CAUTELA CONTRA CAUTELA

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en el manuscrito, no hológrafo, de CAUTELA CONTRA CAUTELA, que pertenece a la Biblioteca Palatina de Parma, cotejado con la edición príncipe, Segunda parte de las comedias del maestro Tirso de Molina (Madrid: Imprenta Real, 1635). Fue preparado por Vern Williamsen para en el año 1976. Luego fue editado en forma electrónica en el año 1987.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Sale CHIRIMÍA, de noche
CHIRIMÍA: Ya el cielo como un pavón ostenta sus luces bellas con las lucientes estrellas que sus ojos de Argos son. Ya el cielo está como un huevo, estrellado. El mundo está vestido de negro ya. Salga vueselencia.
Salen ENRIQUE y JULIO
ENRIQUE: Debo recatarme, cosa es clara cuando en Nápoles estoy y Enrique de Ávalos soy, Marqués del Basto y Pescara. Don Alonso de Aragón, Rey de Nápoles, confía de la diligencia mía con una inmensa afición este reino, y un privado, ministro por varios modos, ha de dar ejemplo a todos. ¿Qué mucho que recatado salgo yo por la ciudad de noche a vanos errores? Si aunque son castos amores, mostrarlos es liviandad. CHIRIMÍA: Disculpado está conmigo. Tu privado soy y rondo en público, no me escondo. JULIO: ¿No fuera bien que un amigo de los dos que quieres tanto te acompañara? CHIRIMÍA: Ellos son amigos con intención. Usase; así no me espanto. ENRIQUE: Don César y Ludovico en mi amistad se declaran y los dos me acompañaran mas mi amor no les explico. CHIRIMÍA Si tú privado no fueras, fueras amigo precioso; que no sabe el poderoso cuál es su amigo de veras. ¿Qué amistad hay verdadera? JULIO: ¿Cuál de éstos que te han seguido como sombras, habrá sido más leal? ENRIQUE: Si eso supiera fuera soberana ley y en mucho más lo estimara que ser Marqués de Pescara ni aun ser privado del Rey. Yo pienso que ambos lo son muy de veras. JULIO: Certifico que pienso que Ludovico ha hecho demostración de amigo más verdadero. Lenguas se hace en alabarte. CHIRIMÍA: ¡Qué poco sabes el arte de un amigo lisonjero! Si de eso te satisfaces, en él la amistad se acaba. Siempre Ludovico alaba lo que dices, lo que haces, lo que comes, lo que bebes, lo que escupes, lo que vistes, lo que calzas y son chistes motes y sentencias breves cuanto arrojas por los labios, aunque necedades sean. Amigos que lisonjean ni son seguros ni sabios. Mudo y con ojos serenos a César siempre verás. Sin duda te quiere más pues es quien te alaba menos.
Salen don CÉSAR y LUDOVICO
CÉSAR: Don Enrique, mi señor, ¿solo y a la sombra muda vais de la noche? ¿Quién duda que son milagros de amor? CHIRIMÍA: No va solo, pues que vamos dos con él. CÉSAR: ¡Oh, Chirimía, ésta tu amor me debía. Págame y en paz estamos. ENRIQUE: Confesando la verdad a lo que César sospecha, porque es religión estrecha la que impone el amistad o estando que Amor ha sido la causa que así me lleva tan peregrina y tan nueva que nunca la habréis oído en fábulas o en historias. CÉSAR: ¿Amas alguna pintura o estatua? ENRIQUE: De esa locura ya en las humanas memorias hay noticia. Amor, que es dios, ostenta así su deidad. LUDOVICO: ¿En qué está la novedad? ENRIQUE: ¿No es bien nuevo amar a dos? CHIRIMÍA: No, señor, ni amar a mil porque tú tienes crïado que en un mismo tiempo ha amado un salchichón, un pernil, una bota de hipocrás, dos de Candia, cuatro griegas, treinta fregones gallegas y trescientas cosas más; que es socorro y estribillo de poetas de repente. ENRIQUE: Calla, loco