ACTO SEGUNDO


Dicen dentro el CONDE y salen luego él y el ALMIRANTE
CONDE: ¡To, to, llama los sabuesos! ALMIRANTE: Di, conde, lo que deseas. CONDE: Unir mi sangre a la tuya y que mi mano merezca la de Blancaflor, tu hermana. Días ha que esto te ruegan mis ojos. Tú lo dilatas. No sé, Almirante, cuál sea la ocasión. ALMIRANTE; Amigo, conde, Blancaflor ha de ser reina presto de Francia; que Carlos se ha de desposar con ella. Dulce cosa es el reinar. ¿Quién por imperios no deja los altos merecimientos de un vasallo? CONDE: ¿Cómo intenta casarse el emperador cuando están en competencia sus canas y años? ¿Ya olvida la miserable tragedia del matrimonio pasado? Un filósofo de Grecia llamó comedia a la vida que en dos horas representa larga edad. ¿Quién no diría que era ayer cuando la griega Sevilla fue repudiada? Ya tres lustros se cuentan que son quince años; un soplo es la edad humana. Escena de comedia es esta historia. Aun propiedad no tuviera en un teatro, y al fin, entre las ondas terrenas ella y Florante murieron en un bajel que a la vuelta se perdió. ALMIRANTE: Ya lo sé todo; y que su padre con Persia tiene guerras, y por eso dilató el hacernos guerra. CONDE: Si con estos años menos se murmuró que quisiera casarse, ¿con quince más tercer matrimonio intenta? ¡Vive Dios, que no hace bien y que parece flaqueza. ALMIRANTE: Conde, si a cazar venimos porque Carlos se entretenga, no es bien que nuestros discursos con las espadas fenezcan. ¡Y vive Dios, que hace bien!
Vase el ALMIRANTE
CONDE: No será, si puedo. Tema será ya mi pretensión y no amor; entre estas peñas coronadas de lentiscos y silvestres madreselvas quiero descansar; que el monte, con el calor de la siesta, me ha fatigado, y el sueño en las ramas lisonjea los ojos. Ladrón le llaman de la media vida. Tenga su tributo, pues le infunde la madre naturaleza.
Échase a dormir, y salen LAURO y la REINA Sevilla vestida de labradora
LAURO: ¿Cómo en aquestas montañas pasar tantos años dejas, gran señora, sin que vamos a los imperios de Grecia? Cuando de aquellos traidores yo te amparé en esa cueva, y a Florante sepultaron en las faldas de esa sierra, me parece que fue ayer y tanto los años vuelan que un siglo es un breve día. Disfrazada, al fin, me ordenas, que llamándote Dïana, tu fingido padre sea. Pariste un hijo que el sol en él no ve diferencia, y humildemente le crías, pues hoy bajó a esas aldeas a vender carbón. ¿Qué es esto, Sevilla hermosa? Gran reina de Francia, ¿cuándo tendrán fin tus desdichas inmensas? REINA: Padre, que este nombre debo a quien me ampara y sustenta con su trabajo, no quise que ojos mortales me vean después que a Carlos perdí con tal desdicha y afrenta. Aquí espero a que Luís llegue a ser hombre que pueda volver por mi honor, y vivo en estos montes contenta. Mas, ¿qué es esto? ¿No es el conde éste que al sueño se entrega sin ver que tiene enemigos? ¡Él es! Mi venganza sea este peñasco, mis manos han de romper su cabeza.
Toma una peña
Traidor conde, una mujer no es mucho que así se atreva cuando ha perdido su fama por tu mentirosa lengua. Muere, infame.
