EL CONDE ALARCOS

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en la edición príncipe de EL CONDE ALARCOS en Quinta parte de comedias escogidos de los mejores ingenios de España (Madrid: Pablo de Val, 1952) y en la edición crítica, todavía sin publicarse, de Adrian T. Pickering (Ph.D., The Ohio State University, 1951). Fue preparado por Vern Williamsen para sus estudios en 1980 y luego fue revisado y puesto en forma electrónica en el año 1988.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Hacen ruido de caza dentro y salen la INFANTA con venablo y PORCIA
INFANTA: ¡Qué dichosa hubiera sido, Amor, si tú no supieras que son celos y no fieras los que al monte me han traído! ¿Quién podrá decir que celos me traen fatigando montes que en alegres horizontes son columnas de los cielos? PORCIA: Yo a lo menos lo dijera. INFANTA: ¿La caza y amor no son de distinta condición? PORCIA: Di, ¿cómo? INFANTA: De esta manera: Al conde Alarcos amé. Afición es peregrina. Fuerza de estrellas me inclina. Resistí, y en vano fue. Creció amor. Súpolo el conde; que mis ojos sin temor fueron lenguas, porque amor, cuando calla, no se esconde. Prometíle ser su esposa, y cuando a razón como ésta esperaba una respuesta dulce, alegre y generosa, dudoso me niega el sí, huye tímida la mano. Ya que bien tan soberano le turbaba atribuí sus dudas, pero después... --aquí el alma se me arranca--. Sospeché que amaba a Blanca. No es sospecha, verdad es. Fuése a la guerra y, ausente, celos y amor me embistieron; que afectos en mí no fueron sino una pasión ardiente. Dejó la guerra vencida el conde con su prudencia; Blanca me pidió licencia cuando supo la venida. Enferma vino a esta aldea según dijo, y yo imagino que a esta soledad se vino para que el conde la vea. Mi envidia, en efecto, lucha con recelos inhumanos.
Salen GIL y BARTOLA, villanos
PORCIA: Acá salen dos villanos. INFANTA: Pues, retírate y escucha.
Cantan
BARTOLA: "Si era hermosa la mañana, más hermosa era la aldeana". GIL: "Que si linda es la parida, las torrijas son más lindas". BARTOLA: Suelta el prato, Gil. GIL: ¿También suelen las que paren hijas almorzar de estas torrijas? A fe que me saben bien; linda cosa es el parir si de éstas se han de almorzar. BARTOLA: ¿Y el dolor? GIL: Así, apretar bien los dientes y sofrir. BARTOLA: Dame siquiera una sola. GIL: ¡Oh, qué presto que acodiste! Dime, ¿cómo las oliste si no hay narices, Bartola? BARTOLA: ¡Cómo engulles! GIL: ¿Por qué no? Cuando señora paría, y la comadre decía, "aprieta", apretaba yo, teniéndola de manera que en gran peligro nos vimos. Pero en efecto parimos yo, señora y la partera. INFANTA: Porcia, ¿los has entendido? PORCIA: Bien, señora. INFANTA: ¡Labradores! GIL: No se irá la fiesta en frores; las torrijas han olido. Ya se acaban, yo me esfuerzo. Éstas vienen con venablos. ¿Habéís parido? ¡Dïablos! ¿Tres acodís a mi almuerzo? INFANTA: ¿Cómo se llama esta aldea? BARTOLA: Selva Florida se llama. GIL: ¡Y a fe de Gil que la dama que lo pregunta no es fea! Bartola de Bercebú, juro a esta cruz, ¡vive Dios!, y vuelvo a jurar, ¡por Dios! Es más hermosa que tú.
A la INFANTA
Si antes hubiera venido, almorzara, por mi fe, muy a su sabor. INFANTA: ¿Y qué? GIL: Torrijas, que hemos parido y alegramos el suceso. BARTOLA: ¡Calla, necio! GIL: ¿Soy bobillo? Yo tenía de decillo. Bonico so para eso. INFANTA: ¿Quién ha sido la parida? GIL: La señora del lugar. INFANTA: ¿Qué decís? GIL: Bien sé callar; no dije chisme en mi vida. INFANTA: (Escuchando estos rigores, Aparte toda el alma se me abrasa). GIL: Parió la otra en su casa, ¿y sentís vos los dolores? INFANTA: ¿De quién parió? GIL: De mil modos se cuenta. INFANTA: (¡Ay, amor crüel!) Aparte GIL: Cuál dice éste, cuál aquél; mas yo pienso que es de todos. (Como purga es un secreto; Aparte callar será reventar. Déjame Bartola hablar). INFANTA: Sois labrador muy discreto. GIL: Sí, señora. INFANTA: ¿Y qué ha parido? GIL: Una niña como el sol. No es tan bello su arrebol cuando del alba ha nacido. Lindo pelo, ojos bracos, blancos y negros. Su madre ya se levanta. INFANTA: Y su padre, ¿quién es? GIL: Un conde Zalacos. INFANTA: ¡Calla, traidor! BARTOLA: ¿Qué dijiste? GIL: Yo, ¿qué he dicho? INFANTA: Airados cielos, ¿rayos dais en vez de celos? Muerta soy. ¡Ay de mí, triste!