impertinente. CHIRIMÍA: Si pudiere conseguillo, dalo, señor, por callado. ENRIQUE: Digo, pues, que dividido en dos partes he tenido este amoroso cuidado. Porcia pobre y rica Elena me dan tan igual la gloria que suspenden la memoria y hacen dudosa la pena. En Elena y Porcia unida, Amor, con gloriosa palma, tiene en dos cuerpos un alma, en dos almas una vida, en dos vidas una suerte, una beldad en dos mayos, un resplandor en dos rayos, en dos rayos una muerte. Dos bellezas, un objeto, formaron un mismo ser aunque no es milagro ver dos causas con un efeto. Condesas son, en belleza competidores de Apolo: Porcia en el título solo, Elena en nombre y riqueza. Siento entre Porcia y Elena dividida la memoria: con el favor una gloria, con el desdén una pena. Cada cual en mi deseo imprime ley rigurosa, y aunque hermosas, más hermosa pienso que es la que antes veo de modo que indiferente en pasión tan inhumana tengo por más soberana aquélla que está presente. Y si acaso Amor dispuso que estén juntas, mis sentidos andan ciegos y perdidos en laberinto confuso. El afecto mismo se ata. No hay aliento que se atreva: Elena el alma me lleva, Porcia el alma me arrebata. Y como el Amor es dios, prueba a hacer con este efeto de las dos sólo un sujeto o dividirme a mí en dos; mas como poder no halle para hacer uno de tres, forma un caos que no sé qué es ni qué nombre pueda dalle. LUDOVICO: Divinamente ha pintado sus afectos vueselencia. ¡Qué donaire, qué elocuencia! CHIRIMÍA: ¡Qué bellacón, qué taimado! Claro está que habrá de ser pintado divinamente. LUDOVICO: Amor que está diferente del uso y del proceder común, sólo merecía nacer bello y prodigioso de ese pecho generoso, de esa española osadía... CÉSAR: Antes, si me da licencia en esto vuestro favor, yo digo que no es amor el que tiene vueselencia. LUDOVICO: ¿Qué ha de ser? CÉSAR: Inclinación a dos mujeres tan vellas, nacidas de las estrellas o de la propia elección, halló méritos iguales en discreción y beldad e incitó la voluntad los afectos naturales, con que se sintió agradado de ambos con indiferencia y con esto vueselencia no es amante, es inclinado. LUDOVICO: ¿Cómo puede errar, pregunto, entendimiento tan grave? El Marqués, siendo quien sabe más que todos y en un punto con el ingenio pelea, sutil, más filosofía que Aristóteles sabía. Él sabe lo que desea. Errar no puede el Marqués. Amor llamó a su cuidado, y pues Amor le ha llamado, no es otra cosa. Amor es. CHIRIMÍA: (Acabóse. Errar no puede. Aparte Un ángel tengo por amo). ENRIQUE: Si bien o si mal lo llamo, para otro lugar se quede. Bien sé que habrá de parar este afecto indiferente en una, y que solamente un objeto habré de amar, y sé que aquésta ha de ser la que me ama más de veras; que no hay partes lisonjeras que obliguen más a querer que amor y correspondencia. A las dos tengo de hablar y las habéis de escuchar con atenta diligencia para ver si conocéis cuál tiene amor verdadero. Y en estas dudas espero que desengaños me deis. LUDOVICO: Fuerza es que ambas quieran bien conociendo tu valor. CÉSAR: Es investigable Amor. Vendados ojos no ven. ENRIQUE: Ya a los balcones de Elena llegamos y ella me aguarda. LUDOVICO: ¡Qué discreta y qué gallarda saldrá a escuchar la sirena de tu boca! Si es servido, vueselencia, los crïados pueden quedar retirados. Haremos menos rüido. ENRIQUE: Idos, pues. CHIRIMÍA: Si ésta que saca mi valor no está a tu lado, te falta... ENRIQUE: ¿Qué habrá faltado CHIRIMÍA: Una espada muy bellaca.
