ACTO SEGUNDO


Salen ENRICO vestido como CARLOS y la REINA, cada uno por su puerta, ENRICO por la de en medio
REINA: Sal, Enrico. ENRICO: Y en el traje que ha mandado vuestra alteza. REINA: Pluma blanca traerá siempre porque conocerte pueda. ENRICO: ¿Tanto le parezco? REINA: Sí; necesarias son las señas. Enrico, la industria suele vencer la naturaleza, y a cada paso miramos a las dos en competencias. ¿Quién dijera que una garza, que en las celestes esferas hecha del sol mariposa las alas azules quema, rayo de plumas bajara a hacer túmulo la yerba a los pies del cazador que le flechó dos saetas con almas en dos halcones? ¿Quién las montañas soberbias del piélago verde y negro, que amagan a las estrellas impelidas de los vientos, hollar pensara y, sujetas las olas, de nieve ricas, desatar pensara perlas de sus nácares? ¿Y quién domesticados creyera dientes, garras y veneno, que son armas de las fieras, si le faltara la industria al ingenio humano? Puedan la fortuna y la desdicha, atropellando miserias, darnos batalla campal; que la industria es la defensa contra el rigor de sus manos, contra el girar de su rueda. Un rey tirano tenemos, garza que la luz desprecia del sol con atrevimientos, mar que amenaza inclemencias, fiera que armó de crueldades el pecho. La industria sea quien deshaga este prodigio, quien a este bárbaro venza. ENRICO: Señora, cuanto el invierno o deshace con la fuerza de los vientos que respira, o con escarchas platea; cuanto en las plantas destroza arrugando las cortezas, descabellando las copas, renueva la primavera, las colores restituye, a los pájaros alegra, a las fuentes causa risa y a los pradillo belleza; y estos dos tiempos contrarios en un círculo se alternan, robando y restituyendo en hermosa competencia. Dos reyes tendrá Sicilia, si dura el engaño, Reina; y yo, a tu voz obediente, rayo de esa luz inmensa, como vasallo leal viviré con alma atenta a tu gusto, deshaciendo cuanto manda, cuanto ordena un rey tirano; y seremos, mientras que esto no se entienda, él diciembre y yo el abril coronado de violetas. REINA: Ya que sois tan semejantes que un lunar os diferencia que tienes en una mano, las condiciones opuestas serán, Enrico, distantes; mientras él durmiere, reinas, y yo, con arte y cuidado, seré siempre centinela que te avise y que te esconda. Disimula, pues. ¡Elena!
Sale ELENA
ELENA: ¿Mi señora? REINA: Avisa a Floro que el rey madrugó y le espera. ELENA: Voy a llamarle.
Vase
REINA: ¡Oh, si el cielo diera a mis desdichas treguas! Ama el rey a Porcia; a mí con razones me desprecia, que mis fáciles antojos me obligaron a esta deuda. El reino me tiraniza, la voluntad me sujeta: castigos son de mi error. ¡Animo, industria o paciencia!
Vase la REINA
ENRICO: Venme aquí representando la majestad y grandeza del rey, y mis pensamientos atrevidamente vuelan por regiones de aire y fuego hasta penetrar planetas con sus alas. Un villano era ayer entre las selvas que miran en ese mar su verde pompa y belleza. Ya soy imagen y sombra del mismo rey; y si vuela el alma cuando en el sueño yace un cuerpo, un alma sea del rey mi voz mientras duerme; he de usurpar su potencia: Cástor y Pólux seremos, la luz tendremos a medias; que es dulce cosa reinar y peligros atropella.
Vuelve a salir ELENA
ELENA: Ya viene Floro, señor. ENRICO: Y en ti, hermosísima Elena, viene Flora, a cuya imagen la antigüedad hizo fiestas como a Venus; en ti viene la hermosura de la griega con quien compite tu nombre, no tu beldad. Oye, espera. Deja que sólo contemple con elevación honesta la fábrica de ese rostro que a la del cielo remeda. Ni es alabarte lisonja, ni es el mirarte flaqueza, ni ambas cosas son amor; que la hermosura deleita naturalmente a los ojos y en cualquier sujeto alegra. ELENA: En la reina, mi señora, es la hermosura más cierta y digna de admiración. Si tu majestad contempla aquel cielo, no le llamen otros cuidados. ENRICO: Despierta la atención del alma siempre cualquiera hermosura nueva. ELENA: Ni yo la tengo, ni escriben que quien la máquina eterna del hermoso cielo mira alabe una flor pequeña, que es un átomo del sol. Ojos que ven las estrellas, lunares del firmamento, en su misma luz, no dejan la verdad por el retrato, que en las olas que se quiebran nos dibujas los reflejos de la luz. Cielo es la reina, un átomo suyo soy. Tu majestad dé licencia que vana y ociosamente sus cuidados no divierta.
