LA VIDA Y MUERTE DE LA MONJA DE PORTUGAL

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en la edición príncipe de LA VIDA Y MUERTE DE LA MONJA DE PORTUGAL en la PARTE TREINTA Y TRES DE COMEDIAS NUEVAS NUNCA IMPRESAS, ESCOGIDAS DE LOS MEJORES INGENIOS DE ESPAÑA (Madrid: Buendía, 1670). Fue preparado por Vern Williamsen en el curso de sus investigaciones en el año 1973. Luego fue editado en forma electrónica en el año 1988 y trasladado al HTML en 1996.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


[Salen don JUAN, don DIEGO, don LUIS y don PEDRO, con espadas desnudas]
DIEGO: La suerte fue bien juzgada. JUAN: Miente quien lo dice. DIEGO: ¡Muera! ¡Apartaos! ¡Dejadme! JUAN: ¡Fuera! Y si punta de mi espada no quieren que pase el pecho al primero que llegare, téngase afuera, y repare en mi razón.
Salen acuchillándose
LUIS: Fue mal hecho, y bastaba estar aquí dos caballeros diciendo la verdad. PEDRO: Y yo me ofendo de que se pierdan así el respeto; que en mi casa ha sido poca prudencia por el juego esta pendencia, y ya los límites pasa de desvergüenza, ¡por Dios! LUIS: Ha sido muy mal mirado. PEDRO: Vuelvo a decir que han andado muy descorteses los dos. LUIS: Señor don Pedro, ya he visto que se pudiera excusar daros aqueste pesar.
[Salen don DIEGO y don JUAN]
DIEGO: ¡Mal el enojo resisto! ¡Vive Dios, que de afrentado apenas a hablar acierto. JUAN: Áspid no verá encubierto entre la hierba pisado el cazador más furioso que yo para la venganza. DIEGO: Lograr pienso mi esperanza aunque aquí será forzoso disimular. LUIS: Las espadas, caballeros, no están bien desnudas. JUAN: (Sólo un desdén Aparte en razones mal fundadas parte ha sido y, ¡por los cielos!, que tomé por ocasión el juego; que el corazón es el que [s]e abrasa en celos. ¿Cuándo tan dichoso día veré que de mi esperanza coja el fruto? ¿Hay tal mudanza que me dé doña María favores y que a don Diego trate con tanto rigor?) DIEGO: (No el juego, celos y amor Aparte causan mi desasosiego).
[Sale] ALBERTO, viejo
ALBERTO: Caballeros, por mi vida, se me diga la ocasión de este disgusto. Pasión de padre os lo pide. Impida este silencio mi ruego, que don Juan, me ha parecido que tiene el color perdido. LUIS: Disgustóse con don Diego y las espadas sacaron. ALBERTO: Saber la ocasión gustara. PEDRO: Sobre el juego. ALBERTO: Cosa es clara que entre pechos que se hallaron términos de cortesía, el juego viniera a ser quien les hiciese perder. Don Diego, por vida mía, me dad la mano de amigo. Mirad que os lo ruego yo. DIEGO: Aunque descortés habló, señor, vuestro gusto sigo. ALBERTO: Sus mocedades livianas aquí perdonar podréis. Esto os suplico pues veis a vuestras plantas mis canas. DIEGO: (Vive el cielo, que ha venido Aparte mi padre en esta ocasión para más indignación). ALBERTO: Aquesto os suplico y pido. DIEGO: No solamente la mano pero los brazos os doy. ALBERTO: Digo que obligado estoy a es[te hi]jo tan cortesano. DIEGO: Quédese vuestra merced con Dios. ALBERTO: Él vaya con vos. Acompañadle los dos. PEDRO: Señor Alberto, creed que le somos muy amigos a don Juan. ALBERTO: Créolo así.
