ACTO SEGUNDO


 
Salen el JUSTICIA y muchos CRIADOS, acuchillando a don NUÑO, y él retirándose, y el JUSTICIA no saca la espada
NUÑO: Yo no he de darme a prisión, don Pedro, aunque me matéis; porque es más segura cosa el no dejarme prender. JUSTICIA: Don Nuño, que os he avisado que estos lances excuséis, no lo ignoráis, y que siempre vuestro amigo he sido fiel; mas si vos, poco advertido, delante de mí os ponéis, no puedo excusar, don Nuño, las órdenes de mi rey. NUÑO: ¿Qué orden os ha dado Alfonso? JUSTICIA: Que os mate o prenda. NUÑO: Es crüel. ¿Así se mata en Castilla un Castro? JUSTICIA: Podrálo hacer quien, como yo, nació Lara, si no se deja prender. NUÑO: Señor Justicia Mayor, si de ese modo ha de ser, de éste pretendo librarme. JUSTICIA: ¡Muera! ¡Prendedle! NUÑO: No haréis; porque son rayos de acero cuantos movimientos veis.
Métele a cuchilladas. Sale doña ELVIRA
ELVIRA: Voces en la calle siento, y aun parece que tropel de gente acuchilla un hombre, y que él, animoso, a hacer llega desprecio de todos. ¿Quién será? Que conocer no le puedo, porque yo de tan poca edad a ser del convento de la Huelgas tierno depósito entré, que a nadie apenas conozco. Mucho le aprietan; mas él huye el riesgo, y prevenido socorro pide a los pies, por habérsele quebrado la espada. ¡Ay, desdicha infiel! Temí no fuera mi hermano; que, como por la crüel mano de un fiero alevoso murió mi padre, el que fue, si hoy sombra en bóvedas triste, rayo en la campaña ayer. Pienso que a mi hermano llegan a herirle el pecho también; que quien nació como yo, seguir con violencia ve a la voz de la corneja lo funesto del ciprés.
Sale don NUÑO, alborotado, sin espada
NUÑO: ¡Señora! ELVIRA: ¡Ay de mí! NUÑO: Escuchad. ELVIRA: ¿Cómo? NUÑO: El temor suspended; porque el justicia mayor con rigor y con poder me obliga a que me retire de una rigurosa ley, y en mi seguimiento viene porque orden tiene, del rey, firmada, para llevarme preso al castillo de Uclés. Vióme agora y lo intentó. Yo, viendo el peligro infiel, defensa a la espada pido, y faltóme como veis. Quise ampararme en la casa que yo primero encontré, (Mas si no me engaño, aquí Aparte vive don Diego Porcel. Su esposa es ésta sin duda. Mejor la hablaré después). Ya sé, señora, quién sois, y quien vuestro dueño es. Noble nací, no con dicha. Halle en vos consuelo fiel. Así vuestro hermoso rostro, que admirado el mundo ve, del agosto de los años viva triunfando el clavel. ELVIRA: Ya iguala vuestro cuidado al mío; piedad cortés será hacer que os tenga oculto el aposento que veis. Palabra os doy de ampararos. Bien podéis entrar en él. Acabad. NUÑO: Vos me dais vida.
Éntrase
ELVIRA: Atenta guarda seré, si no bastante defensa, hasta que lo venga a ser mi hermano, y llevarle pueda donde más seguro esté.
Sale don GARCÍA
GARCÍA: ¿Sola, hermana, y divertida, sin dar al tiempo atención? Mas si es imaginación de aquella sangre vertida de nuestro padre, es debida la tristeza al accidente, el callar al mal presente; porque siempre alivio halla la desdicha que se calla en el dolor que se siente. ELVIRA: Deja, señor, un momento, si es que yo puedo entre tanto dejar mi forzoso llanto, tu debido sentimiento; que agora el rigor violento de la justicia huyó un caballero, y se entró a pedir sagrado aquí; halle, hermano, amparo en ti, pues en mí piedad halló. En esa sala que ves se esconde; llamarle quiero. GARCÍA: ¡Justa acción! ELVIRA: ¡Ah, caballero! Salid afuera.
