EL MÁRTIR DE MADRID

Antonio Mira de Amescua


Texto basado en el autógrafo de EL MÁRTIR DE MADRID (Biblioteca Nacional, Madrid, R-107), y preparado con el apoyo de la edición paleográfica de Henry A. Linares (tesis sin publicar) en 1970. La presente edición fue preparada por Vern G. Williamsen en el año 1984.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


 
Sale don ÁLVARO tras PEDRO con su báculo, y don FERNANDO
ÁLVARO: ¡Vive Dios, que has de morir a mis manos! PEDRO: ¡Hoy me abrasa el furor! Has de advertir que ya mi obediencia pasa los términos del sufrir. Si tienes de padre el celo, mira que no hay en el suelo a quien agravios consienta, y te escribiré en la cuenta de las venganzas del duelo. Palos la muerte vengó y estoy por matarte aquí, porque quien mi afrenta vio dirá que los recibí, pero no quien me los dio. FERNANDO: Padre, el enojo suspende. Hermano, si nunca ofende un padre cuando castiga, ¿qué loca furia te obliga? PEDRO: Es la que mi honor defiende. Tan bárbaro enojo y rabia no es de padre, y siempre entienda su experiencia poca sabia, que con palabras enmienda y con las obras agravia. A sólo reprehender llega de un padre el poder; y pues le viene a faltar fuerza para castigar, castiga para ofender. FERNANDO: No han sido ésos los intentos de nuestro padre. PEDRO: ¡Es en vano templar mis atrevimientos! ÁLVARO: En tus palabras, villano, conozco tus pensamientos. Descompuesto y atrevido te muestras de mí ofendido, y por agravios te quejas de tu padre; pues, ¿qué dejas para un hombre mal nacido? Por malos pasos que lleve un hombre o un demonio igual, por más insultos que pruebe, en siendo hombre principal jamás al padre se atreve; que cuando al mundo destruya con las maldades que emprende y sanos consejos huya, viendo al padre le suspende la sangre que tiene suya. Aunque ya decir podría que es la que tu pecho cría; pues a no estimarse empiezas, tan mezclada en tus bajezas que no conoce la mía. Tú eres noble; tú naciste con obligaciones tantas en Madrid. ¿Dónde aprendiste bajezas que al mundo espantas con escándalos que diste? ¿Faltan a tu rey fronteras donde le sirvas? ¿Qué esperas, valiente, en tu misma calle... FERNANDO: Deja, señor, de afrentalle. ÁLVARO: ...a sombra de las banderas del gran Filipo? ¡Y por él debe el vasallo fïel morir! Haz del pecho alarde. Pero en la guerra es cobarde quien en la paz es crüel. Por mi vergüenza me aflijo, pues oigo, aunque te corrijo, sin que mi disculpa cuadre, que por pecados del padre suele salir malo un hijo.
Sale TRIGUEROS
TRIGUEROS: Un alguacil viene a hablarte. Mira que viene a buscarte la justicia. PEDRO: ¿Cuántos son? TRIGUEROS: Ochenta. PEDRO: ¡Linda ocasión! FERNANDO: ¿Qué? ¿Ansí quieras despeñarte, hermano? ÁLVARO: Advierte el amor de padre, pues que procuro, en medio de mi rigor, tu bien. PEDRO: Por mí estoy seguro; nada me causa temor. TRIGUEROS: ¿Hay semejante inocencia? FERNANDO: A la justicia es prudente quien la huye. PEDRO: ¿Yo prudencia, cuando sé que no hay valiente sin alguna resistencia? FERNANDO: Hermano... PEDRO: No te alborotes. ÁLVARO: Tu daño en vano resisto. TRIGUEROS: Señor, seamos Lanzarotes. PEDRO: Yo he de esperar. TRIGUEROS: ¡Vive Cristo, que me han de matar a azotes! ÁLVARO: Hijo, siquiera por mí debes tu agravio excusar; vuelve en la calle por ti. Allí te puedes mostrar valiente. FERNANDO: Escóndete aquí, Pedro, si puede mi ruego contigo. TRIGUEROS: Y yo también llego postrado a tus pies de hinojos o espinazos. FERNANDO: Tus enojos te dejan furioso y ciego. Guarda la vida y podrás hacer tu gusto después. PEDRO: Cobardes consejos das. ¿Qué haré, Trigueros? TRIGUEROS: No des de comer a Satanás, pues dicen plumas sutiles que ganancias de alguaciles, --por boca del pueblo hablo-- son pistos para el dïablo. PEDRO: Aunque son consejos viles, los tomo.
