EL ESCLAVO DEL DEMONIO

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en la edición príncipe, EL ESCLAVO DEL DEMONIO, en Tercera parte de las comedias de Lope de Vega y otros autores (Barcelona: Cormellas, 1612) con el apoyo de la edición crítica de Milton Buchanan (Baltimore: Furst, 1905). Este texto fue preparado por Vern G. Williamsen para un curso dictado en el año 1984.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen MARCELO, viejo, y LISARDA y LEONOR, hijas suyas
MARCELO: Padre soy, hago mi oficio; tomad consejo esta vez, y sed por tal beneficio, báculos de esta vejez, columnas de este edificio. Si las acciones humanas con igual amor de hermanas dirigís a la virtud, a la fuerte juventud no envidiarán estas canas. Un año fue el curso mío, mayo la niñez inquieta, la juventud fue el estío, otoño la edad perfeta, la vejez invierno frío. Mi cuerpo apenas se mueve, que la edad mayor es breve, como el hombre no es eterno, y por estar en mi invierno me cubre el tiempo de nieve. Sirviendo a mi rey gasté la flor de mi edad dorada que en sus límites se ve, y así he dejado aumentada la nobleza que heredé. Ésta quiero conservar y así te pretendo dar, Lisarda, el estado que amas; pues que las dos sois las ramas en que el fruto he de mostrar. Cásate, estado recibe; hágame Dios tal merced antes que el tiempo derribe aquesta baja pared, que agora temblando vive. Don Sancho de Portugal, que de la sangre real gotas en sus venas tiene, a ser tu marido viene mañana. LISARDA: (¡Yo estoy mortal!) Aparte MARCELO: Tú, Leonor, que el pensamiento a Dios eterno ofreciste, de que yo vivo contento, ya que el estado elegiste, sabe elegir el convento. Tus intentos son divinos, que en esta vida en que estamos todos somos peregrinos del cielo, aunque caminamos por diferentes caminos. Cada estado ya se sabe que es camino, cuál es grave, cuál es fácil; la casada lleva su cruz más pesada y la monja menos grave. Al Cordero, que inocencia, siguen con gran reverencia diferentes monarquías, y quiero que con las mías gocen de esta diferencia. Brazos míos sois las dos, estados son en que fundo poder abrazaros Dios; con el uno a vos y al mundo, con el otro solo a vos. Una monja, otra casada, quedará mi casa honrada, y yo con ánimo fuerte en el umbral de la muerte lloraré mi edad pasada. LISARDA: (Mi lengua perpetuamente Aparte se atreve a decir de no; rabio Amor, muero impaciente). LEONOR: Tu esclava he de ser. LISARDA: Y yo una hija inobediente. La venganza y la afición efecto de ánimo son que suelen torcer el curso a la costumbre, el discurso al honor y a la razón. Son estas pasiones que unos tiranos se hacen de nuestras inclinaciones, y de no vencerlas nacen extrañas resoluciones. De las dos vencida fui; que a don Sancho aborrecí, y a don Diego de Meneses tu enemigo, ha cuatro meses que mi voluntad rendí. Ésta es fuerte inclinación y no la puedo vencer, hace en el alma impresión, no discierno, soy mujer, y tomo resolución. Si con él me has de casar yo obedezco. MARCELO: (¡Que escuchar Aparte pueda un padre tal rigor! Ciega la tiene el amor y quiérome reportar). LISARDA: Mudar, Leonor, no pretendo mi propósito ofendido. MARCELO: Angel, mira que me ofendo. LISARDA: Angel soy, y así no olvido lo que una vez aprehendo. MARCELO: Tu aprehensión te condena. LISARDA: Fuerza de estrellas me inclina. MARCELO: No se fuerza lo que es buena. LISARDA: A quien amor determina ninguna razón refrena. MARCELO: ¿A un traidor, a un homicida que priva de dulce vida a un hijo que yo engendré tienes amor, tienes fe? ¿No es tu sangre la vertida? ¿Qué fiera, qué irracional, qué bárbaro hiciera tal? Hoy parece mujer mala que quiere más y regala aquél que la trata mal. Plega a Dios, inobediente, que casada no te veas, que vivas infamemente, que mueres pobre y que seas aborrecible a la gente. Plega a Dios que destrüida como una mujer perdida, te llamen fascinerosa, y en el mundo no haya cosa tan mala como tu vida. LEONOR: Templa tu enojo, señor, que espantan tus maldiciones. MARCELO: Descubro en esto el valor. LISARDA: Y yo las inclinaciones. MARCELO: ¿De quién, falsa? LISARDA: De mi amor.
