ACTO SEGUNDO


 
Salen el CONDE, GERARDO, BATISTELA, y gente de acompañamiento
CONDE: ¿Qué eso pasa, Gerardo? GERARDO: De esta forma destruye las aldeas, y aún se llama señor de algunos pueblos después de aquel suceso donde murió Ricardo. De ti, señor, aguardo que se ha de castigar tan grande exceso. La noche desdichada que perdí de Leonarda las estrellas, de cuyas luces bellas tengo el alma abrasada, ya, señor, has sabido que el escuadrón de amigos dividido en defensa salió de Nardo Antonio. Digo mal, de un demonio para tantas injurias desatado cuyo valor osado dio bien aquella noche testimonio del ardor más terrible que él crüel, invencible, sustenta, de mis daños instrumento, que confusión y llanto por las calles, señor, escucharías; pero auméntanse más las penas mías. Ya tú has sabido cuanto aquella noche hizo el atrevido mozo si bien amigos suyos las esquinas guardaban, que el paso detuvieron de los amigos míos que quisieron mostrar ardientes bríos, pero con armas dobles los vencieron. Yo a su rigor opuesto con todos mis crïados estorbar procuré mi fin funesto, murió Ricardo, Arnesto, Leonardo, Julio y Floro, robando aquel tesoro de Nápoles más bello, asiendo la Ocasión por el cabello, suceso prevenido de aquel amor fingido. Salgo a la calle su valor temiendo, y apenas en saliendo pude mover los pasos cuando a matarme llegan, pero escapéme de sus fieras manos. Al fin, este bandido que a toda la nobleza persigue, de sus lenguas afrentado, quinientos forajidos ha juntado, éstos sin los doscientos amigos que de Nápoles sacaron dobles armas, que hallaron que como ejercitaban la milicia, sacarlas previnieron para el trance crüel que consiguieron. Yo, señor, retirado en una casería cerca de un pueblo corto, estaba de mis penas consolado, que allí me divertía viendo pacer el alba mi ganado, cuando la tropa llega de aquestos enemigos y roban lo mejor del corto pueblo. Yo mi casa despueblo con toda mi familia, temiendo sus rigores. Dejan mis labradores desierto el campo, y a contar me vienen como quedan perdidas las tierras más floridas y que nuevos rigores nos previenen. Los pueblos convecinos dejan los más vecinos despoblados, matan, destruyen, roban, sin poder defenderse. Unos dejan la hacienda en los collados donde tienen labranza, que más quieren perdella que perderse quien su rigor alcanza. Si es noble, muere, si es humilde deja lo que lleva escondido, pero si es español, premiado parte; que aqueste nuevo Marte amigable a españoles ha nacido. De esta suerte parecen. Remedie vueselencia aquestos daños que cada día sin estorbo crecen, pues tiene desengaños en Marco Jara, de este reino asombro, pues sin los muchos, que admirado nombro, mayores los previene porque si agora tiene juntas en pocos días sin alma tan valientes compañías. Si el castigo dilatas, llegará a ser señor de tantos hombres que al conquistalle, su poder asombres. CONDE: ¡Qué quiso Nardo Antonio, perdiendo mi amistad, dar testimonio de infames pensamientos! Pero, ¿por qué dilato castigo que merece infame trato? Gerardo, estad seguro que vengaros procuro. De Nápoles saldrán quinientos hombres de tan valientes nombres que defiendan los daños que pretendan hacer los forajidos, infame gente de hombre vil regidos. Presto sus mal nacidos pensamientos publicarán, a mi castigo atentos, de la muerte homicida el fin que les aguarda. En Nápoles publiquen este bando: "Diez mil ducados mando a aquél que me trujere la cabeza de Antonio y perdón del delito que tuviere" Y para testimonio de mayor diligencia, partan luego y en todas las aldeas de tan noble comarca, publiquen mi rigor a sangre y fuego. Quiero que presto veas cómo corta la Parca con su valiente filo aquel de estambre hilo, que inmortal se imagina. ¡Batistela! BATISTELA: ¿Señor? CONDE: Luego camina. Darás clara noticia a cuantos ejercitan mi justicia, diles que luego a mi presencia vengan, ni un punto se detengan; que he de darles el modo para prender a Nardo que presume gallardo, aniquilarlo y deshacerlo todo. BATISTELA: (Antonio va perdido, Aparte y aunque juré ayudarle, ocasión de verle he pretendido. Diez mil ducados pierdo si de la fe que prometí me acuerdo.) Señor, vuestra excelencia mande quedarse solo, que le importa a cierta diligencia. CONDE: Bien puedes tú, Gerardo, partir a tu descanso sin recelo. GERARDO: De ti mi honor aguardo. Guarde mil años tu persona el cielo.