Vase [PEDRO]. [Va] a abrir TRIGUEROS y túrbase. Sale un ALGUACIL
ÁLVARO: Entre la justicia. TRIGUEROS: Entre. ALGUACIL: Por fuerza ha de entrar. TRIGUEROS: Lo demás fuera injusticia; entre en buena hora a mandar un servidor de Galicia. ALGUACIL: Señor don Álvaro, entienda que delitos sin enmienda es razón que se castiguen, y pésame que me obliguen a que en su casa le prenda. Don Pedro vive tan mal que es mengua llamarle hijo de un hombre tan principal. ÁLVARO: Yo le enmiendo y le corrijo. TRIGUEROS: Hoy se partió a Portugal por la posta, y antes fuera, sino que estaba sangrado un macho de la litera. ALGUACIL: Muy buena posta ha tomado. TRIGUEROS: (Entretenerle quisiera Aparte porque se pueda esconder mi amo.) ALGUACIL: Yo he de saber si está en casa. TRIGUEROS: (Aun no penetra Aparte la verdad.) Pues esta letra nos dio un ginovés ayer para un fulano Asmodeo, mercader en la rúa Nova. ALGUACIL: Veamos. TRIGUEROS: (¡Qué si lo creo! Aparte No tengo el alma tan boba que no [le] entien[do] el deseo.) Querrá aprovecharse de ella. Hay letra que a treinta días vista se paga por ella y ésta, excusando porfías, pide treinta para vella. ÁLVARO: ¡Pesado animal estás! Algo se ha de hacer por mí, señor. TRIGUEROS: (Y por mí algo más.) Aparte ALGUACIL: Traigo el mandamiento aquí. TRIGUEROS: Si es él de "no tardarás," dile, puesto en la cabeza, mente homo. FERNANDO: (Si éste empieza, Aparte gastará pesado humor). Yo os lo suplico, señor. ALGUACIL: Fuera ya mucha extrañeza la mía si aquí mostrara más rigor; pero advertid que ha de costar muy cara la asistencia de Madrid. ÁLVARO: Nadie en mi casa le ampara. A Italia irá. TRIGUEROS: Bel país. ALGUACIL: ¿Qué me miráis con cuidado? TRIGUEROS: ¿Qué miro? FERNANDO: En eso advertís... TRIGUEROS: Que esbozaste de un traslado de un regidor de París. ALGUACIL: Estimo en mucho el favor, y sed menos hablador. TRIGUEROS: Pregunta y si algo discrepo... ALGUACIL: Os meteré yo en un cepo. TRIGUEROS: En una cepa es mejor. ÁLVARO Yo quedo muy satisfecho del favor que me habéis hecho, y en más lo pienso servir.
Déle algo
TRIGUEROS: (Bien lo puede recibir, Aparte que la cura es de provecho. Con los doctores compiten. Puesto más dinero, aprueban aquéllos; pues lo permiten, porque visitando llevan, y estoy porque no visiten). ALGUACIL: ¿Mandáis, señor, otra cosa? ÁLVARO: Que me dejáis obligado, confieso.
[Vase el ALGUACIL y] sale PEDRO
TRIGUEROS: No vive ociosa la gente; dulce bocado será. FERNANDO: Fue ocasión forzosa. PEDRO: Ya estoy libre del rigor de la justicia esta vez. ÁLVARO: Mas yo, que soy el fiador, he de ser tu mismo juez si le pierdes el temor. Vete de Madrid sin dar venganza a tus enemigos. PEDRO: ¿Ya me quieres desterrar de Madrid? TRIGUEROS: ¿Faltan amigos en todo humano lugar? Dejemos la corte un poco, que son las cosas que toco dondequiera que entro y salgo para podrirse un hidalgo, y dar de podrido en loco. PEDRO: Resuelto estoy; yo me iré donde mi suerte me guía. ÁLVARO: Cuanto pidas te daré. TRIGUEROS: Yo voy en tu compañía; que basta. ÁLVARO: Yo buscaré cartas que importantes sean para Italia, si allá fueres. PEDRO: Nunca los nobles grangean por cartas. Si verme quieres como tus ojos desean, por ti me pueden honrar, que es tu principal intento. Dinero me puedes dar, que cartas las lleva el viento matando con esperar. TRIGUEROS: Más llevo yo de cuarenta y todas son de favor si pintan. ÁLVARO: ¡Qué buena cuenta dará un mozo pagador! PEDRO: Más mi dilación se aumenta. ¡Despáchame, o vive Dios, que pues mis locuras sabes, haga un delito! TRIGUEROS: Los dos para un arca de tres llaves bastamos. FERNANDO: ¿Y bastáis vos, mancebo? TRIGUEROS: Pues, pese a mí, ¿qué hombre muñeca no sabe dar luz a un cofre? Yo abrí alguno estando la llave cincuenta leguas de aquí; que aunque la llave esté ausente, basta su lugarteniente, [a] quien los griegos llamaron ganzúa, que bien trataron el remedio de la gente. En viéndose una pubona en una poca apretura, Caco, su inventor, le abona metiendo en la cerradura la que a nadie no perdona. ÁLVARO: ¿Cuánto has menester? PEDRO: Dinero. ÁLVARO: ¿Qué tanto? PEDRO: Dinero. ÁLVARO: ¿Cuánto?, pregunto. PEDRO: Dinero quiero. TRIGUEROS: Tú no podrás darle tanto como yo gastarlo espero. El que presta, da contado; y sin contar el que da. Dale a ojo. ÁLVARO: Más cuidado me dan tus costumbres ya, que el dinero mal gastado. Entra, que a tu bien aspiro, si bien llorando me admiro de que te despeñas tanto. Pedro, Dios te haga un santo.