Vase ELENA
ENRICO: Imperio tiene en las almas la hermosura, con que fuerza y arrebata los sentidos, y el afecto desordena.
Sale FLORO
FLORO: El capitán de la guarda y el gobernador esperan tu licencia. ENRICO: Entren. (Aquí Aparte me sucede lo que cuentan de aquel gran representante, que, en viéndose con diadema y con púrpura sagrada, el espíritu de César en su pecho se infundía.)
Salen LIVIO y el Gobernador ARNESTO
Floro, yo quiero que vuelvan hoy a mi corte los nobles, y algunos están ya cerca; que la reina les dio aviso. No quiero que la nobleza se agravie tanto de mí. Y así, cuando alguno venga a darme gracias, y yo con ira y cólera inmensa lo mandare prender, tú, capitán, no me obedezcas, que será enojo fingido por ciertas causas secretas que sabréis después. Tú, Floro, dame siempre por respuesta que lo mandé, y si me enojo, disimula con prudencia. Tú, gobernador, si yo mandare que armas prevenga el pueblo contra los nobles, no lo has de hacer, porque es ésta para gobernar mi reino bien pensada estratagema. Esto conviene; y así, le cortarán la cabeza al que no lo obedeciere. ARNESTO: Haráse como lo ordenas. ENRICO: También quiero que cedáis los tres oficios; y tenga Octavio vuestros papeles, el conde, de la guarda, y sea el duque gobernador. porque en títulos y rentas pienso aumentaros, y agora hallo ciertas conveniencias en esto. LIVIO: Somos hechuras y rasgos de tu grandeza.
Vanse los dos
ENRICO: ¡Vive Dios, que no creí que la semejanza nuestra era tanta! Con recelo el alma daba a la lengua las palabras; ya el aliento con más vigor, con más fuerza, atrevimientos infunde en tan difícil empresa.
Sale la REINA
REINA: ¿Cómo va, Enrico? ENRICO: Muy bien. REINA: Éntrate, pues. No te vean. Reine Carlos otro rato. ENRICO: De Artemio, un esclavo, cuentan las historias esto mismo. No pienses que es cosa nueva.
Vase ENRICO
REINA: Mientras durare el engaño desharemos las violencias que causó a mi reino amado un mar, un monte, una fiera. ¡Tened lástima de mí, cristales azules, ruedas de zafir, celos hermosos, diáfanos, vidrïeras por quien no están mirando la verdad y providencia! ¡Borre mi amor vuestra luz, como imagen imperfecta!
Sale CARLOS con un papel
CARLOS: (Con rigor Porcia me escribe, Aparte respondiendo a mi papel. ¿Qué hermosura no es crüel? ¿Qué mujer gallarda vive sin soberbia, aunque recibe de otra mano la belleza? ¿En qué vanidad tropieza la que en su beldad se fía, si se la da para un día prestada Naturaleza? Quiero volver a leerte, papel tirano, mas, ¿quién ver quiso que hiciese bien la sentencia de su muerte dos veces? Amo de suerte esa bella ingrata mía que si el alma desconfía se incita luego a furor; y así, pienso que este amor no es amor sino porfía. La reina está aquí). Señora, si esa deidad reverencio, ¿cómo con tanto silencio miráis a quien os adora? Despliegue rubís la aurora, abra claveles y mueva labios a quien perlas deba. No esté la belleza muda. REINA: Con razón la lengua duda de ver lisonja tan nueva.
Sale el DUQUE
DUQUE: Tu majestad dé su mano a quien viene agradecido del favor que ha recibido de su generosa mano. Ya, señor, podré decir que es mayor, a mi entender, el contento del volver que la pena del partir, ya, si el alma está obligada a agradecer cuando siento, que es más la merced presente que fue la injuria pasada. CARLOS: Reina, ¿qué es esto? REINA: No sé; tu majestad lo sabrá.
Sale el CONDE
CONDE: Bastante premio será de mi mucho amor y fe besar tu mano, señor, pues que ya trocar nos dejas en alabanzas las quejas y en mercedes el rigor. CARLOS: ¿Qué engaño, qué atrevimiento es el que miro?