Sale don NUÑO
NUÑO: Después que obligado... ¡Ay de mí! GARCÍA: ¿Es sueño o verdad lo que miro. Verdad es pero la admiro y crédito no la doy. NUÑO: ¡Oh, qué infelice que soy! Pues cuando a sagrado aspiro, y es forzoso que presuma que le hallo en un amigo, me conduce a mi enemigo el hado fatal en suma. GARCÍA: Huyendo montes de espuma, solicita peregrina, puerto la nave, y vecina al abrigo que procura. Se ve, cuando más segura, ser de un huracán rüina. Así tú, que a lo inhumano de una prisión te negaste, cuando sin ella te hallaste, miras tu muerte en mi mano. Destrozo sangriento vano serás hoy de mi cuchilla, y pues eres navecilla, que abrigo al puerto le debe, seré huracán que le lleve a ser estrago en la orilla. ELVIRA: ¿Qué este es Nuño? GARCÍA: El que atrevido nuestra sangre derramó. ELVIRA: Pues, ¿cómo de mí fio la vida que he defendido? Mas si tan atento ha sido, noblemente confïado consulta a lo que obligado vive en tu sangre el valor. GARCÍA: A matarle. ELVIRA: No es error la venganza en tu cuidado ni que muerte a Nuño des; mas si cuando de su pecho la confïanza que ha hecho acerado escudo es. Reserva el castigo pues para mejor ocasión; que agora, en la prevención de cualquier sangriento estrago será más culpa el amago que después la ejecución. Lo ingrato que en ti acredito es voz de esa confïanza, porque deja tu venganza muchas señas de delito, ventajas mil te permito para borrar tu inquietud. Obra con solicitud, porque la ofensa que ultraja, se ha de vengar con ventaja, mas no con ingratitud. GARCÍA: (¡Oh, cuánto mi agravio siento! Aparte ¡Oh, qué dudoso me hallo! Si escucho a mi hermana, callo; si miro a Nuño, me aliento. ¿Qué haré si al golpe violento se arroja ciego el sentido? Templarme en lo prevenido, porque es más noble cuidado estimar lo confïado que castigar lo atrevido. Y aunque con justo ardimiento solicito la venganzas, pone en mí la confïanza leyes de agradecimiento). ¿Qué te hizo el flaco aliento de un anciano, en que se vía la espada, cuando reñía para impedir el suceso que más a su mismo peso que a la mano obedecía? De un caduco sin vigor de quien, aunque en mármol yace, de sus cenizas renace a despertar mi dolor, ¿qué hazaña fue, qué valor, matar con ciega osadía a quien cuando más fingía esfuerzo que le alentaba, de puro viejo, dejaba de vivir lo que vivía? Agora entre sombras nombra, aunque cadáver las mide, tu ciego error, y despide una voz en cada sombra. A mí me anima, no asombra. Mira cual es lo inhumano de tu acción, pues ya gusano por la boca de la herida culpa su voz despedida la violencia de tu mano. NUÑO: Castigo de un noble pecho, que casi llega a informarle es el correrse y pesarle de aquello mismo que ha hecho; y así, remite el despecho con que ver quieres vengado a tu padre, bulto helado; que a mí, al pesar remitido lo que tengo de corrido me sobra de castigado. Y tan falto de razones me deja tu proceder, que callo por no poder igualarte en las acciones; y tantas obligaciones hoy en mi afecto declaras que si a ti, pues lo reparas, confïado te he vencido. Yo, de puro agradecido, quisiera que me mataras, y a vos, señora, que daros mil gracias quisiera, veo que sólo puede el deseo con el silencio alabaros, no imperio para borraros tenga el tiempo esa beldad. Halle en la posteridad culto elevado y asombre en mármoles vuestro nombre, y en ecos vuestra piedad.