Vase don ÁLVARO
TRIGUEROS: Toma, cristiano, y no miro. PEDRO: Quise atajar de razones, porque pienso que quería darme el dinero en sermones. TRIGUEROS: Y predicarlos podía el buen viejo a los bretones. FERNANDO: Espera, hermano. TRIGUEROS: Paciencia. PEDRO: ¿Qué quieres? FERNANDO: Oye mi intento. Ya sabes como en Valencia se trata mi casamiento. PEDRO: Ya sé que doña Clemencia de Luna ha de ser tu esposa y que es tu suegro don Diego. FERNANDO: Pues tu partida es forzosa; que sea a Valencia te ruego. Será menos peligrosa. Si dices que eres mi hermano, y que mi padre te envía, que han de regalarte es llano. PEDRO: Fernando, admitir querría tu favor, pero es en vano; que me pienso desterrar de suerte, surcando el mar, por no ver un padre ingrato que apenas mi nombre y trato pueda la fama escuchar. FERNANDO: Yo sé cuando me escuchabas y que por mí te regías. PEDRO: Menos riguroso estabas, pues a mi padre encubrías lo que agora le contabas. FERNANDO: Todo por tu bien ha sido. PEDRO: ¿Harto bien te ha parecido cuando mi gusto destruyas? FERNANDO: De la justicia es quien huyas los daños que no has temido. Vete a Valencia entre tanto que mi partida prevengo. PEDRO: Yo iré; no me ruegues tanto. FERNANDO: Alma y brazos te prevengo bañado en piadoso llanto. Mientras la suerte envidiosa de tu descanso se olvida, te regalará mi esposa. PEDRO: Ya ve el alma agradecida tu voluntad generosa.
Vase PEDRO
FERNANDO: Oye, Trigueros. TRIGUEROS: Señor. FERNANDO: Si tienes a Dios temor... TRIGUEROS: Pues, ¿soy algún luterano? FERNANDO: ...aconséjale a mi hermano ya que le sirves mejor. Mira que tu compañía dicen que le trae perdido. TRIGUEROS: Miente quien dice la mía; la suya me ha destruído, como él lo dirá algún día; que una vez que me llevó a ver unas dromedarias, mi pureza se perdió. Cosas poco necesarias te estoy refiriendo yo; basta que adelante sea en los consejos Catón. FERNANDO: ¿Y es justo que ansí se crea de tu ingenio y tu intención? TRIGUEROS: Adiós, rigurosa Andrea de los Alamos del Prado. Borraré títulos fieros de tu nombre celebrado, y perderá el de Trigueros por espárrago. FERNANDO: ¡Ya has dado en tu común necedad! TRIGUEROS: Ésta es de amor la licencia. De tan rolliza beldad, ¿quién no ha de llorar la ausencia? Para moverla a piedad, ¿quieres que en tantos enojos, cuando ella rinde despojos al río en mansa corriente, que llore por mí la puente si nunca hay agua en sus ojos? El río forma querella de Madrid porque le trata con tan rigurosa estrella, que le hace puente de plata para que huya por ella; mas él nos dio la palabra, como al fin taimado y viejo, que aunque la puente le labra, no ha de verse en ese espejo por más que los ojos abra. Pues cuando soy el estanco de lágrimas que condenas, ¿quieres que piadoso y franco el río llore mis penas? ¡Sí, echa los ojos en blanco!
Vase [TRIGUEROS. Sale don ÁLVARO]
FERNANDO: Irá bien acompañado mi hermano de este crïado; mas, ¿quién se lo ha de estorbar? ÁLVARO: Albricias me puedes dar. En este pliego ha llegado la breve resolución de tu partida a Valencia porque hay nueva pretensión que la ha causado tu ausencia. FERNANDO: Mal haya la dilación. ÁLVARO: Fortuna a tu bien dispuesta te ofrece dichoso estado. La alegre partida apresta, pues una mujer te ha dado, tan hermosa como honesta. Dicen que su fama crece por encerrada y por bella; y bien la fama merece, pues parece una doncella más bien cuando no parece. Por ella te doy lugar que me olvides. FERNANDO: ¿Yo he de dar tal pago a quien me dio el ser? ÁLVARO: ¿No ves que por la mujer los padres se han de olvidar? Tarde mi llanto resisto, pero es injusta mi queja; uno se va por mal quisto, otro por bueno me deja. ¡Nunca tan solo me he visto! Llega a mis brazos Fernando. FERNANDO: Ya espero tu bendición. ÁLVARO: No sé si podrá llorando dar fuerzas el corazón a la lengua; voy turbando con el dolor los sentidos. Dios a mis ojos te vuelva.
Vase [don ÁLVARO]
FERNANDO: Quedaron enternecidos de la más inculta selva troncos de rigor vestidos; pero llevaré un consuelo, si es que merezca alcanzar a mi hermano. Quiera el cielo que yo le pueda encontrar; mas de su prisa recelo, que ha de llevarla también, porque el peligro le avisa que sus delitos le ven y siempre viven aprisa los que no han vivido bien.
