo ansí pues me fundo en razón tanta; antes mi alma se espanta de ver tanto exceso en ti. Desde el tiempo que volviste de España a traerme enojos y que bebieron mis ojos el veneno que les diste, un no escuchado proceso que no osaré yo contallo de males padezco y callo. Mira si tengo harto exceso. NISEA: ¿Aquesto llamas callar, príncipe? Me correré a no saber como sé que te vienes a holgar. Y por no perder aquí este tiempo que gastamos, mientras vas a correr gamos, correrme de espacio a mí. PRÍNCIPE: Si te afirma cuando digo lengua traidora, en celada me mate traidora espada de mi mayor enemigo. Si no arrastras y despeñas mi deseo en mal desastre, traidor caballo me arrastre por lo agrio de estas peñas. Si mi sueño o mi sentido otro cuidado recuerda, mala víbora me muerda entre la yerba dormido. Y porque sea, a Dios ruego que si la vida me quite, una de ellas resucite para dar en otro luego. ARSINDA: ¡Ay, príncipe, Dios te guarde! Calla, que pones espanto. Si llevas hoy qué hacer tanto, Mira, señor, que es ya tarde. No te debes detener si a tantos negocios vas, que en una muerte no más dicen que hay mucho que hacer. En cien años hombres fuertes la hallan dificultosa. ¿Qué hará quien buscar osa en un día tantas muertes? Que puede ser burla echallo, cierto que oírlo no oso. NISEA: Sí, que no está aquí algún oso, traidor, víbora o caballo que la palabra le pida y tome aquesto de veras. PRÍNCIPE: ¿No lo oyes tú? ¿Qué más fieras para perseguir mi vida? ARSINDA: Por tu fe, que aquí te quedes, no salgas por hoy a caza; que ruin agüero amenaza lo poco que holgarte puedes. PRÍNCIPE: Arsinda, si mi verdad es quien tiene de valerme, a todo puedo ponerme con mucha seguridad. NISEA: Nunca en agüeros reparan animosos campeones; que a cumplirse maldiciones pocos hombres se lograran.
Sale TREBACIO
TREBACIO: Señor, ya es hora. PRÍNCIPE: Ya voy, y sólo de eso contento; que cuanto en irme más siento más sirvo al bien cuyo soy. ARSINDA: Pues vuélvate Dios con bien. NISEA: De Él fío ese beneficio. PRÍNCIPE: Trebacio, ¡feliz servicio! Mitad es comenzar bien.
[Vanse el PRÍNCIPE y TREBACIO]
ARSINDA: ¿Qué dices, señora, aquí de la dicha que te viene? NISEA: Aquestas venturas tiene la Fortuna para mí. ARSINDA: ¿A quién se ha de dedicar tal galán sino a tu nombre? NISEA: Sólo faltaba que este hombre me viniese a atormentar. ARSINDA: Calla; quizá con aquesto olvidarás penas viejas. NISEA: ¿Eso, Arsinda, me aconsejas? ¿Que te mudaste tan presto? ¿Eso tiene en ti un ausente que fió de tu amistad más que de mi voluntad que olvidas tan fácilmente? Pues yo puedo ser testigo de que más quedó fïado de verte a ti a mi lado que de ver su alma conmigo. Y dos palabras, no en veras, ¿te ponen como te ves? ¡Quejarémonos después de que nos llamen ligeras! ARSINDA: Estoy enojada, a fe, con tu Florencio, no hay duda. NISEA: La fe, que un enojo muda, fe no muy segura fue. ARSINDA: ¿Qué ha que hebemos venido de España? NISEA: Más de seis meses. ARSINDA: Y, ¿qué en ellos no confieses de Florencia tanto olvido y no le olvidas tú a él? A lo viejo estás templada. NISEA: Quiero, amiga, como honrada y no olvido, como fiel. Una mujer principal cuando elija considere, pero en la elección que hiciere muera allí ua bien o mal. ARSINDA: Graciosa melancolía estarse en un bosque agora donde parece que llora cuanto se ve noche y día. Con solos pastores rudos puede un alegre alegrarse y si está triste, quejarse a solos árboles mudos. La murmuración, hallada para entretener las gentes sólo aquí se escucha en fuentes, y al fin, fin, no dicen nada. Músicas no las tenemos más de solos pajarillos, y galanes tan sencillos pocas veces los queremos. Su canto al cielo penetra; pero está de gusto ajeno pues aunque el canto sea bueno, no hay entenderles la letra. NISEA: ¡Ay! Cómo conoces mal, Arsinda, la pena mía, pues si algo la templa oída es hallarme en lugar tal. Aquí descansa mi pecho contándola a un tronco duro y, aunque me la escucha muro, que se lastima sospecho. Los pajarillos, que al día le despiertan y levantan, imagino yo que cantan esta triste historia mía. Con esto engaño la vida más enojosa y cansada que un alma desesperada pasa memoria afligida.