Vase LISARDA
MARCELO: Quien ve tanta desvergüenza también verá mi deshonra, porque en la mujer comienza a morir crédito y honra cuando pierde la vergüenza. Hija que al padre desprecia, viva y muera con infamia, siga como loca y necia a la antigua Flora y Lamia, no a Penélope y Lucrecia. LEONOR: Señor, mal dije "señor," que en este nombre hay rigor por la sucesión del hombre, padre digo, porque es nombre de más dulzura y amor. Templa, templa tus enojos, que con esas maldiciones podrán mirarlas tus ojos divertidas las acciones entre sus vanos antojos. Muéstrale el semblante amigo, porque si está porfïando una mujer, yo te digo que es mejor consejo blando que colérico castigo. Yo la rogaré y en tanto habla tú a don Gil, el santo que Coímbra reverencia por su ayuno y penitencia, oración y tierno llanto, para que a don Diego pida se contente del rigor con que fue nuestro homicida, sin pretender el honor que es de los nobles la vida. MARCELO: Eres el cielo que ordenas las cosas con igualdad eres arco que serenas mi rostro en la tempestad de mis lágrimas y penas. Mi cólera es bien detenga y que por ti a pensar venga, que en este mundo pesado no hay hombre tan desdichado que algún consuelo no tenga. Plega a Dios que desigual tu vida a tu hermana sea, y este viejo ya mortal tan venturoso te vea que reines en Portugal.
Vanse. Sale don DIEGO de Meneses
DIEGO: Amor, si tus pasos sigo no sé qué camino elija, pues vengo a adorar la hija de un hombre que es mi enemigo; temo, resisto y prosigo. Teme en balde la prudencia, y resisto con violencia, mas es cual rayo el amor que hiere con más rigor donde halla resistencia. Pasa Leandro el estrecho, Hero en él se precipita; Tisbe la vida se quita, Píramo se rompe el pecho. ¿Quién lo hizo? Amor lo ha hecho, porque vence si porfía y la condición más fría en amor se trueca y arde y en el ánimo cobarde suele engendrar osadía. Osar tengo, y no temer que a Lisarda he de gozar pues bien me quiere.
Entre DOMINGO, lacayo, con un billete
DOMINGO: Al pasar, éste me dio una mujer. DIEGO: Aun hay sol, podré leer. "Don Diego, el alma se abrasa por ti, y mi padre me casa; mas si amor te da osadía, ven esta noche a la mía, me llevarás a tu casa." Cielos, dadme el parabién, pues que mi ventura es tal que apenas supe mi mal cuando encontré con mi bien. Fortuna, no des vaivén ya que al mismo sol me igualas. Trae, Domingo, unas escalas aunque superfluos serán donde favores me dan que pueden servirme de alas. DOMINGO: Don Gil te viene buscando. DIEGO: Azar es esta ocasión hallar un santo varón que se está martirizando al que mal está pensando, y al que con su carne lucha. Amistad me tiene mucha; uno es flaco y otro fuerte.
Sale don GIL de hábito largo
GIL: Don Diego. DIEGO: ¿Qué quieres? GIL: Verte y hablarte. DIEGO: Dime, ¿qué? GIL: Escucha: Son amigos los consejos, unas amargas lisonjas que al alma dan dulce vida y a las orejas ponzoña. Son luz de nuestras acciones, son unas piedras preciosas con que amigos, padres, viejos nos regalan, y nos honran. El darlos es discreción a quien los pide y los honra, y es también locura el darlos si no se estiman y toman. Fuerza es darlos al amigo, y la ocasión es forzosa si al cuerpo importa la vida y al alma importa la gloria. Tu amigo soy, y una escuela nos dio letras, aunque pocas; se te cansaren consejos buen es la intención, perdona. Ya tú sabes la nobleza de los antiguos Noroñas, señores de Mora, lustre de la nación española. Y ya sabes que estas casas que celas, miras y adoras son de esta noble familia rica, ilustre y generosa. Tú, que dignamente igualas cualquier majestad y pompa, porque es bien que los Meneses pocos iguales conozcan, cortaste la tierna vida con