Hace que se va
ELVIRA: ¿Fuése? GARCÍA: Mal seguro va. Señor, don Nuño, advertid. NUÑO: ¿Qué es lo que mandáis? GARCÍA: Oíd. NUÑO: El gusto obediencia os da. GARCÍA: Mejor vuestra mano está de una espada acompañada; porque si alguno lograda vuestra prisión quiere ver, mal os podréis defender si os falta, Nuño, la espada. Tomad ésta; que interés me corre en que la admitáis, pues quiero que os defendáis para mataros después. Yo os la doy, aunque no es sin riesgo, pues si os la dejo y advertido os aconsejo que evitéis algún destrozo, aunque me veis que soy mozo, me mataréis como a viejo. NUÑO: A esta liberalidad siempre he de vivir atento; tanto, que mi rendimiento se halle en mi voluntad. Huella en la presente edad las más altivas cervices, pero en acciones felices, con que tanto satisfaces, si obligas con lo que haces, no ofendas con lo que dices.
Vase
GARCÍA: ¡Válgame Dios! ELVIRA: ¿Qué te ofende? Igual a tu sentimiento es el mío. A tus cuidados, los que mortales padezco, busca agora tu venganza. GARCÍA: ¿Permítesme que del riesgo deje ausentar al contrario, y agora me alientas? Veo que es necia tanta piedad donde el agravio no es menos. ELVIRA: La que ha tenido bastante materia es para que el tiempo la guarde en labrados jaspes; no te pese del afecto piadoso, porque pisar el blando humillado cuello, herir a la confïanza, ultrajar el rendimiento, no diera honor a la herida, sino vil infamia al hecho. Y no te valgas agora de decir que mis consejos son los que a tu brazo el golpe de la venganza impidieron; que los ánimos heroicos libran con bastante acuerdo la ejecución a la mano, y a la prudencia el acierto. De ésta te has valido agora, para lo demás esfuerzo te dio tu sangre; investiga, busca ocasiones, atento, en que a la tormenta suya concedas seguro puerto. Y si te faltaren manos y ánimo con que el deseo logres, yo, que hija soy de aquél que, en polvo deshecho, llanto debe a tu memoria, te daré para el efecto un ánimo en cada voz y una mano en cada aliento.
Vase. Sale LAÍN
LAÍN: Pensativo estaba el Cid... Y no más, aquí me quedo; porque mi amo lo está en Burgos, y el Cid lo estaba en San Pedro. GARCÍA: ¡Laín! LAÍN: ¿Señor? GARCÍA: Tu lealtad, tu diligencia y secreto hoy mi venganza aseguran. LAÍN: No el secreto será menos que la lealtad con que vivo. GARCÍA: La vida te va en tenerlo. LAÍN: Al caso vamos, ¡por Cristo! GARCÍA: Di. ¿Qué forma o qué remedio tendré, Laín, para dar muerte a mi enemigo fiero? LAÍN: Eso ha menester espacio. GARCÍA: ¿Qué espacio? LAÍN: Pues, ¿mucho es? ¿Menos es parecer de un letrado, y mira catorce textos, que dar la muerte a un cristiano? GARCÍA: ¡Ay, de mí! Buen consejero hallo en mis locas desdichas. Vete, por Dios. LAÍN: ¿Es buñuelo? Déjemelo usted pensar que yo lo diré bien presto; mas ya voy cerca sin duda. Ve aquí el modo, yo le tengo. Yo me he de fingir al punto un embajador, que vengo de Suecia. Tú has de ser mi porta-brazos, y luego después que al rey mi embajada se la haya dado en secreto, iré a visitar las damas; y cuando a mirar el bello rostro yo llegue, de Sancha, y los dos solos estemos. A Nuño irás, que aguardando estará para el efecto, y con tu daga, animoso, romperás su duro pecho. Y si Sancha se turbare, diré: "Dama, deteneos; que esto que miráis es cosa que allá usamos los suecos, y más los grandes señores; porque siempre nos comemos un caballero en gigote". GARCÍA: No hay insufrible tormento, en los que