Sale FLORELA, labradora
FLORELA: ¡Gran lástima! ARSINDA: Si es verdad lo temo. NISEA: ¿Qué fue? Acaba. FLORELA: Un caballero pasaba por la posta a la ciudad y aquí a la puerta cayó del caballo, y hale muerto. NISEA: ¿Muerto? FLORELA: Téngolo por cierto. ARSINDA: Y, ¿sabes tú quién es? FLORELA: No. Un crïado que traía dice que era español. NISEA: Corre. Haz que le entren en la torre. ARSINDA: ¡Desgracia grande! NISEA: ¡Si es mía, que mucho el alma lo siente! ARSINDA: Parece te duele a ti. ¿Basta ser español? NISEA: Sí; pero no tan tiernamente. ARSINDA: Ya le traen. NISEA: Arsinda, llega; que yo no lo osaré ver.
[Salen] ARIADENO y SILENO. En una silla sacan a FLORENCIO, desmayado
SILENO: Veces hay que, por correr, mucho más tarde se llega. ARSINDA: Vuelve. SILENO: Haciéndole de nuevo, le volverán en su acuerdo. ARIADENO: Señor mío, ¿qué te pierdo? ¡Ay, desdichado mancebo, cuál te puso tu deseo! ARSINDA: ¿Qué es esto, suerte enemiga? NISEA: No me le escondas, amiga, que ya mi desdicha veo.
Desmáyase
ARSINDA: Señora, para este punto es menester la cordura. ¡Señora! ¡Gran desventura! SILENO: Fue yerro llegar tan junto; que el corazón de mujer es flaco para mirar cosas de tanto pesar. ¡Nunca llegaran a ver... Señora, que no está muerto. Vivo está. ¿De qué te alteras? NISEA: ¿Díceslo, amigo, de veras? SILENO: De veras lo digo, cierto. ARSINDA: Buscad médico volando. SILENO: ¿Adónde le he de buscar? ARSINDA: En ese primer lugar. Corre. SILENO: Andémonos cansando. Id a buscar una legua médico que ahorca un muerto. Irme a casa es lo más cierto. ARSINDA: ¿Vais ya? SILENO: Tomaréla yegua.
[NISEA] llégase a [FLORENCIO]
NISEA: ¿Mi señor? ARSINDA: Señora, paso. Disimula la ocasión y no demos ocasión para que se sepa el caso; que por eso eché de aquí a ese hombre. NISEA: ¡Ah, señor mío! ARSINDA: ¡Ah, señora! NISEA: Es desvarío consejos ya para mí. Hacerme verás locuras. ARSINDA: Ariadeno, hoy despierta quien a conocer me acierta entre tantas desventuras, quien más que tú este mal llora. ARIADENO: ¿Qué milagro aquéste es? Arsinda, ¿tú aquí? ARSINDA: ¿No ves a Nisea, mi señora? NISEA: ¿Es posible que en la suerte cupo tan crüel intento que a las puertas del contento nos esperase la muerte? ARIADENO: Señora, el amante fiel, que te venía a buscar, de este arte te viene a hablar porque vino yo con él. NISEA: ¿Qué es esto, Ariadeno amigo? ¿A tu señor traes ansí? ARIADENO: Aun queda esperanza en mí pues que le veo contigo. NISEA: ¿No hay remedio? ARIADENO: Yo le espero que aun vive mi señor; que en medio de tal dolor hallé en él tal compañero. NISEA: ¿Qué haremos, amigo fiel? ¡Qué dolor y confusión! Sin sentido y sin razón me tiene más muerta que él. ¿Cómo, amigos, no le hacemos algún remedio? ARIADENO: Señora, lo que más conviene agora es que mucho le abriguemos. NISEA: Arsinda, cama preven al punto, en que le pongamos. ARSINDA: Y primero, ¿no miramos si podrá parecer bien? NISEA: ¿Agora miras en eso, en un caso semejante? ARSINDA: Adviértolo de adelante. NISEA: Harásme perder el seso. ARSINDA: Yo voy. NISEA: Sí, amiga buena, donde te parezca a ti. ARSINDA: Parece que vuelve en sí. NISEA: Cielos, tu rigor serena. ARIADENO: Del caballo y la maleta me acuerdo agora. Ya vengo.