Al echarle la peña, sale LUIS de villano con espada ceñida y la detiene
LUIS: Espera, madre. ¿Qué traición es la que intentas? ¿A un hombre que está dormido se atreve de esta manera? ¿Muerte quiere dar villana a quien las leyes respetan del reposo humano? Diga si le ha hecho alguna ofensa; que aquí estoy yo, que la vengue de bueno a bueno con ésta que he comprado del dinero del carbón. ¡Hombre, despierta! REINA: Hijo, burlarme quería... (Empeñarle no quisiera; Aparte que aun es niño). LUIS: Hombre, levanta, profundamente no duermas.
Despierta al conde
CONDE: ¡Válgame Dios! ¡Qué ilusiones Aparte el sueño me representa! ¿Qué temores y fantasmas han perturbado mi idea? Soñé a Florante, y soñé como le enterré en las peñas de este monte, que sepulcro me demandaba que fuera en sagrado. Un delincuente, ¿qué no teme? ¿Qué no sueña?) LUIS: Antes que aquéste se vaya, dígame, madre, de veras si le ha ofendido, que quiero matarle y satisfacerla. REINA: No, hijo. LAURO: ¡Gallardo joven! CONDE: (Admiración y tristeza Aparte me da este sitio. Aquí fue donde se ausentó la reina. Quiero ausentarme de aquí; que las memorias dan penas y no hallo satisfacciones a tan notables ofensas como hice al cielo y al rey, y a aquella inocente reina. A Carlos voy a buscar).
Vase el CONDE
LUIS: (Pienso que lícito fuera Aparte matarle en duda, que creo que sus agravios me niega, desconfïando de mí). REINA: Vete, hijo, enhorabuena a descansar del camino. No hay agravio que yo sienta.
Vase LUIS. Sale GILA
GILA: Sola estoy sin ti, Dïana. REINA: Yo quiero que me diviertas de una gran melancolía. LAURO: Haced las dos de esas hierbas y flores dos ramilletes, que os agraden y entretengan.
Vase LAURO
GILA: Bien ha dicho, y entretanto cantemos aquella letra que te agradó muchas veces.
Siéntanse las dos
REINA: Yo lloraré mientras suena, Gila, tu voz; y estas flores su color rústico muestran
Hace un ramillete y canta GILA
GILA: "Carlo Magno el emperante heredero no tenía, y casó con una reina que se llamaba Sevilla".
Sale CARLOS Magno, de caza, y canta la REINA
REINA: "Ella fue de alto linaje, mayor fuera su desdicha, porque un traidor Magancés le acusó de alevosía". CARLOS: (¿Villanas cantan la historia Aparte de mi antigua adversidad? Aun en esta soledad me es verdugo la memoria).
Cantan las dos
"A su padre le volviera desdichada y condolida, preñada del emperante en la mar se moriría". CARLOS: (En curso salen veloz Aparte entre piedades y enojos las lágrimas por los ojos llamadas de aquella voz). Callad, villanas sirenas. No cantéis tales historias. Mucho me afligen memorias, mucho me enternecen penas. REINA: (Carlos es. ¡Cielos supremos Aparte ya de mi mal no me quejo. ¿Qué quiere el honrado viejo?) Cantamos lo que sabemos. ¡Oh, si en algún cortesano que con el rey ha venido, tome estas flores que han sido matizadas de mi mano.
Dale un ramillete
CARLOS: (Mirando estoy un espejo Aparte de mi trágico placer. ¡Válgate Dios por mujer!) REINA: (¡Válgate Dios el buen viejo!) Aparte
Vanse las dos mujeres
CARLOS: Divertido en mis pesares más que en la caza que sigo, hablando a solas conmigo perdí monteros y pares. Adoro la soledad, y las veces que la veo, como objeto del deseo me lleva la voluntad. Pero aunque blasone yo con esfuerzos de mancebo, doy a la edad lo que debo, el monte me fatigó. Estos robles y estos pinos, que a servir al hombre nacen, sombras apacibles hacen a las peñas y caminos. Sirvan aquí de doseles, a un rey lleno de pesares, en tanto que en anchos mares no me sirven de bajeles.