[Vase FERNANDO. Salen don JUAN y doña CLEMENCIA
CLEMENCIA: En vano me persüades. JUAN: Mis verdades atropellas, crüel. CLEMENCIA: Si no he de creellas ¿qué importa que sean verdades? Sabes que aguardo mi esposo de Madrid, pues, ¿qué pretendes? JUAN: Vengarme, pues que me ofendes. CLEMENCIA: Ya eres necio por celoso. ¿De quién te piensas vengar? JUAN: ¡De ti! Y con justo castigo, pues que siendo tu enemigo, que ansí me puedo llamar. Si tú me aborreces tanto, de suerte obligarte pienso con un amor tan inmenso, mezclado en piadoso llanto, que aunque una tigre feroz te haya dado el bruto pecho, viéndome en llanto deshecho, te ha de enternecer mi voz; y si templando el rigor le das vida a mi esperanza, será la mayor venganza que vieron tiempo y amor. Pues si crüel me ofendiste, de ti me habrás de vengar viniéndote a sujetar a quien tanto aborreciste. CLEMENCIA: Tanto has venido a engañarte que tu locura lo advierte. No quiero por no quererte, ¿y he de querer por vengarte? JUAN: Siempre fuiste agradecida. ¿Cómo te muestras crüel? CLEMENCIA: Porque está en mi pecho fïel quien ha de regir mi vida. JUAN: Pues, ¿cuándo viste a tu esposo? CLEMENCIA: ¿No basta verle mi padre para que al alma le cuadre? JUAN: ¿Siendo ausente es tan dichoso? CLEMENCIA: ¿No has visto en los pardos velos la noche con [viles] trajes, desvaneciendo celajes y tiranizando cielos, que con poder absoluto pregona tinieblas viles y por los aires sutiles cuelga doseles de luto? Y cuando bañada en risa mueve su carro al oriente el alba y del sol ausente, ¿nuevos castigos te avisa por no afrentarte con ellos? La noche entre mudas nieblas va recogiendo tinieblas y marañando cabellos. Ansí a tantos resplandores del sol, que mi esposo nombras, se desvanecen las sombras de los demás pretensores. JUAN: ¿Qué luz ni qué resplandor puede tener el que esperas? Hombre es de costumbres fieras el que aguardas. CLEMENCIA: Ya es furor de los celos quien te obliga; ofenderle es alaballe. JUAN: Es un bruto en rostro y talle. CLEMENCIA: ¿Y qué más? JUAN: Más hay que diga. CLEMENCIA: ¿Cómo puede ser, don Juan, si yo tengo su retrato y de su amoroso trato bastantes nuevas me dan? JUAN: ¿No dices que es éste un hijo de Álvaro Ramírez? CLEMENCIA: Sí. JUAN: Pues yo en la cárcel le vi de Madrid. CLEMENCIA: Menos me aflijo de tu inventada quimera. JUAN: ¡Vive Dios!, que estuvo preso, y el decir que por travieso es porque honrarle quisiera. Y los insultos que ha hecho han merecido la muerte mejor que venir a verte y regalarse en tu pecho. CLEMENCIA: Si fuera como le pintas, antes de verme en sus brazos, muriera hecha pedazos de un tigre manchado a pintas. De la más alta montaña me despeñara furiosa porque quedara envidiosa Roma de tan bruta hazaña. JUAN: Como en extremo eres bella, buscas extremos, señora. ¿No es mejor que quien adora tu luz, abrasado en ella, te merezca sin que el tigre goce tan bellos despojos, ni que por causarme enojos tu hermosa vida peligre? Aunque según me aborreces, tirana de tus favores, vendrás a juzgar menores los peligros que encareces. CLEMENCIA: Si Fernando no me agrada, más vale, tu fe admitida, preciarme de agradecida que llorar por mal casada. Tuya seré; y esto es cierto, si es, como dices, mi esposo. JUAN: Seré el hombre más dichoso que vio en los naufragios puerto. Condéname a eterno olvido si no te he dicho verdad.
Sale CLARA, criada
CLARA: Escucha una novedad cuando tu esposo ha venido. CLEMENCIA: ¿Qué dices? CLARA: Que aquí está un hombre que es hijo... CLEMENCIA: ¿De quién? CLARA: ¿Mal hice? ...de Álvaro Ramírez dice. ¡Pero es razón que me asombre su talle y rostro feroz! CLEMENCIA: ¡Cielos, si es éste mi esposo! JUAN: Ya no seré mentiroso en todo. CLARA: Hasta en la voz me ha parecido terrible. No viene con el retrato de Fernando. CLEMENCIA: (Cielo ingrato, Aparte ¿qué no esperado imposible me ofreces para matar mi bien nacida esperanza? ¡Amor, ya te doy venganza!) CLARA: Mira, que te quiere hablar. CLEMENCIA: Pues di que entre. Aguarda, espera. Dile que mi padre... ¡Ay, triste, que malas nuevas me diste! Que no te hallara quisiera, don Juan. JUAN: Yo me iré. CLEMENCIA: Ya es tarde.