Vase [ARIADENO]
NISEA: Mi Florencio, ¿que te tengo con dicha tan imperfecta que cuando te llego a ver esté llorando tu muerte? Que a mí me pesa de verte, ¿quién lo pudiera creer? Habladme; ved que yo soy. FLORENCIO: ¡Jesús! NISEA: Él sea contigo, Florencio, señor, amigo. FLORENCIA: ¡Válgame Dios! ¿Dónde estoy? NISEA: A buen punto habéis venido. ¿No me conocéis, señor? FLORENCIO: ¿De quién será aqueste error del jüicio y del sentido? Alma, cuerpo, sombra fría; que alma debes de ser, pues con este parecer, por fuerza los serás mía; por esa imagen que ofreces a los ojos que te ven de un ángel hermoso, a quien yo adoro y tú te pareces que me digas dónde estoy. Si es esta tierra que piso purgatorio o paraíso, ¿soy cuerpo, sombra o qué soy? De tres lugares deseo digas cuál es, ángel bello; que infierno no puede sello, pues en él a te te veo. Sea en vida o sea en muerte, en cielo, en tierra, en infierno, sea mi hospedaje eterno, pues estoy do puedo verte. NISEA: Aunque sin sentido y muda tu desacuerdo veo bien pues que preguntas a quien padece la misma duda, el alma que te ve aquí en tantas dudas envuelves, que al paso que tú en ti vuelves, voy yo saliendo de mí. Aunque mirándote estoy, responder a lo que quieres no sé decir lo que eres, mas diréte lo que soy. Soy cuerpo a quien la asistencia del alma desamparó, sombra triste que quedó de la noche de tu ausencia. Alma que ajenos rigores traen por ciertos lugares, viva para tus pesares y muerta de sus amores; en tierra, pues tal tesoro con tanto temor poseo, en el cielo, pues te veo, y en infierno pues te lloro; como quiera en cualquiera parte; que hay en mí puedo decirte, brazo para recibirte y alma para hospedarte. FLORENCIO: Puerto de la tempestad en que se ha visto mi vida, ya está de mí conocida mi ventura y tu bondad; Ya mi sentido acomodo a la fe que tú me dieres; todo lo que dices eres pues en ti lo tengo todo. En nada el alma repara, sea cual sea el lugar; que no me puede engañar esa lengua y esa cara. NISEA: ¿Que aun no sabes dónde estás? FLORENCIO: No sé, el cielo me es testigo, mas si sé que estoy contigo, ¿qué tengo de saber más? NISEA: Dime cómo estás agora y dirételo después. FLORENCIO: Yo, bueno estoy, ¿no lo ves? Y tú, ¿cómo estás, señora? NISEA: Como quien se ve contigo y lloró tu muerte aquí. FLORENCIO: ¿Que en fin soy muerto? NISEA: ¡Ay de mí! Mejor lo haga Dios conmigo. Vivo estás. ¡Vivas mil años! FLORENCIO: Por disculpado me ten; que en tan repentino bien siempre se teme de engaños. NISEA: En aqueste monte asiste mi padre, el por qué sabrás, y agora en su casa estás porque en su casa caíste. FLORENCIO: ¿Por tal medio vine yo a tan no pensado bien? Bien haya el caballo, amén, y el tronco en que tropezó. NISEA: ¿No me dirás, por tu fe, si estás herido o qué sientes? FLORENCIO: Con tan buenos accidentes, ¿qué herida de cuenta habrá? Sin ningún daño he salido y pude hacerme pedazos; pero, ¿no me das los brazos siquiera por bien venido? ¿Es menester que los pida en una ocasión como ésta? NISEA: ¡La que tan caro nos cuesta la llamas buena venida! FLORENCIO: No puedo, por tu fe, estar en pie. NISEA: ¡Que en eso porfías! ¿Débense aquí cortesías? FLORENCIO: Debílo, al menos, probar; pero siéntateme aquí y tendrásme sin cuidado. NISEA: Quítame tú el que me has dado con aqueso que te oí Bien temo yo mis enojos aunque tú engañarme quieres. FLORENCIO: Mi señora, no te alteres que no es nada, por tus ojos. Siéntome cansado, y siento en este pie algún dolor; mas voy por credos mejor que no es mal de fundamento. Y junto a este ojo debí de hacerme también mal. Mira si tengo señal. NISEA: Y, ¿cómo? ¡Pobre de mí! Ponte aqueste lienzo en él. ¡Ay, Arsinda cómo tarda! FLORENCIO: ¿Arsinda dijiste? Aguarda, ¿dónde está mi amiga fiel? NISEA: Una cama fue a poner. FLORENCIO: Luego, ¿quiéresme hospedar? NISEA: Pues, ¿téngote de dejar que te vayas de esta suerte? FLORENCIO: Pues tu padre, ¿dónde está? NISEA: A caza agora salió con el príncipe, que da en venírsenos acá. FLORENCIO: ¿Que está acá el príncipe? NISEA: Sí; de que harto cansada estoy. FLORENCIO: Pues, ¿ha mucho? NISEA: Vino hoy. FLORENCIO: Y, ¿suele venir aquí? NISEA: Aquesta es la vez primera que venir aquí le veo a cansarnos, y deseo que ella sea la postrera. FLORENCIO: ¿La primera y cansa ya? ¿Trata más que de cazar? NISEA: ¿De qué había de cazar? FLORENCIO: Pregunto y, ¿dormirá acá?