Siéntase y dice dentro LUIS
LUIS: ¡Arre, burra de un ladrón! ¿Con la carga te has echado? ¡Nunca topen verde prado! ¡Véngate mi maldición! ¡Arre! ¡Qué con este afán
Sale fuera
viva un hombre en esta sierra, pudiendo ser en la guerra mochiller o capitán! ¡Ah, buen viejo! ¡Ah, padre mío! Ayúdame a levantar esta burra que al pasar ese arroyo pobre y frío, sin decir oxte ni moxte con el carbón se me ha echado. Mas no venga, padre honrado. (No quiero que se disguste Aparte que está muy viejo, y cansarle no quiero agora). CARLOS: (El rapaz Aparte me ha dado grande solaz. Casi estoy para ayudarle a salir de su fatiga). LUIS: Ya, padre, mi primo viene. CARLOS: (Padre llama a quien no tiene Aparte quien de veras se lo diga). LUIS: Anda, primo, que el jumento en el agua se arrojó.
Dentro ZUMAQUE
ZUMAQUE: ¡Más que en habrándole yo que se levanta contento! ¡Arre! LUIS: Os entendéis los dos. ZUMAQUE: Es grande habilidad la nuestra. CARLOS: En esta gente se muestra la providencia de Dios. ¡Ah, niño! LUIS: Con ese nombre a responder no me obliga. CARLOS: ¿Cómo quieres que te diga? LUIS: ¡Ah, mancebo! ¡Ah, gentilhombre! Que ya salí de mantillas, y soy hombre hecho y derecho que este monte viene estrecho a las altas maravillas de mis grandes pensamientos. No soy, si pobre nací, de los que viven aquí como unos brutos contentos. Esfera mayor alcanza, aunque carbonero soy, mi espíritu, y mientras doy principio a tal esperanza, en los montes me entretengo viendo que mi patria son, aunque a vender el carbón a la corte voy y vengo. CARLOS: ¿Y tú no ves que es locura entregarse a devaneos? ¿Qué importan altos deseos si, teniendo sangre oscura, eres pobre? LUIS: Yo leí historias de hombres que fueron príncipes, aunque nacieron tan pobres como nací. CARLOS: Luego, ¿tú sabes leer? LUIS: Y escribir. CARLOS: ¿Quién te enseñó? LUIS: La madre que me parió; que el padre no pudo ser porque no le he conocido. CARLOS: ¿Cómo te llamas? LUIS: Luís. CARLOS: (¿Siempre, memorias, venís Aparte contra mI? Este nombre ha sido el que pensaba decir al hijo que Dios me diera. Sucedió de otra manera, no debió de convenir). ¿Qué años tienes? LUIS: Quince son los que a estas hierbas cumplí. CARLOS: (Tantos años ha que fui Aparte desdichado. Entre el carbón y la mucha soledad de este monte y de esta vega da Dios hijos, y los niega al cetro y la majestad de los reyes. ¡Oh, misterios de Dios, monarca fïel! ¿Qué importan reinos sin él? ¿Sin él qué importan imperios?) ¿Y en el monte, a qué te inclinas? ¿Qué te entretiene? ¿Qué sabes? LUIS: Sé derribar muchas aves que en el viento peregrinas, al sol amenazan guerra y con su luz compitiendo, pasan volando y rïendo de los que están en la tierra. Esta soberbia verás que les quito, y luego trepan cayendo, para que sepan que puede la industria más. Un arco vibro albanés, en que ejercitado fui, cuya flecha es un neblí que las derriba a mis pies. CARLOS: (El rapaz es extremado. Aparte Infeliz al nacer fue). LUIS: Pues, aquí donde me ve, soy también enamorado. CARLOS: ¿Hay carboneras hermosas? LUIS: ¿Carboneras? ¡Bueno es eso para mi humor! Con exceso es afrenta de las rosas, pompa de la primavera, blasón del mismo valor, que para tener amor, bástame que yo la quiera. Pues, no pretendiendo más, amar a mis solas puedo una condesa, sin miedo de que se enfade jamás. CARLOS: ¿Y habrá quien a mi calor y cansancio le conceda un vidrio de agua? LUIS: ¡Y que pueda beberla el emperador! Que aunque soy un carbonero, un limpio cristal traeré, de quien envidioso esté este arroyo lisonjero. CARLOS: Es la sed muy invencible. LUIS: Y con ella no hay reposo. CARLOS: (¡Qué muchacho tan hermoso!) Aparte LUIS: (¡Qué viejo tan apacible!) Aparte
Vase LUIS
CARLOS: Con una merced que el cielo hubiera usado con vos, rapaz, fuéramos los dos los más dichosos del suelo. Con ser hijo del que padre habéis llamado por viejo... Pero estas lágrimas dejo conformar. Sólo me cuadre con la voluntad divina.