Vanse don PEDRO, don LUIS y don DIEGO]
JUAN: (Mi padre me ofende a mí. Aparte Los cielos me son testigos). ALBERTO: Don Juan, ¿es bueno que andéis dándome a mí pesadumbres? Vuestras antiguas costumbres ya es razón que las dejéis. ¿No hay mil entretenimientos [par]a un caball[er]o tal? Noble sois en Portugal. Levantad los pensamientos. La espada negra podéis jugar, ejercicio honrado. JUAN: ¿Señor? ALBERTO: Estoy enojado de ver lo que vos hacéis. Alborotáis a Lisboa a cada instante. Yo quiero ver, pues que soy caballero, si dejáis más nombre o loa, don Juan, en la tierra extraña. Edad y valor tenéis. Quiero que a España dejéis. No habéis de estar en España. El gran duque de Medina va con valor inmortal por capitán general de esta armada peregrina. Yo os alcanzaré favor para que de vos le acuerde. Reparad en que se pierde el tiempo, y será mejor hacer [una heroica] guerra a devaneos y a vicios por honrados ejercicios y servir siempre en la [tierra.] Con mi sangre y con mi espada me hizo el emperador capitán, dándome honor. JUAN: Si mi disculpa te agrada, oye... ALBERTO: La ciudad inquieta. De cierto sé que améis. Más en mi casa no entréis que os tiraré una escopeta.
Vase [don ALBERTO]
JUAN: Cuando la luz entendí gozar de aquella hermosura, la noche triste y oscura vino. ¿Qué [pasó]? ¡Ay de mí! Ya, hermosa doña María, te pierdo por esta ausencia, pues la forzosa obediencia de tanto bien me desvía.
[Sale] LUZBEL, de galán
LUZBEL: De mi estancia tenebrosa, pues ya saben lo que valgo, [a hacer guerra] al cielo salgo, tan reñida y espantosa que no esté de mí segura el alma, pues mi rigor, pues que no puede al Criador, ha de coger la criatura. Y sé que mi diligencia igualará a mi desgracia; que aunque he perdido la gracia, infusa tengo la ciencia. Y tiemble todo de mí pues es tan justo te asombre que no ha de gozar el hombre la sala que yo perdí. Pues no, aunque fuerte y bizarro, es bien si no lo permite que a un ángel de ella le quite y ponga un poco de barro. JUAN: ¿Pasáis de camino, hidalgo, que parecéis forastero? LUZBEL: A que me mandéis espero, si os puedo servir en algo que parece que estáis triste. JUAN: Tengo bastante ocasión. LUZBEL: Que me digáis la razón me holgará, y en qué consiste. JUAN: Pártome de la ciudad cuando empezaba a tener favores de una mujer que es un ángel en beldad, y es forzoso hacer ausencia. Si queréis venir conmigo, en mí tendréis un amigo; que vuestro rostro y presencia dicen que sois principal. ¿Habéis estudiado? LUZBEL: Sí. No hay oculta para mí cosa alguna natural. Mi saber comprehende hasta hoy del mundo el primero ser, y si queréis entender lo que puedo, aquesto soy: De la Alemania más alta soy, y mi naturaleza es la más noble que hizo quien formó cielos y tierra. De aquesta eminente patria contarte las excelencias quisiera, sin ser prolijo, como allá Agustín lo cuenta en Civita[s] Dei, don Juan. JUAN: Gusto que mi nombre sepas, donde infiero me conoces. LUZBEL: Y sé mucho más que piensas. Aquesta ilustre ciudad se ilustra con once puertas, de labor imprehensible, que la adornan y hermosean. En la primera da luz con cuerpo opaco una densa antorcha de cera blanca a las tinieblas opuesta. En la cuarta otra bizarra, que doce casas pasea, y a las plantas con sus rayos las vivifica y engendra. En la octava