tu mano rigurosa, al primogénito ilustre que padres y hermanas lloran. Accidental fue el suceso, no quiero culparte agora; llegó tu espada primero, fue tu suerte venturosa. Cumpliste un breve destierro, que blanda misericordia vive en los pechos hidalgos y fácilmente perdonan. Los nobles son como niños, que fácil es desenojan, si las injurias y agravios a la nobleza no tocan. Agravios sobre la vida heridas son peligrosas, mas sólo incurables son las que caen sobre la honra. Al fin, las heridas suyas tienen salud, aunque poca, que al alma incita el agravio y al agravio la memoria. Pues si este viejo no imita a la africana leona, ni a la tigre remendada en la venganza que toma, ¿cómo tú, tigre, león, rinoceronte, áspid, onza, no corriges y no enfrenas tus inclinaciones locas? "Busca el bien, huye el mal; que es la edad corta; y hay muerte, y hay infierno, hay Dios y gloria." Si con lascivos deseos de Lisarda te aficionas y en ella pones los ojos, la pasada injuria doblas. A un agravio habrá piedad pero a más está dudosa, que aun a Dios muchas ofensas rompe el amor si se enoja. Teme siempre el ofensor si el agravio le perdonan, que su justicia da voces y el rigor de Dios invoca. Refrena, pues, tu apetito, porque es bestia maliciosa, y caballo que no para si no le enfrenan la boca. Si aspiras a casamiento pretendan tus ojos otra, porque no habrá paz segura si resulta de discordia. De largas enemistades viene paces, pero cortas, porque es pasar de odio a amor jornada dificultosa. Quien reconcilia enemigos madera podrida dora, y al temple pinturas hace que fácilmente se borran. Busca otros medios süaves si pretendes paz dichosa, y sobre bases de agravio columnas de amor no pongas. "Busca el bien, huye el mal; que es la edad corta, y hay muerte, y hay infierno, hay Dios y gloria." DIEGO: Predicador en desierto, hora es ya que te recojas. GIL: Quien hace mal aborrece la luz y busca la sombra. Como la noche ha venido a tu gusto tenebrosa, quieres que solo te deje; líbrete Dios de tus obras. Él corrija tus intentos, Él te inspire y te disponga, y Él no te suelte jamás de su mano poderosa.
Vase don GIL
DIEGO: Dichoso tú que no sabes de pasiones amorosas, no conoces disfavores, desdén y celos ignoras; y desdichado también, pues los regalos no gozas del Amor, que en nuestros ojos tiende su red cautelosa.
Sale DOMINGO con la escala
DOMINGO: Ya traigo escala, temiendo no me encontrase la ronda. DIEGO: Y yo, parece que veo al balcón una persona. ¿Es mi Lisarda?
Sale LISARDA al balcón
LISARDA: ¿Es don Diego? DIEGO: Soy, mi dueño, y mi señora, quien idolatra ese rostro imagen de Dios, hermosa, quien sacrifica en tus aras un alma ajena y fe propia. LISARDA: Yo quien recibe la fe y la ha pagado con otra, quien no ha temido, quien ama, quien es cuerda, quien es loca, quien se atreve, quien es tuya, quien te espera y quien te adora. Procura subir arriba mientras amor me transforma en hombre, porque me lleves sin que nadie me conozca. En esta cuadra me espera, que sin luz, cerrada y sola la dejaré. DIEGO: Escala traigo. LISARDA: Ladrón que el alma me robas...
Vase LISARDA
DIEGO: Arrímala, pues, Domingo; que quiero escalar agora este cielo de Lisarda. DOMINGO: A mil peligros te arrojas. DIEGO: Amor me da atrevimiento. DOMINGO: Y a mí temor estas cosas. ¿He de subir yo contigo? DIEGO: La escala es bien que recojas cuando suba, y en lo oscuro de aquesta calle te pongas, y esto ha de ser sin dormirte. Mira, Domingo, que roncas cuando duermes y aun a veces a gritos dice tu boca lo que te pasa de día y a los demás alborotas. DOMINGO: No era bueno para grulla, no puedo velar una hora; que tengo el sueño pesado. DIEGO: Vela esta noche, que importa.