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CONDE: ¿Qué quiere, Batistela? BATISTELA: Darte, señor, a Nardo Antonio preso. CONDE: ¿Cómo? BATISTELA: Cierta cautela intento, en tu promesa confïado. ¿Diez mil ducados mandas a quien lo prenda? CONDE: Sí, darélos luego. BATISTELA: Yo sé muy bien la tierra donde reside Antonio. Con cincuenta soldados le prenderé si tu palabra cumples. CONDE: Los más ejercitados en los trances de guerra. Te daré, Batistela, si le prendes, diez mil ducados. Parte mientras que yo publico en Nápoles el bando. Y libertad a quien le prenda mando. BATISTELA: Señor, esta cautela importa disponer. CONDE: Serás testigo del premio si me prendes mi enemigo. BATISTELA: (Avisaréle a Antonio Aparte que el virrey le amenaza, diez mil ducados dando a quien le prenda, no porque intento que mi amor entienda, sino porque se guarde de algún traidor cobarde que le prenda primero y me quite el dinero; que yo por su persona solicito. No han de llamar servir al rey delito.) CONDE: Dispondrás, Batistela, de esta prisión el modo. BATISTELA: Tú verás que te sirvo con el mayor cuidado. Yo quedaré premiado con ventajas mayores. Los que sirven al rey no son traidores.
Vanse. Dentro ruido de guerra. Salen muchos villanos huyendo de NARDO, acuchillándolos, y ellos se van
BELTRÁN: ¡Huye, Pascual, que es demonio! NARDO: ¿La cara volvéis, villanos? PASCUAL: Razón es, pues que tus manos dan de un diablo testimonio. NARDO: Déjalos, pues van huyendo, el lugar queda asolado. BELTRÁN: Echa, Martín, por el prado, que van del bosque saliendo mil enemigos soldados. Guarda, Pascual, tu pollino que está en el prado. PASCUAL: Imagino que nos dejan desollados.
Vanse los villanos
NARDO: Vida trabajosa es ésta, mas si extiendo mi poder, Nápoles mío ha de ser, pues que ya mi honor me cuesta. Yo tengo ochocientos hombres que se han juntado bandidos, que gozan por atrevidos de los más valientes nombres. Todos dejarán las vida[s], pues me tienen afrentado, aunque no menos vengado quedo de haciendas perdidas. Solamente por los soles donde me siento abrasar, honrados han de pasar los que fueren españoles. De esa nación al valor siempre aficionado he sido, y si yo hubiera nacido español, ¿qué más honor? Son declarados leones al son de la trompa y caja, y al fin llevan la ventaja a todas las más naciones. Yo dilato mi poder con rigurosas hazañas, por estas nobles campañas, después que las llego a ver. Toda esta tierra disfruto y llevados con amor, me pagan como a señor seis lugarejos tributo.