Vanse CHIRIMÍA y JULIO
CÉSAR: (Porcia ilustre, a quien desea Aparte en vano el alma dichosa, Porcia, como necia hermosa, Porcia, sabia como fea, salid, salid de mi pecho. El marqués del Basto os ama. No caben amigo y dama en corazón tan estrecho. Refrénese en vos mi amor ya que hasta aquí por mi bien ni me ha turbado el desdén ni me ha alentado el favor).
Sale ELENA a la ventana
ENRIQUE: ¿Es Elena? ELENA: ¿Es el Marqués? ENRIQUE: Sí soy, y el ser que he tenido soplo de tu boca ha sido, sombra de tus rayos es. En tu beldad divertida sin vida el alma llegó. Preguntaste si era yo y tu voz me dio la vida. ELENA: Luego si en ausencia mía muerto como dices eres, tu misma vida no quieres pues no me ves cada día. LUDOVICO: Agudamente arguyó. ENRIQUE: Dijeras bien de esa suerte si el ver o dejar de verte consistiera en mí, pues yo con alma atenta y unida a tu presencia dichosa ver no quisiera otra cosa por tener eterna vida; pero la merced del Rey a ser mi desdicha viene pues sin vida me detiene por obligación y ley, en tu ausencia y en tu gloria, pero yo, aunque no te veo, Argos hago del deseo, ojos hago a la memoria. ELENA: Tú, divertido y llevado de esa causa superior, no dejaras al amor un átomo de cuidado, porque es dulzura el privar que a todo deleite pasa; pero yo, sola en mi casa, ¿qué he de hacer sino llorar? ENRIQUE: ¿Qué sientes de esta razón, Ludovico? LUDOVICO: Que es felice, que ama de veras y dice afectos del corazón. ELENA: Enrique, Amor verifica su fuerza en mí, poderosa, tanto que estoy envidiosa del Rey porque comunica siempre tu ingenio y entiendo que éste desearte ver es afición de saber pues sólo oyéndote aprendo y de mi amor desconfío con un escrúpulo, y es que tiene más de interés que de amor este amor mío. Pero examen no requiere; sea amor o interés sea, siempre el alma te desea séase lo que quisiere. ENRIQUE: ¿Qué sientes de esto también? CÉSAR: Siento que no tiene amor. ENRIQUE: ¿En qué fundas ese error? CÉSAR: En que lo dice muy bien. Más tiene de vizcaíno el amor que de elocuente. LUDOVICO: Amor infunde en la gente un espíritu divino. ENRIQUE: A tanto encarecimiento más que amante agradecido vendré a ser desvanecido; que humano agradecimiento no es capaz de tal favor, mi Porcia... digo mi Elena. ELENA: Otro cuidado, otra pena mostrasteis en ese error. Marqués, en los hombres sabios tal error verdad contiene, porque el corazón se viene muchas veces a los labios. ¡En vuestra boca otro nombre! ¡En vuestro pecho otro amor! La memoria hizo ese error; mas, ¿qué mucho si sois hombre? Idos, Marqués, norabuena. Vuestra misma lengua os ama. No usurpéis a vuestra dama las horas que dais a Elena. Vuestra boca por mi daño es leal. Traidora ha sido. Ella el amor me ha fingido. Ella me dio el desengaño. Escuchad mis voces, cielos. Rompan el viento deshechas. Verdades son, no sospechas. Injurias son, no son celos. ENRIQUE: Óyeme. ELENA: No quiero oír. ENRIQUE: ¿Por qué con tan sinrazón no quieres satisfacción? ELENA: Porque me voy a dormir.