Levántase [FLORENCIO]
NISEA: Sospecho que sí; que hoy no habrá para irse día. ¿Que vuelves a esa porfía? Siéntate. FLORENCIO: Bien estoy. NISEA: ¿Quieres volverme a burlar? FLORENCIO: No; sino que me parece que el pie se desentumece andando. NISEA: Y, ¿podrás andar? FLORENCIO: Probarélo. NISEA: A mí te arrima. FLORENCIO: Y, ¿dices que aquesta ha sido la primera vez que ha venido? NISEA: Por lo que es de más estima en mi alma, que es tu vida, por la salud que aventuras, te juro... FLORENCIO: ¿Para qué juras? Sin jurar serás creída. ¿Qué importa que haya venido mil veces, o qué se sigue de eso, para que me obligue a dudar? Hele creído. NISEA: Mira que te cansas. FLORENCIO: Antes, me siento desenfadado que me congojo sentado. NISEA: Andas en fin. FLORENCIO: No te espantes que haya sentido la espuela. NISEA: Mucho tarda Arsinda. Entremos. Acostaráste y sabremos qué mal sea el que te duela. El médico vendrá en tanto que le fueron a llamar. FLORENCIO: ¿Que me quieras hospedar? ¿En casa hay lugar tanto que teniendo huésped tal otro más que a él convidas? NISEA: Aunque aventure mil vidas, quedarás aquí. FLORENCIO: Haría mal, pues sería descubrirme y no trayendo qué hacer en estas tierras, de ser forzoso, en cenando, irme. Y no es ésa mi intención, y tú, tan sin compañía, meterme en casa sería mucha determinación. NISEA: Pues, ¿qué podremos hacer? FLORENCIO: Irme yo a la ciudad pues que ya mi enfermedad estorbo no puede ser. Antes me será mejor y medicina sospecho, pues ha de hacerme provecho volver a tomar calor.
Sale ARIADENO
ARIADENO: ¿Cómo está mi señor ya? NISEA: Te dirá él que está bueno. ARIADENO: Señor del alma... FLORENCIO: Ariadeno. ARIADENO: ¿En pie te veo? NISEA: En pie está. De este milagro, ¿qué dices? ARIADENO: ¿Qué le pudo hacer tu fe? ¡Dichosa desgracia fue! ¡Jesús! FLORENCIO: No te escandalices que vivo estoy. No comiences a duda en que yo me vi. Abrázame, mas si ansí sospechas y dudas vences, pero, ¿cómo me dejaste muerto solo en tierra ajena? ARIADENO: La pregunta es, a fe, buena. ¿Tan mal guardado quedaste? A guardar un cojín fui donde viene recogida la sangre y segunda vida. FLORENCIO: ¿Por él me dejaste a mí? ARIADENO: Pues, ¿qué querías? ¿Que echara la soga tras el caldero y que también el dinero tras tu salud arrojara? Más riñeras, a fe mía, si guardado no lo hubiera pues que su périda hiciera ausada tu mejoría. Mas, ¿en efecto estás bueno? FLORENCIO: Sí, si esto que duele en mí fuera tuyo. ARIADENO: Si está en ti, no podré llevar lo ajeno. Por propio lo siento y lloro y lo comienzo a temer; que los que caen suelen ser como los que coge el toro, que con fuerzas lisonjeras que les da el corazón loco, corren alegres un poco hasta que caen de veras. Razón será que te cures; no te estés, señor, ansí. NISEA: ¿No quieres quedarte aquí? ARIADENO: Sí hará, como lo procures. Vente, Florencio, a acostar. FLORENCIO: Hay huésped de gran respeto. ARIADENO: En eso no me entremeto; pues, ¿quién viene acá a posar? FLORENCIO: En príncipe, cuando menos, que está en ese monte a caza. ARIADENO: Pues, ¡sus! A dar otra traza; que esto pasa por mil buenos. Sentencia es ejecutada desde que el mundo nació que si Abindarraez tardó que lo tome en la posada. FLORENCIO: Poca culpa puede echarme de que negligente fui; que pues por correr caí, ¿qué más prisa pude darme? NISEA: Luego, ¿sientes que esté acá el príncipe? FLORENCIO: Por tus ojos, que fueran necios enojos de eso. En ti, ¿qué culpa está?
Sale ARSINDA
ARSINDA: Es milagro. ARIADENO: De Mahoma. ARSINDA: ¿Que hablas ya? NISEA: Él te lo diga. FLORENCIO: Arsinda del slam, amiga, ¿no me das los brazos? ARSINDA: Toma. Y ojalá pudiera darte los bienes que más codicias y el mundo todo en albricias del contento de mirarte. FLORENCIO: Mira qué dicha he tenido. ARSINDA: Por desgracia la he llorado. ARIADENO: Cayendo hemos caminado más que en cuanto se ha corrido. ARSINDA: ¿Cómo estás? FLORENCIO: Pues que me ves con vida, ¿qué quieres más? ARSINDA: Herido en el rostro estás. .....................[-és]. Éntrate a acostar si quieres. FLORENCIO: De otro acuerdo estamos ya; que diz que hay huésped acá. ARSINDA: A todos tú te prefieres. NISEA: Ha dado en esta porfía. ARSINDA: Y que lo acierta sospecho; que pensara que lo ha hecho adrede, por vida mía. Y aun yo no sé si imagino que la caída fingiste, y en aquesta traza diste que aquí tu entrada encamine. FLORENCIO: Otras buscara mejores. ARIADENO: Si tú la posada dieras, que era buena traza vieras para juguete de amores. Miren qué guantes perdidos fingió que venía a buscar, pues si no te has de quedar, irnos hemos ya perdidos, y sangraráste en llegando que lo has harto menester. FLORENCIO: Los caballos haz traer. ARIADENO: Por ellos parto volando. NISEA: ¿En irte, en fin te resuelves? Quédate, no seas extraño, que te hará el camino daño. FLORENCIO: ¿Eso a persuadirme vuelves? ARSINDA: El príncipe vuelve ya. FLORENCIO: Pésame que me halle aquí.