Sale BLANCAFLOR de caza, con un venablo en la mano
BLANCAFLOR: (El deseo de reinar Aparte con ocasión de cazar, a estas sendas me avecina. ¿Cuántos años ha que aspiro a ser reina, sin que enfado ni templanza me hayan dado aquellas canas que miro? Ya lo comienza a tratar el rey con el almirante. Ponerme quiero delante. Ocasión le quiero dar. En esas dos casarías esperaré los monteros. CARLOS: Huelgo, sobrina, de veros haciendo estas bizarrías en el monte. Yo cansado, viejo al fin, en esta sombra me divierto. BLANCAFLOR: Quien se nombra César francés, no ha llegado a envejecerse jamás. CARLOS: Las tristezas y los años son, Blancaflor, desengaños del consuelo que me das. Siéntate sobre estas peñas mientras que llega la gente.
Siéntase BLANCAFLOR y salen LUIS con un vidrio de agua en un plato de barro y la REINA con un plato de fruta y una toalla al hombro
LUIS: Es un viejo tan prudente que respeto nos enseña. REINA: (Carlos es. Viendo a su lado Aparte tan bizarra dama, siento un linaje de tormento que mi placer ha turbado). LUIS: Coma, señor, de la fruta, que sobre pálida hierba fresca y dulce se conserva contra el tiempo en esa gruta; y de aqueste cristal beba, que nace en esos alcores, y tropezando entre flores, tributo al Ródano lleva.
Bebe CARLOS
CARLOS: Beber quiero solamente. BLANCAFLOR: Dame esa toalla, amiga. REINA: A ser descortés me obliga, ¿piensa que no somos gente? Que sabré dársela crea al buen viejo, y señor mío, si es su padre o si es su tío; que yo no sé quién se sea. CARLOS: Razón tiene la serrana. BLANCAFLOR: Y aun hermosos ojos tiene. REINA: ¡Válgame Dios! ¡Cómo viene con sus mejillas de grana! ¿Hace burla del carbón, arrebol de estas montañas? CARLOS: No se burla. Tú te engañas. Hermosos y graves son. REINA: ¡Ah, señor, no los alabe! No dé celos a esa dama porque es pasión que quien ama disimularla no sabe. CARLOS: ¿Has amado? REINA: A mi marido, el padre de este rapaz. CARLOS: ¿Y sois casados en paz? REINA: Un traidor nos ha vendido. CARLOS: Pues en esta edad que ves, me caso. Amor me convida. REINA: ¡Por su vida! CARLOS: ¡Por mi vida! REINA: (Él lo juró, ¡verdad es!) Aparte No haga tal. CARLOS: ¿Por qué, serrana? REINA: Viejo que busca hermosura, prisa da a su sepultura, dice el proverbio. BLANCAFLOR: (¡Ah, villana! Aparte Mal te haga Dios). REINA: ¿Y es su merced la novia? BLANCAFLOR: Sí. REINA: ¿Y él la quiere? CARLOS: Como a mí. REINA: Novia tendrá para un mes. BLANCAFLOR: Vete, necia. REINA: Voyme sabia. CARLOS: Vete; ya que la memoria en ti ha leído una historia que me atormenta y agravia. (Piedad, cielos. Tu rigor siempre espanta y maravilla. La hermosura de Sevilla, lo trágico de mi amor me has acordado en los ojos y en la voz de esta mujer). REINA: (Yo me voy a padecer Aparte celos, agravios y enojos).