Sale OCTAVIO
OCTAVIO: A tus pies está obediente quien es el mismo agradecimiento. Al cielo de tu deidad con amor pienso venir, para que puedan lucir los rayos de mi lealtad.
Sale FLORO
CARLOS: Floro, ¿qué traición es ésta? FLORO: Es lo que mandaste. CARLOS: ¿A mí se puede atrever así tan necia y loca respuesta? ¿Yo mandé volver a aquellos que desterré? ¡Vive Dios, que es hechura de los dos este engaño! No son ellos los atrevidos. Tú debes la pena de esta traición, que en alas de presunción a mi grandeza te atreves. Rodará por las esferas Faetón, que muerte merece. FLORO: Basta, señor; que parece que va el enojo de veras. CARLOS: ¿Cómo de veras? La muerte no pisa en pálidos senos, sombras, áspides, venenos de más horror. ¿De esta suerte a mi cólera te opones? ¡Ah, capitán de mi guarda!
Sale LIVIO
LIVIO: ¿Qué me mandas? CARLOS: Quiero que arda en las cóncavas regiones de ese Mongibelo Floro. Él y el duque vayan presos. Sirva de tumba a sus huesos el Paquino y el Peloro. Sepa Sicilia que soy no rey, sino rayo ardiente que, en asombro de la gente, señas de Júpiter doy. LIVIO: Ese enojo es de gentil, y no de rey tan cristiano, a quien presto el oceano entre espumas de marfil dará tributo. Señor, tu ardiente enojo modera. No siempre el sol reverbera dando a los campos calor; no siempre produce hielos con su sombra; antes alcanza una compuesta templanza, dando vueltas a los cielos. CARLOS: ¿Qué replicas? Lleva presos a los dos. LIVIO: No puede ser. CARLOS: De ti no pueden nacer esos bríos. No son ésos aliento de tu traición. Reina, de vos han nacido. Sola la luna ha podido estar en oposición con el sol; mas es tan breve y tan corta su grandeza, que no eclipsa la belleza de oro, de nácar, de nieve. Vuestro fue el reino; ya es mío. No me coronaron, no, vuestras flores porque yo, con heroico aliento y brío, del pueblo lo[s] recibí. Él se entregó a mi valor. ¡Ah, Arnesto! ¡Ah, gobernador!
Sale ARNESTO el gobernador
ARNESTO: Señor, ¿qué me mandas? CARLOS: Sí, que el pueblo las armas tome y a los nobles prenda, que éstos querrán ocupar los puestos que al pueblo se deben; dome su soberbia vuestra furia que mejor diré lealtad. ARNESTO: No es bien que tu majestad haga a su reino esta injuria; vivan los nobles en él, pues su grandeza blasonan, si visten y si coronan la púrpura y el laurel. CARLOS: ¿Vos también, gobernador? ARNESTO: Hago lo que mandas. CARLOS: Esto, sin duda, que está dispuesto con acuerdo superior. REINA: Sí, del cielo; que los cielos enseñándonos están a reinar, si su luz dan en iguales paralelos sin pasiones y porfías a los astros; y por eso, pintan un signo con peso que iguala noches y días. No ha procedido de mí ese acuerdo. Oculto fue; que si ultrajada se ve, vuelve la razón por sí. Ella misma, en su grandeza, de nuestros ánimos nace y en las repúblicas hace segunda naturaleza. Las almas del cielo dadas con razón se han de medir, o las sabrán producir las cosas inanimadas; pues cuando en la edad primera perdió el hombre esta hermosura, se rebeló la criatura; sus dientes armó la fiera. Bramó el mar en su región, que en acuerdo soberano todo se opone al tirano de la justicia y razón. No es pueblo el que te ha hecho rey de Sicilia. Y si fue, en él ha faltado fe y en ti ha faltado el derecho. Pues, siendo Sicilia mía, la usurpará quien la diere, si derecho no se adquiere con fuerza y con tiranía, aunque fuera para mí más decente el confesar que el reino se pudo dar y no que yo te le di; que menos el alma siente el ajeno error. Desde hoy reina de Sicilia soy, y tú, Carlos solamente.
Vase la REINA
CARLOS: ¡Oye, espera! DUQUE: Dime, Arnesto, ¿para qué nos has traído si el rey se enoja? ARNESTO: Es fingido. Acuerdo del rey es esto, y vuesexcelencia será gobernador. LIVIO: Con razón venga a tomar posesión que el rey lo manda. FLORO: El rey da hoy mis papeles a Octavio. LIVIO: Y la guarda al conde. Vengan, porque así los nobles tengan satisfacción de su agravio. DUQUE: Yo beso por el oficio tu mano otra vez. CONDE: Los dos lo mismo hacemos.