Desvíase a un lado [cubierto el rostro con un paño], y [salen] el PRÍNCIPE y TREBACIO
PRÍNCIPE: Gran fuerza tira de mí, pues me trae tan presto acá. NISEA: ¿Tan presto vuelves, señor? PRÍNCIPE: Heme sentido cansado. ARSINDA: ¿Cosa que sea de cuidado? PRÍNCIPE: El cansancio fuera error. No es para mí tan crüel su fuerza terrible y mansa, antes la caza me cansa porque me divierte de él. NISEA: ¿Mi padre no te acompaña? PRÍNCIPE: Perdíme de él, y me pesa; pero baja muy espesa la falda de esa montaña. Vine con solo Trebacio, sin rastro de los demás. No quise buscarlos más sino venirme de espacio. Como entre tanta espesura es mala un alma de hallar, acá la vengo a buscar; que hay más luz y más ventura Menester ha el que esto emprende todas estas invenciones, cuando a caza de ocasiones caza que se huye y defiende. Tanto que de veces tantas como le viene a buscar hoy no más la puede hallar.
Desvíase NISEA, y dice ARSINDA al PRÍNCIPE
ARSINDA: Habla menos que la espantas. FLORENCIO: (¿Que luego no es la primera, Aparte como me juran a mí? ¿Para ver esto corrí?) PRÍNCIPE: ¿Adónde te vas? NISEA: Afuera. Haré a mi padre avisar de cómo has ya venido; que en busca tuya perdido y errado debe de andar. PRÍNCIPE: Vuelve, Trebacio, a buscarle; que tiene Nisea razón.
[NISEA habla aparte a FLORENCIO]
NISEA: (¿Una dices? Tantas son, que me obligan a que calle. Veo que mal lo advertiste pero a que calle me obligas, sólo porque no me digas la causa por qué lo hiciste.) PRÍNCIPE: Si perdido y mal dispuesto me vi, ¿qué había de esperar? ARSINDA: ¿Quieres entrarte a acostar si no vienes bueno? PRÍNCIPE: Es presto. ¿Éste es, pues, el que cayó? ARSINDA: Ya lo sabes. PRÍNCIPE: Allá fuera me han dicho de la manera que su dicha sucedió. Fue dicha no se matar. ARSINDA: Muerto le habemos tenido. PRÍNCIPE: Y, ¿cómo estás? FLORENCIO: Con sentido, que no sé si es mejorar. PRÍNCIPE: Bien dices, porque con él se echa más de ver el mal. ARSINDA: Él habrá quedado tal que quisera estar sin él. PRÍNCIPE: Y, ¿en pie te puedes tener? FLORENCIO: He probado a andar un poco. PRÍNCIPE: ¿Podráste ir poco a poco? FLORENCIO: Habré de hacer por poder. NISEA: Primero te has de curar que saques el pie de aquí. PRÍNCIPE: Según me parece a mí, más provecho le hará andar. Yo le aconsejo lo cierto. FLORENCIO: Ya los caballos espero. PRÍNCIPE: Parécesme caballero. FLORENCIO: Soy bien nacido y bien muerto. PRÍNCIPE: ¿Español? FLORENCIO: A tu servicio. PRÍNCIPE: ¿Adónde vas? FLORENCIO: Caminaba hacia Italia. PRÍNCIPE: ¿A qué? FLORENCIO: Llevaba esperanzas. PRÍNCIPE: ¿Para oficio? FLORENCIO: Para buena ocupación con harta honrada ventaja; pero la Fortuna ataja la más cierta pretensión. NISEA: Yo fío que estarás bueno y que alegre gozarás esa tu ventaja y más. FLORENCIO: Ya voy de esperarla ajeno. PRÍNCIPE: ¿Por qué pierdes la esperanza? FLORENCIO: Porque me dicen, señor, que tengo competidor, hombre que puede y alcanza. PRÍNCIPE: ¿Tienes de eso nueva cierta? FLORENCIO: ¿Cuándo no lo fue la ruin? PRÍNCIPE: Pues, ¿a tan dichoso fin partías con dicha incierta? FLORENCIO: Cuando yo partí, no había razón de temer alguna pues tuve a toda fortuna por mudable, y no la mía. PRÍNCIPE: ¿Dónde hallaste de tu ofensa nuevas? FLORENCIO: Por aquí al pasar; que la nueva del pesar hállase do no se piensa. PRÍNCIPE: Quizá para darte enojos y desanimarte, intenta engañarte alguno. FLORENCIO: Haz cuenta que lo veo por mis ojos. NISEA: Pues pienso que te mintieron; que ellos también mentir saben. Y esperanzas no se acaben que tan bien fundadas fueron. De tu salud trata agora y luego tratarás de ellas; que de que saldrás con ellas yo salgo por fïadora. No temas competidor séase quien se quisier; que ha de tener su poder envidia de tu favor. FLORENCIO: Beso los pies cien mil veces a quien tal merced me hace. NISEA: Porque en verdad no deshace su poder lo que mereces, las nuevas que te han dado no te quiten el reposo; porque siempre