Pónese a dormir DOMINGO, entre don GIL con una linterna y halla a don DIEGO en la escala
GIL: Esta noche para el cielo un alma voy conquistando; mas la casa de Marcelo está don Diego escalando. Desdichas grandes recelo. ¡Don Diego! DIEGO: (Temo perder Aparte la gloria de esta mujer). ¿Qué quieres? GIL: ¿Adónde subes, piedra arrojada a las nubes que sube para caer? Bajen tus altivas plantas movidas de torpe amor, Nembrot que torres levantas contra el cielo del honor de aquestas doncellas santas. Baja, loco carnicero, ladrón de honrados tesoros, cobarde y mal caballero. ¿En qué alcázares de moros estás subiendo primero? En un libro Dios escribe a la virtud y al pecado de él que en este mundo vive, y aqueste libro acabado, la gloria o pena recibe. Y siendo así, tus delitos tienen cercanas sus penas, porque son tan infinitas que ya están las hojas llenas donde Dios los tiene escritos. Marcelo es árbol que pudo dar el fruto que tú amas, y si cual bárbaro rudo le vas quitando las ramas, quedará el tronco desnudo. La vida y honra también son columnas en que estriba su casa. El brazo detén; déjale vida en que viva, y honra con que viva bien. Si el cuerpo joven desalmas de su hijo, y sin deshonra su sangre atinó tus palmas, no le derrames la honra que es la sangre de las almas, Si no hay quien quite ni pida lo que no puede tornar, advierte, ingrato homicida, que no eres rey para honrar ni Dios para dar la vida. Teme a Dios cuya persona es con los hijos que trata como parida leona, que a quien los ofende mata y a quien los deja perdona. Ave es, y tus obras malas se oponen contra los cielos, siendo milano que escalas un nido donde hay polluelos que cubre Dios con sus alas. Número determinado tiene el pecar. ¿Y qué sabes, si para ser condenado sólo te falta que acabes de cometer un pecado? Ea, gallardo mancebo, advierte a lo que te debo, si en gracias de Dios estoy lo que te debo te doy. DIEGO: Penitencia haré de nuevo. No pienso escalaros, rejas. Perdonad, Lisarda, vos. Don Gil, trocado me dejas porque a las voces de Dios no ha de haber sordas orejas. Trae, Domingo, esas escalas, y tú, que con santo celo a los milanos me igualas, eres cazador del cielo y me has quebrado las alas.
Desciende don DIEGO y vase
GIL: ¡Cielos, albricias, vencí! No es pequeña mi victoria. Un alma esta vez rendí; mas, ¿qué es esto? Vanagloria, ¿cómo me tratáis así? Aquí se queda la escala manifestando su intento, ¿oh, qué extraño pensamiento! ¡Jesús, que el alma resbala, y mudó mi entendimiento! La fe de esta corazón huyó, pues que la Ocasión es la madre del delito, que si crece el apetito es muy fuerte tentación. Lisarda arriba le aguarda a quien ama tiernamente. Imaginación, detente, porque es hermosa Lisarda. Corazón, ¿quién te acobarda? Loco pensamiento mío, mirad que sois como río que a los principios es fuente que se pasa fácilmente y después sufre un navío. Subiendo podré gozar... ¡Ay, cielos! ¿Si consentí en el modo de pecar? Pero no, que discurrí. Tocando están a marchar mis deseos. La razón forma un divino escuadrón. El temor es infinito. Toca el arma el apetito y es el campo la ocasión. Huye, Gil, salta tu estado, no escapes de vivo o muerte. Conveniente es ser tentado; mas si Cristo va al desierto ya la batalla se ha dado. La conciencia está oprimida; la razón va de vencida. ¡Muera, muera el pensamiento! Mas, ¡ay alma!, cómo siento que está en peligro tu vida! Mas esto no es desvarío; yo subo. ¿Qué me detengo si subo al regalo mío? Mas, ¿para qué, si yo tengo en mis manos mi albedrío? Nada se podrá igualar, que es la ocasión singular y si de ella me aprovecho, gozaré, don Diego, el lecho que tú quisiste gozar. [La ejecutada maldad tres partes ha de tener: pensar, consentir y obrar. Y siendo aquesto así, hecho tengo la mitad;] que es pensamiento liviano no resistirle temprano. Dudé y casi es consentido. Alto, pues, yo soy vencido. Soltóme Dios de su mano; que a Lisarda gozaré sin ser conocido entiendo.
Sube don GIL y despierte DOMINGO
DOMINGO: Basta que en pie estoy durmiendo como mula de alquilé; pero al tiempo desperté que subió arriba don Diego; y mientras él mata el fuego y se arrepiente y le pesa, soltaré al sueño la presa y dormiré con sosiego. Dentro está. Yo determino hace del suelo colchón; que no hay cama de algodón como un azumbre de vino. Y no hay Roldán Paladino que a dormir cual yo se atreva, si el estómago no lleva con este licor armado. A quien despierta el cuidado si dormir pretende, beba.