hay tantas luces que la astronómica ciencia de mil y veintidós trata, porque en las demás no hay cuenta. Después otra de cristal que a no estar donde está puesta las once se penetraran, y el palacio real se viera. Luego se ve otra movible y ésta da cada año vuelta, por un espíritu a todas por divina providencia. Aquí, pues, tuve mi ser y con tan rara belleza que al que me crió me opuse y quise en civiles guerras intentarlo, mas fue en vano; que a mi arrogante altiveza cual Faetón desvanecido, lo derribó la soberbia. Bandos, disensiones puse, confusión, discordias, guerras, y con trémulo rumor se tocó una arma tremenda. El Rey a un alférez suyo da su poder y éste enseña su valor, diciendo en alto quien como él y sin fuerzas los de mi bando quedaron, y asientos cándidos dejan; mas si puede haber consuelo, aunque ninguno me queda, es ver que el arrepentimiento no es de mi naturaleza. Y ver que con mi poder pude derribar la tercia parte, que cayó conmigo sin que de ello se arrepienta. Tremulando tengo al aire en el orbe mis banderas. Más gente la sigue al día y se alista que allá en treinta. De la región más hermosa, más pura, cándida y bella, he caído, donde en fin tengo por luz las tinieblas. Ésta, don Juan, es mi historia y sólo quiero que entiendas que so un amigo del alma y la sirvo muy de veras. Bien sé que a doña María adoras, y te desvela su hermosura, y que don Diego estima sus altas prendas. Mira si sé pensamientos. Y agora quiero que entiendas otro secreto, que tú es imposible lo adviertas. Religiosa la has de ver y si es que no lo remedias, tus pensamientos verás, don Juan, echados por tierra. JUAN: De tu prodigiosa historia puedo decir que me pena, aunque apenas la he entendido. LUZBEL: Pues yo me entiendo con penas.
Sale TABACO, gracioso con un papel
TABACO: Presumo que es excusado pedirte de tales nuevas las albricias. JUAN: ¿De qué forma? TABACO: Pienso que traigo respuesta muy a tu gusto. JUAN: Tabaco, premiaré tu diligencia con esta sortija. TABACO: Vivas, si es que disgusto se llevan, más que una suegra de un yerno, y más si heredas, es pena que el deseo inmortaliza. LUZBEL: Agrádame la estafeta. Óigame, señor hidalgo, galán de calceta y cuera. TABACO: ¿Qué me quiere? LUZBEL: Por mi vida, que en buen oficio se emplea. No está la sortija mala. ¿Quiéreme feriar la piedra? TABACO: Pondréle la de un molino, si me enojo, en la cabeza. LUZBEL: ¿Cómo llamas a este oficio de llevar billetes? ¡Ea, no se ha de enojar! TABACO: Hidalgo, ¡vive Cristo que me pesa que dé tan curioso pique! LUZBEL: Dejemos burlas afuera y déme la mano. TABACO: Tome. ¡Cuerpo de Dios, suelta, suelta! ¡Qué me abraso! LUZBEL: ¿De tan poco, señor Tabaco, se queja? JUAN: ¡Cielos! ¿Es ésta ilusión? ¡Loco el contento me lleva! ¡Oh, esperanza bien lograda, pues tuvo en favor sentencia! ¿Sabéis mi casa, hidalgo? LUZBEL: Muy bien la sé. JUAN: Pues en ella aquesta tarde os aguardo. LUZBEL: Iré sin falta. TABACO: A Teresa doy un abrazo de a cuatro. LUZBEL: Pues yo sé cierto que queda con Vallejo en este punto. TABACO: ¿Con Vallejo? LUZBEL: Es cosa cierta. TABACO: ¿Cómo desde aquí lo sabes? LUZBEL: Son prodigiosas mis letras. TABACO: Sin duda habla en ti el demonio. LUZBEL: Vaya, y verále con ella. TABACO: ¿Teresa y Vallejo? ¡Celos! ¡Toca al arma! ¡Guerra, guerra!