Sale LEONARDA muy bizarra, de corto vestido, y MORÓN, y sacan presos a MARTÍN, PASCUAL, y BELTRÁN, labradores
MORÓN: Anden, pues, ¡cuerpo de Dios! MARTÍN: ¡Su merced tenga clemencia! MORÓN: Hoy te traigo a tu presencia villanos de dos en dos. NARDO: Huélgome que los traigáis, que estoy un poco enfadado. PASCUAL: ¿Enojado? ¡Mal pecado! Hoy la vida nos quitáis. NARDO: ¿Haste cansado, Leonarda? LEONARDA: No, mi bien, nunca me canso. Contigo siempre descanso. NARDO: ¡Por Dios, que vienes gallarda! MORÓN: Esténse quedos aquí, que están hablando los dos. Ya acabarán, y ¡por Dios!, que se han de acordar de mí. LEONARDA: Como tu amor no consiente que en traje de hombre me vista, y es fuerza en esta conquista acompañar a tu gente, en hábito corto vengo. MORÓN: Así pareces mejor. Mujer te quiere Amor. LEONARDA: A tu gusto me prevengo. NARDO: Cánsanme a mí las mujeres que hábito de hombre se visten. En el de mujer consisten sus más bizarros placeres. Lo honesto admite corona en su mismo traje puesto, y jamás lo deshonesto en otro traje aficiona. No hay sainete para mí como unos bajos airosos. Por descubiertos medrosos siempre este gusto sentí. Ahora, bien cansada estás. Cerca está el alojamiento. Vete a descansar. LEONARDA: Si siento, es el no verte jamás. No luce el sol a mis ojos si no te tengo presente. Causan las flores, ausentes, más que deleites, enojos. Y en vez de dulces sabores, cuando en tu ausencia me veo, pasa amor en mi deseo desabrimientos mayores. No hay risa en arrojo o fuente que divierta mi sentido. Antes se juzga corrido de su apacible corriente. NARDO: Parte, mi bien, no remuevas la llaga de amor que es tal que a su remedio inmortal mayores finezas debe. Vive amor en quien adoro, que en acciones semejantes que son siglos los instantes que ausente padezco y lloro. Tú aumentas más mi poder, pues cuando ausente me veo, con mayor valor peleo, sólo por volverte a ver. Al ejército camina, que yo no te traigo aquí para pelear por mí sino por deidad divina; y aunque te parezca loco, cuando te miro en la tierra en cualquier trance de guerra, como a mi deidad te invoco. Que tanto te desigualas a las mujeres del suelo que te imagino del cielo, valor de las diosa Palas. Ya pensamientos sutiles cuando te miran no más, licencia de amarte das con presunciones gentiles. LEONARDA: Siento mucho que aventures, teniendo gente, tu vida. NARDO: No la juzgues tan perdida ni su deshonor procures. Cien villanos en cuadrillas, cuando con ellos me enojo, hasta el cielo los arrojo hechos menudas astillas. Vete, pues. LEONARDA: Dame los brazos. NARDO: Toma el alma. Llega al pecho. ¡Oh, lazo de amor estrecho, finge eterno muchos lazos! LEONARDA: Como tú, Antonio, me des la cabeza de Gerardo, con muchos lazos te aguardo. NARDO: Yo te la pondré a tus pies. LEONARDA: Con eso parto contenta.