Salen PEDRO y TRIGUEROS de camino
PEDRO: Señora, la cortesía vana en nosotros sería. TRIGUEROS: Dios tu entendimiento guarde. CLEMENCIA: Cubríos, señor, y seáis a esta casa bienvenido. PEDRO: Sí, pues tan dichoso he sido. CLEMENCIA: Corazón, ¿a qué aguardáis que no reventáis de pena?) PEDRO: Mi padre, por estimarme en tanto, ha querido honrarme en vuestra casa. CLEMENCIA: (¿Qué ordena Aparte el cielo con tal rigor contra mi corta ventura?) Toda esta casa procura serviros como a señor. PEDRO: ¿Dónde vuestro padre está? CLEMENCIA: Está fuera de Valencia. PEDRO: Mucho he de sentir su ausencia. CLEMENCIA: Mañana, señor, vendrá. PEDRO: ¿Quién es este caballero? (¡No vi más bella mujer!) Aparte JUAN: Quien os llega ya a ofrecer, (por el interés que espero), Aparte hacienda y vida. Yo soy deudo de doña Clemencia. Resido agora en Valencia porque en cierto pleito estoy. Tengo casa en Barcelona, padres y hacienda, y aquí, para que os sirváis de mí, valor que mi pecho abona. Y creed, si vez alguna la Fortuna se envidió, que agora Ocasión me dio de envidiar vuestra fortuna. Gocéis vuestra bella esposa mil siglos. PEDRO: (¡Válgame Dios!) Aparte JUAN: Y quede viendo a los dos la envidia más vergonzosa. CLEMENCIA: Por mi parte os agradezco la lisonja. Don Fernando os responda. PEDRO: (¿Estoy soñando? Aparte A un imposible me ofrezco). Trigueros, ¿si me han tenido por mi hermano? TRIGUEROS: ¿No lo has visto? PEDRO: (Pues su belleza conquisto Aparte con sólo el nombre fingido, no el amor; que aunque ésta fue la primera vez que la vi, los sentidos le rendí, el corazón la humillé; que algunas bellezas son en el herir y abrasar rayos que matan sin dar lugar a la prevención). Ya soy don Fernando, amigo, y no don Pedro. TRIGUEROS: Pues, guía. PEDRO: De mi poca cortesía que me perdonéis os digo; que me pudo divertir un pensamiento. JUAN: Señor, no admite tanto rigor quien os procura servir; que aunque no me conocéis, con vuestro padre os he visto en Madrid. PEDRO: (¡Qué mal resisto Aparte mi fuego!) Razón tenéis. TRIGUEROS: Estrecha conversación para deudos me parece la suya. PEDRO: Que bien merece tu entendimiento opinión. Luz has dado a mi deseo; mas, ¿cómo podré avanzar si se quieren? TRIGUEROS: Pasear la calle. CLEMENCIA: Cumplirse veo tu pretensión y si es dicha de tu favorable estrella, síguela, si no es que en ella labra el cielo mi desdicha. Tuya soy. JUAN: Pues, ¿de qué suerte mi intento he de conseguir? CLEMENCIA: Luego te podré advertir el modo. TRIGUEROS: Aquesto te advierte la experiencia de un lacayo acuchillado de amor. PEDRO: Basta sólo tu favor. TRIGUEROS: ¡Soy un trueno; soy un rayo! Voyme a poner de pelea y a ser tenedor de esquinas esta noche.
Vase [TRIGUEROS]
PEDRO: (Si divinas Aparte prendas el alma desea, ¿dónde las puedo buscar más bien que en mujer tan bella? Todo respeto atropella una alma que sabe amar. ¡Vive Dios!, que ha de ser mía si el mundo estorba mi intento!) Que tanto se tarde siento, mi señor; que pasa el día y me siento algo cansado del camino. CLEMENCIA: En vuestra casa estáis. JUAN: (El alma me abrasa). Aparte PEDRO: No es razón que os cause enfado quien sin avisaros viene. Esta noche pasaré en la posada. CLEMENCIA: Estaré con cuidado. PEDRO: Esto conviene, señora. Por la mañana vendré a ver a mi señor y agradeceré el amor que os debo. CLEMENCIA: (Si tanto gana Aparte con el suegro, bien pudiera quedarse allá). PEDRO: Guárdeos Dios. CLEMENCIA: Y también Él guarde a vos. PEDRO: Saber, señora, quisiera despertar el alba fría fuera del curso ordinario. CLEMENCIA: Aguardiente y letüario le quitan el sueño al día. PEDRO: Vos, señor, ¿qué me mandáis? JUAN: Que me deis quiero pediros licencia para serviros. PEDRO: Bien acompañado estáis. No habéis de pasar de aquí. JUAN: Por no parecer grosero, me quedo. PEDRO: Saberlo espero si vive valor en mí.
Vase [PEDRO]
CLEMENCIA: Salte allá fuera, don Juan. A las manos te ha venido la Ocasión. Hoy me han vendido por un marido galán un hombre a mis ojos fiero. Tuya desde aquí he de ser; que una resuelta mujer vence montañas de acero. ¿Qué determinas? JUAN: Sacarte de tu casa. CLEMENCIA: ¿Cuándo? JUAN: Agora. CLEMENCIA: Aguardemos tiempo y hora conveniente. JUAN: He de agradarte en cuanto mandarme quieras. CLEMENCIA: Ven a las diez. JUAN: Contaré los minutos. CLEMENCIA: Yo estaré previniendo alas ligeras al tiempo, que más me agrada ir, pues mi agravio me alienta, peregrinando contenta que aborreciendo casada.
Sale TRIGUEROS, de noche
TRIGUEROS: Luego pasará un mosquito sin registrarlo, aunque aquí hallando bodega en mí, en vano el paso le quito. Bien pudiera mi señor avisármelo primero si de tanto aventurero he de ser mantenedor; que van pasando embozados y me han dado qué pensar si vienen a tornear.
