JORNADA SEGUNDA


Sale fray PEDRO, ya con el hábito descalzo, deteniendo a ESPESO, que vendrá de lego gracioso como hortelano y traiga el Santo PEDRO una carta
ESPESO: ¡Voto a tal! PEDRO: ¡Jesús hermano, cierto que me escandaliza. ESPESO: ¡Que se coman la hortaliza! PEDRO: Vaya, váyase a la mano. ESPESO: No puedo que es gran maldad lo que pasa en esta huerta. En viendo la puerta abierta, como si fuera ciudad, que se da a saco, se entran y a troche y moche sin ver, que se acaba de poner, con lo primero que encuentran. Se dan un filo en los dientes, y buscando los cogollos hacen pascua de repollos como Herodes de Inocentes. Las lechugas, sin limpiar, se las meten a docenas. De coles y berenjenas es un sin fin de contar lo que aquestos padres comen. PEDRO: A la hambre no hay pan malo, y como están sin regalo no me espanta que le tomen alguna cosa. ESPESO: Ayer vi cierto padre que se entró en el habar, a quien yo atisbé como un nebli por entre aquellos jarales, y con cáscaras y todo engullir le vi de modo, que apenas en dos costales cupiera la cantidad; mas viendo que no mondaba ni aun por cumplimiento un haba dije, "Gran necesidad tiene el padre reverendo," y callé; mas de allí a un rato vi que con menos recato iba mondando y comiendo, y cuando ya imaginé que se iba y lo dejaba, después de mondar el haba, --con esto me rematé-- le vi muy necio quitar aquella postrer camisa que con su esmeralda frisa, y de una manga sacar un papel, en que traía --aquello fue su mal-- un panecillo de sal en que mojaba y comía; mas yo que estaba hasta aquí de cólera y con razón me fui a él como un león y como prïor me vi de la guerra, pues me han dado por mi cuenta su distrito, lo primero le di un grito con que le dexé atontado, y luego con la mohina colérico e inhumano le di de mi propia mano, tan cumplida disciplina que llevó como un clavel todo el globo circular que aunque pudiera aguardar, a que la tomase él parecióme que era atajo el no se lo encomendar y así se la quise dar por quitarle de trabajo. PEDRO: ¡Jesús! Ni aun de papirotes le había de dar sin mí. ESPESO: Pues no, padre, no le di sino hasta noventa azotes. PEDRO: Cierto que si no supiera que era un insensato, un loco inocente, y para poco, porque escarmento hiciera un gran castigo, en señal de su necio frenesí. ESPESO: Yo hasta las habas sufrí, pero no pude la sal. PEDRO: Miren qué grandes delitos para tan poco desgarro. No me hables mas. ESPESO: ¿Y fue barro quitar los ollegitos? PEDRO: No vaya más a la huerta. Sirva solo en la cocina. ESPESO: Oh, lengua hermosa, y divina, lengua que a premiar acierta, agora sí que será, Espeso, un santo, eso sí que me viene bien a mí, como en ello se verá. Adiós cansado azadón. Adiós espuerta. Adiós noria. Adiós parda zanahoria. Adiós escrito melón, berengena de tres suelas, rábano descolorido, cohombro largo y torcido, pepino con sus viruelas, mastuerzo estornudador, descompuesta calabaza, menudísima mostaza, anchísima coliflor, acelga larga, y angosta, peregil que abre la gana, y de color de gitana lentenja de poca costa, fresca, y sabrosa lechuga, cebolla blanca y grosera, escarola como cera, berza que la frente arruga. ajo, repollo, garbanzo, berro, espárago arbejón, haba, achicoria, bretón, cambueso, espliego, y mastranzo. Adiós, pues hoy mis cautelas truecan vuestros embarazos por asadores, por cazos, ollas, sartenes, cazuelas, platos, carbón, escudillas, peroles, jarros, pucheros, alnases, tazas, morteros, estropajos, y rodillas donde entrare por mi bien flaco triste, y lechuguino, y saldré como un cochino por siempre jamás, amén.
