ACTO SEGUNDO


 
Sale PANTOJA, de hermitaño, que trae unas hierbas y pan en una cesta
PANTOJA: Deo gracias, padre Abrahán, ya están cogidas las hierbas, que son las dulces conservas que en este desierto están. Gastado los dedos tengo de arar aquestas riberas, pero ya no hay acederas en los campos donde vengo. Penas se vuelven las glorias que el desierto nos ha dado, pues la simiente ha faltado de acelgas y de achicorias. Y si va a decir verdad, tomara yo una pechuga mejor que no una lechuga en esta necesidad. Mas para mayor congoja, según soy de desdichado, en tan infeliz estado lo vendrá a pagar Pantoja. Para engañar este pan estas hierbas he cogido, que son el mejor condido que en esta cocina dan. Miren la miseria suma de mi dichoso suceso, pues sirve el troncho de hueso y la hoja sirve de pluma. La carne no hay que buscalla, porque aquí la mejor polla viene a ser una cebolla, y ésta es menester hurtalla. Pues vino no hay que tratar, porque aquí sirve de vino un arroyo cristalino que hace a las tripas guerrear. Pantoja, no hay que quejarte, come las hierbas y el pan, porque si viene Abrahán no te cabrá tanta parte. Digo que tomo el consejo, pues es del mal lo menor, si bien tomara mejor un trago de vino añejo. Mas cuando no tengo lomo, suele decir el refrán, si longaniza me dan, con longaniza el pan como. Y así habré agora de hacer, porque hallo que es peor y más crecido dolor tener hambre y no comer.
Siéntase PANTOJA a comer. Sale ABRAHÁN por el monte, con cabellera larga y negra
ABRAHÁN: Las puntas de aquestos riscos, que sirven de almenas altas, en que las aves nocturnas a su criador le dan gracias; los levantados pimpollos de las sabinas copadas en que del rigor del tiempo el jilguerillo se escapa; las frescas y amenas sombras de las siempre verdes hayas, en que del calor del sol el pasajero se ampara; los tomillos y cantuesos, entre cuyas secas ramas el conejuelo se abriga contra la nieve y la escarcha; la tórtola que se arrulla y con sus lamentos canta lo dulce de sus amores que la entretiene y regala; el ruiseñor vocinglero, que cuando despierta el alba dice al mundo su venida con mil pasos de garganta; el plateado pececillo, que en las fugitivas aguas forma alegre escaramuza, siendo de viento sus alas; están enseñando al hombre que naturaleza humana sólo para su sustento fabricó cosas tan varias. Y a mí entre aquestos peñascos, el ruiseñor, la calandria, el jilguerillo, el conejo y el pez en campo de plata, me enseñan a dar gracias al que hizo la esfera tachonada, pues por el hombre sólo formó lo que hay de un polo al otro polo. PANTOJA: Abrahán viene embebecido, con la memoria ocupada en considerar las peñas, los álamos y las palmas; y yo también me divierto después de llenar la panza, séase de lo que fuere, en qué comeré mañana. La carne no me da pena porque ya están enseñadas mis tripas a comer verde, como borrico que sangran por mayo para que engorde hartándole de cebada. Sólo siento que en el campo se acaben las zarandajas de la silvestre lechuga, de la acedera gallarda, del rapóntico sabroso y de la achicoria amarga. Porque en efecto estas hierbas, aunque de poca sustancia, son de hermitaños hambrientos el perejil y la salsa. Y después que mi panza se satisface de estas zarandajas, por no mostrarme ingrato, le doy al cuerpo un sueño de barato. ABRAHÁN: Conozco, Señor divino, que a mi tosca lengua faltan himnos con que engrandeceros, con que os alabe palabras, con que os regale ternezas, con que os enamore gracias, con que os agrade suspiros; pero recibid mis ansias, no despreciéis mis deseos, que si aquestos tienen paga en vuestra sacra presencia, los que están en mis entrañas son grandes; bien reconozco que de mis culpas la carga muchos infiernos merece y es digna de eternas llamas. Pero no, Señor inmenso, que bien sé que a quien os llama, aunque más pecador sea, no le negáis vuestra gracia. Y así, Pastor soberano, haced de vuestra manada este humilde esclavo vuestro, y admitid en vuestra casa a mi sobrina María, y libradla de las garras del lobo, que ya furioso pretende despedazarla.