[Sale PEDRO]
PEDRO: ¡A mucho obligáis, cuidados! TRIGUEROS: ¿Quién es? PEDRO: Un hombre. TRIGUEROS: Y lo diga siempre que hallare ocasión; que como hay muchos que son jumentos, el nombre obliga. PEDRO: ¿Es Trigueros? TRIGUEROS: ¿No lo ves? En la soledad que tengo, como un espárrago vengo. PEDRO: ¿Qué ha habido? TRIGUEROS: Pasaron tres; metí mano. Miento. No... ellos metieron primero; largué, pues. PEDRO: ¿Eres ligero? TRIGUEROS: Sí, pues nadie me alcanzó. PEDRO: ¿Ha llegado a la ventana alguno a hablar? TRIGUEROS: No, señor. PEDRO: ¿Eres hombre de valor? TRIGUEROS: Es mi sangre galiciana. PEDRO: A la vuelta de la calle he visto un hombre. TRIGUEROS: Pues muera todo bulto. PEDRO: ¡Aguarda, espera! TRIGUEROS: No hay que esperar sin matalle; que mi cólera es terciana que me da temprano y tarde. Ya pasó. Dile que aguarde la cólera de mañana. PEDRO: ¿Y si agora es menester? TRIGUEROS: Tomaréla adelantada. PEDRO: Tu resolución me agrada. Lo que aguarda he de saber. Espera.
Vase [PEDRO]
TRIGUEROS: Dios le perdone. No sabe quien va a buscarlo. Tanto quiero excusarlo. No puedo más.
[Sale don JUAN]
JUAN: No corone el sol las manzanas de oro; porque dilatando plazos, le dé la noche a mis brazos la bella prenda que adoro.
CLEMENCIA a lo alto
Parece que en su ventana, entre marcos de marfil, parece el alba gentil vestida de nieve y grana. ¡Cierta es mi dicha! CLEMENCIA: El deseo me dice que éste es don Juan. TRIGUEROS: (En la ratonera están). Aparte JUAN: ¡Vive Dios!, apenas creo las venturas que me ofrece el cielo. CLEMENCIA: ¿Sois vos? JUAN: Yo soy, que al amor envidia, y doy del bien que nadie merece. CLEMENCIA: Dejad lisonjas que dañan cuando pide ejecuciones el tiempo. TRIGUEROS: (Lindas razones Aparte escucho si no me engañan los claretes de Valencia que turban a un elefante). CLEMENCIA: Mi amor es niño y gigante, y con tirana violencia me persüade a seguiros. En hábito de hombre voy. TRIGUEROS: (¡Bueno!) Aparte JUAN: Aguardándoos estoy. TRIGUEROS: (¡Vos vendréis a arrepentiros!) Aparte CLEMENCIA: Pues ya bajo. JUAN: Y yo os espero con el alma agradecida.
[Vase CLEMENCIA]. Sale PEDRO
PEDRO: ¿Hay algo? TRIGUEROS: Una olla podrida, pero ha de sobrar carnero. Clemencia [está] disfrazada de hombre, y aquél es don Juan, su pariente y su galán. Luego tentarás la espada, que si te miro con ella sin la vaina, no sabrás lo que resta y me darás mil sustos como a doncella. PEDRO: Prosigue, pues. TRIGUEROS: Compendioso estaré. Ya baja a abrir. PEDRO: ¿Qué intenta? TRIGUEROS: Con él se ha de ir. PEDRO: A no estar yo tan celoso y amante... TRIGUEROS: Señor. PEDRO: ¿Qué quieres? TRIGUEROS: Estocadita y adiós. (Metiérame entre los dos; mas es cuestión de mujeres y yo soy poco curioso).
[Vase TRIGUEROS]
PEDRO: Una palabra quisiera hablaros. JUAN: ¡Fortuna fiera, de tu poder envidioso me quejo! ¿Estorbos me pones cuando tanta gloria espero? ¿Qué me queréis? PEDRO: Lo que os quiero os diré en breves razones si me seguís. JUAN: Pues ya os sigo.
Vanse [don JUAN y PEDRO. Sale TRIGUEROS]
TRIGUEROS: ¡Él llevará su recado! ¡Bueno va! Ya ha comenzado la danza. Yo soy amigo de historiar una pendencia por el gusto de contarla; porque llegarme a excusarla es encargar la conciencia.
Sale PEDRO con la espada desnuda. Sale CLEMENCIA vestida de hombre
PEDRO: ¡Esto es hecho! TRIGUEROS: ¡Linda mano para adobar aceitunas! CLEMENCIA: Estrellas, si ha habido algunas con imperio soberano sobre el amor, dadme ayuda porque me deje el temor. PEDRO: La puerta abrieron. TRIGUEROS: Señor, acudo con lengua muda, que es la susodicha. CLEMENCIA: Vamos donde la suerte nos guía. A Barcelona sería lo mejor; que en ella estamos seguros de la justicia. PEDRO: Tu gusto he de obedecer. TRIGUEROS: ¡Una estatua me han de hacer de nabos dentro en Galicia!