Vase ESPESA, saltando y haciendo reverencias al Santo, PEDRO
PEDRO: Ya se fue. Vaya con Dios, que cierto que me ha enojado, pero habémonos crïado desde muchachos los dos siempre juntos, y no sé tratarle mal aunque quiera. Mas, Señor, ¿de qué manera podrá deciros mi fe, lo que debo a vuestro amor? Por vos, mi Dios, vine aquí. El hábito recibí, vos sabeis esto mejor; el año del noviciado le paseé con mil favores, gustos, regalos y amores, de vos siempre visitado, no porque lo mereciera, que ya sé, mi Dios, que soy siervo inútil, y no doy aquel fruto que pudiera; mas como vos sois amante, y al alma galanteáis, siempre con ella os andáis sin quitaros de delante. Salí de novicio en fin, y fui portero después, oficio que muy bueno es, mas como vos sois mi fin, tal vez me daba pesar, estando juntos los dos, haber de dejar a Dios por hablar con un seglar. De portero fui enfermero, y aunque grande pecador, mis enfermos, que favor, tanta ventura tuvieron, que muchas veces bajastes con vuestra Madre María a la pobre enfermería, donde a todos visitastes, y en nada mira a quien ama; pues tal vez, dichoso yo, vuestra madre me ayudó a hacer a alguno la cama. De enfermero a guardián, sin algún merecimiento, he venido a este convento que vuestros favores van muy apriesa en mi favor. Aqui, Señor, me tenéis. Yo quiero lo que queréis, que lo demás fuera error. Mas, ¿cómo, Dueño amoroso nada me habéis preguntado de esta carta que me han dado? ¿Cómo no estáis muy celoso? Que a fe que es hermosa dama, y tanto que por hermosa pretende ser vuestra esposa, que bien puede quien bien ama. Señor, Teresa me escribe, que aunque salió con su intento, y ha fundado su convento afligida siempre vive con su confessor, que como tanto vuestro amor la enciende, nadie su espíritu entiende y a su amor llaman asomo de superstición, probando que no es Dios tan familiar que con ella se ha de citar a todas horas hablando, como si en su santo nombre no hubiera mayor jornada de hacer al hombre de nada, que es hablar después al hombre. Dad pues dulce amado mío, luz de esta Luz Celestial, al padre espiritüal que govierna su albedrío. Bien Teresa lo merece, que es santa, discreta, y bella. ¡Oh, quien fuera como ella! Que bien ama, que bien crece en su espíritu. Mi Dios, una envidia virtüosa tengo de ver cuan gozosa se requebrara con vos. Como discreta os dirá mil amorosas ternezas, mil gracias y sutilezas y vuestro amor, claro está, la responderá otras tantas. ¡Ay, Señor! ¡Si yo supiera deciros lo que quisiera arrojado a vuestras plantas! Pero yo quiero probar, y si errare, vos podéis enmendarme pues sabéis. Vaya pues de enamorar. ¿Vos sois Jesús? Que sé yo, que vuestro divino ser puede el alma creer, pero penetrarle no. ¿Diré que os amo, mi Dios, tanto como vos a mi? Pero no es que no es así, pero como os cuesta a vos una vida bien perdida, que es donde amor echó el resto, y me amáis conforme os cuesto será como a vuestra vida. Y si la vida es en Dios, el mismo ser que tenéis, y como a vos me queréis, más que yo, me queréis vos. Diré que sois; mas no acierto, Señor, a deciros nada que el alma de apasionada, aunque su amor es tan cierto, se encoje, se atemoriza, se cobarda, y se recata, y los amores que trata entre sí los solemniza porque un corazón amando cuando os tiene a vos por centro tiene la lengua hacia dentro, y dice mucho callando. Y si no tenéis paciencia y veréis si sabe hablar.
Sale ESPESO y quédase PEDRO como hablando con Dios
ESPESO: Aquí se debe de estar, mire vuestra reverencia que aguarda en la portería una grande muchedumbre de villanos, no dio lumbre. PEDRO: Que soberana alegría! ESPESO: Vuelve otra vez un tropel de gente y un estudiante --parece un representante cuando estudia algún papel. ¿Qué he de decir? ¿Que no entre? Eso es hablar en desierto que el uno de ellos es tuerto que te duele mucho el vientre. Esto es cansarnos en vano. Mira que es necesidad de un prójimo, que piedad recordo. PEDRO: ¿Qué es eso hermano? ESPESO: Pienso que una endemoniada que se está haciendo pedazos, y dizque da unos porrazos segun dice el camarada, que a mira y a maravilla se puede venir a ver, porque de un golpe es mujer que remacha una costilla; mas helos aquí.