Ha ido bajándose
A su celda llegar quiero y ver en qué está ocupada. ¡Pantoja! ¿Qué estás haciendo? PANTOJA: (¡Descubrióse la maraña!) Aparte ABRAHÁN: ¿No me respondes, Pantoja? ¿Qué haces? PANTOJA: Padre, esperaba algún socorro del cielo. ABRAHÁN: ¿Y las hierbas? PANTOJA: No hay hallarlas, aunque por dos achicorias se dé un ojo de la cara. ABRAHÁN: ¿Estos tronchos de qué son? PANTOJA: Cogí tres o cuatro matas, parecióme no ser buenas, y por ver si eran amargas las probé, y como eran pocas el gusto no las hallaba. ABRAHÁN: [No debes de responderme;] ya conozco tus entrañas, Pantoja. PANTOJA: Padre Abrahán... ABRAHÁN: Tus intentos se declaran; ya sé que siempre procuras que se remedie tu falta y que perezcan los otros. PANTOJA: No se espante, que mis ganas, aunque son pocas, son buenas. Y como más cerca se halla la camisa que no el sayo... ABRAHÁN: Bueno está, Pantoja. ¡Basta! La caridad se conoce. PANTOJA: Aunque las uñas gastadas tengo de cavar la tierra, me parto al punto a buscarlas, para que comáis los dos. ABRAHÁN: Oye, escucha, no te vayas. ¿Sabes qué hace mi sobrina? PANTOJA: Ella siempre está ocupada en su celda o su retrete en contemplaciones santas. ABRAHÁN: Envidiarla puede el mundo. PANTOJA: Nunca ha visto la Tebaida en años tan delicados virtud y abstinencia tanta.
Suena música
ABRAHÁN: Parece que está cantando. PANTOJA: Yo sé bien que no cantara si hambre como yo tuviera; mas dicen que canta Marta bien después de haber comido. ABRAHÁN: Escuchemos lo que canta.
MARÍA canta dentro lo que sigue
MARÍA: "In te Domine speravi non confundar in aeternum". PANTOJA: ¿Qué quiere decir aquello? ABRAHÁN: Que el que pone su esperanza en Dios, no será rendido de los trabucos y balas del enemigo rugiente, que para rendir el alma debajo de varias formas con cautela se disfraza.
Canta
MARÍA: "Bonum est sperare en Domino quam sperare in principibus". ABRAHÁN: Bueno es esperar en Dios, dice agora, que se engaña el que favores espera de los reyes y monarcas. Que esperanzas de los hombre son de tan poca importancia, que el que piensa estar medrado más desmedrado se halla. PANTOJA: Bueno es eso, pero déme licencia para que vaya a buscar algunas hierbas para que coma la hermana María y todos comamos. ABRAHÁN: En buen hora ve a buscarlas, pero lo que agora hiciste has de advertir que no hagas otra vez. PANTOJA: Yo le prometo de no comer una rama, si no es que acaso la hambre me hace quebrar la palabra.
Vase PANTOJA. Pónese ABRAHÁN en oración y sale el DEMONIO, de pasajero
DEMONIO: Entre las grutas de estas altas peñas guerra me hace el cristalino cielo, adonde es la palestra opacas breñas, y adonde yo con ansia y con desvelo de mi pesar intento hacer reseñas; si bien no me asegura mi recelo que vencedor saldré de esta batalla, pero con todo quiero presentalla. Aquí quiero fingir que derrotado, del tropel de mi gente me he perdido, y que en todo este monte no he hallado quien pueda consolar un afligido; que con esta cautela que he pensado y con este disfraz de mi vestido, para dar mayor lustre a aquesta historia, de aquestos dos vendré a tener victoria. ABRAHÁN: ¡Dulce Jesús! que en un madero, infame hasta que tú le diste honor y precio, tu sangre permitiste se derrame con algazara, grita y menosprecio; donde estás aguardando que te llame el que te ofende, masageta necio; recibe, gran Señor, del alma mía los himnos y alabanzas que te envía. DEMONIO: Agora que con Dios está embebido, porque de su coloquio se divierta, quiero dar voces y hacer algún ruido; quede frustrada su esperanza cierta de aquello que su intento ha pretendido; ciérrese con mi traza aquesta puerta, que si se cierra y abro otro portillo a mi poder se rendirá el castillo.
[En voz alta]
¿Hay por ventura entre esta inculta breña quien movido de lástima me enseñe, sacándome de un risco y otra peña, el camino que obliga me despeñe? ¡Hola, pastores, dadme alguna seña, vuestra nota piedad no se desdeñe de poner en camino conocido al que por no saberle le ha perdido!