Vanse. [Sale] don JUAN herido
JUAN: Ya que tuviste valor para herirme, no acabaras mi vida y ansí templaras la fuerza a mi ardiente amor. ¡Ay, esperanza perdida, tarde os volveré a cobrar!
Sale don FERNANDO, de camino
FERNANDO: ¡Si el cielo quiere mostrar prodigios en mi venida! Casi al umbral de la puerta de mi esposa un hombre escucho herido. ¡Temiendo lucho con mi amor! JUAN: ¡Pues, tengo cierta la muerte, muera también mi enemigo!
Acomete a FERNANDO
FERNANDO: ¡Escucha, advierte, que otro ha causado tu muerte; [que yo soy hombre de bien], y si me quieres decir quién pudo ser tu ofensor, te daré todo el favor que a un hombre puedas pedir. JUAN: De esta casa procedió mi muerte.
Vase [don JUAN]
FERNANDO: ¡Válgame el cielo! Ya no es vano mi recelo. Con causa el alma temió. Verdad las cartas dijeron de la pretensión que había. ¡Todo va en desdicha mía! [¡Qué verdaderas salieron!]
Sale un CRIADO
CRIADO: Ya las luces se perdieron de esa casa. FERNANDO: ¡Desengaños, mostrad de una vez los daños que mis sentidos temieron!) Hidalgo, por cortesía me decid, ¿qué ha sucedido en esta casa? CRIADO: Ha perdido la luz por quien se regía. Mi señora, o ya engañada o resuelta, en este punto... FERNANDO: (¡Ya mis desdichas barrunto!) CRIADO: ...de un caballero obligada, y de la ocasión que ofrece de su padre un día de ausencia --que él verá vuelto a Valencia lo que un descuido merece-- dejó su casa y su honor. Sospecho que es un don Juan quien la ha robado. Ya irán caminando; que el temor, que delitos no perdona, suele al más fuerte seguir. FERNANDO: ¿Sabéis dónde puedan ir? CRIADO: Sospecho que a Barcelona; que al fin es reino seguro y el don Juan, si es el ladrón, vive en ella. FERNANDO: En la ocasión mis venganzas aseguro. ¡Cielos, detenedle os pido y veré con nueva hazaña si es valiente en la campaña como en Valencia atrevido! Ya me alienta la esperanza de ver cobrado mi honor. Noble soy. ¡Denme valor el agravio y la venganza!
[Vase FERNANDO]. Sale un COSARIO moro y sus MOROS
COSARIO: Si este bosque nos ampara, no podrá faltarnos presa; que éste es el paso más cierto de Barcelona. MORO 1: No llegan a tierra las galeotas porque si las ven de tierra, será sin fruto la entrada y peligrosa la empresa. COSARIO: ¿Sabes quién soy? Pues, ¿qué dices cuando cristianas banderas ganadas por este brazo honran las mezquitas nuestras? ¿Ha habido en Argel cosario desde que en Corso navegan africanas galeotas al fiero cristiano opuestas que a tu patria vencedora con tantos despojos vuelva, de cautivos y pendones, armas, oro, plata y piedras? Pues si al valor que conoces han juntado las estrellas el dulce amor que me abrasa, ¿qué riesgos hay que lo sean? Celaura es el sol que adoro y a quien mis justas empresas dirige amor. Quiere el cielo que nos ofrezca la tierra alguna presa importante porque a sus plantas la ofrezca en vez de amantes lisonjas y de imposibles promesas. MORO 2: ¿Cómo ha de temer la muerte quien a tu lado pelea? Acomete y vencerás. COSARIO: Imito en fortuna a César. Silencio y cuidado, amigos.
Vanse [el COSARIO y los MOROS. Salen] don PEDRO y CLEMENCIA al entrarse los MOROS
CLEMENCIA: Señor, matarme pudieras en tu casa, no en el campo. Confieso que fue la ofensa grande, pero no de suerte que deba morir por ella; que mientras no soy tu esposa, no ha de correr por tu cuenta mi honor, aunque fue mi culpa digna de mayores penas. PEDRO: Ya sé que fuiste engañada; pierde ya el temor. Sosiega, que tu delito perdono. CLEMENCIA: (Él me engaña con prudencia Aparte para quitarme la vida sin riesgo suyo.) PEDRO: La siesta es calurosa a esta parte. Sombras ofrece la selva; siéntate y descansarás mientras mitiga la fuerza del sol. CLEMENCIA: (Yo seré escarmiento Aparte de las que dejarse llevan de sus livianos deseos.) PEDRO: (Oh, quién gozarla pudiera Aparte sin los nudos que me ponen el temor y la vergüenza! Solo estoy; ¿cómo es posible que un hombre en el campo tema que nunca a Dios ha temido? Parece que el bosque engendra, para amparar su hermosura, hambriento escuadrón de fieras y que las hojas y ramas son, en igual competencia, soldados que la defienden y murallas que la cercan.) CLEMENCIA: (Mudado tiene el color. Aparte Con el furor se aconseja; matarme quiere sin duda.) PEDRO: (Quiero con ruegos vencerla, Aparte aunque si se juzga mía, ¿cómo ha de negar la deuda de amor?) CLEMENCIA: ¿Cómo no os sentáis, señor?
Siéntase [PEDRO]
PEDRO: Rogarte quisiera...