Vanse y salen doña MARÍA, dama, y TERESA, criada, don DIEGO y VALLEJO, criado
MARÍA: No imagino que es prudencia amar viendo el desengaño. DIEGO: ¡No vi rigor más extraño ni tan crüel resistencia! MARÍA: Ya digo, señor don Diego, que me pesa que os canséis. DIEGO: Más de esa suerte encendéis mi amor y aumentáis mi fuego. VALLEJO: Y voacé, señora mía ¿tiene condición tan dura? TERESA: ¡Óigale, señor figura! VALLEJO: Ésa es poca cortesía. DIEGO: Ícaro seré, señora, que con amoroso celo quiero volar a este cielo donde mi bien se atesora; mas como al sol igualáis en belleza y resplandor, temo que con el rigor las alas no deshagáis, y dejando esta presencia como necio inadvertido caiga en el mar del olvido donde anegue la paciencia. MARÍA: Estimo, como es razón tanto amor y voluntad. DIEGO: Pues, ¿cómo con tal crueldad dais el premio a mi afición? ¿Os confesáis obligada y no pagáis? MARÍA: Es así; mas quiero entendáis de mí que yo estoy enamorada. VALLEJO: ¿Es Tabaco más galán? Diga, señora Teresa. TERESA: Eso, ¿quién no lo confiesa? VALLEJO: Conformes los dos están. DIEGO: A Anajarte en piedra dura los dioses la convirtieron por ingrata, y en fin dieron tal pago a tanta hermosura; mas cuando en vos otro tanto quieran, viendo mi sentir, ¿en qué os han de convertir si ya sois piedra a mi llanto? MARÍA: No tuvo Anajarte amor a ninguno, y yo le tengo. Y si a desengañaros vengo, no es bien tengáis rigor. Decís que quiero a don Juan de Almeida. DIEGO: ¡Viven los cielos que rabio de amor y celos! ¿Es bizarro? ¿Es galán? MARÍA: Es a quien yo quiero bien, que basta. DIEGO: Bien empleáis vuestro amor, discreta andáis. (Muerte me dio este desdén. Aparte Aunque es bien evite el daño. Yo gustaba del rigor que camina en fuego amor y por hielo el desengaño. No me quiero dar agora de aquesto por entendido). VALLEJO: Yo imagino que ha perdido la vergüenza mi señora. TERESA: ¿Yo? Ni sé qué color tiene. VALLEJO: Colorada dicen que es. TERESA: Yo me informaré después. VALLEJO: ¿Tan poca vergüenza tiene? DIEGO: En fin, entre doce y una... MARÍA: Entonces mi amor espera. DIEGO: No entendí, señora, fuera tan dichosa mi fortuna. MARÍA: Porque se vaya de aquí digo que esta noche vuelva. VALLEJO: ¿Posible es que se resuelva dama melindrosa así? ¿No pondrá su condición algo de madurativo? DIEGO: Ya con esperanza vivo de alcanzar mi pretensión. VALLEJO: ¿Qué tenemos, que te veo un poquito más templado? DIEGO: Tomó puerto mi cuidado. Lograráse mi deseo. Aquesta noche me dice que la vea por la reja. VALLEJO: No es razón que formes queja. ¿Hay amante más felice? ¡Agora sí que encajaban cuatro o seis exclamaciones poéticas! DIEGO: Tus razones sentido y vida me acaban. VALLEJO: Refiere los disparates de "Apresura sol, tu coche, venga la enlutada noche porque mi bien no dilates", y otras cosas de esta suerte al vulgo tan enfadosas por necedades odiosas. TERESA: Señor Vallejo, ¿no advierte que yo también gustaré? Acompañe a su señor donde veré si su amor es constante y tiene fe. VALLEJO: Fe, esperanza y caridad en mi pecho junto viene. TERESA: Pues sólo con eso tiene rendida mi voluntad. MARÍA: Id con Dios. DIEGO: Esclavo estoy de vos por más triunfo y palma que como acá queda el alma con vos quedo aunque me voy. VALLEJO: Yo otro tanto decir puedo, Teresa, pues tuyo soy. TERESA: ¿Vaste? VALLEJO: Sí, aunque me voy lléveme el diablo si quedo.