Vase ELENA
ENRIQUE: Óyeme, aguarda. No quieras mi muerte, hermosa mujer. ¿Echaste, César, de ver qué quiere Elena de veras? CÉSAR: Que lo finge he de juzgar. ENRIQUE: La razón y causa espero. CÉSAR: Porque el amor verdadero jamás se supo quejar. Celos te quiso ostentar porque muestras de amor son y a una ligera Ocasión cogió el copete. LUDOVICO: Si amar no es aquello, nadie amó. Mas, ¡con qué linda advertencia, por picarla vueselencia, con Porcia se equivocó! ENRIQUE: No fue cuidado, fue error de la lengua y la memoria. LUDOVICO: Prosigamos esta historia. Averígüese este amor. Vamos cas de Porcia. ENRIQUE: Allí lo mismo ha de suceder. Cuidado tiene de ser lo que fue descuido aquí. Por ver si lo lleva mal, su nombre he de errar también. CÉSAR: Vueselencia mire bien que demás de ser trivial y común este picón, confundiéndole los nombres su amor revela y los hombres que amantes próvidos son, deben guardar más secreto. ENRIQUE: Habiendo Porcias y Elenas más que lirios y azucenas en márgenes del Sebeto, ningún secreto revelo. Pienso que Porcia me espera. En tocando en esta esfera saldrán rayos de su cielo.
Llama y sale PORCIA a la ventana
PORCIA: ¿Quién llama? LUDOVICO: Puntual ha sido. CÉSAR: Debe de tener amor. LUDOVICO: Que es pobre dirás mejor y querrá un rico marido. ENRIQUE: Porcia pregunta quién llama. ¿Quién puede llamar al sol sino un dichoso español que tesoros de luz ama? ¿Quién al balcón del oriente puede despertar la aurora sino un dichoso que adora los jazmines de ese frente, las rosas de esas mejillas, la púrpura de esos labios? PORCIA: No me hagáis tales agravios. Con palabras más sencillas se explica amor verdadero. Vano desengaño alcanza pues no tengo otra esperanza sino que de veras muero. Alabadme de constante y no me alabéis de hermosa que es lisonja sospechosa. ENRIQUE: Todo lo tiene el diamante. Por ambas cosas se estima. PORCIA: ¿Cómo estáis, mi señor? ENRIQUE: Bueno, y de inmensas glorias lleno después que esa luz me anima. CÉSAR: Aquella pregunta fue muestra de amor poderosa. LUDOVICO: Pienso que es falta de prosa. CÉSAR: Pienso que es sobra de fe. PORCIA: La prolijidad del día siempre me está fatigando, porque vivo deseando sombras de la noche fría y en perpetua esclavitud tengo el vivir indeciso, y aunque siempre tengo aviso, Marqués, de vuestra salud como es salud que me toca, hasta veros no me quieto y a quien ama es bien perfeto saberlo de vuestra boca. ENRIQUE: ¿Qué te parece? LUDOVICO: Señor, diré lo que el alma siente. Habla muy caseramente. Pienso que es tibio su amor.. PORCIA: Marqués, los muchos negocios siento que podrán cansaros. ¡Oh, si yo pudiera daros mi soledad y mis ocios, y mi amor daros quisiera, pues con él y sin cuidado viviérades descuidado y yo querida recibiera, si bien sus efectos obra Amor, y los agradezco; que para lo que merezco cualquier amor vuestro sobra. ENRIQUE: ¿Qué dices? CÉSAR: Que ama de veras. LUDOVICO: Más quisiera alguna joya. ENRIQUE: Esperad, que aquí fue Troya. Si con ese gusto esperas la noche quien sólo vive este rato, este momento, inmenso será el contento con que tus glorias recibe. Más hermosura veré que en el sol y las estrellas, pues tu hermosa luz entre ellas, bella Casandra, saldrá... Porcia digo. Porcia mía. PORCIA: Con razón la llamáis vuestra, pues más átomos no muestra el sol que es padre del día. Que Porcia ausente de vos da suspiros con cuidado. ENRIQUE: En ello no ha reparado o no lo siente, ¡por Dios! Mi Casandra, esos suspiros vanos son que el alma os doy. PORCIA: Ya que Casandra no soy, podré, mi Enrique, deciros que ninguna más que yo sabrá amaros con desvelos. ENRIQUE: ¡Eso me decís sin celos! PORCIA: ¿Qué honesto amor sospechó que errar el nombre es amar en otra parte? ENRIQUE: ¿Es así? PORCIA: Amaros me toca a mí; no me toca averiguar si soy amada de vos porque el hombre agradecido amando ha correspondido a semejanza de Dios con amor puro y honesto. Sentirme mi padre puede; la conversación se quede para otras noches en esto. ENRIQUE: ¿Sin celos, tenéis recelos? PORCIA: Adiós, Marqués y señor. (Disimulemos, Amor. Aparte Abrasada voy en celos).