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NARDO: El alma llevas tras ti. MORÓN: No se me aparten de aquí hasta que les pidan cuenta. NARDO: ¡Ahora bien! ¿Quién son aquéstos? MORÓN: Los más ricos del lugar. MARTÍN: Su mercé mos quiere honrar. MORÓN: Solamente pueden éstos sustentar toda tu gente. NARDO: ¿Tú, quién eres? MARTÍN: El alcalde. NARDO: ¿El alcalde? Desatalde. MARTÍN: El cielo tu vida [a]umente. NARDO: ¿Y tú? PASCUAL: Yo soy regidor. NARDO: ¡Lucida gente son todos! ¿Y vos, quién sois? BELTRÁN: De mil modos soy en el lugar doctor. NARDO: ¿De mil modos? ¿De qué suerte? BELTRÁN: Soy boticario, barbero, albéitar, doctor, y espero ser comadre. MORÓN: ¡Oficio fuerte! BELTRÁN: Válenme poco las curas. Por eso los mato presto. MARTÍN: Y si no hay remedio en esto, hará de aquestas locuras dos mil; a mi suegra antaño en dos días la mató. NARDO: En esa cura acertó. MARTÍN: Hízome notable daño, porque todos me temían sacando a mi suegra al lado, y si decía enojado, "¡Aquí de mi suegra!", huían. NARDO: ¿Qué dinero te valió esta muerte? BELTRÁN: Cuatro reales. NARDO: ¿Cabales? BELTRÁN: No eran cabales, un cuarto menos me dio. NARDO: Que mal te pagaron, digo. MARTÍN: ¿Cómo, señor? Esto niego. NARDO: Más merece. Dalde luego cuatro fanegas de trigo. BELTRÁN: Esa sentencia me alegra. NARDO: Vos no debéis de pensar lo que le importa a un lugar que le maten una suegra. ¿Hay mucho trigo? PASCUAL: Señor, de aquestos años de atrás poco cogido hallarás. Este año ha sido mejor. NARDO: Decid cuánto tiempo habrá que matasteis esa suegra? MARTÍN: Más de un año en hora negra. y bien cumplido será. NARDO: ¿Veislo si lo digo yo? Todo el tiempo que vivía, poco trigo se cogía, pero así como murió se han mejorado los años. PASCUAL: ¡Pesia a tal! Tiene razón. BELTRÁN: Era la suegra un Nerón. Murió y cesaron los daños. NARDO: ¿Tenéis alguna doncella en vuestro lugar? PASCUAL: Ninguna. BELTRÁN: Martín, tiene sola una que el barón Gerardo mella. La moza cumpl[ió] San Juan cuatro meses de preñada. Si ésta, señor, os agrada, luego al punto os la traerán. NARDO: ¿Gerardo la tiene? MARTÍN: Sí. MORÓN: Sí, señor, de cuando en cuando. NARDO: Déjalos. MORÓN: ¿Estás hablando con algún zamarro? Di. NARDO: ¿Adónde tiene Gerardo esa mujer? MARTÍN: Señor mío, él es un gentil jodío. De ti mi remedio aguardo. Aquí cerca de esta aldea, vive en una casería donde la deshonra mía sólo acrecentar desea. Dos años habrá, señor, que la dio con más intento palabra de casamiento porque le diese mi honor. Llevóse al fin la rapaza y nunca se la cumplió, y porque se la pidió con su rigor la amenaza. Tiénela en lugar de amiga sin que se case con ella, duélete de esta doncella con huesos en la barriga. Hazle, señor, que se case. Así Dios te dé salud que no es bien que la virtud que tiene mi honor abrase. Dice que porque es villana, no ha de casarse con ella, siendo, señor, la doncella más hermosa que doña Ana, la que es la mujer del sol que no quiere su belleza igualar con mi pobreza. Él es de infamia crisol. NARDO: ¡Ahora bien! Haced por mí una cosa. MARTÍN: Sí, haremos. Nuestras palabras ponemos de cumplirlo. NARDO: ¿Haréislo? TODOS: Sí. NARDO: Pues esto que digo haced, porque si no, he de quemar de una vez este lugar. MARTÍN: Dígalo, pues, su merced; que lo harán de buena gana. NARDO: Si me queréis por amigo, veinte fanegas de trigo cocidas cada semana por tributo habéis de darme para que mi gente coma. BELTRÁN: Luego la palabra toma. NARDO: Y para más obligarme, treinta cántaras de vino habéis de darme también. MORÓN: ¡Miren que añejo los den! MARTÍN: Que se cumpla determino. NARDO: Todo lo demás me dan los demás lugares míos. MORÓN: Muéstrale al lugar tus bríos. MARTÍN: Digo que lo cumplirán. NARDO: Pues en premio, con Gerardo esta noche casaré a vuestra hija. MARTÍN: Seré, si tal hacéis, noble Nardo, vuestro esclavo. NARDO: Cuando el sol recoja su luz al mar, me podéis aquí aguardar. MARTÍN: Pienso que sois español, pues tal nobleza mostráis. NARDO: Ese nombre envidio solo más que las obras de Apolo. MARTÍN: Pues que licencia nos dais, a nuestro lugar volvamos. NARDO: Mirad que otra vez os pido que cumpláis lo prometido. MARTÍN: Sí señor, sí cumpliremos; pero mirad que os aguardo en el puesto que sabéis. NARDO: Yo lo haré. MARTÍN: Pues si lo hacéis, será mi yerno Gerardo.