Vanse [VALLEJO y don DIEGO]
MARÍA: ¿Fuéronse ya? TERESA: Mi señora, no vi amante más pesado. MARÍA: Fingido un favor le he dado si bien pienso que lo ignora, y él venga esta noche a verme por el balcón del jardín, todo con intento y fin de que se fuera. TERESA: No duerme. ¿Qué es esta noche? ¿En doscientas? MARÍA: ¿Si dio Tabaco el papel a don Juan? TERESA: Sí, pues con él su amor y esperanza aumentas. Y yo, por disimular conociéndote, cedí esperanza de que aquí Vallejo me venga a hablar. MARÍA: O es que lo forma el deseo, Teresa, o veo a don Juan. TERESA: Ciertos impulsos te dan y aun yo entiendo que le veo. Mira tú si le han traído las razones del papel. MARÍA: Ya sé de cierto que en él mi amor está agradecido.
Salen don JUAN y TABACO
JUAN: Aunque es verdad que es razón, señora, el pedir licencia para entrar, desengaño me ha dado franca la puerta. Y más donde una deidad asiste y naturaleza puso con pródiga mano el "plus ultra" en tales prendas. Perdonad si me he tardado, señora, que yo quisiera en cosas de vuestro gusto mostrar mayor diligencia. MARÍA: Don Juan, mi bien, ¿qué es aquesto? ¿Cómo con tanta tibieza vos a esta casa venís? No sé el alma qué recela. Alce del suelo los ojos. ¿Qué tenéis que os da pena? Que yo no sé de mi parte que ningún disgusto os venga. JUAN: Ya, hermosa doña María, diciendo verdad empieza la lengua en llamarla hermosa. ¡Ay de mí! MARÍA: No hay quien te entienda. TERESA: Mas, ¿qué hay celados duelos? MARÍA: ¿Celos? ¡Qué viles sospechas! ¿De un amor tan obediente? TERESA: ¿Mas que tenemos mareta? TABACO: Y aun tormenta conocida. TERESA: Luego, ¿también él se queja? TABACO: Para todo habrá lugar. MARÍA: No des al alma más penas. ¿Qué es la causa de tu enojo? JUAN: Apenas el alba enseña por el oriente su luz y el sol sus caballos muestra, cuando por mayor castigo se opone una nube negra volviéndola en caos confuso. MARÍA: Don Juan, entender te deja. JUAN: Apenas mostró sus flores la agradable primavera cuando el cierzo de un disgusto las abrasa, tala y quema, cuando la pobre barquilla fluctüando por tormentas no bien al puerto ha llegado, cuando huracanes la anegan. Mas, ¿de qué sirven discursos? ¿De qué el sentir aprovecha si todo, en fin, es mudable nada hay firme, todo rueda? Los cielos no están parados. Jamás su armonía cesa. Al mar caminan los ríos. Nunca sus aguas se quietan. Por el zodíaco hermoso da su ordinaria carrera el sol, la luna le sigue. Movibles son las estrellas. Desnuda el invierno helado los troncos y los renueva al tiempo de hojas y fruto. MARÍA: ¿Qué intención es la que llevas? ¿Tú quieres que desespere? JUAN: Si todo es mudable, necia petición fuera la mía que firme mujer hubiera. A tu centro natural te volviste. ¡No aprovechan fingidas satisfacciones! MARÍA: Pues, aunque inútiles sean, las quiero dar por mi gusto. JUAN: ¿Qué puedes dar por respuesta si aqueste papel conoces? MARÍA: Mía es la firma y la letra, que no lo puedo negar. JUAN: Y aquí, ¿quién duda