Vase PORCIA
ENRIQUE: Fuése con lindo semblante. CÉSAR: El irse fue sentimiento, la blandura rendimiento. LUDOVICO: No se quejó, no es amante. ENRIQUE: He de decir la verdad. El amor de Elena creo; que en Porcia afectos no veo nacidos de voluntad. Mi dueño Elena ha de ser y aunque más el alma inclino a Porcia, que es sol divino, la elección ha de vencer. LUDOVICO: Gente siento y no es decencia que conozcan al Marqués. ENRIQUE: Sí, mas sepamos quién es. CÉSAR: Váyase, pues, vueselencia a palacio, que es ya tarde y quedaremos los dos. ENRIQUE: Bien dices, César, adiós. LUDOVICO: A vueselencia nos guarde el mismo.
Vase ENRIQUE. Salen CHIRIMÍA y JULIO embozados
CHIRIMÍA: El Marqués se fue. Fíngete, Julio, valiente. CÉSAR: ¿Qué gente? ¿Quién va? ¿Qué gente? CHIRIMÍA: Dos hombres son. ¿No los ve? LUDOVICO: Queremos reconocellos. Ya vemos que son dos hombres. Dígannos luego los nombres. CHIRIMÍA: Dígannos los suyos ellos y no pasen adelante que está esta calle ocupada. LUDOVICO: Hará lugar esta espada. CHIRIMÍA: Si quisiere este montante. Julio, pues te toca aquél, mátale con osadía mientras mata Chirimía éste que le toca a él. LUDOVICO: Chirimía y Julio son. CHIRIMÍA: Y con mucha honra. LUDOVICO: ¿Qué hacéis? CHIRIMÍA: Estorban que no paséis porque están en posesión de esta calle tres supremos señores a quien aguardamos. CÉSAR: ¿No nos conocéis? CHIRIMÍA: Estamos muy coléricos. No vemos. LUDOVICO: A César y a Ludovico ¿no conoces. Chirimía? CHIRIMÍA: Era para esotro día. ¡Vive Dios, que es un borrico si no hablan! LUDOVICO: Loco estás si no hablaran, ¿qué sería? CHIRIMÍA: A manos de Chirimía muertos por siempre jamás.
Vanse los cuatro y salen dos HOMBRES dando memoriales al REY
HOMBRE 1: Suplico a tu majestad que mire aqueste papel. HOMBRE 2: Y este memorial, señor. REY: Bien está. Yo lo veré. Despejad.
Vanse los HOMBRES y sale ENRIQUE
ENRIQUE: Dame tu mano. REY: ¿Qué es esto, amigo Marqués? Diez horas estáis sin verme. ENRIQUE: Mil son para mí, no diez. REY: Entre el amor y amistad una diferencia hallé; que el amor puede ser malo, no la amistad. ENRIQUE: Así es. REY: Pues, si el amor no consiente breve ausencia sin temer, la amistad que es una especie más pura de amor, ¿por qué ha de permitir ausencias? ENRIQUE: Esos nombres no le des, señor, a mi esclavitud. Obligado a la merced que por quien eres me haces, que la amistad ha de ser entre iguales y si amor iguala y une tal vez dos extremos, dos distancias tiene valor y poder del cielo como la muerte, y en este caso no fue amistad sino amor. REY: Luego, cuando las almas en quien hay oculta simpatía se miran corresponder con amor, ¿no son iguales? Falso es, Enrique, y un rey en la sangre y el oficio puede distar y tener diferencia con los hombres; mas los ánimos, ¿no ves que, influyéndoles los astros, pueden ser iguales? Bien esta doctrina se muestra en nuestro ejemplo, porque es amistad la nuestra, Enrique. ENRIQUE: Beso mil veces tus pies. REY: Ve leyendo memoriales y tu cuerdo proceder los consulte y los resuelva.