Vase la REINA
LUIS: (No es mi desdicha crüel. ¿Quién dirá que tengo amor a la hermosa Blancaflor, condesa de Mirabel? ¿Un carbonero se atreve bárbaramente a mirar tanto sol, y tanto mar, abismos de luz y nieve?) CARLOS: (El agua no agradecí). Aparte ¡Ah, Luisico! LUIS: ¿Mi señor? CARLOS: Toma en señal de mi amor este famoso rubí. LUIS: No vendo el agua. CARLOS: No es precio lo que debo agradecer. LUIS: Tómole para no ser
Tómale
con vos descortés y necio. Y pues ya es mío, señor, aunque está en vuestra presencia, --¡pardiez!-- con vuestra licencia, le he de dar a Blancaflor; porque el ánimo me inclina más a dar que a recibir. Y a ser el mismo zafir de aquella esfera divina, os le presentara así con humildad y con fe. Tomadla por cuyo fue. No la recibáis de mí.
Tómale
BLANCAFLOR: Yo le acepto, y a dinero te le pretendo pagar. LUIS: Eso es, señora, afrentar un honrado carbonero. CARLOS: Según eso, ¿la condesa es el sujeto extremado que te tiene enamorado? LUIS: Y que el alma lo confiesa. CARLOS: Pues, ¿cómo tienes amor a quien ser mi esposa espera? LUIS: ¡Pardiez! Señor, aunque fuera mujer del emperador, a ser la reina Sevilla que dicen murió en la mar y que se pudo llamar la flor de la maravilla, que apenas a Francia vio cuando sin qué ni por qué a buscar su muerte fue, pudiera quererla yo; que mi amor es una acción de un ánimo generoso que reverencia lo hermoso con debida adoración. Es un estimar aquello, que como el sol resplandece, y al mismo Dios se parece en lo soberano y bello.
Sale el ALMIRANTE
ALMIRANTE: Está vuestra majestad a la sombra retirado, y este monte he fatigado buscándole. CARLOS: Soledad
Levántanse
y descanso pretendía cuando encontré a Blancaflor. LUIS: (¡Que es éste el emperador, y que no le conocía! Vergonzoso voy).
Salen la REINA y LAURO
REINA: ¿Estás en mi intento? LAURO: Sí, señora. REINA: Haz, pues, que se ausente agora Luís. LAURO: ¡Ah, nieto! ¿No vas a cobrar aquel dinero del carbón. Baja por él al valle de Mirabel. LUIS: Luego voy.
Vase LUIS
LAURO: Aquí te espero. REINA: El almirante ha venido. Lauro, escucha, escucha atento. Si tratan del casamiento que mi nuevo mal ha sido. ALMIRANTE: Ya que ha salido mi hermana a ser de estos horizontes sol humano, y de estos montes una segunda Dïana, ya que dichosa y que bella ha merecido tu amor, dale la mano, señor, si te has de casar con ella. Mira que el tiempo ligero va deshaciendo tu edad cuando es fuerza y es piedad que nos des un heredero. CARLOS: Decís, almirante, bien; reina será vuestra hermana.
Hablan recio
LAURO: ¿Casaros queréis, Dïana? ¡Malos antojos os den! A mis manos moriréis antes de casaros hoy. REINA: Casaréme. Libre soy. LAURO: Eso no. No os casaréis. REINA: Favorézcanme, señores, porque mi padre me mata. LAURO: Hija ruín, hija ingrata, ¿agora andáis en amores?