Sale RICARDO
RICARDO: Ya era tiempo que te halle el que siguiéndote viene. Desde esa cumbre, a quien tiene miedo y respeto este valle, calar la salva te vi con espíritu gallardo. INFANTA: Aún no me hallaste, Ricardo, porque yo no estoy en mí.
Sale BLANCA
BLANCA: (La infanta es ésta. ¡En qué extremos Aparte de cuidado y pena asisto!) PORCIA: Blanca sale y ya te ha visto. INFANTA: Pues, dolor, disimulemos. BLANCA: ¡Señora! ¿En Selva Florida vuestra alteza? Vos, señora, ¿hacéis campos de la aurora, hacéis reinos de la vida estos valles? ¿Vos aquí, o con cuidado y acaso, produciendo a cada paso una rosa, un alhelí? Dadme la mano. INFANTA: Levanta. BLANCA: (¿Qué venida es ésta, cielos? Aparte Cuidados miro y recelos en el rostro de la infanta.) INFANTA: Blanca, ¿cómo estás? BLANCA: Señora, habiéndote visto, buena. INFANTA: (¡Que se disimule pena Aparte que siglos creció en una hora y es de males un abismo!) Yo la madrina seré. BLANCA: ¿Madrina? ¿Cómo? ¿De qué? INFANTA: Luego, ¿está hecho el bautismo? BLANCA: ¿De quién? INFANTA: De la niña. BLANCA: (Muerte, Aparte agora, agora pudieras embestirme, sin que fueras terror de la humana suerte. ¡Ah, villanos!) Yo no entiendo, mi señora, lo que dices. (¡Qué casos tan infelices Aparte está el alma previniendo!) INFANTA: No te turbes, que bien sé. BLANCA: ¡Habla más paso, por Dios! Retírate de estos dos. No me injuries. INFANTA: Hija fue de tu esposo. ¿Qué cuidados puede dar? Nunca el Amor fue contrario del honor cuando están acompañados. Bien sé que la niña es tal que, ya llore o ya se ría, a la aurora desafía en belleza celestial. BLANCA: (¡Ah, traidores!) Aparte INFANTA: De tal rama yo he de amparar la fortuna.
A RICARDO
¿Oyes? Entra, y en la cuna o entre los brazos del ama hallarás la flor de lis sexta de Francia. En secreto, con cuidado y con respeto la llevarás a París. Yo te la quiero crïar. A ser mi hija comienza. BLANCA: Si honestidad y vergüenza me dan licencia de hablar, señora, el conde es mi esposo, y nos dimos con las manos los alientos soberanos de las almas. Fue dichoso en esto mi pensamiento, pues se ve correspondido mi mucho amor, y excedido mi propio merecimiento. En dulce correspondencia fue mi dueño, y suya fui. Sólo has de culparme a mí si esto fue sin tu licencia. Pero ya que lo has sabido, del silencio no te quejes. Suplícote que me dejes lo que de ambos ha nacido para que yo en esta aldea a los pechos del amor, crïar pueda a Blancaflor, que éste es su nombre. INFANTA: (¡Que sea Aparte mi fortuna tan ingrata que yo miro, escucho y hablo sin que atraviese el venablo a la fiera que me mata!) Yo la tengo de crïar, que en esto puse mi gusto. BLANCA: (Replicar no será justo.) Aparte Los pies te quiero besar por la merced.
Sale RICARDO con la niña
RICARDO: Ya la llevo. BLANCA: Déjame verla. INFANTA: Despacio la veremos en palacio. BLANCA: ¡Oh, infanta, cuánto te debo! RICARDO: ¡Mil bendiciones te den! Cara tienes de alegría; ya, como si fueras mía, empieza a quererte bien. El cielo dé a tu belleza larga edad que se repita, y con tus años compita la misma naturaleza. Tu juventud y beldad vivan en verano eterno, sin que se atreva el invierno de la vejez a tu edad porque el tiempo mal ofende lo que inmortal debe ser. INFANTA: Prevénte para volver a palacio.