Levántase
ABRAHÁN: Voces oigo, sin duda son de gente que por las sendas de esta inculta sierra ha perdido el camino diligente; que como no se habita aquesta tierra, y su cumbre es altiva y eminente, al diestro pasajero le hace guerra; y pues es caridad, quiero piadoso sacarle de este trance riguroso. ¿Quién es el que vocea? DEMONIO: En este monte he perdido el camino, que siguiendo una mujer que imita otra Faetonte, viene buscando un hombre que va huyendo los rayos de su sol; que Laomedonte quise ser de su honor, y agora emprendo buscar por vario modo y peregrino a la mujer perdida y el camino, y antes que me le enseñes... ABRAHÁN: ¿Qué preguntas? DEMONIO: Que me digas si acaso entre estas breñas y entre estos riscos de cerúleas puntas una mujer has visto, cuyas señas la belleza del alba tiene juntas cuando derrama aljófar entre peñas, y es tanta su belleza y hermosura, que es al alba con ella noche oscura. ABRAHÁN: Después que entre estos riscos y peñascos hice palacio de sus pobres grutas y bóvedas cimbriadas de sus cascos, comiendo alegre sus silvestres frutas, sin que las sabandijas me den ascos ni alteración me causen fieras brutas, en el valle apacible ni entre peñas nunca he visto mujer con esas señas. ¿Pero qué te ha movido y obligado a venir a buscarla de esa suerte, y dejando el bullicio en despoblado ponerte a riesgo de una fiera muerte? DEMONIO: Ya que la causa de esto has preguntado y el referirla tengo a buena suerte, dame para contarla atento oído y sabrás la ocasión que me ha movido. Yo soy, para no cansarte, del Señor más poderoso, que entre brillantes doseles tiene levantado solio, hechura, y en tanto grado me aventajo de los otros privados suyos, que siendo príncipe majestüoso en lo galán y arrogante, en lo bizarro y airoso, sólo me faltaba entonces sentarme en su regio trono. Y aunque viéndome en la cumbre de la privanza, el abono de mi grandeza pudiera con aliento generoso levantarme a su real silla, sin que me hicieran estorbo los soldados que a su guarda asisten en varios coros, no lo pretendí hasta tanto que un secreto misterioso me reveló, siendo el caso tan ajeno y tan remoto de su grandeza, que quiso por extraordinario modo, levantar un hombre humilde, siendo formado de polvo de la tierra, a ser su imagen, y ponerle en tanto toldo que a pesar de los más nobles fuese superior a todos. Mas yo que de mi progenie era supremo pimpollo, y estaba patente y claro el agravio de mi tronco, porque no tuviese efecto lo que intentaba, convoco los que de mi parte pude, tocando el clarín sonoro de este agravio y de esta ofensa; y como si fuera aborto, rayo de preñada nube que, cuando el austro y el noto en su esfera se combaten, despide entre truenos sordos centellas que abrasan montes, rayos que desgajan olmos, y relámpagos que privan de su potencia a los ojos, entre envidioso y soberbio, si no es que lo tuve todo, quise sentarme a su lado, y vine a verme en tal colmo que lo hiciera, si en alférez, no hay que negarlo, brïoso más que ninguno de aquellos que asisten a su contorno, no me quitara la silla en que pretendí, hombro a hombro, sentarme al lado del rey. ¿Pero no has visto un arroyo que entre junquillo y trébol va caminando a lo sordo, y después en un peñasco topa, cuyo pie es tan hondo que para hacer de pasarle es menester que furioso, porque halla resistencia, se despeñe como loco, y el que era cristal entero se convierte en abalorio? Así yo, que antes corría manso, apacible y sonoro, con aquesta resistencia, aunque era joven, que el bozo me apuntaba entonces, di tal caída, que mi rostro quedó feo y denegrido con ser cándido y hermoso. Quitóme la silla al fin el que digo, y con enojo a mis intentos se opuso, siendo suficiente él solo para resistirme a mí y a los que fueron notorios secuaces míos; y el rey mandó que en un calabozo me aprisionasen, después que el delito criminoso se fulminó, decretando que en privación de su rostro me condena para siempre; y con riguroso modo desterrado de su reino me partí a reinos remotos. Llegué desterrado, al fin, al reino de Monicongo, adonde me recibieron con rosas y cinamomos. Desde allí pasé a Cambaya, a la tierra de Geylolo, a Nirsinga y Gizarate, donde me ofrecieron oro, perlas, diamantes, jacintos, cornerinas y crisólitos; y anduve tantas provincias, que los más diestros cosmógrafos se cansaran de contarte las columnas, los cimborrios, los obeliscos, las torres, los arcos y mauseolos que en mi nombre levantaron. Mas porque no es a propósito el contarte aquestas cosas, quiero en términos más cortos decirte que llegué a Tebas, adonde miré unos ojos de la más rara hermosura que se halla de polo a polo. Y como el vendado dios no respeta regios tronos más que las chozas pajizas, sino que los trata a todos de una misma suerte, a mí, sin tirar balas de plomo, me rindió de tal manera que quedé perdido y loco. Enamoréme, en efeto, y cuando estaba en el golfo de mi pretensión mayor, pensando ser el dichoso que sus ojos mereciese, la boda se hizo con otro. Fuese de Tebas, y yo, enamorado y celoso, partí tras ella; mas cuando llegué a ver los promontorios de la ilustre Alejandría, que de esta tierra era el novio, supe que ya no gustaba sujetarse al matrimonio, y retirándose al monte, con infamia y con oprobio de su linaje, dejó los más que brillantes globos de azabache, con su ausencia, entre sirtes y entre escollos de murmuradoras lenguas, con capuces melancólicos; y como el aurora entonces quería esparcir el oro, los aljófares y perlas de su opimos tesoros, cobarde detuve el paso por ver que en montes y sotos la novia, airosa y bizarra, perlas llevaba en los ojos, oro en su terso cabello, rayos de luz en su rostro, en sus pies alas veloces, en su movimiento asombros, en sus labios tristes quejas, en sus acciones abono, porque con esta presteza iba a buscar a su esposo. Y yo que supe el suceso, como fugitivo corzo que herido de la saeta del cazador cauteloso, por buscar el cristal puro, con grita y con alboroto ya trepa los altos riscos, ya desgaja frescos chopos, ya deshace verdes flores, y ya destronca madroños, vengo sin alma y sin vida a ver si acaso en los hondos nichos de estas pardas peñas hallo, siendo venturoso, el sol de estos horizontes, de estos montes el Apolo, el aurora de estos valles, y el alba de aquestos sotos. ABRAHÁN: (La relación de esta historia Aparte me ha dejado tan absorto, que me ha sacado de mí, porque si bien la conozco, es de mi vida el suceso, de Lucrecia los oprobios, de mi amor la ingratitud. Pero, ¿qué es aquesto? ¿Cómo doy lugar al pensamiento que en sucesos amorosos se ocupe? ¡Tirad la rienda, razón superior! Corcovos no dé el caballo apetito, que si camina brïoso dará con la carga en tierra). DEMONIO: (En confusiones le pongo, Aparte y aquesto sólo pretendo). ABRAHÁN: (No hay que hacerle licencioso, Aparte que si se toma licencia es tan carnicero lobo que sin reparar en nada da con el alma en el lodo. Vamos, caballo, a la cueva, que allí de vuestros antojos ha de ser la disciplina el médico poderoso).