más siente un alma, como el de escuchar a un necio. Vete, por Dios, no me mates; vete y déjame. LAÍN: No puedo; hasta aquí burlas han sido. Pero ya que el sentimiento con que ves se traslada a ser dolor en mi pecho, ¡vive Dios, que has de vengarte! GARCÍA: ¿Hablas de veras? LAÍN: ¿Dirélo? Sí; que le importa a mi amo. Mas, ¡no! Que el castigo temo. Jura que no has de enojarte. GARCÍA: ¿Qué juro? Pues tú, ¿qué has hecho? LAÍN: En fin, tú me has de jurar que podré decir sin riesgo de tu enojo y de mi vida una cosa. En el remedio de tu venganza consiste. GARCÍA: Si eso ha de ser, yo te ofrezco mi palabra por quien soy. Así mi brazo y mi acero felices logren la herida que solicitan atentos para que por ella Nuño vierta el suspiro postrero. No he de enojarme. LAÍN: Pues, digo que soy de Costanza dueño. GARCÍA: ¿Qué dices? LAÍN: Que si te enojas, romperás el juramento y cesará la maraña. GARCÍA: Admiro tu atrevimiento; pues, ¿qué dicha se me sigue a mí de tu amor? LAÍN: Si entro de noche a ver a Costanza, si hasta su cámara llego, si las llaves de la puerta ella guarda en su aposento, ¿qué más dicha ha de seguirte? Entiéndeme, pues te entiendo; ¿qué quieres? Tu crïado soy. Lealtad guardo, valor tengo. GARCÍA: Pues di, ¿cómo a entrar te atrevas en casa de Nuño? LAÍN: ¡Eso! ¡Con mucha facilidad! GARCÍA: Mal me resisto. ¿Y el riesgo? LAÍN: No me ha sucedido mal. GARCÍA: ¿Si te ve Nuño? LAÍN: Eso temo. GARCÍA: ¿Sancha? LAÍN: Ésa, ¡sí me ha visto! GARCÍA: ¿Qué dice Sancha? LAÍN: Es un cielo; siente y llora tu mudanza. GARCÍA: ¡Ah, Sancha! ¡Cuánto en mi pecho para no acabarme, vive desatado el sufrimiento! ¡A lo que tu amor me llama, a lo que tu hermano ha hecho! Ojalá antes que en tus brazos me viera, y que hallara en ellos primer aliento a mi vida, segunda vida a mi aliento, que en las reñidas batallas de los moriscos encuentros corvo alfanje hiciera entonces que de mis hombros el cuello bajara a pedir sepulcro a la campaña sangriento. LAÍN: [¡Ya], qué triste estás! Anímate. GARCÍA: ¡Ah, Laín, qué poco esfuerzo vive en mí para esta empresa cuando de Sancha me acuerdo! Mas dime, ¿cómo dispones mi justa venganza? LAÍN: Pienso que habrá impedimento poco; mas deja que a disponerlo la solicitud mañosa llegue de mi tosco ingenio; que, cuando en oscura noche de los sentidos el sueño mas apoderado viva, sin duda te verás dentro de casa de tu enemigo. GARCÍA: ¿Qué escucho, piadosos cielos? Laín, si por ti mi brazo consigue este heroico hecho, cuanto valgo, cuanto fuere, cuanto espíritu poseo, y cuantas vidas me infunda el ver cadáver el cuerpo de mi enemigo, que en mí serán gloriosos trofeos, verás que, a ti agradecido por víctimas las ofrezco. LAÍN: ¿Soy yo deidad? GARCÍA: Eres ángel, y serás de hoy más un cielo. Dame esos brazos. LAÍN: ¡Por Dios, que te apartes; que te temo! GARCÍA: ¿Eso dices? Si me guías a conseguir mis deseos, todo mi caudal es tuyo, como a mi vida te quiero. LAÍN: ¡Jesús, Jesús! ¿Quién tal dice? ¡Que me abraso, que me quemo! Si te acuerdas de Virgilio, cuando en églogas diciendo "Formosum Pastor" estaba, mira que un lacayo feo soy, con alba y sin narices, barbado a lo nazareno, con el color de mortaja, y tan redondo de cuerpo que soy pipote con alma. GARCÍA: ¡Oh, qué gustoso me aliento! Ánimo, Garci-Velázquez, pues lleváis para este empeño un rayo en la blanca espada, un agravio en el esfuerzo, un dolor vivo en el alma y un muerto padre en el pecho.