[Vase RICARDO]. Dentro ruido
PORCIA: El rey desciende al valle. BLANCA: Esta villanía no ha sido, traidores sola. GIL: La culpa tiene Bartola que yo callaba y comía. BARTOLA: Yo tenía de decillo. Estaba, señora, loca. Plegue al cielo que la boca se me vuelva al colodrillo. GIL: Amén muchas veces digo. Buena estarás de ese arte. BARTOLA: ¿Por qué, Gil? GIL: Por no besarte si me casare contigo.
Vanse los [tres] y salen el REY y el MARQUÉS
REY: ¡Marqués de Mantua! MARQUÉS: ¿Señor? REY: La infanta está aquí. MARQUÉS: (Y la ingrata Aparte que con sus desdenes mata de amores al mismo Amor.) REY: Hermana, yo te perdí dichosamente. INFANTA: ¿Por qué? REY: Porque la cueva encontré donde vive Malgesí. INFANTA: ¿Hablóle tu majestad? REY: De años y ciencia cargado, al monte se ha retirado. Lo que me pasó escuchad: Seguí un ciervo herido, que en la frente llevaba un árbol seco, y parecía que en los brazos del viento diligente un pino de esos montes se movía. Corrió a teñir de púrpura una fuente donde su sangre en el cristal bebía, dulces las ansias del morir haciendo pues con ardiente sed murió bebiendo. De un peñasco, que al sol agravios hace, tiene el cristal su descendencia clara, porque en su cumbre despeñado nace y hasta humillarse al Ródano no para. En laberintos de estas sendas yace del sabio Malgesí la gruta rara, tan admirable, oculta y tan incierta, que la sirven las aguas de antepuerta. Sin temor de fantásticos agravios penetré las corrientes vidrieras, y vi la gruta llena de astrolabios, de pedazos de estatuas y de esferas. Entre libros, que son los mudos sabios, esqueletos miré de hombres y fieras. Horror daban las sombras y podía temblar de ellas la luz, forma del día. En sus lóbregos senos me han llamado hijo de Carlo Magno, y era un viejo que con su larga vida ha porfïado, hijo del tiempo, padre del consejo. Después de haberme el sabio agasajado, "Mírate", dijo "oh Rey, en ese espejo". Miréme, y no me vi entre sus cristales, que fueron los reflejos celestiales. Una hermosura vi tan soberana que su deidad a adoración provoca, de sol, marfil de oro, nieve y grana ojos, cuello, cabello, frente y boca. Aquí mi admiración, o ciega o vana, al espejo da vuelta, el cristal toca. Un niño pareció que asir procura lo que al espejo ve, que es su figura. ¡Oh, singular mujer! Ya tu belleza impresa se quedó en mi fantasía; copiar podrá de ti naturaleza cuantos prodigios de hermosura cría. Si tal era la concha y la corteza, la perla y la médula, ¿cuál sería? Yo pienso que entre abismos de luz pura es la sombra del alma su hermosura. Díjome Malgesí, "La que has mirado, aunque le pesa a la fortuna ingrata, para tu esposa te previene el hado. El tiempo esta fortuna te dilata; mas vive sin casarte confïado, mientras al oro no peinares plata". Y así pienso adorar eternamente esta hermosura que copié en la mente. INFANTA: ¡Grave prodigio! MARQUÉS: ¡Espejo milagroso! INFANTA: (¡Oh, quién mirara en él mis males fieros!) Aparte MARQUÉS: (¡Quién viera en él si yo seré tu esposo!) Aparte VOCES: ¡Un oso baja al valle! REY: Los monteros siguen con los lebreles algún oso, y yo a matar saldré con los aceros la fiera. VOCES: ¡Que desciende el oso al valle! REY: ¡Dile a esa gente bárbara que calle!
Vanse y sale el CONDE Alarcos
CONDE: Dé a los caballos el prado, hierba y flores mientras vengo. Nuevos espíritus tengo, Amor, después que he llegado a esta aldea; que es sagrado, que es depósito del día, que es centro del alma mía, que esfera es de la luz bella y epiciclo de la estrella que me influye y que me guía. ¡Oh, Blanca, cuánto me debes! ¡Oh, Blanca, cuánto te debo! A rayos de sol tan nuevo, ¿qué cuidados no son leves, y qué siglos no son breves? ¿Qué desmayo no es aliento, y qué pesar no es contento? Todo es alegre contigo. ¡Con qué afectos que lo digo! ¡Con qué fuerzas que lo siento!