Sale DOROTEA endemoniada y teniéndola dos o tres labradores
DOROTEA: Dejadme. ¿Qué me queréis viles hombres? Mujer soy como las otras. ¿Qué me atormentais traidores? Dejadme, o viven los cielos, y el infierno vive, adonde mientras que Dios fuere Dios he de vivir, que os ahogue, y a bocados os abrase. ESPESO: ¿No la ves? ¿No la conoces? Dorotea es sin duda, que ciega de tus amores habrá tenido este fin. Mírala bien las facciones. PEDRO: Como nunca la miré, aunque en muchas ocasiones me ha hablado, no la conozco. LABRADOR 1: Allega padre y socorre este trabajo.
Al llegar PEDRO, hace DOROTEA grandes extremos
PEDRO: Apartad, y tú, loco, no alborotes la casa que no fue tuya. DOROTEA: Pues, ¿con estos embaidores al convento me traéis no teniendo yo calzones? El Obispo lo sabrá. ESPESO: ¡Jesús, qué de mojicones! Ellos salen de esta hecha sin narizes, ni bigotes. Dios defienda nuestro barrio. PEDRO: Que calles y te reportes en nombre de Dios te mando. DOROTEA: Así, tu amor me perdone, no eres Pedro, Pedro mío, mi rey, mi señor, amores. PEDRO: Deten la lengua, no hables. DOROTEA: Pues hipócrita mal hombre, ¿así desprecias y olvidas antiguas obligaciones? ¿No te acuerdas santurrón, cuando en el campo una noche, junto a la barca del Tiétar, me forzaste entre unos robles? Y, aunque eres fraile, he corrido por tu cuenta desde entonces, que para con las mujeres también los frailes son hombres.
Escóndese ESPESO detrás de todos
ESPESO: Sí, por cierto, por aquí me meto, porque no tope, conmigo aqueste demonio y de paso me deshonre; que soy muy gran pecador, y me sabe los rincones. PEDRO: A no tener de su mano el cielo nuestras pasiones claro está que le ofendiera el más santo, el más conforme, pero no es así, traidor, que de sus frailes menores tiene Dios mucho cuidado. DOROTEA: Y aquél que está en el esconce de gata de Mari Ramos, ¿qué diremos de él? ESPESO: (Pescóme; Aparte mas quiero hacerme su amigo porque con otro desfogue.) Dios guarde a vuesa merced y la de de sus favores, que él sabe que se lo pido en mis pobres oraciones. DOROTEA: No he de menester yo a Dios. ESPESO: Pues no sea, no se enoje llévenla todos los diablos, DOROTEA: Si harán, señor sacrimoche, pero porque se mesura, que se mirla, que se encoge, cuantas veces diga ha ido de Alcalá a Güete, con orden de nuestro padre guardián. ESPESO: ¡Jesús, Jesús, no lo tome en la boca! Dios sea aquí. DOROTEA: Como está Gila, crióse aquel infante de marras, forjado entre diez y once. ESPESO: (Partióme de medio a medio.) Aparte Señor demonio, reporte la lengua, o con el hisopo, que es en la iglesia mi estoque, le daré mil vergonazos.
Enfurécese DOROTEA y va tras él
DOROTEA: Pues, ¿tú también te me opones? ¡Soltadme, perros, soltadme! ESPESO: ¡Oh, quien se fuera a la torre! DOROTEA: Y veréis como al bigardo. ESPESO: Ténganla muy bien, señores. LABRADOR 1: No haya miedo que se suelte. DOROTEA: Matarte tengo. ESPESO: ¡San Cosme! DOROTEA: Allá voy. ESPESO: ¿Para qué diablos! LABRADOR 2: No tema. ESPESO: Mal la conocen, mejor lo hará ella que lo dice. DOROTEA: Mas de ochenta mil azotes, te he de dar. ESPESO: Si es por vengar los del padre, advierta y note que no llegaron a ciento. LABRADOR 1: No vale que tira coces.