Vanse. Quedan CARLOS y FLORO
CARLOS: ¡Por Dios, que estoy perdiendo el jüicio! O este reino se rebela contra mí, o mi daño aspira. No quiero encenderme en ira mas vestirme de cautela. Proseguir quiero la guerra de Nápoles. Hagan gente, que con ella fácilmente podré allanar esta tierra, pues que cuando atrevimientos a tal confusión me obligan, ni se aplacan ni mitigan mis soberbios pensamientos. Si a la esfera de la luna me he sabido levantar, la industria ha de conservar lo que me dio la fortuna. ¡Ah, secretario!
Sale OCTAVIO
OCTAVIO: Señor, ¿qué me mandas? CARLOS: ¡Otro agravio! Secretario han hecho a Octavio. ¡Paciencia! ¡Ah, gobernador!
Sale el DUQUE
DUQUE: ¿Qué me manda vuestra alteza? CARLOS: ¿Qué paciencia ha de bastar a vencer y moderar mis enojos, cuando empieza una villana osadía a descubrirse? ¿Tú eres gobernador? DUQUE: Tú lo quieres. Tuya es la elección, no es mía. CARLOS: ¡Ea, que no hay sufrimiento que conserve mi templanza! Ya es forzosa la venganza. ¡Capitán!
Sale el CONDE
CONDE: ¿Señor? CARLOS: ¿Qué aliento me puede dar la prudencia cuando postrado se halla el discurso en la batalla del agravio y la paciencia? Pregunto, ¿quién os ha dado estos oficios? FLORO: Tú mismo. CARLOS: Sigue un abismo a otro abismo y un cuidado a otro cuidado. Loco me quieren hacer. FLORO: No finjas, señor, olvido, que solamente fingido el enojo había de ser. Modera y temple el rigor pues tus palabras son leyes; que el enojo de los reyes aun fingido da temor. CARLOS: (Éste trazó esta quimera. Aparte Pagarálo con la vida). Duque. DUQUE: ¿Qué mandas? CARLOS: No impida la paz blanda y lisonjera que este reino se dilate. Si sólo ensancha la guerra los términos de la tierra, de guerra y armas se trate. Junta la gente que fue de Edüardo honra y blasón, y el reino para esta acción un donativo me dé. A Nápoles pasaremos, porque quiero dilatar los términos de este mar, de ese monte a los extremos. DUQUE: Haces bien; seré puntual. Brillen al sol tus banderas y den temor tus galeras a ese reino de cristal
Vase el DUQUE
CARLOS: Octavio. OCTAVIO: ¿Señor? CARLOS: No quiero dar sólo al Conde esta acción. Prended a Floro. FLORO: ¿Éstas son la merced y honra que espero? Enojarte has prometido no prenderme. CARLOS: De ese modo no te aflijas, pues que todo imaginas que es fingido. CONDE: El duque anduvo discreto, bien nuestro engaño dispuso; el palacio anda confuso, sólo yo alcanza el secreto.
Vanse. Queda CARLOS y sale BARLOVENTO
BARLOVENTO: A pedir vengo justicia a mi rey. CARLOS: ¿Quién habla ahí? BARLOVENTO: Querellas me traen aquí, no pretensión ni codicia. A tus pies, señor, postrado te he de suplicar, si acierto, que me deshagas un tuerto de un señor que me ha agraviado. CARLOS: Si quién es. BARLOVENTO: Carlos se llama. Mi amo diez años fue; si su comida guisé, él fue el amo y yo fue el ama. Haz, rey, que me satisfaga diez años que le serví. CARLOS: ¿Él niega la deuda? BARLOVENTO: Sí; que harto niega quien no paga. Sordo a mis quejas está. Darle una urraca pretendo que siempre le esté diciendo: "Paga, paga." CARLOS: Y él lo hará. BARLOVENTO: Pero no se dice cuándo. CARLOS: Hombre es de bien, yo le fío. BARLOVENTO: Si le conoce, rey mío, pague por él. CARLOS: Yo te mando... BARLOVENTO: ¿Dádivas de testamento? Eso no, que pobre estoy. Cuanto es mejor "yo te doy..." Pero mande, soy contento. CARLOS: Yo te mando que te vayas sin pedir y sin hablar. BARLOVENTO: ¿Dónde me he de ir? ¿A tirar la jábega en esas playas? CARLOS: A traerme una libranza para que yo te la firme. BARLOVENTO: Y de cuánto has de decirme. CARLOS: De dos mil ducados. BARLOVENTO: Panza, ¡Albricias!, que ya los dos salimos de pan y queso. Yo te beso... mas no beso hasta ver la firma. Adiós. Una cosa se me olvida, y así vuelvo por la posta. ¿Fueron de ayuda de costa o de renta de por vida? CARLOS: De ayuda son. ¿Quién lo duda? BARLOVENTO: Yo, que puedo vestir jalma, boticario de mi alma, no me ordenes esta ayuda. CARLOS: Vete; que de renta son. BARLOVENTO: Dos mil de renta, ¿es quien quiera? ¡Vengan peto y bigotera ! ¡Venga un coche y venga un dos!