Sale GIL
GIL: ¿Yo desterrado? ¡Eso no! ¿Qué dirá quien me topare? Si ella pare o si no pare, ¿qué culpa tengo yo? Páguelo quien lo comió. CONDE: ¿Está en casa Blanca bella? GIL: No me pescude por ella; que es una mujer perdida. De un marqués está parida, y el tal hombre vino a vella y se llevó a Blancaflor. CONDE: ¡Ten, traidor, le lengua muda, que te mataré! GIL: (Sin duda Aparte que éste ha sido el malhechor!) ¡Señora! Aquí está señor. Rebuscar quiere la viña. Esté alegre, no me riña. ¡Albricias, albricias pido!
Sale BLANCA
BLANCA: Necio, ¿de qué? GIL: Que ha venido... BLANCA: ¿Quién? GIL: El padre de la niña. BLANCA: Tus simplezas maliciosas ya no se pueden sufrir. CONDE: Al alba he visto reír, llorando perlas y rosas, en estas selvas hermosas. BLANCA: ¿Qué mal puede haber tras esto? Y a un dulce amor tan honesto, ¿quién los brazos le negó?
Abrázale
GIL: ¡Toma! ¿No lo dije yo? Más torrijas habrá presto. BLANCA: Mi dueño, conde y señor, ¿cómo vienes? CONDE: Blanca mía, como el que espera y confía con cuidado y con amor, vencido si vencedor. Vencido de tu hermosura, de tu fe constante y pura, vencedor como soldado y, en efecto, enamorado con razón y con ventura. BLANCA: Yo, conde y esposo mío, pedí a la infanta licencia. Harto ha sido que en tu ausencia tuviese valor y brío. A esta isla que hace el río me vine muerta de amores, y apenas sentí dolores cuando mis ojos miraron una niña que envidiaron las estrellas y las flores. A la luz primer, al paso primero que dio en la vida, llorar la vi enternecida, como si fuera al ocaso. Y a no ver que en este caso son comunes perlas tales, pensara que eran señales de desdichas con razón; pero no, que en todas son las lágrimas naturales. Lloró al fin; y yo reía con gozo de ver, señor, que era tuya Blancaflor. No me acordé que era mía. La infanta, al fin, no la cría, porque de ello fue gozosa. ¡Que soy tuya y soy dichosa! ¿El color has demudado? ¿Qué tienes? ¿Qué te ha turbado? CONDE: ¡Oh, fortuna rigurosa! BLANCA: Conde, ¿recibes pesar de verte con prendas mías? ¿Te enfadan mis alegrías, y te has cansado de amar? CONDE: Blanca, no, pero al contar que tuviste por mi amor dolor y gozo mayor, me ha quitado el alborozo de la memoria del gozo la memoria del dolor. BLANCA: Fue, conde, gran turbación. No disimules conmigo. CONDE: Mal hiciera, y así digo que, con ciega inclinación me descubrió su afición la infanta, y agora temo que este favor tan supremo no pare en algún pesar, pues no sentir es pasar de un extremo en otro extremo. BLANCA: Es ciega desconfïanza; que es un ángel soberano. Vuelve a dar esa mano. CONDE: Sí, daré, con esperanza de que no ha de haber mudanza en mi dicha, y pediré que en público te la dé por merced al rey. BLANCA: Señor, bien lo merece mi amor. [................... -é]. CONDE: Tuyo he de ser. BLANCA: ¿Aunque pese a la infanta? CONDE: Sí, señora. BLANCA: ¡Gran dicha! CONDE: De quien te adora. BLANCA: ¡Dulce bien! CONDE: Mi fin es ése. BLANCA: ¡No cese tu amor! CONDE: ¡No cese! BLANCA: Vete, pues. CONDE: Contigo quedo. BLANCA: ¿Vas sin miedo? CONDE: Voy sin miedo. BLANCA: Juntos vamos. CONDE: ¿Quién? BLANCA: Los dos. CONDE: Pues adiós, mi Blanca. BLANCA: Adiós. CONDE: ¿Olvidarásme? BLANCA: No puedo.