Quita DOMINGO la escala y duérmese
GIL: Sola, cerrada y oscura está esta cuadra. Lisarda, que Marcelo duerma, aguarda o está en su cama segura. Ya me tiene su hermosura tan determinado y loco que parece que la toco. ¡Ay Amor, si imaginado eres tan dulce, gozado no será tu gusto poco! Mil pensamientos me inflaman, porque pleitos y recados andan siempre encadenados; que unos a otros se llaman. Estos intentos me infaman y el crédito iré perdiendo. ¿Con el mundo irme pretendo y conservar mi opinión? Sabe el cielo mi intención que ya, por Dios, no desciendo. ¡Mas la escala no está aquí!
Habla entre sueños DOMINGO
DOMINGO: No bajes sin que la goces. GIL: ¿Quién me anima y me da voces? Temiendo estoy. ¡Ay de mí! Bajar por donde subí no es posible. DOMINGO: ¡Espera, espera GIL: Bajar no puedo aunque quiera. ¿Si me vio alguno subir? DOMINGO: ¡Justicia de Dios! GIL: Hüir, no la podré. DOMINGO: ¡Muera, muera! GIL: La justicia de Dios es que me viene a amenazar. DOMINGO: No la dejes de gozar, yo te ayudaré después. GIL: Ya me anima. ¿Cómo, pues, si estoy hablando entre mí, responderme puede así a lo que yo a solas hablo? DOMINGO: ¿Quién ha de ser si no el diablo? GIL: ¿Si estoy condenado? DOMINGO: Sí. GIL: Luego, si estoy condenado, vana fue mi penitencia, y ha venido la sentencia. DOMINGO: ¡Vino, vino! GIL: ¿Ya ha llegado? DOMINGO: Bebe y come. GIL: Si he ayunado en balde, ya comeré. DOMINGO: ¡Brindis! GIL: La razón haré, pues que la carne me brinda. DOMINGO: Goza la ocasión, que es linda. GIL: Ésta y otras gozaré.
Vase don GIL y despierta DOMINGO alborotado
DOMINGO: ¿Vienes, señor? ¡Por Dios que me he dormido! ¨Es hora? ¨Eres t£? Nadie parece. En sueño dulce estaba sepultado. Al principio soñaba una pendencia que don Diego tenía, y que bajaba sin gozar de Lisarda los favores; mas luego que en regalo y pasatiempo la boda celebrábamos alegres brindándonos con vino de los cielos... Mas ya se van huyendo las Cabrillas, y las ruedas de Carro se han parado, y el Norte ya no toca su bocina, y no sale don Diego. A gran peligro estoy en esta calle con la escala. ¿Si está dentro? ¿Si, estando yo durmiendo, se fue? Dudoso estoy. No sé qué haga. Estando dentro, ¿no esperará el día? O si quiere bajar por la ventana, saltar puede en el suelo fácilmente; que al fin para bajar no importa escala. Mejor consejo es irme de esta calle, y más que están abriendo ya las puertas de casa de Marcelo y han salido dos hombre, y don Diego no parece. Mas yo me acojo; que el temor empieza a subirse cual vino a la cabeza.
Vase DOMINGO y salen don GIL y LISARDA en hábito de hombre
LISARDA: Mucho, don Diego, has callado. Ya estamos solos. No estés cubierto ni recatado. GIL: Ten paciencia, que no es don Diego quien te ha gozado. LISARDA: ¿Quién eres? GIL: Quien ha subido hasta la divina esfera; pero cual Icaro he sido que volé con fe de cera y en el infierno he caído. Un segundo Pedro fui y tú el fuego de Pilato, pues por llegarme hoy a ti, como necio y como ingrato, negué a Dios y le perdí. Por la voz de un gallo fue a llorar con pecho tierno. Yo cual precepto escuché una voz del mismo infierno con que he perdido la fe. Don Gil soy. LISARDA: ¡Triste de mí! ¿Y don Diego? GIL: Él me ha traído a que gozase de ti para dejar ofendido tu padre otra vez. LISARDA: Así se cumplen como merecen mis esperanzas prolijas, mi agravio y desdichas crecen; que en esto paran las hijas que a sus padres no obedecen. ¿En qué pecho habrá paciencia? GIL: Para tan grave dolor igual es nuestra imprudencia. Tú perdiste mucho honor y yo mucha penitencia. LISARDA: Deja que vuelva a mi casa antes de nacer el día. GIL: Eso no, adelante pasa; que era el alma nieve fría y es un infierno y se abrasa. La vida de aqueste pecho hoy correrá más apriesa por el gusto y el provecho, pues se ha soltado la presa que las virtudes han hecho. Por ti perdí la prudencia por el infierno profundo, con la carne la