Lee ENRIQUE
ENRIQUE: "Fabio Rufo, coronel a tu majestad, suplica que algún castillo le dé donde puedan descansar sus servicios y vejez". El coronel lo merece. REY: Doyle el de Taranto, pues. ENRIQUE: Éste dice así: "Señor, otro aviso te dio ayer quien éste escribe a tu alteza. Mira, Alfonso aragonés, que se conjuran y tratan de quitarte el reino tres príncipes, vasallos tuyos, y el que escribe este papel no osa declararte más". REY: Ya me han dado cinco o seis memoriales [de] este aviso, pero como yo no sé quién son estos conjurados, no hallo modo de entender la verdad de este suceso. ENRIQUE: ¡Grave caso! REY: Pienso en él y dudo por dos razones: la primera porque aquél que estos papeles me escribe no me ha procurado ver ni su nombre firma en ellos; la segunda porque un rey que al peso de [su] justicia nunca ha torcido el fïel, que gobierna el reino en paz dando igualdad a la ley con todos, ¿por qué razón aborrecido ha de ser de sus vasallos y amigos? ENRIQUE: Yo, señor, responderé: yendo César al senado cuando ya el hado crüel de Fortuna destinaba para ponerle a los pies de la estatua de Pompeyo, le dio un amigo fïel otro aviso como aquéste, y él, al trágico vaivén de Fortuna destinado, nunca lo quiso creer y aquella alma generosa por menos de dos o tres heridas salir no pudo. En duda se han de tener los sucesos que venidos se remedian más después. Su nombre no declaró quien te avisa, puede ser que no se atreva o que sea de los conjurados él por amistad o violencia. Y así para no romper la ley de su juramento ni ser vasallo infïel de esta manera te avisa. Ni es de importancia que estés administrando justicia y haciendo a todos merced para pensar que no puedas tener en tu reino quien te aborrezca y se te oponga. Si una nubecilla, que es vapor de la misma tierra, al sol se opone tal vez y nos oscurece un rato sus rayos de rosicler, la virtud y la grandeza son objetos contra quien arma venenos la envidia. Claro está que has de tener enemigos de este reino, del mundo hermoso vergel, quiere rey napolitano y le tiene aragonés. Heredástele, viniste con armas a defender tu justicia. No te espantes si le falta amor y fe. REY: ¿Cómo sabré yo quién son? ENRIQUE: Yo pienso que la merced que en este reino me haces y el ser yo español también han de ser impedimento para saberlo. REY: ¿Por qué? ENRIQUE: ¿Quién duda que recatados más que ningunos estén de mí porque soy hechura y un rasgo de tu poder? REY: La necesidad da fuerzas al ingenio. ENRIQUE: Parecer fue de Homero. REY: En mí lo he visto. Una cautela pensé con que tú puedas saberlo. Y acuérdome que una vez me dijiste que felice sólo ha de llamarse aquél que supiere cuatro cosas: qué amigo le quiere bien, qué dama le corresponde, qué crïado le es fïel, qué enemigo le persigue. ENRIQUE: Bien te acuerdas. REY: Oye, pues. Con la cautela que digo la vida aseguraré conociendo mis opuestos y de camino también podrás hacer experiencia de estas cuatro cosas. ENRIQUE: ¿Qué es? REY: Yo he de fingir que no estás en mi gracia y he de hacer que piensen que te aborrezco, y este enojo mostraré de manera que enemigo me juzguen tuyo, porque viéndote pobre, agraviado luego se querrán valer de tu generoso pecho contra mí, como de quien mis secretos sabe, y tiene ánimo para emprender grandes cosas. Y si acaso los que aborrecen mi bien no te buscaren, podrás llamándome a mí crüel, riguroso, injusto, ingrato, fingir que pretendes ser cabeza de conspirados contra mi reino porque es verosímil que conozcas