Vase MARTÍN
NARDO: En efeto, tengo ya que me amparen seis aldeas. [MORÓN]: Que rey del mundo te veas mi propio gusto será. NARDO: Encarecimientos deja. Tú eres español leal. Dime si algún desleal de mi condición se queja. Ya sabes que te he mandado que sirvas de doble espía, que entre esta gente podría algún altivo soldado viéndome tan gran señor, envidiar mi buena suerte y procurarme la muerte por acrecentar su honor. MORÓN: Siempre en todos conocí una condición leal, mas, si no sospecho mal, cierto mozuelo hay aquí que se llama Pedro Talla, que dejó en cierta ocasión sospechoso el corazón. En fin estos son canalla. Empezóme a murmurar del estado en que te vías, dando a las sospechas mías a más recelos lugar. Procura, Antonio, saber si ofenderte ha procurado. NARDO: ¿Eso pasa? MORÓN: Esto he pensado, y aun lo he llegado a creer. NARDO: ¿No es éste que viene? MORÓN: Sí; ten silencio. NARDO: Si tendré, que con engaño sabré si quiso matarme a mí.
Sale PEDRO Talla
PEDRO: Aquesta carta ha llegado del compadre Batistela. Mira, si importa, leeréla. NARDO: En fin es amigo [honrado].
Lee
PEDRO: "Diez mil ducados promete el virrey a quien trajere tu cabeza, y perdón de cualquier delito. Guárdate de Gerardo, que es el mayor enemigo que tienes, pues al virrey y a todos sus soldados incita para que te prendan o te maten. Recibe este aviso y avísame de tu salud. Batistela" [NARDO]: Gerardo rigor advierte. Hoy nos veremos los dos, y si porfía, ¡por Dios! que ha de vengarme su muerte. De mi campo bien sé yo que ninguno ha de venderme. PEDRO: (Si hallo ocasión de atreverme Aparte el primero seré yo. Premio de diez mil ducados asientan más mi cautela. Si de mí no se recela daré fin a mis cuidados). NARDO: (De este tengo de saber Aparte si su traición es verdad). PEDRO: (Valor y necesidad Aparte poderosos han de ser). NARDO: Descansen los nobles bríos de mi escuadrón alentado, pues mala noche ha pasado en estos bosques sombríos. Tú, Pedro Talla, podrás aguardarme aquí; que espero cierta ocasión donde quiero que tú me ayudes, no más. PEDRO: A servirte me prevengo. NARDO: Ya conozco tu valor. Cierta empresa de mi honor esta misma noche tengo, y he de llevarte conmigo para vengar un desdén; que a tales casos es bien llevar tan valiente amigo. Carga muy bien la pistola porque ha de haber ocasión y es buena la prevención. PEDRO: Basta a vengarte ella sola. NARDO: Aquí puedes descansar, pues la noche no has dormido... PEDRO: Confieso que estoy rendido. NARDO: ...que yo te vendré a avisar al tiempo que el sol se muestre. PEDRO: Así podré sosegar, pues me da el tiempo lugar de que la pistola apreste. De ti quedo agradecido, pues sólo me has señalado para llevarme a tu lado. NARDO: Tu valor he conocido. Quédate a Dios. PEDRO: Él te guarde. NARDO: Yo a llamarte volveré. (Con esta industria sabré Aparte si tienes valor cobarde).