Vase el CONDE
No podré olvidar, bien digo, aunque se caigan los cielos; pero podré tener celos disimulados contigo. ¡Ay, esposo! ¡Ay, dueño amigo! ¡Cómo me has dejado lleno el corazón de veneno! ¿Que la infanta quiere así? ¡Tened lástima de mí alto monte, valle ameno! No quise desconfïar y encubrí la pena mía. ¿Qué amante que desconfía da lecciones de estimar? Agora salga el pesar que en el corazón me dejas, pues de mis ojos te alejas. Salgan, salgan como entraron pero, ¿cuándo se aliviaron los pesares con las quejas? A palacio vuelvo. Cielos, hija y esposo me llevan, permitid que no se atrevan más a mi amor estos celos.
Salen GIL y BARTOLA a la puerta
GIL: Blanca está llorando duelos. BARTOLA: Unos van y vienen otros. GIL: Aquí, aquí estamos nosotros. ¿Qué tienes? BLANCA: ¡Celos tiranos! ¿Todo lo escucháis, villanos? ¡Dios me libre de vosotros!
Vanse y salen el MARQUÉS y la INFANTA
MARQUÉS: Ya que volviste a palacio, dejando montes y fieras, oír, señor, pudieras más atenta y más despacio mis quejas y tus mudanzas, mi desdicha y tu crueldad. INFANTA: ¿Cómo ha de tener piedad quien de muertes y venganzas alimenta el pensamiento? ¿He de escuchar con rigor lo que tú llamas amor y yo llamo atrevimiento? ¿Cuándo usó discreto amante de lenguaje tan villano? Sed, marqués, más cortesano; habladme de aquí adelante en estilo superior. El que sirve y galantea, ni se queja ni desea, ni aún ha de nombrar amor. MARQUÉS: (Con sus desdenes me cela.) Aparte ¡Qué rigor! INFANTA: (El conde viene, Aparte y a la puerta se detiene. ¡Aquí industria, aquí cautela!) Pues que tú y Blanca, marqués, bien os queréis, a mi hermano suplicaré que la mano sin más dilación le des que esto conviene a su honor.
Sale el CONDE
CONDE: (¿Qué es esto que escucho, cielos?) Aparte MARQUÉS: (Si es que son hijos los celos Aparte de la envidia y del amor, quien celos pide amor tiene. Ni negar ni conceder será bien.) Podrás hacer; mas voyme, que el conde viene.
Vase
INFANTA: Conde, bienvenido seas. Novedades hallarás, pero después lo sabrás, cuando de espacio me veas. Aunque tú todo lo alcanzas con discurso y con razón, desdichas de Blanca son no solamente mudanzas. El marqués de Mantua y ella... Ya me voy, que viene gente. (Industria ha sido valiente Aparte contra el rigor de mi estrella.)
Vase
CONDE: Sin duda que es el mayor tormento que el hombre alcanza, pasar de la confïanza a la duda y al temor. Verse un alma con amor, fe segura y satisfecha, cercada de una sospecha rigor es, y tan extraño que si viene el desengaño casi, casi no aprovecha. Blasoné del más dichoso, presumí del más querido; ni temí favorecido, ni correspondí quejoso. Ya infelice y sospechoso, sin confïanza ninguna, de la esfera de la luna caí en brazos del temor; porque va dando al Amor los pasos de la Fortuna. Al rey quiero suplicar que me dé a Blanca, y si ella sin dudar, alegre y bella, la mano me llega a dar, no tengo qué sospechar; no ama al Marqués, porque es llano que no vive un cuerpo humano teniendo, con división, en un puesto el corazón y en otro puesto la mano.
Sale el REY
REY: Conde, tus brazos aguardo. Blasonando eternamente de soldado tan valiente y de francés tan gallardo. En hora dichosa vengas, pues, como César, venciste. Tus victorias me escribiste; laureles dichosos tengas, conde amigo. CONDE: El que en tu boca mereció ese nombre oír, bien se atreviera a pedir... REY: La mitad del reino es poca. CONDE: Blanca, señor... REY: No prosigas, ni explicarse amor pretenda; que basta que yo lo entienda. No es menester que lo digas.