Hace que se va
DEMONIO: ¿Dónde vas sin responderme? ABRAHÁN: Con no responder respondo, que aquesa mujer no he visto. DEMONIO: Pues, ¿por qué te vas? ABRAHÁN: Conozco en la relación que has hecho y en el embuste notorio, que eres aquel enemigo que procura el mal de todos; y conversaciones tales son tratos muy peligrosos, y me está bien no hablar de eso.
Dentro
LUCRECIA: ¡Favor, cielos! ABRAHÁN: Voces oigo, y en la voz mujer parece. LUCRECIA: Detén el colmillo corvo, monstruo fiero. DEMONIO: (Ésta es Lucrecia. Aparte Sin duda aquí le provoco a que deje los peñascos, y otra vez se vuelva al golfo del mar, en que ha de perderse con amores y negocios). ABRAHÁN: Terrible ocasión es ésta. Yo me voy. DEMONIO: Aguarda un poco. LUCRECIA: ¡Favor me dad, cielo santo, pues me lo niega mi esposo!
Baja LUCRECIA por un monte abajo rodando, ensangrentado el rostro, y cae a los pies de ABRAHÁN, como muerta
ABRAHÁN: ¿Qué es esto, divinos cielos? DEMONIO: Funesto caso. ABRAHÁN: Espantoso.
Llega el DEMONIO a ella
DEMONIO: Infelice fue mi estrella, pues se ha vuelto en clavel rojo y en lilio morado y triste el cándido cinamomo de la beldad que buscaba. Parte corriendo a un arroyo, y del cristal fugitivo trae en tus búcaros toscos alguna parte con priesa, a ver si de aqueste asombro vuelve en sí.
Hace ABRAHÁN que se va
Pero no vayas, aguarda, sustenta un poco este pedazo de nieve, que yo iré más presuroso, que al fin como más me importa, iré como herido corzo.
Vase el DEMONIO
ABRAHÁN: Ya tus intentos penetro, ya tus maldades conozco, mas con el favor de Dios he de salir victorioso.
ABRAHÁN la tiene entre los brazos
ABRAHÁN: Ésta que tengo en mis brazos es Lucrecia, triste suerte, y vengo a ofrecerla en muerte los que en vida negué abrazos. En su muerte soy culpado, que si yo no la dejara, nunca la Fortuna avara la pusiera en tal estado. Sin duda no estuve en mí, pues debiendo venerarla, mujer no supe estimarla, y cuando cadáver sí. Conozco que ingrato he sido, mas no es mucho que lo fuese, temiendo que me impidiese el cuidado de marido. Subiré a los altos montes de la ciudad soberana, adonde la vista humana mira sacros horizontes, contemplando al Hacedor de aquesta máquina bella; mas no estimar esta estrella fue desprecio y fue rigor. Dejarla aquí no es cordura, antes viene a ser crueldad, y es género de impiedad el no darla sepultura. Pues, ¿qué he de hacer? Animarme, y ya que no fui su esposo, Tobías seré piadoso. El cadáver quiero echarme a cuestas, que esta ocasión no es ocasión de temer pues ya ha trocado su ser en ángel de otra región. A llanto provoca el verte, pero el llanto no me impida, que si fui Vireno en vida soy Eneas en la muerte. LUCRECIA: ¡Ay de mí! ABRAHÁN: Ya vuelve en sí. Ésta es mayor confusión, que aprieta más la ocasión; que si muerta la temí viviendo es más de temer, que es cosa dificultosa pelear con mujer hermosa y no dejarse vencer. Y ya parece que el alma siente no sé qué de amor; tente, apetito traidor, no pretendas llevar palma de mí, que si me combates con tus piezas de batir, para vencer el huír son agudos acicates. LUCRECIA: ¿Quién eres tú que entre piedras adornadas de rigor me has hecho aqueste favor donde tus brazos de hiedras han servido? No te ausentes, y ya que fuiste piadoso, no te muestres riguroso dejándome entre serpientes, entre tigres y panteras cuya espada de marfil marchitará de mi abril las floridas primaveras. Considera que tu traje publicando está piedad. No conviertas de crueldad lo piadoso del ropaje. Merezca por ser mujer, sola, triste y afligida, de este monte la salida. Fácil es esto de hacer, y pues sabes el camino, ponme en él, que es escabroso el monte, y busco a mi esposo que anda por él peregrino; que