abstinencia, el crédito con el mundo, y con Dios la penitencia. Por ti he perdido el jornal que esperaba recibir del Señor universal, y entro de nuevo a servir a un amo que paga mal. Ya serán mis ejercicios pecados fascinerosos, que así salen de sus quicios los que fueron virtüosos y siguen tras de los vicios. Conmigo, Lisarda hermosa, has de ir; que para los dos no negará el mundo cosa, pues nos ha soltado Dios de su mano poderosa. LISARDA: ¿Qué dices, alma? No puedes quedar en más vituperio. Tú, cuerpo, ¿qué no te quedes que temas de un monasterio las solícitas paredes. ¿Qué replicas, alma? Que es es de buena conciencia. ¿Y tú, cuerpo? Que ya ves que es temprana penitencia pudiendo hacerla después. La maldición es cumplida de mi padre. El cielo temo. Ya lloro mi honra perdida. Ya va llegando a su extremo la desdicha de mi vida. Tres enemigos me dio el cielo en mi mal prolijo: don Diego que me engañó, mi padre que me maldijo y don Gil que me forzó. Mi padre en su maldición colérico estuvo y ciego; venció a don Gil la afición; sólo el ingrato don Diego no tiene satisfacción. Don Gil, ¿querrás ayudar la venganza de mi agravio? GIL: En pedir y perdonar mueve el encendido labio cual fino coral del mar. La estrella que te ha inclinado sigue, que yo pienso ser un caballo desbocado que parar no he de saber en el curso del pecado. Sigue el gusto y la venganza; que lo que tu pecho ordene emprenderá, sin mudanza, esta alma que ya no tiene fe, caridad ni esperanza. LISARDA: Adiós, casa en que nací; adiós, honra mal perdida; adiós, padre que ofendí; adiós, hermana querida; adiós, Dios a quien perdí. Perdida voy, y es razón que tengan tal desventura las que inobedientes son. GIL: No hay alma buena, segura, si no huye la Ocasión. Como en Dios no he confïado y en mis fuerzas estribé en el peligro pasado, soberbia angélica fue y así Dios me ha derribado.
Vanse don GIL y LISARDA. Salen MARCELO y LEONOR
MARCELO: Leonor, el grave cuidado que a un viejo padre conviene con dos hijas sin estado, toda esta noche me tiene afligido y desvelado. Si Lisarda, cruel, porfía, y de mi amor se desvía, será obligación forzosa dejar de ser religiosa. LEONOR: Tu voluntad es la mía.
Sale BEATRIZ, criada
BEATRIZ: Señor. MARCELO: Tu miedo me espanta. BEATRIZ: Helada tengo y asida al suelo la débil planta, a un grave dolor la vida, y la voz a la garganta... MARCELO: Di, ¿de qué estás admirada? BEATRIZ: Piensa de qué puede ser. MARCELO: Dilo, pues, no estés turbada; que me estás dando a beber veneno en taza penada. BEATRIZ: Lisarda, Lisarda ha escrito... MARCELO: Anda en su mismo apetito, mas tu lengua no la nombre; que en sólo decir su nombre me has dicho ya su delito. Mas dime, ¿a quién escribió? BEATRIZ: A don Diego de Meneses. MARCELO: ¿Qué le ha escrito? BEATRIZ: Le llamó. MARCELO: ¡Calla! BEATRIZ: Y sé... MARCELO: Mas, ¡ay, no cesas! Di, ¿qué sabes? BEATRIZ: La llevó. MARCELO: Dijéralo de una vez [este hecho de hombre soez] porque a tragos he bebido la purga que me has traído para mi enferma vejez. Si Dios quiere que me ofenda mi enemigo declarado, que soy otro Job entienda. Vida y honra me ha llevado; vuelva también por la hacienda. Cigüeña soy, blanda y pía; él es culebra, es harpía que quebrantándome el nido, dos hijuelos me ha traído de los tres que en él tenía. Hija, ¿qué enemigos vientos hacen que tu honra se doble a tan infames intentos? ¿Posible es que en sangre noble quepan bajos pensamientos? Pero el vil y el mal honrado caen en un mismo pecado; que la humana afrenta es ancha y están a una misma mancha sustos jerga y brocado. LEONOR: No mojes tus canas tanto; que son perlas orientales tus lágrimas. MARCELO: Yo me espanto que no las llames corales, viendo que es sangre mi llanto. ¡Ay de mí! ¿Qué bien espero? LEONOR: ¿Qué sientes? MARCELO: Siento un desmayo. LEONOR: Tenerte en mi brazos quiero. MARCELO: Así veré el verde mayo junto al nevado febrero.