Vase BARLOVENTO y sale PORCIA
PORCIA: Pasaba la galería de la mar, y está aquí el rey. Vuélvome. CARLOS: ¿Es razón, es ley, o especie de tiranía, que huya la luz del día y se niegue a quien la adora? El sol, divina señora, nunca vuelve atrás el paso, siempre camina al ocaso desde el pecho del aurora. PORCIA: La sombra no ha de tener competencias con el sol. Su púrpura y arrebol inimitable ha de ser. El magnífico poder del rey es sol; los demás sombras son, y donde está que sol del mundo te nombras, no pueden estar las sombras. ¿Qué mucho vuelvan atrás? Aunque la llames crueldad, tus lisonjas me dan pena; en tu palacio está Elena. Dígale tu majestad o lisonjas o verdad. Otras damas hay también con gran hermosura a quien podrá alabar. CARLOS: Procura que no crezca tu hermosura con el rigor y el desdén; que cuando estás desdeñosa, más hermosa, Porcia, estás; y más ocasión me das, si te miro más hermosa. Muéstrate en algo piadosa. Tendrás menos hermosura, y este amor o esta locura que de tus ojos serenos procedieron serán menos, y estarás de mí segura. Otras damas de palacio no me pudieran causar afecto tan singular, ni yo las miro de espacio. ¿Qué amatista o qué topacio brillarán, si ven delante la majestad del diamante? ¿Y por qué a Elena me nombras, si son sus ojos dos sombras de tu sol? No fuera amante de esa mujer, no le diera un átomo de alabanza, si cuanto ciñe y alcanza el mar en su húmeda esfera límite a mi reino fuera; que le tengo antipatía. Por la fe y palabra mía, no hay oposición más fuerte entre la vida y la muerte, entre la noche y el día.
Sale ELENA y halo estado oyendo
ELENA: Gracias al cielo, señor, que estás ya desengañado, y que no te da cuidado aquella pequeña flor comparada al resplandor de la reina mi señora. Cuando me llamaste Flora, diosa de la antigua edad, disfrazaste la verdad que manifiestas agora. CARLOS: Elena, ¿qué dices? ¿Yo Flora ni flor te llamé? ¿Yo tu hermosura alabé? ¿Yo cuidado en ti? ELENA: ¿Pues no? PORCIA: Si Elena lo mereció, prosigue, no te arrepientas. CARLOS: Espera, que me atormentas con desdenes y con hielos que tienen forma de celos. PORCIA: Piensas mal. CARLOS: ¿Por qué te ausentas? PORCIA: Porque ya tienes contigo la misma hermosura. CARLOS: Cuando tu luz estoy adorando, ¿huyendo me matas? PORCIA: Sigo tu gusto en esto. CARLOS: Si digo que se ha burlado, ¿atropellas tanto amor? PORCIA: Sus luces bellas merecen esa porfía. CARLOS: Oye. PORCIA: Delante del día no paramos las estrellas. CARLOS: Pensarán que vas quejosa. PORCIA: Piénsenlo, y váyame yo. CARLOS: ¿Celos llevas? PORCIA: Eso no. Sin amor, ¿quién fue celosa? CARLOS: ¿Pues cómo vas? PORCIA: Rigurosa. CARLOS: ¿Y por qué? PORCIA: Porque es virtud. CARLOS: ¿No es vicio la ingratitud? PORCIA: No. CARLOS: ¿Pues qué? PORCIA: Honor siendo tal. CARLOS: Tú me has causado este mal. ¡Nunca Dios te dé salud!