Vase
LAÍN: Ánimo, Laín, que ya cobra su jüicio entero don García, y aunque os visteis en peligro no pequeño, sois Laín, y habéis de hacer como quien viene de buenos.
Vase. Salen COSTANZA y doña SANCHA, alborotadas
COSTANZA: ¡Señora, señora! SANCHA: ¡Ay, triste! ¿Qué tienes? COSTANZA: Con grande priesa Andrada en casa entró agora, y dijo que una pendencia mi señor había tenido con el justicia, y que de ella resultó encontrarse luego dentro de su casa mesma, con don García, y que juntos, según él se teme, es fuerza que se hayan dado la muerte. SANCHA: ¿Hay más tormentos? ¡Que tenga tanto sufrimiento el alma! Que al imperio no se venza de la desdicha, y se humille tristemente a su inclemencia! ¿Para qué quiero la vida?
Sale don NUÑO
NUÑO: Costanza, solos nos deja, y entra una luz. SANCHA: ¡Ya no siento caliente sangre en las venas! COSTANZA: La luz tienes aquí. SANCHA: Vete. COSTANZA: Voyme; en la calle me espera Laín. Al punto que le deje en mi aposento, las puertas cerraré como otra veces.
Vase
SANCHA: (¡Ay, de mí! Sin duda queda Aparte muerto mi esposo; que el rostro, la turbación, la tristeza con que Nuño entra en su casa, me ofrecen bastantes señas). ¡Muerta soy! NUÑO: ¿Qué tienes, Sancha? ¿Qué causa te desalienta? SANCHA: Dijéronme que tuviste la vida agora tan cerca de la muerte, que de sólo verte a mi ojos, es fuerza que me mate la alegría. Como a otros matan las penas; mas ¿cómo vienes tan triste? NUÑO: No sé qué te diga. SANCHA: Cierta es la desdicha que temo; no lo niegues, pues. NUÑO: Quisiera... SANCHA: ¿Quitaste la vida--¡ay cielos!-- a García? NUÑO: Bueno queda. SANCHA: Acaba, pues, de arrojar esa voz; que me atormenta aún pensar la dilación, Nuño, que has tenido en ella. (Eso sí, pase el tormento. Aparte Huíd del alma, tristezas. Buscad albergue, pesares. Gustos, contentos, no hay fuerza de los pasados enojos que vuestro poder no venzan. Loca estoy. ¡Mi amante vive!) NUÑO: Pues, ¿cómo tan descompuesta te tiene ese nuevo gozo? SANCHA: Hermano, porque si hubieras muerto al hijo, como al padre, sobraran con inclemencia para nosotros palabras injuriosas en las lenguas, rencor en los corazones, y faltara quien nos diera descanso a nuestro cuidado y a nuestras voces orejas. ¿Bueno está? ¿Vive García? NUÑO: Hice, hermana, resistencia al justicia mayor, que anda con orden del rey expresa para prenderme; me ha dicho que en mi casa me esté, y sea de manera que me niegue a sus ojos, porque es fuerza, si llega a verme, que el orden que el rey le ha dado obedezca. En fin, hermana, faltóme la cuchilla en la pendencia, entré a esconderme en la casa sin que ninguno me viera, de Diego Porcel, y viendo una hermosa dama en ella, y entendiendo ser su esposa, le pedí favor, y atenta a su sangre, me le ofrece. Juzgó entonces ella mesma que yo la había conocido; porque has de saber que esta dama que digo es la hermana de García, que en las Huelgas, convento que edificó nuestro Alfonso con grandeza, ha vivido, porque en él entró desde edad muy tierna; y a esta casa, que don Diego, por retirarse a su aldea, dejó, se mudó García con su hermana, por la pena de vivir la que la sangre de su muerto padre riega. En fin, no me conoció. Escondióme, cuando entra Garci-Velázquez de Estrada, y queriendo con violencia ejecutar su venganza, detuvo el golpe ella mesma, dándole a entender, hermana, que, pues yo con diligencia de las manos del justicia me acogí a las suyas, era descrédito de su sangre faltarme sagrado en ellas. Redújose mi enemigo y no sólo su nobleza para salir de su casa libres me dejó las puertas, mas para venir me dio en esta espada defensa. Mira si es justo el afecto de mi penosa tristeza, pues maté al padre de quien hoy con acciones tan nuevas y tan heroicas me obliga a que mi error encarezca, a que su agravio y mi culpa arrepentido lo sienta. SANCHA: ¿Y en qué quedaste con él? NUÑO: En que agora con más fuerza con más cuidado, con más solícita diligencia dice que me ha de buscar. SANCHA: Dime, por tu vida, ¿que ella fue quien te libró del riesgo? NUÑO: Fue mi amparo, y quien discreta quiso que igualase entonces su piedad a su belleza, a Elvira debo la vida. SANCHA: Bien está, no te entristezcas; que para consuelo tuyo lo que he escuchado me alienta; ya es hora de recogerte. NUÑO: Lo mismo hacer puedes. SANCHA: Entra. NUÑO: ¡Ay, don Lope, quien al mundo volverte vivo pudiera!