Vase
PEDRO: No pudiera desear más apretada ocasión. Esta noche mi traición gozará tiempo y lugar. Diez mil ducados promete el virrey por Nardo. Aquí favorablemente así la Ocasión por el copete. Para agora es el valor; quitarle tengo la vida mal guardada y bien vendida que asegura mi rigor que tiempo y lugar me den. Cuando un hombre, si le agrada, emprende una cosa honrada, todo le sucede bien. Armada está la pistola, mas porque mejor lo esté, dos balas más echaré. No lleve una bala sola. Cuando del bosque salgamos tendrá lugar mi traición, que es famosa la ocasión entre estos soberbios ramos. Éste con soberbia loca todo lo manda y deshace. Bien es que su muerte trace pues a venganzas provoca. Pretendo descanso, el fin que llegue ya deseando, y después en despertando repasaré el polvorín.
Échase a dormir, la pistola junto a sí, y sale NARDO
NARDO: (Ya Pedro Talla estará Aparte entre estas flores dormido donde apacible sonido pulsando el céfiro está. De estos enemigos míos recelo alguna traición. Yo quitaré la ocasión, sirviendo al rey con mis bríos. Al virrey escribiré me deje a Flandes pasar donde al rey podrá importar la gente que llevaré. Si capitán de caballos me hiciere, le iré a servir. Dejaré de conseguir dar a mi valor vasallos. ¿Si estará dormido Pedro? Ya lo está, pues no responde. Pues que mi gente me esconde este laurel y este cedro, desarmaré su pistola. Industria valiente es ésta. No hallará Talla respuesta en esta pistola sola. Una, dos balas tenía, ¡crüel amigo, por Dios! Si al valor de aquestos dos matar a Nardo quería. ¡Por Dios, que hay segunda carga! Otra bala ha prevenido. ..................... [ -ido]. Intento traidor descarga mi brazo. Ahora bien tornemos a cargarla con arena si estaba de plomo llena. Lleva también. Dejemos. Si éste me quiere matar, presto lo podré saber. Si quiere, no ha de poder y yo le he de castigar. Ya queda muy bien cargada, en su lugar la pondré, y pues que el sol no se ve, y la ocasión es llegada de ir a buscar a Gerardo que está quitando el honor a aquel pobre labrador, a quien dar remedio aguardo, yo le llamo. ¡Talla, amigo!
Despierta [PEDRO] Talla
PEDRO: ¡Oh, capitán! ¿Es ya hora? NARDO: Si, amigo. Vamos; que agora he de hallar a mi enemigo. ¿La pistola está cargada? PEDRO: ¡Pesia a tal! Famosamente. El polvorín solamente prevengo. NARDO: ¡Buen camarada! Aquese río pequeño pasaremos por un palo que sirve de puente. PEDRO: Igualo con la amistad que te enseño la que recibí de ti. (Dejaréle yo pasar Aparte delante, y le he de matar). NARDO: (Si aquéste es traidor, aquí lo he de ver). He de ir delante. PEDRO: Pasa, capitán. NARDO: (Si tira, Aparte adonde mi muerte mira, se la daré en un instante). Ven tras mí. PEDRO: Ya yo te sigo.
Tira y no da fuego sino en el polvorín
NARDO: (Tiró). Aparte La ocasión erraste. Donde mi muerte pensaste, hallas la tuya, enemigo.
Tira NARDO con otra pistola
PEDRO: ¡Ay, que me han muerto! NARDO: ¡Cayó! En el río le echaré. Con buena industria maté a quien matarme pensó. Ya de éste traición no aguardo. Vengué su infamia muy bien. Para matarle también voy a buscar a Gerardo.