viniera don Diego de Castro a verte por otra, pues a la puerta le encontré cuando yo entraba? MARÍA: ¿Y todas esas quimeras de mar, primavera, nave, cielos, zodíaco, estrellas, invierno, troncos y fruto vienen a dar en aquesa fantasía o frenesí? ¡Ah, don Juan, que cosa es cierta que el que sabe que es querido está de grosero cerca! Por la puerta de los celos entráis. Mirad que esa puerta ha de estar eternamente cerrada, que hay diferencia de quien soy a quien pensáis, y porque es bien se agradezca a su tiempo el desengaño, ni vuestros ojos me vean ni vengáis eternamente. JUAN: (¡Por Dios, que al alma le pesa Aparte de haberla dado disgusto!) MARÍA: (Ya mi corazón se anega Aparte en llanto. ¡Ay, si está enojado porque la vida me lleva!) TABACO: Esto acabó. ¡juro a Cristo! No hay que replicar, Teresa. ¿Más falsas lágrimas? Bronce soy, no soy manteca, ¡oh falsa! ¿Tú con Vallejo? TERESA: Si tan sin causa te alteras, no sé, Tabaco, qué diga. TABACO: Pues, ¿por un lacayo dejas este talle y este brío? Por dicha, ¿en la plaza entra cuando hay toros, cuando hay cañas, nadie que los ojos lleva del vulgo más que Tabaco? Pues si a mí el toro se acerca, dejando solo a mi amo, busco la mejor taberna. Pues si saco la de Juanes, ¿no pongo yo en la pendencia delante cinco o seis calles? ¿Qué Rodamonte lo hiciera? JUAN: Dadme licencia, señora. MARÍA: Vos os tenéis la licencia. JUAN: (Importa mostrar valor). Aparte MARÍA: (Muerta soy si va de veras). Aparte TERESA: ¿No se va, señor lacayo? TABACO: Iránse; que no son bestias. Adiós, ninfa de cocina, de las de escoba y espuerta.
Vanse [don JUAN y TABACO]
MARÍA: ¿Fuéronse ya? TERESA: ¿Esto preguntas? Muy melancólica quedas. MARÍA: ¿Qué quieres? Llévame el alma. ¿Qué quieres? ¿Dejarme muerta? Llámale, así Dios te guarde.
Entra LUZBEL, de marinero
LUZBEL: ¿El señor don Juan de Almeida está en casa? MARÍA: No, señor, porque su casa no es ésta. Mas, ¿para qué le buscáis? LUZBEL: Quieren ya tirar la pieza de leva y se va la nave. MARÍA: ¿Qué nave? LUZBEL: La que le lleva a Sevilla; que se casa con la más rara belleza que tiene el Andalucía. MARÍA: (Aquí es bien el juicio pierda). Aparte ¿Que a casarse va don Juan? LUZBEL: Sí, y ya quieren dar las velas al viento. MARÍA: ¡Ruego al cielo que tu vil sepulcro sea el centro frío del mar en sus pálidas arenas! ¡Júpiter rayos despida que esta fábrica soberbia desde la gavia a la quilla la deje en cenizas hecha! ¡Derrotados huracanes y cerúleos montes vengan que en pedazos la dividan sobre las espumas crespas! ¡Infernal rémora estorbe, ingrato, el rumbo que llevas y falte un delfín piadoso que en hombros te saque a tierra! ¡Aguarda, tirano, ingrato, desagradecido! ¡Espera aunque es verdad que no más de pensamiento me llevas! Teresa, un manto me da. TERESA: ¿Señora? MARÍA: No me detengas, que amor y celos me abrasan el alma y me la atormentan.
Vase
TERESA: Desesperada la miro. Sin duda que aquestas nuevas las ha traído el demonio, que otro no.