Desmáyase MARCELO en sus brazos y sale don DIEGO de Meneses
DIEGO: (Amor, que mi pecho sabes, Aparte paz pretendo, ponte en medio, modera mis penas graves, pues vengo a buscar remedio por caminos tan süaves. A pedir vengo a Lisarda antes que en sus llamas arda; mas traigo, aunque Amor me anima, tantos agravios encima que mi sangre me acobarda). Señor, si en tu noble pecho viven mis graves ofensas, si tú no estás satisfecho y remitirlas no piensas, aquí está quien las ha hecho. Intenta tus desagravios, dame muerte, aunque es prudencia de pechos nobles y sabios tener petos de paciencia hechos a prueba de agravios. Mi mal confieso y me pesa si he ofendido tu persona; pero si el agravio cesa, imita a Dios que perdona a quien sus culpas confiesa. De nuestro enojo pasado puede la paz resultar como el cielo lo ha mostrado que a veces suele sacar un gran bien de un gran pecado. A Lisarda tuve amor, que no he sido su enemigo. Dale licencia, señor, que se despose conmigo pues merecí su favor. Y a mi gusto satisfaces y a quien eres si esto haces; hazlo, así goces tu edad un siglo, una eternidad, con el bien de nuestras paces. MARCELO: Dame una espada o montante, vengaré esta grave injuria; que es mi vejez elefante, y ha cobrado nueva furia viendo este tigre delante. DIEGO: No la traigo, que no importa si a tus pies está inclinada la mía. El enojo acorta, porque es cobarde la espada que el cuello rendido corta. LEONOR: Señor, Lisarda ha de ser forzosamente mujer de don Diego, pues la tiene en su casa. Te conviene fingir muestras de placer. ¿No vale más que se diga que por mujer se la has dado, porque la paz se prosiga, y no que te la ha llevado y la tiene por su amiga? Dile, pues, que en hora buena y allá se habrán. MARCELO: Ya mi pena con tus consejos se tarda. Don Diego, tuya es Lisarda. Alegres bodas ordena. Mas es con tal condición que en mi casa no ha de entrar, pena de mi maldición. Allá se puede casar y siga su inclinación. DIEGO: Los pies a besar me da. Todo a tu gusto será, pues que de límite pasa tus mercedes. En mi casa el casamiento se hará. A prevenir fiestas voy pues con Lisarda me alegro; Amor, mil gracias te doy [por] mi amigo, que es mi suegro Marcelo. Ya loco estoy.
Vase don DIEGO
MARCELO: Hija, no es razón que vea casarse contra mi gusto la que ofenderme desea, y así me parece justo que nos vamos a la aldea. Estando allá, no veré esta boda desdichada, ni su suceso sabré. LEONOR: Lo que mandares me agrada. MARCELO: Tienes amor, tienes fe.
Vase MARCELO. Queda LEONOR. Salen don SANCHO y FABIO, su criado de camino con un retrato
SANCHO: Fabio, el hombre que se casa sin ver antes su mujer, está sujeto a tener poca paz y amor en casa. En estas cosas es justo que haya alguna inclinación, o que se haga elección pidiendo consejo al gusto. Yo, pues, que casarme trato, sin ser conocido quiero ver a Lisarda, primero, sin dar crédito al retrato. FABIO: ¿Con qué ocasión llegarás? SANCHO: Darámela mi deseo si es Lisarda la que veo. FABIO: Si es ella, casado estás; Paréceme que te abrasa. SANCHO: Estando vivo Marcelo, mal hago en llegar al cielo a preguntar si está en casa. Hablarle ya no deseo. aunque bien su intención supe, porque la lengua se ocupe en alabar lo que veo. No vio el sol mujer ni estrella tan hermosa y tan gallarda. Mira Fabio, si es Lisarda, que sospecho que no es ella. FABIO: Nada al retrato parece. SANCHO: Son sus ojos soberanos. FABIO: ¿Hay más que trocar sus manos? SANCHO: Ningún hombre la merece. LEONOR: No es digno lo que miráis, señor, de ser alabado, y mi poder está ocupado. Decidme lo que mandáis. SANCHO: Mando al gusto que no venga a veros en daño mío. Mando a mi libre albedrío que mi inclinación detenga. Mando el cuerpo a la ventura que tuve en estar