Salen la INFANTA y BLANCA
INFANTA: ¡Por vida del rey mi hermano, y por los cielos, que es más juramento, que si das al conde Alarcos la mano, y te arrojares a ser suya, que el alma te aflija, dando la muerte a tu hija, pues la tengo en mi poder! Ya publiqué mi venganza, ya he confesado mis celos, ya he jurado por los cielos. Ni clemencia ni mudanza puedes esperar de mí. BLANCA: Mal puede haber tiranía en quien es la luz del día. INFANTA: No me has de obligar así. Entre enojos y pesares, necias las lisonjas son; la mayor obligación será si no te casares. BLANCA: ¿Y cómo quieres, señora, que aventurando mi honor, no corresponda al amor de quien me estima y me adora? INFANTA: ¡Bárbara, calla esa injuria, y a tu mal los labios no abras, porque son esas palabras alimentos de mi injuria! BLANCA: A quien eres corresponde. Señora, ¡ten compasión! INFANTA: Ésta es ya resolución: o sin hija o sin el conde. REY: Blanca hermosa, a tus cuidados, que en la memoria los tengo, dichoso dueño prevengo que dejará coronados de blasones y trofeos los timbres de tus mayores. BLANCA: (Aquí logro mis amores.) Aparte INFANTA: (Aquí mueren mis deseos.) Aparte REY: Al conde tiene aquí. Menos dueño no mereces. Si mi cuidado agradeces, dale la mano. INFANTA: (¡Ay, de mí! Aparte Si se desposa con él, seré asombro de mujeres.) BLANCA: Dime, señora... INFANTA: ¿Qué quieres? BLANCA: ¿Y que serás tan crüel? INFANTA: No provoques mi paciencia. Daré ejemplos de crueldad. Aspid seré sin piedad. Tigre seré sin clemencia. ¡A tu hija daré muerte, y aún te la daré a comer! BLANCA: (Amor, ¿qué tengo de hacer? Aparte ¡Trance es riguroso y fuerte! Confusa estoy. Estoy loca. ¡Perdida soy, ay de mí! Cuando quiero decir "sí" me cierra un hijo la boca. Tiéneme el amor tirano entre la gloria y tormento, como el enfermo sediento que tiene el agua en la mano, cuando los labios se arrojan a beber, el corazón, temiendo su perdición les detiene; ellos se mojan, y queriendo proseguir, el temor los embaraza, la fiebre los amenaza; y entre el beber y el vivir mira luchando a sus ojos, con la dudosa inquietud, las ansias de la salud y el rigor de sus antojos. Así yo, triste, así yo temo, dudo y me fatigo. "Sí" quiero decir, y digo un "sí" que no es "sí" ni "no"; porque en estos accidentes, aunque el alma le ha firmado, se queda mal explicado entre la lengua y los dientes.) CONDE: (Este silencio es dudar. Aparte esta duda es no querer. ¿Si la ha turbado el placer? ¿Si la suspende el pesar? Amor, ¿qué he de presumir? ¿Qué es turbación? Mas, ¡ay cielo!, hallar en todo consuelo no es bondad, es no sentir. Si la mano señal es que al alma se corresponde, será la mano del conde, siendo el alma del marqués. Reloj es desconcertado Blanca en sus acciones ya, porque la mano no está en el número que ha dado. ¡Ay, desengaño crüel, y qué tarde que viniste!) REY: ¿Cómo, Blanca, enmudeciste? Pálido he visto el clavel de tus mejillas. Responde. ¿Qué tienes? ¿Qué te ha turbado? BLANCA: Señor, el haber callado me ha de agradecer el conde. Si en la merced que me has hecho conozco el honor que gano, no le negaré la mano, sí, abrí las puertas del pecho. (Pero soy tan desdichada.) Aparte Dame, señora, licencia. INFANTA: A prueba de mi paciencia estás, Blanca, porfïada. ¡Mira lo que haces! BLANCA: (¡Embistan Aparte mil tiranos desvaríos! Valor tengo y tengo bríos que tus crueldades resistan. Deshoje, pues, tu rigor un clavel recién nacido; que con hija y sin marido, no queda bueno mi honor.
[Al REY]
Por dueño al conde he aceptado; digo mil veces que sí. CONDE: Déjame pensar a mí pues tú, Blanca, lo has pensado. REY: Si el casarse es bueno y santo, malo es sin duda también. (Pues que, queriéndose bien, Aparte éstos dos lo temen tanto, bien hago yo en dilatar a mi juventud gallarda bodas que mi reino aguarda y que tarde ha de lograr.) CONDE: (De sí mismo desconfía Aparte el que de Blanca ha dudado, pues es decir que ha pensado que yo no la merecía.) La mano, Blanca, te doy. BLANCA: Y yo, para agradecerte, el alma. INFANTA: (¡Echada es la suerte! Aparte ¡Atrevióse! ¡Muerta soy! Si es mi dolor sin segundo, si son locos accidentes, seré grima de las gentes, asombro seré del mundo.)