[Vase]
LUZBEL: (Ignorando aciertas). Aparte Tiran a un perro con violenta mano piedra, en castigo de que rabia o muerde, si bien huye el rigor no el tiempo pierde el diestro brazo sin tirarla en vano. Mas viendo, al fin, el animal villano que a quien se la tiró no coge, en verde espuma el canto masca, que recuerde es justo del dolor fiero inhumano. Piedra es el hombre, si por él desmedra de la gracia de Dios, y los lucientes coros muralla de su débil hiedra. Y así, yo con mortales accidentes, tengo, si cojo esta arrojada piedra, [de] hacer menuda arena con los dientes.
Vase. Salen el DUQUE de Viseo y la DUQUESA, de camino, y tres PESCADORES
PESCADOR 1: ¡Hermosa y fresca mañana! Al mar sopla vendaval levantando espuma cana, y en la tumba occidental sepulta el carro Dïana. Y del oriental farol se ve luz y haciendo salva las aves a su arrebol, pide la camisa al alba para levantarse el sol. PESCADOR 3: Parece, hermosa señora, que con sus lenguas el mar la bienvenida os da agora, y respira blanco azar en aquestos campos Flora; que aqueste jardín procura con su amorosa frescura decirlo en voces süaves y en simple solfa las aves celebran vuestra hermosura. DUQUESA: Dios os guarde, que mostráis el amor que me tenéis. PESCADOR 2: Vos en todo nos honráis y así servida seréis en lo que aquí nos mandáis. PESCADOR 1: ¿Qué causa, señora, ha sido de que el duque mi señor a Belén haya venido? DUQUESA: De una novena el amor presumo que le ha traído. DUQUE: Nueve días estaremos en este convento santo. PESCADOR 3: En este tiempo os haremos lisonja, aunque me adelanto con la barca y con los remos; que esta mañana en el mar, señores, la red echamos y espero en Dios de sacar pescado con que os sirvamos ya que no os podemos dar otra cosa. DUQUE: ¿Qué queréis por el lance que saquéis primero? PESCADOR 3: Habéisme afrentado, que todo el mar dilatado, a ser mío, bien podéis entender que mi deseo lo pusiera a vuestras plantas por más insigne trofeo, sin pagar mercedes tantas; que siempre nos hacéis. DUQUESA: Creo que te ha levantado el mar un poco. PESCADOR 1: Señora, sí, la esfera quiere tocar y el elemento turquí quiere en las olas frisar. DUQUE: Fortuna corre un bajel si no me engaño. PESCADOR 1: Y la mar está bramando por él. PESCADOR 2: No sé si podrá librar la gente que viene en él. DUQUESA: Dios te libre y dé favor. Pésame de haber salido a la ribera. PESCADOR 1: Señor, yo pienso que sumergido le tiene el mar. DUQUESA: ¡Qué rigor! PESCADOR 3: En nuestras redes ha dado fondo, y a pique se fue. DUQUE: Tirad, tirad con cuidado, amigos. PESCADOR 2: Bien cierto sé que no traeremos pescado, mas por lo que se ofreciere, compañeros, ¡venga, venga! ¡Y venga lo que viniere! PESCADOR 3: No he visto qué peso tenga. DUQUE: Yo os mando, por lo que fuere, para un barco mil escudos. PESCADOR 2: En tu alabanza los mudos pueden hablar, gran señor. PESCADOR 3: Ya la red pasó el rigor de aquestos peñascos rudos, y en el arena la vemos. PESCADOR 1: Pienso que un bulto traemos con que el cuidado se abona. PESCADOR 2: ¡Vive el cielo, que es persona que del mar librado habemos! PESCADOR 3: Si no me engaño, es mujer de bizarro parecer, suelto el cabello, desnuda. DUQUE: ¡Digo que es mujer! ¡No hay duda!