Vanse PORCIA y CARLOS
ELENA: ¡Cuán fácil, cuán engañada estuviera la mujer que se obligara a creer cuando se escucha alabada! ¿Quién hay que se persüada a imaginar que es querida, si es un engaño la vida en que todos caen? ¡Dichosa la que viendo que es hermosa no queda desvanecida! El rey vuelve
Salen ENRICO y la REINA
REINA: Enrico, atiende a las cosas que has de hacer; yo me voy a entretener a Carlos, al que pretende usurpar con tiranía, ingrato a mi necio amar, este reino. Tu valor es el norte y luz que guía la justicia y la razón. Tú eres voz, lengua, instrumento con que gobierno y aliento mis vasallos. ENRICO: Tuyos son mi honor y vida, señora; mande y ordene tu alteza, que estoy a naturaleza más agradecido agora, pues me dio esta semejanza con que te sirva y ampare. REINA: Mientras yo no te avisare, seguro estás. ENRICO: No me alcanza el temor; mientras los dos gobernamos de esta suerte, no temo a la misma muerte. REINA Pues, adiós, Enrico. ENRICO: Adiós.
Vase la REINA
Elena hermosa, ¿aquí estás? ELENA: Aquí estoy, pero no hermosa. ENRICO: Parece que estás quejosa. ¿Desdenes callando das, cuando admiro tu hermosura, alabando a quien el ser te dio, pues de su poder es un rasgo la criatura? Niegas tu misma beldad. Ingrata al cielo pareces, pues que así no le agradeces las vislumbres de deidad que en esos ojos ha puesto y en tus labios de rubí, dándome ocasión a mí a un amor noble y honesto, no imperfecto, torpe, no; que si admirada te veo, no se me atrevió el deseo, que la razón lo enfrenó. ELENA: Si me ha dicho que soy fea; si acaba de dar favores a Porcia; si sus colores dice que dan a Amaltea favor para producir la hermosura de los prados. (Con labios disimulados Aparte lisonjas vuelve a decir que no le serán oídas ni escuchadas). ENRICO: Oye, Elena, que a tu luz clara y serena no hay otras, no, parecidas. Porcia es una noche oscura que a los rayos de tu sol con el nácar y arrebol que le presta tu luz pura puede lucir solamente; y si a Porcia quiero bien, ¡mal me haga Dios, amén! Aquel desaire de frente, aquellos ojos dormidos, aquella color robada, y aquella voz, no me agrada los ojos ni los oídos. ELENA: ¿Tanta mudanza y tan breve? ENRICO: (El rey anda por aquí). Aparte
Sale PORCIA, y lo ha escuchado
PORCIA: ¡Albricias me den a mí el carmín, el sol, la nieve, que alabando mi hermosura ya los dejarás, señor, pues sanaste del amor que tú llamabas locura. Elena estos desengaños, bien que creídos no fueron, grandes lecciones nos dieron. ELENA: Mucho sé ya en pocos años.
Vase ELENA
ENRICO: Escúchame, Elena mía, no hay oposición tan fuerte entre la vida y la muerte, entre la noche y el día. Sabe, Porcia... PORCIA: ¡Qué capricho! "Y si a Porcia quiero bien, ¡mal me haga Dios, amén!" ENRICO: Pues, Porcia, lo dicho dicho. Y porque agora me creas, con el Duque has de casarte esta noche. PORCIA: Quiero darte cuantos imperios deseas. ¡La Fortuna, agora sí que me quiere bien, señor! ENRICO: Sé que le tienes amor. PORCIA: ¡Así me le tenga a mí!
Vase PORCIA. Sale BARLOVENTO con papel y pluma
BARLOVENTO: Magno Alejandro, a qué fue ya mi venida penetras. Píntame aquí siete letras si sabes el abecé. Toma un pincel que voló en alas de un ganso. ENRICO: ¿Pues, qué papel es ése? BARLOVENTO: Es la puta que me parió. ¿Agora sales con eso? Los dos mil de renta son. No te muestres socarrón; que un rey ha de hablar en seso con cualquier sabandija, enano, bufón o dueña, que la majestad enseña a respetar porque es hija de las deidades. Y así, ¡feliz tú que la penetras y pagas con siete letras diez años que te serví! Firma, rey; firma, señor; firma, amigo; firma, dueño; firma este don que es pequeño para tu mucho valor. ENRICO: No me acuerdo. BARLOVENTO: Pues voy... ENRICO: ¡Bien! ¿Dónde vas con tal cuidado? BARLOVENTO: A preguntar si han hallado tu memorial. ENRICO: Haz también pregonan mi voluntad. BARLOVENTO: Veleta, niño o mujer, que no sé qué pueda ser quien con tal velocidad se ha olvidado, ¿cómo dejas la merced que haces en vano? Firma, ingratísima mano, "Oh, más dura que mármol a mis quejas." ENRICO: Dame ese papel. BARLOVENTO: En mí puedes aprender franqueza. ¡Mira con cuánta presteza doy lo que pides!