Habla con RICARDO al oído y [él se va]
¿Oyes, Ricardo? CONDE: Señora, cuanto el sol mira eminente en los mares del poniente y los mares del aurora me da alegre el parabién. Dije mal. Todas las cosas, o corridas o envidiosas mis glorias inmensas ven. BLANCA: Conde, tu amor reverencio, mas cuando en ilustro modo no se puede decir todo es retórico el silencio. CONDE: Dénos vuestra majestad la mano. REY: Viváis los dos muchos años. Tomad vos, y vos, Blanca, levantad. CONDE: A la infanta, mi señora, pidamos también la mano. INFANTA: ¿Qué te casaste, villano? CONDE: Sí, porque Blanca me adora. INFANTA: ¿Y mi amor? CONDE: No lo creí. INFANTA: ¿Y mi esperanza? CONDE: Fue flor. INFANTA: ¿Y mis favores, traidor? CONDE: Nunca yo los merecí. BLANCA: Déme tu alteza la mano. INFANTA: Que os dé la mano bien es la que os ha de dar después el castigo más villano. BLANCA: En tu clemencia confío. INFANTA: ¡Ah, falsa, que me has quitado el esposo que he adorado! BLANCA: ¡Ay, señora, que era mío! REY: Dale tu mesa este día a Blanca, como se usó en mi palacio, que yo le daré al conde la mía. Regala a la desposada. Agasaja su belleza. Ven, conde. CONDE: Vuestra grandeza viva, señor, envidiada.
Vanse
BLANCA: (Sola he quedado. ¡Ay de mí! Aparte De estos favores me pesa.) INFANTA: No está bien aquella mesa donde está; pasadla aquí. BLANCA: (Sobresaltos me molestan; Aparte colores turban mi cara. Estas honras perdonara por el temor que me cuestan. Ya he comenzado a sentir el corazón tan estrecho que no me cabe en el pecho. Latiendo está por salir).
Sacan la mesa
INFANTA: (¡Qué ame yo sin esperanza! Aparte ¡Que adore yo sin remedio! Montes se ponen en medio. Pasarálos mi venganza. Ningún consuelo promete el amor en mi pesar, si no es sufrir y callar). Poned ahí un taburete. Y cante Porcia, que quiero aumentar esta tristeza. PORCIA: Siéntese ya vuestra alteza. INFANTA: Dadme aguamanos primero.
Canta
PORCIA: "Inhumanos son los celos, pues a su envidiosa rabia añade lisonja el ser ministros de su venganza".
Siéntanse la INFANTA en una silla y BLANCA en un taburete, sirviendo las damas la mesa. Dan aguamanos a la INFANTA mientras canta PORCIA y BLANCA sirve la toalla. Sale RICARDO con un jarro de plata con sangre y un corazón entre platos
RICARDO: Dime lo que determinas que aquí está. INFANTA: (¡La acción es fiera!) Aparte Déjalo ahí y salte fuera.
Pone el plato y vase
Sirvan damas y meninas. Agua me diste y agora aguamanos te he de dar. BLANCA: Ése no es modo de honrar a tu crïada, señora. Yo me lavaré después de comer. INFANTA: Es ignorancia si ves que en Italia y Francia ceremonia y uso es. ¿A las honras que yo ofrezco qué francesa se negó? BLANCA: ¿No se puede excusar? INFANTA: No. BLANCA: Pues, si es así, yo obedezco. ([................ -ón] Aparte Honras dadas de esta suerte halagos son de la muerte, lisonjas de la traición). ¿Qué agua es ésta?
Échale la INFANTA sangre en lugar de agua
INFANTA: No des voces. BLANCA: Dime, señora, ¿qué has hecho? INFANTA: No es nada, sosiega el pecho. Es tuya, ¿no la conoces? BLANCA: Dime si ha sido amenaza o si fue el mismo rigor. ¡Mátame presto el dolor! Que el alma me despedaza ver esta sangre en mis manos. INFANTA: Es decirte lo que fuera si tu sangre se vertiera. Avisos son. BLANCA: Y no vanos. ¡Qué sobresalto me has dado! INFANTA: Siéntate a comer. BLANCA: No puedo, que la alteración y el miedo los sentidos me ha quitado. INFANTA: Llega. ¡Acaba, impertinente! BLANCA: Cuando ve sangre delante, vuelve atrás el elefante porque es animal prudente. De lo que tu alteza manda, huír será más cordura. Si es el agua sangre pura, ¿qué puede ser la vïanda? INFANTA: Espanto de poco tienes. ¿Obedecerme no es ley? Blanca, por vida del rey, que me enoje si no vienes. BLANCA: Por excusar tus enojos llego, el corazón turbado. (Callad, lengua. Hablad, cuidado. Aparte Sentid, alma. Llorad, ojos).