con mañoso proceder los ánimos mal afectos. Vendrás me de noche a ver por ese jardín secreto, y de tu boca sabré lo que pasa y lo que debo remediar o disponer. Seré tu amigo de noche y aunque siempre lo seré, engañaremos de día el humano parecer. Con esta cautela, Enrique, que en la política ley es provechosa y es justa, asegurarme podré en este reino. Sabrás qué enemigos tengo, quién se conjura contra mí, quién mi favor y merced merece, y quién mi castigo. Yo también saber podré quién te quiere mal; que es fuerza si en mi desgracia te ven, que te acusen y murmuren y tú tocarás también con tus manos y experiencia qué dama te quiere bien, qué amigos te son leales, qué crïado te es fïel, pues la desdicha aparente toque y crisol ha de ser donde muerte la experiencia los quilates y la fe del amor y la amistad. ENRIQUE: Ponga la Fama el laurel que dio al ingenio de Ulises en tu frente, pues que ve industrias más eminentes y más heroico saber. Pero, señor, si de un trueno que un amago y señal es de los rayos ira breve, de un elemento se ve estremecerse los polos, tronchar un alto ciprés su pirámide, y temblar en las aguas un bajel, ¿cómo podrá tener vida quien ve el semblante de un rey enojado, aunque esto sea trueno sin rayo. Un pincel forma un retrato real que en el lienzo o la pared da temor con ser pintado. REY: Enrique, ¿por qué teméis? Enojos que finge amor no tienen rostro crüel. Antes pienso que este enojo ejecutar no podré porque amor no ha de dejarme fingiros aborrecer. Un volcán que encierra fuego en su rústica preñez apenas consiente nube en sus sombras. Alma en quien vive amor mal disimula. ENRIQUE: Alegre el cuello pondré a tu enojo verdadero por darte un breve placer, cuanto y más por darte un reino. REY: Y reino que de ambos es. Hora es que vengan a audiencia ya los títulos, Marqués, ensayad vuestra tristeza; que yo me voy a aprender palabras con vos airadas. Pienso que no las sabré.
Vase el REY
ENRIQUE: Ni la verdad las enseñe. Corazón, no hay qué temer. Animo, que no es de veras, sed leal en esto. Sed, fingiendo agora tristeza, agradecido a mi Rey.
Sale CÉSAR
¡Ah, Fortuna, bien te pintan con el rostro de mujer con un pie sobre una rueda y en el viento el otro pie. Vistes alas, calzas plumas. Todo es volar y correr. Tu palacio está en el mar y el soberbio chapitel besa planetas que son arcos errantes. Tu ser la misma mudanza ha sido. Lo que estable y firme fue no es tuyo, y son los trofeos de tu casa de placer. No testas de incultas fieras, no garras de aves que ven el camino de los vientos, sino cabezas que ayer eran envidia del mundo y hoy dan lástima también. Felice sólo aquél que ve con proporción la voz del Rey: ni cerca que la abrase como suele, ni lejos que le olvide o que le hiele. CÉSAR: Señor, ¿ qué tristeza es ésa? ¿Qué causas hay porque esté quejándose vueselencia? ENRIQUE: Vi un relámpago que fue señal de rayos y truenos y he sentido estremecer las columnas de mi dicha. Hizo señal de romper sus hielos el mar del norte, divisan desde el Bauprés velas contrarias mis hados. Muévese el viento y en El tormentas me pronostican. Enojado al Rey hallé. Amagos son de mi suerte, desdichas de mi poder. Felice sólo aquél que ve con proporción la voz del Rey: ni cerca que le abrase como suele ni lejos que lo olvide o que le hiele.
Salen los Príncipes de TARANTO y SALERNO
TARANTO: ¿Oíste, Príncipe? SALERNO: Sí. TARANTO: ¿Has entendido? SALERNO: Muy bien. ENRIQUE: ¡Ay, de mí! Que siento pasos de mi desdicha. El Rey es.