si le hallo, aunque es ingrato conmigo, será tu amigo. ABRAHÁN: Temo perderme contigo. LUCRECIA: ¿Por qué temes? ABRAHÁN: Porque el trato de una mujer suele hacer que se destruyan ciudades, y temo en estas soledades lo que puede suceder. Yo soy hombre, tú eres bella --lo que digo no te asombre-- y en la ocasión el más hombre no sabe escaparse de ella. Y así, encomiéndate a Dios, que yo no me fío de mí, porque si una vez hüí no estoy cierto hacerlo dos. LUCRECIA: ¿De quién una vez huíste? ABRAHÁN: De mi esposa. LUCRECIA: ¿De tu esposa? ABRAHÁN: Sí. LUCRECIA: ¿Por qué? ABRAHÁN: Porque era hermosa. LUCRECIA: ¿Por hermosa la temiste? ABRAHÁN: Sí, que una rara hermosura hace de Dios olvidarse, y es mejor aprisionarse que verse en tal desventura. LUCRECIA: Pues si estabas ya casado, ¿cómo pudiste dejarla? ABRAHÁN: La palabra llegué a darla, pero no fue consumado el matrimonio, y así fue mi sagrado el retiro. LUCRECIA: De tus razones me admiro. ABRAHÁN: Y yo de mirarte a ti. LUCRECIA: ¿Quién eres? ABRAHÁN: Saber no quieras en esta ocasión quién soy, pero un consejo te doy, y es que en estas cordilleras, ni en este monte fragoso, no gastes noches y días, porque entre estas piedras frías no hallarás a tu esposo; y aunque le halles será en vano el camino que has traído; y así busca otro marido que te dé palabra y mano, que el que una vez te dejó no te admitirá otra vez, porque el soberano Juez este pleito fulminó y así ha dado por sentencia que a cumplir no está obligado la palabra que te ha dado. LUCRECIA: ¿Conócesle? ABRAHÁN: En tu presencia le tienes. LUCRECIA: ¡Dueño y señor!
Va a abrazarle
ABRAHÁN: ¡Detén los brazos, Lucrecia! LUCRECIA: ¿Por qué tu rigor desprecia la firmeza de mi amor? ABRAHÁN: No es despreciarla. LUCRECIA: ¿Pues qué? ABRAHÁN: Recelos de ser vencido; y así, Lucrecia, te pido... LUCRECIA: No pidas, que no lo haré, como no sea asistir a tu lado. ABRAHÁN: ¡Aquesto no! LUCRECIA: Señor, ¿en qué te ofendió la que te desea servir, la que te estima y adora, y quien por buscarte a ti se ha enajenado de sí? ABRAHÁN: Reprime el llanto, señora. No derrames tantas perlas de las conchas de tus ojos si no quieres darme enojos, que si me humano a cogerlas, aquel dios que pintan ciego tiene tan grande poder, que con cristal sabe hacer terribles montes de fuego. Y por no quemarme en ellos tus perlas coger no quiero, por no verme prisionero de tus perlas y cabellos. Que llanto y cabellos son, en los que se quieren bien --no condenes mi desdén-- estrechísima prisión. Y ya que libre me veo por un soberano instinto, volver a tal laberinto no lo tengo por granjeo. Y así, vuélvete, Lucrecia, a Tebas o Alejandría, pues ves que mi compañía por la de Dios te desprecia. Y pues escuchando estás que es forzoso el ausentarme, no te canses en buscarme porque ya no me hallarás.
Vase ABRAHÁN
LUCRECIA: ¡Aguarda, amado esposo, no te ausentes ingrato y riguroso! ¡Merezcan mis amores, por ser mujer siquiera tus favores! Mas, ¡ay de mí!, que vuela y por dejarme, ¡ay triste!, se desvela. Peñascos y altos riscos, servid de basiliscos, detened a mi dueño, pues veis me deja, ¡ay Dios!, en tanto empeño. Serranos labradores, acudid a mis quejas y dolores, mirad que en tantos males se convierten mis ojos en cristales. ¿Mas cómo si amor tengo en suspiros y quejas me detengo? Que si el alma se queja la causa de quejarse más se aleja. Gallardo pensamiento, que coturnos de viento te calzas y te vistes, no te detengas en discursos tristes, volemos tras mi esposo que se trasmonta ingrato y presuroso, que Amor para seguirle alas me prestará de sirte en sirte; y cuando el duro trance no me permita, ¡ay triste!, que le alcance, en mi corta ventura me dará aqueste monte sepultura.