Sacan a doña MARÍA, desmayada
DUQUESA: Dejádmela, amigos, ver. ¡Eso es sin duda! No vi rostro con tanta hermosura. PESCADOR 2: ¿Levantarémosla? DUQUE: Sí. pues Dios la dio tal ventura casi anegada. MARÍA: ¡Ay de mí! DUQUE: El cielo santo es testigo que en extremo lo he estimado. DUQUESA: ¡Prodigioso lance! PESCADOR 1: Digo que lo es. En sí ha tornado. ¿Señora? MARÍA: Dios sea conmigo. DUQUESA: Ponedla esta ferreruelo para que se abrigue. MARÍA: El cielo os pague esta diligencia. DUQUESA: ¡Qué hermosura! ¡Qué presencia! DUQUE: Tomad, señora, consuelo; pues de la muerte os habéis librado y con vida os veis. MARÍA: Ya saber quién sois deseo. DUQUE: Es el duque de Viseo el que presente tenéis, y la que veis a mi lado mi esposa. Y si os ha dejado aliento el mar, nos decid aqueste suceso. MARÍA: Oíd si no os canso o no os enfado. Nací, príncipes excelsos, de gente ilustre en Lisboa espantándose de mí la naturaleza propia; porque entendió que nacía una mujer y dio forma a una fiera, a un basilisco de la Libia ponzoñosa. Mi madre murió del parto y cual víbora me arroja a sus pies casi sin vida y la suya Átropos corta. Nací a catorce de Marzo, crítico al fin cuando toman, si es que hay hados, las desdichas y fortuna rigurosas. Aquella noche temblaron estos montes y estas rocas y las naves de este mar se abrieron unas con otras. Oyeron tristes aullidos de animales en las bocas de la cuevas de estos riscos, luces a modo de antorchas, de mil lóbregos nublados el cielo su espacio entolda y relámpagos y truenos todo este horizonte azotan. Y a media noche un cometa cuyos efectos asombra a España y Ingalaterra, dicho por personas doctas. A tres amas arranqué el pecho, no habiendo en toda Lisboa quien me crïase sino una cabra piadosa, que quitándole el hijuelo su pezón puso en mi boca, alimentando un sujeto de tantos buenos deshonra. Llegué a edad de dar cuidado y a pasiones amorosas rendí mi libre albedrío porque el tiempo a nada estorba. Pretendida de galanes más que Zaida, Lamia y Flora he sido, a quien los antiguos celebraban tanto en Roma. Por mí ha habido mil pendencias, escándalos y deshonras, alborotos, muertes, siendo principal causa de todas. Puso los ojos en mí un mancebo, y cuando llora por él el alma, me dicen --no sé si es pasión celosa-- que va a casarse a Sevilla, y yo entregando a las olas mi vida y mis esperanzas, tomé la misma derrota. Alteróse el mar cual veis y visité las alcobas del alcázar de Neptuno entre bascas y congojas. Y cayendo en estas redes, sacada he sido a la roja arena, a pesar del viento y desenfrenado Bóreas. Y ya al cielo agradecida si bien que tanto me importa, prometo ser de Domingo, aunque indigna, religiosa. De Santo Domingo quiero el hábito, gran señora, y pues siempre el hacer bien es en vos acción tan propia, amparad una mujer que humilde a vuestros pies llora por afligida y por triste, por desdichada y por sola. DUQUE: ¿Y cómo os llamáis? MARÍA: María. DUQUE: Gustaré que correspondan con el nombre vuestros hechos. DUQUESA: Mi prima doña Victoria es en el Consolación, según me han dicho, priora. Yo os daré para ella cartas. MARÍA: Ya pongo a esos pies mi boca. DUQUE: En fin, ¿monja queréis ser? MARÍA: Si el cielo no me lo estorba. DUQUE: Divino es aqueste impulso, que a una grande pecadora Dios puso en su apostolado. PESCADOR 1: ¿Viose suerte más dichosa? PESCADOR 2: Turbado estoy y confuso. PESCADOR 3: ¡De nuevo el mar se alborota! DUQUE: Vamos. DUQUESA: Ruego a Dios, María, que por santa os llame Europa la monja de Portugal. DUQUE: Dios os haga buena monja.

FIN DEL PRIMER ACTO

La vida y muerte de la monja de Portugal, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 01 Jul 2002