Salen el REY y LUDOVICO
REY: ¡Oh, Príncipes, yo agradezco que a palacio vengáis hoy cuando justiciero estoy, [..... -ezco]. Cuando al mismo sol parezco para amigos y enemigos, justicia soy. Sed testigos que en mi peso recto alcanza mercedes una balanza y otra balanza castigos. [Si el gran Trajano mostró su rectitud en el hijo, yo por su ejemplo me rijo y en el que más me agradó mi rigor ostenta yo y mi justicia distinta borra su imagen sucinta como pintor avisado que no quiere, al ver que ha errado que le afrente lo que pinta]. Enrique ha sido la basa de mi amor. Servir no supo y así en mi gracia no cupo. Salga de ella y de mi casa; que haciendo justicia pasa un rey de inmortal a eterno. Sed, Príncipe de Salerno, Canciller de aquí adelante, y vos, Príncipe, Almirante. SALERNO: Quite el nombre tu gobierno al de Trajano y de Numa pues que los dejas atrás. TARANTO: Con esto materia das a la lengua y a la pluma. REY: El que es ingrato a la espuma de las aguas se compara. Vos sois Marqués de Pescara; César es Marqués del Basto. LUDOVICO: Dé el cielo, pues yo no basto, gracias a merced tan rara. REY: [Lengua a su Rey atrevida, verificado nos deja el cuento de la corneja de ajenas plumas vestidas. Cada cual la suya pida; que ajenas plumas parecen las que al dueño desvanecen. Ni te alabes, ni presumas. Vuelve,. corneja, las plumas a aquéllos que las merecen]. ENRIQUE: Tus pies beso porque has sido con los cuatro liberal. Solamente llevo mal que des nombre de atrevido a quien con tu luz ha sido un atento girasol. ¿Ingrato fue un español? ¿Cuándo un átomo que mueve el sol hermoso se atreve contra los rayos del sol? [¿Cuándo arroyo que al mar frío corre con tantos temores que tropieza entre las flores se atreve al poder de un río? ¿Cuándo ruiseñor sombrío que ama y canta sin sosiego se atrevió obstinado y ciego contra el águila suprema que las alas pardas quema en las regiones del fuego?] ¿Yo te he ofendido jamás? Dime, gran señor, en qué? REY: En secreto lo diré. Llega acá... Llégate más. ENRIQUE: Pienso que enojado estás de veras. ¿Esto es fingir? REY: Marqués, ¿qué puedo decir sino que quiero aprender semblante de una mujer para acertar a mentir. No temáis, Enrique, vos que si dios el rey se llama, claro está que el Rey os ama y amigos somos los dos. Porque a sus amigos Dios da trabajos y cuidados; mas son trabajos pintados. Mi Job sois, yo a Dios imito y si los bienes os quito, yo os los volveré doblados. ENRIQUE: Los tesoros más supremos son tu gracia y tu favor. REY: Mi reino es vuestro. ENRIQUE: Señor, no merezco esos extremos. REY: Enrique, disimulemos. ENRIQUE: De disculpas, ¿no te agradas? REY: Ni ruegues ni persüadas. Vuelve a ser lo que antes eras; que a sus materias primeras vuelven las cosas pasadas. Cuatro títulos di yo que el honor de Enrique fueron. Los tres las gracias me dieron y sólo César calló. CÉSAR: Al oír que te ofendió un hombre que quise tanto admiréme y con espanto se pasmó mi corazón, y sólo la turbación pudo detener el llanto. Dos dudas luchan en mí: hallo, viendo su lealtad que su culpa no es verdad; vuelvo los ojos a ti, hállote recto y así fuerza es que culpado sea, pero, como a Enrique vea luego de su parte soy y en tales dudas estoy que no sé lo que me crea. REY: Título del Basto os den. CÉSAR: Yo no lo acepto, señor, porque si Enrique es traidor, quiero yo pagar también haberle querido bien, y si acaso no es culpado y tú estás mal informado, tampoco lo he de aceptar porque le quiero imitar en ser bueno y desdichado. REY: No os quité vuestra riqueza si os he dejado este amigo. ENRIQUE: Una sombra soy que sigo los pasos de tu grandeza. CÉSAR: Aquí la Fortuna empieza sus tragedias. REY: No hay rigor que disimule un amor. TARANTO: Cayó un soberbio. SALERNO: Era ley. ENRIQUE: (Fiero enojo es el de un rey; Aparte aún fingido da temor).

FIN DEL PRIMER ACTO

Cautela contra cautela, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Jun 2002