Suéltese y pegue a ESPESO
ESPESO: Favor aquí padre mío. PEDRO: Monstruo tente. DOROTEA: No me toques. PEDRO: Sí, quiero. DOROTEA: Pues, ¿qué me quieres? PEDRO: Que escuches. DOROTEA: Pues a razones quieres ponerte conmigo, siendo yo por todo el orbe graduado en cualquier ciencia. PEDRO: No me importa nada, oye. ESPESO: Medio muerto me ha dejado. PEDRO: Di, ¿por qué tantos rigores usas con aqueste cuerpo porque le ofendes y rompes? DOROTEA: Porque me ha dado palabra de ser mío si de un hombre gozaba lascivamente. PEDRO: ¿Y ese tal hombre rindióse a su gusto? DOROTEA: Por lo menos con ella estuvo una noche, si ella perdió la ocasión y dejó pasarla en flores, no tuve la culpa yo. PEDRO: Sí, pero el concierto entonces fue de allanarle a su gusto para ser con ella torpe, mas si tú no lo cumpliste, ¿qué ley hay para que cobres la palabra que te dio faltando las condiciones? DOROTEA: Yo soy menor, y no pude dar palabra, sin que otorgue su poder todo el infierno, y le firme de su nombre, mas ella que su albedrío goza, sin que Dios la estorbe, bien pudo de lo que es suyo hacer lo que quiso entonces. PEDRO: Sí, pero advierte enemigo, si a ese grado te acojes, que también ella es menor. DOROTEA: ¿Cómo? PEDRO: Escucha, y no te asombres. Tenedla bien. DOROTEA: ¿Qué me quieres? PEDRO: Hacer que el hábito tome de mi padre San Francisco, y prometer en su nombre recibirle, con que queda de nuestra Tercera Orden menor.
Pónele el hábito encima de la cabeza
DOROTEA: ¡Oh, pesia al infierno! PEDRO: Señor, manda que no postre más el demonio este cuerpo. DOROTEA: Daré gritos, dare voces, y haréme pedazos antes. ESPESO: Bravo diluvio de golpes. DOROTEA: Pedro dejame, ya salgo, y al infierno me voy, adonde diré blasfemias de Dios.
Cae DOROTEA en el suelo y sale de junto a ella un cohete
ESPESO: ¡Gran milagro! LABRADOR 1: ¡Desmayóse! ESPESO: ¡Esto es ir echando chispas propiamente! Zabullóse. Ya estará de chicharrón en algún perol en azogue. Dios guarde a tu reverencia que a este diablo matalote ha puesto como merece, que es un mal Cristiano, y pone con sus necias palabradas en ocasión. PEDRO: No se enoje. A Dios se lo debe todo, y así por tantos favores démosle todos las gracias. LABRADOR 1: ¡Qué santidad tan conforme! LABRADOR 2: ¡Qué virtud tan bien fundada! ESPESO: ¡Qué humildad sin invenciones! PEDRO: Y ella hermana, pues que Dios de este soberbio Faetonte la ha librado, vuelva en sí. DOROTEA: Ya vuelvo, y que me perdones, con lágrimas en los ojos que son las lenguas mejores, pido a tus pies, padre mío. PEDRO: Pues advierta que en su nombre he dado a nuestro Señor palabra, que en nuestra orden tomará el hábito santo. Álcese. ¿Qué me responde? DOROTEA: Padre. PEDRO: No pase adelante que ya entiendo sus razones. Dirá que tiene a Teresa, por vecina, santa y noble, devoción, y que quisiera en uno de sus rincones acabar. ¿No es así? DOROTEA: Si Dios con secretas voces a tu amor se lo revela, porque mi intento se logre, claro está que será así. PEDRO: Pues hija no se apasione, que la palabra que di comuto, y porque no tome acá otra vez, al momento, pues todo bien se dispone, escriviré a nuestra madre, que tuve una suya anoche, y sé yo que hará por mí cualquier cosa. Mas, ¿qué coches son éstos que el campo cubren, y van saliendo del bosque? LABRADOR 1: Padre, el rey don Sebastián salió antiayer de la corte para el África, y vendrá, porque la victoria goce a recibir de esta casa las últimas bendiciones. PEDRO: Pues vamos a retirarnos que con los grandes señores parece mal la pobreza. ESPESO: Padre, en tales ocasiones paréceme que es forzoso que le recibas y alojes. PEDRO: Mire hermano, nuestro padre general, viene en su coche. Él sabrá lo que se ha de hacer. Adiós, hijos. Venga.
Abraza a todos y dales a besar el hábito
ESPESO: Voyme, por acá, porque aún me temo que esta mujer se endemonie segunda vez, por vengar al padre de los azotes.