Vuelve a cantar y siéntase BLANCA en el taburete y las damas sirven
PORCIA: "Hidrópicos del enojo, dudan sosiego en la saña fingiéndoles su deseo, la ejecución amenaza". BLANCA: ¡Todo es turbación aquí! ¿Cuándo se ha dado por fiesta, cielos, comida como ésta? No acierto al plato, ni en mí halla razón mi sentido. El alma se ha desmayado, la memoria se ha turbado, el discurso se ha perdido. INFANTA: ¿Por qué me llamas crüel? Sin turbación ni recato, come, Blanca, de ese plato. BLANCA: ¡Un corazón hay en él! INFANTA: Sí. BLANCA: ¿De quién? INFANTA: Rigor lo ha hecho de una flor con su rocío. BLANCA: Antes pienso que es el mío que faltó al plato del pecho. INFANTA: No pudo ser tan pequeño. BLANCA: Con el miedo sí podía. INFANTA: ¿La sangre no te decía cúyo es? BLANCA: Parece sueño. INFANTA: ¿Qué dudas? ¿No das en ello? BLANCA: Si lo llego a presumir... mas si sólo he de vivir lo que tardare en creello la vida dilato así. INFANTA: Y yo con esto consigo mi venganza y tu castigo. BLANCA: ¿Luego es de mi hija? INFANTA: Sí. BLANCA: ¡Válgame Dios, pensamiento! ¿No os reprime esta violencia? Que a veces tener paciencia es falta de sentimiento. ¡Penetrad, voces, el viento! ¡Pedid de esta tiranía justicia, venganza mía, a los cielos! Bajad luego. pues sois rayos hechos fuego que mi corazón envía. ¡Hombres, fieras, montes, cielos, dadme entre lástimas furia para vengar esta injuria de la envidia y de los celos! Mis ojos son Mongibelos. ¿Cómo esta casa no encienden y mis quejas no trascienden las celestes vidrïeras? ¿Cómo de las once esferas iras de Dios no descienden? ¿Eres Circe sin piedad? ¿Eres bruto sin temor? Pero vengar es razón esta no vista crueldad. En ti no, que mi lealtad ha de salir a impedillo, pero en mi pecho sencillo se ha de mostrar el rigor, pues tan poco es su dolor que hubo menester cuchillo. INFANTA: ¡Tened a esa loca presto!
Vase a dar con el cuchillo y tiénenla las damas, y sale el REY y después el CONDE y el MARQUÉS
BLANCA: Temerosa es la malicia. ¡Justicia, cielos, justicia! REY: ¿Quién da esas voces? ¿Qué es esto? INFANTA: Blanca en cuidado me ha puesto. Arrepentida de ser del conde Alarcos mujer perdió el seso. REY: Bien decía, cuando dudaba y temía, que era falta de placer. BLANCA: Rey de Francia, hijo dichoso de Carlo Magno, yo espero que has de ser tan justiciero como tu padre famoso. Castiga, rey poderoso, sin que tu sangre perdones, las bárbaras sinrazones de una mujer tan villana que da a beber sangre humana y da a comer corazones. REY: ¡Qué lástima! MARQUÉS: ¡Qué cuidado! CONDE: Poco duró mi alegría. ¿Pero qué mucho? Era mía. BLANCA: Si mi mal te ha lastimado, ¿cómo no te has indignado con justicia rigurosa contra una fiera envidiosa que ha deshojado crüel la púrpura de un clavel y el corazón de una rosa? Conde, dadme vos la muerte pues perdimos este día el alma que nos unía. ¡Muera de una misma suerte! REY: Mucho me lastima el verte. Encerrad a Blanca aquí mientras pasa el frenesí.
Vase
BLANCA: ¡Que te quedes sin castigo! INFANTA: La tema tiene conmigo. BLANCA: ¡Esposo, volved por mí!
[Llévanla]
INFANTA: Conde. CONDE: ¿Qué queréis? INFANTA: Mirad con quién os habéis casado. CONDE: Sol es. Vos le habéis turbado. INFANTA: No decís, conde, verdad. CONDE: O es desdicha o es crueldad. INFANTA: Es lo que vos no sentís.
Vase
CONDE: Pues yo juro a San Dionís que si fue lo que sospecho, que el incendio de mi pecho ha de abrasar a París.

FIN DEL PRIMER ACTO

El conde Alarcos, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Jun 2002