el poderoso es el que viene engañado. Responderán con respeto todos a su pretensión más mirando la razón; que esto hace siempre el discreto. FLORENCIO: Quien más me favorecía no me ha tratado verdad. NISEA: Quizá por más amistad o por yerro eso sería. Ves aquí, el príncipe espera, que me dice que ha venido aquí mil veces, y ha sido para mí ésta la primera. Y si me lo oyera alguno pensara que le engañaba. No estés afligido. Acaba. FLORENCIO: Siempre el triste es importuno. ARSINDA: ¡Qué despacio lo consuela! Como le mira afligido, es piadosa. PRÍNCIPE: No lo ha sido hasta que mi mal la duela. ARSINDA: Su pretensión le asegura como que supiera ella ni de sí, ni de él, ni de ella. PRÍNCIPE: Consolarle así procura. ¿Cómo está siempre cubierto con el paño el rostro ansí? ARSINDA: Hase dado un golpe allí. PRÍNCIPE: Irse a curar es lo cierto.
Salen LEUCATO y TREBACIO
LEUCATO: Señor, ¿qué venida es ésta? ¿Qué mudanza de intención que tanta tribulación y tanto temor me cuesta? Dame los pies, que te hallo, más deseado que has sido de cuentos serás querido.
Sale ARIADENO
ARIADENO: Ya tienes allí el caballo. PRÍNCIPE: Toma los brazos, Leucato; que me pesa de haber dado ocasión a tu cuidado y a tu pecho este mal rato. LEUCATO: ¿Por qué veniste? PRÍNCIPE: Halléme cansado ya. LEUCATO: No debía de agradarte el monte. PRÍNCIPE: [-ía]; ¿Eso tu cordura teme? Es la recreación mejor que he visto en toda mi vida. LEUCATO: Pues, ¿cómo de tu venida no me avistaste, señor? PRÍNCIPE: Perdíme. LEUCATO: ¿Cómo es posible estando tan cerca yo? O, ¿qué ocasión te apartó? TREBACIO: (Está en apretar terrible.) Aparte PRÍNCIPE: Hallóme aquese soldado que ha venido en busca mía a negocio que pedía brevedad y su cuidado. Oyéndole divertido me desvié de manera que, si buscarte quisiera, fuera trabajo perdido. Tomé una senda que ésta todo desde el monte viene porque es negocio que tiene necesidad de respuesta y que pide brevedad. Y ansí, le he ya despachado aunque está tal el cuidado que va con dificultad; que cayó por darse priesa y se hubo de matar.
[TREBACIO habla aparte] a FLORENCIO
TREBACIO: (Procura disimular.) LEUCATO: De la desgracia me pesa; y, ¿es algo? PRÍNCIPE: Ya está mejor. Pártase al punto, que importa. Aunque es la jornada corta me ha cansado. LEONATO: Ven, señor. Arsinda, corriendo mira si lo que mando está hecho. ARSINDA: Que estará a punto sospecho.
Vase [ARSINDA]
NISEA: (¡Qué bien trazada mentira!) Aparte Haz que el soldado se quede que según está, imagino que le matará el camino. PRÍNCIPE: De ninguna suerte puede. TREBACIO: (Si se queda, es descubierto Aparte el embuste que está trazado.) NISEA: Otro irá con el recado. LEUCATO: ¿A quién? ¿Quién? PRÍNCIPE: No puede, cierto. LEUCATO: No porfíes si conviene, sino mira... NISEA: Tras ti voy. LEUCATO: Mira... NISEA: (¡Desdichada soy! Aparte De irse sin verme tiene.)
Vanse [NISEA, LEUCATO, y el PRÍNCIPE]
TREBACIO: Cuando vaya a la ciudad el príncipe, verle puedes y está cierto que no quedes sin premio de esta amistad.
Vase [TREBACIO]
ARIADENO: Aun ya por este camino no todo se perderá; que al fin ha servido ya para esto tu camino. Bien empleada la priesa pues tan a tiempo llegaste; que tu señora sacaste de tan peligrosa empresa. Para darte aviso de ella ha parecido que vino azotando tu rocino, el enano a la doncella. Vámonos a la ciudad; que es locura estarte aquí tanto tiempo, estando ansí. FLORENCIO: Burla de mi ceguedad. No me espanto que te rías cuando mis desgracias crecen; que aun lástima no merecen aquestas locuras mías. ARIADENO: El cielo sabe, señor, si me dueles. FLORENCIO: Yo lo sé; que algunas veces se ve hacerla contra el dolor, y la parte más crüel de este mal que mi alma llora es no entender lo que agora aún no sé qué sienta de él. Entra en aquese aposento y mira si a Arsinda ves. ARIADENO: Curémoste; que después buscarás más escarmiento. FLORENCIO: Ve, pues. ARIADENO: Malo ese ojo está. Agua vierte.