Vanse. Salen GERARDO y CELIA, villana, FLORO y LISENO
FLORO: Sea su merced, señor, a su casa bien venido. GERARDO: El cuidado me ha traído de un bien encendido amor. No hay gusto que me le dé como verte, Celia hermosa. Llamarte puedes dichosa cuando conoces mi fe. Muéstrame los ojos bellos vertiendo de alegre risa pues mi grande amor te avisa que tengo mi gusto en ellos. Ese velo peregrino de dos cielos adornado, cubierto me da cuidado. Desdeñoso le imagino. Vuelve, vuelve luz al valle porque si adelante pasas, con mayor rigor le abrasas, alienta brío tu talle. Porque juzgando rigores en esos de amor desdenes, el prado abrasar previenes, marchitar quieres las flores. Esa luz de ardores rica abrasa el valle cubierta, pero si está descubierta mil favores pronostica. Nuevo modo señorean, a ser increíbles pasan, pues que cubiertas abrasan, descubiertas lisonjean. CELIA: Esos requiebros, Gerardo, con que tus valores sumas son del viento leve plumas. No finjas amor gallardo quien despreciada me deja, buscando ajena beldad, quien dé gusto en la ciudad dejando en el campo queja. No acierta brasas en hielos de otro amor aficionado, cuando sabe que ha dejado en Celia ocasión de celos. El mayor fruto de amor con engaños me llevaste, pues si debiendo olvidaste, ¿para qué finges amor? Deleite el tuyo se llame, que quieres gozar en mí, para que cobre por ti eterno nombre de infame. Mira si castiga el cielo la palabra que me diste, que porque no la cumpliste pierdes tu mayor consuelo. Vete, vete a la ciudad, donde tu amor se confirme, que yo en mis rigores firme olvido mi voluntad. GERARDO: Celia hermosa, yo confieso que libre amor presumí, pero ya vuelvo de ti con mayores lazos preso. No te parezca fingido este pensamiento nuevo. Ya sé que el alma te debo. No puedo ser tu marido pero palabra te doy que sin mudar la fortuna, no lo he de ser de ninguna pues que tuyo no lo soy. Más, mi Celia, estás honrada cuando te adoro gallardo, siendo amiga de Gerardo que de un villano velada. Iguala al sol mi nobleza, blasón defiendo lucido y quedará deslucido si le igualo a tu belleza. Desaten tus ojos bellos, mezclando de amor ensayos, para que me abrasen rayos y para vivir en ellos. CELIA: Ello es rigor de mi suerte, como te adoro te creo. La mitad de mi deseo cumple amor con sólo verte. Bien el cielo me castiga. Soy desdichada y dichosa y ya que no de tu esposa doyte la mano de amiga. GERARDO: Pastores, bajad al valle. Haced de las bellas flores corona a Celia, pastores, corto premio de su talle. Prended, cuando perlas llora el alba las aves bellas para que le canten ellas como a más divina Aurora. Siéntate, Celia, llegad esas dos sillas aquí, y pues su rigor vencí, vengan, zagalas, bailad. Floro, de esas caserías llama las serranas bellas, porque participen ellas mis mayores alegrías. CELIA: Será darme celos. GERARDO: Pues, alguna cosa contad. ¿No hay ninguna novedad en este valle después que a Nápoles me partí? FLORO: La que hay es este demonio que le llaman Nardo Antonio. GERARDO: Pues, ¿qué ha pasado? Decí. LISENO: ¡Hola, Floro, habla pasito, que no sabemos si escucha. FLORO: ¿No veis que hay distancia mucha del suyo a aqueste distrito? LISENO: ¡Qué mal, Floro, conocéis a las paredes de hogaño. FLORO: Ya sé, aunque os parezca extraño, que es justo que os receléis. LISENO: Este Nardo es adivino, y si lo llega a saber, en cruz no ha de poner. FLORO: ¡Qué no hará! LISENO: Sois peregrino.