Sale don FERNANDO
FERNANDO: (Aunque su disfraz la encubre, Aparte llevo su imagen impresa. Cuando la vi en el sarao, la vez que estuve en Valencia, encubierto la miré y agora ofende encubierta el más generoso amor que humanos pechos engendran). ¡Ladrón! ¡Villano! ¿Qué haces? ¿Tan descuidado te asientas cuando al mismo cielo agravias y escandalizas la tierra? PEDRO: ¡Cielos! ¿Qué es esto que miro? FERNANDO: ¡Válgame Dios! ¿Con qué nueva ilusión se engaña el alma? CLEMENCIA: ¡Los cielos conmigo sean! ¿No es éste el original del que me dieron por prenda en un retrato? Es sin duda. Éste es mi esposo y se vengan sus agravios en mi vida. ¡Qué de temores me cercan de mi atrevimiento hijos! FERNANDO: ¡Apenas sabe la lengua prestar vida a las palabras por turbada y por suspensa! ¿No eres tú mi hermano? PEDRO: Sí. ¿Qué quieres? Ésta es Clemencia, tu esposa. Yo la robé. Mira si te hallas con fuerzas para defender tu honor. FERNANDO: ¿Cuándo faltara nobleza en mi pecho y me engendrara un villano de estas tierras? Tiene la razón que tengo tan conocida excelencia, tantas partes de valor, tanto brío, tanta fuerza, que cuando en amparo tuyo vomitaron esas selvas más hombres en blanco armados, que verdes troncos sustentan, y cada peñasco de estos trocara Naturaleza imitando a los gigantes que el cielo en montañas trueca, este brazo y esta espada, como Júpiter enflegra, dieran, fulminando rayos nuevo escarmiento a la tierra. PEDRO: Ya sabes que son cobardes los que prefieren la lengua a las manos. FERNANDO: En las mías verás la muerte que esperas. CLEMENCIA: ¡Oh, Fernando, esposo mío, el dueño soy de tu ofensa! No tiene culpa tu hermano.
Sale TRIGUEROS
TRIGUEROS: ¿Aun no dejarán que duerma un cristiano? ¡Mal es esto! PEDRO: ¿Es posible que te atrevas a quien te hará más pedazos que has dicho palabras necias? TRIGUEROS: ¡Don Fernando es! ¡Vive Dios! ¿Quién hay que el suceso crea? ¡Si ha venido por ensalmo!
Salen COSARIO y MOROS
MORO 1: ¡No se nos vaya la presa! MORO 2: ¡Pues acometamos juntos! COSARIO: ¡Daos a prisión! CLEMENCIA: ¿Hay más nuevas desdichas hoy? PEDRO: ¡Don Fernando, agora verás si alientas el valor en el peligro! FERNANDO: ¡La mía es tu causa mesma! Ya sabes que es imposible vencerme en valor ni en fuerzas, y que ha de cantar la fama con mi valor tu defensa. Pues, porque no diga el mundo que a un hombre solo le deja el alma en viles despojos, ponte a mi lado y sustenta hasta morir el valor que de nuestro padre heredas. COSARIO: ¿A qué aguardáis a rendiros? PEDRO: Sólo aguardo la respuesta de un hombre que no os estima por la poca resistencia que habéis de hacer a su espada. FERNANDO: ¿Tú me animas y aconsejas? COSARIO: ¿Sabes que soy el cosario de quien estos mares tiemblan y que un escuadrón armado te acomete? Pues, ¿qué esperas? PEDRO: Presto lo verás.
Acuchíllanse
CLEMENCIA: Trigueros, ¿qué desventuras son éstas? TRIGUEROS: Pues, ¿a mí me lo preguntas cuando es ya fuerza que aprenda a majar esparto? CLEMENCIA: ¡Ay, cielos! ¡Ya cayó Fernando en tierra! TRIGUEROS: ¡Y mi señor defendiendo al pobre hermano se esfuerza como un Roldán! CLEMENCIA: Poco importa, si tantos moros le cercan. TRIGUEROS: ¡Huyamos! CLEMENCIA: Será imposible; que amor y temor me fuerzan a que su fortuna aguarde.
Sácanlos atados y PEDRO herido
TRIGUEROS: (Aquí aprovecha una treta.) Aparte Perros cativar también y a dar venganza a Zulema. ¡Agora pagar el palos que me dar en vosa tierra! COSARIO: ¿Quién eres? TRIGUEROS: Ser un morisco que venir chiquito al teta de Fatima y ser catebo [................... e-a] en Marrocos. COSARIO: Pues hoy ganas la libertad que deseas. FERNANDO: ¿Qué es lo que intenta este bruto? TRIGUEROS: Dacar vos el manos, perra, que agora servirme a mí. MORO 1: Ya los esquifes te esperan. COSARIO: ¡Pues, a la mar! CLEMENCIA: ¿Estás loco, Trigueros? TRIGUEROS: Si eres discreta, ¿cómo no ves lo que importa mi industria y mi diligencia? CLEMENCIA: ¡Hoy mis esperanzas mueren! PEDRO: Padre, bien vengado quedas de tu inobediente hijo. MORO 2: ¡Buen robo! COSARIO: ¡Gallarda presa!

FIN DEL ACTO PRIMERO

El mártir de Madrid, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002