Vase [ARIADENO]
FLORENCIO: Aunque me duela, una cosa me consuela: que no son lágrimas ya. Perdidos ojos, que mirar osastes a esta hechicera, a esta encantadora, el tiempo que esa vista engañadora entre fingida paz envuelta hallastes; ya que a temer su guerra comenzastes, cegad con llanto, y pagaréisme agora el desatino que ya tarde llora el alma descuidada que engañastes. Vuestro error me cegó, y mi error os ciega, y a buen tiempo enfermáis, pues mis querellas callar podrán su causa la más fuerte. Las lágrimas del llanto que me anega saldrán así, sin que se burle de ellas ésta que ya se burla de mi muerte.
Sale FLORELA
FLORELA: ¿Cómo estáis, caballero, tanto tiempo sin curar? O vos queréis matar o debéis de ser de acero. FLORENCIO: Quizá entrambas cosas son. Traza de matarme voy; mas como de acero soy no salgo con mi intención. FLORELA: Pues,...no hay en aquesta casa caridad para acogeros. Pues,...suele con forasteros no ser a veces escasa. Y, sucediendo del amo de ellos, la desgracia fuera que haber movido pudiera a compasión un diamante. Partíos a la ciudad si es que caminar podéis; que donde quiera hallaréis cortesía y amistad. Y si, como yo imagino según fue del daño terrible, fuera, señor, imposible proseguir vuestro camino. Mi padre, que en esta orilla del monte, a muy poco espacio detrás de aqueste palacio, tiene una pobre casilla. Con ella y con cuanto él mande, hará que al menos os sobre una voluntad de pobre que siempre suele ser grande. No os ha de faltar allí una cama limpia y blanda con las sábanas de holanda que se guardan para mí; colchones que puede encima tenderse el rey con cuidado, que dende que se han lavado no han bajado de tarima; cobertor que en la ventana ponemos en nuevas fiestas; mantas que entre nieve puestas no sabréis si es nieve o lana; almohadas de labor que jamás se han enfundado; rodapies de red labrado que le cerque alrededor. Hallarlo has, cuando lo veas, oliendo todo al tomillo y a pecho llano y sencillo perfume de las aldeas. Tendrás para tu regalo, si a quedarte determinas, huevos frescos y gallinas que no lo hay en casa malo. Daránte fruta estos yermos bien sazonada y madura, y agua fría, clara y pura. Buen convite para enfermos. El médico vendrá acá o cada día o los más; que, como a los demás, te curará desde allá. Sencilla ofrezco a tus pies este servicio pequeño; que, aunque no soy de ello dueño, soy dueño de quien lo es. Soy sola en cas de mi padre y por eso ansí lo digo; que aun hoy consuela conmigo la pérdida de mi madre. Rogaréselo de veras, a su duda lloraré; que lágrimas te daré y no serán las primeras; que cuando caer te vi lloré hartas, yo te digo y, aunque quise entrar contigo, de pesar nome atreví. Cuenta con tu hato tuve que todos lo habían dejado; que, aunque no estuve a tu lado, en servicio tuyo estuve. A tener más, más te diera; mas esta pobre humildad ofrezco a tu enfermedad, y a mí para tu enfermera. FLORENCIO: (Que es grande ya mi mal digo, Aparte y grande mi desconsuelo, pues es menester que el cielo haga milagros conmigo; que esta hermosura y piedad sola tuya puede ser. Ven, Nisea, ven a ver quién afrenta tu crueldad. Mira cuánto el rigor es que conmigo usaste agora; que una niña y labradora te culpa de descortés. Si tan divertida estás en tus pretensiones altas que a la cortesía faltas, a la voluntad, ¿qué harás?) FLORELA: Cortesano, no parece buen trato no responder palabras a una mujer que buenas obras ofrece. No es razón que el rostro escondas y calles de esa manera; que por ser mujer siquiera es razón que me respondas. FLORENCIO: Labradora celestial a quien dio Naturaleza como natural belleza cortesía natural, cielo a quien llega el altura de mi mal con sus remates, tú, que donde los quilates se ven de mi desventura, ver que no te sea molesta mi tardanza en responder; que la tengo menester para estudiar la respuesta. Responderte no he sabido a tantos bienes, grosero, que como no los espero no me hallo prevenido. No es mucho, aunque te contentas con esos villanos trajes, que cortesanos atajes pues cortesanos afrentas.