Dale el papel. ENRICO rompe el papel
ENRICO: Así firmo yo cuando no es mía la hacienda que te he de dar, porque el rey no ha de pagar lo que Carlos te debía. No serviste al rey. No puedes proponer cédula tal, que el patrimonio real no es deudor de esas mercedes. Sólo estas rentas alcanza gran ministro o gran soldado. BARLOVENTO: ¡Vive Dios, que me ha pagado en menudos la libranza! Si es tirana tu malicia, de este reino con violencia ¿sólo para mí hay conciencia, sólo para mí hay justicia? ¿Mi amor pagas de ese modo? Págame ya tanto afán o acuérdate del refrán que dice, "A Roma por todo." ENRICO: ¡Hola!
Salen dos CRIADOS
CRIADO 1: ¿Señor? ENRICO: Mentecatos nunca hicieron cosa cuerda; dadle dos tratos de cuerda. BARLOVENTO: No soy hombre de esos tratos. ENRICO: Lo mal hecho o lo bien hecho nunca lo ha de murmurar en sus burlas el juglar. Téngalo oculto en su pecho, que el vasallo no es jüez del acuerdo superior de los reyes. Lo que error parece al hombre, tal vez fueron acuerdos divinos, que en la justicia conviene el rey con Dios, porque tiene investigables caminos. BARLOVENTO: Grandes saltos das, señor. De soldado marqués fuiste, de marqués a rey subiste, de rey a predicador, y a este mismo punto aquí hacerte a los cielo plugo predicador y verdugo. ¿Dos tratos de cuerda? ENRICO: Sí. BARLOVENTO: Tijeretas son aún. ¿Qué ha de hacer un rey pescado, entre las aguas crïado? Rey marrajo, rey atún, ¿es de veras? ENRICO: Sí. CRIADO 2: Ya enfada. BARLOVENTO: ¡Hermosa renta me das! En dando otro paso más, será burla muy pesada.
Llevan a BARLOVENTO. Sale el DUQUE
DUQUE: Ya, señor, se van juntando los soldados de tu reino, y doscientos mil escudos de donativo te hicieron. ENRICO: Duque, despedid la gente; no tengo acción ni derecho a esta guerra, y las victorias las da con justicia el cielo. No aceptáis el donativo cuya paga, cuyo peso carga en los pobres vasallos. DUQUE: Eres Numa de estos tiempos. ENRICO: Vos, duque, por gusto mío, hoy seréis esposo y dueño de Porcia. DUQUE: Beso tus pies.
Sale OCTAVIO
OCTAVIO: Ya está en el castillo preso, como me mandaste, Floro. ENRICO: De su prisión me arrepiento. Salga libre, y advertid que, estando sano, confieso una enfermedad que paso, un delirio que padezco. Yo siento, yo reconozco que algunas veces no tengo memoria de muchas cosas tocantes a este gobierno. El cielo me da este olvido, porque he sido rey soberano, y así, la reina ha de ser quien os gobierne. DUQUE: Yo acepto, en nombre del reino agora, la renunciación que has hecho. Avisa, Octavio, que ya no son menester los tercios ni el dinero del senado. OCTAVIO: Sabio está el rey y discreto.
Salen la REINA, PORCIA, ELENA y el CONDE
REINA: Ya puede su majestad retirarse a su aposento antes que los accidentes le vuelvan. ENRICO: Soy el primero que a la reina da obediencia para daros buen ejemplo.