Salen BARUQUEL y ZUMAQUE
ALMIRANTE: Villanos, ¿qué es esto? LAURO: ¿Qué? Her josticia en lo que pasa porque soy rey en mi casa. No ha de casarse. CARLOS: ¿Por qué? LAURO: Otra vez casada ha sido, fuése su marido al puerto y no sabemos si es muerto. ¿Bueno fuera que el marido viniese a casa mañana y con otro la hallase? REINA: ¿Pues, qué importa que me case? LAURO: ¿Qué importa? La que es cristiana, hasta saber si es muy cierto que murió el primer marido, no se casa. REINA: Él no ha venido en quince años. Luego es muerto. LAURO: Necia, no; que puede ser que su padre le entretenga en su tierra, y que no venga y siempre sois su mujer. CARLOS: ¿Con quién se quiere casar? ZUMAQUE: Conmigo, y con su mercé. BARUQUEL: Agradecida a mi fe, la mano me quiere dar sin duda. Prima, porfía. ZUMAQUE: Prima, dé voces; que yo la he querido bien. BARUQUEL: ¿No vio este tonto? ¿Qué diría de él la gente? Enalbardado, calla. ZUMAQUE: Si bestia nací, ¿quiéreme la novia a mí acaso para letrado? ALMIRANTE: ¿Cuál de los dos quiere ser su marido? LAURO: Este muchacho.
Señala a ZUMAQUE
BARUQUEL: Todo el mundo está borracho. ¿Qué haya gusto de mujer tan perverso que es forzoso en este mundo importuno que en naciendo tonto uno haya de venturoso! ZUMAQUE: ¿Está contento? BARUQUEL: Estoy lleno de pesar. ¿Tú has de casarte? ¿No será mejor matarte? ZUMAQUE: No, juro a Dios, ni aun tan bueno. CARLOS: Dejadlos casar. LAURO: Señor, aun hay otro inconveniente; que es el novio su pariente y será poco temor de nuestra iglesia romana que casarse con él piense sin que el papa lo dispense. Cásese como cristiana. CARLOS: ¡Ea! Bien decís, andad. ALMIRANTE: Basta un rato de villanos. ZUMAQUE: Presumidos cortesanos, todos hambre y vanidad. ¿Y cómo quedamos, tío? ¿Está la novia quisada? BARUQUEL: Quien quiso ser mi cuñada, hará cualquier desvarío.
Vanse los villanos
ALMIRANTE: Gran señor, pase adelante la merced que nos hacías. Cásate. CARLOS: Melancolías han turbado mi semblante. Si un rústico carbonero a la religión atiende, y dispensación pretende, lo mismo, almirante, quiero.