Vanse y sale al son de cajas muy acompañado el REY don Sebastián con bastón, el DUQUE de Vergzana, y otro CABALLERO
DUQUE: Ésta, Señor, es la casa de fray Pedro. REY: Es una perla. Mucho me he holgado de verla. DUQUE: De cuarenta pies no pasa de ancho y largo, con tener celdas, claustros y cocinas, con todas las oficinas que pueden ser menester. REY: Todo es cielo aquesta tierra, y así a fray Pedro llamad, porque en tanta tempestad,
Vase el CABALLERO
para tener de esta guerra la vitoria que procuro y contra el África trazo, pienso que con un abrazo de fray Pedro la aseguro, tal es su gran santidad, a lo menos en mi opinión. DUQUE: Y en toda la religión.
Vuelve a salir el CABALLERO con fray PEDRO, que vendrá como de mala gana
CABALLERO: Mire que su majestad le está esperando. PEDRO: Recelo que vengo, señor turbado porque como nunca he hablado sino con el rey del cielo, pienso que no he de amañarme. Mas si la santa obediencia lo manda, tendré paciencia, que esto debe de importarme. CABALLERO: Ya fray Pedro está aguardando. DUQUE: Pues ¿por qué no llega? ¡Ea, que su majestad desea hablarle! ¿Qué está dudando? PEDRO: (De ver el trágico fin Aparte que al rey aguarda después. ¡Oh, valiente portugués, mas sin experiencia en fin! Quitarle de la cabeza tengo, si puedo esta acción; pues, hay tan buena ocasión.) Déme los pies, alteza. REY: ¡Jesús, padre, con los brazos quiero que nuestra amistad se confirme! ¡Qué humildad! Estos brazos son lazos para que siempre me tenga en memoria de su amor, que yo pagaré el favor cuando del África venga. Dios lo sabe. Agora quiero que me eche su bendición. A esto vine. PEDRO: (¡Qué afliccion!) Aparte REY: ¿Qué se entristece? PEDRO: Primero os quisiera suplicar, pues esta guerra, señor, ni es de provecho, ni honor, que la excuséis. Esto es rogar. Vos vais, señor contra un moro, y queréis hacerle la guerra para quitarle la tierra. Infiel es, yo no lo ignoro, mas supuesto que él no ha dado ocasión a vuestra gente, es reventar de valiente inquietar al sosegado, y, por vida de los dos, perdonad mi arrojamiento, que de esta guerra no siento que sea servido Dios. REY: ¿No es guerra contra un infiel, loco y bárbaro? PEDRO: Es así; mas, ¿vos no intentáis aquí quitarle su tierra a él para juntarla a la vuestra? Que esto tuviera disculpa; que la codicia no es culpa si contra infieles se muestra. Mas tener esa codicia para que otro moro sea quien esta tierra posea, ni es religión ni es justicia. REY: Mire vuestra reverencia... PEDRO: Muy bien mirado lo tengo. REY: Yo por consejos no vengo. PEDRO: Ya sé que es impertinencia, que hable en esto mi humildad. REY: Pues déjelo. PEDRO: Quiere Dios, aquí para entre los dos, que sepa su majestad que son medios inhumanos, sin piedad, y sin decoro, que el favorecer a un moro cueste sangre de cristianos. REY: No es mi fin favorecelle, que ya se que no era ley. PEDRO: Pues, ¿qué? REY: Vencer a Muley, y que el otro firme y selle los partidos que me hace, que son de muy grande peso. PEDRO: Dos cosas respondo a eso a ver si se satisface. Lo primero, que no es cierto el vencer, porque el vencer no estriba en nuestro poder. Lo segundo, que el concierto no está seguro. REY: Sí, está porque, aunque bárbaro rey, es rey, y muerto Muley, su palabra cumplirá. PEDRO: ¿De suerte que queréis vos que constante un moro esté, y que a vos os guarde fe no teniéndola con Dios? REY: Padre no me apriete mas; que yo tengo confesor. PEDRO: Y que lo sabe mejor; mas no que os estime mas. REY: Pues, ¿cómo no me lo dice? PEDRO: Quizá no habrá reparado. REY: Y mi consejo de estado ¿cámo no lo contradice? PEDRO: Eso, señor, no lo sé. REY: ¿Y mis privados y amigos? PEDRO: Los amigos por testigos no valen