Vase ENRICO
CONDE: (Lindamente lo hace Enrico). Aparte REINA: (Mucho, conde, le debemos). Aparte DUQUE: Ya, señora, reinas sola, que Carlos, prudente y cuerdo, su incapacidad confiesa. REINA: Acá vuelve, y aun sospecho que le ha vuelto su locura. (Carlos viene). Aparte CONDE: (Ya lo entiendo). Aparte
Sale CARLOS
CARLOS: Huélgome de hallaros, duque. De soldados y dineros, ¿cómo os va ya? DUQUE: Despedidos están ya, porque si el cielo, como dices, da victorias a quien tiene más derecho, y a Nápoles no le tienes, guerra injusta no queremos. ¿Esto se olvidaba ya? CARLOS: ¡Vive Dios, bárbaro necio, que te he de sacar el alma que obró tales desconciertos! ¿Eso me respondes cuando la resolución espero de las órdenes que di? DUQUE: ¡Qué desdicha! Ya le ha vuelto la enfermedad que tenía. CONDE: Yo te suplico y te ruego que te retires, señor; sosiega un rato. CARLOS: ¿Qué es esto? ¿Conjurados estáis todos?
Salen FLORO y OCTAVIO
FLORO: Los pies, gran señor, te beso por la merced del perdón si hay perdón donde no hay yerro. CARLOS: ¿Yo no te mandé prender? OCTAVIO: Y soltar también. PORCIA: No puedo estar sin lástima aquí. ELENA: ¡Qué extraño olvido! DUQUE: Ya es tiempo de hacer lo que me mandaste. Porcia hermosa, si debemos obedecer, a tu mano la palabra y alma entrego, tuyo soy. PORCIA: Yo soy tuya, pues el rey lo manda. CARLOS: ¡Cielos! Esto no podré sufrir; no hay paciencia para esto. ¡Apartad, que si estos lazos juntan las almas, los cuerpos no han de enlazarse en su vida! ¿Qué tirano atrevimiento es el tuyo? Vos, Matilde, tenéis confuso y revuelto mi palacio. REINA: ¿Hay tal desgracia? CARLOS: ¿Luego loco estoy? PORCIA: Si vemos que me mandas desposar con el duque, y sentimiento muestra después vuestra alteza, ¿qué podemos pensar de esto? CARLOS: ¿Yo he mandado tal? ¿Yo mismo? PORCIA: Tú lo mandaste, diciendo en la presencia de Elena: "¡Mal me haga Dios si quiero a ¡Porcia!," y "Lo dicho dicho," dijiste engañando luego. ¿Es verdad, Elena? ELENA: Sí. CARLOS: ¡Loco de esta vez me han hecho! ¡Rebelados contra mí tiene la reina sus deudos y vasallos! ¿Qué venganza merece este menosprecio?
Sale BARLOVENTO llorando
BARLOVENTO: Déjenme entrar o, pues soy aire siendo Barlovento, me entraré sin que me vean. Príncipe, a pedirte vengo que a España quiero partirme, porque son justos y buenos los reyes de aquella tierra. CARLOS: Amigo, que así te debo llamar, porque sólo tú me tienes amor, ¿qué es esto que todos me llaman loco? BARLOVENTO: Eso ha sido muy mal hecho aunque no mienten, señor. CARLOS: ¿Tú también? ¿Codicia o miedo te rebelan? ¿Yo estoy loco? BARLOVENTO: Loco a secas no, que pienso que estás loco y locazo y loquísimo. ¿Fue bueno darme dos tratos de cuerda? ¿Éstas las mercedes fueron que yo esperaba de ti? ¿Los dos mil de renta en esto se resolvieron? ¡Ah, injusto! CARLOS: ¿Qué me dices, Barlovento? BARLOVENTO: Lo que tú mismo mandaste con esa boca que presto comerá la tierra. CARLOS: ¿Y tú lo oíste de mí? BARLOVENTO: No tengo orejas de mármol yo, como tú tienes el pecho. CARLOS: ¡Alto! Pues lo dicen todos, loco estoy, yo lo confieso, o quieren por mi soberbia castigarme así los cielos. Aquel rey que en Babilonia bestia pareció en un tiempo por su soberbia soy yo. Loco estoy y no lo entiendo. Discurro bien, siento bien, de mis acciones me acuerdo; a mí vienen los baldones y la locura está en ellos. Reina, este mal me precede o del cielo o de tu ingenio. Quédate, reina, con Dios. Goza en paz de aquese reino. Y tú, Porcia, goza al duque mientras yo rabio y padezco una locura insensible, un mal que no comprehendo, en un palacio confuso, en un laberinto ciego, en un reino que perdí por desvanecido y necio. REINA: Lágrimas causa en mis ojos. DUQUE: ¿Quién vio accidente tan nuevo? BARLOVENTO: ¡Ah, señor!, ¿sabrás firmar antes que te deje el seso a buenas noches? CARLOS: Sicilia, prevénme tus Mongibelos, aunque en mi cólera están más abismos y más fuego.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

El palacio confuso, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002