Salen ARIADENO y ROBERTO
ARIADENO: ¿Es éste mi amo? ROBERTO: Pésame, por cierto de la desgracia. ARIADENO: ¿Conoceisle acaso deltiempo que estuvistes en España? ROBERTO: No le conozco, pero ser podría que allá le hubiese visto. Y como tiene cubierto el rostro, aunque le conociera, no creyera quién es. FLORENCIO: Pues, Ariadeno. ARIADENO: No parece persona que yo busque; todo está con el huésped ocupado. Sólo Roberto, un gran amigo mío que conocí en España, vi aquí dentro; que es en aquesta casa mayordomo y la guarda mayor de aquestos montes. FLORENCIO: ¿Es este hidalgo? ROBERTO: Soy crïado tuyo y quisiera tener donde pudiera servirte y regalarte; mas el príncipe hace que no sepamos de nosotros. FLORENCIO: Guardeos Dios; que yo creo ese buen ánimo. ARIADENO: ¿Qué tal te sientes? FLORENCIO: Malo. Labradora, ¿qué hiciste los caballos? FLORELA: Mi padre está en su guarda mientras que yo vengo a saber del enfermo. ARIADENO: Sois honrada. FLORENCIO: Bien lo hanmostrado sus ofrecimientos. FLORELA: No mucho, pues tan mal son recibidos.
[ARIADENO habla aparte con FLORENCIO]
ARIADENO: (No te descuides en cubrir el rostro; no te conozca aquéste, que podría...) FLORENCIO: (Por eso tengo el paño de esta suerte más que por el dolor.) ARIADENO: Adiós, Roberto. ROBERTO: Adiós. Mañana podrá ser que sea a la ciudad; que he de ir a buscar guardas para este monte. ARIADENO: Pues, ¿está sin ellas? ROBERTO: Yo le suelo pasear en un caballo y, como está tan lejos, con aquesta y una guarda de a pie que tengo siempre, sino desde algunos días a esta parte que se nos fue, le tengo bien guardado. Y así, le iré a buscar con diligencia; que, como ha dado el príncipe en venirse, la caza aquí parece mal sin guarda. FLORENCIO: Pues, ¿suele acostumbrar esa venida? ROBERTO: Hoy la comienza; pero está contento y entiendo que querrá continuarla. ARIADENO: Mal placer le dé Dios. FLORENCIO: Pues cuando vayas, ¿dónde piensas posar porque Ariadeno te vea? ROBERTO: En las casas de Leucato, bien conocidas en la ciudad toda. ARIADENO: Ven con Dios mañana. ROBERTO: Sí, vendré din duda, y yo tendré cuidado. ARIADENO: Labradora, por la guarda tomad para alfileres. FLORELA: ¿Soy lacayo por dicha que me pagas el guardar tus caballos? FLORENCIO: No la afrentes. ARIADENO: ¡Hágame estas afrentas todo el mundo! FLORENCIO: Adiós, mi labradora. FLORELA: ¿Qué? ¿No quieres quedarte? FLORENCIO: Por temor del mal quisiera. Importa que me vaya, ¡por tus ojos! Tiempo queda, si Dios me diere vida, en que vea tu casa. FLORELA: La palabra tomo. FLORENCIO: Yo la doy, y cumpliréla. FLORELA: Adiós. Iré contigo hasta el camino. ARIADENO: No estás despacio para cumplimientos. El vino que probamos allá dentro, ¿véndese en la ciudad? ROBERTO: Si traes bota, de ello llevarás. ARIADENO: Si no descalzo estas dos, que no harán mala medida, no tengo otra. ¡Mal haya el caminante que camina sin bota! FLORENCIO: ¿Vienes? ARIADENO: Vamos.
Vanse [FLORENCIO, ARIADENO y FLORELA]. Sale TREBACIO
TREBACIO: ¿Dónde podrá ponerse un cojín mío? ROBERTO: En casa de Sileno tenéis más, un labrador que vive en las espaldas de aquesta torre, casa como en monte. TREBACIO: Como tengo tejado, me contento.
Sale NISEA
NISEA: ¿Sabéis si se ha partido el forastero que cayó del caballo? ROBERTO: Ya es partido. NISEA: ¿Sabéislo cierto? ROBERTO: Yo le vi partirse. NISEA: ¿Cómo iva? ROBERTO: Muy malo. Yo le temo estarse tanto tiempo sin curarse. Ningún remedio tiene de matar[le]. No sé cómo la gente que halla en casa de caridad siquiera, no le diera adonde descansara por un rato. NISEA: ¡Que aquesto escucho, triste, y no reviento! Ese descuido nuestro y su desgracia me deja con gran lástima y deseo saber de su salud. ROBERTO: Yo he de ir mañana a la ciudad y pienso que he de verle; que su crïado es [gran] amigo mío. NISEA: Búscamele, Roberto, por tu vida, y al crïado le di que venga a verme. Enviaremos al triste algún regalo en pago de que aquí no le acogimos. ROBERTO: Harélo de la suerte que lo mandas. NISEA: ¿Haráslo con cuidado? ROBERTO: Harélo cierto. NISEA: (¡Yo te maté, Florencio, yo te he muerto) Aparte

FIN DEL ACTO PRIMERO

La guarda cuidadosa, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002