aquí. REY: ¿Por qué? PEDRO: Porque nadie al descubierto, quiere decir un pesar a quien pretende agradar. y es esto, señor tan cierto, que yo con que vengo a ser desas cosas enemigo, no os dijera lo que os digo si os hubiera menester. REY: Luego, ¿hay en el mundo quien con engaños me hable a mí? PEDRO: Estoy por decir que sí, porque si lo mira bien veré vuestra majestad, que es en las humanas leyes plaga antigua de los reyes el no tratarles verdad. REY: Y, ¿qué es la razón? PEDRO: Haber castigo para el malsín, para el loco, para el ruín, para el de mal proceder, para el ladrón, para el malo, y en fin por cualquier camino para cada desatino cárcel, horca, afrenta, o palo, y no haber pena, señor, para los que lisonjean, y la verdad regatean por conservar el favor; que aunque es delito tan fiero, que ni en otro lugar nunca he visto castigar a nadie por lisonjero; mas yo que os quiero más bien lo que siento he de decir. REY: Y yo Pedro lo he de oír aunque no me suene bien. (No sé qué estrella o qué imperio Aparte conmigo este padre tiene, que me templa, y me detiene por un secreto misterio; pero es santo, y en lugar de padre le he respetado.) Pedro, hablad con desenfado. PEDRO: Pues, no me habéis de obispar... REY: Lo que quisiere me diga. PEDRO: Señor, para aquesta guerra, despues de apretar la tierra, tanto su gusto os obliga, que hasta la iglesia ha pagado su parte, como si fuera un gremio cosa que altera el pecho mas reportado, los vasallos aunque os aman, y vuestro gusto procuran, en la plaza lo murmuran, y en su aposento lo infaman. Con las sisas y derechos, los tratantes se detienen, porque dicen que no tienen pecho para tantos pechos. De sus tierras y sus viñas el labrador quiere huír, porque no puede vivir ya con tantas sacaliñas. Yo no digo que es así, pero digo que lo escucho, que siempre sabemos mucho los confesores, y así vuestra majestad lo mire, y lo consulte mejor con su padre confesor, y a Dios ruego que le inspire lo que más en honor sea de Dios, del reino, y del suyo. Yo no predico ni arguyo, pero vuestra alteza crea, aunque la razón le sobre, que puede mucho temerse guerra que si viene a hacerse es con el sudor del pobre. Y si Cristo representa su iglesia como pastor, no permitáis, no, señor, que pase por esta afrenta, porque habrá quien sin decoro os diga que sois bien quisto, que le hacéis pechero a Cristo por hacer hidalgo a un moro. REY: ¡Miedo me ha puesto, por Dios!
El DUQUE y al CABALLERO hablan aparte
DUQUE: Pues que tanto se recatan algo de importancia tratan. CABALLERO: Porfiando están los dos. PEDRO: Pues si está resuelto en ir, vaya vuestra magestad, y de mi gran voluntad seguro puede partir, que no pasara un instante que con lágrimas no pida al cielo guarde su vida, y de hoy en adelante diré misa cada día por su intención. REY: Pues con eso, que temor no fuera exceso. En África y en Turquía, por más gloria de la fe, he de poner mis banderas y escribir en sus riberas como en ellas puse el pie. Hoy a la madre Teresa de mi intención he avisado, pues de su amor ayudado, y luego con la promesa que su caridad me hace no me queda qué temer. Fray Pedro yo he de vencer, con Dios vuestro amor lo trace, pues contra un bárbaro voy. Dame los brazos. PEDRO: Aquí estoy humilde. (¡Ay de ti!) Aparte REY: Mire que su amigo soy. PEDRO: (Cuando de su fin me acuerdo Aparte no quisiera--¡ay tiernos lazos!-- apartarle de mis brazos porque pienso que le pierdo.) REY: Con esto voy muy contento. PEDRO: (Casi estoy por declararme.) Aparte REY: Vuelva otra vez a abrazarme. UNO: ¡Qué piedad! OTRO: ¡Qué sentimiento! REY: Adiós, padre, que me espera mi gente para partir. PEDRO: Y a mi Dios para decir por vos la misa primera.