Vase LUCRECIA. Sale MARÍA, vestida de un saco, y un libro en la mano
MARÍA: Tres veces a bañarse en el piélago undoso ha llevado el planeta a sus caballos; y agora a tramontarse vuelve tan presuroso que parece que quiere despeñallos; y si yo refrenallos con mandarlo pudiera, con imperio lo hiciera; porque Abrahán, mi tío, ha mostrado en no verme gran desvarío, pues tres días ha estado sin que a darme lección haya llegado. Mas culparle no quiero, que pues él no ha venido, sin duda le ocupan importantes negocios, y ya infiero que le habrán detenido algunos pasajeros caminantes; pero quisiera antes que el sol se tramontara que a mi cueva llegara.
Ruido dentro
Mas aqueste rüido ya sin duda me dice que ha venido.
Dentro
DEMONIO: Entra, no estés cobarde, y del fuego en que penas haz alarde.
Salta ALEJANDRO por una ventana y alborótase MARÍA
MARÍA: ¿Qué es esto que estoy mirando? ¡Hombre! ¿Qué has hecho? ALEJANDRO: Sosiega el pecho, señora mía, serénense las estrellas de tus ojos; no te turbes, que no he venido a que viertas entre deshojadas rosas a un tiempo nácar y perlas; que sólo vengo a pedirte que tengas de mí clemencia, que te humanen mis pesares, que te lastimen mis penas, que te ablanden mis suspiros y mis ansias te enternezcan; que si no me favoreces en ocasión tan estrecha, verás de mi triste vida a tus plantas las exequias; porque ya no puede el alma ni el cuerpo hacer resistencia a los bienes que me faltan, a los males que me cercan al rigor que me combate, ni al furor que me atropella. Pero en estas ocasiones, si bien el alma es esfera breve para tanto sol como gira en tu belleza, puedes, reprimiendo arpones y resistiendo saetas, hacer que cesen mis males y que en bienes se conviertan. Y pues mi vida o mi muerte está en tu mano, no seas tan rigurosa que imites de aqueste monte las fieras. Ten piedad de quien te pide favor con tantas ternezas, pues son mis ansias bastantes para enternecer las piedras. MARÍA: Lo tierno de tus razones me obliga a que me suspenda, y a que piadosa pregunte quién eres; que por las señas de lo que has dicho no entiendo los males que te atormentan, los rigores que te acosan, ni el bien que de ti se aleja. ALEJANDRO: Ya que del papel del alma los caracteres y letras has borrado de Alejandro, el que su afición primera puso en tus ojos, si bien fue su afición tan honesta que a casamiento aspiraba, sin que pretendiese ofensas de tu honor; y ya olvidaste el favor que en tu edad tierna le hiciste con esperanzas de ser su esposa, oye atenta, oye advertida, y sabrás que es Alejandro el que llega a merecer tus favores, y suplicarte que tengas tal piedad, que no malogres tanto amor, tantas finezas como viven en mi pecho, pues ha dos años que reinan, después que tú te ausentaste, en el alma tantas penas, que es milagro que la vida las atropelle y las venza. Alejandro soy, María, y mi amor con tanta fuerza me combate, que me obliga que huyendo de su potencia escale aquesta ventana, y que ya el respeto pierda al retiro de estos bosques y al sagrado de estas puertas. Y sus rigores temiendo, vengo a que tú me defiendas, y a obligarte a ser piadosa para que me favorezcas. MARÍA: Alejandro, yo confieso que antes que habitase breñas se apoderaron del alma y de todas sus potencias los ardores de amor, de su fuego las centellas, de su poder los rigores, y que me hicieron sujeta a tu voluntad; mas ya como es tal la ligereza del tiempo, y es el que cura las amorosas dolencias, del papel de mi memoria se han borrado, y ya está quieta. Y así te ruego, Alejandro, que te apartes y diviertas de ese pensamiento loco; suplícote que te vuelvas, porque la estopa y el fuego, y más estando tan cerca, no están seguros; apaga lascivas concupiscencias, reprime incendios de amor que son tan grandes sus Etnas que ciudades arrüinan y enteros reinos asuelan. ALEJANDRO: Si de su poder conoces que lo más fuerte atropella, ¿cómo podré resistirle siendo débiles mis fuerzas? No te muestres rigurosa, humánete la firmeza de mi amor, que si con gusto no haces lo que te ruega este verdadero amante, el mismo Amor me aconseja que de su poder me valga y que el respeto te pierda. MARÍA: Sé más cortés, Alejandro. ALEJANDRO: No quiere Amor que lo sea. MARÍA: Vete, que vendrá mi tío. ALEJANDRO: De poco importa que venga. MARÍA: Mira que es Cristo mi esposo. ALEJANDRO: Respeto tener quisiera a ese nombre, mas no puedo. MARÍA: (¡Ay de mí!, que las centellas Aparte de amor parece que vuelven a encender cenizas nuevas en mi pecho. ¿Qué he de hacer?)