mirando ese sol, y el alma mando al cielo de esa hermosura. Y dejo del pensamiento a la memoria heredera. LEONOR: Sólo falta que se muera, pues se ha hecho el testamento. SANCHO: No falta; que la herida fue repentina, y es fuerte, y el que en veros ve su muerte, ése sólo tiene vida. Quien su seso mucho o poco pierde, viendo esa hermosura, tiene razón y cordura; y quien no le pierde es loco. LEONOR: ¿Y qué favor lisonjero no me dará un hombre que es cortesano y portugués? ¿De dónde sois, caballero? SANCHO: Como a Coímbra viniese de Lisboa la real, don Sancho de Portugal mandó que a Marcelo viese, porque cierta ocupación le detiene. LEONOR: (Yo sospecho Aparte que éste es don Sancho). SANCHO: En el pecho no me cabe el corazón. Lisarda no puede ser tan hermosa dama). Fabio, un consejo, como sabio. FABIO: Pide aquésta por mujer, aunque es hermana segunda. No repares en el dote. FABIO: Mal podré, sin que se note. FABIO: Torres de esperanza funda; no desmayes. SANCHO: Si es Lisarda tan hermosa como vos, a don Sancho ha dado Dios ventura. LEONOR: (En vano la aguarda). Aparte Vos sois, señor, el primero que hermosa me ha llamado. SANCHO: Todos lo habrán confesado con silencio. Fabio, muero. Naturaleza inclinada tanto en vos, quiso cifrar que sois más para adorar que para ser alabada. Y así los ojos que os ven dejan a la lengua muda. LEONOR: ¿Qué soy hermosa? SANCHO: Esa duda discreta os hace también. Que pudiérades, se crea, según sois bella y discreta, ser necia, y sois tan perfeta que pudiérades ser fea.
Sale BEATRIZ con el sombrero
BEATRIZ: Tomas, señora, el sombrero y capotillo, que espera mi señor. SANCHO: ¿Quieres que muera, flechando el arco de acero, Amor? LEONOR: Vamos a una aldea. Mi padre os verá después, derretido portugués. SANCHO: Dadme licencia que os vea. LEONOR: Ni la doy ni la consiento.
Vanse LEONOR y BEATRIZ
SANCHO: Pues, yo me la tomaré, si basta que me la dé mi atrevido pensamiento. ¡Ay, Fabio, que ésta es Leonor, la que ha de ser religiosa! FABIO: De que la llames hermosa y le hayas mostrado amor, no le pesa. No hayas miedo que en su vida monja sea. SANCHO: Verla tengo en el aldea. FABIO: ¿Cómo? SANCHO: Disfrazarme puedo, porque mi amor no Consiente que en otra el alma divierta. FABIO: Vete, pues, por esta puerta; que viene acá mucha gente.
Vanse, y salen DOMINGO, don DIEGO, y FLORINO
DIEGO: ¿Quién serán los que salieron? FLORINO: ¿Quién? El pretensor sería de Lisarda. DIEGO: Bueno iría. Si ellos salen, ya no vieron. ¡Hola! Avisad como vengo con mis parientes y amigos, de mi mucho amor testigos, por mi Lisarda, y que tengo a la puerta el coche. Avisa a Lisarda y a Marcelo.
Vase DOMINGO
No vi más alegre el cielo, lloviendo está gozo y risa. Dándome está el parabién de esta paz, de esta amistad, con luz y serenidad y sus esferas también.
Salen DOMINGO y un ESCUDERO
DOMINGO: Señor, no tenemos nada. La boda del perro ha sido esta boda. DIEGO: ¿Cómo? DOMINGO: Es ido Marcelo. DIEGO: La sangre helada tengo ya. ESCUDERO: Toda su casa a la aldea se llevó, y hecho alcalde me dejó de estas suyas. DIEGO: ¡Qué esto pasa! ¿Y Lisarda? ESCUDERO: Claro está que con él la llevaría. No la vi, pero allá iría con Leonor. DIEGO: ¡Muerto soy ya! ¡Qué inconstante es la vejez! A Lisarda me ha de dar o tengo de ejecutar lo que he intentado otra vez. ¿Qué bien sintió quien decía que el hombre con la vejez vuelve a la tierna niñez! ¿Quién en viejo y niño fía? Por guardarle yo respeto, no la tengo en mi poder; pero será mi mujer. Robaréla, te prometo. No respetaré sus años. FLORINO: Fuerte es su castillo. DIEGO: Amor ha sido siempre inventor de máquinas y de engaños.
Vanse todos

FIN DEL PRIMERO ACTO

El esclavo del demonio, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 28 Jun 2002