Tocan cajas y haciéndose cortesías vanse, y salen dos MONJAS Carmelitas Descalzas acompañando a la madre TERESA
TERESA: Madres no pasen de aquí, déxjenme a solas un rato. MONJA 1: ¡Qué santidad! MONJA 2: ¡Qué recato! MONJA 1: ¿Volveremos luego? TERESA: Sí, y agora tengan paciencia mientras hablo a quien adoro. MONJA 2: Todo su fin es el coro. MONJA 1: Dios guarde a su reverencia.
Vanse las dos y saca la Santa TERESA del pecho un clavo, que es el que le dio Cristo, nuestro Señor, y besándole dice
Llegué, Señor a la divina altura de vuestro preciosísimo costado, donde el Amor de vos enamorado me desposó con vos por mi ventura. Joyas quisistes dar a mi hermosura y un clavo de la mano me habéis dado, que el corazán más veces me ha pasado que gotas hay en él de sangre pura. Clavo me dais, cuando por paz dichosa llega mi amor al tálamo sagrado, y clavo cuando el alma se desposa. Más bien hacéis. Discreto habéis andado que los clavos de Dios para su Esposa los alfileres son de su tocado.
Suena dentro un gran ruido, como que se cae la casa
Mas--¡cielos!--¿qué ruido es ése? Decidme, Señor lo que es. Toda la casa, Dios mío, parece que de un vaivén se ha caido. ¡Qué desdicha! ¡Señor, no tanto desdén! ¿Cómo, Esposo, no me habláis? Si es que de mí os ofendéis tomad venganza de mí, castigando de una vez mis culpas, que por ser mías, muy grande deben de ser. La iglesia está alborotada. Yo voy a verlo, mi bien, pero ya mis monjas salen, y de ellas me informaré. Hijas.
Vuelven a salir las MONJAS
MONJA 1: ¿Madre? TERESA: ¿Qué es aquello? MONJA 2: Un gran mal. TERESA: Pues, ¿qué fue? MONJA 2: Que entrando agora en la iglesia, tu sobrino don Gabriel, se cayó de una capilla de repente la pared, y sin duda le habrá muerto. TERESA: Pues vayan luego a saber si es así, que yo entre tanto a mi Esposo le pediré, que le dé vida si importa.
Vanse y ella híncase de rodillas
Mi Dios, mi Jesús, mi Rey, si por esposa no valgo, pues no lo merezco ser, por esclava vuestra os ruego, que a mi sobrino le deis vida, si es para serviros; y vos mi amado Josef, de quien fui siempre devota, y en vuestro nombre fundé este convento, pedidle la vida de mi Gabriel; y vos soberano Pedro de Alcántara, pues tenéis tan de vuestra mano a Dios que hacéis de el lo que queréis, rogádselo de mi parte. Mas, ¿qué es esto que se ve? Diciendo misa fray Pedro, lleno de amorosa fe, me parece que le miro, y a Francisco con él, que la misa está ayudando. Y al otro lado también al bendito san Antonio, y a mi Esposo con los tres. Agora está en el Memento; agora elevado en él, por el rey don Sebastián, que parte contra el infiel, está pidiendo y agora también pide por merced la vida de mi sobrino. ¡Qué soberano placer!
Toquen chirimías y descubre un altar en que está diciendo misa fray Pedro, y a su lado los dos santos y en el altar el NIÑO Jesús, como suele, y dice
NIÑO: Esposa, por ti y por Pedro lo que me pides haré, muerto tu sobrino está, mas mi divino poder le da vida por los dos, bien le puedes ir a ver. TERESA: Sin gozar de vos, Esposo, más despacio no podré, que como el amor es niño importuno suele ser, NIÑO: Pues llégate más a mí, y abrasaréte también. TERESA: Señor, el amor me lleva, para besar vuestros pies. NIÑO: Teresa tu Esposo soy, y pues que Pedro esta vez está delante, él podré, pues ninguno mejor que él, casarnos en esta misa, que yo, Esposa, esperaré con mucho gusto. TERESA: ¡Qué dicha! NIÑO: ¡Qué regalo! TERESA: ¡Qué plazer! NIÑO: ¡Qué humildad! TERESA: ¡Qué regocijo! NIÑO: ¡Qué gozo! TERESA: ¡Qué amor! NIÑO: ¡Qué bien!
Vuelven a tocar y cúbrese con una cortina todo

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

El hijo del serafín, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002