Sale el CONDE
CONDE: Insigne emperador, cuya corona por timbre tiene el orbe de la tierra, Grecia se atreve ya, Grecia blasona que infestando ese mar, nos dará guerra. Los moradores de la ardiente zona, y los que en islas bárbaras encierra el Nilo, respetaron como fuego las sacras lises que amenaza el griego. De leños y de velas coronado, el mar parece populosa selva, que desnudó el invierno y la ha nevado para que el sol de abril plata disuelva. Si el poder de dos Asias se ha juntado, tema el lirio francés, huyendo vuelva, levantando en los golfos orientales promontorios de líquidos cristales. El griego emperador con Persia tuvo guerra prolija en obstinada furia, y por esta razón suspensa estuvo la atrevida venganza de su injuria. Y aunque su armada zozobrando anduvo por las trémolas ondas de Liguria venció su dicha y arribó con ella a las ásperas peñas de Marsella. CARLOS: Aunque llueva desdichas y pesares el cielo, que los temo no presumas; surquen las ondas ya, pueblen los mares azotando las pálidas espumas, que si en aplauso de mis doce pares la fama ejercitó lenguas y plumas, respetadas del tiempo sus memorias, coronarán mis flores de victorias. Aun hay valor y fuerzas que prevengo en el ánimo insigne, que fue asombro de huestes africanas, siempre tengo la católica iglesia con el hombro. No me enflaquece, no, el discurso luengo de mi pasada edad. Carlos me nombro el magno, que este título excelente a Alejandro y a mí nos da la gente. Si con Sevilla usé piedad funesta, ya a Grecia la envïé. Su adversa suerte más suspiros y lágrimas me cuesta que perlas ese arroyo al margen vierte. Si la ocasión de su venganza es ésa, pídale al ancho mar su triste muerte, no a mí, que con el alma, aunque ofendida, estimé su beldad y amé su vida. ALMIRANTE: Si a Quinto Máximo Fabio llamaron hijo de Marte, porque es el vencer un arte de capitán cuerdo y sabio, una industria te he de dar para que al griego no temas. CARLOS: Vencer con estratagemas no es vencer sino engañar. ALMIRANTE: Cuantas victorias ha dado el arte, famosas fueron, porque en efecto vencieron y sangre no han derramado. Si las griegas armas son a las nuestras superiores, haga el arte vencedores, dénos la industria opinión.
Aparte el ALMIRANTE y CARLOS
Ricardo viene a vengar a su hija, cosa es cierta; publiquemos que no es muerta, y esto se puede esforzar; porque he visto esa serrana que con grande maravilla es semejante a Sevilla. Si es que en la memoria humana con los años no ha faltado, hablarémosla, señor, que quizá tendrá valor para fingir. CARLOS: Ya me ha dado las mismas memorias hoy. Y por si esto tiene efeto, esté entre los dos secreto. ALMIRANTE: El mismo secreto soy.
Vanse todos. Salen BARUQUEL y LAURO
BARUQUEL: Ya de las montañas baja el cortesano escuadrón de cazadores, que a todos nos tienen inquietos hoy. Sentémonos a comer, que se va poniendo el sol.
Sale ZUMAQUE
ZUMAQUE: Ni comemos, ni me caso. ¡Qué desdichado soy! LAURO: ¿Falta pan? Vendrá Luís, que a Mirabel descendió a cobrar para comer, el dinero del carbón. ZUMAQUE: Espada compró una vez. Os vendrá, si place a Dios, con el yelmo de Mambrino.
Sale LUIS
ZUMAQUE: Helo; que viene. LUIS: ¡Hucho ho! ¡Hucho ho! BARUQUEL: Llamando viene aves del viento veloz. Loco es aqueste rapaz. LAURO: ¿Traes pan, nieto? LUIS: Abuelo, no; que compré con el dinero un famosísimo halcón. ¡Hucho ho! ¡Pardiez que dicen que allá en Noruega nació! BARUQUEL: Dime, ¿estás endemoniado? Carbonero cazador, hijo de algún gerifalte o de algún esmerejón, ¿qué pájaros te engendraron? ¿Qué demonio te engañó para dejarnos sin pan? ¡Qué te daré un mojicón, vive Dios! LUIS: Calla, animal, que pretendo hartaros hoy de perdices o palomas y aun de garzas. ¡Hucho ho! ZUMAQUE: Pajarero, hijo de puta, ¿no debéis saber que soy vuestro padre casi, casi? Y si me enojo,... ¡Por Dios, que me enojé! ¿Qué gallina, mujer de un gallo cantor, habéis comprado? ¿Qué ganso? ........................ [ -ó] ¿Pajarotes nos traéis? BARUQUEL: En tu mismo corazón se cebe ese gavilán. ¿Tú, eres el otro español que no teniendo camisa compró unos guantes de olor? ¿Eres el otro escudero, que faltándole ración, compró un libro de cocina con las calzas que vendió? LUIS: ¡Hucho ho! ZUMAQUE: ¿Qué estás hucheando? ¡Sáquente de dos en dos los ojos cuervos y buhos! ¿Eres algún toreador? Yo voy por el cernicalo, --¡noramala para vos!-- que yo sé lo que he de hacer. LUIS: Zumaque, espera. ZUMAQUE: Vos sois el verdadero Zumaque.