Dentro
DEMONIO: (Ya María titubea; Aparte prosigue en lo comenzado). MARÍA: (Allí las penas eternas Aparte me amenazan rigurosas, aquí la ocasión me aprieta, que Alejandro está resuelto y yo sola entre estas peñas. A Dios temo; amor me incita. No sé a qué parte me vuelva).
Dentro
DEMONIO: (¡Ea, espíritus lascivos, Aparte ayudadme en esta empresa!) ALEJANDRO: ¡Ay de mí! ¡Mi bien, María! MARÍA: ¿Qué he de hacer? ALEJANDRO: No te suspendas. MARÍA: Cálcense mis pies de plumas.
Hace que se va
ALEJANDRO: ¿Adónde vas tan ligera? MARÍA: A ver si puedo librarme de esta tirana potencia.
Vase
ALEJANDRO: De mi amor y de su furia no escaparás aunque vuelas, pues de aquesta celda breve está cerrada la puerta.
Vase. Sale el DEMONIO
DEMONIO: La suerte está echada, Furias. Incitadla de manera que ella quede esclava mía, llorando en cárcel perpetua, por este pequeño gusto, ansias, tormentos y penas.
Salen ABRAHÁN y PANTOJA
PANTOJA: Confuso, padre mío, y asombrado el caso me ha dejado. Diga, ¿con quién reñía en tal batalla y recia batería? Porque haber despertado con tanta pesadumbre y asustado, sin duda que a la cumbre llegó en tal ocasión la pesadumbre. ABRAHÁN: Mire, hermano Pantoja, los cuidados en sueños son pesados, y hay tal vez que los sueños parecen tan verdades que a sus dueños ponen en tal cuidado, que el cuidado soñado es más pesado. PANTOJA: ¿Pues, qué soñaba, a fe, por vida mía? ABRAHÁN: Soñaba que tenía una mansa ovejuela, y el lobo con astucia y con cautela, saltó de risco en risco, hasta hacer un portillo en el aprisco; y ella que ya afligida, de la garra feroz se vio oprimida, como podía balaba, pero el astuto lobo la apretaba. Y yo, viendo tal caso, cobrando brío, aligerando el paso, librarla pretendía de trance tan crüel, mas no podía. Y al fin, el fiero lobo de mi mansa ovejuela hizo robo. Ésta la causa ha sido del asombro que en sueños he tenido; yo le digo y confieso que me dio pesadumbre este suceso; mas heme consolado viendo que todo aquesto fue soñado. PANTOJA: Si nunca come cosa de provecho, ¿no ha de tener el pecho vestido de flaqueza, y es fuerza participe la cabeza de varias ilusiones? Las achicorias trueque y acerones en jamón y gallina, y verá como duerme y no adivina. ABRAHÁN: Deja esos disparates por agora. PANTOJA: ¿No ve que el alma llora, ver que por su flaqueza anda en tal ventisquero la cabeza, que le haga creer que el lobo en su mansa ovejuela hizo robo? ABRAHÁN: Vamos, hermano. PANTOJA: ¿Dónde, padre mío? ABRAHÁN: Donde la carne pierda un poco el brío, que está muy licenciosa. PANTOJA: Pues no hallo yo brïosa la mía, a fe de pobre. ABRAHÁN: Yo le digo que por hablar le tienta el enemigo; y así es bien que tomemos algo con que la carne refrenemos. PANTOJA: Yo en tomar fuera franco, si los ramales fueran tinto y blanco.
Vanse los dos
DEMONIO: ¡Victoria, infierno,! Ya cayó en el lazo la que guerra me hacía entre estas peñas. Ya se rindió a Alejandro, ya amorosa le recibió en sus brazos, ya no quiere que la deje y se vaya, ya le incita que la saque del monte, y él, cobarde, casi está arrepentido; mas ya es tarde, ya se ausenta y la deja, y ella triste detenerle presume, ya ha saltado por la misma ventana que había entrado, y ella como se mira desflorada, lo que más siente es verse despreciada. ¡Haga el infierno fiesta y regocijo! ¡Resuenen los horrendos instrumentos! ¡Celebre con aullidos esta historia, pues de María tengo ya victoria!