Vase
SANCHA: García suspende el golpe cuando halla en su casa mesma a Nuño, pero su enojo ni le olvida y le deja. Y doña Elvira, ésta fue más prudente y más discreta, más cuerda en lo ejecutivo, más piadosa en la defensa; pues ella escucha mis voces; que quien supo a la clemencia dar lugar en la venganza, ofrecerá más atenta noble remedio a mi agravio o dulce alivio a mi queja.
Vase. Sale don GARCÍA
GARCÍA: Cual en la noche oscura tras de la oveja tímida se arroja lobo crüel, que hambriento la despoja de la vida, así yo buscando vengo a Nuño, mi enemigo. Tomo esta luz por ver si en lo que sigo me lleva su esplendor sin embarazo.
Toma la luz, y al entrar, sale doña SANCHA
SANCHA: Dejo a mi hermano... ¡Ay, triste! GARCÍA: ¿Qué te asombra? SANCHA: ¿Eres vana ilusión? ¿Quién eres, sombra? GARCÍA: Sombra de lo que fui. SANCHA: ¡Qué falso engaño! Yo sí que soy la sombra. ¿Quieres verlo? Pues mira, si es que puedo merecerlo, en tu inconstancia mi infeliz empleo, en tu injusta mudanza mi deseo, en tus locos desprecios mis temores, en tus falsas promesas mis errores, sin que en tanta rüina a mis ojos vecina una esperanza vea, ni aliento alguno crea, sin sólo tormentos, engaños, impaciencias, deshonores, violencias, penas, infama, llanto. Y así verás, saliendo de este encanto, que yo, afligida, triste, cuidadosa, sin honor, impaciente, temerosa, sin vista, sin aliento, desdeñada, llego a ser, viendo tu tirano olvido, sombra de lo que soy y lo que he sido. GARCÍA: Un aliento, una vida, un alma hallo, que en ti mi voz inspira, y, aunque mi amor por ofendido callo, no en mi memoria el bien gozado expira, pues al favor de mi pasada gloria, yo, Sancha, he de ser tuyo; soberano dueño mío serás, pero primero he de tomar venganza de tu hermano.
Va a entrarse y detiénele doña SANCHA
SANCHA: ¿Cómo? ¿Qué dices? ¡Oh, qué trance fiero! ¡Señor, mi bien, espera! ¡Qué turbación! ¿Resolución tan fiera cuando me ves aquí, sigues furioso? ¿Eres tú quien dichoso, quien rendido en mis brazos, formó con tierno afecto dulces lazos, quien la azucena cándida fragante al jardín de mi honor robó triunfante, donde, bellezas dilatando, era adorno casto de su misma esfera? García, esposo, mira cuán poco el alma en mi temor respira. Límites pon al vengativo intento, verás mi rendimiento, que si antes amoroso trofeo de tu ruego fue glorioso, hoy en desdichas tantas será despojo humilde de tus plantas. GARCÍA: (¡Oh, qué desdicha! ¡Qué infelice suerte Aparte es la mía! Pues cuando con ánimo más fuerte riesgos mayores vengo atropellando, y a la venganza aspiro, me suspenden las lágrimas que miro. No son lágrimas, no, ni pueden serlo. Júzguenlo cuantos merecieren verlo. Líquidas perlas son, que la corriente dichosa anima de una y otra fuente, que en sus ojos formó naturaleza, naciendo de aquel risco de belleza. ¡Oh, qué beldad! ¡Qué luz! ¡Qué hermosa estrella! ¿Qué cielo soberano! ¡Mal rayo abrase la violenta mano de Nuño, pues por ella, por su sangriento y bárbara destrozo glorias que gozar puedo no las gozo). SANCHA: Mi señor, ¿qué respondes a mi ruego? GARCÍA: Que soy de nieve y que me abraso en fuego y a tu llanto quisiera, aunque me ves de bronce, ser de cera. Perdona, Sancha hermosa. No impidas mi osadía; que Nuño ha de morir.