Vase ZUMAQUE
BARUQUEL: De caballero pelón hacéis caravanas ya. Gavilán, galgo y amor y el estómago vacío. LAURO: (¡Oh, real inclinación!) Aparte
Mirando adentro
BARUQUEL: Zumaque lo ha remediado; otra tenemos peor. Con plumas y capirote dentro la olla lo zampó. ¡Par Dios, que estará famosa! Tendrá el caldo buen sabor con las tripas y pigüelas. ¡Qué donoso salchichón!
Sale ZUMAQUE
ZUMAQUE: ¡Pardiez!, que dejo la olla que puede el emperador comer de ella el avechucho! Luego que sintió el calor, olla podrida la hizo con el perejil que echó. Déjenla cocer un rato.
Sale la REINA
REINA: ¿Qué es esto? BARUQUEL: Un hijo traidor al pan que come... LAURO: Luisico nos ha comprado un azor. REINA: (Dios te deje crecer, hijo, Aparte y llegues a ser garzón tan valiente que te llamen el infante vengador. Un traidor tiene a tu madre sin marido y sin honor. ¡Oh, qué bien vengado había el conde su bofetón!)
Llora
LAURO: No llores, hija. BARUQUEL: Sí, llore la que tal hijo parió, y la que tiene tal gusto que a esta bestia tiene amor. Llore lágrimas de sangre; llore y ciegue. ZUMAQUE: ¡Socarrón, no ha de llorar sino reír! BARUQUEL: ¿Qué a ser mi competidor se atreva este bruto? Espera, que he de pegarte.
Amenázale con un palo y él huye
ZUMAQUE: Eso no, porque yo sabré huír. BARUQUEL: Ganado me ha su temor por la mano. Si esperara un momento, huyera yo.
Sale el ALMIRANTE
ALMIRANTE: Serrana, que a estas montañas das belleza y resplandor, escucha. REINA: Diga qué quiere cortesmente y sin traición. ALMIRANTE: Sabe, que viene Ricardo contra tu rey y señor, demandándole su hija porque hasta aquí no creyó que es muerta. Tú la pareces con tan viva perfección, que engañarás a los griegos. Hacerte queremos hoy la reina Sevilla. Dime si tendrás maña y valor para fingir que eres ella y engañarlos? REINA: ¿Por qué no? Reina he sido yo de veras; que en estas montañas soy reina las Pascuas y mando a cuantos hacen carbón. ALMIRANTE: Haráte Carlos merced. REINA: Sí, pero guardar mi honor es lo primero. ALMIRANTE: Si un santo es el rey, ¿quién lo dudó? Vamos a palacio y esto secreto esté. REINA: Padre, adiós. A mi hijo le encomiendo; a París agora voy; que me importa. LAURO: Adiós, Dïana. LUIS: Madre, ¿qué es esto? Pues, ¿vos os vais con un cortesano sin mirar el pundonor de una mujer que es honrada? REINA: Necio, ¿cuidado te doy? Dondequiera soy Dïana. ALMIRANTE: (Ella muestra en la facción Aparte maña y osadía). LUIS: Madre, muy determinada sois. REINA: Hijo, queda en hora buena. BARUQUEL: Prima, no olvide a los dos. LAURO: Hija, sucédate bien. ZUMAQUE: Mujer, viudo y solo estoy. LAURO: (Dios dé a la reina Sevilla Aparte venganza de aquel traidor).
Vanse todos

FIN DEL SEGUNDO ACTO

Los carboneros de Francia y reina Sevilla, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 27 Jun 2002