Vase el DEMONIO. Sale MARÍA, mirando hacia el vestuario
MARÍA: Agora que has gozado el ámbar de mi aliento, y el que era intacto lilio en violeta le has vuelto, te ausentas de esta suerte como corzo ligero. Olimpa soy burlada, y tú crüel Vireno. ¿Éstas son tus finezas? ¿Éstos son los requiebros? ¿Pero de qué me espanto? Que eres hombre y el serlo a ser ingrato obliga, porque es en todos ellos mayorazgo heredado, vinculado con sus yerros. Obras me prometías, ingratitudes veo, pues todas tus palabras fueron flores de almendro, que, locas, sin dar fruto, las que le prometieron, dejaron de ser flores con el rigor del cierzo. ¡Aguárdame, Alejandro! Corta el ligero vuelo a las veloces alas que te da el pensamiento. No te ausentes ufano, cuando me das por premio del gusto que te he dado pesares y tormentos. Ya voy tras ti, ¡no huyas! Pero en vano voceo, porque en gozando un hombre lo que tiene deseo, las finezas y amores convierte en menosprecios; y esto mismo Alejandro con esta acción ha hecho. ¿Qué puedo hacer,--¡ay triste!-- entre tantos desvelos, murada de pesares? Porque si miro al cielo, hallo que vibra rayos contra mí el Juez severo. El virginal tesoro, si a mí misma me vuelvo, veo que le he perdido. Si el infierno contemplo, hallo que por un gusto me aguarda fuego eterno. Si miro la ventana por donde entró el incendio de esta abrasada Troya, me aflige el pensamiento. Y la memoria triste la sirve de recuerdo de que se fue Alejandro, de que burlada quedo, de que a Dios he ofendido, y de que ya el desierto no sufrirá que viva con tan santo maestro como Abrahán, mi tío; que si llega a saberlo morirá de congoja, de pena y sentimiento. Pues, ¿qué he de hacer agora, cuando no hallo remedio, si no chocar con todo, y saliendo del yermo buscar al que ha causado tantos desasosiegos? Quedad con Dios, peñascos, y pues veis que me ausento, le diréis a mi tío, contando mi suceso, que voy, perdida el alma, a que se pierda el cuerpo.
Vase. Sale ABRAHÁN, y PANTOJA trae unas hierbas
PANTOJA: Éstas son, padre Abrahán, las hierbas que en este monte he cogido; sabe Dios las penas y dolores que me ha costado el cogerlas, que como no son garrotes los dedos, sino de carne, pasa mucho quien las coge. ABRAHÁN: Premio tendrás en el cielo, pues tan piadoso socorres a quien molesta la hambre. PANTOJA: Padre, porque no se enoje las traigo, que a no enojarse, le aseguro que hay rincones bien vacíos en mi buche, y que gruñen como pobres mis tripas de ver que yo ando cogiendo acedones y no consiento probarlos. ABRAHÁN: Dios te lo pague; da voces a mi sobrina María, que se han pasado tres noches con sus días sin traerla que coma. PANTOJA: ¡Deo Gracias! ¡Oye! No responde. ABRAHÁN: A llamar vuelve. PANTOJA: ¡María, si no respondes comerémonos los dos las hierbas que en estos bosques he cogido para ti! ABRAHÁN: Ya hace que me alborote tanto silencio. ¡Sobrina! PANTOJA: Sus orejas son de bronce. ABRAHÁN: ¿Si está muerta? PANTOJA: Padre mío, a la ventana se asome y sabrá si está muerta o viva. ABRAHÁN: A la puerta quita el golpe; de esta confusión salgamos.
Entra PANTOJA y vuelve a salir, y trae un saco en la mano
PANTOJA: En todos cuatro rincones de la celda la he buscado. ABRAHÁN: ¿Y no está en ella? PANTOJA: No hay orden de verla; sólo este saco sobre unos troncos de roble estaba, señal forzosa que habita en otras regiones. ABRAHÁN: ¿Pues su cuerpo no parece? PANTOJA: ¡Ay de mí! Padre, no llores, que me obligará tu llanto a que mis mejillas moje. ABRAHÁN: Mi sobrina no parece; ¿quién duda que las feroces garras del astuto lobo, enemigo de los hombres en trozos habrá desecho esta corderilla pobre? Señor, que en brillante solio habitas en sacros orbes en cuyo trono querubes os cantan con dulces voces, no permitáis que Maria lo que ha granjeado malogre. Tenedla de vuestra mano, que si ella no la socorre será forzoso que caiga en abismos que la ahoguen. Si mis culpas han causado que vuestra justicia arroje contra mí rigores muchos, en eso es bien me conforme; pero atajad, Señor mío, tan insufribles rigores, y en el alma de María mancha de culpa no toque, que será el mayor castigo que podrás darme. Convoquen contra mí los elementos toda su furia. Amontonen rayos que me despedacen, centellas que me destrocen. PANTOJA: Vuelva en sí, padre Abrahán; mire que esas peticiones no está bien que se ejecuten, porque si acaso se ponen en ejecución, a mí, que vivo en aquestos montes, me alcanzará algún chispazo que me deje a buenas noches; y es mejor que en casos tales procuremos dar un corte. ABRAHÁN: ¿Qué remedio hallarse puede? PANTOJA: Que tomemos los bordones y partamos a buscarla. ABRAHÁN: Pantoja amigo, disponte a hacer este viaje; ve a buscarla aunque trastornes todo el mundo, que yo en tanto pediré en oraciones a Dios, que en este suceso haga lo que más importe. PANTOJA: Yo voy por darte este gusto. ABRAHÁN: Parte luego. PANTOJA: Adiós montes, que sin ser perro de muestra, voy a buscar quien me informe de un ave que de la jaula se salió sin capirote.

FIN DEL SEGUNDO ACTO

La mesonera del cielo y hermitaño galán, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 01 Jul 2002