Dentro
NARDO: Aguardadme aquí los dos. GERARDO: ¡Hola, Floro! ¿Quién ha entrado? FLORO: No está el postigo cerrado. GERARDO: Andad, pues. Cerradle vos. FLORO: ¡El dimuño que allá salga! GERARDO: Floro, andad. ¿Qué os detenéis? FLORO: Yo voy.
Sale NARDO Antonio
NARDO: ¡Tente! LISENO: ¿No le veis? FLORO: ¡Santo Toribio me valga! GERARDO: ¿Quién eres? NARDO: ¿No me conoces? GERARDO: ¿Eres Nardo Antonio? NARDO: Sí. GERARDO: ¿Que aun no me dejen aquí estos tus bríos feroces? Siempre en mis mayores gustos como tú en soberbia creces, Nardo Antonio, te apareces para causarme disgustos. Querrás a Celia quitarme como quitaste a Leonarda. NARDO: Otra ocasión más gallarda pudo, Gerardo, obligarme. Vengo a casarte con ella. Palabra y honor le debes y hanme dicho que te atreves a no cumplilla y rompella. Que con ella te casases su buen padre me rogó, y Leonarda me pidió, Gerardo, que te matase. Por las leyes de mi amor quedé a matarte obligado; y a casarte lo he quedado por las leyes de mi honor. Palabra di de matarte, y de casarte la di. Esta vez las dos cumplí solamente con casarte. Mi verdad puede advertirse con un lazo solamente, pues ya dicen comunmente, que es el casarse morirse. Y no es fingido rigor si llega forzado el gusto porque el casarse a disgusto es la desdicha mayor. FLORO: Señor, de casar se trate. NARDO: Callad, villanos vosotros. LISENO: ¿Mas que nos casa a nosotros? FLORO: Mejor será que nos mate. GERARDO: Nardo, advierte mi nobleza. NARDO: ¡Qué engañada presunción! Ese guardado blasón no le mancha la pobreza. GERARDO: Y no me puedo casar. NARDO: ¿No puedes? GERARDO: No. NARDO: ¡Vive Dios que he de casar a los dos o los tengo de matar! Probar tienen mi rigor si segunda vez me enojan. Casarse o morir. Escojan lo que les está mejor. CELIA: Yo, Antonio, casarme quiero porque me debe mi honor. GERARDO: Suspende, Nardo, el rigor. Mira que soy caballero. NARDO: ¿Diste la palabra? GERARDO: Sí. NARDO: ¿Débesla su honor? GERARDO: También. NARDO: ¿Amas? GERARDO: Y siento el desdén. NARDO: Pues, ¿qué te acobarda? Di. GERARDO: La mancha de mi nobleza. NARDO: ¿Por qué, cuando la engañaste, esa mancha no miraste? GERARDO: Cegóme allí su belleza. NARDO: ¿Dúrate de amor el fuego? GERARDO: Para deleite me dura. NARDO: Para deleite, procura casarte con ella luego o mataréte, ¡por Dios! GERARDO: Mi deshonor considera. NARDO: En esa sala os espera quien os despose a los dos. Mira que resuelto estoy. Elige, Gerardo, el medio. GERARDO: ¿No hay remedio? NARDO: No hay remedio. Entra a casarte. GERARDO: Ya voy. NARDO: Y advierte sin replicarme, que me escribió cierto amigo que busca como enemigo ocasión para matarme. Si es verdad, rigor tendré. Detén en mi ofensa el paso porque si agora te caso, mañana te mataré. GERARDO: Es verdad, pero en efeto, de hoy más no quiero ofenderte. NARDO: Que lo prometes advierte. GERARDO: Sí, Antonio, yo lo prometo.

FIN DEL SEGUNDO ACTO

Nardo Antonio, bandolero, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002