Va a entrarse, y detiénele enojada, poniéndose a la puerta
SANCHA: ¡Qué villano! ¡Qué acción tan afrentosa! Justamente se infama quien no es cortés al ruego de una dama. ¿No permitió de Elvira la advertencia impulsos en tu casa a la violencia y, en la mía, resistes mi porfía? ¿Cuándo la sangre, dime, ha merecido más que las voces de un amor rendido? Pues, don García, advierte que de mi hermano no has de ver la muerte. Y si con el rigor que en ti conoces grosero porfiares, daré voces. Crïados hay en casa. Cerca tengo parientes. Mas yo, que basto sola, y que no escasa en ánimo he nacido, con los dientes, con la furia que ves en mis enojos, con el fuego que sale de mis ojos, y a fenecer mi vida se adelanta, dividiré en pedazos tu garganta. Entra, acaba, ¿qué aguardas? ¿Qué esperas? ¿Qué te tardas? A mis brazos te entrega; que si la muerte buscas de mi hermano, has de pasar por ellos, y puede ser, si con violencia llega mis brazos a vencellos en bárbara porfía, que sean los tuyos sepultura mía. GARCÍA: (Sin duda que me enseña Aparte a ser de su materia alguna peña, o alguna fiera horrible. Su espantosa crueldad en mí atesora, pues no me vence Sancha cuando llora, poca alabanza a mi piedad procuro. El jaspe, el bronce duro al buril obedecen, ¿y yo que en mi nobleza resplandecen los hechos que heredé de mis mayores, he de poner a lágrimas rigores, a lágrimas de quien por si merezco?) Déjame, Sancha, ir. Yo te obedezco. Ni seguiré a tu hermano, ni a la venganza animaré la mano, ni a ti quiero escucharte, ni verte ni hablarte, ni a mí tampoco verme, ni vivir ni alentarme ni entenderme, sino desesperado, sin jüicio, sin alma, desdichado pedir al horizonte o el más altivo y empinado monte albergue me dé oculto donde a pálido bulto la vida se traslade sin aliento, donde, siendo de fieras alimento, ni aún queden señas pocas de quien con ansias locas de la justa venganza se ha olvidado que pide un padre en un sepulcro helado y en mortales enojos ha obedecido al llanto de tus ojos.
Vase
SANCHA: ¡Aguarda, escucha, tente! ¡Qué furioso que parte! Pero no importa ya, si a ver presente una esperanza llego que partirse obligado de mi ruego. Mas, ¡ay de mí!, que temo el ausentarse. Pues, ¿No bastaba --¡ay cielos!-- mi esposo retirarse de mi amor, de mi voz, de mis desvelos? ¿Tanto tiempo, tirano, procurando al muerte de mi hermano; sino agora, que veo casi ya conseguido mi deseo, decirme que me deja, que sin alma se aleja, sólo por no ofenderme; que ya no quiere verme, que huye de mis ojos, que muere en sus enojos, que a va desesperarse, que a la gruta de un monte ha de entregarse, que vive sin aliento, que de las fieras ha de ser sustento? Y, ¿que esto escuche cuando más rendida? ¡O acaben ya los cielos con mi vida o fálteme en el mal que en mi se emplea, tierra que pise, claridad que vea!

FIN DEL SEGUNDO ACTO

Obligar contra su sangre, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002